29 julio, 2021

Purgando a los rojos — Michael Parenti

 


Capítulo extraído del libro La historia como misterio (1999), de Michael Parenti.

  Traducción del inglés: Arrezafe


Purgando a los rojos


De los recién llegados al mundo académico a mediados de siglo, los que de lejos encontraron mayores dificultades fueron los comunistas y otros radicales. Consideremos la carrera de Herbert Aptheker, un prolífico historiador y durante la mayor parte de su vida miembro del partido comunista. Aptheker, que produjo excelentes trabajos sobre las revueltas de los esclavos, que editó una documentada historia de los afroamericanos en siete volúmenes y los documentos de W.E.B. Du Bois, nos describe la discriminación que padeció a comienzos de su carrera:


"Mi título de graduado en Columbia incluía el de doctor, obtenido en febrero de 1943. Previo a eso, mis esfuerzos por conseguir un trabajo en colegios de Nueva York fracasaron, y la razón fue claramente política. Cuando volví de combatir en Europa y hablé con el profesor W.L. Westermann sobre las posibilidades de un puesto en Columbia, me dijo amablemente que para Columbia no era posible contratar a una persona con mis creencias políticas. Después de eso, las cartas que envié a la oficina de empleo y al departamento de historia de Columbia no tuvieron respuesta. Mis esfuerzos por conseguir un empleo continuaron durante los años cuarenta, cincuenta y sesenta. Lo intenté en Howard, en la Universidad de Wisconsin, en Reed y en muchos otros sitios. Los departamentos mostraron interés en contratarme en Reed, en Northern Illinois, Bufalo y otros lugares, pero siempre se producía el corte a nivel administrativo –normalmente sin ninguna comunicación escrita– aunque en Bufalo hubo una primera y entusiasta oferta del presidente, tras la cual, una nota del mismo comunicándome que la administración no veía favorablemente mi nombramiento".


Aptheker continúa su relato de cómo posteriormente fue invitado a algún curso o lectura ocasional en diversos colegios, a veces tras largas luchas, como en la Universidad de Carolina, Chapel Hill, donde tuvo que litigar contra la universidad al ser invitado a hablar y después negársele el acceso al campus por parte de la administración, o en la Universidad de Yale, donde se le pidió que enseñara en un curso, lo que la administración se negó pòsteriormente a reconocer.


Otro historiador prolífico, pero subempleado, fue Philip Foner, quien escribió y editó libros pioneros sobre la historia de los trabajadores, la historia afroamericana y temas similares. Foner y sus tres hermanos estuvieron entre los más de cuarenta profesores y empleados despedidos del City College de Nueva York en 1941, durante la caza de brujas anticomunista llevada a cabo por el notorio Comité Rapp-Coudert, de la legislatura del estado de Nueva York. Hasta veinticinco años después, Foner no encontró otro empleo como profesor.


Durante los años 40 y 50, a cientos de enseñantes en todas las universidades de la nación se les negaron contratos o se les anularon los que tenían a causa de sus ideas políticas. Los que se opusieron a tales purgas fueron conminados al silencio. Muchos tuvieron que firmar humillantes "juramentos de lealtad" como requisito para mantener sus empleos. En algunos casos, el FBI mantuvo una oficina en los campus, trabajando coordinadamente con la administración para revisar los expedientes de los estudiantes y profesores y reclutar espías que informaran de sus compañeros y catedráticos. De acuerdo con un estudio, William F. Buckley fue un informante habitual en los campus, al igual que Henry Kissinger. Protegido de Arthur Schlesinger Jr., Kissinger abría el correo de los estudiantes e informaba de su contenido a las autoridades federales.


Entre los académicos de izquierdas que se las arreglaron para sobrevivir dentro del sistema universitario, muchos tuvieron que recorrer un camino muy duro, como Williams Appleman tuvo ocasión de comprobar. A principios de los años 50, Williams desarrolló un punto de vista crítico con la ortodoxia imperante en la guerra fría, tachando la política de los Estados Unidos de contraproducente, estúpida y miope. Creía que eran posibles unas relaciones normales entre los Estados Unidos y la Unión Soviética.


Las críticas de Williams a la política exterior americana no tenían un contenido marxista como tal. Simplemente no entendía que Estados Unidos no tuviera interés en alcanzar un entendimiento con Moscú y se dedicara a atacar a cualquier país que se saliera del sistema global capitalista. Sin embargo, su trabajo fue lo suficientemente crítico como para ser objetivo de los defensores de la guerra fría en el gobierno y en el mundo académico. No pudo ver sus artículos publicados en los dos periódicos más importantes de la profesión, el American Historical Review y el Mississippi Valley Historical Review. Un ensayo suyo que presentaba un punto de vista crítico con la política de Estados Unidos en Latinoamérica desde 1917 a 1933, con una simple nota al pie como fuente primaria y casi todo el resto basado en materiales de archivo, fue devuelto por los editores por estar "insuficientemente documentado". Otro de sus trabajos fue rechazado por un famoso personaje conservador experto en relaciones exteriores porque Williams había citado documentos que normalmente no se usaban y que, al parecer, iban más allá de lo permitido por el Departamento de Estado.


Williams se ganó bastantes seguidores entre los estudiantes y el público políticamente formado. Sin embargo, tuvo que soportar la cancelación de contratos de libros sobre temas políticos, siendo acusado de rojo por sus colegas e intimidado ferozmente por los defensores de la guerra fría, como Theodore Draper, que le atacó desde publicaciones como la revista Time y le acosó de forma persistente desde el Comité de Actividades Antiamericanas. Los biógrafos de Williams concluyen: "En el transcurso de su carrera, se le ofrecieron pocas ayudas, pocos trabajos, y no particularmente prestigiosos, y se le premió sólo de forma honoraria (por un colegio de la comunidad negra). A pesar de su presidencia de la Organización Americana de Historia, nunca dejó de estar en una lista negra informal."


De la forma menos académica, el historiador de Harvard Osear Handlin atacó el libro de Williams The Contours of American Histmy, calificándolo de "inmoderado y escandalosamente polémico", "absurdo" y "un engaño". En 1971, Michael Harrington, un "socialista democrático" y obediente anticomunista, acusó a Williams de ser un "leninista" a causa de sus puntos de vista críticos sobre el imperialismo americano. "Uno de los detractores más persistentes de Williams fue el conocido historiador Arthur Schlesinger Jr., que le atacó repetidamente por ser un "profesor pro-comunista" que no se daba cuenta de que la ideología marxista y la "paranoia" de Stalin habían hecho inevitable la guerra fría. Schlesinger utilizó el New York Times y otros medios masivos de información para dirigir una cruzada ideológica contra todos "los sentimentales, los utópicos, los llorones y otros compañeros de viaje" que "se ablandaban... ante la penetración del comunismo". En contraste, los artículos y comentarios de Williams, incluyendo sus respuestas a los ataques de Schlesinger, sólo encontraban salida en publicaciones de menor alcance, tales como Nation y Monthly Review. Un firme defensor del patrioterismo fue Samuel Eliot Morison. En su charla de toma de posesión de la presidencia de la Asociación Americana de Historia en 1950, titulada "La fe de un historiador", Morison pedía el final de las "imprecaciones" de los críticos antibélicos que "están fuera de lugar y son perjudiciales". Quería que la historia de los Estados Unidos se escribiera desde "un sano punto de vista conservador", lo que para él era igual a fiable y objetivo. Morison, antiguo almirante, lanzó sus propias imprecaciones tocando el tambor de la guerra fría y el anticomunismo, disparando salvas contra todos aquellos de su profesión que tuvieran puntos de vista críticos con las implicaciones militares de Estados Unidos y contra la guerra en general. El historiador, decía, "debe respeto a la tradición y a la memoria de nación". Al carecer del suficiente entusiasmo patriótico, los historiadores son responsables de la "falta de preparación espiritual" de la juventud para la Segunda Guerra Mundial. En las dos décadas anteriores a ese conflicto "le han quitado a la gente sus héroes" y "han rechazado a los hombres de buena voluntad, volviéndose hacia otros que no lo son, los comunistas". Revisando las declaraciones de Morison, Jesse Lemisch, un crítico progresista de la historia de la corriente principal, piensa que, por desgracia, "nadie parece haberse dado cuenta de lo absurdo que es un almirante cubriéndose a sí mismo con el manto de la objetividad, mientras arenga a una audiencia sobre las glorias de la guerra y los males del pacifismo".


En los años 50, las purgas del mccarthysmo en el mundo académico fueron seguidas por la supresión de la Nueva Izquierda a finales de los 60, una campaña que continuó en décadas posteriores. Famosos historiadores de la corriente principal, tales como Osear Handlin, Samuel Eliot Morison y Daniel Boorstin, apoyaron con fuerza la guerra de los Estados Unidos en Indochina y las medidas represivas contra los estudiantes y sus colegas antibelicistas.


Cuando se trata de soplar las trompetas del patriotismo fundamentalista y de alabar la imagen de América como si fuera un regalo de Dios al mundo, no ha habido ningún historiador más persistente que Daniel Boorstin. En 1953, antes de la creación del Comité de Actividades Antiamericanas, Booorstin señaló insistentemente a antiguos amigos y profesores como comunistas subversivos, declarándose luchador incansable contra el comunismo. En los años 60 denunció a estudiantes radicales por "dispépticos y psicóticos" y defendió la Universidad de Chicago cuando ésta rechazó a estudiantes que tenían un pasado de activismo político."


Durante la última parte del siglo XX, el dominio conservador de la profesión de historiador se ha debilitado, pero no ha desaparecido. La ausencia de un monopolio conservador no significa un dominio de la izquierda, aun cuando las elecciones en los altos niveles profesionales las ganen gente de izquierdas. En 1999, Eric Foner, que ha escrito extensamente sobre el abolicionismo y la Reconstrucción en sentido favorable, y que ha estado envuelto en varios temas políticos de disidencia en los campus, llegó a presidente de la Asociación Americana de Historia (quince mil miembros). El mismo año, David Montgomery, autor de estudios detallados sobre la vida de los trabajadores e involucrado en luchas laborales, fue nombrado presidente de la Organización de Historiadores Americanos (nueve mil miembros). La elección de personas de izquierdas como Forner y Montgomery no contradice la observación de Jon Wiener de que, de los miles de miembros de ambas asociaciones, "sólo una pequeña parte son radicales o activistas''.


Los iconoclastas, los marxistas y los revisionistas siguen siendo una minoría, siempre vulnerable al castigo político por parte de sus colegas más conservadores y de la administración. Como señala Herbert Saphiro, "la idea de que el mundo académico en los Estados Unidos está dominado por radicales que quieren imponer sus ideas en la educación superior no se ajusta a la realidad. Los profesores con puntos de vista políticos de derechas continúan enseñando y nadie les molesta en sus puestos. Los conservadores están presentes en innumerables departamentos académicos y ninguna Universidad está en manos de gente de izquierdas". Un estudio de dos sociólogos demuestra que sólo el 12% de los historiadores dedicados a la enseñanza admiten ser de izquierdas, y un 14% conservadores. El resto se identifica como liberal o centrista."


En Estados Unidos, la propia estructura de las instituciones de enseñanza superior, con sus administradores conservadores, los consejos de dirección dominados por élites influyentes de los negocios, la creciente participación de las corporaciones en las funciones universitarias y la dependencia de asignaciones públicas y privadas, van en contra cualquier atisbo de predominio radical.


Las bolsas de disidentes que se encuentran en algunos campus, representan sólo un alivio de la conformidad ideológica estándar de la mayoría de las instituciones de la sociedad americana. Pero eso es suficiente para incurrir en la cólera de aquellos que ven en el más ligero signo de heterodoxia la evidencia de una toma de posición de izquierdas. Realmente, lo que preocupa a los que se quejan de la tiranía de lo políticamente correcto en los campus no es la ortodoxia de los "tiranos" políticamente correctos, sino su salida de esa ortodoxia, su voluntad de explorar de una manera crítica los problemas étnicos, de género o de clase, de maneras que normalmente se consideran tabú. Liderando la lucha contra el revisionismo radical y multicultural han estado historiadores conservadores como C. Van Woodward, Gertrude Himmelfarb, Eugene Genovese, Arthur Schlesinger Jr. Y Daniel Boorstin. A la guerra mccarthysta que llevaron a cabo para suprimir a los disidentes radicales la llamaron hipócritamente “lucha valiente por la libertad de expresión”.


La verdad es que los académicos de la principal corriente histórica todavía predominan en la mayoría de los campus y controlan la mayoría de las escuelas de graduación, periódicos académicos, fundaciones y fondos para investigación profesional. En los años recientes esta investigación ha tomado un giro hacia el análisis de datos numéricos y temas oscuros y angostos, pero de mayor confianza y políticamente seguros en cuanto a metodología y conceptos.


Los historiadores como Schlesinger y Boorstein han ido tras los pasos de Ranke, sirviendo con fe al poder establecido y rapiñando todos los honores, incluyendo la elección para puestos académicos, prestigiosos premios y empleos privados de alto nivel. Schlesinger sirvió en la administración Kennedy y Boorstin fue nombrado bibliotecario del Congreso. Disfrutando de los beneficios de sus carreras militantes con el poder, avisaban a sus colegas de que abandonaran cualquier aventura que pudiera causarles su deterioro profesional.




8 comentarios :

  1. KIssinguer era un auténtico personaje. Digno de ser temido por los de fuera y por los de dentro.
    Gracias por poner las señas del libro. No sabía casi nada del asunto.
    Salut

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    1. Kissinger, además de un chivato, es un auténtico criminal.

      Gracias a ti por pasarte por aquí.

      Salud!

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  2. Buenos días!

    La criba que se hace en el sistema educativo de Estados Unidos, que como todo el mundo sabe es un país "abierto a la libertad de expresión y al intercambio de posturas políticas diferentes". ¿Nadie se ha dado cuenta que los regímenes que más alardean de democracia y libertad, son los que máos nos aturden con las fanfarrias del patriotismo y del militarismo, y donde las desigualdades entre clases son más evidentes, y el respeto y el miedo a las oligarquías es más profundo? Estamos hablando de países como España, Estados Unidos, Francia, Reino Unido, Alemania... Todos representantes y valedores de los "supremos ideales de la civilización cristiano-occidental". Parece ser que algo tan importante como el marxismo no se puede ser enseñado y analizado en Usa, lo que también es, para ellos, en cierto sentido lógico. En un país sin ningún tipo de democracia y donde la libertad te la da el dinero, un ideario contrario debe ser perseguido y erradicado.

    Un saludo!

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    1. Buenos días, Francisco.

      Imagínate, consideran a los escandinavos países peligrosamente socialistas, con eso está todo dicho. En gringolandia, quien no se pliega a la doctrina que emana de Wall Street está condenado al ostracismo (y si es negro, ni te cuento). La cacareada democracia yanqui con su correspondiente "sueño americano" son dos de las más descaradas e insultantes falacias de la historia. Estos hijos de la gran hamburguesa, de haber pillado a Goebbels no lo habrían ahorcado como hicieron con sus compinches, lo habrían empleado en Hollywood.

      Salud!

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  3. Es la democracia de los Estados Unidos, peculiar y discriminatoria.

    Salut.

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    1. No es posible ser imperio y democracia a la vez, son antitéticos.

      Salud!

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  4. Cualquiera que piense un poco se dará cuenta de la imposibilidad de continuar por la senda del crecimiento capitalista. También de que la única vía de escape es un cambio radical que ponga en primer plano "lo común", lo compartido, frente a lo excluyente.

    Comunidad, comunitario, comunión, comunal, mancomunado, son palabras aceptadas favorablemente, todas ellas derivadas de "común".

    ¿Por qué en cambio se proscriben "comunismo" y "comunista"? Para mí, la razón está clara. Mientras los otros términos describen conceptos objetivos, "comunista" implica subjetividad, y con ella intencionalidad. Hay un principio activo, frente a conceptos puramente descriptivos, que hace el término intolerable para los poseedores-desposeedores.

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    1. Intolerable, sobre todo para los Florentinos Pérez, capaces de secar ríos para ingresarlos en sus mega cuentas corrientes. A estos desalmados les importa un comino el planeta, pero están aferrados al timón como garrapata a perro.

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