29 febrero, 2016

Joseba Arregi, torturado y asesinado por la policía española hace 35 años - Adelaida Artigado


Joseba Arregi fue detenido el día 4 de febrero de 1981. Bajo la hostil Ley Antiterrorista, fue incomunicado y puesto a disposición de la Brigada Regional de Información durante nueve días en la Dirección General de Seguridad de Madrid. Mañana, tarde y noche, los policías emplearon con Joseba las prácticas más violentas que se pueden ejercer contra un ser humano. Instruidos y amparados por el propio Estado. Su ley pro torturas se les fue de las manos.

—¿Qué ha pasado? –se preguntaban por todos los ministerios, asombrados.

—¡Tortura, sí –susurraban entre ellos–, pero calculando los límites de tolerancia del cuerpo humano!

A Joseba lo habían matado.

—Oso latza izan da (Ha sido muy duro) –había susurrado Joseba a Iñaki Agirre (ETApm), a Xose Lois Fernandez (grapo) y a Lois Alfonso Riveiro (PCEr) cuando le encontraron aniquilado en la celda 23 de la planta alta del hospital penitenciario de Carabanchel.

—Me colgaron en la barra varias veces dándome golpes en los pies, llegando a quemármelos no sé con qué; saltaban encima de mi pecho, los porrazos, puñetazos y patadas fueron en todas partes –les relató moribundo cuando los compañeros le preguntaron por los tipos de torturas que había sufrido.

—Conforme lo desvestíamos para acostarlo fue apareciéndonos el cuadro tétrico de su cuerpo cubierto de grandes hematomas, siendo el más llamativo uno totalmente ennegrecido de dimensiones aproximadas a los veinte centímetros que le circundaba completamente a la altura de los riñones.

Los pies hinchados presentaban en toda la superficie de sus plantas un hematoma ennegrecido con visibles quemaduras y ulceraciones tratados con mercromina –declararían públicamente los presos políticos en una nota lanzada por la ventana del hospital penitenciario de Carabanchel.

—¿Te trataron con algún medicamento en la Dirección General de Seguridad? –preguntaron los compañeros.

—Me untaron con pomada –contestó él.

Iñaki, Xosé y Lois tuvieron que irse a sus celdas, que se encontraban en la planta baja. Pero a las nueve de la mañana del día siguiente subieron de nuevo para asistirle.

Pasó toda la noche con diarrea, cagándose encima. No meó porque sus riñones estaban reventados. Tenía mucha más dificultad para respirar.

—Nik uste diat hiltzekotan nagoela (Creo que me estoy muriendo) –susurró, cuando advirtió la presencia de sus compañeros. Y murió pocas horas después.

—¡Ha muerto un etarra, viva Cristo Rey! –retumbaban los gritos de los carceleros entre los muros carcelarios.

—El cadáver presentaba algunas contusiones cuyo origen no se ha podido determinar, de momento. Sobre todo, en el cuero cabelludo frontal, hematomas superficiales en ambos ojos y en los párpados. También presenta quemaduras en las plantas de los pies. En cualquier caso, me reservo la última opinión –puntualizaba el juez, José Antonio de la Campa, después de presenciar la autopsia.

—Fallo respiratorio originado por proceso bronconeumótico con intenso edema pulmonar bilateral y derrame de ambas cavidades pleurales y periocardio –precisaba el informe forense. Dicho de forma llana: le reventaron el corazón y los pulmones. Del resto de órganos no hacía mención el análisis anatómico.

—¡Que se busquen responsables! –gritaban indignados en los pasillos ministeriales.

Todos los partidos políticos españoles expresaban su «indignación» y su condena ante la muerte de Joseba y reclamaban un drástico castigo a los culpables.

—¡Caerá el peso de la ley sobre las personas implicadas!–transmitían los portavoces del Gobierno, a la vez que exigían dimisiones en masa.

Opuestos a la cínica hipocresía gubernamental, un gran número de reclusos y reclusas iniciaron una huelga de hambre en las prisiones de todo el Estado, en protesta por el asesinato de Joseba Arregi en dependencias policiales.

Euskadi se paralizó con una huelga general y se organizaron múltiples manifestaciones contra las torturas sistemáticas y los asesinatos de Estado. Con una masiva participación del pueblo vasco que se alzó contra los asesinos y sus cómplices. En las manifestaciones se podían leer los eslóganes: «Disolución de los cuerpos represivos» y «Abajo la Ley Antiterrorista».

De setenta y dos policías que participaron en el interrogatorio, solo dos fueron procesados por «supuestos malos tratos». Ambos fueron absueltos por la Audiencia Provincial, con la alegación: «Es público y notorio que los terroristas se autolesionan y después denuncian por malos tratos». Ante el recurso presentado por la acusación particular volvieron a ser juzgados y nuevamente absueltos. Negando que se hubiera producido un delito de torturas sino solo negligencia en la custodia del detenido; considerando que «Arregi mostraba una técnica muy estudiada para producirse autolesiones».

—Una inyección de moral para los policías encargados de la lucha antiterrorista– manifestaban los medios policiales.

Ante el escándalo que provocaron las descaradas indulgencias, el Tribunal Supremo anuló las sentencias absolutorias y condenó a los inspectores Julián Marín Ríos y Juan Antonio Gil Rubiales a cuatro y tres meses de arresto, y tres y dos años de suspensión de empleo respectivamente. Reconociendo que Joseba fue torturado, sin entrar a juzgar la relación existente entre sus lesiones y la posterior muerte del detenido. Un sarcasmo del Supremo, que certificó: entre todos lo mataron, pero él solo se murió.

Relato extraído del libro A un latido de distancia, de Adelaida Artigado



26 febrero, 2016

"Tiempo vacío no hay más que uno: eso a lo que llamamos Futuro" - Agustín Gª Calvo


Fragmento extraído de Enseñar a no saber, charla de Agustín Gª Calvo en la UNED 26/3/99
Texto completo à (pdf)

“Ya se sabe que no se derriba el régimen de un soplo, pero mientras tanto cabe acá abajo corroer la fe en las mentiras que lo sostienen y dejarlo que se hunda. ¡Salud y a ello!” A G C
La realidad es primariamente futura, como el Dinero lo es. No hay en verdad más dinero que el futuro. Como se demuestra cuando el dinero es dinero considerable y de verdad: el de la Banca, el de las Bolsas, el de los tráficos por la red informática universal. No hay más dinero que el futuro, o en otras palabras, la verdadera moneda del dinero es el tiempo vacío, y tiempo vacío no hay más que uno: eso a lo que llamamos Futuro. Porque las otras formas del tiempo, torpes, embrolladas, están siempre llenas o de acontecimientos, o de recuerdos inoportunos, o de sentimientos, de cualquier cosa, pero el futuro está limpio. El futuro es el puro tiempo, y es por eso en el Futuro en el que se asienta la Realidad, y con el que el dinero, realidad de las realidades, opera como su moneda propia.
De manera que es así como la realidad necesitada de fe es esencialmente futura, y ahora ya entendéis mejor la igualación entre saber y fe. Respecto al futuro, lo que se sabe es lo que se cree, lo que se cree es lo que se sabe. No hay ninguna otra manera de saber. Basta sólo a partir de ahí, de lo que está bien claro con respecto al futuro, el tiempo vacío, para entender que todo el resto de lo que se nos vende como tiempo, aunque se llame también Pasado, Historia, cualquier tiempo real, es decir, medible y contable, el tiempo de los relojes y los calendarios tiene esa misma condición que aparece clara en el tiempo futuro. Tiene esa condición de ser un tiempo vacío, en el que de verdad no pasa nada ni ha pasado nada. Eso con respecto a las cosas que se llaman pasado y al saber del pasado que figura como Historia, es bastante fácil de hacer: basta con arrasar todo lo que pueda haber de recuerdo vivo en nosotros, y reducirlo al calendario, a las fechas, a la Historia precisamente, entonces ya tenemos un tiempo perfectamente muerto y por tanto tan manejable como el propio tiempo futuro. Lo que nos está pasando ahora mismo, esta tarde aquí según os estoy hablando, parece que es cosa de otro jaez. Se intenta que no haya nada de eso, que ahora mismo no esté pasando nada, que esto ya, aparte de ser una cosa que tiene su justificación en el futuro, por lo pronto en lo que los piensen que iba a ser y que va a ser todo este ciclo de conferencias y para lo que va a servir, aparte de eso puede estar ya convertido en algo que ha pasado: aquí estuvo Fulano de Tal, Don Agustín, por ejemplo, y nos estuvo soltando unas ideas que él tenía acerca del saber, del creer, de la realidad, del tiempo, o sea, haciendo conmigo eso que os he presentado ahí, de manera que convirtiéndolo en un saber histórico, por tanto plenamente real, y en el que ya no se puede hacer nada que no sea lo que ya está hecho. De la manera más clara el órgano rey de los Medios de Formación de Masas, la televisión, os lo está haciendo todos los días: procura que en el mismo momento todo se convierta en Historia, que por el sólo milagro de aparecer en la pequeña pantalla aquello ya no esté pasando sino que haya pasado, que sea una historia, que esté muerto. Ese es el sentido que tienen los noticieros de televisión a la cabeza y los de los demás Medios de Formación de Masas: convertir en Historia todo. Todo esto por entrar un momento en política, que para mí no se puede separar de la lógica para nada, del pensamiento, todo esto se entiende bastante bien si uno recuerda que la función de poder, de cualquier forma de poder, es la administración de muerte. Que el futuro es algo que está fundado en que desde niño, contra lo que me quedaba de vivo y de niño, me han convencido de que me voy a morir mañana. Y estoy constituido por una muerte siempre futura. No hay otra: muerte de verdad, la mía, no hay otra: la siempre futura. Y entonces comprendéis que desde esa raíz es donde el futuro mismo arranca, y si es verdad que la realidad es primariamente futura, como he tratado de mostraros, pues en eso está fundada la realidad y el Poder administra la muerte.

Eso es lo que hace la Banca con la realidad de las realidades. Es lo que hace el Estado. Es lo que hace cualquier forma de poder. Es lo que hace cada uno consigo mismo y contra sí mismo: administrar su muerte. Admitir el cambiazo que le han metido. En lugar de alguna vida que se podía vivir, en la que podía pasar algo, pensar algo, descubrir algo, en lugar de eso tiempo, cumpleaños, oposición, matrimonio, jubilación, hijos: tiempo vacío. En eso consiste la administración de muerte. De manera que, naturalmente, el súbdito que ha admitido eso suficientemente, que se lo ha tragado lo bastante, es ya un súbdito que cree en la realidad como está mandado, que no le van a entrar ya grandes dudas acerca de que la realidad sea todo lo que hay, y que se va a olvidar en cuanto salga de aquí de cualquier cosa de las que estáis oyendo y que pudiera crearle problemas respecto a esa constitución de la Realidad que implica su propia constitución personal en cuanto ente real. El poder, terminando con este paréntesis político, necesita la Realidad. El Poder la fabrica y además (este es el gran aliento de lo que nos queda por debajo del Poder, de lo nos queda de verdad, de vivo, de pueblo) no deja de fabricarla, lo cual sugiere que nunca está satisfecho con la realidad ya establecida, escrita incluso en los libros y las tesis doctorales, enseñada en los planes de estudio como si ya de antemano cualquier ministro pudiera saber todo lo que tiene que saberse a lo largo de una año (porque un Plan de Estudios implica nada menos que eso: un funcionario, un ejecutivo de la Cultura al servicio del Poder sabe al empezar el año todo lo que los chicos y chicas tiene que saber a lo largo del año. Si no, no hay exámenes, ni hay por tanto Institución de Enseñanza). De manera que esta es la situación ridícula y sangrienta al mismo tiempo en la que nos encontramos. El Poder necesita realidad y por tanto se obstina en rehacerla y volverla hacer y machacar en ella todos los días, y esto es, como os sugería, un aliento para lo que queda por debajo del Poder: si estuviera de verdad ahí, si la realidad fuera algo físico, dado desde fuera, entonces qué necesidad tendrían de estarla predicando todos los días por la televisión, desde las cátedras, en los centros de enseñanza, en los libros, que más y más se publican acerca de la realidad o la física o la histórica o la económica o la política o cualquier otra forma de realidad, si lo hacen, como evidentemente lo hacen, sañudamente, constantemente y cada vez más se podría decir, es porque nunca está bien hecha del todo. Este es el aliento, no de esperanza sino de mera confianza negativa que nos asiste en aquello que nos queda por debajo del Poder. Eso, si no hubiera pruebas más directas, mostraría la falsedad de la pretensión de que la realidad está hecha. El saber, concluyendo esta parte, la constituye. El saber nunca está apartado de la propia realidad. El saber, en cuanto pretende estar establecido, se trata de referir a una realidad que está establecida. Y esto es, evidentemente, mentira, tan mentira como real. La Realidad es por tanto esencialmente falsa, según he tratado de sugeriros: aparte de ser real es falsa, y es falsa porque está sostenida por un saber, lo que es, un saber que, en los grados más altos, la Ciencia positiva representa, y ese saber es falso. Ese saber no se sostiene más que por fe, a fuerza de fe. Es lo mismo que la fe.

esculturas: Cayetano Ferrandez

25 febrero, 2016

“El enemigo y principal amenaza para la humanidad no es el impreciso y siempre mal definido ‘terrorismo’ ” – Marcelo Colussi

Fuente: Rebelión (04.11.11)

Sobre el terrorismo.
Siendo estrictos, no hay una definición unívoca del término. En todo caso, puede advertirse desde el inicio que su nombre mismo ya presenta una carga negativa: evoca el terror. Un acto terrorista, por tanto, más que significado político –según la lógica con que usualmente se usa en Occidente– es sinónimo de salvajismo. Carga que no tiene, por ejemplo, la llamada guerra convencional. En ese sentido, habría violencia “buena” y “mala”. La cuestión es: ¿quién lo decide?
¿Son prácticas “terroristas” las guerras de guerrillas, las guerras de liberación nacional, las luchas anticolonialistas? ¿Cuándo empiezan a ser “terroristas” las acciones militares? Por cierto que el campo conceptual es amplio, difuso, cargado ideológicamente. Si lo que busca el “terrorismo” es crear conmoción y pavor –según una sesgada visión–, eso fue lo que logró, por ejemplo, la invasión angloestadounidense en Irak en el 2003, a punto que así se designó oficialmente la operación; y no se la llamó “invasión terrorista”. El millón y medio de iraquíes muertos no son condenables entonces, porque lo que la coalición invasora hacía no era terrorismo. Era guerra, “guerra preventiva” incluso, y en guerra todo se vale; en todo caso, la muerte de civiles entra en la categoría de “daños colaterales”. Pero terrorismo: no.
Más de 1.650 palestinos muertos durante la ofensiva israelí en Gaza: dos tercios civiles
Todo esto abre una pregunta de difícil respuesta: ya que es tan difícil dejar claro en términos conceptuales cuándo algo no es terrorista y cuándo comienza a serlo, entonces ¿quiénes son más “terroristas”: las guerrillas antiimperialistas latinoamericanas o los grupos musulmanes antisionistas?, ¿el ejército israelí o la ETA vasca?, ¿las tropas rusas en Chechenia o los comandos chechenios en Rusia?, ¿las bombas inteligentes lanzadas por Estados Unidos o los zapatistas de Chiapas? Porque si de crear conmoción y pavor se trata, de aterrorizar a la población, ¿asusta más un encapuchado armado que un bombardero estratégico subsónico de largo alcance Boeing B–52 Stratofortress con capacidad para transportar 32 toneladas de armamentos, incluidas armas nucleares? ¿Qué aterroriza más: una granada detonada en el interior de un transporte público de pasajeros por un comando suicida o los 6.000 misiles con cabeza atómica que tiene emplazados el gobierno de Estados Unidos cubriendo todo el planeta?
Como vemos, las posibilidades que pueden caer bajo el arco de “terrorismo” son por demás de amplias: una bomba en un restaurante, una emboscada a una unidad de un ejército regular, un ataque aéreo de un país contra otro, son todas acciones igualmente violentas, con resultados similares: muerte, destrucción, terror en los sobrevivientes. ¿Cuál de ellas es más “terrorista”? ¿Y dónde dejamos la tortura? ¿No es aterrorizante ella? Lo cierto es que muchos gobiernos, si no casi todos, pese a estar prohibida por diversos instrumentos de legislación internacional, la utilizan, pudiendo llegar a justificarla. ¿No constituye ello un acto de terrorismo?
Cinco militares españoles procesados por torturar a prisioneros en Irak
En lo que para los ideólogos de la Guerra Fría, considerada desde lado occidental, pasó a ser una situación de emergencia, tal como fue el enfrentamiento total contra el “comunismo internacional”, según el ideólogo francés Roger Trinquier (padre de las guerras sucias surgidas en la segunda mitad del siglo pasado), los límites legales pueden pasar a ser una barrera para la acción contrainsurgente; de ese modo, según esta visión, las leyes (y ahí puede considerarse también a los derechos humanos) son una ayuda para los movimientos insurgentes, o si se prefiere, los movimientos populares en su conjunto. La ley es un obstáculo para la guerra total; por ello una salida, siempre según esta visión contrainsurgente, pasa por apartar al enemigo subversivo del marco legal que podría protegerlo. En ese marco, entonces, las tareas de inteligencia y los servicios de información adquieren preeminencia. Y a nadie, desde el discurso dominante, se le ocurriría llamar “terroristas” a esas estrategias. ¿Pero qué otra cosa son si no eso?
Es obvio que el término “terrorista” no es nada inocente; su utilización arrastra una tácita condena: habría una violencia legítima –la que puede ejercer un Estado contra otro, incluso con poder nuclear o con armas de destrucción masiva, como las químicas o bacteriológicas, o la que ejerce contra insurrectos que se alzan contra el orden constituido–, y una violencia no legítima a la que le cabe el mote –casi despectivo– de “terrorismo”. La diferencia estriba no precisamente en una consideración ética (la violencia es siempre violencia, y ninguna es más “buena” que otra) sino en un ordenamiento jurídico que se desprende, en definitiva, de relaciones de poder.

El atentado contra las torres del Centro Mundial de Comercio de New York es un acto terrorista, pero no lo es –al menos así lo presenta la prensa oficial que moldea la opinión pública mundial– un manual militar que enseña a torturar o a desarrollar guerra psicológica contra población civil. ¿Cuál de las dos lógicas en juego es más “terrorista”?
Si lo distintivo de un acto “terrorista” es la búsqueda de población civil no combatiente como objetivo, el 80 % de los muertos en las guerras habidas desde el final de la Segunda Guerra Mundial en 1945 a la fecha se encuadra en este concepto; actos, sin duda, por los que ningún militar ni político ha sido juzgado en calidad de “terrorista”. Lo cual se refuerza con algunos hechos dignos de ser mencionados por lo sintomático, o por lo absurdo: si los jerarcas nazis del Tercer Reich o el serbio Slobodan Milošević fueron condenados como criminales de guerras –que, por cierto, lo fueron–, no sucedió lo mismo con, por ejemplo, el dictador nicaragüense Anastasio Somoza (un “hijo de puta” pero, “su” hijo de puta, según el presidente estadounidense Roosevelt), o el propio presidente estadounidense Harry Truman, que sin necesidad militar real de hacerlo ordenó dejar caer las dos bombas atómicas sobre el ya derrotado Japón en 1945. ¿Por qué unos son los “malos”, los “terroristas” funestos, y otros son los “buenos”, los “defensores de la paz y la libertad”? ¿Por qué torturar en Guantánamo o en Abu Ghraib no sería terrorismo, y sí lo es hacer una emboscada al ejército colombiano en las selvas del Putumayo?
Detenidos en una de las celdas en Guantánamo, Cuba en 2012. (Foto Prensa Libre: AP)
Hoy por hoy, en un mundo absolutamente dominado por los montajes mediáticos, en forma insistente se ha ido metiendo la idea del “terrorismo” como uno de los peores flagelos de la humanidad. De manera casi refleja suele asociárselo con maldad, crueldad, barbarie; y por cierto, en esa visión parcial e interesada, aleja de la civilización llamada democrática, presunto punto de llegada de la evolución cultural. Dentro de esa lógica hemos terminado por no poder distanciarnos de la falacia –llevada a grados patéticos por los actuales poderes fácticos que manejan las administraciones de Washington, independientemente que sean demócratas o republicanas– de “terrorismo = malo, estamos contra él o somos un terrorista más”. Merced al impresionante juego manipulatorio de los medios masivos de comunicación suele ligárselo a cualquier forma de protesta, en general conectada con los países más pobres y postergados. Es intrínsecamente perverso, traicionero, sádico, propio de fanáticos fundamentalistas sedientos de sangre. Un “terrorista” –según ese orden discursivo– es un delincuente subversivo, un apátrida, un descorazonado asesino sin valores morales; en definitiva: un monstruo inhumano. Y una vez más: torturar a un “terrorista” puede llegar a ser noble, en función de una guerra con intereses superiores. ¿No es eso un atentado elemental a la inteligencia y a la dignidad de quienes debemos escuchar tamaña estupidez?
¿Quién en su sano juicio podría alegrarse y festejar por la muerte violenta de unos niños, de una señora que estaba haciendo sus compras en el mercado, de un ocasional transeúnte alcanzado por una explosión? Pero ahí está la falacia, lo perverso del mensaje sesgado con que el poder se defiende: se presenta la parte por el todo, mostrando sólo un aspecto –con ribetes sentimentales– de un conjunto mucho más complejo. ¿Alguna vez los medios muestran las escenas dantescas que sobrevienen a los bombardeos “legales” de una potencia militar? ¿Alguna vez se habla de las monstruosidades propiciadas por la pedagogía del terror de los manuales de operación como los que sigue impartiendo la Escuela de las Américas preparando militares listos siempre para la represión? ¿Es más legítimo un misil “libre y democrático” de Estados Unidos que uno que puede disparar, por ejemplo, Hamas en el Medio Oriente? ¿Sufre más una víctima que la otra? ¿Es más “buena” y “respetable” una violencia que otra?

Está claro que la dimensión del fenómeno es infinitamente más compleja que la malintencionada simplificación con que, en general, se nos presenta el problema. El maniqueísmo, en definitiva, ahoga las posibilidades de soluciones reales. Son tan víctimas los civiles que mueren en un atentado dinamitero hecho por un grupo irregular como los que caen bajo el fuego de un ejército regular. ¿Por qué los regulares serían menos asesinos que los irregulares? En un sentido, lo son más, puesto que los movimientos insurgentes tienen siempre motivaciones libertarias: los invasores no.
El mundo sigue siendo injusto, terriblemente injusto; la distribución de la riqueza que nuestra especie crea es de una inequidad espantosa. El hambre sigue siendo una de las principales causas de muerte de la población mundial, hambre evitable, hambre que debería desaparecer si se repartiera algo más equitativamente el producto social que creamos los humanos. Esa injusticia estructural en las relaciones interhumanas es el principal exterminio que enfrentamos a diario; pero eso no es la gran noticia, de eso no se habla mucho. Hoy el “terrorismo internacional” se presenta como el peor de los apocalipsis concebibles, aunque debemos ser cautos en su apreciación.
“Cientos de millones de personas agonizan a causa del hambre y del subdesarrollo, víctimas del desorden político y económico internacional que reina en la actualidad. Está teniendo lugar un holocausto sin precedentes, cuyo horror abarca en un sólo año el espanto de las masacres que nuestras generaciones conocieron en la primera mitad de este siglo y que desborda por momentos el perímetro de la barbarie y de la muerte, no solamente en el mundo, sino también en nuestras conciencias.” (…) “El motivo principal de esta tragedia es de carácter político.” Manifiesto contra el Hambre. 
Por tanto el enemigo y principal amenaza para la humanidad no es el impreciso y siempre mal definido “terrorismo”; sigue siendo la injusticia.

22 febrero, 2016

"Si os dejáis coger por el existir estáis perdidos" - Agustín Gª Calvo

La necesidad de ser ateo - Agustín García Calvo



Cuando me han invitado los compañeros a venir aquí era bajo un título que ellos tenían puesto “La necesidad de ser ateo”. Voy a insistir en esta necesidad, pero voy sobre todo a tratar de evitar algunos de los errores que sirven para la asimilación de cualesquiera forma no solo de ateísmo, sino de protesta o de rebeldía. Voy a insistir, por lo tanto, no sólo en la necesidad de ser ateo, la necesidad de no creer, sino también en las dificultades de ser ateo; dificultades tan grandes, esas de llegar a ser ateo de verdad, que probablemente eso sea una aspiración inasequible para la Persona de uno cualquiera de nosotros. En esas dificultades tengo que insistir sobre todo camino de evitar algunas de las ilusiones que fácilmente se puede hacer uno, o una, acerca de que ha dejado de creer, de que ya no tiene Dios, cosa en cuya dificultad, o casi imposibilidad, voy a insistir mayormente. Pero desde luego antes quiero ponerme del lado de los organizadores que hablan de la necesidad de ser ateos, supongo para cualquier forma, no ya de anarquía, sino de rebeldía simplemente, de no conformidad con el régimen. No voy a insistir en ello.

Me ha venido al recuerdo, precisamente, al encontrarme en esta situación, un suceso de café de hace unos treinta años, de mis años de París, que os voy a referir ahora. Estábamos gentes de las que más o menos nos juntábamos por allí en horda, en los cafeses, más o menos gente sans faire lieu, gentes desterradas de una manera o de otra, y estando en el café entró uno de estos hombres que eran y son, cada vez más frecuentes, como predicadores no me acuerdo ya de qué secta... evangelista... testigos de Dios... o alguna otra cosa, nos da lo mismo de todas formas; y que entró haciendo allí su propaganda, en el café, y parece que los amigos empezaron a gastarle bromas o a tomárselo un poco a cachondeo hasta que el hombre acabó (perdonad que os lo diga primero en francés, que es como me acuerdo) diciéndonos: Bon, est-ce que vous ne croyez pas en Dieu, y entonces me salió decirle: Si, si, on y croit, mais...nous sommes en contre; esta es la actitud que a lo largo de treinta años todavía sigo admitiendo. Él nos decía: “entonces ¿es que no creéis en Dios?” y la respuesta era: “Sí, sí, sí que creemos, solo que estamos en contra”. Esta es la actitud. En francés se dice on y en contre, de una manera mucho más adecuada porque se emplea, como es normal, en la conversación el impersonal, el “on”, de manera que literalmente eso dice “se está en contra” y es importante recordar este impersonal, este “se”, que no es nadie, “se está en contra”, mucho mejor que “nosotros”, porque como ya os sugería, veremos más detenidamente que la aspiración de ser un “ sin Dios” de ser un “sin Fe”, es demasiado alta o demasiado honda para una persona, para un individuo, ni para un conjunto o asociación de individuos, por supuesto. Es más bien “se”, todos y cualquiera, nadie, este bendito “se”, impersonal, que se emplea en nuestra lengua, el que podría decirse que puede llegar a no creer, pero uno de nosotros, una persona más o menos bien constituida, ¡cómo puede presumir de haber llegado a librarse de Dios, de haber llegado a no creer! Eso es imposible.

Una de las formas del engaño que hace que muchos de vosotros hayáis venido aquí, tal vez, con la ilusión de que no creéis en Dios, ilusión que voy a proceder a desmontar lo más furibundamente que pueda. La ilusión está sostenida por el hecho mismo de que como debíais saber y tener comprobado por vuestra experiencia y por la experiencia de la historia que os cuentan, Dios cambia de cara precisamente para ser el mismo, para mantenerse; y entonces es destino, no solo de las personas sino también de las asociaciones, incluso de las de izquierda, incluso de las rebeldes, incluso de las anarquistas, es destino estarse fijando siempre en la cara que tenía el Señor en el estadio anterior de su progreso, y de esa manera olvidarse de la que tiene en el momento actual en que la rebeldía intentaba levantarse contra Él.


Este es el destino que hace también que muchos de vosotros, en general, os hayáis visto enredados en luchas con fantasmas de formas de poder, de formas de dominio, pasadas, más o menos recientes, que os hace recordar constantemente que ha habido cosas como dictaduras, que las hay alrededor del mundo del desarrollo, que estas formas de dictaduras, más o menos acompañadas de formas de religión, dan lugar a guerras. La Televisión del Señor, por la cuenta que le tiene os lo recuerda todos los días; os lo mete por delante de los ojos ¿para qué?: para que todavía, cegados por el miedo de la Dictadura, por el miedo de las formas de represión antiguas, por el miedo de las formas de censura pasadas de moda, no se os ocurra ni tan siquiera levantaros contra las formas de régimen que hoy inmediatamente padecemos, el Régimen de la Sociedad del Bienestar.

Este es el destino, triste, de la mayoría de las actitudes de rebeldía, y con respecto a la figura del Señor, con respecto a la figura de Dios, lo mismo y además de una manera muy clara. Es que nos lo han contado ya desde la escuela; es que nos lo cuenta ya la propia televisión si se descuida cuando saca sus peliculones para que no os olvidéis de otras formas de Realidades. ¿No se os ha contado que unas veces el Señor en los tiempos recientes, se llamaba Alá, otras Jehová, otras era el Dios cristiano o hasta católico?, ¿y que antes de eso, pues había otras formas del Señor en que a lo mejor era dos, principio del Bien y Principio del Mal o en que, a lo mejor, incluso eran muchos, pero como ya entre los antiguos romanos, configurados en forma de estamento divino bien establecido como corresponde a quién intenta imponer el mismo orden en el mundo que le cae debajo; ¿no os han contado todo esto y no os dais cuenta de que las acciones, las dedicaciones, de ese Dios, en sus diferentes formas, han sido siempre las mismas? Han sido siempre las mismas y que, por ejemplo, para ponerlo lo más relumbrante, en las guerras santas se ha hecho lo mismo en nombre de Alá, que de Jehová, que en el de Dios católico y la Cruz, y en el nombre de cualquier otro Dios que en ese momento esté rigiendo; ¿es qué podéis apreciar alguna diferencia? Ha sido siempre, la misma, la guerra; ha sido siempre, la misma, la forma de represión; ha sido siempre, la misma, la ilusión que os hace aceptar en lugar de vida un sustituto ordenado desde arriba. Siempre ha sido la misma pero siempre ha sido distinta, cambiando y cambiando a cada poco y en cada sitio y además, según el progreso de la astucia del Señor, cambiando cada vez más deprisa para que no haya tiempo casi siquiera a darse cuenta de cuál es el último cambiazo que el señor ha hecho de su cara y de su nombre para seguirnos engañando.


De manera que esa es una de las raíces de la ilusión. Hoy, por supuesto, padecemos, como siempre, pero además como nunca, puesto que del Régimen del Bienestar estamos en la culminación de la Historia –esta es la única época en verdad, y todas las demás no son más que imaginerías, librescas, televisivas, que pertenecen también a esta época– estamos padeciendo a Dios de la manera más extremada, más astuta, y, por tanto, más difícil de luchar contra ella. Padecemos un Dios que, como siempre, es como los teólogos medievales decían, ‘el que existe’, ‘el que existe’. El verbo ‘existir’ se inventó, ya veis, no hace tantos siglos, se inventó hace unos once o doce siglos, en las escuelas del Viejo Dios, en las escuelas de Teología, se inventó precisamente para Dios, no para otra cosa. Hacía falta un verbo que tuviera la bastante potencia de engaño para sostener el imperio del Señor que entonces hacía falta. Se inventó un verbo que, de una manera típicamente ambigua, quisiera decir ser el que se es, ser según lo que es; y por otro lado quisiera decir que lo había de eso, que estaba aquí presente. Las lenguas corrientes, la lengua de verdad, la lengua del pueblo que no es nadie, la lengua verdadera no conoce tal cosa, como ese trampantojo del existir. En lenguaje corriente se dice hay: hay agua, hay pan, o no hay agua, no hay pan. Cuando el ateísmo toma una voz relativamente popular, jamás se le ocurrirá la estupidez de decir: Dios no existe. Una estupidez que va contra el hecho mismo de que Dios es precisamente el que existe. El pueblo desde abajo lo más que hará será aventar, como tantas veces ha aventado: ¡no hay Dios! ¡no hay Dios!, empleando el lenguaje corriente, el lenguaje verdadero; pero si os dejáis coger por el existir estáis perdidos porque el verbo se inventó precisamente para Dios y para sostener el Poder de Dios; el verbo por desgracia –esa es nuestra desgracia– aunque partía de las escuelas y de la Teología, en todas las lenguas de Europa se ha generalizado mucho, se ha hecho, no diré tanto como popular, pero usual; se oye a cada paso, especialmente por labios de gente más o menos pedante, como en el caso extremo de aquel locutor al que una vez oí decir: “Mañana existirán algunos nublados...”.

No es corriente, pero en casos extremos se pueden llegar a oír cosas semejantes y los niños pueden llegar a preguntar graciosamente a sus padres si los ogros existen, si las hadas existen, de manera que el verbo, por desgracia, ha penetrado bastante, y según el verbo ha ido penetrando así ha ido penetrando la capacidad de engaño. Decir que “existe” es no decir nada, pero esa es la virtud precisamente de ese verbo, porque cuando se dice: “hay Dios” o “no hay Dios”, Dios está en el decirlo, pero cuando se dice “Dios existe” o “Dios no existe”, Dios se queda fuera y parece que con el verbo se está diciendo de él algo, como si se dijera: “es alto, es bajo, tiene barbas, es viejo, es joven”, no se dice nada. Cuando se dice “Dios existe”, no se dice nada, porque Dios ha quedado ya puesto en la primera parte de la frase y la segunda es un vacío que se añade, pero este vacío, este es el poderoso, este es el confirmador, este es el que da la impresión de que eso de decir “existe” o “no existe” es decir algo, precisamente cuando no se está diciendo nada.

Esto os da una idea del poder de Dios y de la forma y los mecanismos que la ilusión ha impuesto en nosotros y que hace que muchos hayáis llegado a creeros que no creéis en Dios. Una tontería de la que sigo desanimándoos: desde que eso del existir se empezó a extender todo aquello de lo que se dice como de Dios, “Dios existe”, todo aquello de lo que se dice también, como p. ej. “la Patria existe, el amor existe, la familia existe”, todo eso es Dios, son sustitutos y apariciones de Dios. Han aceptado el truco del existir y con él se está aceptado todo. Existir es justamente el verbo de la Realidad, de la Realidad, por supuesto, falsa, porque no hay más Realidad que la falsa. La Realidad es necesariamente falsa. Por eso también los teólogos habían llegado a decir de Dios que era el Ens realissimum, es decir, el ser más real de todos los seres. Esa es la definición exacta de Dios: el Existente. ¿Cómo Dios no va a existir si no tiene otra cosa que hacer? Dios existe, por supuesto, y cualquier intento de negarlo aceptando el verbo existir o aceptando la Realidad, es vano; está condenado a la asimilación desde antes de pronunciarse la palabra del supuesto descreimiento. Todo aquello que existe, que es real, que pertenece a esta Realidad falsa, todo es Dios; todo no es más que apariciones de Dios. Entonces ¿cómo vais a creer que no creéis si estáis metidos en eso todos los días y aparentemente por necesidad? ¿Creéis en la Realidad o no? Si acaso os entra alguna duda, cuando sois niños ya el ceño o el puntapié del padre os habrá hecho volver al buen camino diciendo: “la Realidad es la Realidad, muchacho, y se acabó”. La Realidad es la Realidad; ese padre con su ceño, su puntapié, sin darse cuenta estaba predicando a Dios, estaba predicando la existencia de Dios, simplemente.

Porque la Realidad es Dios: la Realidad es falsa, pero es Dios, como Dios es falso necesariamente, como su verbo existir es una falsedad, pero la Realidad es la Realidad y es falsa. ¿Qué os estoy diciendo? Que no se puede tampoco respetar el verbo creer, ni siquiera poniéndole la negación. También lo de “creer en...” se inventó para Dios; quedó consagrado en el Credo de Nicea: “Credo in unum Deum...”. Esas cosas en latín no se habían dicho hasta entonces, pero desde entonces se establecieron y quedaron dichas: creer en,... El verbo creer era “confiar”, hasta, significativamente, “dar a crédito”, eso era “credere”, pero, esta maravilla de “creer en...” eso se inventó precisamente con el Credo y se inventó para Dios, de manera que “creer en...”, empleado de esa manera, es también algo teológico, y cada vez que lo empleáis estáis cayendo en las redes de la Teología del Señor, cada vez que decís: creo en esto... creo en lo otro. No cuando decís: “Hombre, confío en que no seas tan cabrón...” esa confianza... bueno, no va muy allá. Pero si ya decimos: “creo en ti o creo en esto, creo en lo otro” estáis diciendo: “Creo en Dios”, de una manera indirecta, pero estáis diciendo “Creo en Dios”, de manera que lo que hay que atacar es precisamente lo que a Dios sostiene. Lo que a Dios sostiene es la Fe. La Fe que está representada por esto de “creer en...”, de manera que si alguno de vosotros cree que ha cambiado la Fe de sitio y que en vez de creer en el Viejo Dios, católico por ejemplo, puede creer en otra cosa –puede creer incluso hasta en la CNT– ése no está haciendo más que renovar el Poder de Dios, es decir, está justamente sirviendo a esta falsificación del Señor. No se puede creer en nada. “Creer en” quiere decir “creer en Dios”. La Fe es lo que lo sostiene.


En el Régimen del Bienestar, donde Dios ha alcanzado –por ahora, y es lo único que sabemos– su cota más alta de poder y de Realidad, y de capacidad de engaño, la cara predilecta y principal de Dios es, por supuesto, el dinero. El dinero, podría decirse de él lo mismo que los teólogos de Dios: “Ens realissimum” es el más real de todos los seres, es la Realidad de las Realidades. Cualesquiera otras cosas, si siguen existiendo y siendo reales en nuestro mundo es porque se pueden cambiar por dinero; si no, no. Si no, dejan inmediatamente de ser reales, se derrumban. Hay, por tanto, una gradación; hay cosas que no entran mucho, apenas, en el mercado: un sueño que se me está olvidando según me despierto... unas hierbecillas que pisoteo en el parque según cruzo para la oficina... Sí, son cositas que evidentemente las hay, pero como para el mercado no juegan mucho, pues...existen muy poco, así hay que decirlo, existen muy poco, no hay que darles importancia, pero las cosas más importantes, no solo las mercancías del mercado y el hipermercado, sino cualesquiera otra cosa que no se presente tanto como mercancía: un puesto que se gana por oposición, un amor que se asegura en forma de contrato más o menos matrimonial... esas cosas son cambiables por dinero, por mucho dinero, por eso son reales, porque son compatibles con el dinero y juegan con él y tienen su Realidad.

Fijaos bien como Dios siempre, en su progreso, de una manera cada vez más clara, ha tenido que ser impalpable, ideal. Parece que esto tendría que ser una condición impropia para mandar, para imponer poder, pues no. El sublimarse, el hacerse ideal, el hacerse impalpable ha demostrado Dios que es, por el contrario, la condición más eficaz para imponer su dominio. Ahí lo tenéis representado en nuestro Dios principal, el dinero, perfectamente impalpable, completamente ideal, porque no lo vais a confundir con esas monedillas que os dejan en el bolso para que os toméis un café, eso no es dinero, vamos, casi no es ni dinerillo; estoy hablando de dinero de verdad, el que juega, el que cruza el globo en las pantallas del televisor que informa de las cotizaciones en los mercados de Tokio y de Brasil en este mismo momento, ese de las trece o catorce cifras para arriba; ese es impalpable, ideal, sublime como lo ha sido siempre Dios. Pero precisamente por eso imponente, por eso poderoso, por esa impalpabilidad. De manera que veis claramente como el Dinero hereda al Dios de las viejas teologías en todos sus aspectos principales, también en ése.

No me detengo apenas –es un paréntesis– en la compatibilidad de este Dios, el más avanzado de todos, Realidad de las Realidades, el dinero que todo lo mueve, el primer motor, el que da Realidad a cualesquiera cosas y sin el cual las cosas no tienen Realidad ninguna. No voy a pararme más que un breve momento en hacer notar su compatibilidad con cualesquiera otros restos de dioses pertenecientes a otros sectores de fuera del desarrollo, a otras épocas anteriores al Régimen del Bienestar. Es perfectamente compatible, se llevan muy bien todos.


¿Cómo no se van a llevar bien si son el mismo y solamente tienen una cara un poco distinta para engañar a un sector u otro de los prójimos a quién les toque? ¿Cómo en el Régimen del Bienestar no van a florecer al lado de los Templos de la Banca cualesquiera otros templos y liturgias, no ya de los restos del catolicismo en nuestro mundo, sino cualesquiera otras formas de religiones más o menos orientales, más o menos venidas de las viejas sectas protestantes progresadas, cualesquiera forma de Hare Krisna, de lamaísmo, de budismo, de cosas mucho más indignas todavía, de vudú, de magia de este tipo o del otro? ¿Cómo no van a florecer más que nunca? Al Señor le gusta que, al mismo tiempo que en su altar –el Gran Templo de la Banca– aparece su cara verdadera, su efigie primera, en los altares de alrededor, en las capillitas, pues haya muchos santos, como siempre, haya muchos santos, muchas vírgenes, para distraer al personal. Esto siempre le ha gustado mucho a Dios, de manera que, si hiciera falta alguna prueba de que en nuestro mundo Dios es principalmente el dinero, no tendríais más que ver la facilidad con la que cualquier Ejecutivo, cualquier alto ejecutivo de una empresa, cualquier Director de un consorcio de Banca, puede permitirse al mismo tiempo ser católico, lamaísta o hacerse el horóscopo o creer en cualquier otra estupidez de lo que le manden. No tendríais más que ver como los periódicos mismos, al servicio por supuesto del Señor, de una manera mucho más fiel de lo que estuvieron jamás los libros de la Iglesia al Viejo Dios, como los periódicos tienen sus páginas dedicadas a las supersticiones de toda laya, con todos los colores, como tienen unas páginas de horóscopos con toda seriedad, para que cualesquiera de los creyentes en el Dios verdadero, en el dinero, al mismo tiempo puedan creer en las Estrellas de los Babilonios o en cualquier otra antigualla que les quieran meter bajo el nombre de Astrología. La compatibilidad es total, pero esta compatibilidad es prueba de que se trata de lo mismo, de manera que a los de vosotros que hayan llegado a creer que no creían, lo más que les puedo conceder es que hayan llegado a no creer en el Dios católico, en el Dios de Lama, del Tíbet, en el Dios de Buda, que a lo mejor no crean en los horóscopos ni en la Astrología ni en otras supersticiones, pero vamos, que hayan dejado de creer en Dios, para nada. Para nada porque eso implicaría que el propio verbo creer en había desaparecido.

En efecto, a Dios, un ente sublime impalpable, falso, poderoso, tan poderoso como falso, solo lo puede sostener la Fe. Vedlo con el dinero. ¿Qué sería del dinero si muchos de vosotros, incluso hasta sobrepasar la mayoría democrática, dejaran de creer en Él? ¿Os lo imagináis por un momento? Que dejaran de creer que de verdad el dinero es una Realidad y que es además la Realidad de las Realidades por la cual se pueden adquirir todas las demás y que el dinero, por lo tanto, es la condición primera de la vida y todo lo que hay que creer acerca del dinero. ¿Qué sería del dinero sin todos los mercados, la Red Informática Universal? Se derrumbaría en un momento porque solo está sostenido por la Fe, como siempre lo ha estado Dios.

En ese sentido os digo que no hay manera de no creer en Dios. Cabe tal vez, por las buenas, perder la Fe, dejar de creer, no creer en nada; y no creer en nada real, porque la creencia está para lo real. Otras cosas que haya que no sean reales, en esas no hace falta creer. Esas actúan; actúan por lo bajo. Dejar de creer en cualesquiera formas de Realidad es una aspiración que ninguno de vosotros va a alcanzar nunca del todo. Cada día, después de haber descreído de algunas formas de Realidad, se despertará teniendo que volver a creer en otras; e incluso si, por ejemplo, en esta sala la Fe, gracias a mí y a quién vosotros habléis ahora, saliera un tanto deteriorada, seguro que esta noche misma al tomar unas copas o, en todo caso, mañana al levantaros ya estaríais intentando rehacer vuestra Fe cambiándola ligeramente de sitio, para que, precisamente de esa manera, pudiera subsistir.

Os voy a explicar ahora por qué esto es así. Es que uno mismo es también una Realidad, como Dios, como el Dinero. Uno es una Realidad y entonces, si uno deja de creer en Dios deja de creer en sí mismo. Si uno deja de creer en la Realidad, deja de creer en sí mismo, su propio yo. Como dicen los filósofos y los psicoanalistas domesticados, el yo comienza inmediatamente a deshacerse; estaba precisamente solo sostenido por la Fe, igual que la Realidad entera.


¡Fe en ti mismo! ¡Fe en mí mismo! ¡Fe en sí mismo! Ése es el mandato que hoy como nunca impone el Régimen del Bienestar; nada más tenéis que asomar el ojo o el oído a cualquier Escuela de Marketing o de Ciencias Empresariales o de cualquiera de las porquerías con las que hacen ocuparse a la gente joven hoy día, no tenéis más que asomaros y oír cuál es el primer Mandamiento: Hay que creer... en la Empresa, por supuesto, hay que tener Fe en la Empresa, y si se trata de un puesto oficial pues hay que tener Fe en el Ministerio o en los planes del Ministerio pero, sobre todo, cree en Ti Mismo, ten Fe en ti mismo; esa es la escuela de cualquier Ejecutivo de Dios en nuestro mundo. Cualquier Ejecutivo de Dios, en ciernes o en formación, tiene que aprender eso antes que nada: creer en sí mismo. Cómo no va a ser así, es totalmente lógico. Uno en lo real, es decir, en cuanto siendo Fulano de Tal, que vive en tal sitio, que está casado con Fulana, que nació en tal año, que está colocado en tal sitio, en fin, el que dice el DNI, uno en cuanto ente real forma parte de la Humanidad, por tanto dejar de creer en la Realidad, dejar de creer implica dejar de creer en sí mismo; y eso, ni que decir tiene, que para uno mismo es duro. Eso es lo que a uno le obliga a seguir creyendo y, si uno cree en sí mismo, ya está creyendo en Dios, ya está creyendo en el Dinero, ya está creyendo en la Empresa, en el Ministerio y en la Realidad entera. Esto es claro, es demasiado claro tal vez, lo uno va con lo otro.

Os he dicho: es difícil, es duro ser ateo en general, dejar de creer en sí mismo en este momento, pero esto es poco. Para uno mismo es propiamente imposible. Esto es lo que debe quedar bien claro. Uno mismo, igual que el propio Dios, está sostenido y constituido por la Fe en sí mismo. La Fe en sí mismo es una Fe que uno tiene en sí mismo y, por supuesto, que se alimenta también de la Fe que los prójimos tengan en él, por eso uno está constantemente apelando a la Fe del cónyuge, de los padres, de los hijos, de quién sea de sus alrededores, de creer en él, porque esa es la manera de que uno también pueda seguir creyendo en sí mismo. Uno está sostenido por la Fe en sí mismo, por tanto para uno en cuanto es real, en cuanto Fulano de Tal, en cuanto el que dice el Documento de Identidad, es imposible del todo dejar de creer en sí mismo, ser ateo; eso implicaría, amenazaría, con ser su propia disolución. De manera que esto no tiene remedio alguno para uno mismo; no tiene remedio alguno para uno mismo. Sería como si uno tratara de levantarse contra la Realidad y seguir respetando la Realidad y la Fe en la Realidad. Sería como si uno mismo tratara de levantarse contra Dios pero dejando que le metieran otro Dios de sustituto para que siguiera creyendo lo mismo. Eso les vale. Lo que pasa es que la Realidad, aparte de ser real, es falsa. Por eso no os dais cuenta, os lo he dicho, por eso hay que creer en ella, por eso el Dinero por ejemplo solo se sostiene por el crédito, por la Fe, que se le presta.

La Realidad es todo lo real que quiera. Dios es todo lo real que él quiera. Existe como nadie; iba a decir, existe como Dios, que sería lo que correspondía decir exactamente, pero es falso. Al mismo tiempo es existente real y falso. Esto es lo que conviene sentir ahora porque esto es el único aliento, la única fuente, la única alegría que a la Rebeldía le permite vivir, que permite vivir al ‘no al Señor’, al ‘no a la Realidad’, al ‘no a Sí Mismo’. NO, que es la palabra que es el corazón de todas las palabras del lenguaje corriente, NO. De esta forma que hasta la Biblia misma no puede menos de poner en boca de Luzbel: “NO serviré, NO seré esclavo”, en su primera imagen de rebelión contra Jehová, contra aquella forma de Dios. Este ‘no’ popular, corazón del lenguaje popular, éste solo vive, solo puede decir no a Dios, a la Realidad, a uno mismo, gracias a que la Realidad es evidentemente falsa, está montada sobre la contradicción, es una cosa ideal, impalpable, pero que sí tiene un poder como cosa, como la más poderosa de las cosas. Y sin embargo, nunca acaba de conseguirlo, nunca está cerrada del todo la Realidad, nunca la existencia llega a ser perfecta. Este es el aliento, esta es la alegría de cualquier... (inaudible)... Si no tuviéramos, si no se nos hiciera palpable que la Realidad, que Dios, nunca está bien hecho del todo, ni siquiera tendría sentido que estuviéramos aquí esta tarde intentando decir no.

Con la evidencia de que la Realidad es falsa, de que está mal hecha, de que nunca acaba de estar bien hecha, esa nos asalta benditamente a cada paso, por todas partes. Si hiciera falta alguna prueba no habría más que ver lo que hacen los Ejecutivos del señor, los ministros de la principal religión de nuestro mundo, p. ej. los ejecutivos de la televisión del Señor. ¿Qué es lo que hacen? Pues tratarnos todos los días de convencer de que la Realidad es la Realidad, es decir, esa que aparece en la pequeña pantalla.


Esa es una de las formas de predicación pero no la única. Por todas partes, los padres a sus hijos, los jefes a sus empleados, les están instruyendo de cuál es la Realidad, de que la Realidad es la Realidad. Es decir, les están predicando aunque parezca que no les predican; les están tratando de convencer, están tratándoles de hacerles creer en la Realidad, en que la Realidad es la Realidad y que no hay más que la Realidad, que p. ej. el dinero es la Realidad suprema y que no hay más que esa Realidad que está representada en el dinero. Pues bien, si la Realidad estuviera cerrada, si Dios fuera perfecto, por qué no podría quedarse tranquilo, por qué tendría que seguir predicando, por qué tendría que seguir intentando todos los días convenceros de su propia Realidad, de que la Realidad es real, tratando de haceros volver a la Fe que le es necesaria para su sustento. Esto es un consuelo para la rebelión. Es un consuelo para el NO… [no se entiende bien en la cinta]… acciones, no de él, qué puede hacer más que ir a la oficina. Para eso es un ente real. No de él, sino de ese “se” impersonal que sacaba al principio como lema de todo este sermón, ese “se” impersonal. A través de uno se hacen cosas, precisamente las que uno no hace. ¿Eso qué quiere decir? Que uno está siempre mal hecho. Es posible que un niño, antes de que sus padres y el régimen lo convenza, esté especialmente mal hecho y sea capaz de sentir y de razonar. Es posible que una mujer, perteneciendo como pertenece desde el comienzo de la Historia al sexo sometido y por tanto teniendo buenas razones para ser más pueblo, más “sometido”, que es lo que quiere decir “pueblo”, sea más capaz de sentir y de razonar la mentira de la Realidad. Pero incluso hasta nosotros, los señores adultos, tampoco acabamos nunca de estar hechos del todo, siempre nos quedan resquicios, resquebrajaduras, y es por ahí por donde sopla el aliento del pueblo, el aliento de la Realidad. Es gracias a que la Realidad es falsa y gracias por tanto a que yo mismo soy falso, en mi propia constitución, es solo gracias a eso como puede darse este milagro de que haya por debajo siempre algo que está diciendo “no” a Dios. No que está dejando de creer (se trata de hacer), que está haciendo “no”, diciendo “no”, que es haciendo “no” a cualquier forma de Dios que se le imponga por encima. Quede bien presente esto: nada de eso puede salir de mí mismo, y si no puede salir de mi mismo, porque yo soy un esclavo por constitución, tampoco puede salir de ninguna asociación de mí mismos. El Régimen lo sabe bien; el Régimen confía en la idiotez de las mayorías, es el gran truco de esta culminación de la Historia: la Democracia desarrollada.


El Régimen confía en que las mayorías son necesariamente idiotas y a cualquier cosa que por tanto se ponga a la venta o se ponga a la votación, va a contar para su éxito con la idiotez de las mayorías a las cuales, por supuesto, no se oponen ningunas minorías, eso sería un error, se opone el “se” impersonal que no se puede contar y que por lo tanto no puede entrar ni entre los clientes del supermercado, ni entre los votantes de las elecciones. El Régimen confía en la idiotez de las mayorías ¿por qué? Porque confía en que mayoritariamente, al menos, somos creyentes y especialmente que cada uno cree en sí mismo y que sabe qué vota, sabe qué compra, sabe qué quiere. Este es el gran engaño en que el Régimen que hoy padecemos está fundado, de manera que contra él no queda más que lo que queda fuera de la Realidad, lo que no sabemos, lo desconocido. Desconocido soy yo cuando no soy D. Agustinito García ni nada por el estilo, en la medida de que no estoy bien hecho como D. Agustín García. Yo, “yo”, que es lo más popular del mundo porque “yo” es cualquiera y en cualquier lengua del mundo, “yo”, decir “yo”, hablar y, por tanto, a veces, decir “no”, es una cosa que nunca Dios puede negarle a nadie, que nunca el poder puede acabar de negarle a nadie. “Yo” es cualquiera, “yo” no es nadie, “yo” es lo mismo que ese “se” impersonal.

Está claro que estoy fuera de la Realidad. “Yo” no muero. Cada individuo, cada persona, está constituida por su muerte siempre futura, porque la Realidad toda, es precisamente futura. Fijaos otra vez en el Dinero. No hay más dinero de verdad que el dinero futuro, el del crédito; todo lo demás son adminículos, de la Banca. Yo estoy constituido también por mi muerte siempre futura.

Esa es mi Realidad. Pero yo no muero nunca. Yo de verdad, cuando no soy ni fulano de tal, ni ninguna otra forma de Realidad, yo no muero nunca. Estoy fuera de la Realidad, y eso a lo que aludo como pueblo no es más que el nombre de ese “se” impersonal, de una comunidad que no sólo no es lo mismo que una colectividad o una solidaridad de individuos –es decir una peste declarada, puesto que siendo los individuos lo que son ya se supone lo que es la solidaridad entre individuos– lejos de ser lo mismo que eso es lo contrario: una comunidad en que todas esas nociones de asociaciones organizadas se disuelven, como se disuelve el propio yo de uno. “Pueblo” no existe, no existe, como “Yo” no existo. Gracias a eso puedo hacer algo, gracias a no existir puedo decir no a la existencia, gracias a la “no existencia”. Esa es la fuerza, ese es el aliento. La comunidad de veras, el pueblo de veras, yo de veras, la verdad misma, a diferencia de Dios, no existe, se queda fuera. Solamente se hace presente en las evidencias de falsedad de la Realidad, pero está fuera, y sólo gracias a eso puede decir –que es hacer– “NO” al Poder, “NO” al Dinero, “NO” al Individuo Personal en que la democracia se sustenta, “NO” a ninguna forma de Dios, “NO” a ninguna forma de Realidad.


FIN

20 febrero, 2016

Todo aquello que se llama Futuro es "muerte" - Agustín Gª Calvo

Fragmento de Contra la paz, de Agustín Gª Calvo


Todo aquello que se llama Futuro es "muerte". "Futuro" no escandaliza a nadie y "muerte" sí. Imaginaos la que os están haciendo cuando a vosotros, la gente de veintipocos años, os dicen que tenéis mucho Futuro. Una vez que habéis entendido lo que quiere decir la palabra, supongo que el truco os parece bastante claro. Tenéis mucho Futuro, en efecto, tenéis tanta cantidad de Futuro que no hay tiempo para vivir. Ésta es la descripción, más o menos, de la administración de muerte. No hay tiempo para vivir, porque ese tiempo en el que a lo mejor podría suceder tal cosa, como "vivir", está íntegramente ocupado en la preparación del "Futuro". Íntegramente ocupado en la preparación del Futuro de todas las maneras que vosotros ya sabéis, desde las más triviales, desde el momento que os hacen estar pendientes de un examen fin de curso, desde ese momento, pues, ya veis cómo la administración de muerte se realiza. No tiene ninguna importancia que os examinéis, da igual, y esto lo comprobáis a cada paso. Al aparato le importa un bledo. Si hay algún profesor que está interesado en las cosas que trata es una excepción. Lo que importa es que tengáis un programa, un proyecto, un plan de fecha fija. Os quieren hacer creer que os estáis preparando para adquirir una formación que os permita debidamente integraros en este orden. Pendientes de un Futuro y, efectivamente pues, llega el final de carrera, llega la oposición y lo que sea o el manejo por el que os colocáis; otros quedáis sin colocar, pero no importa porque también el paro está dentro del trabajo, es una parte de la institución, de forma que el parado sigue aspirando a colocarse y no se le ocurre disfrutar de su condición de descolocado ni por asomo. De forma que todos están preparados con eso. 


Luego están otros Futuros: parece que tenéis que casaros, nadie, ni dios sabe por qué, pero está ahí, está en el Futuro, es una condición, llega un momento en que hay que casarse y da igual que no creáis en esto y en lo otro y os parezca que eso del matrimonio es una ceremonia, da igual, no importa. Lo importante es que es una cosa más que hay que hacer y que está en el Futuro, y que después hay que preocuparse de unos niños y después pensar en los posibles cambios de residencia y colocación que entretienen mucho, y después en los planes de jubilación que la banca os proporciona para que os aseguréis la última parte del camino tranquila y podáis disfrutar así con Futuros sucesivos que ocultan el mismo tiempo, que revelan la verdadera condición del Futuro: esa muerte verdadera de la que estoy hablando. El mundo desarrollado aspira a que las poblaciones no sean más que masas de individuos, cada uno íntegramente reaccionario, es decir, conforme con el estado y el capital que lo rige. Se confía por lo menos por la parte de arriba que cada uno sea necesariamente reaccionario, es decir temeroso de su Futuro, preparador de su Futuro. Se confía, por desgracia, con buen fundamento en que al menos la parte superior de cada uno, la visible, tenga esa condición. Gracias a esto confían que las votaciones de la mayoría sean siempre reaccionarias y conformes. Lo practican una y otra vez; están seguros de que el procedimiento va a darles lo que esperaban. Y así funciona la cosa, así forman estas "masas", cuando no es a través de las instituciones de educación directamente, es por los otros medios culturales, la televisión a la cabeza. Así se consigue que nunca pase nada para que siga esta paz. Esta paz que consiste en la inmovilidad, la inmovilidad recubierta de movimiento acelerado. Se mueven pero están quietos. Ésta es la condición metafísica; esta conversión de la vida en historia implica al mismo tiempo la conversión de la gente en puras "masas" de individuos.


15 febrero, 2016

¿PARA QUIÉN SE TRABAJA? - Agustín Gª Calvo


A nosotros nos toca la Democracia Desarrollada –el más perfecto y mortífero de los regímenes que se han inventado para matar al pueblo– y el Régimen de la Sociedad del Bienestar. Es al que voy a atacar este rato. Al que voy a atacar en uno de sus puntos neurálgicos, el que está enunciado en el título y que toca a eso del Trabajo, el para quién se trabaja. Voy a intentar, rápidamente, porque no hay más remedio, [decir] unas pocas cosas claras, sobre todo en el sentido de que tienden a demostrar, a poner al descubierto, muchas ideas falsas que nos dominan y que seguramente en mucha parte de vosotros viven y hay que combatir. 

Que el Trabajo sigue siendo algo muy vigente en el Estado del Bienestar, que sigue siendo algo alabado y casi adorado no hace falta que os lo recuerde. En el momento en que, según al final volveré a recordaros, no hacía falta para nada trabajar, es justamente en la época en que la institución del Trabajo se exalta de la manera más tremenda. No tenéis más que ver pues, por ejemplo, carteles por las paredes en el metro de Madrid vendiendo oficinas para encontrar maneras de encontrar trabajo; no tenéis más que ver a los políticos peleándose para ver quién ofrece más Creación de Puestos de Trabajo, quién ofrece posibilidades de disminuir en 0’2% la Tasa del Paro en un momento cualquiera determinado, y en fin, el tener un trabajo o el poder aspirar con probabilidades a un porvenir con trabajo parece que se vende como lo mejor del mundo. Esto es una evidencia; a lo mejor es tan evidente que cuesta trabajo darse cuenta de ello, pero conviene, conviene darse cuenta de lo más evidente: se exalta el Trabajo, el Puesto de Trabajo, la condición del Trabajador. No es esto nuevo del todo, desde luego: ya en regímenes más arcaicos se hacía marchar a los trabajadores bajo la bandera del Trabajo, se hacía que cada uno reconociera la condición de Trabajador como si fuera una especie de gloria, de timbre de gloria… es lo que ya entonces al Capital y al Estado les convenía. Pero de la manera más notoria en este Régimen en el que Estado y Capital han venido a ser el mismo, han venido a confundirse de la manera más perfecta, de manera que no hay cuidado de que haya una política, una clase de gobernantes, que se oponga a lo que me estoy oponiendo ahora, a la fe en el trabajo, en la necesidad, en el beneficio del trabajo, de la creación de puestos de trabajo y demás: esto tiene que ser, por desgracia, común a todos.




Dado que esto es así, dado que de nuevas maneras esta falsedad del trabajo y el trabajador sigue reinando (¡y cómo!) conviene que nos detengamos a examinarla. Os invito lo primero a que reflexionéis por unos momentos en qué es a lo que se llama trabajo, cuáles son las clases de trabajo por lo menos predominantes, más importantes, en este régimen que hoy padecemos. Daos con la imaginación un recorrido por las calles, los edificios industriales, talleres, oficinas, por las páginas de las revistas, incluidos los anuncios, por la pantalla (si sois tan desdichados que todavía veis de vez en cuando la Televisión), en fin, por todos los demás sitios que constituyen nuestra realidad, y decidme, echad cuentas conmigo de cuáles son los trabajos que se dan, se ofrecen y se aspira a tener en este régimen. Encontraréis desde luego muchos como por ejemplo los trabajos de Funcionario de Hacienda (empiezo por cualquier sitio), Inspector de Hacienda, sólo que ahora no son un par de inspectores por provincia, como sucedía en sus tiempos, sino cientos, miles, por cada provincia, por cada circunscripción, inspectores, recaudadores, administradores de esto y de lo otro: una montaña de trabajo. Seguíd paseando con la imaginación y ved qué otros puestos de trabajo hay por ahí, y encontraréis, por ejemplo, Escuelas de Márquetin, escuelas que se dedican a enseñar cómo vender productos, de manera que lo que venden estas escuelas y las instituciones similares no es el producto, sino que venden como producto las artes para vender productos; y esto, en la medida que efectivamente no produce nada palpable, en esa misma medida es, como los puestos de los funcionarios del Capital y el Estado, respetable, un trabajo digno, un trabajo que además puede rendir un sueldo que esté algo por encima del Salario Mínimo, como llaman, por encima de la media. Seguid paseando y ved a ver qué más cosas encontráis: junto a éstos encontráis puestos dedicados a la técnica de la Propaganda, de la Promoción, que, apenas tengo que recordároslo, es una industria odiosa pero importante: entre ellos encontraréis, con la Televisión a la cabeza pero también en otros sitios, la industria de producción de noticias todos los días, una industria en que todos los Medios de Formación de Masas de Individuos entran, pero con la Televisión a la cabeza; y esta industria (apenas tengo que recordaros) se lleva también una parte enorme de la población. 


Estos tipos de trabajo encontráis: desde los puestos más elevados, alto ejecutivo de agencias comerciales o de consorcios bancarios, hasta estos otros muchachitos o muchachitas con un trabajo provisional que te meten en los buzones de las casas propaganda de productos, están sirviendo a lo mismo, están sirviendo a la Promoción y al movimiento del Capital, aunque sea en los grados más bajos de la escala, pero desde los más altos hasta los más bajos.

Estos tipos de trabajo encontráis. Son éstos para los que os propongo echar cuentas de qué tanto por ciento del trabajo se llevan: son los que el Régimen llama “servicios”, utilizando prostituídamente un término que viene de regímenes anteriores, cuando había “servicios públicos”. Se sigue llamando servicios ¿a qué?: a todo esto y a mil cosas más que no os he enumerado y que se caracterizan porque son trabajos que no producen nada palpable; pero que resulta que por eso mismo son tanto más estimables, están más elevados en la consideración de los trabajos, de las clases de trabajo. Yo me atrevería a decir que el tanto por ciento de este tipo de trabajos, en un país desarrollado se lleva bastante más de la mitad, por no exagerar; creo que podría exagerar sin peligro todavía un poco más. Pero además es que así tiene que ser cada vez más, porque en el Régimen del Bienestar ya sabéis que esto es lo que se estima, el tipo de trabajo que se estima; de tal manera que el grado de desarrollo de un país se puede medir, por utilizar estadísticas, por la proporción entre trabajos de éstos de los que no producen nada, trabajos de “servicios”, que es el sector alto, en comparación con el sector intermedio, que es el de las industrias, el del trabajo en el sentido del régimen anterior, cuando había todavía altos hornos y había obreros propiamente dichos y cosas por el estilo que constituían todavía el núcleo de la clase trabajadora, para descender al último sector, el más incapaz de estima ninguna para el régimen, trabajos que siguen estando ahí, claro, pero que evidentemente ocupan el tercer lugar y muy por debajo: el trabajo de la tierra, el trabajo de la labranza, el trabajo de la producción más inmediata de cosas sensibles y necesarias. Ése es el más desestimado, y todos sabéis que la escala está así, que no me la invento yo, que no estoy haciendo más que recordaros cómo se relacionan entre sí las diferentes clases de trabajo.

De manera que, puesto que el régimen tiene esta estimación y los trabajos de servicios y de oficinas de diferente tipo, de puestos de administración (y lo mismo da que sean del Estado o que sean del Capital) ocupan el más alto rango, es natural que las sucesivas generaciones aspiren cada vez más a pasar a este sector alto del trabajo (ya que hay que trabajar, por lo menos trabajar en lo más alto) y que vayan cada vez más quedando desestimados y abandonados no ya sólo, por supuesto, el trabajo de la tierra, el trabajo agrícola, sino también la producción de máquinas, de instrumentos más o menos útiles, lo que constituía el sector segundo.


Hay que añadir que esta desproporción, este favor entre las clases de trabajo hacia aquéllas en que no se produce nada, pero que, desde luego, sirven para mover Capital, tiene que ir aumentando (si no pasa nada, si de debajo, de entre la gente, no se levanta algo eficazmente contra este régimen), y que además no sólo es así, sino que incluso los otros dos sectores, en virtud de esta valoración y colocación de las clases de trabajo, a la vez tienen que estar pervertidos en el mismo sentido: también la producción de instrumentos, de máquinas y de herramientas necesarias puede convertirse en algo que cada vez se parezca más a un trabajo en abstracto como el de los servicios, que no sea una producción que recuerde para nada a aquella del herrero, o siquiera a la del minero o a la del obrero de los altos hornos, sino que parezca casi un trabajo de oficina: incluso la producción de cuchillos o de cualquier otra cosa de las que se siguen produciendo. Y hasta los labradores, los que quedan, en virtud de la misma aspiración, tienen que venir a parar a un tipo de labranza en que en verdad se puede decir que, gracias a la intervención del sector servicios con Compañías de Seguros y demás, ya en el campo no se está produciendo de verdad ni maíz ni patatas ni girasoles, sino directamente letras de crédito, porque aquello que crezca en la tierra después de todo no es más que un pretexto para que, ya sea el Banco, ya sea la Compañía de Seguros, dé al labrador aquello que verdaderamente está produciendo, que es un poco de dinero; es decir, que se invita al obrero y al labrador a que funcione como el empleado de banca, a que se acostumbre a que lo que de verdad está manejando es puramente dinero, está moviendo Capital, y que lo demás, productos de la tierra o máquinas, es un pretexto.


De manera que no sólo se da esa escala de valoración sino una concomitante corrupción también de las formas de trabajo más arcaicas. Así es como –dicho muy rápidamente– están las cosas. Antes de pasar a recordaros ahora cómo nada de esto hacía falta, cómo a la gente no le hacía falta que las cosas fueran así, antes de volver a intentar haceros ver la vaciedad, la vanidad de todo lo que se llama Trabajo hoy día, tengo que volver a la pregunta de mi título: ¿para quién? ¿para quién? ¿para quién se sigue trabajando? Porque, según la norma jurídica, si se averigua para quién, se averigua al mismo tiempo quién lo hace. Me refiero a la norma jurídica que siguen policías y jueces cuando, dado un crimen, si descubren a quién le ha sido útil, para quién ha servido ese crimen, presumen que por ese camino llegan a conocer al autor del crimen.

De manera que, si nos preguntamos para quién se trabaja, sabremos quién es el que hace todo esto, al mismo tiempo. ¿Para quién se trabaja? Está claro que, puesto que los trabajos favorecidos y en progresión son aquellos que no producen nada inmediatamente útil y palpable para la gente, está claro que no es propiamente a esto a lo que llamo gente a la que le sirve; pero son trabajos que, eso sí, tienen la condición de que mueven dinero, en más o menos proporción, en cualquiera de las escalas o modalidades mueven dinero. Y por ahí supongo que se puede encontrar fácilmente para quién esencialmente se trabaja. No vayáis a creer que estáis trabajando (los que trabajéis: ya supongo que entre vosotros algunos se habrán escurrido, como tratamos de hacer los que podemos, de una manera o de otra), no penséis que estáis trabajando para alguien personal, para alguna persona. Este dios para el que trabajáis es enteramente abstracto, ideal. ¡Qué fácil era, cuando nos cuentan en la historia de otros regímenes, cuando había obreros y burgueses, qué fácil era la cosa!: había algunos que pringaban, que curraban, que lo pasaban mal, que hasta se ponían enfermos en el trabajo, y luego había unos señores que no trabajaban, sino que disfrutaban de la vida: entonces era muy fácil decir “los obreros están explotados en el sentido de que están trabajando para el beneficio, para el disfrute, de otros, que son los que no trabajan”, los que antaño se llamaban burgueses, y todo eso. Bueno, ese régimen ha desaparecido hace mucho tiempo: ahora ni hay obreros ni hay burgueses; estamos en otra situación enteramente distinta, y el dios para el que sin embargo seguís trabajando sigue estando ahí, pero con una cara que aparece más abstracta. Llamadlo Dinero si queréis, llamadlo Dinero y considerad que el Dinero tiene esta condición de que no puede dejar de moverse, que su vida es cambiar de una a otra forma, emplearse en esto o en lo otro como pretexto, circular de bolsa en bolsa, a través de, por ejemplo, la Red Informática Universal, o de cualquier otra manera, moviéndose constantemente, moviéndose, produciendo la producción de inutilidades a velocidad acelerada, progresivamente acelerada… No puede dejar de moverse. Podéis decir ¿para quién se trabaja?: se trabaja para la Banca, se trabaja para Hacienda, se trabaja por tanto también para el Estado, porque, como ellos dicen, “Hacienda somos todos”, eso es lo que quieren; eso es lo que quieren: una conformidad total, de forma que la población de un Estado cualquiera esté enteramente integrada y identificada con ese mismo Estado, que a su vez es el Capital.


Podéis decir todo eso, pero conviene que no os perdáis demasiado, porque en este régimen, como antes os decía, la administración de muerte, que en otros estaba efectivamente separada, por un lado la Administración Estatal, por el otro la Administración del Capital, aquí están confundidas: no hay, no penséis que puede haber un solo político que por ejemplo se atreva a levantar un dedo frente al Automóvil Personal, a la continuación de la venta del Automóvil Personal, cuando hace medio siglo que está demostrada la inutilidad e ineficacia del chisme en sí. Pero eso es lo de menos: al Capital le hace falta seguir tirando por este camino y moviéndose así, por ejemplo. Los políticos son los mismos que los servidores del Capital: no hay uno solo, sea cualquiera el color de su partido o de lo que sea, que pueda levantar un dedo de veras contra el Automóvil Personal. Ésa es una de las caras del dios, y cómo es que el Automóvil Personal es una de las caras de Dios lo vamos a ver también un poco dentro de un momento.

Podéis decirlo de cualquier manera, pero ya sabéis que este dios es enteramente ideal, enteramente abstracto: no lo vais a cazar en ningún sitio; no hay personas que se estén aprovechando de nosotros allá en lo alto. Todo el mundo sabe que, desde que no hay obreros ni burgueses, los ejecutivos, hasta los más altos grados de la escala, pringan y curran igual que los de lo más bajo de la escala: no hay ningún funcionario de los más altos, ni en la Administración Estatal ni en la del Capital, que no trabaje: trabajan y con frecuencia trabajan más que los empleados subordinados. Hasta tal punto esta idolatría del Trabajo se ha extendido también hasta arriba. De manera que no trabajáis para beneficio, para disfrute de ningún burgués; ya no hay ricos tampoco. Desde que no hay pobres sino que lo más que hay son marginados, dejados de la mano de Dios, drogotas, pordioseros metropolitanos, pero pobres, pobres trabajadores como en otros tiempos, no, desde que no hay pobres en ese sentido ya no hay ricos tampoco, ya no hay ricos que disfruten: los ricos de allá arriba cumplen la función de mover dinero igual que los más pobres de acá abajo; de manera que si el pobre tiene que aspirar a comprarse un piso a plazos o, si es un poco más rico, tiene que aspirar a comprarse un chalé adosado en cualquier parte, un funcionario de más arriba pues tiene que aspirar a mover más capital, por ejemplo por medio de un safari anual en el centro de África, o por ejemplo comprándose una avioneta personal o de cualquiera otra de las maneras que sabéis que están destinadas al consumo de los más ricos.

No trabajáis, pues, para ninguna persona, sino para un dios, que podéis llamar Dinero pero que en todo caso no es nadie personal, es la abstracción misma, es la cara de Dios que hoy nos toca, y es para ése para el que trabajáis. Cómo este agente supremo puede llegar a producir este desastre, esta administración de muerte, esta progresiva imposibilidad de dejar vivir a la gente, creo que os lo puedo adelantar bastante rápidamente: todo este absurdo que os trato de presentar está fundado en una especie de ilusión infantil. El Régimen está fundado en una especie de ilusión infantil. Todos recordáis de vuestra adolescencia que hubo una etapa en que os creíais que podíais organizar vuestra vida, una etapa en que pensabais que “bueno: ahora me pongo a llevar una vida ordenada: me hago horarios: me levanto a tal hora, dedico dos horas al estudio de esto, después dos horas a trabajar en la fábrica de mi cuñado, y todo regulado: horarios”. Cualquier adolescente ha caído por un momento en esta ilusión infantil. Bueno, pues esta misma ilusión infantil es la que rige al Régimen y la que mueve el Dinero: es una fe. Es contra la fe contra lo que estoy hablando. Ésa es la fe por ejemplo en el Trabajo, es la fe que sostiene todo. Creen que efectivamente se puede organizar la vida, se puede planificar, que se puede desde arriba decidir y organizar cómo la gente por abajo va a tener que habitar, moverse, trabajar, hacer esto y lo otro de una manera ordenada, en su ideal de una manera ya perfectamente ordenada. Esto es una estupidez, es una ilusión, como digo, infantil, pero es a eso a lo que estáis sirviendo; es precisamente a eso.

Para ver la mentira de esta pretensión de organización desde Arriba, de planificación, nada más tenéis que ver cómo bajo el Régimen se desarrollan las Metrópolis con sus Suburbios: están hechas por planificación, y al mismo tiempo son un caos indescriptible, donde no queda ya ni el recuerdo de lo que podía ser ciudad. Más directamente podéis asomaros, incluso en el Ferrol, a cualquiera de las calles céntricas y ver lo que es el tráfico rodado: está lleno de semáforos, todo está organizado, hay cerebros, desde los municipales incluso, que se encargan de fijar los trámites de los semáforos en cada sitio y los espacios que hay que dejar al peatón, o a los verdaderos habitantes, que son los autos con su bicho dentro; todo está planificado. El resultado es, otra vez, el caos, el caos, que todavía en el Ferrol puede ser no muy amenazante pero que en sitios como Madrid florece en todo su esplendor. Entre paréntesis, no olvidéis que ellos siempre os amenazan con el caos: que si no hubiera Estado, si no nos atuviéramos a este régimen del Dinero y por tanto del Estado, la Familia y todo lo demás ¿adónde iríamos a parar?: nos comeríamos unos a otros, sería la selva, sería el caos. Os amenazan con eso constantemente, con el caos (“¿qué sería de nosotros?, ¡a qué especie de selva quedaríamos condenados!”), y se sostienen con esta amenaza y con otras parecidas; pero el único caos que conocemos de verdad es el que ellos nos ofrecen con el tráfico automovilístico o con el progresivo enredo burocrático: la vida es cada vez más un lío, un lío de papeles... El único que conocemos es, pués, éste, y es un caos conseguido, como estoy diciendo, por vía de planificación, por vía de organización. Es el resultado último de esa estupidez que estoy denunciando, de esa ilusión infantil de pensar que a la gente de veras la vida se le puede organizar y planificar. Están llenos del ideal éste. Todo el día la Televisión os está contando cómo va a ser el futuro, os están ofreciendo planes, unas veces políticamente formulados, otras veces científicamente formulados, pero en todo caso os están tratando de formar en la fe en que efectivamente se sabe qué es lo que pasa, qué es lo que se está haciendo y que por lo tanto hay que seguir para delante por el mismo camino, por más que este camino se demuestre, como os estoy mostrando, desastroso en general. Pues ésta es la vía, no ninguna maldad especial del Señor, sino una especial ilusión infantil, estúpida, del Señor la que mueve todo este tinglado y la que entre, otras cosas, os sigue obligando a trabajar cuando no hacía falta prácticamente ninguna.


En esto es en lo que me voy a detener un momento ahora. A la gente no le hace falta nada de eso. Estoy empleando la palabra ‘gente’, como podía decir tal vez ‘pueblo’, de una manera vaga: supongamos que digo que no sé qué quiero decir con ‘gente’; supongamos que digo de ‘pueblo’ que es eso que no existe: como queráis. A pesar de todo nos entendemos. Y digo que a la gente nada de eso le hace falta. El Estado ¿a quién le hace falta? Al Estado. ¿A quién hacen falta los Estados Unidos? A los Estados Unidos. ¿A quién le hace falta España? A España. ¿A quién le hace falta Galicia? Pues a Galicia; pero nunca a la gente. Nunca a la gente que queda encerrada bajo esa circunscripción. ¿Qué coños le hace falta a la gente vivir -malvivir, sufrir- bajo un Estado determinado, tener un nombre, tener unas fronteras, tener una definición?

En realidad, en todo caso para que le fabriquen su Documento de Identidad, pero como gente viva eso no sirve absolutamente para nada. Y todos los trabajos que os he enunciado como mayoritarios, empezando por el de servicios y pasando a la producción de máquinas inútiles, todos ésos a la gente no le sirven para nada más que para estorbo. Se les hace cumplir: por ejemplo, se puede intentar que un ciudadano esté muy contento de ir todas las mañanas al Banco y dedicarse a ese cambio de cromos en que consiste esa especial manera de “servicio”; se le puede vender otro modelo de ordenador, porque está mandado que se le venda, porque hay que fabricarlos y, como no sirven para nada más que para fabricarlos y venderlos, pues hay que vendérselos, de manera que se le puede meter a uno otro modelo; se le puede hacer cambiar un modelo de automóvil, cuando está claro que el Automóvil no sirve más que para estorbar en este mundo, no cumple ninguna otra función, salvo la de comprarse y venderse -eso sí-, es decir, mover dinero, de manera que a uno o a una se le puede convencer y hacerle comprar, mover dinero con pretexto de “auto”, con pretexto de “hipermercado”, con pretexto de lo que sea. Pero lo que es gente, a la gente no le sirve para nada más que para estorbo de la vida, para no dejarle vivir.


Creo que he llamado un poco a vuestro corazón y a vuestra razón al mismo tiempo. No tengo que insistir más en hasta qué punto todas estas fabricaciones de la ilusión de la planificación, de la organización desde arriba, para la gente son perfectamente inútiles y por tanto estorbos de algo que podía ser a lo mejor vivir, sentir, pensar... estorbos para ello. Están todos estos “servicios” destinados a evitar que se os ocurra pensar, daros cuenta: para eso os informan y educan por la Televisión todos los días. Es una manera muy eficaz. Si después además os hacen pasar la mitad o tres cuartos de la vida pues manejando dinerito y comentando cuáles son las características del auto que me he comprado y diferentes del otro y así, pues en su ideal acabarán por no dejaros ni el menor resquicio de posibilidad ni para pensar, ni para vivir ni para sentir. Si os presentan, sea en la Literatura o de otra manera, visiones de lo que es amor o sentimiento de esto y de lo otro y os lo creéis, pues los resquicios que os queden para sentir algo de verdad, desde abajo, irán disminuyendo a medida que la fe en el Amor, o la fe complementaria en el Sexo, impongan su imperio. ¿Para qué os voy a recordar más trucos de los que sufrís todos los días? Simplemente os recuerdo vuestras llagas, por si acaso las tenéis un poco cerradas y no os dejáis sentirlas.

Hace ya mucho tiempo que no hace falta trabajar. Eso ya los viejos anarquistas por ejemplo y gente así del siglo pasado lo sabían. Especialmente gracias a las máquinas, gracias a que llevamos ya un siglo en que el ingenio llegó a descubrir una especie de esclavos mecánicos que prácticamente nos dispensaban de todos los trabajos. Y efectivamente así funcionaba durante algún tiempo: se nos recuerda de que, cuando se introdujeron los telares mecánicos en Inglaterra, hubo grandes desastres y huelgas de tejedores y tejedoras que se quedaban sin empleo, en aquellos tiempos lejanos. El Capital estaba casi en mantillas por aquel entonces. Efectivamente las máquinas al principio servían para quitar trabajo; y está claro que, bien desarrolladas las máquinas, para todo lo que pudieran llamarse necesidades o lujos deseables para la gente, podríamos encargarles a ellas de que lo hicieran todo, prácticamente todo. Bueno, salvo dedicarse cada uno por ejemplo quince días al año, por turnos, para revisarlas y seguir renovando el material de las máquinas, trabajar a lo mejor eso, pues un par de semanas por turnos al año y cosas por el estilo ¿no?, pero prácticamente nada. Hace ya mucho tiempo que las máquinas, en su progreso, dejaron de servir para quitar trabajo y empezaron a servir para lo contrario, para producir nuevo trabajo inútil.

Esto probablemente había empezado a iniciarse en los viejos tiempos de la burguesía, pero, desde luego, con el establecimiento del régimen actual se ha impuesto de la manera más clara. Y entonces está esa industria complementaria que he contado entre los “servicios”, la industria del Márquetin y la Promoción, que sirve precisamente para la producción de necesidades que no había, para la producción de deseos que no había y que por tanto justifiquen la continua producción de más y más chismes inútiles, cada vez más inútiles pero cada vez en más número. Es así como el Señor se ha arreglado para equivocar el beneficio de las santas máquinas: lo ha vuelto del revés en poco tiempo, y ésa es la situación en que os encontráis, en que tal vez ya muchos de vosotros ya tienen que preguntarme “bueno, ¿y cómo distingo yo entre necesidades primarias de verdad o deseos que de verdad me vengan de abajo y necesidades que me han impuesto y que me han hecho creer en ellas?”: hasta tal punto de confusión nos han llevado, pero no tenemos que dejar confundirnos del todo: hay una situación en que una máquina sirve para algo, está pedida por algo de la gente, y otra situación en que por el contrario la máquina no sirve más que para contribuir a la administración de muerte en nombre de ese ideal del Futuro, de la Planificación, de la Organización desde arriba.

De manera que así es: es para ese dueño para el que trabajáis –sabedlo bien– y trabajáis en general para la Inutilidad; hasta tal punto que, si alguno por casualidad se desentiende de todo y se dedica a cultivar zanahorias con un especial amor, y no para llevarlas al mercado sino para comérselas con los amigos, o si alguien se dedica a hacer canciones porque le salen, sin ánimo de publicarlas ni de venderlas ni de presentarlas a premios ni de contribuir a la Cultura, está claro que a esa producción marginal de zanahorias o de canciones ni siquiera la podemos llamar trabajo: sabemos bien que “trabajo” quiere decir ese tipo de actividad que es aburrida esencialmente, porque es inútil esencialmente, que se hace en nombre de un futuro, por ejemplo porque me van a pagar tanto o porque tengo que ascender en la escala, pero que en sí misma carece de todo interés. Cualquier cosa que, entre las actividades productivas, tenga algún interés, algún jugo, a eso ya no se le puede llamar trabajo: eso ha dejado de ser trabajo. Trabajo es lo que no tiene en sí ningún jugo y sólo se hace porque hay que cobrar, hay que trepar y, en definitiva, porque está mandado, porque hay una fe en el Trabajo, porque “me siento desolado si me dejo arrinconar al Paro”, porque “la salvación de mi alma es tener un Puesto de Trabajo”; si lo hago es por estas cosas, pero no porque me dé ningún placer, me proporcione ningún descubrimiento lo que estoy haciendo: la condición del trabajo es que sea, para lo que he llamado “gente”, inútil, vacío: si no, no es trabajo. Sólo así se impone el ideal del Régimen, que es el Futuro: cuando ya no se esté haciendo en el momento nada que de verdad sea vivir, pensar, disfrutar, sino en nombre del Futuro, con eso se está sosteniendo al régimen de la manera más eficaz y más directa.


Termino presentándoos la cosa –y tal vez es la parte más dura, pero en la que hay que insistir– haciéndoos notar que ese para quién se trabaja tiene también, aparte de la de Dinero, de la de Estado y la de Capital, de la de Dios, tiene también otra cara, que es la cara de la Persona Individual: también es verdad que cada uno de vosotros trabaja (bueno: si es que trabaja; si no ha tenido la suerte o habilidad de escurrirse de esta máquina que estoy describiendo, pero…), cada uno de vosotros trabaja al mismo tiempo que para Dios, es decir, el Dinero, para mover dinero, también trabaja para Sí Mismo. Esto es exacto y es lo más duro: el para quién también tiene esta respuesta: también el trabajador trabaja para sí mismo. Pero eso ¿qué quiere decir? Que trabaja justamente por lo que he dicho: trabaja por su Futuro, trabaja por asegurar su colocación, por la seguridad de su propia persona, por el engordamiento de su propia persona.

Es verdad que quien hace una cosa típicamente inútil, como por ejemplo comprarse un auto, es verdad que está en primer lugar sirviendo al Dinero. Eso es lo primero. Pero es verdad que para sí mismo también está sirviendo, porque él se cree, está convencido de que personalmente le hace falta tener un auto o otro auto, y entonces en ese sentido también sirve para sí mismo. Si está convencido de que tener un trabajo es la manera de asegurarse el futuro (tener un trabajo entre otras posibilidades alternativas, como hacerse un seguro o cualquiera de las otras actividades que son también trabajo y que el Régimen mueve), entonces no puedes decirle que no, porque personalmente es así: está sirviéndose a sí mismo. Pero ese “sí mismo” al que uno está sirviendo, ése es un siervo, un esclavo del Estado y del Capital: la Persona Individual, en el sentido que lo estoy diciendo, es algo que para lo que nos quede de vivo y de gente es despreciable, es enemigo en primer lugar.

¿Se trabaja, con el “se” impersonal? Pueblo, gente, lo que dice ese “se” impersonal, ése no trabaja ni sabe trabajar ni le hace falta ninguna el trabajo: trabaja la persona individual y trabaja para sí mismo, es decir, para su Futuro. Y esto es lo que lleva a hacer esa separación: en cualquier población, entre vosotros mismos, en mí mismo, hay una división entre la Persona, la que dice el Documento de Identidad, la que tiene su título, su colocación familiar, la que está contenta con ello, la que está contenta con ser la que es, y ésa es lo mismo que el Estado y el Capital, así que es lógico que, –por ejemplo– al trabajar, esté colaborando al mismo tiempo en el mantenimiento del Poder y en el mantenimiento de su propia fe en sí mismo y en su Futuro. Nada más tenéis que ver qué es lo que en las escuelas… por ejemplo en las escuelas de Márquetin, se recomienda antes que nada: ¿fe? Sí: “tienes que tener fe en la Empresa”, claro, siempre ha regido: “tienes que tener fe en la Empresa”, pero sobre todo “tenga Usted fe en Sí mismo”, “ten fé en Tí mismo”. Esto es un eslogan de Márquetin que os suena mucho, que os suena muy bien, de manera que ellos sin querer demuestran que la Fe en el Estado, en el Capital, en el Dinero, en el Futuro, en todo eso, es lo mismo que la fe en Sí mismo: es igual que la Fe en Sí mismo. De manera que también para Uno mismo trabaja uno.

“Uno trabaja para Uno mismo” quiere decir para la idea de sí mismo, para su futuro… La gracia es que aquí estamos divididos, que uno no es todo, que uno está lleno de imperfecciones, flecos, desgarraduras, que no le dejan ser enteramente el que es. Algo de razón y de corazón sigue viviendo en cada uno: es eso a lo que llamaba “gente” o “pueblo”, lo común, lo no personal, aquello que de alguna manera está en uno pero que no es uno; al contrario, es las imperfecciones, las resquebrajaduras de la Persona, aquello en lo que uno se sale de su Documento de Identidad, se sale de su Nombre Propio y de su foto, deja de ser íntegramente su persona. Y eso nos pasa a todos: todos pretendemos tal vez, como buenos esclavos, estar bien hechos del todo, tener un futuro seguro (que, desde luego, ya se sabe cuál es, aunque nunca se dice: es la Muerte siempre futura, sobre la cual todo este régimen está establecido), pero al mismo tiempo nunca estamos del todo contentos, nunca estamos del todo cerrados: uno no acaba nunca de estar contento consigo mismo; uno tiene dentro de sí mismo cosas que chocan, cosas que no se consienten unas a otras. Y uno puede estar muy convencido de que su futuro es ser empleado de tal empresa y trepar por el escalafón, pero algo le queda por debajo que le dice que está mintiendo, está falsificando: “No es eso. Estás sirviendo a un fantasma, estás sirviendo a una ilusión.”

Pues a ése que nos queda por debajo y que no es personal y que siempre más o menos nos queda, a ése es a lo que aludo con palabras como “gente” o como “pueblo” y, tal vez más limpiamente, como “lo común”, lo común, lo no personal. Es a ese común al que he dicho que el Trabajo no le hace falta para nada; ni ninguna de las otras formas de fe que se nos imponen. Solamente le hace falta al otro, a éste que soy con mi nombre propio, con mi documento: ése sí: ése lo necesita tanto como la Banca, tanto como la Empresa, tanto como el Estado. Pero ahí está la situación: sigue viviendo por debajo algo que nos dice… lo que yo he intentado decir, dejándome hablar por esta boca con una lengua que no sea mía sino que sea común, que nos dice “es una ilusión infantil la que nos está imponiendo toda esta cantidad de chismes, de engaños, de papeles, de noticias de la nada”; hay algo que es corazón y que es razón que lo sigue diciendo. Y eso es lo que nos queda de común, y eso es lo que este rato trataba, sin duda con pocas probabilidades de éxito, de que hablara a través de mi boca y os dijera… nada de ideas personales sino algo del sentir que pienso que es efectivamente común y que responde a algo que en todos vosotros está de alguna manera latiendo todavía.