31 agosto, 2020

Sanidad: Cuba vs USA — Michael Parenti


 

Transcripción del inglés: Arrezafe


Creo que es mejor en Cuba, donde me lesioné la pierna, una lesión muy grave en el tendón de Aquiles, fui a un hospital y me operaron, y nadie me hizo ese examen que te hacen en Estados Unidos, el primer examen que te hacen cuando vas a una urgencia clínica –ya puedes estar sangrando por tres lugares–, el examen de tu billetera para ver si tienes cobertura médica. Y si no la tienes, te envían a un hospital público que puede estar al otro lado de la ciudad mientras todavía estás sangrando. Me fue mejor en Cuba, donde me operaron y no tuve que pagar ni un centavo, y volví aquí enyesado y traté de conseguir un médico ortopédico y no pude. Podía pagar, les dije que sí, que pagaría, y me dijeron, “oh, sabemos que pagarás, no aceptamos ningún otro tipo de paciente, pero ya están todas las citas reservadas”. Y finalmente encuentro a un tipo que acaba de terminar la facultad de medicina, y entré cojeando a su oficina, y él miró la escayola y me dijo que la próxima semana y que son 50 dólares. Puedo decirlos que nunca me molestó tanto pagar 50 dólares. Me fue mejor en Cuba, un país pobre en el que recibí buena atención médica. En un país rico me trataron como un mendigo y un paria. Me fue mejor en Cuba, donde no vi a ningún niño con la barriga hinchada, hambriento y mendigando, no vi a nadie mendigando. Me fue mejor en Cuba que en Washington DC, donde vivía y caminando por la calle veía gente desorientada y en una miseria total, pidiendo comida, pidiendo dinero, durmiendo en pasadizos en el país más rico del mundo. En Cuba me fue mejor. Y cuando hablas de libertad, eso es libertad. Y cuando hablas de opresión, eso es opresión, dormir en un soportal, eso es opresión. ¿Queréis saber qué es opresión?, duerman en los soportales del 'País de los Libres' y el 'Hogar de los Valientes' y todos sabréis lo que es opresión. ¿Queréis saber qué es la opresión? pensad en esos tipos ahí sentados preguntándose si van a volarse los sesos porque no pueden pagar la hipoteca de su casa y no pueden alimentar a sus hijos mientras ven como todo se desmorona. Ahí es donde [Cuba] es mejor, ante esas realidades, y eso es parte de la libertad.


Lo de 'la Amenaza Roja' es propaganda que trata de dirigir el descontento popular, "no creas que estás tan mal porque mira, allá es mucho peor, y además existe una amenaza externa, no te quejes que aquí estamos atravesando momentos muy serios". ¿Qué ha estado haciendo Regan durante sus seis años de mandato? ¿Que ha estado haciendo? Ha estado distrayendo a la gente de los problemas reales de sus vidas, se ha negado a hablar de servicios públicos, del subempleo, de las crisis de las ciudades, excepto de vez en cuando para hacer una pequeña broma, como la otra noche en la que habló de un tipo que estaba viviendo de la asistencia social en un alquiler de treinta y seis mil dólares en un hotel, sobre lo cual dijo “me suena bastante bien”, sin señalar que el precio fue una estafa al gobierno que debería haber estado vigilante y que el tipo alojado en ese hotel vivía en una pequeña habitación sucia y abarrotada porque nadie se preocupó de ofrecerle ningún otro lugar.


¿Qué ha estado haciendo Regan durante todos esos años? Te ha estado hablando de Gadafi, Gadafi, Gadafi y del terrorismo, y de la amenaza soviética, del imperio del mal, de nuestra defensa, de esto y lo otro y lo de más allá. Unidos en torno a la bandera, olvidamos las realidades de nuestra propia vida y esto es lo que las élites gobernantes se proponen tenazmente, conducirnos en todo momento a las fantasías de su mundo, porque la gente sigue gravitando en torno a la realidad y eso es un problema para ellos. La gente preocupada sigue gravitando en torno al trabajo, el hogar y la educación de sus hijos, sus facturas médicas y ese tipo de cosas. Por eso lo de 'la amenaza roja' es tan importante, porque cumple la función de desviar la atención de la realidad.


26 agosto, 2020

"Si Bielorrusia cayera en manos de Occidente..."

 


"Si Bielorrusia cayera en manos de Occidente, su futuro sería complicado debido a que las industrias estatales, hoy productivas, serían privatizadas por precios irrisorios y el sistema social, que todavía funciona bien para la mayoría de su población, se desmantelaría. Por otro lado, las relaciones económicas con Rusia se verían afectadas. Al final, Bielorrusia podría acabar en una situación peor que la de Ucrania"

 Artículo completo en Canarias Semanal



La historia como guía para BielorrusiaNemanja Lukić

Artículo completo en FAI - 16/08/2020


"Los disturbios están causando estragos en Bielorrusia tras la victoria de Lukashenko en las elecciones de la semana pasada, y sus promotores son conocidos defensores de la democracia y los derechos humanos, tales como el Secretario de Estado de los Estados Unidos, Mike Pompeo y altos representantes de la UE, entre muchos otros defensores de las libertades. Aunque no queremos mencionar las intrigas geopolíticas de la protesta y más allá, queremos utilizar la experiencia pasada de protestas similares para demostrar el desarrollo del futuro neoliberal de Bielorrusia, en caso de que dichas protestas tengan éxito".

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¿Qué pasa en Bielorrusia? Apuntes, contexto y todo lo que necesitas saber


Artículo completo en  Misión Verdad


"El tradicional formato de una revolución de colores consiste en que, ante unas elecciones “controvertidas", los medios y ONG financiadas por Estados Unidos y/o Europa ponen en duda los resultados públicamente incluso antes de que comiencen los comicios. Luego de los escrutinios dicen que difieren de la expectativa que ellos mismos crearon y, por lo tanto, han sido "falsificados".


La gente es empujada a las calles para protestar y, para aumentar el caos, algunos infiltrados disparan a la policía y a los manifestantes como se hizo en Ucrania. La revuelta termina cuando es reducida bajo negociación o cuando el candidato favorito de Occidente es puesto en su lugar".



Bielorrusia, lo que hay detrás de las protestas de colores — Oriol Sabata


Revolución de las Pantuflas financiada por NED de EEUU


AiSUR – 20/08/2020


Gromyko: "Las oligarquías apuntan al jugoso pastel de ‘lo público’ en Bielorrusia".


El pasado 9 de agosto tuvieron lugar en Bielorrusia las Elecciones Presidenciales. Casi 6 millones de ciudadanos acudieron a las urnas para depositar su voto en un país con una población total de prácticamente 9 millones y medio de personas.


Los grandes medios de comunicación occidentales habían intensificado desde hacia unas semanas una campaña de acoso y derribo al candidato oficialista Alexander Lukasehnko acusándolo de autoritario y anticipando fraude electoral. Al otro lado, la candidata opositora: Svetlana Tijanóvskaya.


La victoria de Lukashenko fue contundente: obtuvo 4.659.561 votos, lo que supone el 80,08% de los sufragios, frente a los 587.411 votos de Tijanóvskaya (10,09%).


Sin embargo, a pesar del anuncio oficial de los resultados definitivos por parte de la Comisión Electoral Central de Bielorrusia (CEC), la oposición cantó fraude, se desconocieron los resultados y movilizaron en las calles a sus simpatizantes. Tijanóvskaya se declaró ganadora de las elecciones aunque finalmente terminó viajando a Lituania.


Desde Nueva Revolución entrevistamos a Ivan Gromyko, ciudadano bielorruso, con el objetivo de contrastar el relato que los grandes medios de comunicación occidentales tienen sobre el país.


Ivan, en las imágenes que nos llegan de los grandes medios sobre las protestas de la oposición en Bielorrusia vemos a los manifestantes portando banderas roji-blancas distintas a la oficial. ¿Qué significado tienen?


El uso de la bandera roji-blanca tiene varias connotaciones en Bielorrusia. Una de ellas, quizás la más negativa, es el uso que se hizo entre 1941 y 1944 durante la ocupación nazi. Fue usada como bandera en el Parlamento y portada por los voluntarios bielorrusos que colaboraron con laAlemania nazi.



Existen algunas fotos de carácter histórico de esa época que pueden encontrarse en la red. Podríamos considerarla como simbología similar a la del franquismo en España. Los colaboradores bielorrusos lucharon bajo esta bandera roji-blanca contra la Unión Soviética. Desgraciadamente los jóvenes no aprenden de la historia. Creen que es la bandera “antigua” de Lituania. Hay similitudes de movimientos colaboracionistas con los nazis. En Rusia, con los llamados "vlasovitas", que izaron su bandera sobre el Kremlin, o en el Maidán de Ucrania con la bandera roji-negra del colaboracionista Stepan Bandera.



Sin vergüenza ni disimulo, estas son las banderas que enarbolan los "democráticos" opositorxs; ellxs mismxs se delatan


Detrás del uso de esta simbología además, se esconde, en realidad, un supuesto sueño del resurgimiento de un imperio, que en nuestro caso se trataría del Gran Ducado de Lituania (antigua Bielorrusia).


A menudo se nos habla de Svetlana Tijanóvskaya como la candidata opositora pero nunca se profundiza en su ideología. ¿Qué ideas tiene y a quién representa?


Cuando uno lee sobre Tijanóvskaya en la prensa es muy importante prestar atención a las fechas y a como se desarrollan los acontecimientos. Para convertirse en candidato presidencial en nuestro país hay que pasar por un exigente proceso de validación por parte de la Administración. Un ejemplo de ello es el banquero Viktor Babariko, cuya candidatura fue inhabilitada por fraude y blanqueo de dinero a través de una filial de la empresa gasística rusa Gazprom.


Tras este hecho, y en referencia a Tijanóvskaya, ¿cree que una simple profesora de un pequeño pueblo de las afueras de Bielorrusia podría convertirse en seria candidata a la presidencia?


Prestemos atención a las fechas, ya que son la clave de todo. Si se busca información en internet sobre Tijanóvskaya, hasta abril del año 2020 no se encontrará nada. Su principal “activo” es ser la esposa del conocido youtuber Sergei Tikhanovsky. Eso es todo. Incluso a día de hoy, si revisamos su carrera política hay muy poca información al respecto. Tijanóvskaya se aferra a la popularidad de su marido.


Antes de que Svetlana se convirtiera en la esposa de Sergei, su apellido de soltera era Pilipchuk. Svetlana nació en 1982 en la pequeña ciudad de Mikashevichi, en el sur de Bielorrusia, muy cerca de la frontera con Ucrania. Estudió en la Facultad de Filología de la Universidad Pedagógica Estatal de Mozyr, de la cual se graduó con un título en Idiomas Extranjeros (inglés y alemán). Trabajó como traductora de inglés en varias organizaciones.


No hay información de que Svetlana haya trabajado en ninguna escuela. Entonces, ¿qué sabemos de ella? Nada. Habla con fluidez idiomas extranjeros. Parte del tiempo vivió por invitación con familias en Europa, donde tenía conexiones. También asumo que por la naturaleza de su trabajo (traductora) tiene buenas conexiones con las embajadas de diferentes países en Bielorrusia. Pero en términos generales es una persona sin biografía. Nunca creeré en la independencia de esta candidata.


¿Cuál era el ambiente que se vivió durante las elecciones? ¿Se desarrollaron con normalidad?


Sí, el proceso electoral en sí fue tranquilo. Vale la pena mirar lo que sucedió antes del inicio de la votación y después del final de la votación. El único candidato que podía competir con Lukashenko era Viktor Babariko, presidente de la junta directiva de Belgazprombank, filial de Gazprom. Babariko es una figura completamente controlada por Rusia. Si ganaba las elecciones, el “juego” se terminaba. Fue inhabilitado por fraude y blanqueo de dinero, arrestado y enviado a prisión. Otro candidato, un poco más débil, era Valery Tsepkalo, un ex diplomático asociado a los oligarcas de Rusia, Estados Unidos y la Unión Europea. También fue acusado de fraude.


La conclusión que podemos sacar es que a pesar de que en ambos casos, tanto con Babariko como con Tsepkalo, se confirmó su culpabilidad, comenzaron a ser investigados con firmeza en el momento en el que decidieron lanzar sus candidaturas a la presidencia.


Los dos candidatos más fuertes que quedaban en la carrera presidencial, entonces, eran Lukashenko y Tijanóvskaya. Cada uno usó sus recursos. El oficialismo usó activos estatales mientras que Tijanóvskaya contó con fondos de patrocinadores extranjeros, prometiendo transferir todos los activos a sus promotores en caso de resultar vencedora.


Los acontecimientos que se desarrollan en Bielorrusia recuerdan, en cierta manera, a los acontecidos en Ucrania durante las protestas del Maidán en 2013. Tú personalmente has hablado del riesgo de una “Ucrania 2.0”. ¿Se están usando los mismos métodos para dar un Golpe de Estado en Bielorrusia?


Ésta es una copia completa de lo que sucedió en Ucrania. Tanto las causas del conflicto como las consecuencias son absolutamente las mismas. La única peculiaridad es que los oligarcas ucranianos también reclaman su parte del pastel como inversores externos. Pero es poco probable que tengan éxito.


¿Cuál crees que es el objetivo de todo esto? ¿Por qué hay algunos sectores políticos que tienen tanto interés en que Lukashenko abandone la Presidencia?


Bielorrusia es un país pobre, sin embargo, tiene varias empresas grandes que no están controladas directamente por empresas transnacionales privadas (tanto rusas como de la Unión Europea y Estados Unidos). En una crisis, cuando todo el mundo necesita tapar agujeros, las empresas de propiedad legal del Estado son una excelente inversión de dinero. Desde el punto de vista de los oligarcas, no han podido sacar beneficio del Estado hasta ahora. Quieren obligar al presidente (no importa el apellido) a vender estas empresas públicas.


Por lo general, esto se hace mediante crédito. Por ejemplo, Rusia emite un préstamo a Bielorrusia sobre la garantía de las acciones de la empresa y luego entra en la acción comprando el paquete. El préstamo no se devuelve, el control de la empresa pasa al nuevo propietario. Las protestas ejercen presión sobre las autoridades. Si no está de acuerdo con las condiciones propuestas por Rusia, esto significa caer en un bloqueo completo. Por lo tanto, tendrá que aceptar y hacer concesiones. Los principales objetivos de privatización y compra para los oligarcas son las empresas de Belaruskali, la refinería de petróleo de Mozyr, la refinería de petróleo de Novopolotsk, la planta metalúrgica de Belarús, el monopolio energético Belenergo, la empresa de telecomunicaciones Beltelecom, el Belarusbank, etc.


El acuerdo con Rusia es solo la primera parte. Además, es necesario satisfacer las peticiones de los oligarcas de la Unión Europea y Estados Unidos, al menos formalmente. Lukashenko es duro. Creó estas empresas estatales y no quiere regalarlas. Por lo tanto, si no se puede obligar a Lukashenko a vender las empresas públicas, Tijanóvskaya será promocionada por estos sectores. A los oligarcas no les importa quién firma los papeles sobre la privatización. Quieren resultados. Hay intereses entrelazados y quieren su propia porción del pastel.


Fuente: Nueva Revolución: nuevarevolucion.es


20 agosto, 2020

El rostro del imperialismo — Michael Parenti




Traducción: Arrezafe


Michael Parenti — El libro que acabo de escribir se llama El rostro del imperialismo [2011] y sostiene que la política global de Estados Unidos en todo el mundo no es inepta, ni chapucera, ni mesiánica, ni está impulsada por presunciones erróneas y cosas por el estilo... La política global de Estados Unidos es racional, exitosa y muy consistente. Simplemente no sirve a los intereses de la población de los países en los que opera y tampoco sirve a los intereses del pueblo estadounidense.


El objetivo de la política exterior estadounidense es apoyar a todos aquellos países, líderes y movimientos que se abren y acogen a inversores corporativos y multinacionales, ofreciendo sus tierras, su trabajo, sus mercados y sus recursos naturales a la expropiación y explotación por parte de estos ricos. Y el otro objetivo de la política estadounidense, la otra cara de la misma moneda, en realidad, es destruir, aniquilar o socavar cualquier movimiento político, líder o nación que intente desarrollar sus propios recursos humanos y materiales para sí mismo, es decir, su propio desarrollo.


Se demoniza a esos países, se demoniza a sus líderes, se le dice al pueblo estadounidense que son una amenaza mortal para nuestra seguridad, y por lo tanto hay que acabar con ellos. Y esa es la coherencia de la política. Lo vemos hoy en el Medio Oriente, donde los líderes estadounidenses dieron todo su apoyo a un dictador como Mubarak, en Egipto, que hizo muy poco por el pueblo, que acumuló grandes riquezas, que trajo al FMI, que abrió el país a grandes inversionistas, extranjeros ricos que colaboraron a una política de apoyo al expansionismo israelí y cosas por el estilo, mientras que un dictador como Gadafi hizo lo contrario, expulsó a las compañías petroleras, nacionalizó el petróleo, estableció programas sociales para la educación gratuita, vivienda y atención médica. Desarrollo un extraordinario proyecto para llevar agua desde el sur de Libia hasta las áreas de población y para la agricultura, pero se negó a que entrara el FMI y los bancos extranjeros y demás. Tras 30 años de gobierno, se asustó cuando vio la terrible destrucción que se había cernido sobre Irak, por lo que comenzó a hacer concesiones, como el SAP (Programas de Ajuste Estructural), lo que significó recortes en los servicios sociales para la población. Aunque gran parte de Libia todavía disfrutaba de este tipo de programa socialista. Trajo algunas compañías petroleras y consorcios, pero todavía no estaba abriendo el país por completo. Así que lo que están haciendo ahora, bajo el disfraz de una guerra humanitaria, es destruirlo a él y a sus partidarios. Libia será tomada por yihadistas y monárquicos, por operativos de la CIA y similares, que tomarán el control del país y lo abrirán al saqueo del libre mercado. Lo mismo que se le hizo a Yugoslavia, un país que era una socialdemocracia decente, bombardeado durante 78 días por Bill Clinton, mano a mano con muchos de nuestros amigos progresistas, la CIA, la OTAN, los principales medios de comunicación, la Casa Blanca y el Pentágono. Y Yugoslavia fue fragmentada en un grupo de pequeñas repúblicas de derecha.


Mi libro también trata sobre cómo opera el Imperio. El Imperio Estadounidense contempla dos tipos de naciones: las que son vasallos y satélites que siguen el programa de los EEUU, a veces denominadas aliados o estados clientes, y las que se niegan a hacerlo. Éstas son consideradas como enemigos o enemigos potenciales. Irak, a la luego llamarían "potencia regional", era considerada un enemigo, una “potencia” con la que había que lidiar. Ahora se utiliza el mismo término para Irán. Irán puede emerger como una 'potencia regional', lo cual lo hace un poco más aterrador. Y es posible que tengan energía nuclear a su disposición, por lo que, una vez asustada la población estadounidense, una vez demonizados los líderes de estos países, tendrás licencia para bombardear a sus gentes, bombardear sus infraestructuras y destruir sus países. Y en esas estamos... De modo que, están los países satélites y luego están los países que intentan tomar un rumbo independiente, saliendo de este Imperio global y tratando de usar todos sus recursos y su capital de forma que sean útiles para su propia gente.


Esos países son enemigos potenciales, especialmente si tienen unas dimensiones como las de Rusia, India o China, especialmente China. Vimos a Hillary Clinton levantarse ante un comité del Congreso y decir "Estados Unidos está perdiendo la guerra de la información". No sabía yo que la información era una guerra. Pensé que la información era algo para iluminar a las personas, no para captarlas, sitiarlas y, ya sabes, adoctrinarlas. Y comenzó a hablar de manera estridente de Russia Today, de France 24 y de Al-Jazeera. Dijo además que "China está construyendo una red mundial de noticias en inglés". Y digo yo, eso será interesante, obtendremos otra perspectiva, obtendremos cobertura de todo tipo de historias que no se cubrieron antes, tendremos otro punto de vista desde el cual juzgar el que único que ha sido alimentado desde siempre. Pero ella lo ve como una amenaza.


Así que, de eso se trata el Imperio. Se trata de controlar a las personas en todas partes del mundo, en casa y en el extranjero, dándoles lo menos posible para que los pocos que están en la cima se hagan lo más ricos posible. Cuanto más hambriento y más pobre sea, más duro trabajará por cada vez menos. Y así, lamentablemente, es como va el mundo.


Que pienses que nuestros líderes son estúpidos, que pienses que quienes poseen este mundo, que quienes han construido y controlan cientos y cientos de bases militares y están haciendo que la gente se mate entre sí para proteger los intereses de esta élite superior, si crees que estas personas son estúpidas, eres tú quien está siendo un tanto estúpido. Si crees que su líder es un estúpido por su incultura y mala pronunciación, estás siendo estúpido. Si crees que su líder, por ser ilustrado e inteligente y un excelente orador, lleva tus intereses en su corazón, también estás siendo estúpido.


Así que el libro es para que la gente estúpida lo lea, se ilumine y mejore su conciencia. Pero también para que lo lea la gente inteligente que quiere confirmar sus certezas y confrontarlas.






19 agosto, 2020

“Las voces `expertas y neutrales´ de los medios son pagadas por el IBEX 35” (Arantxa Tirado)



Arantxa Tirado, académica y analista política, nos habla sobre la censura en el Estado español, sobre el linchamiento mediático a personas que, como ella o Willy Toledo, han tratado de dar una visión distinta sobre Venezuela y Cuba, y sobre quiénes tienen voz –y quienes no– en los espacios de opinión.





17 agosto, 2020

“España es un país de esperpentos, de realidades grotescas, de jefezuelos fantoches” — Miquel Amorós

 


La corte de los enanos. 

De la monarquía y de la República


KAOSENLARED - 15/08/2020


La Monarquía terminó en España el año 1931 como secuela de unas elecciones municipales favorables a los partidos republicanos. Alfonso XIII abandonó acto seguido el país abrumado por el rechazo popular. Ningún rey volvió a coronarse hasta noviembre de 1975, recién fallecido el dictador. A día de hoy, ese mismo monarca, habiendo renunciado a la corona por una serie de vicisitudes que empezaron con un accidente en una cacería de elefantes patrocinada por millonarios árabes y el desvío de fondos públicos para acondicionar la residencia de su última amante, anuncia su intención de residir fuera del país. Parece que la historia se repita como comedia, como diría Marx, y más teniendo en cuenta que el matador de proboscidios era presidente de honor de la conservacionista WWF.


España es un país de esperpentos, de realidades grotescas, de jefezuelos fantoches, y para muestra, el último avatar del rey “emérito”, el de las comisiones saudíes y las maletas repletas de euros llevadas a Suiza, cuya existencia han resaltado las disputas pecuniarias con su amiga Corinna. ¿Afectará el asunto de la corrupción real a la política? Desde luego, una parte de la casta partidista, Podemos, Esquerra, etc., aprovechará la ocasión para condenar la “indignidad” real, pedir la abolición de la monarquía y afirmar su inquebrantable vocación republicana, pero todo ello exclusivamente con fines electoralistas. A los podemitas y afines les interesa no difuminarse en la colaboración con los socialistas, y a los supuestos independentistas, es una oportunidad de desgaste del centralismo estatal que sale gratis. Ya se guardarán muy bien de llevar su republicanismo a la práctica, sabedores de que los cimientos de lo que llaman democracia y no lo es se confeccionaron con hormigón monárquico.


Si la figura del ex rey resulta patética y ridícula, no lo resultan menos el gobierno y el parlamento, con sus diputados portavoces rivalizando en pomposa moralidad y huera fraseología acerca de la corona y la persona que la lleva. Además, conviene recordar que la Casa real no ocupa un lugar central en el esperpento estatista, y por consiguiente, su peso es muy ligero, en absoluto capaz de generar por sí misma una crisis semejante a la que ocasionó no hace mucho el soberanismo catalán. El rey reina, no paga impuestos e incluso amasa fortunas fraudulentas, pero no gobierna. En fin, la Corona es solo el bombín del vestido institucional de la dominación, el sombrero del poder de la clase dominante, y los intereses de esta no pasan por cambiar de traje, y menos por ponerse la boina tricolor. Nadie quiere realmente cambiar las reglas del juego si puede perder algo en el cambio. Ningún partido, por republicano que se proclame, desea forzar la descomposición del régimen para adentrarse en una batalla por la reconversión institucional de salida completamente incierta. Ni siquiera los soberanistas, por más vestiduras que se rasguen.



A pesar de los pesares, las andanzas del “emérito” van a prestar un último servicio al régimen partitocrático nacido del pacto contra natura entre el franquismo y la oposición, incluida la soberanista, permitiendo por un instante desviar la atención de la crisis sanitaria y económica que se abate sobre el país, lenta e inexorable, crisis que columbra un horizonte nada halagüeño. Las verdaderas contradicciones que atraviesan el capitalismo español, impulsoras de conflictos sociales venideros, apenas han comenzado a aflorar. El ruido mediático en torno a Juan Carlos puede oscurecer durante un tiempo ante las masas semiconfinadas y enmascaradas la perspectiva azarosa de una pobreza desigualmente repartida y de una sanidad pública desmantelada, pero no todo el tiempo. El espantajo republicano solo es eso, un espantajo. Una maniobra de despiste, un tópico progresista. La población española no ha sido nunca monárquica, pero en el Estado español no queda casi nadie que se sienta inclinado a sacrificar su minúsculo interés privado en aras de sus sagrados principios, y por supuesto, los profesionales de la política menos que nadie. Esos no tienen principios. España es un país de clases medias, de políticos pesebreros, de obreros desclasados y de funcionarios jubilados, gente preocupada por mantener su nivel de consumo, y por lo tanto, poco inclinada a cambiar de sitio los muebles. Gente decidida a caminar por las viejas sendas, porque las nuevas no dan suficientes garantías.


La Monarquía ha sido más que nada un florero en la mesa española del poder, una institución postiza con la misión de reflejar la marcha tranquila y feliz de la dominación de los poderosos, la imagen floral de un país donde los turistas llegan a espuertas, los cargos responsables nunca dimiten, los inversores se enriquecen y los empresarios hacen lucrativos negocios. En tiempos críticos, sin embargo, la Monarquía puede convertirse en diana hacia la cual desviar los tiros que deberían dirigirse hacia otro lado. El espectáculo puede cambiar en último extremo para que nada cambie. Precisamente es lo que está pasando. Juan Carlos anuncia su salida de España, negociada con el gobierno, para no perjudicar a la institución monárquica, según propia confesión, convirtiendo un asunto de corrupción en otro de sacrificio paterno, pero en las Cortes preocupa más vivir de la poltrona y, encima, los partidarios de dejar la Monarquía tal como ha quedado son mayoría absoluta. Para ellos, las personas delinquen, pero las instituciones son inmaculadas.



A pesar de que nuestros deseos no vayan en ese sentido, a tenor de lo dicho, no tenemos más remedio que afirmar que la espantada real no tendrá consecuencias republicanas. Ya la Segunda República fue entronizada por antiguos monárquicos con el objeto de afrontar la crisis económica que llevó al precipicio a la Dictadura de Primo de Rivera, y con ella a la Monarquía borbónica. No fue capaz de llevar a cabo las tímidas reformas sociales que se propuso. Tampoco depuró a un ejército repleto de monárquicos y clericales. Los gobiernos republicanos no dudaron en emplear la represión más implacable contra el proletariado sindicalista, agudizando la lucha de clases y llevando a los sectores más reaccionarios de la burguesía al pronunciamiento. Su fracaso no consistió en garantizar la libertad al pueblo español, sino en no suprimir la libertad popular lo suficiente. La excusa era la guerra y la guerra se perdió. El contexto internacional no le fue favorable y los gobiernos seudodemocráticos prefirieron un régimen fascista a una República débil, burguesa en esencia pero incapaz de asegurar los intereses de los inversores y propietarios, y aún menos, de hacer tabla rasa de los proletarios.


Hoy en día no hay verdaderos monárquicos, ni verdaderos republicanos. Como ayer, la República no significaría más que un nuevo espectáculo estatal, una pirueta del orden, no una transformación siquiera incipiente de las estructuras sociales, bastante dañadas por el paro, la exclusión y las desigualdades. Apenas instaurada en plena crisis como maniobra de distracción, su entronización sería demasiado arriesgada. Podría surgir con fuerza la cuestión social, pues los antagonismos se harían visibles y no habría policía suficiente para contenerlos. No hay republicano que quiera eso. El patriotismo republicano se emplearía tanto como el actual “ciudadanismo” para la estabilización del sistema partitocrático, probablemente con escasos logros; la épica ideológica no alimenta y la retórica republicana no resuelve los conflictos. Lo que llaman “ciudadanos” es algo tan abstracto y dispar como lo que antaño llamaban “patriotas”. En concreto, hay masas, hay clases populares, hay dirigidos, oprimidos, cabreados; todos se mueven gracias a impulsos e intereses que por propia dinámica tienden hacia la universalidad. Sus movimientos apuntan a formas de democracia directa, asambleas, coordinadoras, consejos, comunidades, por más que esas metas tarden en perfilarse. La crisis no impulsa necesariamente la conciencia social. El populismo actual lo demuestra. El republicanismo del momento es simplemente populismo. Y no hay populismo que quiera una avalancha de asambleas realmente populares que vuelvan inútiles los jefes, puesto que todos aspiran al mando y al despacho. En cambio, solamente en ellas puede forjarse una auténtica voluntad popular, el elemento cohesionador de una verdadera república, una república sin Estado, de la que abominan las clases poseedoras y más aún la casta política.


En defensa no solo del anterior rey, sino de los actuales gobernantes, un ensayista señaló que precisamente los tiempos posmodernos no requieren dirigentes de altura, audaces, lúcidos y hasta quijotescos, grandes hombres de Estado con sentido de la Historia y visión universal. Pasó ya su hora. Ahora toca el turno de los dirigentes mediocres, vacilantes y por qué no, afanadores. Las circunstancias que acompañan a los poderes establecidos necesitan a los torpes e indecisos y no a los heroicos, a los enanos y no a los gigantes, ya que no se requieren grandes decisiones ni estrategias osadas para estabilizar las instituciones y garantizar los intereses económicos, sino las pequeñas componendas, renuncias consensuadas y tortuosos apaños. El nuevo dirigente nunca destaca por su inteligencia, sino por su ignorancia, ni se señala por su determinación, sino por su pusilanimidad. No se le valora por sus virtudes, sino por su insignificancia. Es de los que sabe acomodarse con lo que hay y no busca imponerse. No se enfrenta a los verdaderos problemas, más bien los evita, dando rodeos y largas hasta adaptarse. No se caracteriza por su voluntad de servicio, aunque fuese interesada, sino por aferrarse a los cargos como una lapa y por usar del dinero público como un patrimonio propio. Ese tipo de personajes fueron los que construyeron lo que todos los servidores de la dominación llaman “democracia española”, en realidad, un despotismo camuflado moderado por la ineptitud y un tanto por el enchufismo.


La democracia a la española fue fruto de una negociación entre el aparato franquista y los partidos de la oposición. Unos, los reformadores franquistas, poseían la fuerza, el poder, mientras que los otros, las mesas, juntas y plataformas opositoras, tenían la legitimidad democrática. Ambos estaban dispuestos a ceder. Unos, a neutralizar las tendencias duras del franquismo, y los otros, a desactivar y paralizar el empuje del movimiento obrero ascendente. La amnistía de los crímenes franquistas a cambio de la legalización de los partidos y de las elecciones parlamentarias. Siempre dentro de la ley: de la ley franquista a la ley desprendida de la Constitución. El movimiento obrero no pudo romper esa alianza; sus enemigos le despojaron de su autonomía y pronto, con la legalización de los sindicatos, el proletariado dejó de ser una clase histórica, portadora de esperanzas emancipadoras, para devenir un actor secundario en el proceso de la “Transición” de la dictadura a la partitocracia. Con ese nombre se designa un régimen de apariencia parlamentaria sin separación real de poderes, en el que son protagonistas las cúpulas de los partidos con representación parlamentaria. El guión de tal sistema se “consensúa” entre las jerarquías políticas, en función del número del diputados que posean. No era de extrañar que la fragilidad permanente del modelo obligara a los gobiernos a continuas leyes de excepción, y que en general las leyes sirvieran más para suprimir libertades que para garantizarlas. El código de la democracia, aparato legal que debería haber acompañado a la Constitución en 1978, no se terminó de elaborar hasta los años noventa y metió en la cárcel a más de los que había antes de su puesta en funcionamiento. La debilidad obliga a comportamientos extra-legales, autoritarios, impopulares, que pretenden mostrar sensación de firmeza y seguridad. Al cabo de los años, la seguridad ha podido con el deseo de libertad. El miedo es la pasión principal del individuo medio español, motorizado y televisivo, obediente y conformista, dispuesto a votar como poseso por la falsa opción que le manden, izquierda o derecha, unidad constitucional o independencia, y si se presentara el caso, monarquía o república. El voto no le garantiza ninguna libertad, pero al votar solamente busca la seguridad, la protección benigna de la autoridad.


Personajillos como Juan Carlos, Adolfo Suárez, Felipe González, Jordi Pujol o Santiago Carrillo, fueron los artífices del régimen posfranquista que llamaron democracia. Ninguno brilló por sus cualidades, sino por su excepcional vulgaridad, por su nulidad apenas disimulada por docenas de asesores. Juan Carlos, por ejemplo, fue enteramente una creación del franquismo. Convertido en rey por obra y designio de Franco, tuvo, o mejor, tuvieron sus consejeros, la suficiente inteligencia para no obstaculizar la Transición y ligar su suerte a esta. Puestos a dejarla correr, mejor cubrirla con su autoridad “moral”. A Juan Carlos le interesaban más las mujeres, los yates y el dinero que el poder, pero una cosa era necesaria para la otra. Así que tuvo que manejar a los generales franquistas, el escollo mayor capaz de hacer encallar la Transición, y surfear por encima del gobierno y el parlamento, a fin de convertirse en mediador indispensable de la situación cuando la mediación fuese requerida. La oposición de algunos obispos y una parte importante del aparato armado del franquismo, capitanes generales, guardias civiles y servicios secretos militares, consagró su papel de árbitro institucional y le catapultó como figura histórica.



En efecto, su aparición televisiva en el golpe de Estado del 23-F le valió el título honorífico de “salvador de la democracia” aun cuando su verdadero papel fuera más que dudoso. El rey de entonces no andaba satisfecho con ella, por lo que había incitado a unos y a otros a ponerle freno y cambiar de orientación. Es decir, a volverla menos democrática, más respetuosa con las jerarquías establecidas y sus arcaicos valores. A innovar lo mínimo. Parece que tenía adeptos en todos los partidos y que el “golpe de timón” no iba a pasar de un suave movimiento pendular en el interior de la burocracia estatal, pero la iniciativa de unos cuantos ultraderechistas bien incrustados en las fuerzas armadas dio al traste con la operación reconductora. Juan Carlos, en calidad de capitán general de los ejércitos, inclinó la balanza del lado gubernamental y con eso logró la popularidad requerida para hacer en adelante lo que le viniera en gana. Por primera vez se sintió por encima de tirios y troyanos, más allá del bien y del mal monárquico, sentado sobre bayonetas blandas.


El resultado del fallido golpe de Estado de 1981 fue un régimen tutelado entre bastidores durante unos años por los militares. La Transición se hizo más autoritaria, al tiempo que la economía seguía avanzando con altibajos. Nadie protestaba, la población gobernada se precipitaba en una sociedad consumista, donde había crédito para todo el mundo y cualquiera, hasta el más pobre, tenía algo para gastar. La Transición había desembocado en “el Cambio”, la década felipista. Los socialistas lideraban el crecimiento económico inmobiliario. El país era una nación moderna, con un desarrollo envidiable y un rey que iba y venía como embajador, riéndole todos las gracias, como cuando lanzó al esperpento bolivariano Chaves un “por qué no te callas». En lo sucesivo Juan Carlos perdió la contención y la compostura, enfermó de éxito y, dejándose llevar por sus inclinaciones naturales, la caza, las faldas y los negocios, precedido por su yerno Urdangarín, duque en-Palma-do, no tardó en protagonizar involuntarios escándalos que pudo conjurar renunciando a la corona en favor de su hijo. No fue suficiente. La cabra tira al monte.



Juan Carlos “el campechano”, el de los accidentes domésticos, el de la moto, ha sido el espejo en que se contemplaron tres generaciones de gobernantes acomodaticios, insípidos y mezquinos como él, fuesen comunistas o conservadores, regionalistas o independentistas, sindicalistas o empresarios, corruptos o limpios. Fue el rey de una época gris, donde la jerarquía del capital desplazó definitivamente en España a la de la ideología fascista y la religión católica, periodo durante el cual la política se sometió a la economía: el enriquecimiento fue la consigna a seguir, y el dinero, la meta de todo bicho viviente. Época modernizadora, preludio de la mundialización financiera que tanta marginación, miseria y resignación ha reportado. Como un juguete roto, el “emérito” sucumbe hoy a sus errores y a su avidez, todavía no demasiado, mientras la humanidad se cuece con una pandemia y al Estado español se le viene encima la mayor crisis de la historia.


Los estragos que se irán sucediendo en una sociedad colonizada por el capital cambiarán de arriba abajo el mundo en el que sobrevivimos. Lo mismo dará la forma de Estado. Si la república conviene a la clase dominante, habrá república. Por ahora parece que no. Se está más bien por “un nuevo lanzamiento de la imagen de la corona», como dice el diario “La Razón”. Si conviene a un sector significativo de la casta política, habrá moda republicana. Por ahora parece que sí. Nadie notará la diferencia, pues las masas despolitizadas, presas de sus estrechos intereses privados, son indiferentes al postureo político. Nadie saldrá de su ensimismamiento cotidiano, nadie prescindirá de su correspondiente dosis de evasión festiva, por una cuestión tan nimia como la de escoger entre una forma política de sumisión u otra. Que pongan la que quieran. A pesar de todo, la parte empobrecida, víctima de decisiones unilaterales, no comulga siempre con ruedas de molino. La esclavitud, sea cual sea la forma con la que se presente, es siempre esclavitud, y la única república deseable es aquella en la que la justicia social y la igualdad solidaria hagan imposible aquella. Por desgracia, esa clase de república, una especie de federación comunitaria antiestatal, no es la que anima a la mayoría de los republicanos de hoy, o a los que dicen serlo, más proclives a la autoridad que a la ausencia de ella. Pero siempre quedan los irredentos que confían en su posibilidad y su advenimiento. Para ellos escribimos.


Miguel Amorós, 5 de agosto de 2020

13 agosto, 2020

"El capitalismo no es la solución, es el problema" ——— David Harvey

 


Observatorio de la crisis - 08/07/2020


Es posible que cuando salgamos de los tormentos infligidos por COVID-19, nos encontremos con un panorama político en el que la reforma del capitalismo esté presente.


Incluso antes de que el virus atacara habían algunos indicios que proponían una mutación. Los líderes empresariales que se reunieron en Davos, por ejemplo, oyeron algunas voces que les alertaban que debían reducir la obsesión por los beneficios y el descuido por los impactos sociales y medioambientales que produce el capitalismo. Ante la creciente irritación pública, se les aconsejó que se protegieran en alguna forma de "ecocapitalismo" o “capitalismo con conciencia”.


Tras cuarenta años de políticas neoliberales, con la embestida del virus se ha puesto en evidencia el lamentable estado de la salud pública. La austeridad aplicada a todo lo que no sean gastos militares o subsidios a las grandes corporaciones (aunque sean inmensamente ricas) ha dejado un sentir amargo y un creciente malestar entre la ciudadanía. Por el contrario, la adopción de medidas por parte del estado para hacer frente a la pandemia ha producido cierta esperanza entre la población.


El gobernador de Nueva York, Andrew Cuomo, ha dicho recientemente que cuando salgamos de la actual crisis “no sólo se requerirá reimaginar el horizonte económico, social y político, sino que también deberemos reconciliar el interés del pueblo con el poder político”. Para los que hemos vivido la pesadilla provocada por el virus en Nueva York esta declaración, que implica la intervención del Estado, parece lógica.


Desgraciadamente, la salida de la crisis que propone Cuomo va en otro sentido. El gobernador demócrata decidió que para “reimaginar” la economía y las relaciones sociales era necesario reclutar a un selecto club de multimillonarios integrado por Michael Bloomberg (para organizar los análisis), Bill Gates (para coordinar las iniciativas de educación) y el ex CEO de Google, Eric Schmidt (para recalibrar las comunicaciones y las funciones gubernamentales).


Al parecer, la oleada democrática que se ha hecho evidente en la calle aún no ha llegado con suficiente fuerza a las cúpulas del poder político. Para Cuomo, la reconstrucción y reimaginación del sistema debe amoldarse a las necesidades del capital y a lo que decida una élite capitalista “progre”.


Las ciudades que necesitamos


Durante una larga historia de gobiernos burgueses, en Estados Unidos ha habido periodos de reformas; a principios del siglo XX con gobiernos liberales, el New Deal en los años treinta con Roosevelt y la llamada Gran Sociedad con Johnson en los años sesenta. Parece que ahora, de nuevo, las clases dominantes están construyendo un consenso para otra reforma cosmética del sistema.


En ese contexto, se está pensando en reconstruir la vida urbana a fin de promover no sólo formas más racionales –y ecológicas– de desarrollo económico, sino también formas más adecuadas de organizar la vida cotidiana.


Además de causar un daño directo incalculable a la calidad de la vida cotidiana, el coronavirus también ha revelado la enorme cantidad de podredumbre que hay bajo el brillo superficial el consumismo ostentoso, del individualismo indulgente y de las intervenciones arquitectónicas extravagantes.


Con este espíritu, las reflexiones del Consejo Editorial del New York Times (NYT) sobre "Las ciudades que necesitamos" invita a hacer algunos comentarios. El tema central es bastante simple: “Alguna vez las ciudades funcionaron. Pero, ahora no funcionan. Tenemos que cambiarlas”.


Detrás de esto hay una visión algo nostálgica de una época en la que "las ciudades norteamericanas eran el motor del progreso económico de la nación, el escaparate de su riqueza y cultura, el objeto de la fascinación y admiración mundial".


Para el NYT, “en aquellos buenos tiempos las ciudades proporcionaban las claves para liberar el potencial humano; pues tenían una infraestructura de escuelas y colegios públicos, bibliotecas y parques, agua potable limpia y segura y buenos sistemas de transporte publico”, a pesar de que estaban “deformadas por el racismo, desangradas por las ganancias de las élites y afectadas por la contaminación y las enfermedades”, pero, por encima de todo, esas ciudades “ofrecían oportunidades”.


Según el NYT, ahora el virus a puesto al descubierto que "nuestras áreas urbanas están encadenadas por demarcaciones invisibles e impermeables de enclaves de riqueza y privilegio, de bloques separados por terrenos baldíos y viejos edificios donde los trabajos son escasos y la vida es muy dura y a menudo demasiado corta".


La esperanza de vida en los suburbios más pobres es de sólo sesenta años, en comparación con los noventa años de los barrios más ricos. Para aclarar este punto, el NYT publicó mapas con las diferencias de esperanza de vida en las ciudades de EEUU.


¿Todos juntos ahora?


Es indiscutible que las oportunidades de la vida dependen del código postal de donde uno nace. La letanía de fracasos del sistema es demasiado larga y está lejos de ser invisible, como observa el New York Times.


Durante el último medio siglo la infraestructura de las ciudades se ha deteriorado considerablemente. Las escuelas públicas ya no preparan a los estudiantes. Los trenes subterráneos no son confiables. El agua tiene plomo en proporción alarmante. La falta de viviendas asequibles exige extensos y tediosos viajes para los trabajadores de bajos salarios en un transporte público que falla continuamente. Miles de personas sin hogar acampan en las calles, en los autobuses y en el Metro. El mapa de las oportunidades educativas muestra las diferencias de ingresos y de riqueza, lo que sirve para cristalizar y profundizar las divisiones raciales y de clase.


La conclusión del Consejo Editorial del NYT es que "los ricos necesitan mano de obra y los pobres necesitan capital. Y la ciudad necesita de todos". Y todos “deberíamos unirnos para crear una urbanización más satisfactoria y equitativa”.


Esta es una conclusión absurda porque lo que hace es confirmar la primacía de las estructuras económicas que están en la raíz de la mayoría de los problemas de la vida urbana contemporánea.


Sin duda, los ricos necesitan mano de obra porque es la mano de obra la que los hace ricos. Pero es el capital el que se ha llevado la riqueza producida por los trabajadores.


Es el capital el que ha reducido el trabajo a la precariedad, a propiciado los desplazamientos tecnológicos, la desindustrialización y los demás males que dejan a las ciudades con una población incapaz de sobrevivir sin recurrir a la caridad de los bancos de alimentos y de los vales de comida. Es el capital el que produce una población que no puede pagar el alquiler y mucho menos pagar una hipoteca.


En los 80 Ronald Reagan sentenció "el estado no es la solución a nuestros problemas, el estado es el problema". Bueno, yo pienso que hasta que no nos demos cuenta de que "el capital no es la solución de nuestros problemas, porque el capital es el problema” estaremos perdidos.


El capital construye Hudson Yards y no viviendas asequibles para los que tratan de sobrevivir con menos de 40.000 dólares al año. Mientras los capitalistas puedan hacer esto, todo intento de reforma, por muy bienintencionado que sea, se verá absorbido por los ciclos de acumulación del capital en beneficio de unos pocos.


El capital seguirá funcionando independientemente de las inhumanas consecuencias sociales y ecológicas que produce, dejando a una importante parte de población en situación de atroz pobreza .


Una melodía familiar


El New York Times, en una exhortación llena de esperanza, apuesta por unos seres angelicales y desinteresados: "reducir la segregación requiere que los americanos ricos compartan, pero no necesariamente que se sacrifiquen" dice el Consejo Editorial del periódico.


La receta para los editorialistas es, "construir vecindarios más diversos y desconectar las instituciones públicas de la riqueza privada…. en última instancia, estas políticas enriquecerán la vida de todos los estadounidenses haciendo que las ciudades en las que viven y trabajan sean de nuevo un modelo para todo el mundo”.


Tengo ochenta y cuatro años, y he escuchado este tipo de cosas demasiadas veces antes como para tomarlas en serio. En 1969, me mudé a un Baltimore segregado un año después de que gran parte de la ciudad fuera incendiada tras el asesinato de Martin Luther King.


No tardé mucho en cansarme de esa “sentida moralidad” – del tipo que el New York Times resucita– la "ética" de aquellos que ingenuamente creen que todo saldrá bien si los ricos de buena voluntad reconocieran que nuestros destinos están entrelazados, por qué todos estamos juntos en esta ciudad.


Escribí un libro sobre toda esta experiencia, Social Justice and the City, en el que traté como abordar a largo plazo del problema urbano del capitalismo. Aquí nos hallamos, cincuenta años más tarde, y pareciera que estamos listos para repetir ingenuamente una creencia que comete exactamente el mismo iluso error.


En aquel entonces estaba muy claro que el mercado capitalista –que requiere de la escasez para funcionar– era el principal culpable de este sórdido drama humano. Pensar en esos términos ayudó a explicar por qué casi todas las políticas concebidas para el alivio de la desigualdad urbana terminan siendo crucificadas por una contradicción subyacente.


Si nos dedicamos a la "renovación urbana" nos limitaremos solo a desplazar la pobreza de los centros de lujo (ya por 1872 Engels explicó que esta era la única solución que la burguesía tenía para los problemas urbanos). Ahora, si no aplicamos esta “solución” y nos quedamos de brazos cruzados veremos cómo se produce una continua decadencia de la ciudades.


"Disimular el gueto" –como se llamó entonces– no ha funcionado en ninguna parte. Y la dispersión de la población pobre tampoco ha funcionado. Este último enfoque puede dispersar un poco el gueto, pero no reduce los niveles de pobreza ni disminuye la discriminación racial.


La frustración con tales resultados llevó a la conclusión política de que los pobres deben cargar con la culpa de su lamentable condición, y por eso viven encerrados en distintas "culturas de la pobreza". La única respuesta adecuada, dijo Daniel Patrick Moynihan, es una "negligencia benigna".


Esta apreciación presagiaba el tropo neoliberal de la responsabilidad personal y del espíritu emprendedor, una idea que culpa a las víctimas, y que la vez evade el tipo de preguntas incómodas por los fracasos de los políticos reformistas. Pocos especialistas examinaron las fuerzas que gobiernan el corazón del sistema económico capitalista. (Moynihan resulta, por cierto, ser el mentor político y modelo de Cuomo).


Turismo emocional


En esos días hay todo tipo de soluciones ideadas para enfrentar los graves problemas urbanos… excepto las que combatan la economía de mercado. Sin embargo, es la economía de mercado la que produce inevitablemente una espiral de empobrecimiento como la a revelado crudamente por la pandemia.


Si el 40% de los 30 millones de personas – que ahora están desempleadas – ganaban menos de 40.000 dólares al año, seguramente hay que reconocer la bancarrota del capitalismo contemporáneo en cuanto a la satisfacción de las necesidades humanas básicas.


La política neoliberal de responsabilidad personal y formación de “capital humano” que se desarrolló en la década de 1970 sólo ha demostrado ser una buen y conveniente método de dominación de la clase capitalista. Esta estrategia le permitió huir de los fracasos reformistas de la década de 1960, mientras que se llenaban a manos llenas las faltriqueras.


Es vital, por lo tanto, someter la base de nuestra sociedad a un examen riguroso y crítico. Esta es una tarea inmediata. Pero permítanme decir primero lo que esta tarea no implica.


A principios de los años 70, llegue a la conclusión que no se trata de otra investigación empírica de las condiciones sociales de nuestras ciudades. De hecho, cartografiar la patente de inhumanidad del hombre en nuestra sociedad puede resultar contraproducente. Lo digo en el sentido que esta actitud permite al liberal o la progresista pretender que ellos están contribuyendo a una solución cuando en realidad lo que están haciendo es salvar al capital. Este tipo de empirismo es irrelevante, aunque pueda hacernos ganar un Premio Nobel.


Ya hay suficiente información disponible para proporcionar todas las pruebas que necesitamos. Nuestra tarea no está en ese campo. Ni tampoco en lo que puede llamarse "masturbación moral", característico de montaje masoquista que muestran los medios de comunicación sobre las injusticias diarias a las que se somete la población urbana.


No sirve de nada golpearnos el pechos y compadecernos antes de replegarnos a nuestro espacio de confort. Esto también es contrarrevolucionario, ya que sólo sirve para expiar la culpa sin obligarnos a enfrentar los problemas fundamentales, y mucho menos a hacer algo al respecto.


Tampoco es una solución el turismo emocional que nos lleva a trabajar “por los pobres por un tiempo" con la esperanza de que podamos ayudarles a mejorar su suerte (ofreciéndonos, por ejemplo de voluntarios en un comedor de beneficencia o haciendo donaciones a un banco de alimentos ,aunque esto puede ser útil a corto plazo).


¿Y qué pasa si ayudamos a una comunidad escolar a construir un lugar de recreo durante un verano? Lamentablemente sólo descubriremos que la escuela va seguir deteriorando en el próximo otoño. Estos son los caminos que no llevan a ninguna parte. Simplemente sirven para desviarnos de la tarea esencial que tenemos entre manos.


Un nuevo marco


La tarea inmediata es ni más ni menos que la construcción consciente de un nuevo marco político que aborde la cuestión de la desigualdad, a través de una crítica profunda y exhaustiva de nuestro sistema económico y social.


Necesitamos movilizarnos colectivamente para formular conceptos, categorías, teorías y argumentos, que podamos aplicar a la tarea de lograr una transformación social.


Estos conceptos y categorías no pueden ser formulados con abstracción de la realidad social. Deben ser forjados de manera realista con respecto a los eventos y acciones que se desarrollan a nuestro alrededor.


Las pruebas empíricas, los expedientes y las experiencias adquiridas en la comunidad pueden y deben utilizarse. Y la ola de empatía política que está creciendo en todos aquellos que han vivido la amenaza mortal de la pandemia debe ser transformada en energía y organización revolucionaria. Esa ola no llegará a nada si no se consolida.


Se dice que el virus no discrimina. ¡Pues no es cierto! La mayoría de la población tiene que lidiar con dos terribles opciones; por un lado el desalojo de su vivienda y la inanición por el desempleo o, por el otro, mantenerse de los servicios básicos con riesgo para sus vidas en beneficio de la ciudad y las redes de cuidado de los más ricos, y todo esto trabajando por un mísero salario.


¿En qué código postal residen esos trabajadores? ¿Qué proporción de ellos son gente de color, inmigrantes latinos y latinas? ¿ Poseen portátiles sus niños?


Hay una angustiosa continuidad de miseria durante el último siglo y medio. Seguramente es hora de romper con esta larga y bien conocida historia. Necesitamos hacer una ruptura con el sistema, y trazar la creación de formas de urbanización más democráticas y socialmente justas, animadas por una economía política distinta y una estructura diferente de relaciones sociales.


Las disparidades que propugnaron los levantamientos urbanos de la década de 1960 todavía están con nosotros. De hecho, son heridas más profundas que nunca. Unos pocos meses más de encierro y es casi seguro que los levantamientos volverán. Pero recuerden: "el capital no es la solución, es el problema".


* Este artículo fue escrito en mayo, antes de que comenzaran las protestas en curso.