31 octubre, 2017

¿Alguien se acuerda de lo que era la plusvalía? - Nazaret Castro




Inditex: la empresa que entendió que el negocio está en vender ropa y no en producirla
La deslocalización y tercerización de la producción de Inditex tiene dos ventajas: se abaratan costes y la responsabilidad se diluye

El grupo Inditex facturó 20.900 millones de euros en 2016 a través de una red de tiendas que llega ya a 93 países. Cada año se disputa con la sueca H&M y la estadounidense GAP el primer puesto mundial del sector. A su fundador, el gallego Amancio Ortega, lo describe la prensa económica como empresario modélico y hombre hecho a sí mismo. Y lo cierto es que supo revolucionar el sector de la indumentaria, dándole un giro de 180 grados a la concepción de la distribución y la logística.

El éxito de Zara se resume en una fórmula: diseños baratos que rotan rápidamente en las tiendas —la llamada fast fashion— y beneficios económicos basados en la reducción de costos, gracias a la innovación logística, pero también a la degradación de la mano de obra que cose las prendas que luego lucirán en los escaparates de tiendas ubicadas en las avenidas más caras de ciudades de más de medio mundo.

En la globalización, las grandes empresas conservan para sí las actividades más rentables de cada sector y externalizan todo lo demás a través de densas redes de subcontratas. El textil es un caso paradigmático: muchas grandes firmas no tienen un solo taller de confección. Inditex promovió un proceso de deslocalización de su producción a finales de los 90, desde los talleres de costura gallega a los países del Sur.

Se configura así un mercado global en que un puñado de corporaciones acaparan el valor gracias a los bajísimos costos de producción que ofrece una diáspora de maquilas, es decir, fábricas ubicadas en los países con los salarios más bajos del mundo, como Bangladesh, o en talleres clandestinos de São Paulo o Buenos Aires.

Según los cálculos de la Campaña Ropa Limpia de Setem, si partimos de una hipotética prenda vendida por 29 euros, la venta al por menor se lleva el mayor margen: 17 euros, es decir, un 59%. Le sigue el beneficio de la marca (3,6 euros), los gastos de los materiales (3,40 euros), los gastos de transporte (2,19 euros) y los intermediarios (1,2 euros). Los beneficios de la fábrica proveedora en algún país del Sudeste asiático suponen 1,15 euros (el 4%) y, para los salarios de los trabajadores, quedan apenas 18 céntimos: un 0,6% de los 29 euros que figuran en la etiqueta de la camiseta que se vende en un vistoso escaparate de, pongamos por caso, la Gran Vía madrileña.
Mientras Amancio Ortega es encumbrado a los primeros puestos de la lista Forbes de los hombres más ricos del mundo, con una fortuna de 66.000 millones de euros, las empleadas de Bangladesh que cosen las prendas que comercializa Zara cobran salarios de 50 euros mensuales por jornadas de sol a sol. ¿Alguien se acuerda de lo que era la plusvalía?

VIDAS QUE NO IMPORTAN



El derrumbe del edificio Rana Plaza, en Bangladesh, el 24 de abril de 2013, le mostró al mundo el rostro más perverso de este modelo. Murieron 1.129 personas, debido a las precarias condiciones de seguridad e higiene en las que trabajaban, y que siguen siendo la norma y provocando accidentes en medio mundo. Muchas veces, estas trabajadoras —porque son mayoritariamente mujeres— trabajan hacinadas e incluso encerradas, en condiciones análogas a la esclavitud.

La deslocalización y tercerización de la producción tiene otro ángulo perverso: la responsabilidad se diluye. Las grandes marcas, como Inditex, argumentan que no pueden fiscalizar a todos sus proveedores, aunque sí se benefician de sus bajísimos costos de producción. Además, el problema es estructural: si las trabajadoras del Sudeste asiático o Marruecos logran mejoras salariales, la producción tenderá a trasladarse a países donde las legislaciones laborales y ambientales sean más laxas, como de hecho ya están migrando a países africanos, como Etiopía y Sudáfrica. Como las grandes marcas no poseen talleres, sino que subcontratan a empresarios locales, pueden trasladar su producción de un país a otro con gran facilidad, siempre a la búsqueda de costes laborales más competitivos.

Esa expresión, “costes competitivos”, oculta tras su retórica economicista las vidas encadenadas y muertes evitables que hay detrás de los salarios que se pagan. Mientras, los países del Sur se ven obligados a entrar en esa competición por los sueldos más bajos, que no les permiten salir de la miseria pero que siempre serán, se dice, mejor que el desempleo. De un lado, una multiplicidad de talleres semiclandestinos y trabajadores sobreexplotados; al otro extremo de la cadena, los consumidores. En medio, un grupo cada vez más reducido de grandes grupos transnacionales que controlan la distribución y comercialización de la ropa, expulsando del mercado y de las principales calles de tiendas a aquellas cadenas más pequeñas y destruyendo el pequeño comercio por no poder competir con estos gigantes. Es lo que se ha venido a llamar la teoría del embudo, que da el poder de imponer sus reglas a los distribuidores.

La expresión “costes competitivos” oculta las vidas encadenadas y muertes evitables que hay detrás de los salarios que se pagan.

La ropa es mucho más que un elemento para satisfacer la necesidad de abrigo. En una sociedad de consumo, donde tanto tienes, tanto vales, la indumentaria aporta, en gran medida, nuestra identidad. Los vaivenes de la moda incitan al consumismo, a la compra de nuevas prendas, porque las de la temporada pasada no sirven, aunque estén como nuevas: es lo que se ha venido en llamar obsolescencia percibida, que se combina con la obsolescencia programada, es decir, la fabricación de prendas cada vez menos duraderas.
Además, las empresas del fast fashion, como el holding gallego, han sido abanderadas de un modelo de belleza inalcanzable y frustrante. Por la omnipresencia de las marcas de moda en los medios de comunicación y en las calles, las empresas del sector están determinando, en gran medida, los contenidos simbólicos que recibimos, y que impactan de forma muy particular sobre las mujeres. Motivos no faltan para buscar alternativas más justas y sostenibles al emporio de Amancio Ortega.

30 octubre, 2017

BOE nº 193, de 30 de abril de 1977



·         Publicado en:
«BOE» núm. 103, de 30 de abril de 1977, páginas 9337 a 9343 (7 págs.)
·         Sección:
I. Disposiciones generales

·         Departamento:
Jefatura del Estado


·         Referencia:
BOE-A-1977-10733




Instrumento de Ratificación de España del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, hecho en Nueva York el 19 de diciembre de 1966.

TEXTO
Por cuanto el día 28 de septiembre de 1976, el Plenipotenciario de España, nombrado en buena y debida forma al efecto, firmó en Nueva York el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos,
Vistos y examinados los 53 artículos que integran dicho Pacto Internacional,
Oída la Comisión de Asuntos Exteriores de las Cortes Españolas, en cumplimiento de lo prevenido en el artículo 14 de su Ley Constitutiva,
Vengo en aprobar y ratificar cuanto en él se dispone, como en virtud del presente lo apruebo y ratifico, prometiendo cumplirlo, observarlo y hacer que se cumpla y observe puntualmente en todas sus partes, a cuyo fin, para su mayor validación y firmeza, mando expedir este Instrumento de Ratificación firmado por Mí, debidamente sellado y refrendado por el infrascrito Ministro de Asuntos Exteriores.
Dado en Madrid a trece de abril de mil novecientos setenta y siete.
JUAN CARLOS
El Ministro de Asuntos Exteriores,
MARCELINO OREJA AGUIRRE
PACTO INTERNACIONAL DE DERECHOS CIVILES Y POLÍTICOS
Los Estados Partes en el presente Pacto,
Considerando que, conforme a los principios enunciados en la Carta de las Naciones Unidas, la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad inherente a todos los miembros de la familia humana y de sus derechos iguales e inalienables,
Reconociendo que estos derechos se derivan de la dignidad inherente a la persona humana,
Reconociendo que, con arreglo a la Declaración Universal de Derechos Humanos, no puede realizarse el ideal del ser humano libre, en el disfrute de las libertades civiles y políticas y liberado del temor y de la miseria, a menos que se creen condiciones que permitan a cada persona gozar de sus derechos civiles y políticos, tanto como de sus derechos económicos, sociales y culturales,
Considerando que la Carta de las Naciones Unidas impone a los Estados la obligación de promover el respeto universal y efectivo de los derechos y libertades humanos,
Comprendiendo que el individuo, por tener deberes respecto de otros individuos y de la comunidad a que pertenece, tiene la obligación de esforzarse por la consecución y la observancia de los derechos reconocidos en este Pacto,
Convienen en los artículos siguientes:
PARTE I
Artículo 1
1. Todos los pueblos tienen el derecho de libre determinación. En virtud de este derecho establecen libremente su condición política y proveen asimismo a su desarrollo económico, social y cultural.
2. Para el logro de sus fines, todos los pueblos pueden disponer libremente de sus riquezas y recursos naturales, sin perjuicio de las obligaciones que derivan de la cooperación económica internacional basada en el principio de beneficio recíproco, así como del derecho internacional. En ningún caso podría privarse a un pueblo de sus propios medios de subsistencia.
3. Los Estados Partes en el presente Pacto, incluso los que tienen la responsabilidad de administrar territorios no autónomos y territorios en fideicomiso, promoverán el ejercicio del derecho de libre determinación, y respetarán este derecho de conformidad con las disposiciones de la Carta de las Naciones Unidas.

29 octubre, 2017

Democracia y desobediencia - Juan Gabalaui



¿Hay que ser nacionalista o independentista para apoyar la desobediencia del Govern de Catalunya al Estado español? ¿Se puede apoyar si el resultado es la creación de otro estado más? He de decir que estas preguntas y sus respuestas no tienen un gran interés para mí porque el marco en el que sitúo lo que está sucediendo en Catalunya es el de la desobediencia civil, en este caso de una institución autonómica contra las instituciones estatales, y, fundamentalmente, el de la democracia. No hablo de la democracia sufragista y de mayorías defendida por los medios de comunicación,  gobierno y partidos del sistema sino de aquella que tiene que ver con el poder popular, es decir, con la capacidad de los pueblos para tomar decisiones en el ámbito público. Por eso ser independentista o nacionalista, estatista o antiestatista, no es relevante cuando la acción se basa en la voluntad de un pueblo que desobedece el mandato de un estado que les permite pensar y definirse pero les niega la posibilidad de ser.

La democracia es probablemente el término más vapuleado en los últimos tiempos. No es que le hayan quitado el significado sino que le han dado aquel que más le conviene a sus intereses. Los estados occidentales que se consideran democráticos son esencialmente oligárquicos. Si se analizaran las clases sociales representadas en los órganos de gobierno de estos países, concluiríamos seguramente que la gran mayoría pertenece a una clase media-alta que defienden cosmovisiones políticas, sociales y económicas que favorecen los intereses de las élites. Son estas personas las que tienen más posibilidades de acceder a puestos de responsabilidad y de decisión, privilegiadas por un ventajoso entorno familiar, social y educativo. Son estas personas las que, con mayor probabilidad, tendrán la oportunidad de representar a los ciudadanos en una democracia representativa. La democracia sufragista y de mayorías ha sido utilizada para perpetuar el control del poder de las clases medias y altas, confiriendo legitimidad a las mismas lógicas de dominio que han existido históricamente.

La representatividad hurta la posibilidad de tomar decisiones. Se la apropia una persona que podrá tomar decisiones en virtud de intereses ajenos al pueblo que dice representar pero que, a su vez, ha sido elegida y legitimada por el sagrado acto de introducir un voto dentro de una urna. En estas condiciones votar en unas elecciones no es un ejercicio democrático. Sirve para legitimar a aquellos que defienden y protegen los intereses de los poderes políticos y económicos. Si democracia es la capacidad de decidir en el ámbito público, delegar tu capacidad de decisión es un acto esencialmente antidemocrático. Los medios de comunicación han difundido esta manera de entender la democracia ya que les permite controlar cualquier acto de disidencia que cuestione el estado de las cosas. Lo intentaron con el 15M. Un movimiento que, con todos sus defectos, se convirtió en la primera acción democrática popular de la posdictadura que se irradió por centenares de pueblos y ciudades del estado.

Considerar a un estado como democrático es un engaño. Los estados pueden proporcionar libertades y derechos pero están limitados por sus propias leyes, es decir, no son plenos sino condicionados. En el Estado español se puede ser republicano pero no se puede tomar una decisión entre monarquía y república a no ser que la democracia se haga acción. Esto quiere decir que el ejercicio democrático implica saltarse las leyes que impiden que el pueblo pueda tomar una decisión sobre el sistema político que prefieren. La independencia de Catalunya es una de las líneas rojas que marca la constitución española del 78 ya que en su segundo artículo se declara la indisoluble unidad de la nación española, patria común e indivisible de todos los españoles. Ni los catalanes ni nadie pueden tomar la decisión sobre si quieren seguir formando parte de un proyecto en común o ir por su cuenta y riesgo. Esa democracia que alaban los medios y los partidos políticos niega que el pueblo pueda tomar sus propias decisiones. Claro que utilizan subterfugios basados en el sufragio: “La constitución fue votada por la mayoría de los españoles”.

Los medios nos dicen qué es ser demócrata y qué no es. No ahora. Llevan décadas enmarcando este concepto. No les importa ser coherentes sino conseguir que la población asimile como democracia lo que solo es un pálido reflejo. Y vaya que lo han conseguido. La mayoría de los españoles dirían que la democracia es poder ejercer tu voto, elegir a tus representantes y esperar unos años a poder elegir a los mismos o a otros. Ignoran que gran parte de los avances en derechos y libertades se han conseguido a través de la desobediencia y el activismo político y social que solo se pueden describir como acciones democráticas. No esa democracia zombie de la que tanto se vanaglorian sino aquella que se eleva sobre los obstáculos y los vetos. Por esto lo que está sucediendo en Catalunya va más allá de Puigdemont, la independencia y los estados. Han traspasado una de las líneas rojas que los poderes de la transición habían vetado. Han hecho realidad la potencial capacidad de decisión que tenemos y que nos sustraen con tanto representante inepto y tendencioso. La democracia tiene que ver con la desobediencia y traspasar líneas rojas y no con la sacralidad de los votos. La democracia no es santa sino revolucionaria.

28 octubre, 2017

Madriz revolution… stand by? - Alfonso “Alfon” Fernández Ortega



Soberanía, Felipe VI, derecho de autodeterminación, fractura social, Régimen del 78, guerra económica, huelga general, diálogo, partidos constitucionalistas, plurinacionalidad, desobediencia, movilización permanente, presos políticos… Catalunya.

El tablero político en el que se disputan intereses y antagonismos de clase vive una agudización del omnipresente conflicto interclasista que mueve y desarrolla las sociedades y su historia. La terminología empleada da cuenta de esa agudización de las contracciones entre las partes enfrentadas.

Parece ser que, en Madrid, el choque nos ha cogido con el pie cambiado y quienes hasta ahora se definían como revolucionarios, ciegos ante lo que el lenguaje nos revela, faltos de una práctica revolucionaria coherente, han adoptado una postura reaccionaria frente al movimiento rupturista de Cataluña. Al menos así ha sido en más casos de los que nos gustaría reconocer. Esperamos que terminen por aclarar si esta reacción se debe a un internacionalismo equidistante, lo cual sería injusto y erróneo pues no se pueden asumir todos los conflictos nacionales con un único y mecanicista análisis en el que no se tienen en cuenta el desarrollo histórico o el contexto social de tal o cual nación así como otras condiciones subjetivas específicas, o si sencillamente nos hallamos ante los hijos bastardos de aquel matrimonio de conveniencia entre la Dirección de Partido y la bandera bicolor. Querrán convencernos de que lo que sucede en Cataluña es un conflicto nacional en el que la cuestión social se encuentra supeditada a la cuestión nacional para, más tarde, recordarnos aquello de que todo movimiento nacional, toda lucha nacional, tiene a las élites de cada nación, a su burguesía, como actor principal en la confrontación. Élites que, enfrentadas por el control del mercado, apelan al orgullo patrio para que “los de abajo” salgan en defensa de los pretendidos “intereses comunes” de la nación.

Sin duda les tendremos que reconocer que vienen de casa con los manuales de la cuestión nacional bien aprendidos.

Pero, para empezar, vuelven a tropezar con la piedra del dualismo entre factores que se empeña en supeditar una cuestión a otra sin tener en cuenta que tanto lo social como lo nacional forman parte de un todo en las relaciones sociales que se desarrolla en medio de la actividad praxeológica y de la interrelación constante. Lo único que consiguen con esa dualidad, es marcarse su propio corte para decidir cuándo pasar o cuándo no pasar a la acción dependiendo de la consideración idealista de si tal o cual movimiento popular es más o menos social, más o menos nacional.

Dudoso el revolucionario aquel que desde un punto de partida idealista decide no participar en el movimiento popular para imprimirle un carácter revolucionario, y se arriesga a entregarle a la burguesía el liderazgo de ese movimiento sin ni siquiera tener en cuenta la iniciativa y la energía revolucionaria que en él vuelcan el pueblo sencillo. Dudoso el revolucionario que ante la acción de las masas se sienta a esperar que las contradicciones objetivas materiales todo lo determinen… Además, querer aplicar ese análisis general y “ortodoxo” de los conflictos nacionales a la cuestión catalana es simplificar ésta hasta el absurdo y demostrarse como un completo desconocedor de la realidad catalana.

Resulta cuanto menos paradójico que, mientras que gran parte de las elites catalanas con su burguesía financiera –la más poderosa– a la cabeza han comprendido que la reivindicación independentista encierra un discurso mucho más amplio, que tiene que ver con la lectura política que una mayoría social catalana ha hecho de la crisis que estalló hace una década, un importante espectro de la izquierda española carga contra el independentismo catalán ¡acusándole de ir a la zaga de su burguesía!

Cabría recordarles a quienes desde Madrid expresan acaloradamente su adhesión o no adhesión al independentismo, que el derecho de autodeterminación se ideó como fórmula política para debilitar y soslayar el enfrentamiento entre naciones de forma democrática y, de hecho, se llegó a la conclusión de que para evitar el estancamiento del conflicto habría de ser el pueblo de la nación que quiera autodeterminarse el único con capacidad para decidir y expresarse a través del voto. Una capacidad que está al margen del consentimiento o las preferencias de quienes no forman parte de ese pueblo soberano, esto es, de quienes no conocen o no son parte de su realidad, de su comunidad material y espiritual, y ni qué decir tiene que esa capacidad de decisión está muy por encima de poderes e instituciones constituidas por y para minorías privilegiadas.

¿Y por qué recordarlo? Primero, porque la verdad sólo se revela tras la práctica, y el día uno de octubre las urnas catalanas se impusieron a las mentiras y al miedo que querían y quieren deslegitimarlas. Y segundo, porque en el contexto actual la acción no puede esperar a la teoría, la acción no puede postergarse ante el freno de la especulación. Fuera de Cataluña no podemos continuar hundiéndonos en el fango del debate territorial y dejar pasar esta oportunidad histórica para romper definitivamente la correa franquista que perpetúa la corrupción y los abusos que operan impunes en el Reino de España. No podemos ignorar a las masas populares de Cataluña que vuelven a situar al sujeto colectivo como actor principal en la escena política y se enfrenta al status quo para conquistar más derechos, más libertades, más democracia, lo que se traduce en más protagonismo y más capacidad de acción y desarrollo espiritual de las clases no privilegiadas, especialmente del conjunto de la clase obrera. Insisto, ¡es escandaloso que la gran burguesía catalana que ya despliega todo su poder en instituciones y medios de comunicación para frenar el mandato democrático surgido del uno de octubre sea más certera que la izquierda española y sus pseudorevolucionarios a la hora de señalar el camino que ha emprendido el pueblo catalán!

La Republica Catalana no nos va a despertar un buen día con el fin de la explotación del hombre por el hombre, ni con la socialización de los medios de producción, no barrerá de un día para otro los vicios, las injusticias y los crímenes que engendra el capitalismo, pero su llegada nos sirve de estímulo para pasar a la acción a millones de trabajadores y trabajadoras de Occidente que vimos sucumbir a nuestra clase hace décadas ante los dictados del libre mercado.

La nova república, que brota regada por el sudor y la sangre de su pueblo, que demuestra a los anestesiados pueblos del hemisferio norte que las masas cuando permanecen firmes y unidas pueden decidir su destino e imponer su voluntad a sus gobernantes, que se cuela como una piedra en el zapato de las clases dominantes, ha conquistado su derecho a erigirse como sujeto político independiente y, pase lo que pase, ya nadie nunca podrá negárselo.

Hoy no hay un sólo revolucionario consecuente en el mundo que no sonría lleno de esperanza cuando mira al pueblo catalán. Su ejemplo vuelve a poner encima de la mesa dinámicas de lucha que interesadamente nos hicieron creer olvidadas y obsoletas. La independencia en manos de los y las trabajadoras catalanas constituye un vehículo que pone rumbo a un destino que va mucho más allá de la creación de un nuevo estado.

Para los “demócratas de toda la vida”, para los del cambio y la ilusión postergada, para los revolucionarios de manual y para los vendepatrias del pactismo a comisión: llegado el momento tened bien presente que “Roma no paga traidores”.

https://www.lahaine.org/madriz-revolutionh-stand-by

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27 octubre, 2017

Comunicado conjunto de CGT, CNT y Solidaridad Obrera sobre la situación en Cataluña



Las organizaciones firmantes, sindicatos de ámbito estatal, compartimos nuestra preocupación por la situación en Catalunya, por la represión que el Estado ha desatado, por la merma de derechos y libertades que esto supone y va a suponer y por el auge de un nacionalismo rancio que está apareciendo de nuevo en gran parte del Estado.
Defendemos la emancipación de todas las personas trabajadoras de Catalunya y del resto del mundo. Tal vez, en este contexto, sea necesario recordar que no entendemos el derecho a la autodeterminación en clave estatista, como proclaman los partidos y organizaciones nacionalistas, sino como el derecho a la autogestión de nuestra clase en un territorio determinado. Así entendida, la autodeterminación pasa más por el control de la producción y el consumo por parte de trabajadores y trabajadoras y por una democracia directa de abajo a arriba, organizada según los principios federalistas, que por el establecimiento de una nueva frontera o la creación de un nuevo Estado. Como internacionalistas, entendemos que la solidaridad entre las personas trabajadoras no debe verse limitada a las fronteras estatales, por lo que nos preocupa poco dónde se dibujen éstas.
Lo que sí nos parece muy preocupante es la reacción que se está viviendo en muchas partes del resto del Estado, con la exaltación de un españolismo rancio, que más recuerda a épocas pasadas, jaleado desde los medios de comunicación y en sintonía con la deriva autoritaria del gobierno, patente tras el encarcelamiento de personas por convocar actos de desobediencia o la aplicación del artículo 155 de la Constitución. No se nos escapa que este brote nacionalista sienta las bases para posteriores recortes de derechos y libertades, contra los que nos debemos prevenir. La bochornosa unidad de las llamadas “fuerzas democráticas” en la justificación de la represión, augura un panorama sombrío para todas las disidencias futuras. Pareciera que el régimen posfranquista que nos gobierna desde hace 40 años, cerrara filas para asegurar su continuidad.
Dicho régimen, que ha existido y existe en Catalunya tanto como en el resto del Estado español, siente que su propia supervivencia está en juego. Cuestionado ampliamente y sumido en una profunda crisis de legitimidad, observa alarmado cómo se le acumulan los frentes abiertos. La amenaza a la integridad territorial del Estado se suma a los escándalos por corrupción, al desprestigio de la monarquía, al cuestionamiento de los rescates y recortes que se han aplicado sobre la población, al descontento por el esclavismo en el puesto de trabajo derivado de las últimas reformas laborales, por el alargamiento de la edad de jubilación y la minoración económica de las pensiones, etc… Las constantes llamadas a defender la constitución se deben entender como toques a rebato para atajar esta verdadera crisis existencial que le asedia. El peligro es que en el proceso se sancionen y se vuelvan norma comportamientos represivos como los que se han visto recientemente en muchas ciudades catalanas. O peores…
Evidentemente, no sabemos en qué sentido se decantarán los acontecimientos. Permaneceremos atentas a lo que ocurra, dispuestas a defender los intereses de las personas trabajadoras de todo el Estado. Nos opondremos con todas nuestras fuerzas a la represión y a la normalización de actitudes ultraderechistas, que ya se percibe. Por supuesto, tampoco nos dejaremos utilizar por las estrategias de los partidos políticos cuyos objetivos nos son ajenos. A la vez, no dejaremos de alentar las movilizaciones de la clase trabajadora cuando ésta decida, por fi que ha llegado el momento de sacudirse el dictado de unas élites políticas y económicas que llevan demasiado tiempo gestionando el control del territorio para servir, en exclusiva, a sus propios intereses.
Como organizaciones sindicales de clase, libertarias y combativas, estaremos a pie de calle, en las movilizaciones, como ya hemos demostrado en muchas ocasiones, contra la represión, los recortes de derechos y libertades y contra la corrupción.
Puede que la crisis de Catalunya sea la puntilla de un modelo de Estado que agoniza. Que este cambio se decante en un sentido u otro dependerá de nuestra capacidad, como clase, de llevar el proceso en la dirección opuesta a la represión y al auge de los nacionalismos. Confiemos en lograr que el resultado final sean más libertades y derechos y no al contrario. Nos jugamos mucho.
¡POR LOS DERECHOS Y LAS LIBERTADES!
¡CONTRA LA REPRESIÓN A LAS CLASES TRABAJADORAS!
CGT – CNT - Solidaridad Obrera



Sabino Cuadra. El gato y el ratón (En respuesta al tuit de Alberto Garzón, de IU)



Insurgente.org 24/10/2017
Dice Alberto Garzón (IU) en un reciente twitter: “Rajoy y Puigdemont son dos irresponsables. La sociedad está aburrida y cansada de verlos jugar al gato y al ratón”. Pues qué queréis que diga. A mí la frase me parece un cúmulo de despropósitos. Pero vayamos por partes. Empecemos por lo del gato y el ratón.
Las diferencias entre estos dos animales son grandes. No solo en peso y tamaño, donde aquellas son abismales, sino por su propia naturaleza. El gato es felino, cazador innato. Cuenta para ello con fuertes colmillos y afiladas garras. Digamos además que los ratones forman parte de su dieta habitual. Estos últimos son roedores. Entre sus gustos culinarios se encuentra el grano, el queso, las sobras de comida..., pero no la carne de gato.
A menudo, cuando un gato persigue a un ratón, suele jugar con éste hasta que acaba con él. El juego consiste en recortar sus espacios, arrinconarlo, dejarlo escapar… pero todo es una farsa, pues siempre acaba en las fauces del felino. Se dice que todo esto es un juego, pero, ¡ojo!, aquí el único que juega es el gato. Para el ratón todo es miedo, pánico, terror. El juego es cruel y sádico. El juego infantil del gato y el ratón consiste en tratar de impedir que el primero coma al segundo. Para los niños y niñas es evidente que el bueno es el ratón, al que hay que defender, y el malo el gato, a quien hay que dificultar la cacería. Pues bien, llegados aquí, si como Garzón afirma Rajoy y Puigdemont son gato y ratón, ¿quién es uno y quién es el otro?, ¿quién tiene colmillos (policía, guardia civil, Tribunal Constitucional, artículo 155…) y quien no? ¿A quién hay que defender y a quién obstaculizar la caza?
El juego entre Catalunya y el Estado español es muy desigual. El segundo es por naturaleza felino. En su dieta, los ratones son algo esencial. El gato-Estado español, desde su propio nacimiento, ha comido naciones y pueblos allá donde los ha encontrado: la Península, Europa, América, Asia, África. Sin ellos, la nación España-Estado español, no hubiera podido nacer ni existir. Y hoy, a pesar de encontrarse viejo y decrépito, este gato-Estado no puede por menos que seguir afirmándose como carnívoro. Porque nadie, que yo sepa, conoce gatos veganos. Por eso el actual Estado español no puede concebirse sino como cárcel de pueblos.
Garzón dice que la sociedad está aburrida y cansada de ver jugar a Rajoy y Puigdemont. Yo, personalmente, identifico el estar aburrido y cansado con sentarme y bostezar, pero éste no es el caso. Desde hace seis años no hay en Europa un país en el que, como en Catalunya (si alguien conoce alguno, que lo diga) se haya mantenido un nivel de debate, participación y movilización ciudadana más alto. Las imágenes que nos llegan de allí expresan cualquier cosa menos aburrimiento. La política se vive por todos sus rincones, cafeterías, centros de trabajo y estudio, plazas… Así pues, ¿a qué “sociedad” se refiere Garzón cuando habla de aburrimiento y cansancio: a la catalana, a la española o a ese concepto-chicle de gente que sirve para cualquier cosa?
Algunos estrategas de escuadra y cartabón han afirmado que el proceso catalán estaba alentado y conducido por la burguesía. Las frontales críticas hechas por esta contra el mismo (CEOE, Foment del Traball Nacional…) y la actual fuga de las principales empresas catalanas (Caixa Bank, Sabadell, Aguas Barcelona, Codorniu, Gas Natural...) no les han hecho bajarse del carro. Ellos son como esos rancios arzobispos que ven al Maligno en todo aquello que no comulga con su credo. Porque el unionismo es así, cualquier nacionalismo o patriotismo está infectado…, menos el suyo propio, el de la gran nación. Joaquín Sabina lo ha expresado mejor que nadie: “Estoy en contra de quien quiera hacer una patria pequeñita…”. Pues eso, ¡a reconquistar Guinea, Cuba, Filipinas, México, Perú, Países Bajos...! ¡Ande o no ande, patria grande!
“Rajoy y Puigdemont son dos irresponsables”, afirma Garzón. Puestos a decir, podía haber incluido también a Trump en la lista. Total, por el precio… Porque incluso en el caso de que el Govern catalán haya sido irresponsable, cosa que no comparto, igualar a éste con el de Rajoy y el PP en un momento en que la autonomía catalana está siendo decapitada, es un despropósito total.
Leí recientemente a Angela Davis un artículo en el que se pronunciaba contra la conversión del slogan “las personas negras también tenemos derechos”, en ese otro de “todas las personas tenemos derechos”. Criticaba así que tras la universalización del lema inicial se invisibilizada el problema denunciado, es decir, la marginación de la población afro-americana; paro, trabajo, cárcel, vivienda. Tras la defensa abstracta de los universales derechos humanos, suele desaparecer así la desigualdad social realmente existente: capitalistas y currantes, hombres y mujeres, negras y blancos.
Hablar de plurinacionalidad en el Estado español es hoy, en gran medida, un sarcasmo. Porque solo una de esas naciones, España, cuenta con Constitución, leyes básicas, Policía (los Mossos no tienen competencia para actuar en Madrid), Tribunal Constitucional, pero nada de eso tienen Catalunya o Euskal Herria. Las competencias autonómicas, tal como acabamos de ver, son graciosas concesiones del poder central que pueden ser suprimidas a voluntad. Por eso mismo, hablar de plurinacionalidad sin decir que una de esas naciones es nación-gato y otras son naciones-ratón, es tramposo.
Claro está, si la solución para que acabe eso que Garzón llama aburrido juego del gato y el ratón, es someterse a una legalidad felina hecha a la medida de las zarpas del poder, esa solución no es tal. Seis años seguidos de intentos catalanes de diálogo y humillaciones centralistas lo atestiguan. La solución, claro está, es difícil, pero esta deberá seguir buscándose en la profundización –y mejora– de las vías democráticas, de movilización y desobediencia civil llevadas a cabo hasta ahora. Sin estrategias que apunten hacia una ruptura democrática no hay salida. Hoy, hablar de pacto y reforma es vender humo.
La solidaridad con Catalunya es hoy esencial, porque ante lo que nos encontramos no es tan solo ante una agresión a la soberanía catalana, sino frente a una regresión y recorte generalizado de libertades democráticas de todo tipo. El objetivo del Régimen es acabar con la disidencia. Así de claro.

24 octubre, 2017

Catalunya y el Estado español / Fechas, hechos y un poco de historia – Claudio Testa



Las raíces de la crisis del Estado español con centro en Catalunya, tienen larga data. Para entender esto, recordaremos algunas fechas y hechos relacionados con las tendencias centrífugas que hoy actúan allí con mayor fuerza que en otros estados europeos.
En estos momentos, los vientos de descontento, y crisis sociales y políticas soplan en toda Europa y la UE.
No por casualidad el Estado español es uno de los territorios donde adquieren mayor entidad esos fenómenos. Allí han tomado cuerpo como tendencias centrífugas, que se expresan en la lucha de Catalunya por su derecho a separarse y constituirse como “Estado independiente bajo la forma de República”.
No se trata de un capricho ni de una operación demagógico-electoral del momento, como algunos lo quieren presentar. Refleja, por el contrario, males “genéticos” del llamado “Estado español”.
En su caso, esos problemas se advierten hasta en el nombre. ¡No hay unanimidad ni en cómo denominar a ese Estado! Oficialmente se habla de “España” (o, peor, de “Reino de España”). Entre otras cosas, esto implica dar por descontado que se trata de un Estado-nación, como por ejemplo Francia.
Otros, más realistas, hablamos de “Estado español”. Es decir, de una situación de hecho cuya legitimidad de origen es cuestionable… y que ahora, con lo de Catalunya, vuelve a ser crecientemente cuestionada.  Y no sólo por la tentativa catalana de independizarse.
El origen inmediato del actual “Estado español” es la simbiosis de una de las más atroces dictaduras del siglo XX –la del “Caudillo” fascista Francisco Franco– con la rama española de la antigua (y detestable) monarquía de los Borbones. El tercer componente de esta simbiosis ha sido la infame capitulación de los principales partidos opositores a esa dictadura. Partidos supuestamente “democráticos”, pero que terminaron pactando con ella. A saber: los “socialistas” del PSOE, los “comunistas” del PCE, y varios partidos “nacionalistas” de Catalunya, Euzkadi, Valencia, etc.
Eran imprescindibles para darle un barniz “democrático” y de “renovación” a lo que en verdad era un operativo continuista, estafando así a las masas que no iban a tolerar una continuidad directa. Para eso se aplicó la clásica fórmula: “cambiar todo para que todo siga igual”.
Ese recambio o recomposición, ya acordado previamente, se concretó luego de la muerte del dictador, el 20 de noviembre de 1975. El borbón Juan Carlos I, que había sido seleccionado en vida por el mismo Franco para sucederlo, fue proclamado rey dos días después.
Se abrió entonces un período conocido como la “transición a la democracia”, que fue de lo más antidemocrático. En 1978, se dispusieron desde arriba cambios constitucionales, sin molestarse en convocar una Asamblea Constituyente verdaderamente democrática, no fuera a ser que la cosa se desmadrase y que al populacho se le ocurriese, por ejemplo, sacarse de encima a los malditos Borbones y restablecer la República.
Así nació el llamado “régimen del 78”, que garantizó la continuidad en el poder de los sectores de la burguesía que se impusieron con la guerra civil de 1936-39, aunque haciendo un lugar en la mesa a otros actores políticos dispuesto a colaborar.
Pero el “mundo feliz” del posfranquismo dejó muchas cosas de fondo sin resolver. En los primeros tiempos, la colaboración con Madrid de los partidos nacionalistas tradicionalesde Catalunya y el País Vasco, sumada a la traición de los partidos “obreros”, como el PSOE y el PCE, y la burocratización de las centrales sindicales UGT (Unión General de Trabajadores) y CCOO (Comisiones Obreras) pareció que solucionaba las conflictos y contradicciones históricas del Estado español.
Sin embargo, con el paso del tiempo, esto se ha ido revelando como una ilusión. Los viejos demonios que se creía exorcizados, salen de los roperos y comienzan a hacer de las suyas.
Lamentablemente, el demonio de uno de los movimientos obreros más combativos y heroicos de la historia, aún no ha vuelto a reencarnarse. ¡Esperamos que vuelva a escena! ¡Pero ya está haciendo de las suyas el demonio de las nacionalidades, amenazando con la independencia catalana!
Esto tiene antecedentes seculares. Por eso, como adelantamos al inicio, comentaremos algunas fechas y hechos en relación a Catalunya y el Estado español.
11 DE SEPTIEMBRE, “DIADA NACIONAL DE CATALUNYA”
O, en español, “Día de Cataluña”. Casi todos los Estados y/o naciones tienen su “día” conmemorando algún gran triunfo nacional. En EEUU y países de América Latina, suele ser la fecha de declaración de la independencia. En Francia, el 14 de julio, en que se conmemora la “Toma de la Bastilla”, día de triunfo de la Revolución en 1789.
Catalunya es una excepción. La “Diada Nacional de Catalunya” no “festeja” nada. Conmemora una terrible derrota sufrida el 11 de septiembre de 1714. En esa fecha Barcelona, después de un largo y sangriento sitio, fue tomada por las tropas franco-castellanas del nuevo rey Felipe V, impuesto por los Borbones (familia que también gobernaba Francia con Luis XIV). Ese día, en Catalunya salen a la calle inmensas multitudes con la “estelada”, la bandera de cuatro estelas rojas sobre fondo amarillo. Es una afirmación catalanista contra el dominio de Madrid.
Es que el triunfo de la nueva dinastía borbónica en 1714 significaría para Catalunya la pérdida de instituciones propias de gobierno semi-independientes, y de las libertades civiles. Desde ya que estas “libertades” y “autogobierno” eran válidas esencialmente para la nobleza y la naciente burguesía, pero eso se proyectaba también hacia abajo.
Otra consecuencia de la derrota de 1714 fue la liquidación por decreto de Felipe V de la “Generalitat de Catalunya”, que había sido establecida en el siglo XIII. Bajo ese nombre, con muchos cambios e interrupciones, a lo largo de los siglos se sucedieron diferentes instituciones de autogobierno catalán.
El hecho curioso (y significativo) es que hoy Felipe VI (actual rey Borbón y descendiente del Felipe V del siglo XVIII) lanza por TV desde Madrid rayos y centellas contra los malditos catalanes que nuevamente le hacen frente a la monarquía familiar.
Efectivamente, esa rama de los Borbones siguió reinando, aunque con varias intermitencias, en el Estado español, entre ellas, la de la brevísima Primera República (18731874). Simultáneamente, el siglo XIX fue de gran decadencia para España, que había perdido casi todas sus colonias, sobre todo en América Latina.
Esa decadencia no fue contrarrestada por un curso revolucionario. Concretamente, no lograron triunfar procesos como la Revolución Francesa de 1789, que barriesen no sólo la podredumbre de la monarquía borbónica sino también a sus viejas clases dirigentes.
La Revolución Francesa logró forjar la “República una e indivisible”. Eso en España no se logró. Tampoco, procesos como los de la unificación nacional de Italia o de Alemania. La Primera República, después de agonizar dos años, desembocó en otra restauración de los Borbones.
Pero, contradictoriamente –en medio de un atraso generalizado que hizo nacer la expresión despectiva “África empieza en los Pirineos”– en el Estado español comenzaron a darse focos de industrialización y desarrollo capitalista, en el País Vasco y sobre todo en Catalunya.
Sin embargo, esto no solucionó las cosas, sino que agudizó aún más las contradicciones. Mientras el centro del poder político estaba en la atrasada Madrid, las dos regiones de pujante desarrollo eran el País Vasco y Catalunya, con nacionalidades diferentes a la de Castilla, y que tenían idiomas propios, pero que no gobernaban España.
Ese desarrollo (y ese contraste) fue especialmente notable en Catalunya. En la “Belle Époque”, entre 1871 y la Primera Guerra Mundial (1914), mientras en gran parte de España reinaba el atraso, Catalunya se había industrializado y Barcelona era una ciudad que rivalizaba con París.
Esa industrialización haría también de Catalunya la cuna de uno de los movimientos obreros más combativos de Europa, aunque conducido principalmente no por los marxistas sino por el anarquismo. Y sus luchas no se limitarían a conflictos sindicales.
Pero no sólo un fuerte movimiento obrero y sus corrientes políticas anarquistas y socialistas se desarrollaron al calor de la industrialización catalana.
Ya tempranamente, en la década de 1880, nace también el “catalanismo político”. Desde entonces, se fueron sucediendo infinidad de corrientes nacionalistas con los más diversos programas. Ellos fueron, desde la pelea por cierta autonomía en relación a Madrid, hasta la lucha por la independencia del Estado español.
El nacionalismo catalán tomaría cuerpo en parte de esa burguesía y sobre todo de las clases medias. Es que ayer y hoy, los grandes burgueses han sido más bien “españolistas”. Un buen ejemplo fue el hombre más rico de Catalunya en su época, el banquero Juan March. Lejos de ser “catalanista”, fue el principal contribuyente de la “cruzada” fascista de Franco. Hoy las cosas no son muy diferentes…
LA GENERALITAT DE CATALUNYA Y LA GUERRA CIVIL
Con la caída de la monarquía de los Borbones en 1931 y la instauración de la Segunda República, no sólo comienza un período revolucionario en el Estado español, sino también de ascenso de los movimientos nacionalistas en Catalunya (y en el País Vasco). En Catalunya esto implicó la resurrección de la Generalitat y la posterior concesión de un Estatuto de Autonomía.
El intento de golpe de Estado fascista del 17 y 18 de julio de 1936 encabezado por el Gral. Franco fracasa, pero al mismo tiempo inicia la Guerra Civil que se prolongaría hasta el 1º de abril de 1939.
En esa derrota inicial de los fascistas, las masas populares de Catalunya, principalmente los obreros de Barcelona organizados en milicias, jugaron un papel de primer orden.[1]
Pero Catalunya, al mismo tiempo que un bastión de la resistencia, sería el escenario más nítido de las contradicciones del campo republicano, que contribuyeron al triunfo final de los fascistas.
El Partido Comunista acataba las directivas de Stalin de enfrentar al fascismo promoviendo el “frente popular” con los burgueses “democráticos”. Entonces, no había que molestarlos ni asustarlos con medidas radicales que favorecieran los intereses de obreros y campesinos. Pero eso era “política-ficción”: la burguesía y los privilegiados en general, ya se habían pasado en masa al campo de Franco en la guerra civil.
Simultáneamente, esa política implicaba que no se ponía en pie un poder obrero y popular como el que había logrado el triunfo en las guerras de la Revolución Rusa, ni se satisfacían las demandas de los trabajadores de la ciudad y del campo. Al mismo tiempo, los stalinistas imponían un régimen cada vez más represivo contra las bases obreras y populares.
El descontento creciente llevó en mayo de 1937 a todo un sector de trabajadores, principalmente anarquistas, organizados en milicias, a sublevarse tomando puntos importantes de Barcelona. Pero el anarquismo, aunque mayoritario en las masas trabajadoras, no tenía por definición una política para la conquista del poder. Estaba además dividido. No fue difícil derrotar esa protesta.
Esto dio la oportunidad al stalinismo de desatar una brutal represión. Fueron masacrados, en primer lugar, los dirigentes y activistas del POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista), calificado de “trotskista”.
Al mismo tiempo, en la dirección de la Generalitat, se fueron imponiendo personajes cada vez más a la derecha, tanto socialdemócratas como de la escasa burguesía “republicana”. Una de sus primeras medidas después de mayo de 1937 fue disolver las milicias obreras que habían derrotado el golpe fascista de julio de 1936 y habían contenido los avances de las tropas de Franco.
La desmoralización profunda que produjo este curso a la derecha entre las bases obreras y populares, abrió el camino a la derrota en la guerra civil. Décadas después, los partidos que impulsaron o avalaron esta infamia –el PCE y el PSOE– estarían en primera fila de la colaboración con los Borbones para instaurar la monarquía sucesora de Franco.
Aunque todavía hay grandes diferencias con esa época de revoluciones (y contrarrevoluciones), las enseñanzas de la guerra civil y en especial de la heroica lucha en Catalunya, deben ser patrimonio de todos los luchadores por el socialismo. Y muy tenidas en cuenta para lo que se viene.

Notas: 1.- Sobre todo esto, recomendamos la lectura de George Orwell. “Homenaje a Cataluña y otros escritos”, Tusquets, Barcelona, 2015.