30 septiembre, 2020

¿Quién está detrás de la jueza que ‎procesa a Assange?‎ — Manlio Dinucci

 




RED VOLTAIRE - ROMA (ITALIA) – 17/09/2020


Emma Arbuthnot es la juez principal que instruye, en Londres, el proceso de extradición de Julian Assange a Estados Unidos, donde podría ser condenado a 175 años de cárcel por ‎‎“espionaje”, o sea por haber publicado, como periodista de investigación, pruebas de los ‎crímenes de guerra estadounidenses, como los conocidos videos sobre las masacres perpetradas ‎contra civiles en Irak y Afganistán. Durante ese proceso, en manos de la jueza Vanessa Baraitser, ‎todos los pedidos de la defensa han sido rechazados. ‎


En 2018, luego de que Suecia abandonara la acusación de violencia sexual, la jueza Arbuthnot ‎se negó a anular la orden de arresto, evitando así que Assange pudiera obtener asilo en Ecuador. ‎Esta misma jueza rechazó las conclusiones del Grupo de Trabajo de la ONU sobre la detención ‎arbitraria de Assange. Tampoco quiso escuchar las conclusiones del responsable de la ONU contra ‎la tortura, quien señaló que «Assange, detenido en condiciones extremas de aislamiento ‎no justificadas, presenta síntomas típicos de una exposición prolongada a la tortura sicológica». ‎


En 2020, mientras miles de detenidos pasaban a estar bajo detención domiciliaria, como medida ‎contra el coronavirus, Assange ha sido mantenido en prisión y se ha visto expuesto al contagio en ‎condiciones de debilitamiento físico. En el tribunal, Assange no puede consultar a sus abogados, ‎se le mantiene aislado en una jaula de cristal blindado y se le amenaza de expulsión si osa abrir la ‎boca. ¿Qué hay detrás de tanto ensañamiento? ‎


La jueza Arbuthnot ostenta el título de «Lady» por ser la esposa de Lord James Arbuthnot, conocido ‎‎“halcón” del Partido Conservador y ex ministro de Defensa, notoriamente vinculado con el ‎complejo militaro-industrial y los servicios secretos británicos. Lord Arbuthnot es, además, ‎presidente del comité de consulta británico del Grupo Thales –transnacional francesa ‎especializada en sistemas militares aeroespaciales– y miembro del comité de consulta de la firma ‎Montrose Associates, que se especializa en inteligencia estratégica, dos cargos generosamente ‎retribuidos. Lord Arbuthnot es igualmente miembro de la Henry Jackson Society (HJS), influyente ‎‎think tank transatlántico vinculado al gobierno y a la inteligencia estadounidenses. ‎


En julio pasado, el secretario de Estado estadounidense, Mike Pompeo, participó en una ‎mesa redonda organizada en Londres por la Henry Jackson Society. Desde su época de director ‎de la CIA, Pompeo ha venido acusando a WikiLeaks –el sitio web fundado por Assange– de ser «un servicio ‎de espionaje del enemigo». Esta campaña de Pompeo coincide con la de la Henry Jackson ‎Society, que acusa a Assange de «sembrar dudas sobre la posición moral de los gobiernos ‎democráticos occidentales, con apoyo de regímenes autocráticos». ‎


En el consejo político de la Henry Jackson Society, junto a Lord Arbuthnot, estaba hasta ‎hace poco Priti Patel, la actual ministro del Interior del Reino Unido, precisamente la persona que ‎tendrá que firmar o no la orden de extradición contra Julian Assange. A ese grupo de presión, que ‎viene haciendo campaña por la extradición de Assange –bajo la batuta de Lord Arbuthnot y de ‎otros personajes influyentes– está estrechamente ligada la jueza Arbuthnot, nombrada por la reina ‎como magistrado en jefe en septiembre de 2016, cuando WikiLeaks ya había publicado –‎en marzo– los documentos más comprometedores para Estados Unidos. ‎


Por cierto, entre esos documentos están los correos electrónicos de la entonces secretaria ‎de Estado estadounidense, Hillary Clinton, que revelan el verdadero objetivo de la guerra de ‎la OTAN contra Libia: impedir que el gobierno encabezado por Muammar el-Kadhafi utilizara sus ‎reservas en oro para crear una moneda panafricana como alternativa al dólar estadounidense y la ‎franco CFA –la moneda que Francia impuso a 14 ex colonias africanas. ‎


El verdadero “delito” cometido por Julian Assange es el de haber abierto una brecha en el muro de ‎silencio político-mediático tras el cual se esconden los verdaderos intereses de poderosas élites ‎que, desde la sombra protectora que el Estado Profundo les garantiza, recurren repetidamente a ‎la carta de la guerra. ‎


Ese es el poder oculto que acusa a Assange y lo somete a juicio, como cuando se exponía a los ‎supuestos herejes a los caprichos y la furia de la Santa Inquisición. Si se decide su extradición a ‎Estados Unidos, Assange será sometido a «medidas administrativas especiales» mucho ‎más duras que las que ya sufre en Reino Unido. Será encerrado en una pequeña celda ‎bajo condiciones de aislamiento, no podrá tener contacto con su familia –ni siquiera a través ‎de sus abogados, quienes también serían incriminados si se atreviesen a entregarle algún ‎mensaje. En otra palabras, entregarlo a Estados Unidos sería condenarlo a muerte. ‎


27 septiembre, 2020

“La población no ha sido movilizada, sino inmovilizada” — Miquel Amorós

 



El Estado con mascarilla


La actual crisis ha significado unas cuantas vueltas de tuerca en el control social por parte del Estado. Lo principal en esa materia ya estaba bastante bien implantado porque las condiciones económicas y sociales que hoy imperan así lo exigían; la crisis no ha hecho más que acelerar el proceso. Estamos participando a la fuerza como masa de maniobra en un ensayo general de defensa del orden dominante frente a una amenaza global. El coronavirus 19 ha sido el motivo para el rearme de la dominación, pero igual hubiera servido una catástrofe nuclear, un impasse climático, un movimiento migratorio imparable, una revuelta persistente o una burbuja financiera difícil de manejar. No obstante la causa no es lo de menos, y la más verídica es la tendencia mundial a la concentración de capitales, aquello a lo que los dirigentes llaman indistintamente mundialización o progreso. Dicha tendencia halla su correlato en la tendencia a la concentración de poder, así pues, al refuerzo de los aparatos de contención, desinformación y represión estatales. Si el capital es la sustancia de tal huevo, el Estado es la cáscara. Una crisis que ponga en peligro la economía globalizada, una crisis sistémica como dicen ahora, provoca una reacción defensiva casi automática y pone en marcha mecanismos disciplinarios y punitivos de antemano ya preparados. El capital pasa a segundo plano y entonces es cuando el Estado aparece en toda su plenitud. Las leyes eternas del mercado pueden tomarse unas vacaciones sin que su vigencia quede alterada.


El Estado pretende mostrarse como la tabla salvadora a la que la población debe de agarrarse cuando el mercado se pone a dormir en la madriguera bancaria y bursátil. Mientras se trabaja en el retorno al orden de antes, o sea, como dicen los informáticos, mientras se intenta crear un punto de restauración del sistema, el Estado interpreta el papel de protagonista protector, aunque en la realidad este se asemeje más al de bufón macarra. A pesar de todo, y por más que lo diga, el Estado no interviene en defensa de la población, ni siquiera de las instituciones políticas, sino en defensa de la economía capitalista, y por lo tanto, en defensa del trabajo dependiente y del consumo inducido que caracterizan el modo de vida determinado por aquella. De alguna forma, se protege de una posible crisis social fruto de otra sanitaria, es decir, se defiende de la población. La seguridad que realmente cuenta para él no es la de las personas, sino la del sistema económico, esa a la que suelen referirse como seguridad “nacional”. En consecuencia, la vuelta a la normalidad no será otra cosa que la vuelta al capitalismo: a los bloques colmena y a las segundas residencias, al ruido del tráfico, a la comida industrial, al trasporte privado, al turismo de masas, al panem et circenses… Las formas extremas de control como el confinamiento y la distancia interindividual terminarán, pero el control continuará. Nada es transitorio: un Estado no se desarma por propia voluntad, ni prescinde gustosamente de las prerrogativas que la crisis le ha otorgado. Simplemente, “hibernará” las menos populares, tal como ha hecho siempre. Tengamos en cuenta que la población no ha sido movilizada, sino inmovilizada, por lo que es lógico pensar que el Estado del capital, más en guerra contra ella que contra el coronavirus, trata de curarse en salud imponiéndole condiciones cada vez más antinaturales de supervivencia.


El enemigo público designado por el sistema es el individuo desobediente, el indisciplinado que hace caso omiso de las órdenes unilaterales de arriba y rechaza el confinamiento, se niega a permanecer en los hospitales y no guarda las distancias. El que no comulga con la versión oficial y no se cree sus cifras. 


Evidentemente, nadie señalará a los responsables de dejar a los sanitarios y cuidadores sin equipos de protección y a los hospitales sin camas ni unidades de cuidados intensivos suficientes, a los mandamases culpables de la falta de tests de diagnóstico y respiradores, o a los jerarcas administrativos que se despreocuparon de los ancianos de las residencias. Tampoco apuntará el dedo informativo a expertos desinformadores, a empresarios que especulan con los cierres, a los fondos buitre, a los que se beneficiaron con el desmantelamiento de la sanidad pública, a quienes comercian con la salud o a las multinacionales farmacéuticas… La atención estará siempre dirigida, o mejor teledirigida, a cualquier otro lado, a la interpretación optimista de las estadísticas, al disimulo de las contradicciones, a los mensajes paternalistas gubernamentales, a la incitación sonriente a la docilidad de las figuras mediáticas, al comentario chistoso de las banalidades que circulan por las redes sociales, al papel higiénico, etc. El objetivo es que la crisis sanitaria se compense con un grado mayor de domesticación. Que no se cuestione un ápice la labor de los dirigentes. Que se soporte el mal y que se ignore a los causantes.


La pandemia no tiene nada de natural; es un fenómeno típico de la forma insalubre de vida impuesta por el turbocapitalismo. No es el primero, ni será el último. Las víctimas son menos del virus que de la privatización de la sanidad, la desregulación laboral, el despilfarro de recursos, la polución creciente, la urbanización desbocada, la hipermovilidad, el hacinamiento concentracionario metropolitano y la alimentación industrial, particularmente la que deriva de las macrogranjas, lugares donde los virus encuentran su inmejorable hogar reproductor. Condiciones todas ellas idóneas para las pandemias. La vida que deriva de un modelo industrializador donde los mercados mandan es aislada de por sí, pulverizada, estabulada, tecnodependiente y propensa a la neurosis, cualidades todas que favorecen la resignación, la sumisión y el ciudadanismo “responsable”. Si bien estamos gobernados por inútiles, ineptos e incapaces, el árbol de la estupidez gobernante no ha de impedirnos ver el bosque de la servidumbre ciudadana, la masa impotente dispuesta a someterse incondicionalmente y encerrarse en pos de la seguridad aparente que le promete la autoridad estatal. Esta, en cambio, no suele premiar la fidelidad, sino guardarse de los infieles. Y, para ella, en potencia, infieles lo somos todos.


En cierto modo, la pandemia es una consecuencia del empuje del capitalismo de estado chino en el mercado mundial. La aportación oriental a la política consiste sobre todo en la capacidad de reforzar la autoridad estatal hasta límites insospechados mediante el control absoluto de las personas por la vía de la digitalización total. A esa clase de virtud burocrático-policial podría añadirse la habilidad de la burocracia china en poner la misma pandemia al servicio de la economía.


El régimen chino es todo un ejemplo de capitalismo tutelado, autoritario y ultradesarrollista al que se llega tras la militarización de la sociedad. En China la dominación tendrá su futura edad de oro. Siempre hay pusilánimes retardados que lamentarán el retroceso de la “democracia” que el modelo chino conlleva, como si lo que ellos denominan así no fuera otra cosa que la forma política de un periodo obsoleto, el que correspondía a la partitocracia consentida en la que ellos participaban gustosamente hasta ayer. Pues bien, si el parlamentarismo empieza a ser impopular y maloliente para los dirigidos en su mayoría, y por consiguiente, resulta cada vez menos eficaz como herramienta de domesticación política, en gran parte es debido a la preponderancia que ha adquirido en los nuevos tiempos el control policial y la censura sobre malabarismo de los partidos. Los gobiernos tienden a utilizar los estados de alarma como herramienta habitual de gobierno, pues las medidas que implican son las únicas que funcionan correctamente para la dominación en los momentos críticos. Ocultan la debilidad real del Estado, la vitalidad que contiene la sociedad civil y el hecho de que al sistema no le sostiene su fuerza, sino la atomización de sus súbditos descontentos. En una fase política donde el miedo, el chantaje emocional y los big data son fundamentales para gobernar, los partidos políticos son mucho menos útiles que los técnicos, los comunicadores, los jueces o la policía.


Lo que más debe de preocuparnos ahora es que la pandemia no solo culmine algunos procesos que vienen de antiguo, como por ejemplo, el de la producción industrial estandardizada de alimentos, el de la medicalización social y el de la regimentación de la vida cotidiana, sino que avance considerablemente en el proceso de la digitalización social. Si la comida basura como dieta mundial, el uso generalizado de remedios farmacológicos y la coerción institucional constituyen los ingredientes básicos del pastel de la cotidianidad posmoderna, la vigilancia digital (la coordinación técnica de las videocámaras, el reconocimiento facial y el rastreo de los teléfonos móviles) viene a ser la guinda. De aquellos polvos, estos lodos. Cuando pase la crisis casi todo será como antes, pero la sensación de fragilidad y desasosiego permanecerá más de lo que la clase dominante desearía. Ese malestar de la conciencia restará credibilidad a los partes de victoria de los ministros y portavoces, pero está por ver si por sí solo puede echarlos de la silla en la que se han aposentado. En caso contrario, o sea, si conservaran su poltrona, el porvenir del género humano seguiría en manos de impostores, pues una sociedad capaz de hacerse cargo de su propio destino no podrá formarse nunca dentro del capitalismo y en el marco de un Estado. La vida de la gente no empezará a caminar por senderos de justicia, autonomía y libertad sin desprenderse del fetichismo de la mercancía, apostatar de la religión estatista y vaciar sus grandes superficies y sus iglesias.


24 septiembre, 2020

Estrenado el documental "MI PRIMERA TAREA", sobre la participación de SILVIO RODRÍGUEZ en la CAMPAÑA DE ALFABETIZACIÓN de 1961, CUBA.

 



24/09/2020 – LA ESPINA ROJA – Fuente: Mundo Obrero


En 1961 Fidel Castro pidió a los adolescentes cubanos dejar sus casas y sus estudios para irse al monte a enseñar el misterio de las letras a cientos de miles de compatriotas analfabetos. Recuerda uno de ellos, un niño de apenas 14 años, Silvio Rodríguez, que para esa primera tarea sobraron voluntarios porque cuando hay una epopeya a la vista los jóvenes de inmediato se suman a ella.


El documental Mi primera tarea, de la directora estadounidense Catherine Murphy, utiliza una entrevista con Silvio para recrear uno de los actos más justos y generosos de la nación cubana consigo misma, la Campaña de Alfabetización. El cantautor vuela hacia su adolescencia y revive aquellos días de hambre y felicidad, conviviendo con una familia de humildísimos carboneros en la ciénaga de Zapata.


Los relatos del poeta, a veces risueños y otras emocionados, se mezclan con imágenes de los jóvenes cubanos, casi niños, enseñando a hombres y mujeres hechos y derechos, algunos incluso ancianos. Llega al alma ver esas manos chiquititas ayudando a mover el lápiz a las enormes y encallecidas de los campesinos, las que solo habían manipulado la guataca y el machete.


Varias veces Silvio evoca las enseñanzas reciprocas, aquello que aprendieron enseñando, sus vivencias, lo que conocieron y cuanto crecieron en unos pocos meses. Descubrieron un mundo dentro de su propio país que ni siquiera sospechaban que existía, con una pobreza muchísimo más trágica y miserable que en los centros urbanos de donde procedían los pequeños maestros.


Armados con un lápiz


No se trataba solo de personas que no podían leer, el poeta recuerda que algunos ni siquiera sabían que el mundo es redondo. A los jóvenes cubanos de hoy en día les puede parecer una fábula pero quienes conocen los campos de América Latina saben que es muy real. Una vez un salvadoreño de las montañas de Chalatenango me dijo que "no me dirás que es fácil darse cuenta de que la tierra es redonda si nadie te lo explica".


Y en medio de todo aquel loco acto de primer amor adolescente, a la oposición anticastrista no se le ocurre mejor respuesta que asesinar a uno de esos niños. Manuel Ascunce tenía apenas un par de años más que Silvio y lo mataron en la misma zona a la que fue enviado. A raíz del peligro los chicos fueron evacuados y el futuro poeta trasladado a la Ciénaga de Zapata, a compartir letras y hambre con los carboneros.


Ha corrido mucha agua desde aquellos años. Se graduaron más de un millón de universitarios, los 3.000 médicos se convirtieron en 90.000 mil y muchos andan por el mundo combatiendo enfermedades y pandemias. Incluso los que emigran lo hacen con un bagaje que no tienen otros tercermundistas. En sus éxitos también está el esfuerzo de quienes un día de su adolescencia se lanzaron al monte armados de un lápiz y una cartilla.


Sin aquella primera tarea, sin llevar la educación a cada rincón del país nunca hubieran florecido todos los talentos de la nación. Los cubanos, sin importar su credo político, deberían agradecer a aquellos maestros que, siendo casi niños, construyeron los cimientos de una sociedad con un nivel educacional envidiable. Este documental es un tributo a ellos, bienvenido sea porque el amor siempre se debería pagar con amor.


23 septiembre, 2020

"Es el momento de desconfinar la lucha de clases" — Elisa Nieto y Andrés Fernández

 


Desconfinando el miedo

Frente Antiiperialista Internacionalista - 23/09/2020


"Yo soy el error de la sociedad

Soy el plan perfecto que ha salido mal.

Vengo del basurero que este sistema dejó al costado

Las leyes del mercado me convirtieron en funcional

Soy un montón de mierda brotando de las alcantarillas

Soy una pesadilla de la que no vas a despertar"

La violencia (Agarrate Catalina)[1]


Últimamente no paramos de comprobar que, como decía Atahualpa Yupanqui, "Las penas son de nosotros, las vaquitas son ajenas".


El pasado viernes, Isabel Díaz Ayuso, Presidenta de la Comunidad de Madrid (CAM), anunció confinamientos selectivos –con criterio de clase– que llegaron como cuadratura del círculo tras meses de gestión infame. La Puerta del Sol se inundó, por fin, de rabia y gritos esperanzadores: "No es confinamiento, es lucha de clases". La dignidad del sur comienza a organizarse y destila conciencia de clase.


Pocos días antes tuvimos que contener las náuseas ante unas declaraciones en las que afirmaba que los contagios de la COVID 19 suben en los barrios donde viven inmigrantes debido a "su forma de vivir".


Ahora bien, no olvidamos que estos episodios bochornosos del gobierno autonómico están encuadrados en una política de Estado: en un contexto de plena vigencia de La Ley Mordaza (se pospone sine die la promesa de su derogación), el Ministro del Interior del gobierno de coalición, Grande-Marlaska, ha ofrecido ayuda ingente de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado para garantizar el cumplimiento de las nuevas medidas. Ahora entendemos por qué la Oferta de Empleo Público 2020 se ha limitado, por ahora, a las casi 5000 nuevas plazas para Policía Nacional y Guardia Civil [2]. A modo de guinda, el gobierno de Ayuso ha decidido reducir a la mitad (3 euros) el precio del comedor escolar para las hijas e hijos de Policías Nacionales y Guardias Civiles [3]. El mensaje, para quien quiera escucharlo, es nítido.


Pensamos que es importante ampliar la mirada y comprender que esta "nueva normalidad" viene impregnada de tambores de guerra contra quienes no tenemos más que nuestra fuerza de trabajo para sobrevivir. Las condiciones de vida en las que se obliga a malvivir a la clase trabajadora –esas que nos venden como causas del confinamiento segregado– son la piedra de toque del gran reinicio del capitalismo post covid-19 que se anuncia desde el Foro Económico Mundial.


En el artículo El gran reinicio huele a Brumario se esbozan las características de este "reset" del capitalismo donde la velocidad, amplitud y profundidad con la que el desarrollo tecnológico permea la sociedad afectan directamente al mundo del trabajo. La vertiginosa puesta en escena de los avances en digitalización, robótica e Inteligencia Artificial pueden hacernos olvidar que tras esas bambalinas persiste una sociedad dividida, principalmente, en clases. Esta división no la olvidan nunca poderosos como Warren Buffet, uno de los hombres más ricos del mundo y muy alejado del marxismo, que hace unos años afirmaba que "hay una guerra de clases, de acuerdo, pero es la mía, la de los ricos, la que está haciendo esa guerra, y vamos ganando" [4].


Como Warren Buffet, tanto el coronavirus como los gobiernos que lo gestionan por supuesto que entienden de clases.


La tendencia economicista y reduccionista define a una clase por la posesión o no de medios de producción, o sea por sus intereses, dejando a un lado la subjetividad de la clase en cuestión. Sin embargo, la clase se define también por su "modo de vivir y por su cultura."[5]. La dimensión de género, sexualidad, etnia, nación, identidad, etc., afectan de forma significativa al desarrollo histórico de las clases. La forma de vivir y la cultura están condicionadas por el modo de producción dominante, en este caso el capitalismo.


En esta crisis económica y sanitaria, hemos visto que el virus se mueve en tren, avión y barco, va de país en país, pero viaja mucho más rápidamente por los diferentes "sures" en metro y autobús.


La pregunta que salta a la vista es si esa forma de vida a la que hacía alusión Ayuso es propia de la inmigración o es común a una clase, la clase trabajadora.


Ni Messi vive en Nou Barris ni Benzema vive en Puente de Vallecas. Aunque los dos sean inmigrantes, tienen una forma de vivir seguramente parecida o mejor que la de Ayuso.



Con el correr de los meses han ido apareciendo informes que por fin muestran que el virus afecta más a los "barrios con rentas más bajas"[6]. En ellos convivimos a menudo personas de diferente nacionalidad, color y orientación sexual, pero todas con una realidad económica parecida [7]. Es fácil intuir que los rasgos de la “nueva normalidad”, del "Gran Reinicio", afectarán en mayor medida a los sectores más precarios, incluso hasta el punto de estigmatizarlos y segregarlos, como estamos viendo en Madrid.


Ningún ser humano decide vivir en condiciones precarias, nadie elige por gusto los peores empleos, estar en paro, ni hacinarse en un piso de 25 metros cuadrados o en barrios en los que apenas hay árboles. Estas condiciones de vida abarcan a un sector de la población mucho más amplio que la parte que se ve forzada al desarraigo y a las colas interminables para conseguir un permiso de trabajo. Esa forma de vivir es la marcada por el capitalismo para toda nuestra clase, no sólo para la parte que se ve obligada a migrar. Lograr explicar esto con nitidez es esencial a la hora de mantener y reforzar una solidaridad de clase marcadamente internacionalista que necesitamos si cabe más que nunca.


En este contexto, el nuevo Pacto Social con el que en Davos se trata de edulcorar este "reset" del capitalismo esconde no sólo un incremento en los niveles de explotación sino también un cambio profundo en la forma de explotación. Descifrar este relato, leer al enemigo, es una tarea impostergable que no se suele abordar desde la izquierda.


Apuntábamos al principio que la economía digital altera la relación capital–trabajo asalariado, modificando la morfología de este último. Las ventajas son claras para los empresarios: a través de la tecnología, la "economía bajo demanda" –así la llaman– logra la máxima eficiencia y productividad. En ella la relación laboral se basa en una serie de transacciones puntuales entre trabajadora y empresario de tal forma que casi desaparecen las posibilidades de convertirlas en una relación duradera. El empleo de larga duración adopta una nueva morfología, más precarizado, flexible y temporal: son lo que eufemísticamente se denomina como "trabajadores independientes que realizan tareas específicas".


Nos hemos acostumbrado en esta última década a subir y bajar archivos de la nube. El modelo Uber se expande como paradigma y se normaliza que la empresa de taxis más grande del mundo no posea ni un solo vehículo. La nueva forma de contratar fuerza de trabajo se asemeja a una nube humana a la cual los empresarios recurren en busca de personas clasificadas como "independientes" que puedan realizar los trabajos necesarios para cada situación y momento. Este mecanismo, que se conoce como "falso autónomo", exime a las empresas de pagar salarios mínimos, impuestos como empleadores y prestaciones sociales. El esquema, para el capital, es perfecto: se puede buscar todo tipo de profesión, darle una tarea específica por un tiempo limitado (horas, días, semanas) y esquivar muchos de los problemas derivados de la regulación laboral. Para sobrevivir como “independientes” tendremos que adaptarnos, estar disponibles y geolocadizadas las 24 horas y aprender infinidad de destrezas en una continua variedad de contextos. Se exacerba así la competencia entre iguales. Entre pobres. Entre habitantes de los barrios del sur.


La propuesta de reinicio del capitalismo también se presenta a sí misma como rabiosamente igualitaria, una especie de piedra de toque contra el patriarcado. Esta vez, nos dicen, las mujeres sí participaremos en pie de igualdad en este nuevo "Pacto Social". En esta revolución no serán necesarias ni Olympe de Gouges ni Mary Wollstonecraft [8]. ¿Será verdad? ¿Qué mujeres decidirán y se beneficiarán de esta realidad 2.0? ¿Estaremos todas? No, porque nada bueno se puede esperar de un plan de salvación capitalista avalado por mujeres como Ana Botín [9]. De hecho, se abre la posibilidad de una nueva estratificación dentro de la clase trabajadora. Un nuevo ajuste de tuercas. Por un lado, un sector altamente cualificado, minoritario y ocupado mayoritariamente por hombres (lo científico-tecnológico), y otro sector muy amplio, mayoritario y en buena medida feminizado, que estará cada vez más precarizado. La automatización no sólo afecta a sectores tradicionalmente masculinizados y el alcance creciente de la inteligencia artificial y la digitalización de tareas que pertenecen al sector servicios es cada vez mayor. Los cajeros automáticos de los bancos, las cajas de los supermercados, teleoperadoras e incluso funciones administrativas que mayoritariamente son ocupadas por mujeres están siendo automatizadas. Una vez más vemos como ciertos avances logrados, ya de por sí limitados, pueden retroceder en el momento en que no sean funcionales para el sistema. De seguir esta tendencia las mujeres nos veríamos aún más confinadas en aquellas funciones donde las máquinas, por ahora, no llegan: tareas que requieren de empatía, compasión, cuidados y reproducción. Un paso más en la perpetuación de estereotipos de género y en la división sexual del trabajo.


En el mundo que nos ofrece Davos y que replican gobiernos de todo color, además de este reajuste en la relación entre capital variable y el capital constante, se presenta la "forma de vivir" hacinada y precaria, como un capricho, una costumbre. Afortunadamente las clases sociales no son algo estático sino sujetos colectivos. El proletariado se configura como sujeto para enfrentarse hostil y violentamente a su contrario –la burguesíapara (auto)emanciparse. La clase se conforma en el movimiento real, en la confrontación, en la práctica.


Es el momento de desconfinar la lucha de clases, tomar la iniciativa, tener claro cuál es nuestro lado de la trinchera, acumular fuerzas, buscar la unidad desde la base, recuperar las calles y organizarnos como clase para disputarle a los Warren Buffet el Poder.


Urge sacudirse el miedo acumulado durante estos meses.


No tiene sentido sobrevivir a costa de no vivir.


(Artículo de Elisa Nieto y Andrés Fernández, publicado originalmente en «Espinete amb caragolins», el 21 de septiembre de 2020)


[1] https://www.youtube.com/watch?v=nyDcKXEU3Jg

[2] Oferta de Empleo Público 2020: https://administracion.gob.es/pag_Home/empleoBecas/Ofertas-empleo-publico/empleo/Ofertas-de-empleo-publico/OfertasEmpleoPublico2020.html#.X2daxTozY2w

[3] https://www.bocm.es/boletin/CM_Orden_BOCM/2020/09/14/BOCM-20200914-15.PDF

[4] https://www.elmundo.es/blogs/elmundo/billonarios/2014/06/10/palabra-de-warren-buffett.html

[5] “En la medida que millones de familias viven bajo condiciones económicas de existencia que las distinguen por su modo de vivir, por sus intereses y por su cultura de otras clases y las oponen a éstas de un modo hostil, aquéllas forman una clase”. El 18 Brumario de Luis Bonaparte, Obras Escogidas de Marx y Engels, Camares editorial, Pág. 171

[6] https://www.lavanguardia.com/vida/20200810/482761691733/estudio-covid-renta-barcelona.html

[7] https://www.huffingtonpost.es/entry/por-que-los-distritos-del-sur-son-los-mas-afectados-en-madrid_es_5f3fda92c5b6305f3256d58d

[8] Olympe de Gouges escribió en 1791 la “Declaración de los derechos de la mujer y la ciudadana” y Mary Wollstonecraft en 1792 la “Vindicación de los derechos de la mujer”

[9] En su prólogo al libro “La cuarta Revolución Industrial”, de Klaus Schwab, Ana Patricia Botín afirma que “Las revoluciones, cuando lo nuevo reemplaza a la viejo, generan sensaciones de incertidumbre ante el cambio. Estoy convencida de que la tecnología no destruye empleo, pero las capacidades que se requieren cambian y eso puede generar inquietud. Por eso es indispensable que a ayudemos a los trabajadores a desarrollar las destrezas que exigen los trabajos de la nueva era industrial” (Barcelona, España: Editorial Debate, 2016)

¡Menos policía y más recursos sociales!

 


"Ya no hay que preocuparse de lo que pasa en un barrio o una calle más pallá, total, está muy lejos. Como China. Para ello hay quien dice que podrían llenarlo todo de policías, o de militares. O de las dos cosas, vaya usted a saber. Eso sí, de contratar más médicos y personal de enfermería, parece que nanai, para eso siempre se puede tirar del «voluntariado»."

Artículo completo en:

https://www.jrmora.com/blog/2020/09/21/positivo-en-pobreza/


22 septiembre, 2020

Las alucinaciones de Vargas Llosa

 



Atilio A. Boron - 21/09/2020


En su artículo de este domingo 20 de Septiembre de 2020 en El País de Madrid Mario Vargas Llosa vuelve a dar rienda suelta a una de sus frecuentes alucinaciones, y probablemente la más estrafalaria de todas. Según ella los países pobres lo son porque eligieron serlo. En cambio otros pueblos, más lúcidos y trabajadores, optaron por la prosperidad y la consiguieron. De ser cierta esta ocurrencia del narrador peruano produciría una revolución copernicana en la historia y las ciencias sociales, sumergiendo en una crisis terminal al pensamiento social de Occidente desde Platón hasta nuestros días. Pero aún el alumno más indolente de los primeros años de cualquier carrera de sociología, historia y economía sabe que las cosas no son (ni fueron) así y que si la gran mayoría de los países del mundo están inmersos en la pobreza debe haber causas que expliquen lo que en el pensamiento del autor de Conversación en La Catedral no puede ser otra cosa que una imperdonable estupidez. La hipótesis de que miles de millones de personas de la población mundial prefieren vivir en la miseria, la desnutrición, la ignorancia y la enfermedad es absurda porque supone que todos ellos son víctimas de un incurable masoquismo que los impulsa a optar por el sufrimiento en vez del goce y el disfrute que vienen de la mano de la prosperidad.


Los ejemplos a los que apela Vargas Llosa desnudan la intencionalidad política de su exabrupto: Venezuela eligió ser pobre y Alemania, en cambio, prefirió ser rica. Mientras aquella eligió el camino del socialismo los alemanes prefirieron al capitalismo. La descripción que hace del país sudamericano no sólo es incorrecta sino también inmoral. Venezuela, ni siquiera durante los años del boom petrolero, “progresaba a pasos de gigante” como fabula el novelista. En aquella dorada época las compañías norteamericanas saqueaban a voluntad el petróleo venezolano, destinando algunas migajas para corromper a la clase dirigente y a los operadores del Pacto de Punto Fijo, engatusar a las capas medias más acomodadas con las luces cegadoras del consumismo mientras dejaban al pueblo en total indefensión. Millones de personas no vieron a un médico en su vida hasta que Chávez llegó a Miraflores; millones de mujeres parieron tres y cuatro hijos en los rancheríos de Caracas y otras ciudades sin jamás haber visto a una ginecóloga o siquiera una enfermera. Cuatro millones de personas (sobre un total de 24) eran zombies civiles y políticos privados de todo derecho: carecían de documentos de identidad, vivían en calles sin nombres y casuchas sin número y la mayoría no sabía ni leer ni escribir. Todo esto ocurría en las épocas en las cuales según las afiebradas fantasías del escritor Venezuela prosperaba “a pasos de gigante.” Llegó Chávez y puso fin a tanta injusticia. El “caracazo” de 1989 es la prueba más elocuente –de las muchas que hay– para descalificar su aseveración. Y si en ese país hoy escasean los alimentos, medicamentos e insumos de todo tipo (para la industria, el transporte, etcétera) es a causa de las sanciones y la hostilidad permanente que Estados Unidos desató en contra de la Venezuela Bolivariana desde su nacimiento. Obviar ese dato no sólo invalida su descripción sino que constituye una inmoralidad de marca mayor. Vargas Llosa no puede ignorar que el bloqueo y las sanciones económicas concebidas para producir privaciones y sufrimientos –como lo propone un ex asesor de Barack Obama en The Art of Sanctions [El arte de las sanciones]– con el ánimo de provocar un levantamiento popular que ponga fin al gobierno de Nicolás Maduro son crímenes de lesa humanidad, políticas de exterminio, de aniquilación de una población. Son, en una palabra, genocidio.[1] Escamotear este dato convierte al tan galardonado escritor en un cómplice de esos crímenes, al igual que Luis Almagro y Michelle Bachelet, Mike Pompeo y Donald Trump, entre tantos otros.


Alemania, en cambio, optó por “la prosperidad, es decir, estimuló la empresa privada, la competencia y el ahorro, e integró su economía en los mercados mundiales.” El resultado: un formidable crecimiento económico. Sin embargo, los violentos incidentes que tuvieron lugar el 23 de Junio en Stuttgart desmienten la versión idílica, novelesca, del peruano. Según el diario Frankfurter Rundschau la tensión social que conmueve el subsuelo de la sociedad alemana tiene su génesis en el pasado, cuando millones de “Gastarbeiter“ (“trabajadores invitados”) llegaron a Alemania para laborar en sus fábricas. Pero, tal como lo indica su nombre, se suponía que los “invitados” en algún momento regresarían a sus lugares de origen, cosa que no ocurrió. Su radicación en el país que los había invitado con una intención claramente oportunística puso en cuestión la integración social de una sociedad que en poco más de una generación se convirtió en pluriétnica y multicultural y, encima de eso, más desigual. Esto se comprueba al observar que el índice Gini que mide la desigualdad económica alcanzó recientemente un valor de .295, el nivel más elevado desde 1989, cuando se produjo la reunificación de Alemania.[2] Por otra parte, ¿cómo ignorar que las políticas del Banco Central Europeo y la Comisión Europea favorecieron descaradamente a Alemania, a costa de sumir en la crisis a otros países europeos, Grecia siendo apenas el caso más conocido? ¿O que el proyecto de la Unión Europea fue la astuta concreción del Deutschland uber alles (Alemania por encima de todo) como lo demuestra no sólo el Brexit sino el resentimiento de tantos países de la eurozona que se empobrecieron mientras Alemania se enriquecía?


El remate del razonamiento de Vargas Llosa es que las dificultades para emular al modelo alemán radican en la corrupción que, “en el caso de América Latina … está tan profundamente arraigada en sus gobiernos, roban tanto sus ministros y funcionarios y el robar es una práctica tan extendida en casi todos los Estados, que es del todo imposible establecer una economía de mercado que funcione de verdad.” Otra generalización absurda que coloca en el mismo saco a todos los gobiernos de la región, incluyendo, en buena hora, al de sus amigos como Sebastián Piñera, Mauricio Macri e Iván Duque. Pero las cosas no son tan simples porque la corrupción es un cáncer ampliamente extendido en las economías capitalistas avanzadas, claro que bajo formas mucho más sutiles que las que imperan en algunos de nuestros países. Pero en ambos casos se trata de lo mismo. ¿O acaso la extensa red de “paraísos fiscales” –mejor sería llamarlas “guaridas fiscales”– en los países del capitalismo avanzado o sus ex posesiones coloniales no son sino la expresión más refinada de la corrupción inherente al capitalismo? Según la Tax Justice Network algunos de los “paraísos” favoritos de los grandes capitales son las Islas Vírgenes, Bermuda, Islas Caymán y Bahamas en el Caribe; Singapur y Hong-Kong en el Sudeste asiático y Holanda, Suiza y Luxemburgo en Europa. Allí se evaden impuestos, se lava dinero del narcotráfico, venta ilegal de armas y tráfico de órganos y personas y se montan toda clase de operaciones comerciales y financieras al margen de la ley. Al lado de esa corrupción en gran escala y que cuenta con el inequívoco apoyo de los gobiernos del mundo desarrollado la que hay en Latinoamérica y el Caribe, por imperdonable que sea, es un juego de niños.


La pobreza y el atraso que abruman a Latinoamérica y el Caribe tienen, según Vargas Llosa, como su causa fundamental el visceral rechazo que la palabra “capitalismo” encuentra en estas latitudes. Aquí el novelista tropieza, una vez más, con “las duras réplicas de la historia”, como gustaba decir a Norberto Bobbio. ¿Cómo olvidar que bajo el yugo de las coronas de España y Portugal Nuestra América desempeñó un papel decisivo en el desarrollo del capitalismo global desde sus mismos orígenes. El oro y la plata de nuestros países, y más tarde minerales y diversos productos agrarios, nutrieron durante siglos la acumulación capitalista de los imperios coloniales y sus aliados europeos. Después de apostar durante quinientos años al capitalismo los resultados están a la vista. ¿Qué pretende Vargas Llosa: que sigamos trajinando durante otros cinco siglos por la misma ruta? No hay futuro para nuestros países dentro del capitalismo, que nos condena al subdesarrollo, la desigualdad, el racismo, el patriarcado y a una catástrofe ambiental, para colmo en una región del mundo en donde la presión sofocante del imperialismo norteamericano se ejerce con simpar intensidad.


Hay muy buenas razones por las cuales el capitalismo en buena parte del mundo, y no sólo en Latinoamérica, se ha convertido en una mala palabra. Ha creado un sistema que produjo monstruosas consecuencias: que el 1 % más opulento de la población mundial retenga tanta riqueza como el 99 % restante; o que los “2153 milmillonarios que hay en el mundo posean más riqueza que 4600 millones de personas (un 60% de la población mundial).”[3] Si la palabrita que tanto le fascina, “capitalismo”, tiene mala prensa no es por un capricho de la izquierda y de quienes queremos un mundo mejor sino porque lo que el novelista califica como “una sensación de injusticia y desigualdad, de bribonería y egoísmo” es un dato duro, lacerante, de la realidad. No es ninguna “sensación”: el capitalismo es esencialmente injusto y la bribonería y el egoísmo están inscriptos, de modo inamovible, en su ADN.


De paso, ya que estuvo en Alemania le cuento que su tan admirada Angela Merkel tiene que esmerarse un poco más para luchar contra el coronavirus, pese a que usted displicentemente afirma “que parece allí perfectamente controlado.” Le cuento: mirando las estadísticas al día de hoy, lunes 21 de Septiembre, que en aquel país hay 124 muertos por Covid-19 por millón de habitantes, mientras que en las bloqueadas y salvajemente agredidas Cuba y Venezuela la cifra es de 10 y 19 respectivamente. Tan horrible no debe ser el socialismo para exhibir estos notables resultados, y tan bueno no debe ser el capitalismo para que las cifras del Chile de su amigo Piñera sea de 642 por millón de habitantes, las de Bolivia 651, Brasil 643 y su país de origen, Perú, un catastrófico 948, una masacre. ¡Ah!, me olvidaba. Dígale al primer ministro conservador Boris Johnson, heredero de las glorias de su tan ensalzada Margaret Thatcher, que le convendría pedirle algún consejo a Díaz Canel o a Maduro para que le digan como hicieron para combatir al Covid-19 en sus países porque la tasa de mortalidad por millón de habitantes del Reino Unido (615) es un escándalo, al igual que la Donald Trump (616), todos sin tener que neutralizar los embates de bloqueos, sanciones económicas, invasiones y sabotajes. Las conclusiones son obvias. Y al hablar de corrupción no se olvide de su querido amigo, el rey emérito Juan Carlos I; sí, ese que le adjudicó un marquesado y años después huyó de España como un vulgar ladronzuelo. Yo que usted antes de hablar otra vez de la corrupción en Latinoamérica lo pensaría no una sino diez veces.



[1] Cf. Richard Nephew, The Art of Sanctions. A view from the field (New York: Columbia University Press, 2018)

[2] https://www.iamexpat.de/expat-info/german-expat-news/income-inequality-germany-reaches-record-high

[3] https://www.oxfam.org/es/notas-prensa/los-milmillonarios-del-mundo-poseen-mas-riqueza-que-4600-millones-de-personas


21 septiembre, 2020

Perspectiva anti-industrial — Miquel Amorós

 

El anti-industrialismo no es una nueva ideología nacida en un círculo intelectual, una cátedra universitaria o una fundación altruista durante el periodo histórico de fusión del Capital con el Estado. No proclama principios particulares inventados por algún pensador iluminado, ni ofrece fórmulas infalibles con las que solucionar todos los males sociales. Y sobre todo, no apela a los parlamentos o a la «ciudadanía» que los sostienen. Es un análisis crítico surgido durante el retroceso del movimiento obrero que parte del carácter industrial de todas las actividades económicas y sociales. Si las condiciones materiales de existencia determinan la realidad, estas son ahora las propias de la industria. El mundo globalizado se asemeja a una gigantesca fábrica, aunque de fábricas propiamente dichas haya cada vez menos. La tecnología ha multiplicado la productividad a la vez que reducido considerablemente el peso del proletariado industrial, pero la proletarización se ha extendido como el aceite sobre el agua: la condición proletaria caracteriza no solo la vida de casi toda la humanidad, sino la de todo el planeta. El capital convierte en mercancía no solamente la fuerza de trabajo, sino el territorio y su vecindario. En consecuencia, las contradicciones mayores se producen en el ámbito de la vida cotidiana y del medio ambiente. Lógicamente, la conflictividad se desplaza de la esfera de la producción a la del consumo y, desde allí, los colectivos toman conciencia de los profundos antagonismos que enfrentan al régimen capitalista con la naturaleza y la población sometida a condiciones de supervivencia cada vez más infames. En cada acto aparentemente trivial como pueda ser alimentarse, habitar, viajar, vestir, respirar, cuidarse, votar, trabajar, leer, comunicarse, divertirse, etc., se manifiesta el dominio del capital y, por lo tanto, en cada acto hay que tomar partido. Cierto que la identidad obrera de antaño desapareció, pero la conciencia de clase reaparece y se reafirma en las revueltas de la vida cotidiana.


La lucha de clases desborda el estrecho marco de las reivindicaciones laborales para abarcar la defensa del territorio y el conjunto de la actividad diaria. Al capitalismo se le replica en su terreno, o sea, en todo los terrenos. El capitalismo destroza el medio ambiente, explota y esquilma el territorio, poluciona el aire, contamina las aguas y los suelos, concentra la población en cubículos dentro de complejos urbanos, aniquila la agricultura tradicional, obliga a una movilización constante, abandona a los ancianos, embrutece y enferma a la población, desarrolla mecanismos de control totalitario, provoca guerras, se camufla con la ecología... Así pues, los frentes de combate son múltiples, pero la lucha solo es una. La mundialización capitalista se asienta en unas relaciones sociales complejas, pero precisamente esa complejidad hace que sus fundamentos sean cada vez más frágiles y que los desastres se vuelvan cada vez más frecuentes. La base social del capitalismo, constituida por las nuevas clases medias de funcionarios, empleados y obreros integrados, se erosiona y se estrecha. La ideología ciudadanista que les es propia se resquebraja. Las contradicciones son imposibles de disimular, por lo que los estallidos sociales son ya inevitables. Cuando el material inflamable se acumula hasta proporciones incontrolables, una chispa salida de cualquier parte puede causar un grave incendio. En esas estamos, en la fase final de la globalización que bien podríamos calificar de capitalismo catastrofista.


La anomia y la catástrofe son hoy la carácterísticas principales de la producción industrial, y, de acuerdo con la naturaleza intrínseca del capital, son un nuevo factor de crecimiento y una nueva fuente de beneficios. Sin embargo, las desigualdades sociales se disparan y el ciudadanismo se desacredita, por lo que el desastre y la descomposición se convierten también en estímulos insurreccionales. Un hecho fortuito como por ejemplo, un caso de brutalidad policial, la subida del precio de la gasolina, el encarecimiento del transporte público, la privatización de un servicio sanitario, una prospección minera, un plan hidrológico, una ley liberticida, etc., pueden derivar en movilizaciones espontáneas y amotinamientos incontrolables. Cualquier paso en falso de los gobiernos puede acarrear una crisis, sea urbana, ecológica, racial o sanitaria, y cualquier crisis puede situarse en el eje de la cuestión social. Todavía está lejos de formarse una fuerza social suficientemente liberada de la incapacidad de comprender su miseria, y por consiguiente, lo bastante subversiva como para aventurarse en un proceso de transformación social radical, pero todo se andará. Simplemente tendrá que producirse un vacío de poder. Si de algo estamos seguros, es que la capacidad de seducción del capitalismo, esa especie de sumisión voluntaria general de la que ha podido servirse hasta hoy, se diluye con la catástrofe. El capitalismo suprimió la libertad real a cambio de diversión a espuertas y una relativa seguridad. Las crisis, en la medida en que neutralicen las fuerzas del orden, nos están indicando que la diversión está las asambleas de desobedientes, y la seguridad está en la disolución de toda clase de policía y la abolición de la vigilancia digital. No estamos hablando de otra cosa más que de la autogestión de la vida cotidiana.


Algo nos pueden enseñar por ejemplo, la indignación de los sanitarios reunidos a la puerta de los hospitales españoles, o los debates de los chalecos amarillos franceses concentrados en las rotondas, o los manifestantes de Chile, o las juntas de buen gobierno de Chiapas, o las algaradas en una docena de países. Los movimientos de protesta, al desconfiar de las vías institucionales, y por lo tanto, del diálogo con el Estado, se ven abocados a crear espacios autónomos de discusión y toma de decisiones, y a defenderlos. Las asambleas, concentraciones, consejos, coordinadoras, comités, piquetes, etc., son organismos creados para deliberar de manera independiente sobre sus problemas, informar verídicamente de ellos y llevar a cabo los puntos acordados. En un sentido griego, serían espacios y mecanismos no virtuales de libertad, puesto que la libertad no es otra cosa que el derecho de las masas a participar directamente en la gestión y resolución de los asuntos que les competen o afectan. A poco que la alegría de estar juntos desembocara en pasión por la libertad y que dicha pasión se extendiera –y con ella la conciencia de la propia fuerza–, aquellos espacios se consolidarían, forjándose dentro de ellos un nuevo sentimiento de clase. Estaríamos entonces en una situación de doble poder. Hoy por hoy, no lo estamos, pero esto es solo el principio. Parecerá que la pandemia de covid-19 haya abortado el proceso de rebelión, a tenor de la oleada de servidumbre voluntaria y el clima de sumisión asfixiante que se puede observar en toda la Europa mesocrática, sobre todo en España donde el potencial radical anda bajo mínimos. El miedo reprime la vida y apacigua la cólera, pero tiene escaso recorrido. La catástrofe continúa y también la revuelta. Lo mejor está por llegar.


17 septiembre, 2020

Nicaragua: A 40 años del atentado que terminó con el dictador Somoza

 



Por Gustavo Veiga

Resumen Latinoamericano - 17/09/2020


El 17 de septiembre de 1980 el nicaragüense Anastasio Somoza Debayle encontró la muerte en el Paraguay de Alfredo Stroessner sobre la avenida Generalísimo Franco. Los tres dictadores quedaron unidos en tiempo y espacio por un atentado cometido hace 40 años que sacudió al mundo.


La operación Reptil acabó con la vida del último tirano de una dinastía que había comenzado en 1937 su padre, Anastasio Somoza García, en la tierra de los poetas Rubén Darío y Ernesto Cardenal. La autopsia determinó que tenía 25 orificios de bala en el cuerpo, un cuerpo calcinado por un lanzacohetes RPG-2 que falló al primer tiro pero no al segundo arrojado sobre el Mercedes Benz blanco donde viajaba.


Dos argentinos protagonizaron la acción: Enrique Gorriarán Merlo vació el cargador de su fusil de asalto M-19 sobre el parabrisas y su compañero del ERP, Hugo Irurzun, el capitán Santiago, completó la faena con el disparo que hizo explotar el auto.


El primero consiguió escapar y contó años después que el asesinato de 'Tachito' –apodo por el cual se conocía al menor de los Somoza– se había empezado a planificar en el restorán Los Gauchos de Managua, que todavía existe. La historia dice que cuando unos periodistas le preguntaron al comandante sandinista Tomás Borge si sabía quiénes habían sido los autores del ataque respondió: “Fuenteovejuna”.


Ese miércoles 17 a las 9.55 de la mañana, el grupo comando de siete guerrilleros –cuatro hombres y tres mujeres– fue por su objetivo. El plan para matar a Somoza había llevado casi un año de preparación. La primera célula ingresó a Paraguay desde Brasil. Las armas se cruzaron en una embarcación desde la Argentina. Ya en Asunción, se estudió cómo hacer la operación que cerca estuvo de levantarse porque le perdieron el rastro al blanco. El huésped de Stroessner había dejado por un tiempo de hacer su trayecto habitual. No aparecía en el radar de sus ejecutores.


Los integrantes del ERP liderados por Gorriarán pudieron seguir con precisión los movimientos del dictador cuando uno de ellos, camuflado como canillita, alquiló una parada de diarios en la esquina de las avenidas Generalísimo Franco y Santísimo Sacramento. Muy cerca de la vivienda desde la que Somoza, su chofer nicaragüense César Gallardo y su asesor financiero, el italo-estadounidense Joseph Jou Baittiner, salieron aquel día a bordo del Mercedes Benz custodiados por un auto de la policía. Ninguno de los tres sobreviviría al ataque sincronizado.


En la logística del operativo también resultó clave otra situación. Los guerrilleros alquilaron una vivienda vecina a la de Tachito bajo un ardid de comedia. Le explicaron al dueño de la propiedad –un ingeniero llamado Luis Alberto Montero– que eran representantes del cantante Julio Iglesias y que el verdadero localizador era él. Adujeron que el español planeaba filmar una película en Paraguay y hacer una serie de recitales y con esa zanahoria pidieron anonimato absoluto para su representado. Una ficción que les dio resultado pero que mandó al propietario a la cárcel por un tiempo. La historia fue investigada por la periodista nicaragüense Mónica Zub Centeno para su libro Somoza en Paraguay. Vida y muerte de un dictador, publicado en 2016.


Cuando el Mercedes Benz patente 177561 iba por la avenida Generalísimo Franco –hoy España– un Jeep Cherokee que conducía Roberto Sánchez, uno de los guerrilleros, se le cruzó de golpe a una combi que antecedía al auto donde iba Somoza. Armando, tal su nombre de guerra, moriría en el ataque al cuartel de La Tablada en febrero de 1989. Su maniobra fue suficiente para que el objetivo frenara y quedara en la línea de fuego del lanzacohetes de Irurzun. El primer disparo no salió. Pero sí todos los tiros con los que Gorriarán ejecutó a Somoza y su reducida comitiva antes de que reaccionara la custodia que venía detrás. El segundo proyectil del RPG-2 que portaba el capitán Santiago sobre uno de sus hombros completó la tarea. El chofer voló fuera del vehículo y cayó a varios metros sobre el asfalto según las crónicas periodísticas.


Angel Bogado, reportero gráfico del desaparecido diario paraguayo Hoy, fue uno de los primeros en llegar al lugar. En aquel momento contó: "Recuerdo que todavía salía humo del cuerpo de Somoza, tipo vapor, por el tema de las balas que recibió. Él y su acompañante estaban como agachados, como metiendo la cabeza entre las piernas". Años más tarde, Gorriarán comentó el episodio en un programa de TV: "La explosión fue impresionante. Pudimos ver el auto totalmente destrozado y la custodia escondida detrás de un murito de la casa de al lado. Ya no tiraban más".


El único guerrillero que no pudo escapar al operativo cerrojo montado minutos después para dar con el comando fue el santiagueño Irurzun. Flaco, muy alto – medía más de 1,90– no pasaba inadvertido. Había combatido en el monte tucumano durante el Operativo Independencia y en Nicaragua con los sandinistas. Después del ataque regresó a un departamento en el popular barrio San Vicente. La versión oficial sobre su destino fue que murió enfrentándose a la policía. Con los años se comprobó que había sido torturado y su cuerpo desaparecido. En 2007 se realizó una exhumación de restos en el cementerio de Asunción que no arrojó resultados positivos. En su ciudad natal de La Banda, en Santiago del Estero, se lo recuerda desde 2015 con un pequeño monumento en una plaza.


El cuerpo irreconocible de Somoza no fue fácil de identificar. Su amante nicaragüense, Dinorah Sampson Moganam, lo había acompañado hasta Paraguay y no podía creer lo que veía. Esta mujer de 73 años que llevó una vida fastuosa durante su relación con el dictador se instaló en Miami en 1981. Lo había conocido en un velorio en 1962 y desde entonces nunca volvió a separarse de él hasta su muerte.


La herencia que dejó el último de los Somoza en Nicaragua fue demoledora: unos 50 mil muertos, la mayoría entre la población civil, casi el doble de heridos, unos 40 mil huérfanos y alrededor de 150 mil desplazados hacia los países vecinos de Honduras y Costa Rica. Stroessner le concedió el status de residente temporal cuando huyó. Los dos tiranos coincidieron apenas casi un año en Asunción y se vieron muy poco. Tachito alcanzó a invertir una parte de su fortuna –estimada en 6 mil millones de dólares– en el Chaco paraguayo a donde llegó el 19 de agosto de 1979. Un mes antes se había producido la entrada triunfante en Managua de los revolucionarios sandinistas. El dictador buscó refugio en varios países hasta que lo encontró en Asunción.


Diez años después de la huida de Somoza de su país, del que se escapó llevándose hasta sus loros, al dictador que lo recibió le llegaría su propio final. Stroessner fue derrocado por uno de sus generales, su consuegro Andrés Rodríguez. A diferencia del nicaragüense llegó a la vejez, se mudó a Brasil y murió a los 93 años en 2006 sin que nadie lo molestara.


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El 17 de julio se conoce en Nicaragua como "el día de la alegría".


La razón: fue la fecha de 1979 que el entonces presidente Anastasio Somoza Debayle eligió para abandonar el país definitivamente.


Salió de madrugada, en un avión en el que, según la leyenda, también transportaba buena parte del tesoro nacional y los restos mortales de su padre y su hermano.


Caía así la brutal dinastía familiar que por más de 40 años había controlado con puño de hierro los destinos de los nicaragüenses.


Con su huida, "el último de los Somoza" confirmaba además el inminente triunfo de la Revolución Sandinista, que se oficializaría dos días más tarde con la entrada de las primeras columnas del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) a Managua.


Arturo Wallace - BBC