31 marzo, 2015

Movilizaciones contra el golpe fascista ordenado por la Audiencia Nacional

30/03/2015 :: MADRID, ESTADO ESPAÑOL

Zarpazo represivo: Al menos 28 detenciones y desalojan el CSOA La Quimera de Madrid

La Haine - Madrid
Diecisiete registros, seis de ellos en centros sociales okupados. La operación policial se extiende a Madrid, Barcelona, Palencia y Granada. Lista de Movilizaciones

Lista de movilizaciones contra el golpe fascista ordenado por la Audiencia Nacional:
Hoy 30 de Marzo:
#Madrid Tirso de Molina 19h
#Salamanca Subdelegación 19h
#Palencia Subdelegación 20h
#Barcelona Mercat del Clot 20h
 #Zaragoza Plaza Madalena 20h
#Girona Plaça del Vi 20h
#Cuenca Carretería 20h

El corrupto gobierno del Partido Popular quiere demostrar a sus fieles que aun mantienen lealtad a sus principios ideológicos fascistas, por eso están arrasando con los CSOs en Madrid. Hoy un operación policial ha desalojado el CSOA La Quimera de Lavapiés y ha realizado numerosos registros, entre ellos en la 13/14 de Vallekas, la Magdalena y La Enredadera de Tetuán.
Esta mañana a las 6:00 ha dado comienzo una supuesta "operación contra el terrorismo anarquista" como continuación de la llamada "Operación Pandora" que se llevó a cabo en el pasado mes de Diciembre. El Ministerio del Interior señala que "se han practicado un total de diecisiete registros, seis de ellos en Centros Sociales Ocupados, donde algunos detenidos habían fijado su residencia. Durante la práctica de estos registros han sido detenidas otras catorce personas por delitos de resistencia." Sobre los detenidos cae la tenebrosa acusación de formar parte de los denominados "Grupos Anarquistas Coordinados (GAC)", a quienes se les imputa "pertenencia a organización criminal con fines terroristas" y la comisión de hechos delictivos consistentes en sabotajes y colocación de artefactos explosivos e incendiarios. La represión se extiende a Madrid, Barcelona, Palencia y Granada, donde también han registrado  El CSOA La Redonda .
Con relación al desalojo del centro social de Lavapiés, el twitter de la Unidad de Intervención Policial (antidisturbios) señala que "se ha retirado material informático para su análisis y se procede a desalojar y cerrar 'la quimera' sin incidentes". Lo más sospechoso es que aprovecha esta operación para cerrar al completo un centro social.

En un comunicado, la asamblea de La Quimera de Lavapiés "condena la actuación represiva" y señala que el centro social "desde las 6:30 de la mañana ha sido asediada, y tras destrozar la puerta, registrada durante horas, sacando material perteneciente al centro social y a los colectivos que le dan vida. La policía se ha negado a mostrar ningún tipo de orden o dar alguna explicación de lo que estaba sucediendo. Esto no es más que otro ataque al movimiento anarquista con la intención de criminalizar y represaliar nuestra lucha. Estad atentxs a próximas convocatorias a lo largo del día. NINGUNA AGRESIÓN SIN RESPUESTA. ABAJO LOS MUROS DE LAS PRISIONES. NOS TOCAN A UNA NOS TOCAN A TODXS".
Y por último, atención a la advertencia del Ministerio del Interior: "La operación continúa abierta".
Así ha quedado la entrada al 13/14 de Vallekas después del registro
________________
Comunicado del CSROA La Quimera de Lavapiés
Desde la Asamblea del CSROA LA Quimera de Lavapiés condenamos la actuación represiva que ha tenido lugar esta mañana en varios puntos del estado. En Madrid, desde primera hora de la mañana se han producido registros y detenciones en centros sociales okupados y viviendas de diferentes barrios.
La Quimera de Lavapiés, desde las 6:30 de la mañana ha sido asediada, y tras destrozar la puerta, registrada durante horas, sacando material perteneciente al centro social y a los colectivos que le dan vida. La policía se ha negado a mostrar ningún tipo de orden o dar alguna explicación de lo que estaba sucediendo.
Esto no es más que otro ataque al movimiento anarquista con la intención de criminalizar y represaliar nuestra lucha.
Estad atentxs a próximas convocatorias a lo largo del día.
NINGUNA AGRESIÓN SIN RESPUESTA
ABAJO LOS MUROS DE LAS PRISIONES.
NOS TOCAN A UNA NOS TOCAN A TODXS

29 marzo, 2015

El vertiginoso auge de la industria de guerra

Manlio Dinucci

RED VOLTAIRE  18 marzo 2015

El comercio internacional del sector del armamento se ha incrementado en un 16% en 5 años y la tendencia es a seguir creciendo. Así lo confirman los datos divulgados por el SIPRI [1] el 16 de marzo de 2015.

Los principales Estados exportadores de armamento en 2014© SIPRI


Estados Unidos, con un 31% de la exportación mundial de armamento, sigue siendo el principal exportador mundial. Le siguen Rusia (27%), China (que pasa del lugar 16 al 3º con un 5% de las ventas mundiales), Alemania, Francia, Reino Unido, España, Italia, Ucrania e Israel. Italia –cuyas exportaciones militares han aumentado en más de 30% en 5 años y aumentarán aún más gracias a la reconversión de Finmeccanica, que pasa del sector civil al militar– aparece en la escala como el 8º exportador mundial de armamento, con los Emiratos Árabes Unidos, la India y Turquía como principales compradores.

Principales países importadores de armamento en 2014© SIPRI

Los principales importadores mundiales son la India, Arabia Saudita, China, los Emiratos Árabes Unidos, Pakistán, Australia, Turquía y Estados Unidos (que importa armamento alemán, británico y canadiense). También se registra un fuerte aumento de la importación de armamento por parte de las monarquías del Golfo (71% en 5 años), del «Medio Oriente» en general (54%) y de África (45%).


Nadie conoce el volumen real ni el valor de las transferencias internacionales de armamento, que a menudo se basan en factores de orden político. Y todo eso sucede bajo la cobertura del Tratado sobre el Comercio de Armas, solemnemente presentado por la ONU hace 2 años.


Pero todo lo anterior no es más que la punta del iceberg de la producción de armamento, destinada en su mayor parte a las fuerzas armadas de los países productores.

A la cabeza aparece Estados Unidos, que –según las cifras del presupuesto del Pentágono– destina anualmente alrededor de 95.000 millones de dólares a la compra de armamento, una enorme cantidad de dinero proveniente de los fondos públicos que al ir a parar a los bolsillos de las grandes industrias estadounidenses del armamento –como Lockheed-Martin, Boeing, Raytheon, Northrop Grumman, General Dynamics, United Technologies– les permite izarse al primer lugar a nivel mundial.

Como el negocio de la guerra aumenta según se agravan tensiones y guerras, la aparición de la crisis ucraniana y la subsiguiente confrontación entre la OTAN y Rusia han representado una excelente oportunidad para los grandes accionistas de las industrias de guerra de Estados Unidos y de Europa.

En la maniobra de la OTAN que se desarrolla en Polonia este mes, Estados Unidos desplegará una batería de misiles Patriot «como disuasión ante la agresión en el flanco oriental». En realidad, lo hará sobre todo porque Polonia debe decidir este año si compra los Patriot, de la firma estadounidense Raytheon, o los misiles similares que fabrica el consorcio franco-italiano Eurosam, un negocio de 8 000 millones de dólares, en el marco de una asignación de 42 000 millones de dólares –casi 40 000 millones de euros– con la que Varsovia pretende reforzar sus fuerzas armadas. Polonia tiene además intenciones de comprar 3 nuevos submarinos de ataque y equiparlos con misiles crucero –capaces de transportar tanto ojivas convencionales como ojivas nucleares– fabricados por Raytheon o por la firma francesa DCNS.

En Ucrania se está produciendo un business similar. Washington ha anunciado una nueva entrega a Kiev de 75 millones de dólares de material militar «no letal», incluyendo cientos de vehículos blindados «no artillados» que pueden ser fácilmente equipados con armamento producido en Ucrania o importado. El propio Porochenko anunció, el 13 de marzo, que el gobierno de Kiev ha firmado varios contratos para importar «armamento letal» proveniente de 11 países miembros de la Unión Europea, entre los que seguramente se encuentra Italia.

También funcionan a toda máquina las industrias de guerra de Rusia y China. En respuesta al poderío naval de Estados Unidos, que dispone de unos 300 navíos de guerra entre los que se cuentan 10 portaaviones, Rusia está construyendo simultáneamente 4 submarinos nucleares mientras que China se dota de un segundo portaaviones, de producción nacional.
Evolución del comercio mundial de armas© SIPRI


Así fabrica el mundo los instrumentos para su propia destrucción.


Fuente: Il Manifesto (Italia)

25 marzo, 2015

Los corderos van al matadero. Pero al menos no votan por el matarife que los sacrificará ni por el burgués que se los comerá.

Anselm Jappe 
de su libro Crédito a muerte 

Una primera condición para restablecer la perspectiva del actuar es romper definitiva y claramente con toda «política» en el sentido institucional. Hoy la única «política» posible es la separación radical del mundo de la política y sus instituciones, de la representación y la delegación, para inventar en su lugar nuevas formas de intervención directa. En este contexto, resulta de lo más inútil discutir con gente que todavía quiere votar. Quienes, casi ciento cuarenta años después de la introducción del sufragio universal, todavía se precipitan hacia las urnas, sólo merecen las palabras que ya pronunciara Octave Mirbeau(1) en 1888, o Albert Libertad(2) en 1906. La conquista del sufragio universal fue uno de los grandes combates de la izquierda histórica. El votante de derechas, sin embargo, no es tan tonto: en ocasiones obtiene lo poco que espera de sus candidatos, incluso al margen de todo programa electoral (por ejemplo, la tolerancia con respecto a la evasión fiscal y la violaciones del derecho del trabajo). Sus representantes no le traicionan demasiado; y el votante que vota únicamente por el candidato que va a contratar a su hijo u obtener grandes subvenciones para los campesinos de su cantón es, finalmente, el votante más racional. Mucho más imbécil es el votante de izquierdas: aunque jamás ha obtenido aquello por lo que vota, persiste. No obtiene ni el gran cambio ni las sobras. Se deja arrullar por simples promesas. Por eso, los votantes de Berlusconi en Italia no tienen nada de bobos; no están simplemente seducidos por sus cadenas de televisión, como quieren hacer pensar sus adversarios. Han logrado ventajas limitadas pero reales de su gobierno (y sobre todo de su "dejar hacer"). Pero votar todavía a la izquierda cuando ya ha estado en el gobierno –aquí no podemos más que darle la razón a Mirbeau– entra dentro de lo patológico. 

El rechazo a la política así concebida no es producto de un gusto estetizante por el extremismo. Frente a la regresión antropológica que nos amenaza, apelar al Parlamento se asemeja a la tentativa de calmar un huracán con una procesión. Las únicas propuestas «realistas» –en el sentido de que podrían desviar de forma efectiva el curso de las cosas– son del tipo: abolición inmediata, a partir de mañana, de toda la televisión. ¿Pero acaso existe un partido en el mundo que osaría hacer suyo semejante programa? ¿Qué medidas se han adoptado en las últimas décadas para obstaculizar verdaderamente el avance de la barbarie? Se responderá que unos pequeños pasos valen más que nada. ¿Pero dónde se han dado tales pasos? Hace treinta años, los más valientes proponían instaurar una jornada sin televisión por semana. Hoy hay accesibles centenares de cadenas. Si no ha podido hacerse nada para impedir un deterioro continuo, significa que los objetivos y los métodos eran erróneos y hay que volver a pensar todo de nuevo. Y cae por su propio peso que esto no podrá hacerse tratando al público con contemplaciones, ni poniéndolo por la televisión. 

(1) «Una cosa que me asombra prodigiosamente –me atrevería a decir que estoy estupefacto– es que en el momento científico en que estoy escribiendo, tras las innumerables experiencias y los escándalos periodísticos, pueda todavía existir en nuestra querida Francia […] un votante, un solo votante, ese animal irracional, inorgánico, alucinante, que consiente abandonar sus negocios, sus ilusiones o sus placeres, para votar a favor de alguien o de algo. Si se piensa un solo momento, ¿no está ese sorprendente fenómeno hecho para despistar a los filósofos más sutiles y confundir la razón? ¿Dónde está ese Balzac que nos ofrezca la psicología del votante moderno? ¿Y el Charcot que nos explique la anatomía y mentalidades de ese demente incurable? […] Ha votado ayer y votará mañana y siempre. Los corderos van al matadero. No se dicen nada ni esperan nada. Pero al menos no votan por el matarife que los sacrificará ni por el burgués que se los comerá. Más bestia que las bestias, más borreguil que los borregos, el votante designa a su matarife y elige a su burgués. Ha hecho revoluciones para conquistar ese derecho. […] Así que, vuelve a tu casa, buen hombre, y ponte en huelga contra el sufragio universal». (Publicado en Le Figaro del 28 de noviembre de 1888).

Ciento veinte años después de este llamamiento a la «huelga de los electores», todavía es posible, y necesario, repetir los mismos argumentos. Salvo por algunos nombres, se podría imprimir el texto del que están extraídas estas líneas y distribuirlo como una octavilla; nadie se apercibiría de que no está escrito hoy, sino en los comienzos de la Tercera República. Visiblemente, en el transcurso de más de un siglo, los votantes no han aprendido nada. Este hecho, ciertamente, no resulta nada alentador. 

(2) «El criminal es el votante […] Eres el elector, el votante, el que acepta lo que hay; aquel que, mediante la papeleta de voto, sanciona todas sus miserias; aquel que, al votar, consagra todas sus servidumbres. […] Eres un peligro para todos nosotros, hombres libres, anarquistas. Eres un peligro igual que los tiranos, que los amos a los que te entregas, que eliges, a los que apoyas, a los que alimentas, que proteges con tus bayonetas, que defiendes con la fuerza bruta, que exaltas con tu ignorancia, que legalizas con tus papeletas de voto y que nos impones por tu imbecilidad. […] ú eres el Soberano, al que se adula y engaña. Te encandilan los discursos. Los carteles te atrapan; te encantan las bobadas y las fruslerías: sigue satisfecho mientras esperas que te fusilen en las colonias y que te masacren en las fronteras a la sombra de tu bandera. [...] Si candidatos hambrientos de mandatos y ahítos de simplezas, te cepillan el espinazo y la grupa de tu autocracia de papel; si te embriagas con el incienso y las promesas que vierten sobre ti los que siempre te han traicionado, te engañan y te venderán mañana; es que tú mismo te pareces a ellos. […] ¡Vamos, vota! Ten confianza en tus mandatarios, cree en tus elegidos. Pero deja de quejarte. Los yugos que soportas, eres tú quien te los impones. Los crímenes por los que sufres, eres tú quien los cometes. Tú eres el amo, tú el criminal e, ironía, eres tú también el esclavo y la víctima». Ver A.Libertad, Marsella, Agone, 2006.

20 marzo, 2015

"Pedir al capitalismo que se “sanee”, para lograr una mejor repartición y volverse más justo es ilusorio."

¿Libres para la liberación?

Anselm Jappe*


Nos encontramos ante dos noticias. La buena noticia es que nuestro viejo enemigo, el capitalismo, parece encontrarse en una crisis gravísima. La mala noticia es que, por el momento, no se ve ninguna forma de emancipación social que esté realmente a nuestro alcance, y que nada garantiza que el posible final del capitalismo desemboque en una sociedad mejor. Es como si constatáramos que la cárcel en la que desde hace tiempo estamos encerrados se hubiera incendiado, pero las cerraduras de las puertas siguieran bloqueadas.

Me gustaría empezar con un recuerdo personal que tiene que ver con México. Visité el país por primera vez en 1982, con mi mochila a la espalda, cuando tenía 19 años. Vivía entonces en Alemania. A pesar de que ya en aquel momento se hablaba del “Tercer Mundo” y de su miseria, era distinto conocerlo realmente y verse confrontado a los niños descalzos mendigando en la calle. En México DF me hospedaba en una especie de albergue juvenil gestionado por unos suizos y una noche, al regresar, abrumado por la visión de la pobreza en la ciudad, empecé a leer un ejemplar del semanario alemán Der Spiegel que encontré por ahí. Me topé con un extenso reportaje sobre el estado de la sociedad alemana que por aquel entonces parecía en pleno apogeo. La descripción del reportaje era de lo más desoladora: depresiones, fármaco-dependencias, familias desestructuradas, jóvenes desmotivados y deterioro social. Yo mismo me sentía sumergido en un abismo. Ya tenía una amplia experiencia en la crítica teórica y práctica del capitalismo, del cual pensaba todo el mal posible. Pero nunca antes había sentido con tal fuerza en qué mundo vivimos, un mundo donde unos mueren de hambre y otros, los que supuestamente se encuentran del lado bueno de la balanza, son tan infelices que se atiborran de medicamentos o se suicidan (mis recuerdos de la vida en Alemania confirmaban además plenamente aquel reportaje). Sentía que tanto pobres como “ricos” eran infelices, y que el capitalismo era, por lo tanto, una desgracia para todos. Entendí que este sistema, en última instancia, no beneficiaba a nadie, que “desarrollar” a los pobres para que se vuelvan como los ricos no serviría de nada, y que la sociedad basada en la mercancía era el enemigo del género humano.

Pero al mismo tiempo, en 1982, este sistema parecía fuerte, muy fuerte y resultaba deprimente considerar la correlación de fuerzas entre quienes, de una forma u otra, deseaban transformarlo, y las fuerzas de las que disponía el propio sistema, comprendiendo entre ellas el consenso que a pesar de todo suscitaba y los beneficios materiales que todavía podía distribuir.

Actualmente parece que la situación se ha invertido radicalmente. En estos días, en Europa, en las instituciones políticas y los grandes medios de comunicación, se evocan escenarios catastróficos como el argentino. No es necesario insistir en que, por todas partes, se percibe una crisis del capitalismo muy grave, permanente por lo menos desde 2008. Quizás hayan leído mi artículo “¿Se volvió obsoleto el dinero?”(1), donde trato de imaginar qué ocurriría si el dinero, todo el dinero, perdiera su función, tras un derrumbe financiero y económico. Para mi sorpresa, llegó a ser publicado y muy comentado en el periódico más importante de Francia, Le Monde, cuando hace tan sólo unos años se me habría metido en la misma categoría que los avistadores de ovnis.

Es sin embargo importante constatar que esta crisis del capitalismo no se debe a las acciones de sus adversarios. Todos los movimientos revolucionarios modernos y casi toda la crítica social siempre imaginaron que el capitalismo desaparecería porque sería vencido por fuerzas organizadas, decididas a abolirlo y a sustituirlo por algo mejor. La dificultad era arremeter contra el inmenso poder del capitalismo, que radicaba no sólo en sus fusiles sino también en el anclaje que había logrado establecer en nuestras cabezas; pero si esto se lograba, la solución estaba al alcance de la mano: existía, en efecto, un proyecto de sociedad alternativa que, en última instancia, provocaba las revoluciones.


Lo que estamos viendo hoy, es el derrumbe del sistema, su autodestrucción, su agotamiento, su hundimiento. Finalmente se topó con sus límites, con los límites de la valorización del valor, latentes en su seno desde un principio. El capitalismo es esencialmente una producción de valor, representada en el dinero. En la producción capitalista sólo interesa lo que da dinero. Esto no se debe a la codicia de unos capitalistas malvados. Deriva del hecho de que sólo el trabajo otorga “valor” a las mercancías. Y significa también que las tecnologías no añaden un valor suplementario a las mercancías. Cuanta más maquinaria y nuevas tecnologías se utilizan, menos valor hay en cada mercancía. Sin embargo, la competencia empuja incesantemente a los propietarios de capital a utilizar tecnologías que remplacen al trabajo. El capitalismo mina así sus propias bases, y lo lleva haciendo desde el principio. Sólo el aumento continuo de la producción de mercancías puede contrarrestar el hecho de que cada mercancía contiene cada vez menos “valor” y, por lo tanto, también menos plusvalor, traducible en dinero(2). Ya conocemos las consecuencias ecológicas y sociales de esta loca carrera de productividad. Pero también es importante señalar que la caída de la masa de valor no puede ser compensada eternamente y que provoca, finalmente, una crisis de la acumulación del propio capital. En las últimas décadas, la escasa acumulación fue sustituida sobre todo por la simulación a través de las finanzas y el crédito. Esta vida “por perfusión” del capital ha encontrado ahora sus límites y la crisis del mecanismo de la valorización parece ya irreversible.

Esta crisis no es, como algunos quieren hacernos creer, un ardid de los capitalistas, una manera de imponer medidas aún más desfavorables para los trabajadores y los beneficiarios de las ayudas públicas, una manera de desmantelar las estructuras públicas y aumentar las ganancias de bancos y súper ricos. Es innegable que algunos actores económicos logran sacar grandes beneficios de la crisis, pero esto sólo significa que un pastel cada vez más pequeño se divide en porciones más grandes para un número cada vez más reducido de competidores. Es evidente que esta crisis está fuera de control y que amenaza a la supervivencia del propio sistema capitalista.

Por supuesto, esto no implica automáticamente que estemos asistiendo al último acto del drama iniciado hace 250 años. Que el capitalismo haya alcanzado sus límites en términos económicos, ecológicos, energéticos no significa que vaya a derrumbarse de un día para otro, aunque esto no esté del todo excluido. Más bien se puede prever un largo periodo de declive de la sociedad capitalista, con islotes un poco en todas partes, a menudo amurallados, donde la reproducción capitalista aún funcione, y con amplias regiones de tierra quemada, donde los sujetos postmercantiles deberán buscar la manera de sobrevivir como puedan. El tráfico de drogas y la acumulación de residuos son dos de los rostros más emblemáticos de un mundo que reduce a los propios seres humanos a la condición de “desechos” y cuyo mayor problema ya no es ser explotados, sino el ser simplemente superfluos desde el punto de vista de la economía mercantil, sin tener, sin embargo, la posibilidad de regresar a formas precapitalistas de economía de subsistencia mediante la agricultura y la artesanía. Allá donde el capitalismo y su ciclo de producción y consumo dejen de funcionar, no será posible regresar simplemente a antiguas formas sociales; el riesgo es más bien entrar en nuevas configuraciones que combinen los peores elementos de las otras formaciones sociales. Y no hay duda de que quienes vivan en los sectores de la sociedad que aún funcionen defenderán sus privilegios con uñas y dientes, con armas y técnicas de vigilancia cada vez más sofisticadas. Incluso como animal agonizante, el capitalismo puede todavía causar terribles estragos, no sólo desencadenando guerras y violencias de todo tipo, sino también provocando daños ecológicos irreversibles, con la diseminación de OGM [transgénicos], de nanopartículas, etc. En consecuencia, la mala salud del capitalismo es sólo una “condición necesaria” para el advenimiento de una sociedad liberada, no es en absoluto una “condición suficiente”, en términos filosóficos. El hecho de que la cárcel esté en llamas no nos sirve de nada si la puerta no se abre, o si se abre hacia un precipicio.


Observamos, por lo tanto, una gran diferencia con el pasado: durante más de un siglo, la tarea de los revolucionarios era encontrar medios para acabar con el monstruo. Si se lograba, el socialismo, la sociedad libre o el nombre que se le quiera dar le sucedería inevitablemente. Actualmente, la tarea de los que en otro momento eran los revolucionarios se presenta de manera invertida: frente a los desastres provocados por las revoluciones permanentes operadas por el capital, se trata de “conservar” algunas adquisiciones esenciales de la humanidad e intentar desarrollarlas hacia una forma superior.

Ya no es necesario demostrar la fragilidad del capitalismo, que ha agotado su potencial histórico de evolución que en sí ya es una buena noticia. Tampoco es necesario –y es otra buena noticia– concebir la alternativa al capitalismo bajo formas que más bien lo continúan. Diría que hay mucha más claridad en lo que se refiere a los objetivos de la lucha hoy en día que hace cuarenta años. Afortunadamente, dos maneras a menudo entrelazadas de concebir el postcapitalismo que dominaron durante todo el siglo XX han perdido mucha credibilidad, aunque estén lejos de haber desaparecido. Por un lado, el proyecto de superar el mercado con el Estado, la centralización, la modernización de reajuste, y confiando la lucha para alcanzar este objetivo a organizaciones de masas dirigidas por funcionarios. Poner a trabajar a todo el mundo era la meta principal de estas formas de “socialismo real”; hay que recordar que tanto para Lenin como para Gramsci, la fábrica de Henry Ford era un modelo para la producción comunista. Es cierto que la opción estatal sigue teniendo sus adeptos, ya sea a través del entusiasmo por el caudillo(3) Chávez o reclamando más intervencionismo estatal en Europa. Pero en conjunto, el leninismo en todas sus variantes ha perdido influencia sobre los movimientos de protesta desde hace treinta años, y eso está muy bien.

La otra manera de concebir la superación del capitalismo, de modo que más bien pareciera su intensificación y modernización, es la confianza ciega en los beneficios del desarrollo de las fuerzas productivas y de la tecnología. En ambos casos, la sociedad socialista o comunista era concebida esencialmente como una distribución más justa de los frutos del desarrollo de una sociedad industrial por lo demás fundamentalmente igual. La esperanza en la tecnología y la maquinaria para resolver todos nuestros problemas ha sufrido golpes severos desde hace cuarenta años, por el nacimiento de una conciencia ecológica y porque los efectos paradójicos de la tecnología sobre los seres humanos se han hecho más evidentes (quisiera recordar aquí que Ivan Illich, a pesar de todas las reservas que podría formular sobre algunos aspectos de su obra, ha tenido el gran mérito de poner en evidencia estos aspectos paradójicos y quebrantar la fe en el “progreso”). Si bien la creencia de que el progreso tecnológico lleva al progreso moral y social ya no asume la forma de la exaltación de las centrales nucleares “socialistas” o de la siderurgia, o la del elogio incondicional del productivismo ha encontrado, sin embargo, una nueva vida en las esperanzas a menudo grotescas en la informática y la producción “inmaterial”; como ocurre por ejemplo con el debate actual sobre la “apropiación”, al cual se han asociado recientemente el concepto de “commons” o “bien común”. Es cierto que toda la historia (y la prehistoria) del capitalismo ha sido la historia de la privatización de los recursos que antes eran comunes, como el caso ejemplar de los cercamientos (enclosures) en Inglaterra. De acuerdo con una perspectiva ampliamente difundida, al menos en los entornos informáticos, la lucha por la gratuidad y el acceso ilimitado a los bienes digitales es una batalla que tiene la misma importancia histórica y sería la primera batalla ganada en muchos siglos por los partidarios de la gratuidad y el uso común de los recursos. Sin embargo, los bienes digitales nunca son bienes esenciales. Puede resultar simpático disponer siempre gratuitamente de la última música o de tal vídeoclip, pero los alimentos, la calefacción o la vivienda no son descargables por Internet y están, por el contrario, sometidos a un encarecimiento y a una comercialización cada vez más intensas. El intercambio de archivos (file-sharing) puede ser una práctica interesante, pero tampoco deja de ser un epifenómeno comparado con la escasez del agua potable en el mundo o con el calentamiento climático.


La tecnofilia bajo formas renovadas resulta hoy menos “pasada de moda” que el proyecto de “tomar el poder” y constituye quizás un obstáculo fundamental para una ruptura profunda con la lógica del capitalismo. Sin embargo, la difusión de propuestas como el decrecimiento, el ecosocialismo, la ecología radical o el retorno de los movimientos campesinos en todo el mundo indican, con toda su heterogeneidad y con todos sus límites, que cierta parte de los movimientos de protesta actuales no quiere confiar al progreso técnico la tarea de conducirnos a la sociedad emancipada. Y es, una vez más, una buena noticia.

Diría, por lo tanto, que actualmente existe, en principio, una mayor claridad respecto a los contornos de una verdadera alternativa al capitalismo. Un “programa” como el que esbozó Jerôme Baschet en 2009 me parece totalmente razonable(4). Y es muy importante, sobre todo, no limitarse a una crítica de la forma ultraliberal del capitalismo, sino apuntar al capitalismo en su conjunto, es decir a la sociedad mercantil basada en el trabajo abstracto y el valor, el dinero y la mercancía.



Estamos, por consiguiente, un poco más convencidos de que el capitalismo está en crisis y tenemos algo más claras las alternativas, pero surge la siguiente pregunta: ¿cómo llegar a ellas? No quiero dedicarme aquí a abordar consideraciones estratégicas o pseudo-estratégicas, sino más bien preguntarme qué clase de mujeres y de hombres podrán realizar la transformación social necesaria. Ahí es donde radica el problema. Por decirlo sin rodeos, tenemos a menudo la impresión, de que la “regresión antropológica” provocada por el capital, sobre todo en las últimas décadas, también ha afectado a quienes podrían o quisieran oponerse a él. Es un cambio determinante al cual no siempre se le otorga toda la atención que precisa. La economía mercantil nació en sectores muy limitados de algunos países únicamente; posteriormente conquistó el mundo entero a lo largo de dos siglos y medio, no sólo en sentido geográfico sino también dentro de cada sociedad (algo que se ha denominado “colonización interior”). Paulatinamente, cualquier actividad, cualquier pensamiento o sentimiento, dentro de las sociedades capitalistas, tomaba la forma de una mercancía o bien era satisfecho por mercancías. Se han descrito a menudo los efectos de la sociedad de consumo y sus consecuencias particularmente nocivas al introducirse en contextos denominados “atrasados” (y aquí también cabría citar a Ivan Illich). Es bien conocido y sobraría repetirlo aquí. Pero no logramos entender del todo el hecho de que, a causa de esta evolución, la sociedad capitalista ya no se presenta dividida simplemente en dominantes y dominados, explotadores y explotados, administradores y administrados, verdugos y víctimas. El capitalismo es, de manera cada vez más visible, una sociedad gobernada por los mecanismos anónimos y ciegos, automáticos e incontrolables, de la producción de valor. Todo el mundo es a la vez actor y víctima de este mecanismo, aunque por supuesto los papeles asumidos y las recompensas obtenidas no son los mismos.


En las revoluciones clásicas y, en su punto álgido, en la Revolución española de 1936, el capitalismo era combatido por poblaciones que lo sentían como una exterioridad, una imposición, una invasión. Le oponían valores, formas de vivir y concepciones de la vida humana totalmente diferentes; constituían mal que bien (y aunque no haya que idealizarla) una alternativa cualitativa a la sociedad capitalista. Y lo admitan o no, estos movimientos sacaban una buena parte de su fuerza del anclaje en hábitos precapitalistas: en la aptitud al don, a la generosidad, a la vida en colectivo, al desprecio de la riqueza material como fin en sí mismo, a otra concepción del tiempo... Marx tuvo que admitir al final de su vida que lo que quedaba de la antigua propiedad colectiva de la tierra aún presente en su tiempo en numerosos pueblos constituía una base para una sociedad comunista futura. Como sabemos, estas formas aún siguen existiendo, sobre todo entre los pueblos indígenas de América Latina y dejo a la libre consideración de cada cual el decidir si pueden formar la base de una sociedad futura emancipada, que hunda sus raíces en el pasado (aunque imagino que la respuesta es afirmativa).

Si bien esto constituye una luz de esperanza hay que reconocer, por el contrario, que también significa que, casi en todos los demás lugares, en los países llamados “desarrollados”, en las megalópolis del resto del mundo y hasta en las zonas rurales más apartadas, los individuos sienten cada vez menos a la mercancía omnipresente como un sometimiento ajeno a sus tradiciones, sino, por el contrario, como un objeto de deseo. Sus reivindicaciones apuntan fundamentalmente a las condiciones de su participación en este reino, como ya fue el caso del movimiento obrero clásico. Tanto si se trata de un conflicto salarial mediatizado por los sindicatos, como si es una revuelta en los suburbios, la cuestión es casi siempre la del acceso a la riqueza mercantil. Dicho acceso es generalmente necesario para poder sobrevivir en la sociedad de la mercancía, esto es indudable, pero también se ha constatado que estas luchas no plantean la exigencia de superar al sistema actual y crear otras maneras de vivir. En muchos aspectos, el individuo que pertenece a las sociedades “desarrolladas” actuales parece más lejos que nunca de una solución emancipatoria. Le faltan los presupuestos subjetivos de una liberación y, por consiguiente, también el deseo de ésta, porque ha interiorizado el modo de vida capitalista (competencia, velocidad, éxito, etc.). Sus protestas responden por lo general al miedo de quedar excluido de este modo de vida, o de no alcanzarlo; muchas más escasas son las manifestaciones de puro y simple rechazo. La sociedad mercantil agota las fuentes vivas de la imaginación desde la infancia, bombardeando con auténticas máquinas de descerebrar desde las edades más tempranas. Esto es tan grave si no más que los recortes de las pensiones, y sin embargo no empuja a millones de personas a manifestarse o a tomar por asalto las productoras de videojuegos y los canales de “Baby TV”.

Los movimientos de protesta que están surgiendo no carecen de cierta ambigüedad. Muchas veces, se protesta simplemente porque el sistema no cumple sus promesas; la gente se manifiesta así por la defensa del statu quo, o más bien del statu quo ante. Si tomamos como ejemplo el movimiento Occupy Wall Street y sus derivaciones, vemos cómo responsabiliza de la crisis actual del sector financiero a Wall Street y cómo afirma que la economía y, finalmente, la sociedad en su conjunto, están dominadas por las altas finanzas. De acuerdo con la crítica del sistema financiero actualmente en boga los bancos, los seguros y los fondos de inversión no invierten en la producción real, sino que canalizan casi todo el dinero disponible hacia una especulación que sólo enriquece a los especuladores, a la vez que destruye empleos y crea miseria. El capital financiero, según se dice, puede imponer su ley incluso a los gobiernos de los países más poderosos, si es que no prefiere corromperlos. También compra a los medios de comunicación. La democracia se ve así vacía de toda sustancia.

Pero, ¿tan seguros estamos de que el poder absoluto de las finanzas y las políticas neoliberales que las sustentan son la causa principal de las actuales turbulencias? ¿Y si fueran, por el contrario, tan sólo el síntoma de una crisis mucho más profunda, de una crisis de toda la sociedad capitalista? Lejos de ser el factor que perturba una economía en sí misma sana, la especulación es lo que ha permitido mantener durante las últimas décadas la ficción de la prosperidad capitalista. Sin las muletas ofrecidas por la financiación, la sociedad de mercado ya se habría derrumbado, con sus empleos y también con su democracia. Lo que se anuncia detrás de las crisis financieras es el agotamiento de las categorías básicas del capitalismo: mercancía y dinero, trabajo y valor.

Frente al totalitarismo de la mercancía, no podemos limitarnos a gritar a los especuladores y otros grandes ladrones: “¡devolvednos nuestro dinero!”. Hay que entender más bien el carácter altamente destructor del dinero y de la mercancía, y del trabajo que los produce. Pedir al capitalismo que se “sanee”, para lograr una mejor repartición y volverse más justo es ilusorio: los cataclismos actuales no se deben a un complot del sector más voraz de la clase dominante, sino que son consecuencia inevitable de problemas inherentes al capitalismo. Vivir a base de crédito no era una perversión corregible, sino el último intento de rescate del capitalismo y todos los que viven en él.

Ser conscientes de todo esto permite evitar la trampa del populismo que pretende liberar a “los trabajadores y a los ahorradores honestos”, considerados como puras víctimas del sistema, de un mal personificado en la figura del especulador. Algo que ya se ha visto en Europa: salvar al capitalismo atribuyendo todos sus errores a la actuación de una minoría internacional de “parásitos”.
La única alternativa es una verdadera crítica de la sociedad capitalista en todos sus aspectos, y no solo del neoliberalismo. El capitalismo no es únicamente el mercado: el Estado es su otra cara, a pesar de estar estructuralmente sometido al capital ya que éste debe aportarle los medios económicos indispensables para su intervención. El Estado nunca puede ser un espacio público de decisión soberana. Pero incluso entendido como binomio Estado-Mercado, el capitalismo no es, o ya no es, una mera coacción que se impone desde fuera a unos sujetos siempre en resistencia. El modo de vida que ha creado el capitalismo hace ya mucho tiempo que es aceptado casi por doquier como altamente deseable y su final posible como una catástrofe. Evocar la “democracia”, incluso “directa” o “radical”, no sirve de nada si los sujetos a los que se pretende restituir su voz reflejan fundamentalmente el sistema que los contiene. Es por esto que la consigna “somos el 99%”, inventada según parece por el antiguo publicista convertido en contrapublicista (adbuster) Kalle Lasn, y que los medios consideran como “genial”, me parece delirante. ¿Bastaría con liberarse del dominio del 1% más rico y más poderoso de la población para que todos los demás viviéramos felices? Entre estos “99%”, ¿cuántos pasan horas y horas cada día frente al televisor, explotan a sus empleados, roban a sus clientes, aparcan el coche en la acera, comen en McDonald's, pegan a su mujer, compran videojuegos a sus niños, hacen turismo sexual, gastan su dinero en ropa de marca, consultan su móvil cada dos minutos, es decir, forman parte por entero de la sociedad capitalista? Herbert Marcuse ya había definido claramente la paradoja, el verdadero círculo vicioso de cualquier empresa de liberación y que, desde entonces, no ha dejado de agravarse: los esclavos tienen que ser ya libres para liberarse.

Hay quien tildará estas críticas de excesivas, poco generosas o incluso sectarias. Se dirá que, al fin y al cabo, lo importante es que la gente se mueva, que proteste, que abra los ojos. Υ que ya profundizarán luego en las razones de su revuelta, que el grado de consciencia que tienen puede elevarse. Es posible y de hecho nuestra salvación depende de esto. Pero, para lograrlo, es indispensable criticar todo lo que hay que criticar en estos movimientos, en lugar de correr detrás de ellos. No es cierto que cualquier oposición, cualquier protesta, es en sí misma una buena noticia. Con los desastres que se producirán en cadena, con las crisis económicas, ecológicas y energéticas que no harán sino profundizarse, es absolutamente seguro que la gente se rebelará contra lo que le ocurra. Pero la cuestión radica en saber cómo reaccionarán: tal vez vendan droga y envíen a sus mujeres a prostituirse, tal vez roben las zanahorias ecológicas cultivadas por un campesino o tal vez se enrolen en una milicia, pueden organizar una inútil masacre de banqueros y políticos o dedicarse a la caza de inmigrantes. Tal vez se limiten a organizar su propia supervivencia en medio de la debacle o pueden adherirse a movimientos fascistas y populistas, que busquen a unos culpables para la venganza popular. O pueden por el contrario, implicarse en la construcción colectiva de una mejor manera de vivir sobre las ruinas dejadas por el capitalismo. No todo el mundo abocará a esta última opción, y es incluso la más difícil. Si atrae a muy poca gente, será aplastada. Por lo tanto, lo que podemos hacer actualmente es, esencialmente, obrar para que las protestas, que seguirán surgiendo de todas maneras, tomen el buen camino. Sin lugar a dudas, la presencia de rasgos procedentes de las sociedades precapitalistas puede aportar aquí una buena contribución para optar por el buen camino.

* Este texto recoge una comunicación presentada en San Cristóbal de las Casas (México) en el “II Seminario internacional de reflexión y análisis Planeta Tierra, movimientos antisistémicos” (30 Diciembre 2011 – 2 Enero 2012) con motivo del 18º aniversario de la insurrección zapatista.

1 Versión original en Offensive Libertaire et Sociale, n°32, déc. 2011.
[Traducción en: La Jornada, 23 de diciembre de 2011, http://www.jornada.unam.mx/2011/12/23/opinion/018a1pol]
2 Véase de Anselm Jappe, Les Aventures de la marchandise. Pour une nouvelle critique de la valeur (París, Denoël, 2003) y Crédit à mort: la décomposition du capitalisme et ses critiques (Lignes, 2011) [traducción en: Crédito a muerte: La descomposición del capitalismo y sus críticos, Pepitas de calabaza, 2011).
3 N. de T. En castellano, en el original.
4 Publicado en la revista Réfractions, nº 25 bajo el título “Anticapitalismo/postcapitalismo”.



19 marzo, 2015

"Lo que se avecina tiene más bien el aspecto de una barbarie a fuego lento"

Anselm Jappe
de su libro Crédito a muerte - La descomposición del capitalismo y sus críticos

Desgraciadamente, la «crisis» no trae consigo una emancipación garantizada. Hay mucha gente furiosa porque ha perdido su dinero, o su casa, o su trabajo. Pero esa furia en cuanto tal, a diferencia de lo que la izquierda radical siempre ha creído, no tiene nada de emancipadora. La crisis actual no parece propicia a la aparición de tentativas emancipadoras (al menos en una primera fase), sino al sálvese-quien-pueda. Por otro lado, tampoco parece propicia a las grandes maniobras de restauración del orden capitalista, a los totalitarismos, al surgimiento de nuevos regímenes de acumulación a golpe de látigo. Lo que se avecina tiene más bien el aspecto de una barbarie a fuego lento, y no siempre fácil. Antes que el gran clash, podemos esperar una espiral que descienda hasta el infinito, una demora perpetua que nos dé tiempo para acostumbrarnos a ella. Seguramente asistiremos a una espectacular difusión del arte de sobrevivir de mil maneras y de adaptarse a todo, antes que a un vasto movimiento de reflexión y de solidaridad, en el que todos dejen a un lado sus intereses personales, olviden los aspectos negativos de su socialización y construyan juntos una sociedad más humana. 

A fin de que tal cosa se produzca, debería darse en primer lugar una revolución antropológica. Difícilmente puede afirmarse que la crisis y los hundimientos en curso facilitarán semejante revolución. E incluso si la crisis implica un «decrecimiento» forzado, éste no tiene porqué ir en la buena dirección. La crisis no golpea primero a los sectores «inútiles» desde el punto de vista de la vida humana, sino a los sectores «inútiles» para la acumulación del capital. No será el armamento el que sufra reducciones, sino los gastos sanitarios; y una vez que uno acepta la lógica del valor, resulta bastante incoherente protestar contra ella. ¿Hay que empezar entonces con cosas pequeñas, con la ayuda entre vecinos, los sistemas locales de intercambio, el huerto en el jardín, el voluntariado en las asociaciones, las «AMAP»? (1) A menudo, tienen su gracia. Pero querer impedir el derrumbe del sistema mundial con tales medios equivale a querer vaciar el mar con una cuchara.

¿A dónde conducen estas consideraciones desengañadas? Cuanto menos, a un poco de lucidez. Se puede evitar así formar parte de los populistas de toda condición que se limitan a echar pestes contra los bancos, las finanzas y las bolsas, y contra quienes se supone han de controlarlos. Este populismo acabará fácilmente en la caza de los «enemigos del pueblo», por abajo (inmigrantes) y por arriba (especuladores) (2), evitando toda crítica dirigida contra las auténticas bases del capitalismo, que, bien al contrario, aparecen como la civilización que se ha de salvaguardar: el trabajo, el dinero, la mercancía, el capital, el Estado.

Efectivamente, esto provoca el vértigo de afrontar el fin de un modo de vida en el que todos estamos metidos hasta el cuello y que ahora está viniéndose abajo sin que nadie lo haya decidido, dejándonos en medio de un paisaje en ruinas. Todos los supuestos antagonistas de antaño, el proletariado y el capital, el trabajo y el dinero acumulado corren el riesgo de desaparecer juntos, abrazados en su agonía: es la base común de sus conflictos la que está desapareciendo.

Para salir de esta situación, es necesario un salto hacia lo desconocido tan grande que todo el mundo —y se comprende— renuncia en principio. Pero el hecho de vivir en semejante fin de época supone también, a pesar de todo, una oportunidad inaudita. Así pues, ¡que se agrave la crisis! No se trata de «salvar» «nuestra» economía y «nuestra» forma de vida, sino de forzarlas a desaparecer lo más rápido posible, y al mismo tiempo dar lugar a algo mejor. Tomemos el ejemplo reciente de los largos conflictos en la educación y la universidad: en lugar de quejarse por la reducción de los créditos para la educación y la investigación, ¿no valdría más poner en cuestión el hecho mismo de que no haya educación e investigación si éstas no son «rentables»? ¿Es que debemos renunciar a vivir porque la acumulación del capital no funcione?


¡La salida por fin! es el título de un cuadro de Paul Klee. Ya durante la breve crisis de octubre de 2008 se tenía un poco la impresión de que la tapadera estaba a punto de saltar: se empezaba a discutir abiertamente sobre las fechorías y límites del capitalismo. Es de esperar pues que, durante una grave y prolongada crisis, se soltarán las lenguas, se desvanecerán los tabúes y las prohibiciones, un incontable número de personas pondrá espontáneamente en cuestión lo que hasta la víspera consideraban «natural» o «inevitable» y comenzarán a plantear las preguntas más simples y las que menos suelen suscitarse: ¿por qué hay crisis si, en realidad, hay demasiados medios de producción? ¿Por qué morir en la miseria si todo lo necesario (e incluso mucho más) está ahí? ¿Por qué aceptar que se pare todo aquello que no sirve a la acumulación? ¿Hay que renunciar a todo lo que no puede pagarse? Tal vez, a pesar de todo y como en las fábulas, alguien pronuncie la palabra que rompa el encantamiento.

(1) «Asociación para el mantenimiento de una agricultura campesina»: forma asociativa en la que los consumidores se comprometen por adelantado a comprar los productos (generalmente ecológicos) de una granja local.
(2)Tanto la izquierda como cierta derecha han protestado (al menos, en Estados Unidos) contra el rescate de los bancos.

13 marzo, 2015

¿Por qué el ascenso del fascismo? - John Pilger


John Pilger 26 de febrero 2015

El reciente septuagésimo aniversario de la liberación de Auschwitz ha sido un recordatorio del gran crimen fascista, cuya iconografía nazi está impresa en nuestras conciencias. El fascismo se conserva como  historia, como parpadeo de imágenes de camisas negras, de paso de ganso, de su nítida y terrible criminalidad. Sin embargo, en las mismas sociedades liberales, cuyas élites nos instan a no olvidar nunca, se suprime la evidencia del creciente peligro de una moderna especie de fascismo, pues es su fascismo.

"Iniciar una guerra de agresión...", sentenciaron los jueces del Tribunal de Nuremberg en 1946, "no es sólo un crimen internacional, es el supremo crimen internacional, que sólo difiere de otros crímenes de guerra en el hecho de que contiene en sí el mal acumulado del todo".

Los nazis no habrían invadido Europa, Auschwitz y el Holocausto no habrían tenido lugar. Si los Estados Unidos y sus satélites no hubieran iniciado su guerra de agresión en Irak en 2003, casi un millón de personas estarían vivas hoy en día, y el Estado islámico, o ISIS, no nos golpearía con su salvajismo. Ellos son la progenie del fascismo moderno, destetados por las bombas, bañados en la sangre y las mentiras de ese teatro surrealista conocido como noticias.

Al igual que el fascismo de los años 1930 y 1940, las grandes mentiras se difunden con precisión de metrónomo gracias a unos omnipresentes y repetitivos medios y a una virulenta censura por omisión. Tómese la catástrofe de Libia.

En 2011, la OTAN lanzó 9700 "incursiones de ataque" contra Libia, de los cuales más de un tercio estaban dirigidas a objetivos civiles. Se utilizaron ojivas de uranio, las ciudades de Misurata y Sirte fueron alfombradas de bombardeos. La Cruz Roja identificó fosas comunes, y Unicef informó que "la mayoría [de los niños asesinados] no cumplían diez años".

La sodomización pública del presidente libio Muammar Gaddafi mediante una bayoneta "rebelde" fue recibida por la entonces secretaria de Estado estadounidense, Hillary Clinton, con las palabras: "Vinimos, vimos, murió." Su asesinato, como la destrucción de su país, se justificó con una gran y ya familiar mentira; que Gaddafi estaba planeando un "genocidio" contra su propio pueblo. "Sabíamos que... si esperábamos un día más", dijo el presidente Obama, "Benghazi, una ciudad del tamaño de Charlotte, podría sufrir una masacre que hubiera resonado en toda la región y manchado la conciencia del mundo."

Esta fue una idea de las milicias islamistas que ansiaban la derrota de las fuerzas gubernamentales libias. Le dijeron a Reuters que sería "un verdadero baño de sangre, una masacre como la que vimos en Ruanda". Difundida el 14 de marzo de 2011, la patraña proporcionó la primera chispa para el infierno desatado por la OTAN, descrito por David Cameron como una "intervención humanitaria".

Secretamente abastecido y entrenado por la SAS de Gran Bretaña, muchos de los "rebeldes" se convertirían en ISIS, cuyo vídeo más reciente muestra la decapitación de 21 trabajadores cristianos coptos secuestrados en Sirte, la ciudad destruida en su nombre por los bombarderos de la OTAN.

Para Obama, David Cameron y el presidente francés Nicolas Sarkozy, el verdadero crimen de Gadafi era la independencia económica de Libia y su declarada intención de dejar de vender  las mayores reservas de petróleo de África en dólares estadounidenses. El petrodólar es un pilar del poder imperial estadounidense. Gaddafi, audazmente, planeaba suscribir una moneda africana común respaldada por oro, establecer un banco universal África y promover la unión económica entre los países pobres y con esos recursos. Fuese o no a materializarse, la noción misma era intolerable para los EE.UU., pues ya se preparaba para "entrar" en África y sobornar a los gobiernos africanos con "asociaciones" militares.

Tras el ataque de la OTAN al amparo de una resolución del Consejo de Seguridad, Obama, escribió Garikai Chengu, "confiscó 30 mil millones de dólares del Banco Central de Libia, cantidad que Gadafi había destinado para la creación de un Banco Central Africano con el oro respaldando la futura moneda, el dinar africano".

La "guerra humanitaria" contra Libia, propició un modelo cercano a los corazones liberales occidentales, especialmente en los medios de comunicación. En 1999, Bill Clinton y Tony Blair enviaron a la OTAN para bombardear Serbia, porque (mintieron de nuevo) los serbios estaban cometiendo "genocidio étnico" contra los albaneses en la provincia secesionista de Kosovo. David Scheffer, embajador  de los Estado Unidos en misión especial para crímenes de guerra [sic], afirmó que, por lo menos "225.000 hombres de etnia albanesa de edades comprendidas entre 14 y 59" podrían haber sido asesinados. Ambos, Clinton y Blair, evocaron el Holocausto y "el espíritu de la Segunda Guerra Mundial". El heroico aliado de Occidente era el Ejército de Liberación de Kosovo (ELK), cuyos criminales antecedentes penales fue mejor dejar de lado. El ministro de Exteriores británico, Robin Cook, les dijo que podían llamarlo a cualquier hora a su teléfono móvil.

Con el bombardeo de la OTAN finalizado y gran parte de la infraestructura de Serbia en ruinas, junto con las escuelas, los hospitales, monasterios y la estación de televisión nacional, los equipos forenses internacionales aterrizaron en Kosovo para exhumar la evidencia del "holocausto". El FBI no encontró una sola fosa común y se fue a casa. El equipo forense español hizo otro tanto, su director denunció airadamente "una pirueta semántica urdida por la maquinaria de propaganda bélica". Un año más tarde, un tribunal de las Naciones Unidas sobre Yugoslavia anunció el recuento final de los muertos en Kosovo: 2788. Esto incluyó combatientes de ambos bandos y serbios y gitanos asesinados por el ELK. No hubo genocidio. El "holocausto" era una mentira. El ataque de la OTAN había sido fraudulento.

Detrás de la mentira, había un serio propósito. Yugoslavia era una federación única, independiente, multi-étnica que había destacado como un puente político y económico en la Guerra Fría. La mayor parte de sus bienes y grandes industrias eran de propiedad pública. Esto no era aceptable para la Comunidad Europea en expansión, sobre todo recién unida Alemania, que comenzaba a dirigirse al Este a fin de capturar su "mercado natural" en las provincias yugoslavas de Croacia y Eslovenia. En el momento en que los europeos se reunían en Maastricht, en 1991, para establecer sus planes para la desastrosa zona euro, un acuerdo secreto había sido ya tomado: Alemania reconocería Croacia. Yugoslavia estaba condenada.

En Washington, los EE.UU. vieron que a la competitiva economía yugoslava le eran negados los préstamos del Banco Mundial. La OTAN, entonces una reliquia de la Guerra Fría casi extinta, se reinventó como ejecutor imperial. En la conferencia de "paz" para Kosovo (1999) que tuvo lugar en Rambouillet, Francia, los serbios fueron sometidos a las arteras tácticas de sus verdugos. El acuerdo de Rambouillet incluye un Anexo B secreto, que la delegación de Estados Unidos insertó en el último día. En dicho anexo se exigió la ocupación militar de la totalidad de Yugoslavia -un país con amargos recuerdos de la ocupación nazi-, la puesta en práctica de una "economía de libre mercado" y la privatización de todos los activos del gobierno. Ningún estado soberano podría firmar esto. El castigo sobrevino rápidamente: Las bombas de la OTAN cayeron sobre un país indefenso, precursor de las catástrofes en Afganistán e Irak, Siria y Libia, y Ucrania.


Desde 1945, más de un tercio de los miembros de las Naciones Unidas -69 países- han sufrido, en mayor o menos proporción, a manos del fascismo moderno norteamericano. Han sido invadidos, sus gobiernos derrocados, sus movimientos populares reprimidos, sus elecciones subvertidas, sus pueblos bombardeados y sus economías despojadas de toda protección, sus sociedades sometidas al asedio paralizante de las conocidas como "sanciones". El historiador británico Mark Curtis estima el número de muertos en millones. En todos los casos, una gran mentira fue desplegada.

"Esta noche, por primera vez desde el 9/11, nuestra misión de combate en Afganistán ha terminado." Estas eran las palabras con las que Obama abría, en 2015, el Estado de la Unión. De hecho, unos 10.000 soldados y 20.000 contratistas militares (mercenarios) permanecen en Afganistán en misión indefinida. "La guerra más larga en la historia de los Estados Unidos está concluyendo de manera responsable", dijo Obama. Sin embargo, murieron más civiles en Afganistán en 2014 que en cualquier otro año desde que la ONU tomó registros. La mayoría de los asesinados -civiles y militares- en la época de Obama como presidente.

La tragedia de Afganistán rivaliza con el  épico crimen perpetrado en Indochina. En su alabado y muy citado libro 'El Gran Tablero de Ajedrez: Primacía Americana y su geoestratégica Imperativos', Zbigniew Brzezinski, padrino de la política de Estados Unidos desde Afganistán hasta la actualidad, escribe que si Estados Unidos ha de controlar Eurasia y dominar el mundo, no puede sostener una democracia popular, ya que "la búsqueda del poder no es un objetivo que requiera pasión popular... La democracia es enemiga de la movilización imperial." Está en lo cierto. Como WikiLeaks y Edward Snowden han revelado, un estado de policial vigilancia está usurpando la democracia. En 1976, Brzezinski, entonces Consejero de Seguridad Nacional del presidente Carter, puso en práctica su doctrina al asestar un golpe mortal a la primera y única democracia de Afganistán. ¿Quién sabe esta historia crucial?

En la década de 1960, una revolución popular recorrió Afganistán, el país más pobre en la tierra, derrocando finalmente los vestigios del régimen aristocrático en 1978. El Partido Democrático Popular de Afganistán (PDPA) formó un gobierno y declaró un programa de reformas que incluía la abolición del feudalismo, la libertad de todas las religiones, la igualdad de derechos para las mujeres y la justicia social para las minorías étnicas. Más de 13.000 presos políticos fueron liberados y los archivos de la policía quemados públicamente.

El nuevo gobierno introdujo la atención médica gratuita para los más pobres; se abolió el peonaje, se puso en marcha un programa de alfabetización masiva. Para las mujeres, las ganancias eran desconocidas. A fines de 1980, la mitad de los estudiantes universitarios eran mujeres, que representaban casi la mitad de los médicos de Afganistán, una tercera parte de los funcionarios públicos y la mayoría de los docentes. "Todas las niñas", recordó Saira Noorani, una mujer cirujano, "podían ir a la escuela secundaria y la universidad. Podíamos ir a donde queríamos y gastar en lo que nos gustaba. Solíamos ir a los cafés y al cine a ver la última película de la India en viernes y escuchar la música más actual. Todo empezó a ir mal cuando los muyahidines comenzaron a ganar. Solían matar maestros y quemar escuelas. Estábamos aterrorizados. Era chocante y triste pensar que fue a estos a los que Occidente apoyó".

El gobierno del PDPA estaba respaldado por la Unión Soviética, a pesar de que, como más tarde admitió el ex secretario de Estado Cyrus Vance, "no había evidencia de cualquier complicidad soviética [en la revolución]". Alarmados por la creciente confianza de los movimientos de liberación en todo el mundo, Brzezinski decidió que si Afganistán tenía éxito en el marco del PDPA, su independencia y su progreso podrían considerarse como "la amenaza de un ejemplo prometedor".

El 3 de julio de 1979, la Casa Blanca autorizó secretamente apoyo a los grupos tribales "fundamentalistas", conocidos como los muyahidines, un programa que alcanzó la cifra de más de 500 millones de dólares al año en armas estadounidenses y otro tipo de asistencia. El objetivo era el derrocamiento del primer gobierno secular y  reformista de Afganistán. En agosto de 1979, la embajada de Estados Unidos en Kabul informó que "los grandes intereses de los Estados Unidos... serían servidos por la desaparición del gobierno LOPD, a pesar de los contratiempos que ello podría significar para las futuras reformas sociales y económicas en Afganistán. "

Los muyahidines fueron los precursores de al-Qaeda y del Estado Islámico, a los cuales hay que incluir a Gulbuddin Hekmatyar, que recibió decenas de millones de dólares en efectivo de la CIA. La especialidad de Hekmatyar fue el tráfico de opio y arrojar ácido en los rostros de las mujeres que se negaban a llevar el velo. Invitado a Londres, fue alabado por la primera ministra Margaret Thatcher como un "luchador por la libertad".

Estos fanáticos podrían haber permanecido en su mundo tribal si Brzezinski no hubiera auspiciado un movimiento internacional para promover el fundamentalismo islámico en Asia Central y así socavar la liberación política secular y "desestabilizar" a la Unión Soviética, creando, como escribió en su autobiografía, "unos pocos agitadores musulmanes". Su gran plan coincidió con las ambiciones del dictador paquistaní, el general Zia ul-Haq, de dominar la región. En 1986, la CIA y la agencia de inteligencia de Pakistán, el ISI, comenzaron a reclutar a personas de todo el mundo para unirse a la yihad afgana. El multimillonario saudí Osama bin Laden era uno de ellos. Los técnicos que finalmente se unieron a los talibanes y al-Qaeda, fueron reclutados en una universidad islámica en Brooklyn, Nueva York, a los cuales se les da entrenamiento paramilitar en un campamento de la CIA en Virginia. Esto se llamó "Operación Ciclón". Su éxito se celebró en 1996, cuando el último presidente PDPA de Afganistán, Mohammed Najibullah -que había ido antes de que la Asamblea General de la ONU para pedir ayuda- fue colgado de una farola por los talibanes.

La "marcha atrás" de la Operación Ciclón y sus "pocos agitadores musulmanes" se produce el 11 de septiembre de 2001, y la Operación Ciclón se convirtió en la "guerra contra el terror", en el que innumerables hombres, mujeres y niños perderían sus vidas en todo el mundo musulmán, desde Afganistán a Irak, Yemen, Somalia y Siria. El mensaje del verdugo era y sigue siendo: "Tú estás con nosotros o contra nosotros".

El hilo común con el fascismo pasado y el fascismo presente, es el asesinato en masa. La invasión estadounidense de Vietnam tuvo sus "zonas de fuego libre", "recuento de cuerpos" y "daños colaterales". En la provincia de Quang Ngai, desde donde informé, muchos miles de civiles ("gooks") fueron asesinados por los EE.UU.; sin embargo, sólo una, la masacre de My Lai, es recordada. En Laos y Camboya, el mayor bombardeo aéreo de la historia produjo una época de terror reconocible hoy por el espectáculo de cráteres de bombas unidas que, contempladas desde el aire, conforman monstruosos collares. El bombardeo propició en Camboya su propia ISIS, liderada por Pol Pot.

Hoy, la mayor campaña mundial de terror, conlleva la ejecución de familias enteras, ya sean invitados de las bodas, o dolientes asistentes a los funerales. Estos son víctimas de Obama. Según el New York Times, Obama hace su selección a partir de una "lista de muerte" de la CIA que se le presenta todos los martes en la Sala de Situación de la Casa Blanca. Decide entonces, sin una pizca de justificación legal, quién vivirá y quién morirá. Su arma de ejecución es el misil Hellfire (fuego infernal) cargado por un avión no tripulado conocido como "DRON"; estos cuecen sus víctimas y diseminan con sus restos por la zona. Cada "éxito" está registrado en la pantalla de una lejana consola denominada "BugSplat".

“En lugar de soldados marchando al paso de la oca, hoy tenemos la aparentemente más inofensiva militarización total de la cultura” – escribió el historiador Norman Pollock. “Y – prosigue – en lugar del líder grandilocuente tenemos a un reformista fallido que trabaja alegremente en la planificación y ejecución de asesinatos sin dejar de sonreír un instante”.

Uniendo el viejo y el nuevo fascismo, tenemos el culto a la superioridad. "Creo en el excepcionalismo americano con cada fibra de mi ser", dijo Obama, evocando el fetichismo nacional de la década de 1930. Como el historiador Alfred W. McCoy ha señalado, fue un devoto de Hitler, Carl Schmitt, quien dijo: "El soberano es el que decide la excepción." Esto resume el americanismo, la ideología dominante en el mundo. Que no se haya reconocido como una ideología depredadora es el logro de un lavado de cerebro igualmente no reconocido. Insidiosa, no declarada, presentada ingeniosamente como la iluminación en la marcha, su vanidad insinúa la cultura occidental. Crecí en una cinematográfica dieta de gloria americana, casi toda ella una distorsión. No tenía ni idea de que fue el Ejército Rojo el que había destruido la mayor parte de la maquinaria de guerra nazi, a un costo de hasta 13 millones de soldados. Por el contrario, las pérdidas estadounidenses, incluyendo en el Pacífico, fueron 400.000. Hollywood invirtió todo esto.

La diferencia ahora es que el espectador está invitado a empaparse  en la "tragedia" de los psicópatas estadounidenses que tienen que matar a personas en lugares distantes - al igual que el propio Presidente los mata. La encarnación de la violencia de Hollywood, el actor y director Clint Eastwood, fue nominado a un Oscar este año por su película, 'American Sniper', que trata sobre un asesino chiflado y con licencia. El New York Times lo describió como un "cuadro patriótico, pro-familia, que rompió todos los récords de asistencia en sus días de apertura".

No hay películas heroicas acerca del abrazo de los Estados Unidos al fascismo. Durante la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos (y Gran Bretaña) fueron a la guerra contra los griegos que habían luchado heroicamente contra el nazismo alemán y que resistieron al avance del fascismo griego. En 1967, la CIA ayudó a llevar al poder a una junta militar fascista en Atenas -como lo hizo en Brasil y la mayor parte de América Latina.  A los Alemanes y europeos del este que habían actuado en connivencia con la agresión nazi y habían sido responsables de crímenes contra la humanidad, se les dio refugio en los EE.UU.; muchos de los cuales fueron mimados y sus talentos recompensados. Wernher von Braun fue el "padre", tanto de la V-2, bomba de terror nazi, y del programa espacial de Estados Unidos.

En la década de 1990, como las ex Repúblicas Soviéticas, Europa del Este y los Balcanes se convirtieron en puestos militares de la OTAN, y en Ucrania, a los herederos de un movimiento nazi se les dio su oportunidad. Responsable de la muerte de miles de judíos, polacos y rusos durante la invasión nazi de la Unión Soviética, el fascismo ucraniano fue rehabilitado y su "nueva ola" aclamada por el verdugo como "nacionalistas".

Esto llegó a su apogeo en 2014, cuando el gobierno de Obama gastó 5000 millones de dólares en un golpe de Estado contra el gobierno electo. Las tropas de choque eran neonazis conocidos como el sector derecho y Svoboda. Sus líderes son Oleh Tyahnybok, quien ha pedido una purga de la "mafia judía-moscobita" y "demás escoria", como son los gays, las feministas y los de la izquierda política.


Estos fascistas están ahora integrados en el gobierno golpista Kiev. El primer vicepresidente del Parlamento de Ucrania, Andriy Parubiy, líder del partido de gobierno, es co-fundador de Svoboda. El 14 de febrero, Parubiy anunció que estaba volando a Washington para conseguir "que los EE.UU. nos proporcione armas modernas de alta precisión". Si tiene éxito, será visto como un acto de guerra por parte de Rusia.

Ningún líder occidental ha hablado sobre el resurgimiento del fascismo en el corazón de Europa - con la excepción de Vladimir Putin, cuyo pueblo perdido 22 millones merced a una invasión nazi que llegó a través de la frontera de Ucrania. En la reciente Conferencia de Seguridad de Munich, el Subsecretario de Estado de Obama, de Asuntos Europeos y de Eurasia, Victoria Nuland, acusó a los líderes europeos de oponerse a la entrega de armamento estadounidense al régimen de Kiev. Se refirió a la ministra de Defensa alemana como "la ministra del derrotismo". Fue Nuland quién planeó el golpe de Estado en Kiev. La esposa de Robert D. Kagan, un iluminado líder "neocon" co-fundador del Proyecto de extrema derecha para un Nuevo Siglo Americano, que fue asesor de política exterior de Dick Cheney.

El golpe de Nuland no se materializó. La OTAN fue prevenida de cualquier intento de apoderarse de la histórica y legítima base naval rusa en Crimea. Mayoritariamente rusa, la población de Crimea —anexada ilegalmente a Ucrania por Nikita Kruschev en 1954— votó abrumadoramente volver a Rusia, como ya lo habían hecho en la década de 1990. El referéndum, voluntario y popular, fue observado a nivel internacional. No hubo invasión.

Al mismo tiempo, el régimen de Kiev se cebó, con la ferocidad de una limpieza étnica, con la población rusa en el este. Implementando las milicias neonazis a la manera de las Waffen-SS, bombardearon y pusieron ciudades y pueblos al asedio. Utilizaron una hambruna masiva como arma, cortando la electricidad, congelando las cuentas bancarias, suprimiendo la seguridad social y las pensiones. Más de un millón de refugiados huyeron a través de la frontera con Rusia. En los medios de comunicación occidentales, se convirtieron en "gente escapando de la violencia" causada por la "invasión rusa". El comandante de la OTAN, general Breedlove —cuyo nombre y acciones podrían haber sido inspirados por el Dr. Strangelove de Stanley Kubrick— anunció que 40.000 soldados rusos se estaban "concentrando". En la era de la evidencia forense vía satélite, él no ofreció ninguna.

Estas personas de habla rusa y bilingüe de Ucrania —un tercio de la población— han buscado durante mucho tiempo una federación que refleje la diversidad étnica del país y que sea a la vez autónoma e independiente de Moscú. La mayoría no son "separatistas", sino ciudadanos que quieren vivir con seguridad en su patria y que se oponen al poder instaurado en Kiev. Su rebelión y el establecimiento de "estados" autónomos son una reacción a los ataques de Kiev a ellos. Poco de esto se ha explicado al público occidental.

El 2 de mayo de 2014, en Odessa, 41 personas de etnia rusa fueron quemadas vivas en la sede sindical ante la pasividad de la policía. El líder del Ala Derecha, Dmytro Yarosh, elogió la masacre como "un brillante día más de nuestra historia nacional". En los medios de comunicación estadounidenses y británicos, esto fue publicado como una "turbia tragedia" resultante de "enfrentamientos" entre "nacionalistas" (neo-nazis) y "separatistas" (la gente que recoge firmas para un referéndum sobre una Ucrania federal).

The New York Times enterró la historia, tras haberla calificado de propaganda rusa las políticas fascistas y antisemitas de los nuevos clientes de Washington. The Wall Street Journal condenó a las víctimas - "Fuego mortal en Ucrania, probable causado por los rebeldes, ha dicho el gobierno". Obama felicitó a la Junta por su "moderación".

Si Putin puede ser provocado para que viniera en su ayuda, su papel de "paria" pre-concebido por Occidente justificará la mentira de que Rusia está invadiendo Ucrania. El 29 de enero, el máximo comandante militar de Ucrania, el general Viktor Muzhemko, casi sin darse cuenta desestimó la base misma de la argumentación de los Estados Unidos y las sanciones de la UE sobre Rusia cuando, enfáticamente, declaró en una conferencia de prensa: "El ejército ucraniano no está luchando contra las unidades regulares del Ejército ruso" . Había "ciudadanos" que eran miembros de "grupos armados ilegales", pero no hubo invasión rusa. Esto no fue noticia. Vadym Prystaiko, viceministro de Relaciones Exteriores de Kiev, ha llamado a la "guerra a gran escala" contra la Rusia de las armas nucleares.

El 21 de febrero, el senador estadounidense James Inhofe, republicano de Oklahoma, presentó un proyecto de ley que autorizaría el suministro de armas americanas al régimen de Kiev. En su presentación al Senado, Inhofe utiliza fotografías como prueba de que eran  tropas rusas las que invaden Ucrania, fotografías que durante mucho tiempo han sido utilizadas y que han resultado ser falsas. Reminiscencia de los cuadros falsos de Ronald Reagan simulando una instalación soviética en Nicaragua, o las pruebas falsas de Colin Powell ante la ONU simulando armas de destrucción masiva en Irak.

La intensidad de la campaña de desprestigio desatada en contra de Rusia y la representación de su presidente como un villano de pantomima, supera todo cuanto he conocido como periodista. Robert Parry, uno de los periodistas de investigación más destacados de Estados Unidos, que reveló el escándalo Irán-Contra, escribió recientemente: "Ningún gobierno europeo, desde la Alemania de Adolf Hitler, ha tenido a bien enviar tropas de asalto nazis para hacer la guerra a su propia población, pero el régimen de Kiev lo ha hecho a sabiendas e intencionadamente. Sin embargo, a través del espectro mediatico/político de Occidente, ha habido un deliberado esfuerzo de encubrir esta realidad hasta el punto de ignorar hechos que han sido bien establecidos... Si usted se pregunta cómo el mundo podría sumergirse en la tercera guerra mundial -tanto como lo hizo en la guerra mundial hace un siglo- todo lo que necesita hacer es mirar a la locura sobre Ucrania que ha demostrado ser impermeable a los hechos y a la razón".

En 1946, el fiscal del Tribunal de Nuremberg declaró a los medios de comunicación alemanes:. "El uso que los conspiradores nazis hicieron de la guerra psicológica es bien conocido. Antes de cada gran ataque, con algunas pocas excepciones basadas en la conveniencia, iniciaron una calculada campaña de prensa para debilitar a sus víctimas y preparar al pueblo alemán psicológicamente para el ataque... En el sistema de propaganda del Estado hitleriano, la prensa diaria y la radio eran las armas más importantes". En The Guardian el 2 de febrero, Timothy Garton-Ash llama, en efecto, a una guerra mundial. "Putin debe ser detenido", decía el titular. "Y a veces sólo las armas pueden parar a las armas." Reconoció que la amenaza de la guerra podría "nutrir una paranoia rusa de cerco"; pero que estaba bien. Detalló el equipo militar necesario para el trabajo e informó a sus lectores de que "Estados Unidos tiene el mejor kit".

En 2003, Garton-Ash, profesor de Oxford, repite la propaganda que llevó a la masacre en Irak. Saddam Hussein, escribió Garton-Ash, "tiene, como [Colin] Powell ha documentado, almacenadas grandes cantidades de horribles armas químicas y biológicas, y esconde una gran parte de ellas. Él todavía está tratando de conseguir las nucleares." Alabó a Blair como "Gladiador intervencionista cristiano-liberal". En 2006, escribió: "Ahora nos enfrentamos a la próxima gran prueba de Occidente después de Irak: Irán."

Los arrebatos -o como prefiere Garton-Ash, su "tortuosa ambivalencia liberal"- no son las típicas de los de la élite liberal transatlántica que han llegado a un acuerdo fáustico. El Blair criminal de guerra es su líder perdido. The Guardian, en el que el artículo de Garton-Ash apareció, publicó un anuncio de página completa para un bombardero americano indetectable. En una imagen amenazadora del monstruoso Lockheed Martin podía leerse: "El F-35 GRAN Para Gran Bretaña.". Este "kit" mericano costará a los contribuyentes británicos 1,3 mil millones de libras, sus predecesores F-modelo han estado masacrando el mundo. En sintonía con su publicista, un editorial de The Guardian ha exigido un aumento en el gasto militar.

Una vez más, hay un serio propósito. Los gobernantes del mundo quieren Ucrania no sólo como una base de misiles; quieren su economía. El nuevo ministro de Finanzas de Kiev, Nataliwe Jaresko, es un ex alto funcionario del Departamento de Estado de Estados Unidos a cargo de la "inversión" en el extranjero. Se le concedió a toda prisa la ciudadanía ucraniana. Quieren a Ucrania por su abundante gas. El hijo del vicepresidente Joe Biden está en la junta de la mayor compañía de petróleo, gas y fracking de Ucrania. Los fabricantes de semillas transgénicas, empresas como la infame Monsanto, quieren el rico suelo agrícola de Ucrania.

Por encima de todo, quieren al poderoso vecino de Ucrania, Rusia. Quieren balcanizar o desmembrar Rusia y explotar la mayor fuente de gas natural en la tierra. Como se derrite el hielo del Ártico, quieren el control del Océano Ártico y sus riquezas energéticas y larga frontera terrestre ártica de Rusia. Su hombre en Moscú solía ser Boris Yeltsin, un borracho, que entregó la economía de su país a Occidente. Su sucesor, Putin, ha restablecido Rusia como nación soberana; ese es su crimen.

La responsabilidad de todos nosotros es clara. Consiste en  identificar y exponer las  imprudentes mentiras de los belicistas y evitar toda connivencia con ellos. Si permanecemos en silencio, nuestra derrota está asegurada, y un holocausto hace señas.

traducido por: Loam