06 febrero, 2014

El ciudadanismo: la sutil manera de manifestar la sumisión democráticamente.


por Crespo 

De proletarios pasamos a empleados. De sindicalistas pasamos a “cotizantes netos”. De revolucionarios pasamos a “alterglobalizadores”. Los carceleros ahora son “funcionarios de prisiones” y al despido libre y gratuito se le denomina “flexibilizar el mercado”. La tortura se denomina prevención, las cárceles reinserción, los ocupantes y los ejércitos son siempre –y en el peor de los casos- humanitarios. Las huelgas son legales, las empresas son “grupos”, los menores son casi siempre infractores, los marginados población excedente, los jefes son encargados y los juzgados son capaces de velar por los derechos humanos. Nosotros ya no somos pueblo sino que somos ciudadanos.

Los políticos piden el voto a los ciudadanos. Representan a los ciudadanos y velan por los intereses de los ciudadanos. Una mentalidad que se introyecta y se extiende de forma contagiosa entre la sociedad: asistimos al advenimiento del ciudadanismo. La palabra ciudadano hace hincapié en la individualidad de la persona, en la ausencia de cualquier aspecto colectivo. Somos autómatas y productivos ciudadanos. Buenos votantes y dóciles consumidores consumidos por el constante “equilibrio progresista” con el que hacemos las cosas. Siempre dentro de los cauces legales, siempre, de manera sistemática y cotidiana, reproduciendo los valores y las actitudes del neoliberalismo.

Si siempre pagas tus deudas eres un buen ciudadano. Si no te cuelas en el metro, si condenas el robo, el sabotaje y siempre prefieres la acción mediada a la acción directa, eres un estupendo ciudadano. Si desde tu simpatía por el sindicalismo crees que es fundamental el derecho al trabajo en día de huelga. Si cuando hay una injusticia delante de tus narices, el silencio es tu mejor amigo; eres un estupendo ciudadano.

Si crees que el capitalismo es el menos malo de los sistemas posibles que va de la mano con otro inevitable sistema llamado democracia, eres un buen ciudadano. Si te niegas a reconocer que democracia y fascismo son dos caras de una misma moneda, que necesariamente sustentan al capitalismo, y por lo tanto a la desigualdad, eres un buen ciudadano.

Si a los cuerpos represivos les denominas trabajadores, si crees que la policía, el ejército y las cárceles son instituciones necesarias y mejorables, eres un buen ciudadano.

Si crees que un pasado descrito siempre injusto por quien domina el presente y un futuro mejor, que nunca llega, justifica todos los atropellos humanos y animales, eres un gran ciudadano. Si crees que el trabajo asalariado puede ser algún día digno, eres un gran ciudadano.

Si amas la propiedad privada, si adoras el parlamentarismo. Si crees que denunciando continuamente a tus vecinos o que comprando fabulosos bienes materiales en cualquier centro comercial te va a convertir en más libre, eres un buen ciudadano. 

Si crees siempre en la negociación con las instituciones, en ese diálogo injusto que parte de premisas totalmente desiguales, eres un gran ciudadano. 

Si “todavía es muy pronto” para tomar ese tipo de medidas “tan radicales”, si esperas para pasar a la acción a los permisos de los interlocutores válidos de la sociedad –a los gestores de capitalismo- eres un buen ciudadano. 

Si la pasividad llena tu vida de hastió. Si crees en “las reglas del juego”. Si crees que quienes hacen negocios con la pobreza, “sin ánimo de lucro” como las ONGs y demás empresas que viven de ella, van acabar con esa miseria; eres un buen ciudadano.

Si crees que la prensa es independiente, si eres objetivo y neutral, a ti que te gusta “de todo” (menos luchar colectivamente por una causa anticapitalista), que crees que los extremos se tocan, que las organizaciones revolucionarias armadas son terroristas y los que saquean, expolian y exterminan pueblos son honrados profesionales, eres un buen ciudadano.

Si ves en la industria farmacéutica un sinónimo de progreso, en la tecnología aspectos revolucionarios, en la psiquiatría una ciencia indispensable. Si un sueldo te cierra la boca y te cambia las actitudes. Si crees que la lucha de clases es cosa del pasado, eres un gran ciudadano.

En suma, si legitimas continuamente la opresión, la injusticia y la desigualdad del capitalismo con ese tufillo demócrata, con esa máscara judeo‑cristiana de la tan manida tolerancia, con ese aire de no-queda-más-remedio, eres un estupendo ciudadano. 

Si nunca te saltas los límites establecidos que marca el capital. Si cuando votas crees que estas participando y diciendo algo. Si, como los peces que siguen la corriente del río, llevas esta renovada actitud de vasta sumisión, reproduciendo los valores de la dominación con ese desdén democrático eres, quien sabe si conscientemente o no, un válido y efectivo ciudadano. Eres entonces, simple y llanamente, un trepa, un chota, un cómplice de la explotación que miras para otro lado. Un esquirol de la vida.