23 septiembre, 2014

Por qué no estalla una revolución.

 «Hemos caído tan bajo que la reformulación de lo obvio es la primera obligación de un hombre inteligente». George Orwell
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¿Te has preguntado alguna vez por qué nadie reacciona ante la infame oleada de opresión y abusos de todo tipo que estamos sufriendo?
¿No te produce perplejidad el hecho de que tras tantas y tantas revelaciones sobre casos de corrupción, injusticias, robos y burlas a la ley y a la población en general, a la cual se le ha robado literalmente el presente y el futuro, no suceda absolutamente nada?
¿Te has preguntado por qué no estalla una Revolución masiva y por qué todo el mundo parece estar dormido o hipnotizado?

Estos últimos años se han hecho públicas informaciones de todo tipo que deberían haber dañado la estructura del Sistema hasta sus mismísimos cimientos y sin embargo la maquinaria sigue intacta, sin ni tan solo un arañazo superficial.
Y esto pone de manifiesto un hecho extremadamente preocupante que está sucediendo justo ante nuestras narices y al que nadie parece prestarle atención.
El hecho de que SABER LA VERDAD YA NO IMPORTA

Parece increíble, pero los acontecimientos lo demuestran a diario.

La información ya no tiene relevancia
Desvelar los más oscuros secretos y sacarlos a la luz ya no produce ningún efecto, ninguna respuesta por parte de la población. Por más terribles e impactantes que sean los secretos revelados.

Durante décadas hemos creído que los luchadores por la verdad, los informadores capaces de desvelar asuntos encubiertos o airear los trapos sucios, podían cambiar las cosas. Que podían alterar el devenir de la historia. De hecho, hemos crecido con el convencimiento de que conocer la verdad era crucial para crear un mundo mejor y más justo y que aquellos que luchaban por desvelarla eran el mayor enemigo de los poderosos y de los tiranos. 

Y quizás durante un tiempo ha sido así. Pero actualmente, la “evolución” de la sociedad y sobretodo de la psicología de las masas nos ha llevado a un nuevo estado de cosas. Un estado mental de la población que no se habría atrevido a imaginar ni el más enajenado de los dictadores. El sueño húmedo de todo tirano sobre la faz de la tierra: no tener que ocultar ni justificar nada ante su pueblo.
Poder mostrar públicamente toda su corrupción, maldad y prepotencia sin tener que preocuparse de que ello produzca ningún tipo de respuesta entre aquellos a los que oprime.

"El mundo no será destruido por quienes hacen el mal,
sino por aquellos que los contemplan sin hacer nada"
Ésta es la realidad del mundo en el que vivimos. Y si crees que esto es una exageración, observa a tu alrededor.

El caso de España es palmario.
Un país inmerso en un estado de putrefacción generalizado, devorado hasta los huesos por los gusanos de la corrupción en todos los ámbitos: el judicial, el empresarial, el sindical y sobretodo el político. Un estado de descomposición que ha rebosado todos los límites imaginables, hasta salpicar con su pestilencia a todos los partidos políticos de forma irreparable.


Y sin embargo, a pesar de hacerse públicos de forma continuada todos estos escándalos de corrupción política, los españoles siguen votando mayoritariamente a los mismos partidos, derivando, como mucho, algunos de sus votos a partidos subsidiarios que de ninguna manera representan una alternativa real.

Ahí está el alucinante caso de la Comunidad Valenciana, la región más representativa del saqueo desvergonzado perpetrado por el Partido Popular y donde, a pesar de todo, este partido de auténticos forajidos y bandoleros sigue ganando las elecciones con mayoría absoluta. 


Una vergüenza inimaginable en cualquier nación mínimamente democrática. Y desgraciadamente, el caso de Valencia es solo un ejemplo más del estado general del país: ahí tenemos el indignante caso de Andalucía dominada desde hace décadas por la otra gran mafia del estado, el PSOE, que junto con sus socios de los Sindicatos y el apoyo puntual de Izquierda Unida han robado a manos llenas durante años y años.
O el caso de Cataluña con Convergencia y Unió, un partido de elitistas ladrones de guante blanco, por poner otro ejemplo más.

Y es que podríamos seguir así por todas las comunidades autónomas o por el propio gobierno central, donde las dos grandes familias político-criminales del país, PP y PSOE, se han dedicado a saquear sin ningún tipo de recato.

Y a pesar de hacerse públicos todos estos casos de corrupción generalizada; a pesar de revelarse la implicación de las altas esferas financieras y empresariales, con la aquiescencia del poder judicial; a pesar de demostrarse por activa y por pasiva que la infección afecta al Sistema en su generalidad, en todos los ámbitos, imposibilitando la creación de un futuro sano para el país; a pesar de todo ello, la respuesta de la población ha sido…no hacer nada. La máxima respuesta de la ciudadanía ha sido “ejercer el legítimo derecho de manifestación”, una actividad muy parecida a la que hace la hinchada cuando su equipo de fútbol gana una competición y sale en masa a la calle para celebrarlo.manifestaciones y celebraciones deportivas.

Es decir, nadie ha hecho nada efectivo por cambiar las cosas, excepto picar cacerolas.

Y el caso de la corrupción política desvelada en España y la nula reacción de la población es solo un ejemplo de entre muchos tantos a lo largo y ancho del mundo.

Ahí está el caso del deporte de masas, azotado como está por la sospecha de la corrupción, de la manipulación y del dopaje y por la más que probable adulteración de todas las competiciones bajo el control comercial de las grandes marcas…y a pesar de ello, sus audiencias televisivas y su seguimiento no solo no se ve afectado, sino que sigue creciendo cada vez más y más y más…

Pero todos estos casos empequeñecen ante la gravedad de las revelaciones hechas por Edward Snowden y confirmadas por los propios gobiernos, que nos han dicho, a la cara, con luz y taquígrafos, que todas nuestras actividades son monitoreadas y vigiladas, que todas nuestras llamadas, nuestra actividad en redes sociales y nuestra navegación en Internet es controlada y que nos dirigimos inexorablemente hacia la pesadilla del Gran Hermano vaticinada por George Orwell en “1984”.

Y lo que es más alucinante del caso: una vez “filtradas” estas informaciones, nadie se ha preocupado de rebatirlas. ¡Ni mucho menos!

Todos los medios de comunicación, los poderes políticos y las grandes empresas de Internet implicadas en el escándalo han confirmado públicamente este estado de vigilancia como algo real e indiscutible. Como mucho han prometido, de forma poco convincente y con la boca pequeña que no van a seguir haciéndolo…¡Incluso se han permitido el lujo de dar algunos detalles técnicos!

¿Y cuál ha sido la respuesta de la población mundial cuando se ha revelado esa verdad?
¿Cuál ha sido la reacción general al recibir estas informaciones? Ninguna.
Todo el mundo sigue absorto con su smartphone, todo el mundo sigue revolcándose en el dulce fango de las redes sociales y sigue navegando las infestadas aguas de Internet sin mover ni una sola pestaña…

Así pues, ¿de qué sirve saber la verdad?
En el caso hipotético de que Edward Snowden o Julian Assange sean personajes reales y no creaciones mediáticas con una misión oculta, ¿De qué habrá servido su sacrificio? ¿Qué utilidad tiene acceder a la información y desvelar la verdad si no provoca ningún cambio, ninguna alteración, ni ninguna transformación?

¿De qué sirve saber de forma explícita y documentada que la energía nuclear solo nos puede traer desgracias, como nos demuestran los terribles accidentes de Chernobyl y Fukushima, si tales revelaciones no surten ni el más mínimo efecto? 
¿De qué nos sirve saber que los bancos son entidades criminales dedicadas al saqueo masivo si seguimos utilizándolos? 
¿De qué nos sirve saber que la comida está adulterada y contaminada por todo tipo de productos tóxicos, cancerígenos o transgénicos si seguimos comiéndola? 
¿De qué nos sirve saber la verdad sobre cualquier asunto relevante si no reaccionamos, por más graves que sean sus implicaciones?

No nos engañemos más, por duro que sea aceptarlo. Afrontemos la realidad tal y como es. En la sociedad actual, saber la verdad ya no significa nada. Informar de los hechos que verdaderamente acontecen, no tiene ninguna utilidad real. Es más, la mayoría de la población ha llegado a tal nivel de degradación psicológica que, como demostraremos, la propia revelación de la verdad y el propio acceso a la información refuerzan aún más su incapacidad de respuesta y su atonía mental.

La gran pregunta es: ¿POR QUÉ?
¿Qué nos ha conducido a todos nosotros, como individuos, a este estado de apatía generalizado?
Y la respuesta, como siempre sucede cuando nos hacemos preguntas de este calado, resulta de lo más inquietante. Y está relacionada, directamente, con el condicionamiento psicológico al que está sometido el Individuo en la sociedad actual. Pues los mecanismos que desactivan nuestra respuesta al acceder a la verdad, por más escandalosa que ésta resulte, son tan sencillos como efectivos. Y resultan de lo más cotidiano.

Simplemente todo se basa en un exceso de información. En un bombardeo de estímulos tan exagerado que provoca una cadena de acontecimientos lógicos que acaban desembocando en una flagrante falta de respuesta. En pura apatía. Y para luchar contra este fenómeno, resulta clave saber cómo se desarrolla el proceso…

¿CÓMO SE DESARROLLA EL PROCESO?
Para empezar, debemos entender que todo estímulo sensorial que recibimos está cargado de información. Nuestro cuerpo está diseñado para percibir y procesar todo tipo de estímulos sensoriales, pero la clave del asunto radica en la percepción de información de carácter lingüístico, entendiendo por “lingüístico”: todo sistema organizado con el fin de codificar y transmitir información de cualquier clase. Por ejemplo, escuchar una frase o leerla implica una entrada de información en nuestro cerebro, de carácter lingüístico. Pero también lo implica ver el logo de una empresa, escuchar las notas musicales de una canción, ver una señal de tráfico u oír la sirena de una ambulancia, por poner algunos ejemplos…
Una persona en el mundo actual, está sometida a miles y miles de estímulos lingüísticos de este tipo a lo largo de un día normal, muchos de ellos percibidos de forma consciente, pero la inmensa mayoría percibidos de forma inconsciente, que deben ser procesados por nuestro cerebro.
El proceso de captación y procesamiento de esta información lo podríamos dividir básicamente en 3 fases: percepción, valoración y respuesta.
Percepción
Sin lugar a dudas, formamos parte de la generación con mayor capacidad de procesamiento de información a nivel cerebral de la toda historia de la humanidad, con muchísima diferencia, sobretodo a nivel visual y auditivo.
Es más, a medida que nacen y crecen nuevas generaciones, éstas adquieren una mayor velocidad de percepción de información. Una muestra de ello la podemos encontrar en el propio cine.
Visualiza un antiguo western de John Wayne, en una secuencia cualquiera de acción, como por ejemplo, un tiroteo. Y después visualiza una secuencia de un tiroteo o de una persecución de coches en una película actual.

Cualquier secuencia de acción de una película actual está trufada de sucesiones rapidísimas de planos de corta duración. En tan solo 3 o 4 segundos verás diferentes planos: la cara del protagonista conduciendo, la del acompañante gritando, la mano en el cambio de marcha, el pie pisando el pedal, el coche esquivando un peatón, el perseguidor que derrapa, el malo que agarra la pistola, como dispara por la ventanilla, etc... y cada plano habrá durado apenas décimas de segundo. Las imágenes se suceden a toda velocidad como los disparos de una ametralladora. Y sin embargo eres capaz de verlas todas y procesar el mensaje que contienen.
Ahora ponte la película de John Wayne. No encontrarás sucesiones de planos a ritmo de ametralladora, sino sucesiones de planos mucho más largos en duración y con mayor tamaño de campo visual. Probablemente, un espectador de la época de John Wayne se habría mareado viendo una película actual, pues no estaría acostumbrado a procesar tanta información visual a tanta velocidad.

Esto es un ejemplo sencillo del bombardeo de información al que está sometido el cerebro de alguien en la actualidad, en comparación con el de una persona de hace tan solo 50 años.
Añádele a esto todas las fuentes de información que te rodean, como la televisión, la radio, la música, la omnipresente publicidad de todo tipo, las señales de tráfico, los diferentes y variados ropajes que viste cada una de las personas con las que te cruzas por la calle y que representan, cada uno de ellos una serie de códigos lingüísticos para tu cerebro, la información que ves en tu móvil, en la tablet, en Internet y añádele, además, tus compromisos sociales, tus facturas, tus preocupaciones y los deseos que te han programado tener, etc, etc, etc…
Se trata de una auténtica inundación de información que debe procesar tu cerebro continuadamente.
Y todo ello en un cerebro del mismo tamaño y capacidad que el de ese espectador de los westerns de John Wayne hace 50 años.

Por lo visto, parece que nuestro cerebro tiene capacidad suficiente para percibir tales volúmenes de información y comprender los mensajes asociados a esos estímulos. Ahí no radica el problema. De hecho parece que nuestro cerebro disfruta con ello, pues nos hemos convertido en adictos al bombardeo de estímulos. El problema aparece en la siguiente fase.

Valoración
Es cuando debemos valorar la información recibida, es decir, cuando llega la hora de juzgar y analizar sus implicaciones, que nos topamos con nuestras limitaciones. Porque, literalmente, no disponemos de tiempo material para hacer una valoración en profundidad de esa información. Antes de que nuestra mente, por sí misma y con criterios propios, pueda juzgar de forma más o menos profunda la información que recibimos, somos bombardeados por una nueva oleada de estímulos que nos distraen e inundan nuestra mente. Es por esta razón que nunca llegamos a valorar en su justa medida, la información que recibimos, por importantes que sean sus posibles implicaciones.

Una persona en la sociedad actual está sometida a gran cantidad de estímulos sensoriales, sociales y lingüísticos. Para nosotros, toda información recibida es rápidamente digerida y olvidada, arrastrada por la corriente incesante de información que entra en nuestro cerebro como un torrente.

Porque vivimos inmersos en la cultura del twit, un mundo donde toda reflexión sobre un evento dura 140 caracteres. Y esa es la profundidad máxima a la que llega nuestra limitada capacidad de análisis.

Es por esta razón, por nuestra impotencia a la hora de valorar y juzgar por nosotros mismos el volumen de información al que estamos sometidos, que la propia información que nos es transmitida lleva incorporada la opinión que debemos tener sobre ella, es decir, aquello que deberíamos pensar tras realizar una valoración profunda de los hechos.

Es decir, el emisor de la información le ahorra amablemente al receptor el esfuerzo de tener que pensar. Ese es el procedimiento que utilizan los grandes medios de comunicación y que en un mundo con individuos auténticamente pensantes sería calificado de manipulación y lavado de cerebro

La televisión es un claro ejemplo de ello. Fijémonos en un noticiario cualquiera.
Todas las noticias de todos las cadenas están narradas de forma tendenciosa, de manera que contengan en su redactado y presentación no solo la información que debe ser transmitida, sino la opinión que debe generar en el espectador. O más claramente aún, el ejemplo de las omnipresentes tertulias políticas, donde los tertulianos son calificados como “generadores de opinión”.
Es decir, su función es generar la opinión que deberías fabricar por ti mismo.

Así pues, el bombardeo continuo e incesante de información en nuestro cerebro nos impide juzgar adecuadamente el valor de los hechos, con criterio propio y según nuestros códigos internos. Nos quita el tiempo que deberíamos tomarnos para sopesar las consecuencias de un acontecimiento y lo fragmenta en pedacitos de 140 caracteres y con ello, convierte en breve y superficial cualquier juicio que emitamos sobre una información recibida.

Resumiendo: nos hace pensar “en titulares” y por norma general, esos titulares ni tan solo los pensamos nosotros mismos, sino que nos son inoculados con la propia información.

Respuesta
Una vez reducido a la mínima expresión nuestro tiempo de valoración personal de los hechos, entramos en la fase decisiva del proceso, aquella en que nuestra posible respuesta queda anulada.

Aquí entran en juego las emociones y los sentimientos, el motor de toda respuesta y acción. Y es que al fragmentar y reducir nuestro tiempo dedicado a juzgar una información cualquiera, también reducimos la carga emocional que asociamos a esa información.

Observemos nuestras propias reacciones: podemos indignarnos mucho al conocer una noticia cualquiera, ofrecida en un noticiario, como por ejemplo el desahucio forzoso de una familia sin recursos, pero al cabo de unos segundos de recibir esa información, somos bombardeados por otra información distinta que nos lleva a sentir otra emoción superficial diferente, olvidando así la emoción anterior.

Para decirlo de forma gráfica y clara: de la misma manera que nuestra capacidad de juicio y análisis queda reducida a un twit, nuestra respuesta emocional queda reducida a un emoticono.
Y aquí es donde reside la clave del asunto. Es en este punto donde queda desactivada nuestra posible respuesta. Una respuesta que en momentos como el que vivimos, intuimos debería ser mucho más contundente y que, sin embargo, no llegamos a generar porque carecemos de energía suficiente para hacerlo. Y todos observamos desesperados a los demás y nos preguntamos “¿Por qué no reaccionan? ¿Por que no reacciono yo?”

Y esa impotencia desemboca, al final, en una sensación de frustración y apatía generalizadas. Ésta parece ser la razón básica por la que no se produce una Revolución cuando, por la lógica propia de los acontecimientos, debería producirse. Se trata pues, de un fenómeno meramente psicológico.

Éste es el mecanismo básico que aborta toda respuesta de la población ante los continuos abusos recibidos. La BASE sobre la que se sustentan todas las manipulaciones mentales a las que estamos sometidos actualmente. El mecanismo psicológico que mantiene a la población idiotizada, dócil y sumisa, lo podríamos resumir así: El excesivo bombardeo de información nos impide tomarnos el tiempo necesario para otorgar el valor adecuado a cada información recibida y con ello, nos impide asociarle la suficiente carga emocional como para generar una reacción efectiva y real

¿CONSPIRACIÓN O FENÓMENO SOCIAL?
Poco importa si todo esto forma parte de una gran conspiración para controlarnos o si hemos llegado a este punto por la propia evolución de la sociedad, porque las consecuencias son exactamente las mismas: los más poderosos harán lo posible por mantener estos mecanismos en funcionamiento; incluso fomentarán tanto como puedan su desarrollo, simplemente porque les beneficia.

De hecho, la propia revelación de la verdad favorece estos mecanismos. A los más poderosos ya no les importa mostrarse tal y cómo son ni desvelar sus secretos, por sucios y oscuros que éstos sean. Revelar estas verdades ocultas contribuye en gran medida a aumentar el volumen de información con el que somos bombardeados. Cada secreto sacado a la luz crea nuevas oleadas de información, que puede ser manipulada e intoxicada con datos adicionales falsos, contribuyendo con ello a la confusión y al caos informativo y con ello a nuevas oleadas secundarias de información que nos aturdan aún mas y nos suman más profundamente en la apatía.

Si combinamos esta apatía, fruto de la poca energía emocional con la que intentamos responder, con las tremendas dificultades que el propio sistema nos pone a la hora de castigar a los responsables, se generan nuevas oleadas de frustración, cada vez más acusadas, que nos llevan, paso a paso, a la rendición definitiva y a la sumisión absoluta.

Así pues, no lo dudes: a las personas que ostentan el poder les interesa bombardearte con enormes volúmenes de información lo más superficial posible. Porqué una vez instaurada en la sociedad esta forma de interactuar con la información recibida, todos nosotros nos convertimos en adictos a ese incesante intercambio de datos. El bombardeo de estímulos representa una auténtica droga para nuestro cerebro, que cada vez necesita más velocidad en el intercambio de informaciones y exige menos tiempo para tener que procesarlas.

Nos sucede a todos: cada vez nos cuesta más dedicar tiempo a leer un artículo largo cargado de información estructurada y razonada. Exigimos que sea más resumido, más rápido, que se lea en una sola línea y que se ingiera como una pastilla y no como un ágape decente.

Nuestro cerebro se ha convertido en un drogadicto de la información rápida, en un yonqui ávido de continuos chutes de datos que ingerir, a poder ser, pensados y analizados por cualquier otro cerebro, para no tener que hacer el esfuerzo de fabricarnos una compleja y contradictoria opinión propia.

Porque odiamos la duda, pues nos obliga a pensar. Ya no queremos hacernos preguntas. Solo queremos respuestas rápidas y fáciles. Somos y queremos ser antenas receptoras y replicadoras de información, como meros espejos que rebotan imágenes externas. Pero los espejos son planos y no albergan más vida en ellos que la que reflejan proviniendo del exterior. Hacia ahí se dirige el ser humano de forma acelerada. ¿Vamos a permitirlo?

CONCLUSIÓN
Quizás todo lo expuesto anteriormente no es lo que querías escuchar. Es poco estimulante y resulta algo complicado y farragoso, pero las realidades complejas no pueden reducirse a un ingenioso titular en forma de twit.

Para emprender una transformación profunda de nuestro mundo, para iniciar una auténtica Revolución que lo cambie todo y nos lleve a una realidad mejor, deberemos descender hasta las profundidades de nuestra psique, hasta la sala de máquinas, donde están en marcha todos los mecanismos que determinan nuestras acciones y movimientos. Ahí es donde se está dirimiendo la auténtica guerra por el futuro de la humanidad.

Nadie nos salvará desde un púlpito con brillantes proclamas y promesas de una sociedad más justa y equitativa. Nadie nos salvará sólo contándonos la supuesta verdad, ni desvelando los más oscuros secretos de los poderes en la sombra.

Como acabamos de ver, la información y la verdad ya no tienen importancia, porque nuestros mecanismos de respuesta están averiados. Debemos descender hasta ellos y repararlos; y para conseguirlo, debemos saber cómo funcionan. Para ello no será necesario hacer un complejo curso de psicología: observando con atención y razonando por nosotros mismos podemos conseguirlo.

Porque no se trata de algo esotérico ni fundamentado en creencias extrañas de carácter Místico, Religioso o New AgeEs pura lógica: No hay revolución posible sin una transformación profunda de nuestra psique a nivel individual. Porque nuestra mente está programada por el Sistema. Y por lo tanto, para cambiar ese Sistema que nos aprisiona, antes debemos desinstalarlo de nuestra mente.

¿Tú lo vas a hacer?


21 septiembre, 2014

Coherencia / Contradicción

"Al contrario de lo que suelen preceptuar los diccionarios, incoherencia y contradicción no son sinónimos. Es en el interior de su propia coherencia donde una persona o un personaje se van contradiciendo, mientras que la incoherencia, por ser, más que la contradicción, una constante del comportamiento, repele de sí a la contradicción, la elimina, no se entiende viviendo con ella. Desde este punto de vista, aunque arriesgándonos a caer en las telas paralizadoras de la paradoja, no debería ser excluida la hipótesis de que la contradicción sea, al final, y precisamente, uno de los más coherentes contrarios de la incoherencia.” 
José Saramago

17 septiembre, 2014

“A menor fortalecimiento espiritual, mayor necesidad de blindaje técnico” - Christian Ferrer

Desde hace años, el ensayista y sociólogo Christian Ferrer viene investigando la relación entre técnica y sociedad. En los ensayos de El entramado. El apuntalamiento técnico del mundo, su nuevo libro, vuelve a la carga sobre los dobleces de la “matriz técnica” en la que vivimos inmersos.  Por Ana Wajszczuk. 

“En nuestros días, las redes informáticas se han ajustado a las ciudades como el nailon a la piel.”
ENTREVISTA 

¿Cómo surgieron estos ensayos y la posibilidad de compilarlos?
Christian Ferrer: Son diferentes artículos, algunos inéditos, con aproximaciones a cuestiones sobre la técnica, un tema sobre el cual me debo un libro más general. Conciernen a un momento de la historia humana en el cual las personas viven en un mundo maquillado técnicamente, en una burbuja inmunizadora. Fuera de esa burbuja puede haber un mundo o no, eso carece de sentido para quien vive dentro, porque fuera de ese mundo protegido técnicamente no se podría sobrevivir.

¿A eso te referís cuando decís que la “matriz técnica” donde vivimos produce una inmunización?
Sí. La matriz técnica produce vulnerabilidad, esto es, inmunodeficiencia, pues sin las comodidades, los entretenimientos, la farmacología, los espectáculos, en fin, las excitaciones programadas, nadie podría sostener su personalidad ni su cuerpo. No es solamente síntoma de progreso, o de mejoría en la calidad de vida, o promesa de resolución de antiguos problemas de la humanidad. El progreso técnico no solo coloca al ser humano en una posición dependiente de esos procesos sino, además, lo vuelve vulnerable a cualquier forma de vida que no esté organizada en función de ellos. En otras palabras, los hombres de las cavernas sufrían mucho menos que nosotros.

Podría pensarse en una lectura a vuelo de pájaro que sos un ludita o estás en contra del “progreso”…
No, al revés, a mí no me incomodan las máquinas, son necesarias, son en muchos casos sorprendentes. Y en otros traen aparejadas confortabilidades que hacen la vida más sencilla. Pero soy consciente de que alguien paga el costo, y no es el usuario. Así como quien degustaba una taza de café en el siglo XVIII y era un perfecto iluminista muy racional, carecía, sin embargo de conciencia de que los costos los pagaban los esclavos haitianos que producían el azúcar; de la misma manera quien usa un teléfono celular o una tableta hoy en día no quiere tener conciencia de que los minerales estratégicos necesarios para fabricar esos aparatos se consiguen al precio del trabajo semi-esclavo en el Congo, en medio de una guerra civil con bandas armadas que hacen trabajar a la población a la fuerza. El no saber cuál es el costo del progreso es una precondición para usar las máquinas.
“Las interconexiones de la actualidad suponen un pacto mutuo: yo hago como que estoy vivo y quiero que vos me lo confirmes. Entre otros usos, Facebook sirve para eso.”
¿Y bajo qué otras condiciones generales ves que se vive dentro de esta burbuja técnica?
Me parece que nunca como hasta ahora hemos estado más quietos gracias a la tecnología. Todos experimentamos sensaciones de movilidad permanente porque estamos interconectados “al mundo” o haciendo conexión entre puntos de partida y de llegada, ida y vuelta. Pero estamos quietos en nuestros trabajos, en nuestros hogares. Lo que antes se llamaba el “tiempo de ocio”, el tiempo que nos “libera” el proceso laboral, hoy ha sido secuestrado por las interconexiones de la red informática. Pero no sé si la “conexión”, por sí misma, es algo valioso. Recuerdo que, en mi infancia, en todos los barrios existían los radioaficionados. Tipos que se pasaban todo el día tratando de hacer conexión con algún otro que vivía lejísimo. Su gran logro era poder decir “me conecté con uno de Australia”. ¿Y todo para qué? Para hacer “conexión”, no había otro motivo. Las interconexiones de la actualidad suponen un pacto mutuo: yo hago como que estoy vivo y quiero que vos me lo confirmes. Entre otros usos, Facebook sirve para eso.

Todo esto bombardeado, como decís, por el “terrorismo de la publicidad”: somos ilimitados, estamos conectados todo el tiempo, todos juntos, en todos lados….
¿Y por qué razón habría que estar conectado todo el tiempo? Quizás porque las desdichas de la vida son muy intensas e ineludibles. Las frustraciones derivadas de la vida laboral, de las fricciones familiares, de la monotonía matrimonial, la soledad, el tedio… esos viejos y persistentes problemas de la Modernidad, no han sido resueltos. Ese malestar equivale a la carcoma. Por lo tanto, todo proceso técnico que prometa no solo potenciar el cuerpo sino además resolver problemas de soledad tiene que resultar agradable a los “usuarios”. Hay cientos de millones de personas en el mundo conectados a las redes y sus vidas se pierden en ajetreos olvidables. Hay que trabajar duramente, hay que luchar por conseguir algún tipo de honor, no se dispone de más aventuras que las que proponen la industria del turismo o la del espectáculo, así que la interconexión concede una ilusión de participación, de colaboración. Tener mil amigos, participar de corrientes de opinión, enviar maldiciones a todo tipo de blogs, ser uno más de los cientos de miles de lectores de publicaciones on-line, y así. Pero el número no dice nada. Tal parece que lo importante hoy es emitir “opinión”, que es un género dominante en las redes sociales. Estamos obligados a ser emisores de “información”, todo el tiempo.

Pero sin embargo algunas posibilidades que se ven en las redes sociales podrían estar en consonancia con ideales libertarios: su protagonismo en las rebeliones de Oriente Medio, Global Noise… Hay una idea de que ahora que existen estas posibilidades tecnológicas la gente común tiene un cierto poder.
En verdad, si lo que molesta es el “sistema” tal cual lo conocemos, derrumbarlo es una cosa muy fácil. Basta con dejar de pagar impuestos, o bien sacar todo el dinero de los bancos, o dejar de consumir. Pero nadie, ningún “indignado”, ningún protestón, quiere hacer eso. Además, es necesario estudiar con detenimiento las situaciones históricas en las cuales la tecnología pareciera funcionar como ariete de emancipación. Un “indignado” español, o argentino, un talibán que se comunica con sus cofrades, un salafista en Egipto, un guerrillero checheno… el hecho de que todos usen Twitter, correo electrónico y abran una cuenta de Facebook no los unifica. Me parece que aquellos que anudan todas estas experiencias políticas en un solo matete no saben ni de política ni de historia. En otras palabras, superponen la mística de la tecnología a los acontecimientos, que es una forma de desconocerlos. No desmerezco ni minimizo las posibilidades libertarias que este tipo de tecnologías traen aparejadas, pero no determinan el desarrollo de una situación política. Esa “mística” es una tradición moderna, y eso ha sucedido ya con el telégrafo, el cable submarino y la televisión, de las cuales se esperó que promovieran no solo la interconexión de poblaciones, sino también su “mejoramiento” moral y político.
“A menor fortalecimiento espiritual, mayor necesidad de blindaje técnico”.
Con respecto al cuerpo, un tema recurrente en los ensayos es la pornografía, que ligas a las revoluciones culturales de los años 60. ¿Cuál es el vínculo?
La pornografía es la industria de mayor crecimiento exponencial en Internet. Eso no es un dato menor. Su mensaje, entre tantos otros, pero uno muy poderoso, es el de felicidad compartida. Allí no hay conflicto, no hay tristeza, incluso si aparece el marido cornudo se integra a la felicidad general. Propone ilusoriamente, al menos para la platea masculina, un uso del cuerpo que equivale a la felicidad. Con respecto a las demandas de los años 60, su móvil era desembarazarse de las restricciones a que eran sometidos los afectos y la sexualidad. Se pretendía proclamar una especie de “derecho natural al placer”. En esos años se estableció una plataforma giratoria a la cual todavía estamos subidos, pero como efecto invertido de esas demandas, se desplegó un discurso paradojalmente “juvenilista”. Se intensifica un mandato social que propone experimentar el presente de la forma más placentera posible, pero eso también supone exhibir antes los demás una vida emocional y sexual satisfactoria, y entonces hay que dar pruebas continuas de deseabilidad. Como es difícil cumplir con ese requisito, la angustia, los problemas de “autoestima”, se acrecientan, y para compensar a los desfavorecidos en la lucha por ocupar posiciones en el “mercado del deseo”, todo tipo de industrias modeladoras del cuerpo y la imagen personal hacen su agosto.

Es un momento histórico donde decís que el sexo es “salud y obligación”.
Aparentemente, nunca como ahora, por lo menos en la época moderna, ha habido tantas posibilidades de mantener relaciones afectivas entre personas con tanta libertad. Y sin embargo las personas no se sienten a gusto con sus propios cuerpos, no parecen confiar en sus posibilidades emocionales, no parecen entregarse jubilosamente. Basta con pensar en la importancia hoy en día de la cirugía estética, las dietas, el gimnasio, el consumo de todo tipo de medicamentos destinados a estabilizar los estados de ánimo, el asesoramiento sexológico, como si fuera preciso aplicar, desde un exterior, inyecciones de vida, o potenciadores del cuerpo, una suerte de blindaje de tipo técnico, para que la persona pueda sostener su cuerpo frente a los demás. Se pretende capturar la mirada de los otros para poder afirmar “estoy vivo”. Es el mundo de la frustración permanente.

En ese sentido, la “confortación” espiritual se transformó en el “confort” tecnológico.
Como la formación espiritual es precaria, cuando las personas se hallan a sí mismas en contextos dolorosos o frustrantes, se derrumban. Y entonces requieren de ayuda técnica, sea la farmacología, la cirugía estética, la constante oferta de espectáculos, o la conexión al ciberespacio. A menor fortalecimiento espiritual, mayor necesidad de blindaje técnico.
“La matriz técnica produce vulnerabilidad, esto es, inmunización, pues sin las comodidades, los entretenimientos, la farmacología, los espectáculos, en fin, las excitaciones programadas, nadie podría sostener su personalidad ni su cuerpo”.
En tus ensayos no te preguntás cómo influyen las tecnologías sino en qué historicidad se van inscribiendo y se van haciendo imprescindibles. ¿Cómo historizás la aparición de este momento de aceleración supertecnológica?
Para que existiera la televisión, o el cine, no bastó con la invención del aparato técnico, se necesitaban enormes transformaciones de la subjetividad que son muy previas. Por ejemplo, la construcción de la ciudad moderna como una metrópolis inabarcable por la experiencia, la proliferación de ilustraciones en las revistas, el uso de todo tipo de artefactos ópticos. Se necesitó además, acostumbrar a las personas a que el mundo no se les presentara de forma inmediata sino mediatizada. Y también se necesitó disponer de una fe perceptual en que lo que aparece en televisión es mas verdadero que lo que antes se mostraba de otra manera. Lo mismo pasa con Internet: no es posible conectarse si primero no se hubiera elevado la categoría de información a estatuto de saber. Más importante quizás, la categoría conceptual de “representación”, tanto en política como en el arte y el consumo de espectáculos, se volvió el modo de comprender nuestra relación con “la verdad”.

Y eso no es nuevo…
No, para nada, es un proceso que proviene del siglo XIX, la unificación del mundo mediante procesos comerciales y tecnológicos. El ideal de Internet, en última instancia, es el modelo “Benetton” de la década de 1990, una sociedad global donde todos los habitantes del mundo se entienden entre sí. Pero primero tiene que haber un cierto grado de aplanamiento antropológico para facilitar la interconexión, algo que también concernió a la unificación de pesos y medidas en el siglo XIX, sin la cual la expansión del capitalismo hubiera sido muy lenta.

¿Y cómo nace Internet, como decís, como una “voluntad de poder en sí misma”?
Es un fenómeno de masas, pero asimismo es un vehículo acelerador del capitalismo y del control sobre la población. Un gran movilizador de las finanzas, puesto que se amplía la esfera del consumo. Voluntad de poder significa que es voluntad de voluntad, que se potencia a sí misma. El cristianismo, cuando se expandió por el mundo, a través de la evangelización y la conquista, era una voluntad de poder en movimiento. La televisión en su momento también lo fue. Son fenómenos en los cuales se expanden e intensifican el control, el afán de lucro y la extroversión de las psicopatologías de masa. Es necesaria una mirada menos ingenua sobre las máquinas y los procesos técnicos, una mirada no ajena a la curiosidad pero también escéptica y alerta. ¿Qué ocultan, qué sostienen los aparatos? Esa es la pregunta que me parece importante.

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16 septiembre, 2014

La misma cantinela

Philippe Pelletier

¿Por qué la casi totalidad de los partidarios de la desaceleración* no adopta las propuestas anarquistas, a pesar de su diagnóstico sobre “el estado del planeta”? Los que se sorprenden de ello lo deploran amargamente, pero en realidad la cuestión está mal planteada.

*Aclaramos, en acracia.org, que la traducción de este artículo ha optado por la palabra “desaceleración” como traslación del francés “décroissance”; en Internet, y en otros medios, se ha popularizado en cambio el término “decrecimiento”.

Porque hemos de dar la vuelta al razonamiento. ¿No será debido precisamente a que su diagnóstico es falso por lo que los “desaceleracionistas” preconizan, coherentemente, medidas que son igualmente falsas puesto que se mantienen en el marco del capital (la propiedad privada, los salarios y el dinero, sobre todo) y del Estado (al que consideran como neutro y regulador)? Al contestar la pregunta bajo este ángulo constatamos otra lógica.

La letanía: cantinela del catastrofismo

La lógica de la mayoría de los partidarios de la desaceleración es prácticamente siempre la misma: nos precipitamos hacia la catástrofe. Según los matices, ese “nos” designa la Tierra, el planeta, el mundo o la Humanidad. En realidad se trata más bien de la Tierra o del planeta, elementos del lenguaje que confieren naturalidad a las problemáticas sociales vaciando de todo contenido a lo humano. Habría que salvar “lo vivo”: la vida, concepto que todos los religiosos adoran. Esta evolución semántica es resultado de una orientación ideológica en la que se han comprometido desde hace más de un siglo los científicos partidarios del naturalismo integrista y horrorizados por todo lo que pudiera parecerse de cerca o de lejos al socialismo y, aún más, al socialismo libertario.

El catastrofismo además viene acompañado muy a menudo de una letanía ruidosa e implacable. “Choque climático”, “agotamiento de los recursos”, “destripamiento del subsuelo del planeta”, “masacre forestal”, “vaciado de los océanos”, “sistema con el agua al cuello”, “canto del cisne” y lo dejo aquí. El periodo del solsticio de invierno es propicio a este catálogo de ansiedad, ya que en los países de la zona templada se corresponde con un alargamiento de las noches generador de angustia, pero también de llamadas al salvador que vendrá al final a traernos la luz.

La letanía, enumeración sin fin de las miserias cuyo registro es típicamente religioso, para funcionar bien ha de dirigirse a una instancia superior (Dios, el partido, el gobierno mundial…) que sustituirá al salvador del mundo, y a nosotros con él. En la religión cristiana, Jesús es el salvador. En el ecologismo estándar, no es visible de entrada. Pero hay algunos sustitutos: la naturaleza, Gaia, Al Gore, o cualquier predicador, incluso el estafador que preside el GIEC, Rajendra Kumar Pachauri, que ha manipulado las cifras del clima y ha montado su empresa de energías renovables (la mar de práctico: se denuncia el mal, y se vende la solución).

La mística ecologista está en realidad saturada de creyentes de todo tipo, tanto de protestantes puritanos como de católicos imprecadores: Jean-Marie Pelt, Vincent Cheynet, Paul Virilio, Gilbert Rist, Pierre Rabhi, Dominique Bourg, Jean-Pierre Dupuy, además de los fallecidos Jean Dorst, Jacques Ellul o Bernard Charbonneau, por citar a algunas figuras francófonas. Véase a Paul Jorion, que anuncia sin parar “el derrumbamiento inminente del capitalismo” y que acoge en su blog el Manifiesto de los cristianos indignados.

Al final de uno de sus libros, el “desaceleracionista” Serge Latouche pide a la Iglesia católica que lidere la protesta contra la sociedad de consumo, retomando una idea ya formulada por Pasolini (1).

La letanía: una postura intelectual religiosa

Pero no nos equivoquemos. No es porque creamos que todos esos personajes, algunos de los cuales son muy influyentes en el mundo de la desaceleración, sean sospechosos. No. Por el contrario, se debe a que tanto su fe como sus convicciones ecologistas se basan en el mismo resorte intelectual, con lo que la ligazón entre las dos da lugar al mismo callejón sin salida. Dicho de otro modo, la letanía no es un error metodológico: es una postura intelectual, religiosa.

La religión no es solo la afirmación de la existencia de un dios. Es una concepción que consiste en colocar al individuo con sus responsabilidades ante un elemento exterior que no existe, que se sitúa en el futuro o en el Más Allá: el ser supremo, por ejemplo, o bien las “generaciones futuras” del pseudo-comandante Cousteau, ese petainista, unas generaciones que, por definición, no están todavía ahí. Que trata de movilizar a los individuos sirviéndose de la culpabilidad o del miedo. Que considera la sociedad desde un punto de vista moralizante en el sentido más sermoneador del término. Que aborrece la ciencia o la técnica porque no se someten a Dios, es decir, que habla en su nombre. Que sueña en la teocracia.

Que la letanía sea verdadera o falsa importa poco a nuestros predicadores. Ellos saben bien que sobre todos los estudios –ya sean sobre evoluciones climáticas, sobre el número o la extinción de las especies, sobre el exceso de pesca o la deforestación- los científicos no están de acuerdo entre ellos y que, a veces, las disensiones son importantes, y los argumentos válidos. Sin duda hay que amonestarlos, excomulgarlos, calificarlos de “escépticos” (la palabra “descreídos” no queda lejos), cuando en realidad la duda está en la base misma de la ciencia, de esta ciencia en la que se cuestiona en ocasiones la existencia, pero de la que admiten los resultados cuando están a su favor.

La letanía pone uno tras otro los fenómenos sin que su ligazón lógica sea explícita, con una excepción: el “crecimiento”. El “crecimiento” es considerado como el responsable de todos los males. Tomado como el primer grado en la argumentación del Producto Interior Bruto, indicador cuestionado por los analistas serios. Visto como exceso de producción, lo que viene a enmascarar el bajo consumo de millones de individuos, y como agotamiento de los recursos: ahí vuelve la letanía (2).

La letanía, técnica y finalidad autoritarias

Poco importa, porque la letanía es a la vez instrumento y finalidad. La catástrofe, que es el corolario invariable, parece a la vez temida y deseada. En el apocalipsis de los cristianos, los que se salven irán al paraíso. Como aspiran a ese paraíso ¿no desean ese apocalipsis? Perversidad clásica del sistema religioso.

En la catástrofe de los ecologistas profundos, los que podrán pasarse sin coche, sin ordenador portátil y sin agua caliente en el fregadero tendrán la conciencia tranquila. Además, dado que el capitalismo corre a su perdición, según ellos, del mismo modo que pensaban los marxistas respecto al comunismo surgiendo de las contradicciones del sistema, el hundimiento temido-deseado los llevará a los viejos y buenos tiempos de la frugalidad y la tribu ahorradora.

Esos pensamientos surgen sobre todo entre los retoños de las capas sociales bien alimentadas, que no han conocido ni conocen realmente la miseria material. Más prosaicamente, si el peligro no es el que se describe, si la catástrofe anunciada tantas veces no llega realmente, si Fukushima está justificado porque el átomo produce menos gas de efecto invernadero, ¿qué va a ser de los gurús que profetizan el hundimiento? ¿No perderán su aura, su notoriedad, su poder? ¿No defenderán con uñas y dientes su magisterio? ¡Menos mal que uno de los alarmistas más célebres, Paul R. Ehrlich, que no ha dejado de equivocarse en sus sombríos pronósticos demográficos (la famosa bomba P), acaba de ser elegido por la Royal Society de Londres!

La letanía acoplada al catastrofismo es un medio de sacudir las mentes, incluso de aterrorizarlas. Además, ante el hecho de que no sea incompatible con la sociedad del espectáculo que se alimenta del drama hasta su corazón hollywoodiense, para la casi totalidad de los ecologistas se supone que hay que asustarse, sensibilizarse, luego concienciarse y después comprometerse. Pero esta idea del miedo consejero, como lo sería el del policía, hay que rechazarla no solo porque sería autoritaria, sino también porque es ineficaz. Y contraproducente.

Se trata, sobre todo, de hacer a los individuos impotentes impresionándolos, de modo que el reto parece desmesurado, inhumano (¿divino?). En efecto, ¿cómo hacer para luchar contra el clima? ¿Para sustituir el petróleo por otra cosa aquí y ahora?

En este estadio, la impotencia cede ante dos paliativos: el pasotismo puesto que todo es desmesurado, imposible, por tanto, un efecto contrario al deseado despertar de las conciencias; o bien una forma de compromiso que pasa por el repliegue sobre uno mismo o sobre una pequeña comunidad de cátaros (los puros). Se otorga la confianza a instancias que saben que son poderosas, expertas, eficaces, y la instancia que emerge es el Estado. El Estado nación o el Estado del gobierno mundial.

Esas dos opciones no son incompatibles, señalémoslo. Esa es la función sistémica de las desaceleraciones que legitiman siempre al Estado, pilar del sistema que pretenden criticar. Hace una eternidad que el capitalismo ha reciclado la idea de small is beautiful (pequeñas unidades de explotación, pequeñas fábricas, grupos de trabajo que se organizan por su cuenta…), lo que no es incompatible con los proyectos gigantes (infraestructuras, megapolis, medios de transporte, conquista espacial…). Lo uno no impide lo otro, sino al contrario: ambos permiten vivir al capitalismo, y al capitalismo verde, afirmarse.

El antiestatismo no es metafísica: es una organización social

La relegitimación del Estado se encuentra con el anarquismo, antiestatista por definición. Pero conviene ahora rectificar nuestras ideas aprendidas. La crítica anarquista del Estado no es metafísica. El Estado no se considera al mismo nivel que Dios –una entidad trascendente- sino como una mala organización, una autoridad descarriada, incluso si la idea de Dios por medio de las Iglesias acompaña históricamente a la constitución del Estado.

El anarquismo se dirige tanto al principio de heteronomía del Estado como a su organización jerárquica en cascada. No cuestiona la organización, ni siquiera la organización en centro y periferia, que tan incansablemente repitieron Proudhon, Bakunin, Malatesta e incluso Kropotkin cuando llegó a liberarse de su obsesión descentralizadora… Preconiza el federalismo libertario, la relación de todos los grupos de gestión directa sobre una base económica, social y territorial (federación de productores, de consumidores, de municipios).

Pero, eso ya no basta, porque pasa por la puesta en cuestión de dos realidades mayores: la propiedad y el dinero. Sobre esas dos problemáticas, lo menos que se puede decir es que los anarquistas han aportado numerosas reflexiones y realizaciones, ya sea a los almacenes de Estados Unidos o al vendedor y comprador estableciendo un precio, las cooperativas, el mutualismo, las colectividades en España en las que se llegó a quemar el dinero, las discusiones durante los años cincuenta sobre el movimiento abundancista de Jacques Duboin…

Los partidarios de la desaceleración no se refieren a todo eso, sobre todo por una sencilla razón: es incompatible con su diagnóstico y sus postulados.

¿Desaceleración o “desdineración”?

Curiosamente, los anarquistas olvidan actualmente la cuestión de la propiedad y del dinero en beneficio de las cuestiones sociales y de comportamiento. Eso está muy de moda en América, y es en parte compatible con el sistema del momento (por ejemplo, tenemos mujeres a la cabeza del FMI, de algunas presidencias de Estados, de la organización del patronato francés desde hace algunos meses –el boleto ganador era mujer y vegetariana), pero bien alejado de la dinámica socialista. En este marco se deslizan las actitudes desaceleradoras. Comer verduras bio está bien, pero ¿es la solución?

Cuando pasamos al euro, salvo raras excepciones, las publicaciones anarquistas se mantuvieron mudas respecto al tema de la moneda, incluso las revistas pretendidamente reflexivas, lo que es el colmo. Desde ese punto de vista, el movimiento de la “desdineración”, recientemente aparecido, plantea de nuevo las cosas. Desde su fundación, es mucho más pertinente que el de la “desaceleración”.

Porque, repitámoslo, los principales analistas y teóricos de la desaceleración no cuestionan la propiedad, y desde luego, tampoco el dinero. Critican, es cierto, la extensión de la mercantilización, pero el recurso a ese concepto de “mercantilización”, por otro lado claramente marxista, es discutible porque deja creer que podría haber “sectores no mercantiles” en la economía capitalista…

Su ideal, de hecho, consiste en reducir al mínimo los intercambios de bienes para que la moneda no solo no vuelva a plantearse, sino que se haga inútil. Como por encantamiento. La frugalidad reclamada desde hace siglos por todas las Iglesias agrupa ahora el proyecto comunitario de esas mismas Iglesias, que sueñan con abundancia de monasterios autárquicos y humildes, pero que, sabiéndolo imposible, al no llegar hasta el fondo de esta idea, consisten en definitiva en remitirse al Estado como instancia policial, incluso como protector entre los partidarios del soberanismo.
Para decirlo claramente, la mayoría de los partidarios de la desaceleración se equivoca en el diagnóstico de la situación actual y, por tanto, en las soluciones. Imaginar que podrían preconizar un anticapitalismo consecuente en su antiestatismo, a instancias del anarquismo, solo sería hacer votos piadosos. Ya es hora de dejar de engañarse, pues el fin del mundo no está a la vuelta de la esquina, lo queramos o no.

Notas:
1.- Serge Latouche, Le parti de la décroissance, Fayard, París 2006, p.283.
2.- La idea de una economía depredadora de los recursos naturales no es nueva. Data al menos de la década de los años ochenta del siglo XIX, con la Raubwirtschaft del geógrafo Friedrich Ratzel (conservador, por no decir reaccionario), y luego con su colega Ernst Friedrich a partir de 1904, cuando el geógrafo Jean Brunhes introdujo las ideas en Francia. Sobre las relaciones entre Ratzel, Brunhes y el geógrafo anarquista Élisée Reclus, véase mi libro Géographie et anarchie, Reclus, Kropotkine, Metchikoff…, Éditions du Monde libertaire y Éditions libertaires, París/Chaucre 2013.

Publicado en el número 308 del periódico anarquista Tierra y libertad (marzo de 2014)