Las
raíces de la crisis del Estado español con centro en Catalunya, tienen larga data. Para entender esto, recordaremos algunas fechas y hechos
relacionados con las tendencias
centrífugas que hoy actúan allí con mayor fuerza que en otros estados
europeos.
En
estos momentos, los vientos de descontento, y crisis sociales y políticas
soplan en toda Europa y la UE.
No por
casualidad el Estado español es uno de los territorios donde adquieren mayor
entidad esos fenómenos. Allí han tomado cuerpo como tendencias centrífugas, que
se expresan en la lucha de Catalunya por su derecho a separarse y constituirse
como “Estado independiente bajo la forma
de República”.
No se
trata de un capricho ni de una operación demagógico-electoral del momento, como
algunos lo quieren presentar. Refleja, por el contrario, males “genéticos” del
llamado “Estado español”.
En su
caso, esos problemas se advierten hasta
en el nombre. ¡No hay unanimidad ni en cómo denominar a ese Estado!
Oficialmente se habla de “España”
(o, peor, de “Reino de España”).
Entre otras cosas, esto implica dar por descontado que se trata de un Estado-nación,
como por ejemplo Francia.
Otros,
más realistas, hablamos de “Estado
español”. Es decir, de una situación de hecho cuya legitimidad de origen es
cuestionable… y que ahora, con lo de Catalunya, vuelve a ser crecientemente cuestionada. Y no sólo por la tentativa catalana de
independizarse.
El
origen inmediato del actual “Estado español” es la simbiosis
de una de las más atroces dictaduras del siglo XX –la del “Caudillo” fascista Francisco Franco– con la rama española de la
antigua (y detestable) monarquía de los
Borbones. El tercer componente
de esta simbiosis ha sido la infame capitulación
de los principales partidos opositores a esa dictadura. Partidos
supuestamente “democráticos”, pero que terminaron pactando con ella. A saber:
los “socialistas” del PSOE, los “comunistas” del PCE, y varios partidos
“nacionalistas” de Catalunya, Euzkadi, Valencia, etc.
Eran
imprescindibles para darle un barniz “democrático”
y de “renovación” a lo que en verdad
era un operativo continuista, estafando
así a las masas que no iban a tolerar una continuidad
directa. Para eso se aplicó la clásica fórmula: “cambiar todo para que todo siga igual”.
Ese
recambio o recomposición, ya acordado previamente, se concretó luego de la
muerte del dictador, el 20 de noviembre de 1975. El borbón Juan Carlos I, que
había sido seleccionado en vida por el mismo Franco para sucederlo, fue
proclamado rey dos días después.
Se
abrió entonces un período conocido como la “transición
a la democracia”, que fue de lo más antidemocrático. En 1978, se dispusieron desde arriba
cambios constitucionales, sin molestarse en convocar una Asamblea Constituyente verdaderamente democrática, no fuera
a ser que la cosa se desmadrase y que al populacho se le ocurriese, por
ejemplo, sacarse de encima a los malditos Borbones y restablecer la República.
Así
nació el llamado “régimen del 78”,
que garantizó la continuidad en el poder de los sectores de la burguesía que se
impusieron con la guerra civil de 1936-39, aunque haciendo un lugar en la mesa
a otros actores políticos dispuesto a colaborar.
Pero
el “mundo feliz” del posfranquismo dejó muchas cosas de fondo sin resolver. En
los primeros tiempos, la colaboración con Madrid de los partidos nacionalistas
tradicionalesde Catalunya y el País Vasco, sumada a la traición de los partidos “obreros”, como el PSOE y el PCE, y la burocratización de las centrales sindicales
UGT (Unión General de Trabajadores) y CCOO (Comisiones Obreras) pareció que
solucionaba las conflictos y contradicciones históricas del Estado español.
Sin
embargo, con el paso del tiempo, esto se ha ido revelando como una ilusión. Los
viejos demonios que se creía exorcizados, salen de los roperos y comienzan a
hacer de las suyas.
Lamentablemente,
el demonio de uno de los movimientos obreros más combativos y heroicos de la
historia, aún no ha vuelto a reencarnarse. ¡Esperamos que vuelva a escena!
¡Pero ya está haciendo de las suyas el demonio
de las nacionalidades, amenazando con la independencia catalana!
Esto
tiene antecedentes seculares. Por eso, como adelantamos al inicio, comentaremos
algunas fechas y hechos en relación a Catalunya y el Estado español.
11 DE SEPTIEMBRE, “DIADA NACIONAL DE
CATALUNYA”
O, en
español, “Día de Cataluña”. Casi
todos los Estados y/o naciones tienen su “día” conmemorando algún gran triunfo nacional. En EEUU y países
de América Latina, suele ser la fecha de declaración de la independencia. En
Francia, el 14 de julio, en que se conmemora la “Toma de la Bastilla”, día de
triunfo de la Revolución en 1789.
Catalunya
es una excepción. La “Diada Nacional de
Catalunya” no “festeja” nada. Conmemora una terrible derrota sufrida el 11
de septiembre de 1714. En esa fecha Barcelona, después de un largo y sangriento
sitio, fue tomada por las tropas franco-castellanas del nuevo rey Felipe V, impuesto por los Borbones (familia que también gobernaba
Francia con Luis XIV). Ese día, en Catalunya salen a la calle inmensas
multitudes con la “estelada”, la bandera de cuatro estelas rojas sobre fondo
amarillo. Es una afirmación catalanista contra el dominio de Madrid.
Es que
el triunfo de la nueva dinastía borbónica en 1714 significaría para Catalunya
la pérdida de instituciones propias
de gobierno semi-independientes, y de las libertades civiles. Desde ya que
estas “libertades” y “autogobierno” eran válidas esencialmente para la nobleza
y la naciente burguesía, pero eso se proyectaba también hacia abajo.
Otra
consecuencia de la derrota de 1714 fue la liquidación por decreto de Felipe V de la “Generalitat de Catalunya”, que había sido establecida en el siglo
XIII. Bajo ese nombre, con muchos cambios
e interrupciones, a lo largo de los
siglos se sucedieron diferentes instituciones de autogobierno catalán.
El
hecho curioso (y significativo) es que hoy Felipe
VI (actual rey Borbón y descendiente del Felipe V del siglo XVIII) lanza
por TV desde Madrid rayos y centellas contra los malditos catalanes que
nuevamente le hacen frente a la monarquía familiar.
Efectivamente,
esa rama de los Borbones siguió reinando, aunque con varias intermitencias, en el Estado español, entre ellas, la de
la brevísima Primera República
(18731874). Simultáneamente, el siglo XIX fue de gran decadencia para España, que había perdido casi todas sus colonias,
sobre todo en América Latina.
Esa
decadencia no fue contrarrestada por un curso revolucionario. Concretamente, no lograron triunfar procesos como la
Revolución Francesa de 1789, que barriesen no sólo la podredumbre de la
monarquía borbónica sino también a sus viejas clases dirigentes.
La
Revolución Francesa logró forjar la “República
una e indivisible”. Eso en España no se logró. Tampoco, procesos como los
de la unificación nacional de Italia o de Alemania. La Primera República,
después de agonizar dos años, desembocó en otra restauración de los Borbones.
Pero,
contradictoriamente –en medio de un atraso generalizado que hizo nacer la
expresión despectiva “África empieza en los Pirineos”– en el Estado español
comenzaron a darse focos de
industrialización y desarrollo capitalista, en el País Vasco y sobre todo
en Catalunya.
Sin
embargo, esto no solucionó las cosas, sino que agudizó aún más las contradicciones. Mientras el centro del poder
político estaba en la atrasada Madrid, las dos regiones de pujante desarrollo
eran el País Vasco y Catalunya, con nacionalidades
diferentes a la de Castilla, y que tenían idiomas propios, pero que no
gobernaban España.
Ese
desarrollo (y ese contraste) fue especialmente notable en Catalunya. En la
“Belle Époque”, entre 1871 y la Primera Guerra Mundial (1914), mientras en gran
parte de España reinaba el atraso, Catalunya se había industrializado y
Barcelona era una ciudad que rivalizaba con París.
Esa
industrialización haría también de Catalunya la cuna de uno de los movimientos obreros más combativos de Europa,
aunque conducido principalmente no por los marxistas sino por el anarquismo. Y
sus luchas no se limitarían a conflictos sindicales.
Pero
no sólo un fuerte movimiento obrero y sus corrientes políticas anarquistas y socialistas
se desarrollaron al calor de la industrialización catalana.
Ya
tempranamente, en la década de 1880, nace también el “catalanismo político”. Desde entonces, se fueron sucediendo infinidad de corrientes nacionalistas
con los más diversos programas. Ellos fueron, desde la pelea por cierta
autonomía en relación a Madrid, hasta la lucha por la independencia del Estado
español.
El nacionalismo catalán tomaría cuerpo en
parte de esa burguesía y sobre todo de las clases medias. Es que ayer y hoy,
los grandes burgueses han sido más bien “españolistas”. Un buen ejemplo fue el
hombre más rico de Catalunya en su época, el banquero Juan March. Lejos de ser
“catalanista”, fue el principal contribuyente de la “cruzada” fascista de
Franco. Hoy las cosas no son muy diferentes…
LA GENERALITAT DE CATALUNYA Y LA GUERRA
CIVIL
Con la
caída de la monarquía de los Borbones en 1931 y la instauración de la Segunda
República, no sólo comienza un período revolucionario en el Estado español,
sino también de ascenso de los movimientos nacionalistas en Catalunya (y en el
País Vasco). En Catalunya esto implicó la resurrección de la Generalitat y la
posterior concesión de un Estatuto de Autonomía.
El
intento de golpe de Estado fascista del 17 y 18 de julio de 1936 encabezado por
el Gral. Franco fracasa, pero al mismo tiempo inicia la Guerra Civil que se
prolongaría hasta el 1º de abril de 1939.
En esa
derrota inicial de los fascistas, las masas populares de Catalunya,
principalmente los obreros de Barcelona
organizados en milicias, jugaron un papel de primer orden.[1]
Pero
Catalunya, al mismo tiempo que un bastión de la resistencia, sería el escenario
más nítido de las contradicciones del
campo republicano, que contribuyeron al triunfo final de los fascistas.
El
Partido Comunista acataba las directivas de Stalin de enfrentar al fascismo
promoviendo el “frente popular” con los
burgueses “democráticos”. Entonces, no había que molestarlos ni asustarlos
con medidas radicales que favorecieran los intereses de obreros y campesinos.
Pero eso era “política-ficción”: la
burguesía y los privilegiados en general, ya se habían pasado en masa al campo
de Franco en la guerra civil.
Simultáneamente,
esa política implicaba que no se ponía
en pie un poder obrero y popular como el que había logrado el triunfo en
las guerras de la Revolución Rusa, ni se
satisfacían las demandas de los trabajadores de la ciudad y del campo. Al
mismo tiempo, los stalinistas imponían un
régimen cada vez más represivo contra las bases obreras y populares.
El
descontento creciente llevó en mayo de 1937 a todo un sector de trabajadores,
principalmente anarquistas, organizados en milicias, a sublevarse tomando
puntos importantes de Barcelona. Pero el anarquismo, aunque mayoritario en las
masas trabajadoras, no tenía por definición una política para la conquista del
poder. Estaba además dividido. No fue difícil derrotar esa protesta.
Esto
dio la oportunidad al stalinismo de desatar una brutal represión. Fueron
masacrados, en primer lugar, los dirigentes y activistas del POUM (Partido
Obrero de Unificación Marxista), calificado de “trotskista”.
Al
mismo tiempo, en la dirección de la Generalitat, se fueron imponiendo
personajes cada vez más a la derecha, tanto socialdemócratas como de la escasa
burguesía “republicana”. Una de sus primeras medidas después de mayo de 1937
fue disolver las milicias obreras
que habían derrotado el golpe fascista de julio de 1936 y habían contenido los
avances de las tropas de Franco.
La desmoralización profunda que produjo
este curso a la derecha entre las bases obreras y populares, abrió el camino a la derrota en la guerra
civil. Décadas después, los partidos que impulsaron o avalaron esta infamia
–el PCE y el PSOE– estarían en primera fila de la colaboración con los Borbones
para instaurar la monarquía sucesora de Franco.
Aunque
todavía hay grandes diferencias con esa época de revoluciones (y
contrarrevoluciones), las enseñanzas de la guerra civil y en especial de la
heroica lucha en Catalunya, deben ser patrimonio de todos los luchadores por el
socialismo. Y muy tenidas en cuenta para lo que se viene.
Notas: 1.- Sobre todo esto,
recomendamos la lectura de George Orwell. “Homenaje a Cataluña y otros
escritos”, Tusquets, Barcelona, 2015.
Así que Francia con su revolución es un ejemplo de lucha por la "liberte" jajaja y Catalonia es la patria de los emprendedores, que se hacen a sí mismos, si claro. jojojojo y después llega la derecha catalana gracias a la cual manda el PP en Egpaña (antes el P$oE) y dice que los va a librar del yugo opresor.
ResponderEliminarSe menciona algo de sindicalismo, ¿pero porqué surgió?
-No, eso no se dice,
-¿Sería por las condiciones de trabajo? ¿y quien formaba esa masa obrera principalmente?
-Pues los inmigrantes de otras regiones de España, forzados por la miseria impuesta para que huyeran hacia las zonas industriales.
Así todo ha sido siempre una colaboración entre la burguesía catalana y española, aunque a veces los más ladrones de los primeros piensen que pueden robar aun más "por libre" y han arrastrado a los más imbéciles de entre la masa obrera, para que peleé por sus intereses, como ahora.
Salud!
Mírate eso, es un poco largo pero vale la pena.
ResponderEliminarhttps://matapuces.blogspot.com.es/2017/10/colaboracionismo-y-contrarrevolucion-en.html