Pasan
los días, pasan las semanas y los meses, y no se vislumbra una solución
razonable a la llamada “deriva independentista catalana”. Pasa el tiempo y
mi paciencia se agota. Cataluña no es mi principal problema, por mucho que
intenten convencerme de ello el Gobierno y sus aliados, los periódicos, las
televisiones y las radios. Mis problemas están mucho más cerca, a la vuelta de
la esquina.
No
creo en las fronteras, no creo en las banderas, no creo en la unidad de España,
no creo en Europa como referencia económica o moral. Creo en la geografía como
casualidad, como anécdota vital: nací aquí, pero muy bien pude haberlo hecho
allí. Soy español, pero pude haber sido senegalés, ecuatoriano, australiano o
chileno. Cuestión de suerte. Así las cosas, considero más importantes los
problemas de alimentación, de salud y de vivienda, por poner solo algunos
ejemplos, que los problemas de identidad, de banderas o de fronteras.
¿Cataluña?
Perdone que cambie de tema pero, mientras hablamos de independentismo, el riesgo
de pobreza y exclusión social en el lugar donde vivo, Castilla-La Mancha,
ha subido un 1,2%. En 2016 afectó al 37,9% de la población, es decir, a unas
773.700 personas, de las que el 7,7% padecen pobreza severa. No quisiera
parecer paleto o egoísta, puede llamarme demagogo, pero lo cierto es que me
angustia enormemente la deriva económica, social y cultural que viven los que
me rodean. Y me preocupa que todas las miradas, que todos los esfuerzos, se
centren en cuestiones de historia, de ordenamiento, de Código Penal.
La
pobreza y la exclusión social nos separan más que las fronteras y las banderas.
Nos dejan no solo más aislados, sino más ignorantes, peor preparados, más
indefensos. Nos alejan, de nuestros vecinos y de un futuro digno. ¿Estará
alguien interesado en que aumente la brecha social, en que una mayoría sea cada
vez más pobre, más inculta, más manejable? Tal vez desean que creamos que
nuestros enemigos son los catalanes, no quienes han convertido este país en un
nido de corruptos, en un ejemplo de desigualdad. Y que nuestro problema es
Cataluña, y no el riesgo de pobreza y exclusión social que afecta, sin ir más
lejos, a más de la mitad (54,6%) de las mujeres castellano manchegas.
Pretenden que defendamos la bandera de España en lugar de la igualdad y la justicia
social.
Artículos como este si merecen especial atención.
ResponderEliminarHay algo que me gustaría destacar. Soy de aquí por casualidad, pero podría haber sido de allí o de allá, o del otro lado. O lo que es más real. Si no se hubieran dado todos las casualidades de encuentro, de tiempo pars encontrar afinidades comunes, condiciones de apareamiento de nuestros progenitores... con total seguridad no existiriamod. Por que además de todo en lo que no cree el articulista yo añado el de no creer en el alma. Si bien es cierto que tener esa consideración nos hAce pensar que para resto de personas nos deberia hacer iguales. Pero casualidades de la vida nos ha hecho nacer en unos tiempos determinados y en unos contextos determinados tanto social como geográficos. Con el tiempo esa influencia de todo ese conjunto afecta en mayor o menor medida en función de nuestra capacidad de reflexion, análisis y síntesis. Creandonos de esta forma nuestra manera de entender el munddo. Cataluña no debería ser el problema de nadie. El problema deriva de todos y de ninguno.