02/10/2017
Hay momentos en los que la realidad se simplifica. Ya ha pasado la hora de
sopesar cuánta verdad y cuánta mentira existe en los argumentos que pretenden
defender la unidad de España o proclamar la independencia de Catalunya. Tampoco
es necesario remontarse al año 1714 ni seguir buceando en los agravios más
recientes. Cuando se apela a "la Ley y el Orden", de pronto, todo se
clarifica y cada posición queda perfectamente definida en el tablero de juego.
Entonces, algunos de los que habíamos permanecido callados, y porque nos sale
de las tripas, sabemos dónde ponernos: siempre estaremos enfrente de los que
desean imponer la consigna que restablece la autoridad. Conocemos muy bien una
frase acuñada en Francia antes de la revolución de 1848 que decía: "La
legalidad mata".
Efectivamente estamos, pues, contra el Estado español y su legalidad,
aunque para ello tengamos que apartar las banderas que ahogan porque quitan el
aire, y los himnos que ensordecen e impiden escuchar a los que juntos, hablan.
Sería magnífico afirmar que a esta legalidad del Estado español se le opone la
legitimidad de un pueblo. Desgraciadamente no es así, y que no vuelvan a
engañarse los partidos independentistas.
La legitimidad que ellos defienden ha sido construida obviando por lo menos
a la mitad de los catalanes, se ha hecho en base a recursos jurídicos muy discutibles
y, finalmente, aprovechando la gestión de la violencia terrorista que han
llevado a cabo los Mossos después de los recientes atentados. Cuando un
tertuliano afirmó que durante unas horas Catalunya tuvo un auténtico Estado,
tenía toda la razón. Es Hobbes en toda su pureza. Yo abandono el derecho a
gobernarme a mí mismo y firmo un pacto de sumisión, a cambio de la seguridad
que se me ofrece.
En definitiva, y como siempre, el miedo a la muerte, el deseo de
tranquilidad y el dictado de la razón, están detrás del surgimiento del Estado.
Ahora bien, ¡pobre pueblo el que hace de un comisario de policía su héroe! y en
lugar de emplear la palabra matar emplea la palabra "abatir".
El mérito indudable del independentismo es haber desvelado el mito del
Estado de Derecho. Resulta divertido oír estos días a políticos catalanes
defensores del orden acusar al Estado español de ser un "Estado policíaco
y represor". O quejarse de las horas que han pasado en comisaría. ¿Y que
se creían? No, no hay ningún Estado de excepción. Hay lo que desde hace tiempo
coexiste perfectamente: el Estado-guerra y el fascismo postmoderno. El
Estado-guerra que, con la excusa del terrorismo, se pone más allá de cualquier
normativa jurídica, mientras persigue implacablemente al que señala como su
enemigo. Terrorista o sedicioso. El fascismo postmoderno que neutraliza
políticamente el espacio público y expulsa los residuos sociales. Por cierto,
fue CiU quien plantó la semilla de la Ley Mordaza en julio de 2012 en las
Cortes españolas.
El protoEstado catalán que, como todos los Estados, se ha construido
mediante engaños y la gestión del miedo, hace años que intenta transformar al
pueblo catalán en una auténtica unidad política. En este sentido las
convocatorias de cada 11 de septiembre han servido para ir puliendo y
domesticando un deseo colectivo de libertad que no puede recogerse en una sola
voz.
La operación política ha sido la siguiente: el Govern decide quién es su
pueblo, y en la medida que consigue convertirlo en una unidad política, es
decir, en un nosotros contra un ellos, adquiere una legitimidad que le permite
negociar con el Estado español. En verdad, el independentismo hegemónico no
desea ningún cambio social realmente profundo. Llama a la desobediencia al
Gobierno para enseguida obedecer al Govern. "De la ley a ley" nos
aseguran. En el fondo las élites dirigentes siempre se entienden entre ellas ya
que la sombra del capital es muy alargada.
Por eso en esta guerra en la que estamos metidos, lo más probable es que
cada oponente realice lo que se espera de él. El Gobierno dirá que ha defendido
el Estado de Derecho hasta el final, eso sí, de manera proporcionada. El Govern
afirmará que, en las condiciones actuales, se ha llegado tan lejos como nunca
se había conseguido. Es difícil pensar que la lógica del protoEstado catalán
conduzca más allá de una ruptura pactada que debería plasmarse en una reforma
de la Constitución.
Con todo la situación permanece completamente abierta. Cuando las calles se
llenan de gente y delante se alza un Estado prepotente, incapaz de autocrítica
y que desconoce cualquier forma de mediación, puede suceder cualquier cosa. Y
realmente es así. Nadie sabe que pasará porque se ha producido una situación
inédita: votar se ha convertido en un desafío al Estado.
Para muchos de nosotros, el voto nunca ha sido portador de cambios reales.
Ahora, sin embargo, el mero hecho de querer votar tiene algo de gesto radical y
transgresor. Es extraño lo que está sucediendo. Ciertamente mucha gente se
emociona y se cobija bajo la bandera independentista. Pero también somos muchos
lo que ahora acudimos y permanecemos en la intemperie. A pesar de que no
tenemos bandera alguna sabemos que hay que estar allí.
Nosotros tampoco tenemos miedo, pero nos cuesta olvidar. Cuesta confiar en
unos dirigentes políticos que mandaron desalojar brutalmente una plaza
Catalunya tomada, y que fueron de los primeros en aplicar medidas neoliberales.
En el año 2011 rodeamos el Parlament justamente para impedirlo. ¿Ahora tenemos
que fundirnos en un abrazo con ellos?
Cuando Felipe González afirma que "la situación en Catalunya es lo que
más me ha preocupado en cuarenta años" es una buena señal. Las fuerzas
políticas independentistas han sido capaces de intranquilizar a un poder
centralista y represivo que tiene siglos de experiencia. No es fácil derribarlo
y su reacción a la defensiva, lo prueba. Hay que reconocer, por tanto, la
fuerza de este movimiento político, su capacidad de organización y de
movilización. Pero el Estado español nunca concederá la independencia de
Catalunya. Para conseguirla, primero hay que romperlo, y para avanzar en este
proceso de liberación el independentismo catalán necesita muchos más apoyos. En
definitiva, oponerse al Estado español desde la voluntad de ser otro Estado, no
solo es poco interesante, es sencillamente perdedor. En cambio, imaginar una
Catalunya que persista incansable como la anomalía que es, sí puede lentamente
socavar la legalidad neofranquista, y constituirse además en la avanzadilla de
algo imprevisible en Europa.
Si queremos que el derecho a decidir no se quede en una consigna vacía, y
que el 1 de octubre no sea un final sino un comienzo, hay que terminar
definitivamente con la división nosotros/ellos establecida exclusivamente en
términos nacionalistas. Catalunya sola nunca podrá encontrarse a sí misma. La
república catalana únicamente puede nacer hermanada con las repúblicas de los
demás pueblos que viven en esta península.
Votemos, pues, para romper el régimen de 1978 heredero del franquismo.
Votemos porque votar en estos momentos constituye un desafío al Estado, y ese
desafío nos hará un poco más libres. Pero no olvidemos nunca el grito de
"nadie nos representa" ni tampoco que la lucha de clases sigue
actuando en lo que aparentemente es homogéneo.
¿Pero quien está detrás de AMBOS bandos?
ResponderEliminar¿Es que el gobierno central está lleno de gilipollas que no sabían haberlo hecho mejor o es que es parte del guión que les ha tocado y solo obedecen?
¿Como es que ni se ha detenido a ningún político catalán por sedición ni ninguno se ha llevado ningún palo votando?
¿Como es que los ciudadanos catalanes que viven tan bien o mejor que cualquier otro español, tienen tanto deseo de "libertad" aun cuando esto les llevaría directos a la miseria?
¿Como es que la policía más represiva del estado es ahora adorada como héroes?
¿como es que la Generatitat pide a las empresas que hagan huelga, en lugar de los obreros reclamando derechos?
No más primaveras Árabes, aunque solo nos tengan por un "país de moros"
Salud!
Yo pienso que las respuestas a todas esas preguntas que planteas están, en buena medida, contenidas en el artículo de Santiago López.
EliminarSalud!
"Proclamo en voz alta la libertad de pensamiento, y muera el que no piense como yo."
ResponderEliminarFrançois-Marie Arouet, alias Voltaire
Y... ¿?
EliminarPues... que se mueran los feos???
EliminarNo recuerdo quién lo decía...
Así es. Comparto,Maestro.
ResponderEliminarUn abrazo, Empe.
EliminarBuen articulo.
ResponderEliminareskerrik asko, ITXU!
EliminarBuen artículo, efectivamente. Llamazme egoista pero si tengo que escoger un bando escojo el mío.
ResponderEliminarSalud!