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“Ya se sabe que no se derriba el régimen de un soplo, pero mientras tanto cabe acá abajo corroer la fe en las mentiras que lo sostienen y dejarlo que se hunda. ¡Salud y a ello!” A G C
La
realidad es primariamente futura, como el Dinero lo es. No hay en verdad más
dinero que el futuro. Como se demuestra cuando el dinero es dinero considerable
y de verdad: el de la Banca, el de las Bolsas, el de los tráficos por la red
informática universal. No hay más dinero que el futuro, o en otras palabras, la
verdadera moneda del dinero es el tiempo vacío, y tiempo vacío no hay más que uno:
eso a lo que llamamos Futuro. Porque las otras formas del tiempo, torpes, embrolladas,
están siempre llenas o de acontecimientos, o de recuerdos inoportunos, o de
sentimientos, de cualquier cosa, pero el futuro está limpio. El futuro es el
puro tiempo, y es por eso en el Futuro en el que se asienta la Realidad, y con
el que el dinero, realidad de las realidades, opera como su moneda propia.
De
manera que es así como la realidad necesitada de fe es esencialmente futura, y ahora
ya entendéis mejor la igualación entre saber y fe. Respecto al futuro, lo que se
sabe es lo que se cree, lo que se cree es lo que se sabe. No hay ninguna otra manera
de saber. Basta sólo a partir de ahí, de lo que está bien claro con respecto al
futuro, el tiempo vacío, para entender que todo el resto de lo que se nos vende
como tiempo, aunque se llame también Pasado, Historia, cualquier tiempo real,
es decir, medible y contable, el tiempo de los relojes y los calendarios tiene
esa misma condición que aparece clara en el tiempo futuro. Tiene esa condición
de ser un tiempo vacío, en el que de verdad no pasa nada ni ha pasado nada. Eso
con respecto a las cosas que se llaman pasado y al saber del pasado que figura
como Historia, es bastante fácil de hacer: basta con arrasar todo lo que pueda
haber de recuerdo vivo en nosotros, y reducirlo al calendario, a las fechas, a
la Historia precisamente, entonces ya tenemos un tiempo perfectamente muerto y
por tanto tan manejable como el propio tiempo futuro. Lo que nos está pasando
ahora mismo, esta tarde aquí según os estoy hablando, parece que es cosa de
otro jaez. Se intenta que no haya nada de eso, que ahora mismo no esté pasando
nada, que esto ya, aparte de ser una cosa que tiene su justificación en el
futuro, por lo pronto en lo que los piensen que iba a ser y que va a ser todo
este ciclo de conferencias y para lo que va a servir, aparte de eso puede estar
ya convertido en algo que ha pasado: aquí estuvo Fulano de Tal, Don Agustín,
por ejemplo, y nos estuvo soltando unas ideas que él tenía acerca del saber,
del creer, de la realidad, del tiempo, o sea, haciendo conmigo eso que os he
presentado ahí, de manera que convirtiéndolo en un saber histórico, por tanto
plenamente real, y en el que ya no se puede hacer nada que no sea lo que ya
está hecho. De la manera más clara el órgano rey de los Medios de Formación de
Masas, la televisión, os lo está haciendo todos los días: procura que en el
mismo momento todo se convierta en Historia, que por el sólo milagro de
aparecer en la pequeña pantalla aquello ya no esté pasando sino que haya
pasado, que sea una historia, que esté muerto. Ese es el sentido que tienen los
noticieros de televisión a la cabeza y los de los demás Medios de Formación de Masas:
convertir en Historia todo. Todo esto por entrar un momento en política, que
para mí no se puede separar de la lógica para nada, del pensamiento, todo esto se
entiende bastante bien si uno recuerda que la función de poder, de cualquier forma
de poder, es la administración de muerte. Que el futuro es algo que está fundado
en que desde niño, contra lo que me quedaba de vivo y de niño, me han convencido
de que me voy a morir mañana. Y estoy constituido por una muerte siempre
futura. No hay otra: muerte de verdad, la mía, no hay otra: la siempre futura.
Y entonces comprendéis que desde esa raíz es donde el futuro mismo arranca, y
si es verdad que la realidad es primariamente futura, como he tratado de mostraros,
pues en eso está fundada la realidad y el Poder administra la muerte.
Eso
es lo que hace la Banca con la realidad de las realidades. Es lo que hace el Estado.
Es lo que hace cualquier forma de poder. Es lo que hace cada uno consigo mismo
y contra sí mismo: administrar su muerte. Admitir el cambiazo que le han metido.
En lugar de alguna vida que se podía vivir, en la que podía pasar algo, pensar
algo, descubrir algo, en lugar de eso tiempo, cumpleaños, oposición, matrimonio,
jubilación, hijos: tiempo vacío. En eso consiste la administración de muerte.
De manera que, naturalmente, el súbdito que ha admitido eso suficientemente,
que se lo ha tragado lo bastante, es ya un súbdito que cree en la realidad como
está mandado, que no le van a entrar ya grandes dudas acerca de que la realidad
sea todo lo que hay, y que se va a olvidar en cuanto salga de aquí de cualquier
cosa de las que estáis oyendo y que pudiera crearle problemas respecto a esa constitución
de la Realidad que implica su propia constitución personal en cuanto ente real.
El poder, terminando con este paréntesis político, necesita la Realidad. El Poder
la fabrica y además (este es el gran aliento de lo que nos queda por debajo del
Poder, de lo nos queda de verdad, de vivo, de pueblo) no deja de fabricarla, lo
cual sugiere que nunca está satisfecho con la realidad ya establecida, escrita incluso
en los libros y las tesis doctorales, enseñada en los planes de estudio como si
ya de antemano cualquier ministro pudiera saber todo lo que tiene que saberse a
lo largo de una año (porque un Plan de Estudios implica nada menos que eso: un funcionario,
un ejecutivo de la Cultura al servicio del Poder sabe al empezar el año todo lo
que los chicos y chicas tiene que saber a lo largo del año. Si no, no hay exámenes,
ni hay por tanto Institución de Enseñanza). De manera que esta es la situación
ridícula y sangrienta al mismo tiempo en la que nos encontramos. El Poder
necesita realidad y por tanto se obstina en rehacerla y volverla hacer y machacar
en ella todos los días, y esto es, como os sugería, un aliento para lo que queda
por debajo del Poder: si estuviera de verdad ahí, si la realidad fuera algo físico,
dado desde fuera, entonces qué necesidad tendrían de estarla predicando todos
los días por la televisión, desde las cátedras, en los centros de enseñanza, en
los libros, que más y más se publican acerca de la realidad o la física o la
histórica o la económica o la política o cualquier otra forma de realidad, si
lo hacen, como evidentemente lo hacen, sañudamente, constantemente y cada vez
más se podría decir, es porque nunca está bien hecha del todo. Este es el aliento,
no de esperanza sino de mera confianza negativa que nos asiste en aquello que
nos queda por debajo del Poder. Eso, si no hubiera pruebas más directas,
mostraría la falsedad de la pretensión de que la realidad está hecha. El saber,
concluyendo esta parte, la constituye. El saber nunca está apartado de la
propia realidad. El saber, en cuanto pretende estar establecido, se trata de
referir a una realidad que está establecida. Y esto es, evidentemente, mentira,
tan mentira como real. La Realidad es por tanto esencialmente falsa, según he
tratado de sugeriros: aparte de ser real es falsa, y es falsa porque está
sostenida por un saber, lo que es, un saber que, en los grados más altos, la
Ciencia positiva representa, y ese saber es falso. Ese saber no se sostiene más
que por fe, a fuerza de fe. Es lo mismo que la fe.
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