Fuente: Rebelión (04.11.11)
Sobre
el terrorismo.
Siendo
estrictos, no hay una definición unívoca del término. En todo caso, puede
advertirse desde el inicio que su nombre mismo ya presenta una carga negativa:
evoca el terror. Un acto terrorista, por tanto, más que significado político
–según la lógica con que usualmente se usa en Occidente– es sinónimo de
salvajismo. Carga que no tiene, por ejemplo, la llamada guerra convencional. En
ese sentido, habría violencia “buena” y “mala”. La cuestión es: ¿quién lo
decide?
¿Son
prácticas “terroristas” las guerras de guerrillas, las guerras de liberación
nacional, las luchas anticolonialistas? ¿Cuándo empiezan a ser “terroristas”
las acciones militares? Por cierto que el campo conceptual es amplio, difuso,
cargado ideológicamente. Si lo que busca el “terrorismo” es crear conmoción y
pavor –según una sesgada visión–, eso fue lo que logró, por ejemplo, la
invasión angloestadounidense en Irak en el 2003, a punto que así se designó
oficialmente la operación; y no se la llamó “invasión terrorista”. El millón y
medio de iraquíes muertos no son condenables entonces, porque lo que la
coalición invasora hacía no era terrorismo. Era guerra, “guerra preventiva”
incluso, y en guerra todo se vale; en todo caso, la muerte de civiles entra en
la categoría de “daños colaterales”. Pero terrorismo: no.
Más de 1.650 palestinos muertos durante la ofensiva israelí en Gaza: dos tercios civiles |
Todo
esto abre una pregunta de difícil respuesta: ya que es tan difícil dejar claro
en términos conceptuales cuándo algo no es terrorista y cuándo comienza a
serlo, entonces ¿quiénes son más “terroristas”: las guerrillas
antiimperialistas latinoamericanas o los grupos musulmanes antisionistas?, ¿el
ejército israelí o la ETA vasca?, ¿las tropas rusas en Chechenia o los comandos
chechenios en Rusia?, ¿las bombas inteligentes lanzadas por Estados Unidos o
los zapatistas de Chiapas? Porque si de crear conmoción y pavor se trata, de
aterrorizar a la población, ¿asusta más un encapuchado armado que un bombardero
estratégico subsónico de largo alcance Boeing B–52 Stratofortress con capacidad
para transportar 32 toneladas de armamentos, incluidas armas nucleares? ¿Qué
aterroriza más: una granada detonada en el interior de un transporte público de
pasajeros por un comando suicida o los 6.000 misiles con cabeza atómica que
tiene emplazados el gobierno de Estados Unidos cubriendo todo el planeta?
Como
vemos, las posibilidades que pueden caer bajo el arco de “terrorismo” son por
demás de amplias: una bomba en un restaurante, una emboscada a una unidad de un
ejército regular, un ataque aéreo de un país contra otro, son todas acciones
igualmente violentas, con resultados similares: muerte, destrucción, terror en
los sobrevivientes. ¿Cuál de ellas es más “terrorista”? ¿Y dónde dejamos la
tortura? ¿No es aterrorizante ella? Lo cierto es que muchos gobiernos, si no
casi todos, pese a estar prohibida por diversos instrumentos de legislación
internacional, la utilizan, pudiendo llegar a justificarla. ¿No constituye ello
un acto de terrorismo?
Cinco militares españoles procesados por torturar a prisioneros en Irak |
En
lo que para los ideólogos de la Guerra Fría, considerada desde lado occidental,
pasó a ser una situación de emergencia, tal como fue el enfrentamiento total
contra el “comunismo internacional”, según el ideólogo francés Roger Trinquier
(padre de las guerras sucias surgidas en la segunda mitad del siglo pasado),
los límites legales pueden pasar a ser una barrera para la acción
contrainsurgente; de ese modo, según esta visión, las leyes (y ahí puede
considerarse también a los derechos humanos) son una ayuda para los movimientos
insurgentes, o si se prefiere, los movimientos populares en su conjunto. La ley
es un obstáculo para la guerra total; por ello una salida, siempre según esta
visión contrainsurgente, pasa por apartar al enemigo subversivo del marco legal
que podría protegerlo. En ese marco, entonces, las tareas de inteligencia y los
servicios de información adquieren preeminencia. Y a nadie, desde el discurso
dominante, se le ocurriría llamar “terroristas” a esas estrategias. ¿Pero qué
otra cosa son si no eso?
Es
obvio que el término “terrorista” no es nada inocente; su utilización arrastra
una tácita condena: habría una violencia legítima –la que puede ejercer un
Estado contra otro, incluso con poder nuclear o con armas de destrucción
masiva, como las químicas o bacteriológicas, o la que ejerce contra insurrectos
que se alzan contra el orden constituido–, y una violencia no legítima a la que
le cabe el mote –casi despectivo– de “terrorismo”. La diferencia estriba no
precisamente en una consideración ética (la violencia es siempre violencia, y
ninguna es más “buena” que otra) sino en un ordenamiento jurídico que se
desprende, en definitiva, de relaciones de poder.
El
atentado contra las torres del Centro Mundial de Comercio de New York es un
acto terrorista, pero no lo es –al menos así lo presenta la prensa oficial que
moldea la opinión pública mundial– un manual militar que enseña a torturar o a
desarrollar guerra psicológica contra población civil. ¿Cuál de las dos lógicas
en juego es más “terrorista”?
Si
lo distintivo de un acto “terrorista” es la búsqueda de población civil no
combatiente como objetivo, el 80 % de los muertos en las guerras habidas desde
el final de la Segunda Guerra Mundial en 1945 a la fecha se encuadra en este
concepto; actos, sin duda, por los que ningún militar ni político ha sido
juzgado en calidad de “terrorista”. Lo cual se refuerza con algunos hechos
dignos de ser mencionados por lo sintomático, o por lo absurdo: si los jerarcas
nazis del Tercer Reich o el serbio Slobodan Milošević fueron condenados como
criminales de guerras –que, por cierto, lo fueron–, no sucedió lo mismo con,
por ejemplo, el dictador nicaragüense Anastasio Somoza (un “hijo de puta” pero,
“su” hijo de puta, según el presidente estadounidense Roosevelt), o el propio
presidente estadounidense Harry Truman, que sin necesidad militar real de
hacerlo ordenó dejar caer las dos bombas atómicas sobre el ya derrotado Japón
en 1945. ¿Por qué unos son los “malos”, los “terroristas” funestos, y otros son
los “buenos”, los “defensores de la paz y la libertad”? ¿Por qué torturar en
Guantánamo o en Abu Ghraib no sería terrorismo, y sí lo es hacer una emboscada
al ejército colombiano en las selvas del Putumayo?
Detenidos en una de las celdas en Guantánamo, Cuba en 2012. (Foto Prensa Libre: AP) |
Hoy
por hoy, en un mundo absolutamente dominado por los montajes mediáticos, en
forma insistente se ha ido metiendo la idea del “terrorismo” como uno de los
peores flagelos de la humanidad. De manera casi refleja suele asociárselo con
maldad, crueldad, barbarie; y por cierto, en esa visión parcial e interesada,
aleja de la civilización llamada democrática, presunto punto de llegada de la
evolución cultural. Dentro de esa lógica hemos terminado por no poder
distanciarnos de la falacia –llevada a grados patéticos por los actuales
poderes fácticos que manejan las administraciones de Washington,
independientemente que sean demócratas o republicanas– de “terrorismo = malo,
estamos contra él o somos un terrorista más”. Merced al impresionante juego
manipulatorio de los medios masivos de comunicación suele ligárselo a cualquier
forma de protesta, en general conectada con los países más pobres y
postergados. Es intrínsecamente perverso, traicionero, sádico, propio de
fanáticos fundamentalistas sedientos de sangre. Un “terrorista” –según ese
orden discursivo– es un delincuente subversivo, un apátrida, un descorazonado
asesino sin valores morales; en definitiva: un monstruo inhumano. Y una vez
más: torturar a un “terrorista” puede llegar a ser noble, en función de una
guerra con intereses superiores. ¿No es eso un atentado elemental a la
inteligencia y a la dignidad de quienes debemos escuchar tamaña estupidez?
¿Quién
en su sano juicio podría alegrarse y festejar por la muerte violenta de unos
niños, de una señora que estaba haciendo sus compras en el mercado, de un
ocasional transeúnte alcanzado por una explosión? Pero ahí está la falacia, lo
perverso del mensaje sesgado con que el poder se defiende: se presenta la parte
por el todo, mostrando sólo un aspecto –con ribetes sentimentales– de un
conjunto mucho más complejo. ¿Alguna vez los medios muestran las escenas
dantescas que sobrevienen a los bombardeos “legales” de una potencia militar?
¿Alguna vez se habla de las monstruosidades propiciadas por la pedagogía del
terror de los manuales de operación como los que sigue impartiendo la Escuela
de las Américas preparando militares listos siempre para la represión? ¿Es más
legítimo un misil “libre y democrático” de Estados Unidos que uno que puede
disparar, por ejemplo, Hamas en el Medio Oriente? ¿Sufre más una víctima que la
otra? ¿Es más “buena” y “respetable” una violencia que otra?
Está
claro que la dimensión del fenómeno es infinitamente más compleja que la
malintencionada simplificación con que, en general, se nos presenta el
problema. El maniqueísmo, en definitiva, ahoga las posibilidades de soluciones
reales. Son tan víctimas los civiles que mueren en un atentado dinamitero hecho
por un grupo irregular como los que caen bajo el fuego de un ejército regular.
¿Por qué los regulares serían menos asesinos que los irregulares? En un
sentido, lo son más, puesto que los movimientos insurgentes tienen siempre
motivaciones libertarias: los invasores no.
El
mundo sigue siendo injusto, terriblemente injusto; la distribución de la
riqueza que nuestra especie crea es de una inequidad espantosa. El hambre sigue
siendo una de las principales causas de muerte de la población mundial, hambre
evitable, hambre que debería desaparecer si se repartiera algo más
equitativamente el producto social que creamos los humanos. Esa injusticia
estructural en las relaciones interhumanas es el principal exterminio que
enfrentamos a diario; pero eso no es la gran noticia, de eso no se habla mucho.
Hoy el “terrorismo internacional” se presenta como el peor de los apocalipsis
concebibles, aunque debemos ser cautos en su apreciación.
“Cientos de millones de personas
agonizan a causa del hambre y del subdesarrollo, víctimas del desorden político
y económico internacional que reina en la actualidad. Está teniendo lugar un
holocausto sin precedentes, cuyo horror abarca en un sólo año el espanto de las
masacres que nuestras generaciones conocieron en la primera mitad de este siglo
y que desborda por momentos el perímetro de la barbarie y de la muerte, no
solamente en el mundo, sino también en nuestras conciencias.” (…) “El motivo
principal de esta tragedia es de carácter político.” Manifiesto contra el Hambre.
Por
tanto el enemigo y principal amenaza para la humanidad no es el impreciso y
siempre mal definido “terrorismo”; sigue siendo la injusticia.
el primer terrorista es el Estado que armas a los otros terroristas y se aprovecha de ellos para coartar cada vez más nuestras libertades.
ResponderEliminarqueria decir, 'que vende armas'
ResponderEliminarTerrorismo es lo que digan los estados y los medios, formados por inversores internacionales que compran los estados. Vete tu diciendo que los etarras eran orgullosos luchadores por la libertad de su pueblo, ya verás qué risas. CIA-al-qaeda promueve a los rebeldes demócratas Al-nushra, promueve tribus demócratas en Libia, boco-haram en nigeria y cada uno tiene una cosideración distinta. Solo apto para mentes enfermas.
ResponderEliminarSalud!