22 febrero, 2016

"Si os dejáis coger por el existir estáis perdidos" - Agustín Gª Calvo

La necesidad de ser ateo - Agustín García Calvo



Cuando me han invitado los compañeros a venir aquí era bajo un título que ellos tenían puesto “La necesidad de ser ateo”. Voy a insistir en esta necesidad, pero voy sobre todo a tratar de evitar algunos de los errores que sirven para la asimilación de cualesquiera forma no solo de ateísmo, sino de protesta o de rebeldía. Voy a insistir, por lo tanto, no sólo en la necesidad de ser ateo, la necesidad de no creer, sino también en las dificultades de ser ateo; dificultades tan grandes, esas de llegar a ser ateo de verdad, que probablemente eso sea una aspiración inasequible para la Persona de uno cualquiera de nosotros. En esas dificultades tengo que insistir sobre todo camino de evitar algunas de las ilusiones que fácilmente se puede hacer uno, o una, acerca de que ha dejado de creer, de que ya no tiene Dios, cosa en cuya dificultad, o casi imposibilidad, voy a insistir mayormente. Pero desde luego antes quiero ponerme del lado de los organizadores que hablan de la necesidad de ser ateos, supongo para cualquier forma, no ya de anarquía, sino de rebeldía simplemente, de no conformidad con el régimen. No voy a insistir en ello.

Me ha venido al recuerdo, precisamente, al encontrarme en esta situación, un suceso de café de hace unos treinta años, de mis años de París, que os voy a referir ahora. Estábamos gentes de las que más o menos nos juntábamos por allí en horda, en los cafeses, más o menos gente sans faire lieu, gentes desterradas de una manera o de otra, y estando en el café entró uno de estos hombres que eran y son, cada vez más frecuentes, como predicadores no me acuerdo ya de qué secta... evangelista... testigos de Dios... o alguna otra cosa, nos da lo mismo de todas formas; y que entró haciendo allí su propaganda, en el café, y parece que los amigos empezaron a gastarle bromas o a tomárselo un poco a cachondeo hasta que el hombre acabó (perdonad que os lo diga primero en francés, que es como me acuerdo) diciéndonos: Bon, est-ce que vous ne croyez pas en Dieu, y entonces me salió decirle: Si, si, on y croit, mais...nous sommes en contre; esta es la actitud que a lo largo de treinta años todavía sigo admitiendo. Él nos decía: “entonces ¿es que no creéis en Dios?” y la respuesta era: “Sí, sí, sí que creemos, solo que estamos en contra”. Esta es la actitud. En francés se dice on y en contre, de una manera mucho más adecuada porque se emplea, como es normal, en la conversación el impersonal, el “on”, de manera que literalmente eso dice “se está en contra” y es importante recordar este impersonal, este “se”, que no es nadie, “se está en contra”, mucho mejor que “nosotros”, porque como ya os sugería, veremos más detenidamente que la aspiración de ser un “ sin Dios” de ser un “sin Fe”, es demasiado alta o demasiado honda para una persona, para un individuo, ni para un conjunto o asociación de individuos, por supuesto. Es más bien “se”, todos y cualquiera, nadie, este bendito “se”, impersonal, que se emplea en nuestra lengua, el que podría decirse que puede llegar a no creer, pero uno de nosotros, una persona más o menos bien constituida, ¡cómo puede presumir de haber llegado a librarse de Dios, de haber llegado a no creer! Eso es imposible.

Una de las formas del engaño que hace que muchos de vosotros hayáis venido aquí, tal vez, con la ilusión de que no creéis en Dios, ilusión que voy a proceder a desmontar lo más furibundamente que pueda. La ilusión está sostenida por el hecho mismo de que como debíais saber y tener comprobado por vuestra experiencia y por la experiencia de la historia que os cuentan, Dios cambia de cara precisamente para ser el mismo, para mantenerse; y entonces es destino, no solo de las personas sino también de las asociaciones, incluso de las de izquierda, incluso de las rebeldes, incluso de las anarquistas, es destino estarse fijando siempre en la cara que tenía el Señor en el estadio anterior de su progreso, y de esa manera olvidarse de la que tiene en el momento actual en que la rebeldía intentaba levantarse contra Él.


Este es el destino que hace también que muchos de vosotros, en general, os hayáis visto enredados en luchas con fantasmas de formas de poder, de formas de dominio, pasadas, más o menos recientes, que os hace recordar constantemente que ha habido cosas como dictaduras, que las hay alrededor del mundo del desarrollo, que estas formas de dictaduras, más o menos acompañadas de formas de religión, dan lugar a guerras. La Televisión del Señor, por la cuenta que le tiene os lo recuerda todos los días; os lo mete por delante de los ojos ¿para qué?: para que todavía, cegados por el miedo de la Dictadura, por el miedo de las formas de represión antiguas, por el miedo de las formas de censura pasadas de moda, no se os ocurra ni tan siquiera levantaros contra las formas de régimen que hoy inmediatamente padecemos, el Régimen de la Sociedad del Bienestar.

Este es el destino, triste, de la mayoría de las actitudes de rebeldía, y con respecto a la figura del Señor, con respecto a la figura de Dios, lo mismo y además de una manera muy clara. Es que nos lo han contado ya desde la escuela; es que nos lo cuenta ya la propia televisión si se descuida cuando saca sus peliculones para que no os olvidéis de otras formas de Realidades. ¿No se os ha contado que unas veces el Señor en los tiempos recientes, se llamaba Alá, otras Jehová, otras era el Dios cristiano o hasta católico?, ¿y que antes de eso, pues había otras formas del Señor en que a lo mejor era dos, principio del Bien y Principio del Mal o en que, a lo mejor, incluso eran muchos, pero como ya entre los antiguos romanos, configurados en forma de estamento divino bien establecido como corresponde a quién intenta imponer el mismo orden en el mundo que le cae debajo; ¿no os han contado todo esto y no os dais cuenta de que las acciones, las dedicaciones, de ese Dios, en sus diferentes formas, han sido siempre las mismas? Han sido siempre las mismas y que, por ejemplo, para ponerlo lo más relumbrante, en las guerras santas se ha hecho lo mismo en nombre de Alá, que de Jehová, que en el de Dios católico y la Cruz, y en el nombre de cualquier otro Dios que en ese momento esté rigiendo; ¿es qué podéis apreciar alguna diferencia? Ha sido siempre, la misma, la guerra; ha sido siempre, la misma, la forma de represión; ha sido siempre, la misma, la ilusión que os hace aceptar en lugar de vida un sustituto ordenado desde arriba. Siempre ha sido la misma pero siempre ha sido distinta, cambiando y cambiando a cada poco y en cada sitio y además, según el progreso de la astucia del Señor, cambiando cada vez más deprisa para que no haya tiempo casi siquiera a darse cuenta de cuál es el último cambiazo que el señor ha hecho de su cara y de su nombre para seguirnos engañando.


De manera que esa es una de las raíces de la ilusión. Hoy, por supuesto, padecemos, como siempre, pero además como nunca, puesto que del Régimen del Bienestar estamos en la culminación de la Historia –esta es la única época en verdad, y todas las demás no son más que imaginerías, librescas, televisivas, que pertenecen también a esta época– estamos padeciendo a Dios de la manera más extremada, más astuta, y, por tanto, más difícil de luchar contra ella. Padecemos un Dios que, como siempre, es como los teólogos medievales decían, ‘el que existe’, ‘el que existe’. El verbo ‘existir’ se inventó, ya veis, no hace tantos siglos, se inventó hace unos once o doce siglos, en las escuelas del Viejo Dios, en las escuelas de Teología, se inventó precisamente para Dios, no para otra cosa. Hacía falta un verbo que tuviera la bastante potencia de engaño para sostener el imperio del Señor que entonces hacía falta. Se inventó un verbo que, de una manera típicamente ambigua, quisiera decir ser el que se es, ser según lo que es; y por otro lado quisiera decir que lo había de eso, que estaba aquí presente. Las lenguas corrientes, la lengua de verdad, la lengua del pueblo que no es nadie, la lengua verdadera no conoce tal cosa, como ese trampantojo del existir. En lenguaje corriente se dice hay: hay agua, hay pan, o no hay agua, no hay pan. Cuando el ateísmo toma una voz relativamente popular, jamás se le ocurrirá la estupidez de decir: Dios no existe. Una estupidez que va contra el hecho mismo de que Dios es precisamente el que existe. El pueblo desde abajo lo más que hará será aventar, como tantas veces ha aventado: ¡no hay Dios! ¡no hay Dios!, empleando el lenguaje corriente, el lenguaje verdadero; pero si os dejáis coger por el existir estáis perdidos porque el verbo se inventó precisamente para Dios y para sostener el Poder de Dios; el verbo por desgracia –esa es nuestra desgracia– aunque partía de las escuelas y de la Teología, en todas las lenguas de Europa se ha generalizado mucho, se ha hecho, no diré tanto como popular, pero usual; se oye a cada paso, especialmente por labios de gente más o menos pedante, como en el caso extremo de aquel locutor al que una vez oí decir: “Mañana existirán algunos nublados...”.

No es corriente, pero en casos extremos se pueden llegar a oír cosas semejantes y los niños pueden llegar a preguntar graciosamente a sus padres si los ogros existen, si las hadas existen, de manera que el verbo, por desgracia, ha penetrado bastante, y según el verbo ha ido penetrando así ha ido penetrando la capacidad de engaño. Decir que “existe” es no decir nada, pero esa es la virtud precisamente de ese verbo, porque cuando se dice: “hay Dios” o “no hay Dios”, Dios está en el decirlo, pero cuando se dice “Dios existe” o “Dios no existe”, Dios se queda fuera y parece que con el verbo se está diciendo de él algo, como si se dijera: “es alto, es bajo, tiene barbas, es viejo, es joven”, no se dice nada. Cuando se dice “Dios existe”, no se dice nada, porque Dios ha quedado ya puesto en la primera parte de la frase y la segunda es un vacío que se añade, pero este vacío, este es el poderoso, este es el confirmador, este es el que da la impresión de que eso de decir “existe” o “no existe” es decir algo, precisamente cuando no se está diciendo nada.

Esto os da una idea del poder de Dios y de la forma y los mecanismos que la ilusión ha impuesto en nosotros y que hace que muchos hayáis llegado a creeros que no creéis en Dios. Una tontería de la que sigo desanimándoos: desde que eso del existir se empezó a extender todo aquello de lo que se dice como de Dios, “Dios existe”, todo aquello de lo que se dice también, como p. ej. “la Patria existe, el amor existe, la familia existe”, todo eso es Dios, son sustitutos y apariciones de Dios. Han aceptado el truco del existir y con él se está aceptado todo. Existir es justamente el verbo de la Realidad, de la Realidad, por supuesto, falsa, porque no hay más Realidad que la falsa. La Realidad es necesariamente falsa. Por eso también los teólogos habían llegado a decir de Dios que era el Ens realissimum, es decir, el ser más real de todos los seres. Esa es la definición exacta de Dios: el Existente. ¿Cómo Dios no va a existir si no tiene otra cosa que hacer? Dios existe, por supuesto, y cualquier intento de negarlo aceptando el verbo existir o aceptando la Realidad, es vano; está condenado a la asimilación desde antes de pronunciarse la palabra del supuesto descreimiento. Todo aquello que existe, que es real, que pertenece a esta Realidad falsa, todo es Dios; todo no es más que apariciones de Dios. Entonces ¿cómo vais a creer que no creéis si estáis metidos en eso todos los días y aparentemente por necesidad? ¿Creéis en la Realidad o no? Si acaso os entra alguna duda, cuando sois niños ya el ceño o el puntapié del padre os habrá hecho volver al buen camino diciendo: “la Realidad es la Realidad, muchacho, y se acabó”. La Realidad es la Realidad; ese padre con su ceño, su puntapié, sin darse cuenta estaba predicando a Dios, estaba predicando la existencia de Dios, simplemente.

Porque la Realidad es Dios: la Realidad es falsa, pero es Dios, como Dios es falso necesariamente, como su verbo existir es una falsedad, pero la Realidad es la Realidad y es falsa. ¿Qué os estoy diciendo? Que no se puede tampoco respetar el verbo creer, ni siquiera poniéndole la negación. También lo de “creer en...” se inventó para Dios; quedó consagrado en el Credo de Nicea: “Credo in unum Deum...”. Esas cosas en latín no se habían dicho hasta entonces, pero desde entonces se establecieron y quedaron dichas: creer en,... El verbo creer era “confiar”, hasta, significativamente, “dar a crédito”, eso era “credere”, pero, esta maravilla de “creer en...” eso se inventó precisamente con el Credo y se inventó para Dios, de manera que “creer en...”, empleado de esa manera, es también algo teológico, y cada vez que lo empleáis estáis cayendo en las redes de la Teología del Señor, cada vez que decís: creo en esto... creo en lo otro. No cuando decís: “Hombre, confío en que no seas tan cabrón...” esa confianza... bueno, no va muy allá. Pero si ya decimos: “creo en ti o creo en esto, creo en lo otro” estáis diciendo: “Creo en Dios”, de una manera indirecta, pero estáis diciendo “Creo en Dios”, de manera que lo que hay que atacar es precisamente lo que a Dios sostiene. Lo que a Dios sostiene es la Fe. La Fe que está representada por esto de “creer en...”, de manera que si alguno de vosotros cree que ha cambiado la Fe de sitio y que en vez de creer en el Viejo Dios, católico por ejemplo, puede creer en otra cosa –puede creer incluso hasta en la CNT– ése no está haciendo más que renovar el Poder de Dios, es decir, está justamente sirviendo a esta falsificación del Señor. No se puede creer en nada. “Creer en” quiere decir “creer en Dios”. La Fe es lo que lo sostiene.


En el Régimen del Bienestar, donde Dios ha alcanzado –por ahora, y es lo único que sabemos– su cota más alta de poder y de Realidad, y de capacidad de engaño, la cara predilecta y principal de Dios es, por supuesto, el dinero. El dinero, podría decirse de él lo mismo que los teólogos de Dios: “Ens realissimum” es el más real de todos los seres, es la Realidad de las Realidades. Cualesquiera otras cosas, si siguen existiendo y siendo reales en nuestro mundo es porque se pueden cambiar por dinero; si no, no. Si no, dejan inmediatamente de ser reales, se derrumban. Hay, por tanto, una gradación; hay cosas que no entran mucho, apenas, en el mercado: un sueño que se me está olvidando según me despierto... unas hierbecillas que pisoteo en el parque según cruzo para la oficina... Sí, son cositas que evidentemente las hay, pero como para el mercado no juegan mucho, pues...existen muy poco, así hay que decirlo, existen muy poco, no hay que darles importancia, pero las cosas más importantes, no solo las mercancías del mercado y el hipermercado, sino cualesquiera otra cosa que no se presente tanto como mercancía: un puesto que se gana por oposición, un amor que se asegura en forma de contrato más o menos matrimonial... esas cosas son cambiables por dinero, por mucho dinero, por eso son reales, porque son compatibles con el dinero y juegan con él y tienen su Realidad.

Fijaos bien como Dios siempre, en su progreso, de una manera cada vez más clara, ha tenido que ser impalpable, ideal. Parece que esto tendría que ser una condición impropia para mandar, para imponer poder, pues no. El sublimarse, el hacerse ideal, el hacerse impalpable ha demostrado Dios que es, por el contrario, la condición más eficaz para imponer su dominio. Ahí lo tenéis representado en nuestro Dios principal, el dinero, perfectamente impalpable, completamente ideal, porque no lo vais a confundir con esas monedillas que os dejan en el bolso para que os toméis un café, eso no es dinero, vamos, casi no es ni dinerillo; estoy hablando de dinero de verdad, el que juega, el que cruza el globo en las pantallas del televisor que informa de las cotizaciones en los mercados de Tokio y de Brasil en este mismo momento, ese de las trece o catorce cifras para arriba; ese es impalpable, ideal, sublime como lo ha sido siempre Dios. Pero precisamente por eso imponente, por eso poderoso, por esa impalpabilidad. De manera que veis claramente como el Dinero hereda al Dios de las viejas teologías en todos sus aspectos principales, también en ése.

No me detengo apenas –es un paréntesis– en la compatibilidad de este Dios, el más avanzado de todos, Realidad de las Realidades, el dinero que todo lo mueve, el primer motor, el que da Realidad a cualesquiera cosas y sin el cual las cosas no tienen Realidad ninguna. No voy a pararme más que un breve momento en hacer notar su compatibilidad con cualesquiera otros restos de dioses pertenecientes a otros sectores de fuera del desarrollo, a otras épocas anteriores al Régimen del Bienestar. Es perfectamente compatible, se llevan muy bien todos.


¿Cómo no se van a llevar bien si son el mismo y solamente tienen una cara un poco distinta para engañar a un sector u otro de los prójimos a quién les toque? ¿Cómo en el Régimen del Bienestar no van a florecer al lado de los Templos de la Banca cualesquiera otros templos y liturgias, no ya de los restos del catolicismo en nuestro mundo, sino cualesquiera otras formas de religiones más o menos orientales, más o menos venidas de las viejas sectas protestantes progresadas, cualesquiera forma de Hare Krisna, de lamaísmo, de budismo, de cosas mucho más indignas todavía, de vudú, de magia de este tipo o del otro? ¿Cómo no van a florecer más que nunca? Al Señor le gusta que, al mismo tiempo que en su altar –el Gran Templo de la Banca– aparece su cara verdadera, su efigie primera, en los altares de alrededor, en las capillitas, pues haya muchos santos, como siempre, haya muchos santos, muchas vírgenes, para distraer al personal. Esto siempre le ha gustado mucho a Dios, de manera que, si hiciera falta alguna prueba de que en nuestro mundo Dios es principalmente el dinero, no tendríais más que ver la facilidad con la que cualquier Ejecutivo, cualquier alto ejecutivo de una empresa, cualquier Director de un consorcio de Banca, puede permitirse al mismo tiempo ser católico, lamaísta o hacerse el horóscopo o creer en cualquier otra estupidez de lo que le manden. No tendríais más que ver como los periódicos mismos, al servicio por supuesto del Señor, de una manera mucho más fiel de lo que estuvieron jamás los libros de la Iglesia al Viejo Dios, como los periódicos tienen sus páginas dedicadas a las supersticiones de toda laya, con todos los colores, como tienen unas páginas de horóscopos con toda seriedad, para que cualesquiera de los creyentes en el Dios verdadero, en el dinero, al mismo tiempo puedan creer en las Estrellas de los Babilonios o en cualquier otra antigualla que les quieran meter bajo el nombre de Astrología. La compatibilidad es total, pero esta compatibilidad es prueba de que se trata de lo mismo, de manera que a los de vosotros que hayan llegado a creer que no creían, lo más que les puedo conceder es que hayan llegado a no creer en el Dios católico, en el Dios de Lama, del Tíbet, en el Dios de Buda, que a lo mejor no crean en los horóscopos ni en la Astrología ni en otras supersticiones, pero vamos, que hayan dejado de creer en Dios, para nada. Para nada porque eso implicaría que el propio verbo creer en había desaparecido.

En efecto, a Dios, un ente sublime impalpable, falso, poderoso, tan poderoso como falso, solo lo puede sostener la Fe. Vedlo con el dinero. ¿Qué sería del dinero si muchos de vosotros, incluso hasta sobrepasar la mayoría democrática, dejaran de creer en Él? ¿Os lo imagináis por un momento? Que dejaran de creer que de verdad el dinero es una Realidad y que es además la Realidad de las Realidades por la cual se pueden adquirir todas las demás y que el dinero, por lo tanto, es la condición primera de la vida y todo lo que hay que creer acerca del dinero. ¿Qué sería del dinero sin todos los mercados, la Red Informática Universal? Se derrumbaría en un momento porque solo está sostenido por la Fe, como siempre lo ha estado Dios.

En ese sentido os digo que no hay manera de no creer en Dios. Cabe tal vez, por las buenas, perder la Fe, dejar de creer, no creer en nada; y no creer en nada real, porque la creencia está para lo real. Otras cosas que haya que no sean reales, en esas no hace falta creer. Esas actúan; actúan por lo bajo. Dejar de creer en cualesquiera formas de Realidad es una aspiración que ninguno de vosotros va a alcanzar nunca del todo. Cada día, después de haber descreído de algunas formas de Realidad, se despertará teniendo que volver a creer en otras; e incluso si, por ejemplo, en esta sala la Fe, gracias a mí y a quién vosotros habléis ahora, saliera un tanto deteriorada, seguro que esta noche misma al tomar unas copas o, en todo caso, mañana al levantaros ya estaríais intentando rehacer vuestra Fe cambiándola ligeramente de sitio, para que, precisamente de esa manera, pudiera subsistir.

Os voy a explicar ahora por qué esto es así. Es que uno mismo es también una Realidad, como Dios, como el Dinero. Uno es una Realidad y entonces, si uno deja de creer en Dios deja de creer en sí mismo. Si uno deja de creer en la Realidad, deja de creer en sí mismo, su propio yo. Como dicen los filósofos y los psicoanalistas domesticados, el yo comienza inmediatamente a deshacerse; estaba precisamente solo sostenido por la Fe, igual que la Realidad entera.


¡Fe en ti mismo! ¡Fe en mí mismo! ¡Fe en sí mismo! Ése es el mandato que hoy como nunca impone el Régimen del Bienestar; nada más tenéis que asomar el ojo o el oído a cualquier Escuela de Marketing o de Ciencias Empresariales o de cualquiera de las porquerías con las que hacen ocuparse a la gente joven hoy día, no tenéis más que asomaros y oír cuál es el primer Mandamiento: Hay que creer... en la Empresa, por supuesto, hay que tener Fe en la Empresa, y si se trata de un puesto oficial pues hay que tener Fe en el Ministerio o en los planes del Ministerio pero, sobre todo, cree en Ti Mismo, ten Fe en ti mismo; esa es la escuela de cualquier Ejecutivo de Dios en nuestro mundo. Cualquier Ejecutivo de Dios, en ciernes o en formación, tiene que aprender eso antes que nada: creer en sí mismo. Cómo no va a ser así, es totalmente lógico. Uno en lo real, es decir, en cuanto siendo Fulano de Tal, que vive en tal sitio, que está casado con Fulana, que nació en tal año, que está colocado en tal sitio, en fin, el que dice el DNI, uno en cuanto ente real forma parte de la Humanidad, por tanto dejar de creer en la Realidad, dejar de creer implica dejar de creer en sí mismo; y eso, ni que decir tiene, que para uno mismo es duro. Eso es lo que a uno le obliga a seguir creyendo y, si uno cree en sí mismo, ya está creyendo en Dios, ya está creyendo en el Dinero, ya está creyendo en la Empresa, en el Ministerio y en la Realidad entera. Esto es claro, es demasiado claro tal vez, lo uno va con lo otro.

Os he dicho: es difícil, es duro ser ateo en general, dejar de creer en sí mismo en este momento, pero esto es poco. Para uno mismo es propiamente imposible. Esto es lo que debe quedar bien claro. Uno mismo, igual que el propio Dios, está sostenido y constituido por la Fe en sí mismo. La Fe en sí mismo es una Fe que uno tiene en sí mismo y, por supuesto, que se alimenta también de la Fe que los prójimos tengan en él, por eso uno está constantemente apelando a la Fe del cónyuge, de los padres, de los hijos, de quién sea de sus alrededores, de creer en él, porque esa es la manera de que uno también pueda seguir creyendo en sí mismo. Uno está sostenido por la Fe en sí mismo, por tanto para uno en cuanto es real, en cuanto Fulano de Tal, en cuanto el que dice el Documento de Identidad, es imposible del todo dejar de creer en sí mismo, ser ateo; eso implicaría, amenazaría, con ser su propia disolución. De manera que esto no tiene remedio alguno para uno mismo; no tiene remedio alguno para uno mismo. Sería como si uno tratara de levantarse contra la Realidad y seguir respetando la Realidad y la Fe en la Realidad. Sería como si uno mismo tratara de levantarse contra Dios pero dejando que le metieran otro Dios de sustituto para que siguiera creyendo lo mismo. Eso les vale. Lo que pasa es que la Realidad, aparte de ser real, es falsa. Por eso no os dais cuenta, os lo he dicho, por eso hay que creer en ella, por eso el Dinero por ejemplo solo se sostiene por el crédito, por la Fe, que se le presta.

La Realidad es todo lo real que quiera. Dios es todo lo real que él quiera. Existe como nadie; iba a decir, existe como Dios, que sería lo que correspondía decir exactamente, pero es falso. Al mismo tiempo es existente real y falso. Esto es lo que conviene sentir ahora porque esto es el único aliento, la única fuente, la única alegría que a la Rebeldía le permite vivir, que permite vivir al ‘no al Señor’, al ‘no a la Realidad’, al ‘no a Sí Mismo’. NO, que es la palabra que es el corazón de todas las palabras del lenguaje corriente, NO. De esta forma que hasta la Biblia misma no puede menos de poner en boca de Luzbel: “NO serviré, NO seré esclavo”, en su primera imagen de rebelión contra Jehová, contra aquella forma de Dios. Este ‘no’ popular, corazón del lenguaje popular, éste solo vive, solo puede decir no a Dios, a la Realidad, a uno mismo, gracias a que la Realidad es evidentemente falsa, está montada sobre la contradicción, es una cosa ideal, impalpable, pero que sí tiene un poder como cosa, como la más poderosa de las cosas. Y sin embargo, nunca acaba de conseguirlo, nunca está cerrada del todo la Realidad, nunca la existencia llega a ser perfecta. Este es el aliento, esta es la alegría de cualquier... (inaudible)... Si no tuviéramos, si no se nos hiciera palpable que la Realidad, que Dios, nunca está bien hecho del todo, ni siquiera tendría sentido que estuviéramos aquí esta tarde intentando decir no.

Con la evidencia de que la Realidad es falsa, de que está mal hecha, de que nunca acaba de estar bien hecha, esa nos asalta benditamente a cada paso, por todas partes. Si hiciera falta alguna prueba no habría más que ver lo que hacen los Ejecutivos del señor, los ministros de la principal religión de nuestro mundo, p. ej. los ejecutivos de la televisión del Señor. ¿Qué es lo que hacen? Pues tratarnos todos los días de convencer de que la Realidad es la Realidad, es decir, esa que aparece en la pequeña pantalla.


Esa es una de las formas de predicación pero no la única. Por todas partes, los padres a sus hijos, los jefes a sus empleados, les están instruyendo de cuál es la Realidad, de que la Realidad es la Realidad. Es decir, les están predicando aunque parezca que no les predican; les están tratando de convencer, están tratándoles de hacerles creer en la Realidad, en que la Realidad es la Realidad y que no hay más que la Realidad, que p. ej. el dinero es la Realidad suprema y que no hay más que esa Realidad que está representada en el dinero. Pues bien, si la Realidad estuviera cerrada, si Dios fuera perfecto, por qué no podría quedarse tranquilo, por qué tendría que seguir predicando, por qué tendría que seguir intentando todos los días convenceros de su propia Realidad, de que la Realidad es real, tratando de haceros volver a la Fe que le es necesaria para su sustento. Esto es un consuelo para la rebelión. Es un consuelo para el NO… [no se entiende bien en la cinta]… acciones, no de él, qué puede hacer más que ir a la oficina. Para eso es un ente real. No de él, sino de ese “se” impersonal que sacaba al principio como lema de todo este sermón, ese “se” impersonal. A través de uno se hacen cosas, precisamente las que uno no hace. ¿Eso qué quiere decir? Que uno está siempre mal hecho. Es posible que un niño, antes de que sus padres y el régimen lo convenza, esté especialmente mal hecho y sea capaz de sentir y de razonar. Es posible que una mujer, perteneciendo como pertenece desde el comienzo de la Historia al sexo sometido y por tanto teniendo buenas razones para ser más pueblo, más “sometido”, que es lo que quiere decir “pueblo”, sea más capaz de sentir y de razonar la mentira de la Realidad. Pero incluso hasta nosotros, los señores adultos, tampoco acabamos nunca de estar hechos del todo, siempre nos quedan resquicios, resquebrajaduras, y es por ahí por donde sopla el aliento del pueblo, el aliento de la Realidad. Es gracias a que la Realidad es falsa y gracias por tanto a que yo mismo soy falso, en mi propia constitución, es solo gracias a eso como puede darse este milagro de que haya por debajo siempre algo que está diciendo “no” a Dios. No que está dejando de creer (se trata de hacer), que está haciendo “no”, diciendo “no”, que es haciendo “no” a cualquier forma de Dios que se le imponga por encima. Quede bien presente esto: nada de eso puede salir de mí mismo, y si no puede salir de mi mismo, porque yo soy un esclavo por constitución, tampoco puede salir de ninguna asociación de mí mismos. El Régimen lo sabe bien; el Régimen confía en la idiotez de las mayorías, es el gran truco de esta culminación de la Historia: la Democracia desarrollada.


El Régimen confía en que las mayorías son necesariamente idiotas y a cualquier cosa que por tanto se ponga a la venta o se ponga a la votación, va a contar para su éxito con la idiotez de las mayorías a las cuales, por supuesto, no se oponen ningunas minorías, eso sería un error, se opone el “se” impersonal que no se puede contar y que por lo tanto no puede entrar ni entre los clientes del supermercado, ni entre los votantes de las elecciones. El Régimen confía en la idiotez de las mayorías ¿por qué? Porque confía en que mayoritariamente, al menos, somos creyentes y especialmente que cada uno cree en sí mismo y que sabe qué vota, sabe qué compra, sabe qué quiere. Este es el gran engaño en que el Régimen que hoy padecemos está fundado, de manera que contra él no queda más que lo que queda fuera de la Realidad, lo que no sabemos, lo desconocido. Desconocido soy yo cuando no soy D. Agustinito García ni nada por el estilo, en la medida de que no estoy bien hecho como D. Agustín García. Yo, “yo”, que es lo más popular del mundo porque “yo” es cualquiera y en cualquier lengua del mundo, “yo”, decir “yo”, hablar y, por tanto, a veces, decir “no”, es una cosa que nunca Dios puede negarle a nadie, que nunca el poder puede acabar de negarle a nadie. “Yo” es cualquiera, “yo” no es nadie, “yo” es lo mismo que ese “se” impersonal.

Está claro que estoy fuera de la Realidad. “Yo” no muero. Cada individuo, cada persona, está constituida por su muerte siempre futura, porque la Realidad toda, es precisamente futura. Fijaos otra vez en el Dinero. No hay más dinero de verdad que el dinero futuro, el del crédito; todo lo demás son adminículos, de la Banca. Yo estoy constituido también por mi muerte siempre futura.

Esa es mi Realidad. Pero yo no muero nunca. Yo de verdad, cuando no soy ni fulano de tal, ni ninguna otra forma de Realidad, yo no muero nunca. Estoy fuera de la Realidad, y eso a lo que aludo como pueblo no es más que el nombre de ese “se” impersonal, de una comunidad que no sólo no es lo mismo que una colectividad o una solidaridad de individuos –es decir una peste declarada, puesto que siendo los individuos lo que son ya se supone lo que es la solidaridad entre individuos– lejos de ser lo mismo que eso es lo contrario: una comunidad en que todas esas nociones de asociaciones organizadas se disuelven, como se disuelve el propio yo de uno. “Pueblo” no existe, no existe, como “Yo” no existo. Gracias a eso puedo hacer algo, gracias a no existir puedo decir no a la existencia, gracias a la “no existencia”. Esa es la fuerza, ese es el aliento. La comunidad de veras, el pueblo de veras, yo de veras, la verdad misma, a diferencia de Dios, no existe, se queda fuera. Solamente se hace presente en las evidencias de falsedad de la Realidad, pero está fuera, y sólo gracias a eso puede decir –que es hacer– “NO” al Poder, “NO” al Dinero, “NO” al Individuo Personal en que la democracia se sustenta, “NO” a ninguna forma de Dios, “NO” a ninguna forma de Realidad.


FIN

7 comentarios :

  1. Esta vez creo que no estoy de acuerdo casi en nada con Agustín, creo que mis diferencias vienen de entender conceptos muy diferentes a los que la sociedad occidental nos ha impuesto y en los que estamos inmersos.
    Vivimos bajo la dominación del imperio romano (sus herederos culturales) y aun arrastramos conceptos suyos, organización social, organización religiosa, tradiciones, leyes...
    Hay que dejar de pensar como un romano para entender el mundo en el que hemos nacido y que es el único al que tenemos acceso, no podemos compararlo con otro y eso lo pone aun más difícil, pero el mundo no es esto y lo que nos cuentan sobre todo es mentira, así que intentar rechazar mentiras utilizando una teoría falsa es un disparate imposible.

    Salud!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Nuestros orígenes son los que son, no podemos partir de otros. Más que "dejar de pensar como" hay que pensar "qué". Agustín no pretende estar en posesión de la Verdad, ni sus reflexiones pueden tildarse de falsas sin más, aunque no se esté de acuerdo con ellas.

      Salud!

      Eliminar
    2. "En todo caso, sépase bien que uno personalmente no puede tener una opinión verdadera, que uno no puede tener más que mentiras; y que si se dice alguna verdad, no la dice uno, viene de otro sitio, viene de otro sitio, cosas que no existen, pueblo, lengua, yo, yo cuando no soy nadie".
      Esto dice Agustín en "De la culpa a la causa".

      Eliminar
  2. El ideal y la fe como engaño y posterior autoengaño, más si tenemos en cuenta que la palabra fe proviene de lealtad y ley. La ley que establece y decreta la autoridad, es decir el el Poder legislativo o el Dios Estado (Bakunin).

    Hoy en día ya no hace falta ir a misa, ya tenemos la pantalla de televisión, cine, móvil, interntet, etc, como medio de adoctrinamiento. Del Dios metafísico se ha pasado el físico, la interiorización del pensamiento religioso al tecnológico (materialista) como engaño.

    Salut!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Aprecio cualquier intento de desvelar las múltiples trampas que el sistema nos tiende, es por eso que valoro y respeto a Agustín.

      Salut!

      Eliminar
  3. Como la religión y la creencia se basa en un dogma irracional no hay nada que debatir. O te lo crees o no. Esto tan sencillo es muy complejo, porque hay muchas religiones y mucho tontolaba. En serio, no hay debate.
    Estoy cansado de encontrarme con meapilas de todo tipo, y solo hay una cosa en que estamos de acuerdo, es que ambos estamos explotadas por el mismo patrón y sufrimos las mismas vejaciones. A partir de ahí nos damos la razón y nos ponemos a trabajar juntos, unos con su pájaros y yo con mis escopetas. Puedo asegurar que el desvío de la atención funciona y hace pensar.
    Salud y me cago en dios!

    ResponderEliminar
  4. A Agustín se le ha olvidado mencionar, junto con el Dios Dinero, al Dios Sanidad "pública", al Dios "Infección" hijo del Dios de la Teoría Microbiana, al Dios alienígena llamado "Microorganismo", al Dios VIH-SIDA y su Dios protector, el AZT, y todos ellos hijos del Dios Supremo : CIENCIA.

    Me ha hecho gracia el artículo, aunke a veces me mareaba con tanta fe versus ateísmo frustrado, tantos intentos para ke se entienda ( ¡¡he dicho "SE" ), ¡¡ja,ja,ja,ja,jaaa...!! :)

    ResponderEliminar