"El reloj analógico, aun siendo perfectamente cronométrico, tiene todavía algo de cíclico: las agujas se mueven en círculo y siempre regresan al punto del que partieron, además de que su escenificación es una esfera; al consultarlo, uno no sabe únicamente qué hora es, sino que ve (aproximada, no exactamente) el tiempo que queda para tal o cual hora, o el que pasa de tal o cual otra. El reloj digital sólo representa el presente: un segundo de tiempo que en seguida (al segundo) se esfuma sin dejar huella y cede su sitio a otro completamente nuevo que parece como si no guardara la más mínima relación con el anterior; el cálculo de "lo que falta para..." o "lo que pasa de..." no está representado, sólo figura una cifra que registra la hora que es en ese preciso instante, una hora que nunca antes ha sido y que nunca volverá a ser (la imagen del ciclo desaparece por completo, y la esfera es sustituida por la pantalla).
La hora analógica representa su pasado y su porvenir: son las ocho menos cuarto, o sea, falta un cuarto para las ocho (a quarter to eight), lo que significa que albergamos alguna esperanza de que lleguen a dar las ocho, que incluimos el porvenir en nuestros cálculos; son las cinco y diez, o sea, hace diez minutos que eran las cinco, todavía podemos acordarnos de lo que pasó hace diez minutos. La hora digital es una sentencia de muerte que no reconoce vínculos con el pasado ni con el porvenir, es un simple fogonazo instantáneo desprendido del tiempo, que sólo muestra el presente más exacto: 19:45, 17:10. Como las autopistas, el tiempo digital prohíbe la circulación en sentido contrario: sólo podría traducirse al lenguaje analógico diciendo que pasan cuarenta y cinco minutos de de las diecinueve o que pasan diez minutos de las diecisiete, no falta nada para ninguna hora (¿quién sabe si llegarán a ser alguna vez las ocho en punto?), todo lo que pasa está pasando ahora, ahora mismo, sin antes ni después. Por tanto, producido a esta velocidad, el tiempo ya no es una línea sino un punto. No un río que fluye (como lo era el tiempo newtoniano) ni una aguja que corre sino un relámpago."
José Luis Pardo, La intimidad.
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