Crespo (05.06.06)
Una
mirada crítica a las pedagogías progresistas del capitalismo tecno-industrial.
De cómo los pedagogos son capaces de ser sólo “revolucionarios” con altos
salarios y creen cambiarlo todo mientras, en realidad, contribuyen a que todo
siga igual.
Supuesto pedagogo de profesión, me he negado siempre a escribir de
pedagogía. Quizá por no reconocer la miserabilidad de mi profesión y querer
esconder, dejando así enterrado, el lado profesional –triste palabra, somos
profesionales, técnicos, y, en suma, gestores del capitalismo– de mi vida. Han
profesionalizado nuestras existencias, las han especializado, las han
tecnificado hasta el límite. La división del trabajo, el fordismo salvaje,
impuesto desde pequeñitos, nos hace ser perfectos autómatas programados. Elección magistral hecha en base a lo menos malo por no trabajar
montando escenarios, cocinando cadáveres de animales asesinados para el
consumo, o limpiando unos grandes almacenes (he aquí mi panóptico
profesional).... En fin, no me expandiré aquí en una pléyade de excusas que
poco os pueden interesar. No entiendo como alguien puede sentirse bien en su
trabajo. No puedo comprender como alguien, prostituyéndose a los intereses produccionistas
del Estado-capital, puede ser feliz. Me horroriza ver las sonrisas de quien,
bajo el yugo del trabajo asalariado que compra horas de vida para producir
plusvalía en beneficio de clase privilegiada que nos gobierna, permanece
contento de tener lo que le imponen. Un ladrón, un criminal, un loco
–denominados así por esta sociedad enferma– ¿son acaso peores que nosotros que
permanecemos sumisos al mercado y sus imposiciones? No hay mayor ceguera que la
que se excusa en la comodidad de sus actos. Jacob, miembro del grupo francés
anarquista los Trabajadores de la noche
defendió el robo escupiendo palabras en forma de bala para los bienpensantes de
la República francesa:
«Llamáis a un hombre "ladrón y bandido", le aplicáis el rigor
de la ley sin preguntaros si él puede ser otra cosa. ¿Se ha visto alguna vez a
un rentista hacerse ratero? Confieso no conocer a ninguno. Pero yo que no soy
ni rentista ni propietario, que no soy más que un hombre que sólo tiene sus
brazos y su cerebro para asegurar su conservación, he tenido que comportarme de
otro modo. La sociedad no me concedía más que tres clases de existencia: el
trabajo, la mendicidad o el robo. El trabajo, lejos de repugnarme, me agrada,
el hombre no puede estar sin trabajar, sus músculos, su cerebro poseen una
cantidad de energía para gastar. Lo que me ha repugnado es tener que sudar
sangre y agua por la limosna de un salario, crear riquezas de las cuales seré
frustrado. En una palabra, me ha repugnado darme a la prostitución del trabajo.
La mendicidad es el envilecimiento, la negación de cualquier dignidad.
Cualquier hombre tiene derecho al banquete de la vida. El derecho de vivir no
se mendiga, se toma.
El robo es la restitución, la recuperación de la posesión. En vez de
encerrarme en una fábrica, como en un presidio; en vez de mendigar aquello a lo
que tenía derecho, preferí sublevarme y combatir cara a cara a mis enemigos
haciendo la guerra a los ricos, atacando sus bienes... Ciertamente, veo que
hubierais preferido que me sometiera a vuestras leyes; que, obrero dócil,
hubiese creado riquezas a cambio de un salario irrisorio y, una vez el cuerpo
ya usado y el cerebro embrutecido, hubiese ido a reventar en un rincón de la
calle. Entonces no me llamaríais "bandido cínico", sino "obrero
honesto". Con halago me hubierais incluso impuesto la medalla del trabajo.
Los curas prometen el paraíso a sus embaucados; vosotros sois menos abstractos,
les ofrecéis papel mojado» (1)
Toda una declaración de principios. Algunos tememos dar ese paso, sólo
la cobardía y el miedo a la cárcel, puede ser un planteamiento razonable para
que un revolucionario no actúe de tal manera. Dista mucho el planteamiento de
Jacob, atacando frontalmente los cimientos del capitalismo, que el de quien
pretende progresar en su trabajo, felizmente convencido, autoengañado, hacia
una supuesta revolución social. Sólo el saqueo y el ataque directo a la ley
pueden destrozar el orden establecido. El resto, son quimeras parlamentarias ‑camufladas
con las más variopintas caretas y tambores– al alcance de todos. Pero, he aquí,
una rareza profesional no extinta: los maestros y pedagogos. Qué no sólo están
orgullosos de servir al Estado, sino que pueden llegar a creer firmemente en
propiciar un cambio social manipulando las maleables mentes de los niños,
cuando, lo más que hacen, es inculcar dosis de democracia parlamentaria en
estado puro.
La tecnificación no escapa al mundo educativo. Sus lacayos, los maestros
y maestras, repiten sin parar el lenguaje creado artificialmente por las elites
universitarias al servicio del poder. Así son muchos los maestros, mediadores
socioculturales, psicólogos, equipos multiprofesionales, logopedas, pedagogos terapéuticos,
monitores de ocio y tiempo libre, cuidadores, profesores, técnicos de
enseñanza, incluso técnicos de acción directa (así se denomina a unos
profesionales que trabajan en la cárcel de menores de Zambrana) quienes ponen
en marcha con orgullo metodologías participativas, recursos polivalentes,
materiales para primaria y secundaría; que crean herramientas constructivas,
integradoras e inclusivas, que evalúan y autoevalúan, que no castigan sino que
“implantan consecuencias”. Que destinan a los niños desobedientes a los equipos
de orientación y recuperación, que profundizan en la miserabilidad de sus vidas
e imponen veladamente dinámicas de grupo, juegos de rol y elocuentes debates
que hacen apología –quizá sin pretenderlo- del intercambio de mercancías, de
consumismo salvaje, de la sociedad espectacular.
Los trabajadores de la educación dan por incuestionable un axioma: los
niños no poseen las capacidades mentales adecuadas y hay que reconducírselas.
Parten de que si la conducta de los niños está por determinar, son ellos
quienes lo harán magistralmente, atribuyéndose la verdad, la razón, la
“creatividad” y por tanto aniquilándosela siempre al niño, que pequeño por
edad, no puede valerse por si mismo. Esta autoatribución en sus funciones, este
exceso de hedonismo, de poder completar a los otros siempre haciendo el bien,
incluso propiciando el cambio social, siempre concebido como una verdad
universal e incuestionable, es un mal endémico escolar ¿Quién determina esos
parámetros? ¿Quién establece esos criterios? ¿Quién se cree más cabal que un
niño?
Vemos a los niños avanzar con los años y se van contaminando por la
influencia detestable de los adultos. ¿Somos las personas adultas más cuerdas
que ellos? Sólo cabe echar un vistazo al caos mercantil que rige nuestras vidas
para deducir que no. Pero ni si quiera se duda. Se establece un rol erróneo
nefasto: el que sabe y el que no sabe. El que, de manera increíble, se atribuye
el monopolio de la verdad y la va a trasmitir a los pequeños. Una superioridad
camuflada en los criterios pedagógicos progresistas realmente reaccionaria. Se
establecen relaciones de dominación y, por tanto, de obediencia. Entre adultos
estaría mal visto. Pero hablamos de niños, y por sólo ese hecho, carecen de
principios. Por su bien contaminamos sus vidas. Hay un rol escolar
maestro-alumno plagado de historia impositiva que es en si mismo inevitable. Un
alumno y un maestro en un aula juegan una disposición autoritaria en la que no
caben parámetros de equidad por mucho que se pretendan. La relación de poder
será siempre desigual por mucho que esta se camufle. De ahí es normal que los
alumnos están siempre a la defensiva con el maestro, desconfíen siempre de él y
hasta lo vean como un enemigo. Escuela popular, escuela liberadora, incluso
escuela libre, son eufemismos tales como denominar a las cárceles centros de
reinserción y a los ejércitos humanitarios. Los pedagogos progresistas no
pueden oír de hablar de la destrucción de la escuela. No pueden soportar
escuchar que la escuela – al igual que la fabrica y la cárcel- es algo muy
reciente en la historia de la humanidad. No pueden entender que hay sociedades
que hoy en día se rigen sin escuelas (aunque se las traten de imponer, por
ejemplo, a los indígenas) y se trasmiten cultura, sensaciones y sentimientos de
manera mucho menos impositiva que cualquier forma de escuela a través de
diferentes formas artísticas. No quieren saber que la escuela nace de sus
homónimos progresistas ilustrados que pretenden otorgar al estado el monopolio
de la educación, alejados de la peculiaridad familiar y barrial, y sometidos a
la homogeneización que el Estado realiza a través del ámbito escolar. Escuela y
cárcel, dos instituciones que, como universales, no distan tanto en el tiempo.
La una prepara productores para el capital, la otra encierra a quien no produce
como le enseñaron y desobedece la imposición del mercado; la ley. No hay nada
peor que un pequeño alumno que falta a clase, al igual que es intolerable para
la patronal cuando un trabajador falta al trabajo. Norma burguesa infranqueable
para los buenos ciudadanos, para los buenos pedagogos progresistas. Acto penado
por la ley.
No quieren oír hablar de las teorías de la desescolarización porque....
¿De que vivirían los maestros sin escuelas? ¿Dónde encontrarían ellos,
progresistas y respetuosos humanistas, su espacio de dominación y superioridad?
¿Cuantos profesores pueden sentirse revolucionarios cobrando 40€ la hora en
medio de la pasividad de sus vidas?
¡Cuantos monitores de ocio y tiempo libre, educadores sociales, técnicos
del ocio, pueden ayudar a los demás sólo con altos salarios mientras son
incapaces de involucrarse en la guerra social por el fin de las clases! ¡Qué sería
de sus revoluciones sin el dinero que les proporciona el estado y el capital!
¡Que sería de sus cambios sociales sino fuera por la mercancantilización de su
trabajo! ¡Que sería de sus dinámicas de grupo si no estuvieran pagadas como un
salario “alto standing”!. No serían nada. Todo lo pueden dentro del trabajo
asalariado, nada valen fuera de él. Contribuyendo al engorde de la maquinaria
capitalista dicen poder combatirla. "Todo esta en la educación, es la base
para cambiar las cosas", repiten mientras se suceden las generaciones y el
orden establecido es cada vez más férreo. Contribuyen mejor que nadie a pagar
la paz social. Pedro García Olivo explica la docilidad social emanada de los
funcionarios del estado a la perfección:
«Ningún colectivo como el de los funcionarios para ejemplificar esta
suerte de docilidad sin convencimiento, docilidad exánime, animal, diría que
meramente "alimenticia": escudándose en su sentido del deber, en la
obediencia debida o en la ética profesional, estos hombres, a lo largo de la
historia reciente, han mentido, secuestrado, torturado, asesinado,... Se ha
hablado, a este respecto, de una "funcionarización de la violencia",
de una "funcionarización de la ignominia"... Significativamente,
estos "profesionales" que no retroceden ante la abyección, capaces de
todo crimen, rara vez aparecen como fanáticos de una determinada ideología
oficial, creyentes irretractables en la filantropía de su oficio o adoradores
encendidos del Estado... Son, sólo, hombres que obedecen...
Yo he
podido comprobarlo en el dominio de la educación: se siguen las normas porque
sí; se acepta la Institución sin pensarla (sin leer, valga el ejemplo, las
críticas que ha merecido casi desde su nacimiento); se abraza el profesor al
"sentido común docente" sin desconfiar de sus apriorismos, de sus
callados presupuestos ideológicos; y, en general, se actúa del mismo modo que
el resto de los "compañeros", evitando desmarques y desencuentros. Esta
docilidad de los funcionarios se asemeja llamativamente a la de nuestros
perros: el Estado los mantiene "bien" (comida, bebida, tiempo de
suelta,...) y ellos, en pago, obedecen. Igual que nuestro perro, condiciona su
fidelidad al trato que recibe y probablemente no nos considera el mejor amo del
mundo, el funcionario no necesita creer que su Institución, el Estado y el
Sistema participan de una incolumidad destellante: mientras se le dé buena
vida, obedecerá ladino... Y encontramos, por doquier, funcionarios escépticos,
antiautoritarios, críticos del Estado, anticapitalistas, anarquistas,...,
obedeciendo todos los días a su Enemigo sólo porque éste les proporciona rancho
y techo, limpia su rincón, los saca a pasear... Me parece que la docilidad de
nuestros días, en general, y ya no sólo la "docilidad funcionaria",
acusa esta índole perruna... » (2)
Educación y escuela se funden en el mismo concepto para los
planteamientos pedagógicos de hoy en día. Nada más falso. La “importancia y
necesidad” de la escuela es un mal endémico del capitalismo y del Estado que
los pedagogos ya han asumido como suyo. Sólo las teorías de la
desescolarización han acertado a arañar las imposturas de los progresistas
pedagógicos. Teorías enterradas incluso por los propios libertarios. La
escuela, por su propia concepción y estructura, nunca podrá propiciar una
revolución social. Por mucho que se maquille el envoltorio, la escuela es una
imposición del progresismo burgués.
Al inicio hicimos notar el surgimiento de la educación
institucionalizada; de ahí a nuestra actual situación encontramos no solo a la
escuela sino a la mayoría de los organismos de la sociedad con el virus de la
institucionalización. Toda actividad humana está amenazada por una ley que rige
el deber ser de cada uno de nosotros; nacimos para desempeñar una función que
nos han de asignar a través del proceso de la escolarización. La planificación
(la definición) se ha vuelto la esquizofrenia de la sociedad. La justificación
más grande que ha usado la escuela para adoctrinar al niño desde temprana edad
aparece con el pensamiento burgués (Locke). El niño es considerado un ser
irresponsable, incapaz de la conciencia y por ende de la madurez que
posteriormente le dará su libertad. El sometimiento (desplazando el aprendizaje
extraescolar donde se da el conocimiento de mayor contenido) se presenta como
necesario y forzoso. Los niños se convierten en ineptos desde el principio,
dependientes de las instituciones. La transferencia de responsabilidad desde sí
mismo hacia una institución garantizará el estancamiento social.
«Si no existiese una institución de aprendizaje obligatorio y para una
edad determinada, la "niñez" dejaría de fabricarse. En el presente,
la democracia cayó sobre los desposeídos, y con la ley de que todos deben tener
acceso a los cuarteles escolares de gobierno, se les ha aplicado el sello de
ignorantes igual que a la niñez privilegiada, ahora todos están iguales» Ivan
Ilich. La sociedad desescolarizada.
Notas
1: Extracto sacado
de la declaración de Alexander Marius Jacob en marzo de 1905 donde tiene lugar
en la audiencia de Amiens (Francia) el proceso contra los Trabajadores de la noche. Detenidos desde 1903, detención que ponía
fin a una actividad de tres años con más de 150 robos en domicilios, hoteles,
castillos e iglesias.
2: Extracto del
libro El enigma de la docilidad. Sobre
la implicación de la Escuela en el exterminio global de la disensión y de la
diferencia. Autor: Pedro García Olivo. Edita: Virus.
Hace tiempo que tras reflexionar sobre todo esto, lo encontré profundamente correcto, solo espero poderlo poner en práctica (poder continuar), aunque el mayor problema lo supone la imposibilidad de salir del sistema creando por tanto futuros "inadaptados", inútiles para el sistema en el que se verán obligados a desenvolverse.
ResponderEliminarSalud!
Ser consciente del problema es ya un paso importante, actuar en consecuencia, ir conquistando parcelas de libertad, es una ardua labor colectiva.
EliminarSalud!
La escuela una institución que sirve para reprimir, alienar y que salgan tuercas para que la máquina carcelaria capitalista siga a pleno rendimiento. Cuando se sale en lucha para defender la escuela pública, falta que reflexionemos nosotros mismos, qué clase de educación queremos para las futuras generaciones venideras, para la liberación de las clases populares y la conquista, como señalas, de parcelas de libertad, de poder...
ResponderEliminarSalud!
La escuela es la herramienta de adoctrinamiento de la clase dominante. En ella se forman los cuadros de mando y las bases obedientes. Mediante la educación, la clase dominante dictamina qué es el mundo y cual es la realidad. El "así es la vida" es consecuencia de ese dictamen que viene a decir "hay que resignarse". ¡A la mierda la educación! ¡Viva el conocimiento!
EliminarSalud!
Yo lo que observo, y se relaciona con aquel famoso párrafo de "La danza final de Kali", es que, efectivamente, se mete a los infantes en una institución, no solo para que estén recogidos mientras sus sufridos padres producen riqueza para la élite tanto en invierno como en verano (campamentos de verano), sino para que se vayan mentalizando de que tienen que pensar a contra-reloj en que clase de productores para el gran capital, qué clase de esclavos, quieren ser. No reconocer esto es engañarse demasiado, pero no reconocer que la élite lo único que hace es aprovecharse de la extrema docilidad y escasísima inteligencia de las masas... también es engañarse.
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