Ya no quiero comprender
a mis iguales. Me importan un carajo sus cuitas, sus miserias, sus agendas
repletas de cumpleaños infantiles, sus partidos de fútbol del siglo, sus
musicales, sus pesados silencios ante el indigno respirar. No me aguanto un
discurso más sobre el arte contemporáneo o sobre el riesgo que corre el
elefante de Sumatra; no pienso escuchar cuando debatan sobre el precio excesivo
de los billetes de avión o sobre la limpieza de las calles o las playas. No
entiendo cómo podemos seguir habitando esta cotidianidad de clase media europea
mientras casi todo se desmorona alrededor, dentro y debajo de la alfombra que
todo lo tapa, todo lo acolcha.
Se trata, no de tirar
todo por la borda y hundirse en la tristeza, sino en dirigir todos nuestros
esfuerzos a frenar este vertiginoso camino hacia el abismo.
Podemos seguir
atribuyendo responsabilidades al afuera: son los políticos, son las mafias, son
los terroristas, son los radicales, son los islamistas, son los poderes
financieros… O podemos comenzar a mirarnos al espejo para ver cómo nosotras
dejamos que todo esto acontezca, cómo nos empeñamos en no organizarnos para
rescatar, en caso de existir, algo de dignidad.
No quiero ser un alemán
silente de 1934, no quiero ser un israelí indolente de 2016, no quiero ser un
funcionario europeo, ni un oficinista de la migración gringa, no quiero ser
cómplice pero tampoco quiero estar callado, esperando que todo alrededor sea
llama y odio, semilla ya podrida del futuro que no está por venir.
Disculpad si os sueno
agresivo, pero miro alrededor y la semana santa estalla en vacacionistas con
velo. Perdonadme si os parezco soberbio o altivo pero hoy los estadios se
congelan en el minuto 14 pero no quieren saber de los miles de humanos
detenidos en la humillada y humillante Grecia. Sabed comprender mi tristeza y
cómo estoy empujándome para no dejarme caer, cómo hago todo lo posible para
seguir amando a la Humanidad que antes amaba (a pesar de todo), cómo camino
entre rescoldos, con los pies descalzos, tratando de que el ardor de hielo no
me impidan cargar con la esperanza, cómo me aferro a los resistentes para
seguir resistiendo, cómo me hago exiliado para buscar refugio en los que no
tienen patria.
Hoy no voy a ser
comprensivo ni empático. No voy a perdonar la ignorancia ni la indolencia. No
voy a perdonar ni mis silencios, ni mi ceguera. No voy a perdonarme si abandono
la trinchera sin armas en la que transito. No voy a refugiarme en el pliegue
térmico del día a día, ni en la sordera que nos invade tras la deflagración.
Paco Gómez Nadal.
Diario de Cesiones. Ed. Amargord, 2017
Tomado de: Voces del extremo
La gente te mira raro cuando no eres capaz de ser feliz a pesar de que "a ti no te ha tocado"
ResponderEliminar(allá ellos)
Salud!
La gente te mira raro en cuanto te sales siquiera un milímetro del guión.
EliminarSalud!
Bien resumido y se entiende bien.
ResponderEliminarYa lo dice el PP: "la mayoría silenciosa es nuestra", "los estadios de futbol llenan más que las manifestaciones".
ResponderEliminarSalud!
Fútbol: ¡el multitudinario consenso de la estulticia!
EliminarSalud!