07 diciembre, 2012

LA RECONVERSIÓN DEL TERRITORIO ASTURIANO Y EL TAV


 Miquel Amorós

No hay duda, el gobierno español está realizando en Asturias la mayor inversión de su historia a través del Ministerio de Fomento, de forma que la transición de una economía industrial deficitaria a una economía de servicios "conectada" con el capital internacional se efectúe tan rápido "como la situación lo permita", mientras se van disipando sin demasiadas resistencias los desastres sociales inducidos por la desaparición de la agricultura tradicional, la reconversión industrial y la liquidación de la minería. Tal inversión se concreta en la ampliación del puerto de Musel hasta convertir mediante regasificadoras y centrales térmicas de ciclo combinado a Gijón en un “poblado energético” desde donde partirán líneas de alta tensión como la de Sama a Velilla. Y también la construcción de autovías, la modernización del aeropuerto, la creación de un polígono de actividades logísticas (la ZALIA) y, por encima de todo, en la llegada del AVE, prometida para el 2012, aunque, vista la evaporación de capital disponible por el Estado en estos últimos tiempos, aplazada sin fecha creíble, a la espera de la inyección de fondos que determine la buena voluntad de las constructoras y los bancos. En efecto, el AVE es "el tren de la recuperación económica", puesto que "la gente podrá venir más a Asturias" gracias a una mejor "accesibilidad", especialmente turistas "de calidad"; es el tren de la "conexión con Europa", una "apuesta de desarrollo sostenible", un "vertebrador del territorio" venido para convertir a Asturias en "el nudo logístico de la actividad empresarial en el Norte de España", etc., etc. El lenguaje de los dirigentes locales muestra los planes, los deseos y hasta los sueños de la dominación, exactamente los mismos en toda la periferia: que el desarrollo capitalista depende de una comunicación fluida con los ejecutivos de Madrid, a los que se les ofrece una alternativa al avión; que se basa fundamentalmente en la construcción, el tráfico de mercancías y el turismo, y que implicará una profunda remodelación del territorio.

La nueva economía no se conforma con explotar la fuerza de trabajo de una clase sometida, sino que explota el territorio y la vida de su vecindario. El capitalismo en Asturias ha experimentado un rápido proceso de terciarización, poniendo fin a la preponderancia industrial y minera, a la vez que liquidaba el escenario de una lucha de clases en desuso. Cuando se habla de un Museo del Movimiento Obrero, es que dicho movimiento es cosa ya de museos. El sector servicios proporciona el 60% de los empleos, la mayoría de los cuales son basura; desde 1998 aumenta con regularidad el tráfico aéreo y portuario, crece el negocio bancario, el inmobiliario, el hostelero y el informático; se incrementa la asesoría de empresas, la construcción, el turismo rural y las grandes superficies; y mientras tanto, se extinguen los últimos focos de cultura agraria, se destruye empleo industrial y se desteje la urdimbre minera. En el horizonte, un "tejido laboral más diversificado", cuyos hilos hay que encontrar en el peonaje de obra, el servicio doméstico, los dependientes de comercio o el personal hotelero; un "nuevo modelo de consumo", el del Espacio Buenavista o el de Los Prados en Oviedo, el de Caudalia de Mieres o el Parque Principado de Siero; una "reconversión medioambiental", la impuesta por el TAV, los planes de urbanización costera, las pistas de esquí y los vertederos; y una "nueva imagen de Asturias", la que, a imitación del Gugenheim de Bilbao, ofrece en Avilés el Centro Cultural Oscar Niemeyer, la del neomonumento que los gijoneses llaman el wáter de King Kong, o, finalmente, la que a semejanza de las casa de los horrores, proporcionaría un  propuesto Museo de las Obras del AVE.

La colonización completa del territorio por el capital se lleva a cabo mediante la formación de conurbaciones, que se apoderan de su entorno, subordinándolo. En una economía fuertemente terciarizada, los pueblos y las ciudades pequeñas son inviables, por lo que han de ser fagocitadas por áreas metropolitanas en continua expansión.

A partir de un millón de habitantes el abastecimiento resulta suficientemente rentable, la especulación inmobiliaria empieza a ser suculenta y las economías de escala o de aglomeración ya son importantes. Y también las deseconomías: atascos, contaminación, estrés, anomia... Asturias no queda lejos del objetivo de albergar una "ciudad de ciudades", que es como los dirigentes llaman a la conurbación desordenada y altamente motorizada, pues en el triángulo formado por Oviedo, Gijón y Avilés viven amontonados unos 800.000 habitantes. Las oligarquías políticas y económicas locales han tomado conciencia de la "potencialidad" de las conurbaciones como "centros de desarrollo", y del hecho de su necesaria comunicación jerárquica con un hipercentro, por lo que las infraestructuras son imprescindibles, sobre todo las que llevan una carga política considerable, como lo es el Tren de Alta velocidad. Cuando hablan de "Asturias", las tecnócratas que asesoran a los dirigentes se refieren exclusivamente a la conurbación central asturiana conectada con Madrid. A todos los efectos, cualquier otra porción del territorio no cuenta, sino en relación económica con ella, es decir, como explotable.

Esa doble centralización, la de Madrid y la del binomio Oviedo-Gijón, significa una doble presión destructiva sobre el territorio, sobre la naturaleza, sobre las economías locales, sobre las comunicaciones comarcales o regionales, y para acabar, sobre las relaciones sociales que sostienen su dinamismo. El carácter masificador y destructor de la nueva economía es consustancial a la nueva etapa del capitalismo, hasta el punto de dominar sobre cualquier otro aspecto. Cada edificio, cada monumento, cada zona residencial, cada pista de esquí y cada campo de golf, se levanta sobre ruinas sociales todavía visibles; cada línea de alta tensión, cada autovía y cada TAV, discurren por territorios devastados, cuyas enormes heridas no logran ocultar ni la pintura, ni el ajardinamiento.

La destrucción se complementa con el despilfarro y la inutilidad, por lo que el AVE, la infraestructura que reúne a la perfección esos tres trazos, los propios del totalitarismo, ha de simbolizar más que ninguna otra la lógica depredadora de la clase dirigente, la que preside sin que demasiada gente se percate la mayor contrarrevolución habida en Asturias.

El AVE es realmente un tren costoso, destructivo e innecesario, particularmente el asturiano. Cada kilómetro cuesta 50 millones de euros, contra los 12 que costaba el de Sevilla. El precio del billete saldrá mucho más caro que el de los trenes de largo recorrido, que se suprimirán, e incluso que el de los puentes aéreos. La cantidad de túneles, viaductos, terraplenes y escombrerías, sumada a los destrozos causados por las mismas interminables obras –de largo lo más insufrible– garantiza un impacto que los habitantes de las proximidades nunca podrán olvidar. La destrucción afectará, como ya ha ocurrido en otros lugares, a las infraestructuras ferroviarias de cercanías, forzando así al uso multiplicado del automóvil. Pero lo mejor de todo es que el TAV asturiano no sobrepasa el nivel mínimo de utilidad. Competirá con desventaja con el avión, puesto que a pesar de la lejanía de los aeropuertos, la duración global del trayecto en tren Madrid-Oviedo superará en más de una hora la del aéreo. Y, pese a tanto vandalismo territorial, atravesar el principado, es decir, ir de Pola de Lena a Gijón, apenas adelantará en un cuarto de hora al tren convencional puesto que la velocidad media nunca superará los 176 kilómetros por hora. Cualquier crítica que se detenga en estas cuestiones, como la que hacen los alcaldes de los municipios afectados o los ecologistas locales, es igual de inútil que la infraestructura cuya construcción pretenden detener. Primero, porque lo que lo que para la gente corriente, en el supuesto de que la hubiera, es un defecto tremendo y una agresión inaceptable, para los dirigentes es una virtud y una demostración de fuerza. Los dirigentes tienden al despotismo, a la egolatría y a la irresponsabilidad ¿Y qué más prueba de faraonismo, megalomanía e irracionalidad que la construcción de una obra carísima, perjudicial e innecesaria? Segundo, porque los dirigentes regionales compiten unos con otros –véanse si no los aspavientos del presidente cántabro– y el TAV marca la diferencia.

Además, aunque parezca incomprensible, el TAV produce réditos electorales, cosa que obliga a toda candidatura, ecologista o no, a no pronunciarse en contra si quiere conservar sus posibilidades.

Pese que la construcción del TAV puede tacharse de verdadero acto terrorista, la población se halla en un estado de indignidad tan avanzado que es capaz de digerir cualquier bazofia que le echen y reproducir a pies juntillas el discurso del poder hasta en los menores detalles. La oposición al TAV ha de abandonar el terreno de las alegaciones y las denuncias, de las recogidas de firmas y los callejones sin salida de la ley, para presentar batalla en todo el territorio. Ha de romper el secretismo del poder abriendo canales propios de contrainformación, buscar aliados donde los haya y movilizar a un sector numeroso de la población. Solamente así podrá romper el cerco informativo y permitirse un mínimo debate público que altere la correlación de fuerzas, hoy abrumadoramente favorable a la dominación. La oposición lo tiene todo en contra salvo un par de detalles que sin duda pueden beneficiarla: por un lado, la crisis económica que recorre el país y agota las arcas del Estado. La falta de dinero ralentizará e incluso paralizará temporalmente las obras, con lo que se ganará tiempo, un factor táctico fundamental para el combate. Por el otro el escaso dinamismo de la economía asturiana, en las postrimerías de la reconversión, con una demografía estancada, la menor tasa de natalidad del Estado, mucho paro, una caída preocupante de la productividad y un grado de innovación tecnológica que podríamos calificar de ridículo, quita peso a las fuerzas vivas locales y las predispone al sacrificio ante la menor dificultad social. Por consiguiente, pese a su sumisión, la oligarquía asturiana tiene menos influencia en Madrid digamos que la vasca, y si las obras del TAV por Euskal Herria casi han parado, ¿qué podemos esperar de de las asturianas? En estas condiciones hasta una discreta protesta puede obtener excelentes resultados.

La lucha contra el TAV es al mismo tiempo un pulso contra el modelo social que necesita de ese artilugio y sobre todo contra el Estado, un pulso en el que los dirigentes no tienen empacho a recurrir a la violencia y a la criminalización. No se puede separar la alta velocidad del turbo capitalismo, ni en el plano económico, ni en el político, ni en el moral. El movimiento de protesta, condicionado por el terrorismo institucional Pro TAV, ha de ser asambleario y emplear tácticas que puedan contrarrestarlo.

La autodefensa será ante todo resistencia. Debe formular intereses generales y fundirlos con los vecinales, lo que significa que ha de abandonar el terreno político de la dominación incluso a nivel comarcal o local. El dominio del capital abarca todos los aspectos de la vida social, integrándolos y mercantilizándolos, de forma que su cuestionamiento no puede partir desde dentro. Al igual que las luchas obreras tuvieron a su enemigo interior en los partidos y los sindicatos, las luchas antidesarrollistas tienen al suyo en los ecologistas ciudadanistas y municipalistas. Cualquier movimiento que no rebase los límites de la mediación institucional será rápidamente absorbido. La contestación no puede centralizarse en nada acotado por el capitalismo, sean conflictos laborales o territoriales. No podemos oponer un modelo de capitalismo a otro. La cuestión social salió de las fábricas para reaparecer en el rechazo del consumo y del espectáculo, en el combate contra las grandes infraestructuras, en la reivindicación de la soberanía alimentaria y en la defensa del territorio, en la agricultura biológica y en las comunidades libres de resistentes, en las asambleas vecinales autónomas y en la secesión anticapitalista. Pero no lo logrará si se detiene ante la inmensidad de sus tareas y da marcha atrás. La aspiración última de desmantelar las conurbaciones y reequilibrar el territorio no es otra cosa que la voluntad manifiesta de acabar con el capitalismo y el Estado. Hay que tenerlo claro.

Para la charla de Riosa con la plataforma anti TAV, 9 de octubre de
2010.

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