Sean cuales sean las pseudotolerancias de que haga alarde, el
orden capitalista bajo todas sus formas (familia, escuela, fábricas, ejército,
códigos, discursos…) continúa sometiendo toda la vida deseante, sexual,
afectiva, a la dictadura de su organización totalitaria fundada sobre la
explotación, la propiedad, el poder masculino, la ganancia, el rendimiento… Infatigablemente, continúa su sucio trabajo de castración,
de aplastamiento, de tortura, de cuadriculado del cuerpo para inscribir sus leyes
en nuestras carnes, para clavar en el inconsciente sus aparatos de reproducción
de la esclavitud.
A fuerza de retenciones, de éxtasis, de lesiones, de
neurosis, el Estado capitalista impone sus normas, fija sus modelos, imprime
sus caracteres, distribuye sus roles, difunde sus programas… Por todas las vías
de acceso a nuestro organismo, sumerge en lo más profundo de nuestras vísceras
sus raíces de muerte, confisca nuestros órganos, desvía nuestras funciones vitales,
mutila nuestros goces, somete todas las producciones vividas al control de su
administración patibularia. Hace de cada individuo un lisiado escindido de su
cuerpo, un extraño a sus deseos.
Para reforzar su terror social, experimentado como
culpabilidad individual, las fuerzas de ocupación capitalista con su sistema
cada vez más refinado de agresión, de incitación, de chantaje, se ensañan en
reprimir, en excluir, en neutralizar todas las prácticas deseantes que no
tienen por efecto reproducir las formas de la dominación.
Así se prolonga indefinidamente el reino milenario del goce
desdichado, del sacrificio, de la resignación, del masoquismo instituido, de la
muerte: el reino de la castración que produce al sujeto culpable, neurótico,
laborioso, sumiso, explotable.
Este viejo mundo que por todas partes apesta a cadáver, nos
horroriza y nos convence de la necesidad de llevar a cabo la lucha
revolucionaria contra la opresión capitalista en el lugar en el que está más
profundamente arraigada: en lo vivo de nuestro cuerpo.
Es el espacio del cuerpo deseante al que queremos liberar de la influencia opresora. Es en este y desde este espacio que queremos trabajar para la liberación del espacio social. No hay frontera
entre ambos. Yo me oprimo porque yo
es el producto de un sistema de opresión extendido a todas las formas la vida.
La conciencia revolucionaria es una mistificación siempre
que no pasa por el cuerpo revolucionario, el cuerpo productor de su propia
liberación. Son las mujeres en rebelión contra el poder masculino
—implantado durante siglos en sus propios cuerpos—, los homosexuales en
rebelión contra la normalidad terrorista, los jóvenes en rebelión contra la
autoridad patológica de los adultos, quienes han comenzado a abrir
colectivamente el espacio del cuerpo a la subversión y el espacio de la
subversión a las exigencias inmediatas del cuerpo.
Son ellas, son ellos, quienes han comenzado a desafiar el
modo de producción de los deseos, las relaciones entre el goce y el poder, el
cuerpo y el sujeto, tal como funcionan en todas las esferas de la sociedad
capitalista e incluso en los grupos militantes.
Son ellas, son ellos, quienes han quebrado definitivamente
la vieja separación que divide a la política de la realidad experimentada para
el máximo beneficio de los gerentes de la sociedad burguesa como de aquellos
que pretenden representar a las masas y hablar en su nombre.
Son ellas, son ellos, quienes han abierto los canales de la
gran sublevación de la vida contra las instancias de muerte que no cesan de
insinuarse en nuestro organismo para someter cada vez más sutilmente la
producción de nuestras energías, de nuestros deseos, de nuestra realidad, a los
imperativos del orden establecido.
Una nueva línea de ruptura, una nueva línea de ataque más
radical, más definitiva, es trazada, a partir de la cual se redistribuyen
necesariamente las fuerzas revolucionarias.
Ya no podemos soportar que se nos robe nuestra boca, nuestro
ano, nuestro sexo, nuestros nervios, nuestros intestinos, nuestras arterias…
para hacer las piezas y las labores de la innoble mecánica de la producción del
capital, de la explotación y de la familia.
Ya no podemos permitir que se hagan de nuestras mucosas, de
nuestra piel, de todas nuestras superficies sensibles, zonas ocupadas, controladas,
reglamentadas, prohibidas.
Ya no podemos soportar que nuestro sistema nervioso sirva de
transmisor del sistema de explotación capitalista, estatal, patriarcal, ni que
nuestro cerebro funcione como una máquina de suplicios programada por el poder
que nos cerca.
Ya no podemos sufrir no liberar, reprimir nuestros
deseos, nuestra mierda, nuestra saliva, nuestras energías, conforme a las
prescripciones de la ley y sus pequeñas transgresiones controladas: Queremos
destruir el cuerpo frígido, el cuerpo encarcelado, el cuerpo mortificado que el capitalismo no cesa de querer construir con los desechos de nuestro
cuerpo viviente.
Este deseo de liberación, fundamental para introducirnos a
una práctica revolucionaria, llama a que salgamos de los límites impuestos a nuestra persona, que tumbemos en nosotros al sujeto, que salgamos de la sedentariedad,
del estado legal para atravesar los espacios del cuerpo sin fronteras, y vivir
en la movilidad deseante más allá de la sexualidad, más allá de la normalidad,
de sus territorios y de sus repertorios.
Es en este sentido que algunos hemos experimentado la necesidad
vital de liberarnos en común de la influencia que las fuerzas de aplastamiento
y de captación del deseo han ejercido y ejercen sobre cada uno de nosotros en
particular.
Todo lo que hemos vivido sobre el modo de la vida personal,
íntima, lo hemos tratado de abordar, de explorar, de vivir colectivamente.
Queremos derrumbar el muro que, erigido por el interés de la
organización social dominante, separa el ser del parecer, lo dicho de lo no-dicho, lo
privado de lo social.
Hemos comenzado a descubrir juntos, juntas, toda la mecánica de
nuestras atracciones, de nuestras repulsiones, de nuestras resistencias, de
nuestros orgasmos, de señalar al conocimiento común el universo de nuestras
representaciones, de nuestros fetiches, de nuestras obsesiones, de nuestras
fobias. Lo inconfesable ha devenido para nosotros materia de reflexión, de
discusión pública, de explosiones políticas en el sentido en el que la política
manifiesta en el campo social las aspiraciones irreductibles de lo viviente.
Hemos decidido romper el insoportable secreto que el poder
hace caer sobre todo lo que toca al funcionamiento real de las prácticas
sensuales, sexuales, afectivas, como hace caer sobre el funcionamiento real de
toda práctica social que produce o reproduce las formas de la opresión.
Destruir la sexualidad
Al explorar en común nuestras historias individuales, hemos
podido medir hasta qué punto toda nuestra vida deseante está dominada por las
leyes fundamentales de la sociedad estatal, capitalista, de tradición
judeocristiana; y, en efecto, subordinada a sus reglas de eficacia, de
plusvalía, de reproducción. Al confrontar nuestras experiencias singulares, sin
importar qué tan libres podían habernos parecido, nos hemos dado cuenta de que
no cesamos de conformarnos en los estereotipos de la sexualidad oficial, la
cual reglamenta todas las formas de lo vivido y extiende su administración
desde las camas matrimoniales a las casas de prostitución, pasando por los
baños públicos, las pistas de baile, las fábricas, los confesionarios, las
sex-shop, las prisiones, los liceos, los autobuses, etc…
Esta sexualidad oficial, esta sexualidad sin adjetivos, no
hay duda para nosotros, no queremos acondicionarla como se acondicionan
las situaciones de detención. Sino destruirla, suprimirla, porque no es más que
una máquina de castración y re-castración indefinida, una máquina para
reproducir en todo ser, en todo tiempo, en todo lugar, las bases del orden
esclavista. La sexualidad es una monstruosidad, así sea en sus formas
restrictivas, o en sus llamadas formas permisivas, y está claro que el proceso
de liberalización de las costumbres y de erotización promocional de la realidad
social organizada y controlada por los gerentes del capitalismo avanzado no
tienen otro objetivo que hacer más eficaz la función reproductora de la libido
oficial. Lejos de reducir la miseria sexual, estos tráficos no hacen otra cosa
que alargar el campo de las frustraciones y de la carencia, que permite la
transformación del deseo en necesidad compulsiva de consumir y asegurar la
producción de la demanda, motor de la expresión capitalista. De la inmaculada
concepción a la puta publicitaria, del deber conyugal a la promiscuidad
voluntarista de las orgías burguesas, no hay ninguna ruptura. Es la misma
censura la que está obrando. Es la misma masacre del cuerpo deseante la que se perpetúa.
Simple cambio de estrategia. Lo que queremos, lo que deseamos, es reventar la pantalla de
la sexualidad y sus representaciones para conocer la realidad de nuestro
cuerpo, de nuestro cuerpo viviente.
Eliminar el adiestramiento
Queremos liberar, descuadricular,
desbloquear, descongestionar este cuerpo viviente para que libere sobre sí mismo todas las
energías, todos los deseos, todas las intensidades aplastadas por el sistema
social de inscripción y de adiestramiento.
Queremos recuperar el pleno ejercicio de cada una de
nuestras funciones vitales con su potencial integral de placer.
Queremos recuperar las facultades que son tan elementales
como el placer de respirar, el cual ha sido literalmente estrangulado por las
fuerzas de opresión y contaminación, queremos recuperar el placer de comer, de
digerir, perturbado por el ritmo de rendimiento y la sucia comida producida y
preparada según los criterios de la rentabilidad mercantil; el placer de cagar
y el goce del culo sistemáticamente masacrado por el adiestramiento intrusivo
de los esfínteres, por el cual la autoridad capitalista inscribe incluso en la
carne sus principios fundamentales (relaciones de explotación, neurosis de
acumulación, mística de la propiedad, de la limpieza, etc.); el placer de
masturbarse felizmente sin vergüenza, sin angustia, ni por fracaso o
compensación, sino simplemente el placer de masturbarse; el placer de vibrar,
de murmurar, de hablar, de caminar, de moverse, de expresarse, de delirar, de
cantar, de jugar con el cuerpo de todas las maneras posibles. Queremos
recuperar el placer de producir placer, de crear, despiadadamente anulado por
los aparatos educativos encargados de fabricar trabajadores (consumidores
obedientes).
Liberar las energías
Queremos abrir nuestro cuerpo al cuerpo del otro, para que pueda vivir por fin sin culpabilidad, sin inhibición, para que nuestra realidad cotidiana no sea
esta lenta agonía que la civilización capitalista y burocrática impone como
modelo de existencia a aquellos que enrola. Queremos extirpar de nuestro ser al
tumor maligno de la culpabilidad, raíz milenaria de todas las opresiones.
Sabemos evidentemente los formidables obstáculos que
tendremos que superar para que nuestras aspiraciones no sean solamente el sueño
de una pequeña minoría de marginados. Sabemos en particular que la liberación
del cuerpo, de las relaciones sensuales, sexuales, afectivas, están
indisolublemente ligadas a la liberación de las mujeres y a la desaparición de
cualquier especie de categorías sexuales. La revolución del deseo pasa por la
destrucción del poder masculino, de todos los modelos de comportamiento y de
emparejamiento que imponga así como pasa por la destrucción de todas las formas
de opresión y de normalidad. Queremos terminar con los roles y las identidades
impuestas por el Falo.
Queremos terminar con toda especie de asignación a una
residencia sexual. Queremos que no haya más entre nosotros hombres y mujeres,
homosexuales y heterosexuales, poseedores y poseídos, mayores y menores, amos y
esclavos, sino humanos transexuados, autónomos, móviles, múltiples; seres con
diferencias variables, capaces de intercambiar sus deseos, sus goces, sus
éxtasis, sus ternuras, sin tener que hacer funcionar algún sistema de
plusvalor, algún sistema de poder, si no es sobre el modo del juego.
Partiendo del cuerpo, del cuerpo revolucionario como espacio
productor de subversión y como lugar en el que se ejercen a fin de cuentas todas las crueldades de la opresión. Al conectar la práctica
política a la realidad de este cuerpo y sus funcionamientos, al buscar colectivamente
todas las vías de su liberación, ya hemos producido una nueva realidad social
en la cual el máximo placer se combina con la máxima consciencia. Ésta
es la única vía que puede darnos los medios para luchar directamente contra los
efectos del Estado capitalista ahí donde se ejerce directamente. Éste es el
único paso que nos puede hacer realmente fuertes contra un sistema de
dominación que no cesa de desarrollar su poder, de debilitar, de fragilizar, a
cada individuo para constreñirle a suscribir sus axiomas. Para reducirlo al
orden de objeto sumiso y obediente.
(Texto originalmente publicado de manera anónima en la
revista francesa Recherches n° 12, 1973, intitulada “Tres mil millones de
pervertidos: Gran enciclopedia de las homosexualidades”, en la que entre
otros participaron Gilles Deleuze, Michel Foucault, Jean Genet, Guy Hocquenghem
y Jean-Paul Sartre. El gobierno francés decomisó y destruyó todos los
ejemplares de la revista y denunció a Félix Guattari, director de la
publicación, acusándolo de “afrenta a la decencia pública”.)
Muy extenso y muy complejo para comentarlo de forma breve, porque muchos de estos mismos argumentos son utilizados por el sistema para crear grupos de disidentes artificiales y modelos preconcebidos de "normalidad"; Desde le ministerio de igualdad al lobby gay.
ResponderEliminarSalud!
¿Muy extenso? Un folio, si eso te parece muy extenso...
EliminarSalud!
Para comentarlo de forma breve, terminé la frase. Tras lo que te he razonado el porqué.
ResponderEliminarSalud!
Un texto muy visceral y poético. Parece que está escrito del tirón. Desgarrador. Con la represión generalizada ya no es solo la represión sexual o patriarcal. La represión lo abarca todo. La liberación no puede realizarse tema por tema. Ha de tener una solución social general o no tendrá.
ResponderEliminarSalud y Anarquía!