Daniel Guerrier
En 1774, James Cook descubre en el sur del océano Pacífico las
tierras que denominará New Caledonia. Desde 1840, se instalan los primeros
evangelizadores, los católicos en la gran isla, la «Gran Tierra», extendida
sobre 400 km, y los protestantes en las islas Loyauté (Maré, Tiga, Lifou y
Ouvéa), y se encuentran con las poblaciones «originarias» locales, los kanak
(palabra invariable en lengua polinesia, los «seres humanos», sin consideración
racial), melanesios originarios del sureste asiático, llegados a la Gran Tierra
y a las islas Loyauté cuatro mil años antes.
El descubrimiento de la riqueza mineral de la Gran Tierra dará
una considerable importancia a la colonización y suscitará, para desgracia de
los kanak, la codicia de todos: la Gran Tierra contiene el 25% de las reservas
mundiales de níquel.
Desde la toma de posesión de la Nueva Caledonia en nombre del
gobierno francés en 1853, los kanak se encuentran en situación de apartheid, en
un cuadro colonial. Relegados a las reservas, fueron sometidos al estatuto de
indígena desde 1887 a 1946, lo que quiere decir, sometidos a trabajos forzados,
a la prohibición de circular y al impuesto de capitación. Sólo hasta 1957, no
obtuvieron el derecho de voto como cualquier ciudadano francés. Hoy, con 86.000
individuos son minoría en su propio país.
Los kanak todavía son portadores de una verdadera civilización
comunitaria original organizada en torno de los «usos y costumbres», con dones
y contra-dones, sin clases y sin Estado («Una sociedad sin cárcel, sin asilo y
sin orfanato» decía uno de los actores del «despertar kanak» en los años 70, Nidoish Naisseline en 1969; «La civilización kanak: una suerte para el
socialismo» escribía Jimmy Ounei en 1982), donde las relaciones humanas y las
formas de producción en función de las necesidades de cada uno se unen a una
filosofía que excluye cualquier forma de dominación, de explotación y de
opresión. Los que tiene el estatuto de «jefe» no lo son en el sentido
occidental del término, y las funciones de depositario de la memoria oral y de
poseedor de la palabra de la comunidad, que es apercibida globalmente como una
persona, pero sin por ello negar al individuo, no le sitúan por encima de la
sociedad y de sus reglas. Por otra parte, los demás miembros de la tribu no son
sus súbditos sino sus «hermanos».
La colonización del pueblo kanak no se dio sin reacciones de las
poblaciones locales. Así, estallarán violentas revueltas, de las cuales algunas
desembocarán en verdaderas insurrecciones.
La insurrección de 1878 duró doce meses (junio de 1878-junio de
1879) con decenas de granjas atacadas y cerca de 200 colonos muertos, y fue
encabezada por el gran jefe Ataï que unificó a numerosas tribus contra la
presión territorial de los nuevos colonos y sus explotaciones ganaderas extensivas.
En cierta manera fue la primera manifestación «nacional» kanak. La «limpieza»
de la guerrilla duró seis meses, en los que se verá a la mayoría de los 4.250
deportados de la Comuna de París, llegados en 1872 al mismo tiempo que los
deportados kabils después de la gran revuelta de 1871 en Argelia, pedir armas a
sus guardianes para matar a los «caníbales». Sólo algunos, en torno a los
anarquistas Louise Michel y Charles Malato, serán solidarios de los
insurgentes, verdaderos primeros actores blancos de un sostén anticolonialista.
Cuenta la tradición oral kanak, que Louise Michel, en vísperas de la
insurrección, enrolada benévolamente en un trabajo pedagógico en las tribus,
llegó a dar su banda roja de la Comuna a unos emisarios de Ataï. El estado de guerra
duró casi 18 meses y la represión fue terrible, con cerca de 2.000 muertos
kanak, el asesinato de Ataï (cuya cabeza conservada como trofeo fue expuesta,
no hace mucho, antes de los «acontecimientos de 1984», en el Museo de las
colonias de París) por parte de kanak adheridos a los colonizadores y la
deportación de algunas tribus en las islas más alejadas de la Gran Tierra.
Miles de kanak saludarán en 1880, en los muelles de Nouméa, la salida de Louise
Michel «La Insumisa». Aún hoy, su memoria está presente entre la población
melanesia.
Harto de engaños, de trampas y de constantes moratorias por
parte de los gobiernos franceses, ya sean de derecha o de «izquierda», el
Frente de Liberación Kanak Socialista (FLNKS, que agrupa a todos los
componentes del movimiento kanak en lucha por su identidad, su supervivencia
cultural y la independencia de Kanaky) decide acabar con el juego político
institucional y propone un boicot activo en las elecciones territoriales del 18
de noviembre de 1984. El día de las votaciones, Eloi Machoro, secretario general de la
Unión caledoniense, dentro del Frente, rompe a golpes de hacha la urna
electoral en el ayuntamiento de Canala. Con esta imagen, que simboliza el rechazo
radical del juego político y de sus instituciones, la opinión pública de la
metrópoli descubrirá la lucha del pueblo kanak. El boicot activo tuvo un gran
éxito en Thio: menos del 25% de los 1.700 inscritos (de los que 541 eran
europeos) votaron, o sea sólo 10 kanak (y 6 de ellos participaron en las
barricadas). La ciudad minera de Thio, dividida en cuatro pueblos separados, es
el único municipio de la costa este administrado aún por un europeo, Roger Gaillot, propietario de tierras, patrón de una pequeña mina de níquel y
dirigente del Frente nacional local (extrema derecha), que sólo obtuvo 65
votos. El distrito de Thio representa aproximadamente 100.000 hectáreas y
comprende una población kanak de unas 2.000 personas repartidas en nueve tribus
en sólo 3.000 hectáreas (85.000 hectáreas pertenecen al Estado francés y 12.000
a los colonos).
El 20 de noviembre, siete barricadas levantadas en las
carreteras y un bloqueo marítimo dejaron aislada la comuna del resto de Nueva
Caledonia. En la ciudad, se prohíbe la circulación, los vehículos de la
Sociedad Le Nickel (SLN, entonces en situación de monopolio tanto por la
explotación como por la transformación del mineral) son requisados y sus
depósitos de carburante son ocupados. Los barcos de la sociedad pesquera
presidida por Roger Gaillot son tomados. Doscientos militantes FLNKS conducidos
por Eloi Machoro invaden la gendarmería (las cuatro familias de gendarmes son
secuestradas sin violencia alguna), el puerto es bloqueado y la actividad
económica, comprendida la minera, es paralizada, provocando grandes pérdidas
para la SLN. Hacia las cinco de la tarde, los kanak manifiestan su júbilo,
bandera kanak en alto y a los gritos de «Abajo el capitalismo», «El poder al
pueblo». Nouméa-la-Blanche, capital de Nueva Caledonia, todavía verdadera
sucursal colonial que contiene con sus comunas limítrofes el 70% de los 200.000
habitantes de Nueva Caledonia, y la Francia hexagonal descubren estas imágenes
por la televisión.
La mayor parte de la población kanak participa en el movimiento:
jóvenes, viejos, mujeres e incluso los niños tienen su lugar en las acciones.
Las autoridades tradicionales forman parte de la acción, por ejemplo, el
presidente del comité local del FLNKS resulta ser el jefe del clan que detenta
la propiedad de la tierra y la autoridad tradicional de Thio ha querido levantar
su propia barricada. Para los kanak, acostumbrados a la vida colectiva tribal y
a los grandes encuentros intertribales, no es ningún problema asegurar la
intendencia de varios centenares de personas.
Los militantes FLNKS emprenden una operación que tiene por
objetivo desarmar a los europeos que están fuertemente armados debido a su
afición a la caza y a su participación en las milicias antiindependentistas. Un
«comité de sabios» que cuenta con un europeo independentista entre sus filas
será encargado de establecer contactos con la comunidad europea asediada para
hacerle tomar conciencia de las consecuencias de un eventual enfrentamiento
violento. Son recuperadas decenas de armas, a veces entregadas por los mismos
europeos para evitar cualquier cambio imprevisto de la situación. Se organizan
patrullas y turnos para proteger las empresas y los almacenes (en los primeros
días hubo algunos saqueos, rápidamente controlados, que hicieron las delicias
de los críticos de la mercancía).
Eloi Machoro multiplica las reuniones informativas y de
discusión con los no kanak. Las poblaciones inmigradas de la Polinesia,
originarias de Wallis y de Futuna, que también boicotearon las elecciones a
pesar de las amenazas de muerte del equipo municipal de extrema derecha, se juntan
con «sus hermanos kanak» en las barricadas a partir del 24 de noviembre. Se
organiza la autodefensa de las tribus locales. De hecho ni un solo tiro será
disparado contra los europeos y todo el aparato productivo quedará incólume
durante toda la ocupación.
El 1 de diciembre, un congreso clandestino del FLNKS designa por
consenso, según la costumbre kanak, a su presidente Jean-Marie Tjibaou
«presidente del gobierno de Kanaky», y a Eloi Machoro «ministro de Seguridad».
El 2 de diciembre, Eloi Machoro con cerca de 400 hombres
decididos, armados con machetes, sables de desguace, mazas y algunas decenas de
fusiles, en alerta después de un primer pase de helicópteros, rodean a cuatro
helicópteros que acaban de aterrizar transportando unos 90 gendarmes móviles y
les obligan, sin ninguna posibilidad de resistir sin riesgo de un baño de
sangre por ambas partes, a marchar al paso, arma al portafusil («Para no
humillarlos demasiado» confiará Eloi Machoro a Vincent Kermel, coautor con
Claude Gabriel de Nouvelle-Calédonie, la révolte kanak, La Brêche, París,
1985), hasta Thio ciudad, donde una vez desarmados se juntan a los demás
gendarmes retenidos en su acuartelamiento. Cerca del puente de Thio, un quinto
helicóptero suelta sin aterrar a una quincena de hombres de negro, con
pasamontañas, del Grupo de intervención de la gendarmería nacional (los
«supergendarmes» del GIGN). Rápidamente son bloqueados por una sólida barricada
hecha de ganado y alambradas, teniendo en frente dos líneas de fuego
independentistas apoyadas por tiradores armados de fusiles con mirilla,
apostados en los pilones de uno y otro lado. El enfrentamiento armado durará el
tiempo que Eloi Machoro acabe con la neutralización y la puesta a buen
resguardo de sus 90 colegas y dé la orden, acompañando la palabra con el gesto,
al oficial que dirigía el comando del GIGN, impotente y humillado, de recular.
Ante la determinación y la organización de los kanak, el poder colonial se ve
con la obligación de negociar la liberación de todos sus hombres detenidos y su
lastimoso retorno a Nouméa se dará sin un solo disparo y después de la
restitución de todas las armas, municiones y con la movilización general de la
población kanak que asume todas las tareas tanto cotidianas como de
autodefensa.
Al mismo tiempo el conjunto del territorio se encuentra en
situación de «pre insurrección»: ocupación de ayuntamientos, de gendarmerías,
barricadas que continuamente se reconstruyen tras ser desmanteladas. En Nouméa,
los militantes aseguran la protección de los independentistas que están en
mayor peligro, sobre todo los europeos conocidos por su sostén a la lucha, de
los independentistas locales y de los barrios kanak. Se organiza el
abastecimiento de las tribus más aisladas. Del otro lado, escuadrones de
gendarmes móviles continúan afluyendo de la metrópoli, hasta 6.000 hombres, un
gendarme por cada 10 kanak (sin contar las fuerzas armadas propiamente dichas).
Se prohíbe cualquier manifestación, el ejército se enseñorea de la ciudad,
barcos de guerra abastecen el norte de la Gran Tierra.
El 2 de diciembre, un enfrentamiento en una barricada de otra
región acabará con la muerte de un ganadero blanco y Edgard Pisani parte hacia
Nueva Caledonia como emisario especial del gobierno francés con el mandato de
«asegurar el orden, mantener el diálogo y preparar las modalidades según las
cuales podrá ejercerse el derecho a la autodeterminación». Desembarca el 4 de
diciembre. Antes de cualquier negociación reclama el levantamiento de las
barricadas. Por su lado el FLNKS plantea sus condiciones: anulación de las
elecciones territoriales, organización de un referéndum de autodeterminación
reservado sólo a los kanak y a las «víctimas de la Historia » (no kanak nacidos
de padres ya nacidos en Nueva Caledonia, es decir, los «caldoches»,
descendientes de colonos o deportados), y liberación de los prisioneros
políticos. Efecftivamente, 17 prisioneros fueron liberados. Pero mientras el FLNKS retira las barricadas, el 5 de diciembre,
los «legalistas» del «clan de los mestizos» montan una emboscada sobre la carretera
de Tiendanite cerca de Hienghène, en el noreste de la Gran Tierra contra
militantes kanak: 10 son muertos y entre ellos dos hermanos de Jean Marie
Tjibaou, originario de esta región. Los autores del fusilamiento serán
absueltos por legítima defensa, se beneficiarán de compensaciones financieras y
serán festejados como héroes por los colonos en 1988.
Mientras la tensión aumenta por toda Nueva Caledonia y para
evitar una escalada de violencia en una relación de fuerzas muy desfavorable a
los kanak, incapaces de movilizar a más de un millar de hombres más o menos
armados, el 10 de diciembre, Jean-Marie Tjibaou hará retirar las barricadas. Este día, las barricadas que rodeaban Thio son retiradas dando
por acabada la Comuna de Thio, que quedará como la acción más significativa de
todos los «acontecimientos de 1984», tanto por su duración –tres semanas de
autogestión de un territorio significativo liberado que creó una verdadera de
la población kanak local –con la participación en las acciones de las mujeres
en torno a Marie-Françoise Machoro, hermana de Eloi, de los ancianos y de los
jóvenes– y por el nivel de organización de su autodefensa en torno al que
aparecerá en esta ocasión como un verdadero estratega capaz de saber manejarse
entre verdes y maduras, al límite de un eventual cambio brusco.
Finalmente, la ocupación de Thio se hizo sin violencia y Eloi
Machoro y los militantes FLNKS de la región mostraron su capacidad para
controlar la situación con una excepcional sangre fría, al tiempo que desplazaban
la lucha de Nouméa, centro de las instituciones coloniales, hacia el interior
(y en las islas) donde vive la mayoría de la población kanak. En pocas semanas,
las acciones directas llevadas a cabo por los kanak obligan al gobierno francés
a enterrar su proyecto de autonomía interno, verdadera trampa neocolonial, y
consiguen lo que en años de reforma territorial no se había obtenido. Cerca de
un millar de colonos aislados se refugian en Nouméa o en los centros europeos
de la costa Oeste. Largas colas se forman ante el consulado de Australia para
pedir los visados. Pero algunas semanas después, el 12 de enero de 1985, Eloi
Chamoro y uno de sus lugartenientes son abatidos por miembros del GIGN, que
encuentran así la ocasión de lavar la afrenta sufrida en Thio. Los próximos
años conocerán el lote de horrores y desgracias: 19 kanak muertos (de los
cuales 4 ejecutados después de su rendición) durante un asalto de las fuerzas
especiales del ejército francés como respuesta a una toma de gendarmes como
rehenes el 5 de mayo de 1988; un acuerdo de capitulación impuesto contra la
amenaza de una «verdadera guerra» a Jean-Marie Tjibaou y Yeiwéné Yeiwéné,
número dos del Frente, por un gobierno de «izquierda» y un Primer ministro
antiguo militante antinacionalista (durante la época de la guerra de Argelia)
en junio de 1988; el asesinato, un año después, de Jean-Marie Tjibaou y de Yeiwéné Yeiwéné por uno de los suyos, opuesto a tal acuerdo. Según la tadición
kanak la muerte de los signatarios del acuerdo lo sella sin posibilidad de
romperlo, lo que dejará al pueblo kanak en la picota, hasta el referendum de
autodeterminación previsto para el 2018, lo más tardar.
Desde hace algo más de dos siglos, los kanak están confrontados
al mundo occidental y, la mayoría de veces, a algunos de los peores aspectos de
este mundo: racismo, xenofobia, colonialismo, autoproclamada superioridad de
los blancos y de la civilización occidental, violencia de Estado…, aunque es
verdad que también han descubierto, a menudo defendiéndolo con su cuerpo, por
ejemplo durante las dos Guerras Mundiales, otros valores más brillantes de
nuestras sociedades. Dos siglos de sufrimiento, de intentos de aculturación, de
masacres, de asesinatos de todo tipo, y a veces también endógenos, supremo
estado del horror para felicidad de colonizadores y partidarios
del mantenimiento del statu quo instaurado en 1853.
Sin estos que impiden la máxima explotación de las riquezas
minerales locales, el archipiélago sería un nuevo Eldorado para mayor
provecho del capitalismo mundial. El pueblo kanak no sólo no se ha unido a la
larga lista de los pequeños pueblos originarios desaparecidos en todas las
latitudes, sino que, desde los años 1920, ha crecido en número y en valor, y su
civilización, sin ser intacta, aún vive.
A pesar del tornillo en el que se encuentra aprisionado entre el
hecho colonial, la razón de Estado (que ningún kanak hubiera imaginado tan fría
e inhumana) y el «talón de hierro» de las grandes multinacionales del níquel en
sus horas de globalización, el sólo hecho de que este pequeño pueblo, que tuvo
la desgracia de varar hace más de 4.000 años sobre un «Pedrusco» (sobrenombre
de la Gran Tierra) que vale tanto oro, todavía esté aquí, es ya en sí mismo una
victoria.
Para saber más:
Alban Bensa. Nouvelle-Calédonie, un paradis dans la tourmente. París: Découvertes Gallimard, 1990.
Jean-Marie Tjibeau. La présence kanak. París: Odile Jacob, 1996.
Françoise D’Eaubonne. Louise Michel la Canaque. París: Encre, 1985.
ostia
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