Marta
Nogueroles Jové
La
principal obsesión de García Calvo es denunciar las falsedades sobre las que
este mundo se sostiene porque en su opinión, vivimos cómodamente instalados en
una serie de creencias que nadie se atreve a discutir y que la educación,
cómplice siempre del poder, se encarga de transmitir. La primera de estas
falsedades y sobre la cual se sustentan todas las demás es la necesidad del
Estado.
Dos
años después de la muerte del general Franco, en 1977, nuestro autor publica un
librito de menos de 80 páginas titulado ¿Qué es el Estado? en un momento
en el que en España empiezan a proliferar los libros sobre temas políticos.
Este panfleto es uno de sus primeros escritos y conviene detenerse en él para
entender todo su pensamiento posterior. En esta obrita García Calvo empieza por
definir al Estado como una idea mentirosa y real a la vez, en el sentido de que
encierra una profunda contradicción, pues hace referencia a dos cosas que son
incompatibles entre sí, por un lado la idea de Poder y por otro la idea de
pueblo. Y añade que esta contradicción llega a su punto máximo en el Estado
democrático, donde se funden el Poder y el pueblo de forma tal que parezca que
es el pueblo el que ejerce el poder sobre sí mismo. Prosigue nuestro autor con
un lúcido análisis de esta institución en el que nos desvela todos sus
entresijos, con la intención de ponerla en tela de juicio y así hacerla
peligrar como idea, pues es evidente que el Estado es la idea más fuertemente
arraigada que existe. En la obra en cuestión se aprecian dos partes, la primera
está dedicada a las instituciones afines al Estado y la segunda se detiene en
lo que son sus rasgos constitutivos.
Como
explica García Calvo, la primera institución vinculada al Estado es la familia,
organizada alrededor de la mujer, ─primer ejemplo de dominación de la historia
de la humanidad─ y centrada en un foco único que es la televisión. Otra
institución en la que se apoya el Estado es el Dinero, al que nuestro autor
define siguiendo el dictamen de Marx, como la vida de los hombres convertida en
mercancía. García Calvo asegura que en la esencia de todo Estado se encuentra
el ser capitalista, de la misma forma que también se encuentra en su esencia el
ser totalitario. Esto se explica porque todas las riquezas que se hallan en el territorio
de un Estado deben ser a la fuerza estatales y tomar la forma de dinero. De
este modo García Calvo demuestra que es una falsedad distinguir entre Estados
capitalistas, Estados liberales o Estados totalitarios.
Otra
institución a la que según García Calvo también está vinculada de forma muy
estrecha el Estado es la del Individuo o Persona y a esta cuestión, central en
su pensamiento, dedicará muchas páginas a lo largo de su obra. Su tesis
principal es que yo no puedo ser lo que soy si no es como súbdito del Estado
que es quien me garantiza una identidad fija y definida. De aquí se concluye
que yo soy el Estado, por lo que no tiene ningún sentido rebelarse contra su
esclavitud en nombre de la libertad del Individuo, pues Estado e Individuo son
las dos caras de lo mismo. Más adelante ampliaremos esta cuestión. Todas estas
instituciones que acabamos de enumerar se definen por ser instituciones
privadas. Existe además, según nuestro autor, otra institución no privada
ligada al Estado y es el Imperio.
García
Calvo se detiene también en lo que son los rasgos constitutivos del Estado. El
primero serían las fronteras, que han de ser fijas y determinadas. Éstas se
complementan con la necesidad de un Centro, que es lo que asegura el
mantenimiento del Orden de la unidad estatal.
La siguiente condición es que los
súbditos del Estado sean un número fijo y registrable, bien en estadísticas o
en padrones, de manera que no haya confusión, es decir, que esté bien claro que
el que vive dentro de las fronteras de un Estado es de verdad lo que tiene que
ser.
La tercera condición es la unificación de la lengua, pues el Estado no
puede consentir que se hablen lenguas diversas en su territorio. Y esto no es
todo, como añade nuestro autor, el Estado a través de las Academias nacionales
de la Lengua impone como lengua hablada la lengua escrita, de modo que ésta sea
la lengua oficial y única. Y si antes del Estado era el pueblo el que mandaba
en la lengua, bajo el Estado se le impone al pueblo la lengua.
La
cuarta condición es la Ley, indispensable para el buen funcionamiento de un
Estado. Ley, como nos aclara García Calvo, significa letra, es decir, sumisión
a una norma fija e intemporal. Esta ley es dinámica y progresiva y se
caracteriza por su proliferación acelerada y porque se van sustituyendo unas
leyes por otras. Esto nos da la clave para entender que el plan y la
planificación son inherentes al Estado pues está condenado a ser Futuro y a
ordenar con vistas a éste.
La
quinta condición es que el Estado requiere de una gran extensión territorial
pues si fuese un territorio pequeño, que pudiera recorrerse andando, esto sería
una grave amenaza para su necesidad. Del mismo modo otra condición esencial del
Estado es que esté integrado por muchos elementos, pues si fueran solo unos
pocos se correría el riesgo de que llegara a desaparecer la necesidad de
imponer la idea abstracta de “todos los españoles” o “todos los franceses” y
así llegara a descubrirse que el Estado no es necesario. A esto hay que añadir
que el Estado se justifica diciendo que la población del mundo crece y que por
este motivo se hace necesaria una forma de administración y de ordenamiento, es
decir, que es necesario el Estado.
La
última de las condiciones es la cultura y como corazón de ella la ideología, cuya
función central es hacer que pensemos que fuera del Estado existe una jungla
exterior, un caos donde los hombres se destrozarían los unos a los otros si no
fuese por la providencia del Estado, que organiza y domina este caos.
García
Calvo termina su análisis sobre el Estado haciendo un llamamiento a las mujeres
para que ellas sean las que nos liberen de su opresión, no en vano el Estado,
según nuestro autor, se funda contra las mujeres:
“A vosotras, mujeres, apelamos contra el Estado: pues no podéis olvidar lo que, en vuestra maravillosa sabiduría que no se sabe, seguís sin duda recordando: que el Estado se fundó contra vosotras en el origen de los tiempos: que el miedo de vuestro amor desordenado fue el cimiento y el comienzo de este Orden de los Padres y las Patrias: que contra vuestro amor comenzó la Historia de los Hombres, y que cada paso en el perfeccionamiento del Sistema se ha venido dando para definición y muerte de vuestra vida desconocida, hasta el establecimiento del estado, en que la asimilación definitiva de la Mujer al Hombre amenaza con cumplirse. ¡No sepáis la Historia, pero seguid sintiendo el recuerdo vivo de ese fundamento último del Estado, y no dejéis que la Obra de la Muerte se cierre y se complete!
Por amor de lo que no sabemos, ¡liberaos de la Mujer! ¡Liberadnos del Hombre! ¡Liberadnos de Dios! ¡Liberadnos del Estado que es Su Casa más perfecta!”[2]
Efectivamente,
el sexo dominante, es decir, el hombre, esclaviza a la mujer mediante la
invención de la familia, pero al esclavizar se esclaviza él mismo. Y lo hace
movido por un terror primigenio ante la desigualdad que existe entre su
limitada capacidad sexual y la ilimitada capacidad de la mujer. Para conjurar
esta amenaza, el hombre liga la sexualidad femenina con la maternidad, es
decir, inventa la familia e inventa por tanto el Estado. Como vemos, es difícil
encontrar un planteamiento más original sobre el nacimiento del Estado. Hay que
añadir que nuestro autor es un crítico feroz del patriarcado y al tema de la
mujer y a su dominación por parte del varón ha dedicado muchos de sus escritos.
En
definitiva, para García Calvo el Estado es una creencia basada en la mentira y
su función principal, como irá insistiendo a lo largo de su obra, es la
“administración de la muerte”.
Administrar
la muerte no quiere decir ejecutar a la gente, sino cambiar la vida de las
personas por futuro. Así lo expresa nuestro autor:
“Tenéis mucho futuro en efecto; tenéis tanta cantidad de futuro que no hay tiempo para vivir; esa es la descripción, más o menos de la administración de la muerte. No hay tiempo para vivir, porque ese tiempo en que a lo mejor podría suceder tal cosa como vivir está íntegramente ocupado en la preparación del futuro.”[3].
Pero
García Calvo no sólo lanzará sus ataques al Estado, sino también contra una
institución fuertemente ligada a Él: el individuo. En este sentido afirma que
lo más urgente a llevar a cabo en la lucha contra el poder es volverse contra
el individuo personal, que es la base del régimen tecnodemocrático. Es más,
según nuestro autor, individuo y Estado son las dos caras de lo mismo, de ahí
que la tarea principal del Estado sea formar masas de individuos a través de la
educación y de otros medios como la televisión.
Así
pues, creer en el individuo es creer en el Estado y en definitiva colaborar con
el poder, de modo que carece de sentido hacer una rebelión en nombre del
individuo porque no soy yo el que sufre la opresión, al contrario, yo estoy
constituido por ella, en tanto que soy un súbdito del Estado. Por eso, como
añade García Calvo, el Estado hace muy bien en confiar en el Individuo porque,
en realidad, lo está fabricando él mismo.
Ahora
bien, el hecho de que el Estado se dedique a fabricar individuos es la prueba
de que su plan no tiene un éxito total, de que existe algo que se le escapa al
propio Estado. Para García Calvo esto se explica porque la persona no está bien
constituida, es decir, para nuestro autor somos una especie de monstruo de dos
cabezas, en guerra la una con la otra. Esta guerra de la persona consigo misma,
en realidad, es una guerra contra aquello que le queda a la persona por debajo,
que es lo no personal, lo común, el pueblo. De ahí que García Calvo afirme que
cualquier rebelión sólo tiene sentido hacerla desde ese lugar donde está el
pueblo, un pueblo que, según afirma nuestro autor, no existe, pero que hace
algo más importante que existir y es estar ahí, estar presente en cada momento
en que se habla.
Pero
¿Qué hacer para que este pueblo que “no existe” salga? Pues sólo tenemos una
opción: “quitarse de en medio” y “dejarse hablar”. Eso que habla, como explica
García Calvo, no es ninguna persona, sino el propio lenguaje corriente, de ahí
que confiar en el lenguaje común sea lo mismo que confiar en el pueblo. De este
modo, el lenguaje se concibe como una forma de acción, la más eficaz, en cuanto
que el lenguaje es lo verdaderamente popular al no estar está manejado por el
poder. Con esta rotundidad lo expresa el filósofo zamorano: “El lenguaje ni lo
han hecho ellos ni lo manejan ellos” [4]. Otra cosa bien distinta es el
lenguaje escrito, el lenguaje culto, ese sí que lo utiliza el poder para sus propios fines. Conviene pues distinguir entre la lengua, que está en
el subconsciente de lo que se puede llamar pueblo, y que no es de nadie, de la
escritura y la cultura, que son armas del poder para que éste pueda ejercer su
sacerdocio.
Ahora
bien ¿Cuál es el corazón de este lenguaje común? Es el “no”, que, como asegura
García Calvo, es lo primero que aprende un niño cuando empieza a hablar. Decir
“no” significa decir no al Poder, al Estado, al Capital, significa también
negarse a creer en la persona de cada uno, porque cada uno es el poder. Por
tanto, decir no es decir no a la mentira, a la realidad, que es necesariamente
falsa, de ahí que el Estado tenga que estar reconstruyendo esta realidad día a
día, por medio de la televisión, de la educación, de la prensa, etc. No
olvidemos que el poder no se puede sostener si no es por la mentira, que es su
arma principal. Así pues, cualquier acción que se quiera emprender contra el
poder siempre debe partir de la toma de conciencia en la falsificación de la
realidad porque si no es así esta acción resulta inútil y se convierte en
colaboración con el poder.
Este
pueblo del que venimos hablando, tiene un enemigo principal, que es la
democracia. Contra esta forma de poder, ─la única que existe en los países
llamados desarrollados y a la que están condenados a aspirar los países a los
que insultantemente se les llama tercer mundo─ también lanzará nuestro autor
sus ataques. Son dos, principalmente, los motivos por los que García Calvo
rechaza la democracia. El primero tiene que ver con la idea de hombre vigente
hoy día, que según nuestro autor, está fundada en una contradicción. Esta
contradicción consiste en que cuando hablamos de Hombre se está haciendo
referencia por un lado a una cosa singular, que es el individuo y a su vez, al
conjunto entero de los individuos. Sin embargo, como asegura García Calvo,
conjunto e individuos son reinos distintos, pues no se puede ser uno y al mismo
tiempo ser todo. Lo expresa con el siguiente ejemplo:
“Para hacer un rebaño de ovejas, sólo se puede si cada oveja es oveja, pero si cada oveja es Micaela, Ramoncita y demás, entonces nunca podrán hacer un rebaño: tiene que ser cada oveja “oveja”. Esa es la condición.”[5]
Pues
bien, el Estado utiliza el engaño de sumar lo que es lógicamente imposible en
su propio beneficio y así es cómo funcionan las votaciones, reuniendo una
mayoría de individuos personales y diciendo que ésta es la voz del pueblo. Pero
como afirma con rotundidad nuestro autor, la voz de la mayoría es lo contrario
a la voz del pueblo y no se pueden confundir.
El
segundo motivo es que la democracia no cree en otra cosa que en los conjuntos
de individuos y para García Calvo los individuos personales son reaccionarios,
es decir, no pueden aspirar a otra cosa que a trepar por la pirámide y a tener
un futuro y una seguridad. Por consiguiente, si todos los individuos son
reaccionarios, todos los resultados de las votaciones serán reaccionarios.
Y
si la democracia es un engaño, no lo es menos la Sociedad del Bienestar donde
ésta se inserta. Veamos ahora cómo nuestro autor analiza con gran lucidez la
falsedad de sus fundamentos: En primer lugar, nos dice que es totalmente falso
pensar que los que estamos instalados en el desarrollo podemos disfrutar
plenamente de él sin que las miserias de los países que viven en las afueras de
este desarrollo nos afecten directamente. Efectivamente, tal como asegura
nuestro autor “A medida que la administración de la miseria se desarrolla, la
riqueza misma, que era su objeto, se transforma, se vuelve miserable, se emplea y
se vacía; y es ahí donde se ejerce la venganza de los miserables: sobre los
bienes mismos”[6].
Esta
transformación de la riqueza consiste en que las cosas van perdiendo calidad,
van dejando de ser cosas para convertirse en representantes de las mismas, es
decir, en sustitutos. Así pues, la principal característica del Régimen del
Bienestar es que la mayoría viva de sustitutos y “tome pisos como casas, llame
a los plásticos telas, aspire no a pagarse un chófer ni un vagón de tren, sino
a hacer él mismo de chófer, y que le guste, que llame al ruido música…”[7].
Este cambio de las cosas por sustitutos está relacionado con el hecho de que
las cosas, en la Sociedad del Bienestar, se han convertido en dinero, que es lo
más real que existe, la idea de las ideas.
En
segundo lugar, otra de las falsedades sobre las que está asentada el Estado del
Bienestar es la de la creencia en separación entre empresa privada y
administración pública. Si recordamos, Estado y Capital son la misma cosa. Lo
que prueba esta identidad, según nuestro autor, es el Criterio de Rentabilidad,
es decir, que al Estado le preocupe la productividad, el rendimiento y el
dinero por encima de cualquier otra cosa. Como nos hace ver García Calvo la
imposición de este criterio tiene una serie de consecuencias, la principal es
que se elimina la vieja noción de “servicio público”. Antes de la existencia de
la Sociedad del Bienestar este tipo de servicios eran improductivos y servían para
atender las necesidades de la gente, pero ahora ya no es así. De aquí se deduce
el que los impuestos, en la Sociedad del Bienestar, sean un engaño, es decir,
cuando declaramos a Hacienda estamos haciendo lo mismo que cuando encargamos al
banco que nos compre acciones. Este engaño, como añade nuestro autor, se
entiende mejor si analizamos la naturaleza del dinero. Efectivamente, el dinero
en el Desarrollo es de dos naturalezas, una divina y otra humana, o lo que es
lo mismo, el dinero que corre por las manos del Estado no es el mismo que corre
por las manos de los contribuyentes. Esto le lleva a nuestro autor a afirmar
que la Sociedad del Bienestar está fundada en un descubrimiento maravilloso:
“El Dinero grande o divino, sólo con moverse, sólo con cambiar de sitio en las cuentas, de fechas en el Tiempo, sólo con eso ya produce (…) con la sola condición de que en el proceso le asista una Fe inquebrantable, sin vacilaciones, que es la misma esencia del Crédito, la del Futuro, la del Tiempo, que es el nombre verdadero del Dinero Desarrollado”[8].
En
tercer lugar nuestro autor señala que una de las características de las
Sociedad del Bienestar, es que en ella la banca, la empresa y el Estado son
profundamente humanistas, es decir, todo su interés está centrado en el hombre.
Ahora bien, ¿qué especie de hombre es el que le interesa al Estado, a la
empresa y a la banca? Pues no es otra que el individuo personal, del que ya
hemos hablado líneas más arriba. Es, en definitiva, el tipo de hombre que no
sabe hablar más que de dinero, que no piensa más que en forma de dinero, y que
como afirma nuestro autor “ES dinero”. Este y no otro es el fundamento del
Estado del Bienestar. A esto hay que añadir algo más. El valor de la persona,
en la Sociedad del Bienestar, se basa en su nombre y en su firma, de ahí que el
marketing juegue un papel primordial, pues sólo vendiéndose se hace uno
dinero. ¿Y qué significa venderse? Pues no significa otra cosa que trepar por
la “Pirámide del Poder”. Pero para venderse tienen que comprarlo a uno y la
condición para que nos compren es la fe: “que uno se lo crea bien, y ya tiene
crédito, ya trepa”[9]. Por eso es tan importante para la rebelión del pueblo
negarse a aprender la jerga de los Ejecutivos.
“No creer ─eso es lo primero─. Y así poderles decir a los Ejecutivos del Poder y del Dinero: no queremos vuestro vocabulario, vuestros Nombres y vuestras siglas, que no sabemos lo que significan: nosotros tenemos el lenguaje que nadie manipula, el lenguaje de cualquiera, que sabe siempre, por lo menos, decir NO”[10].
Efectivamente,
si el pueblo quiere librarse del poder que lo oprime y que lo reduce a masa de
individuos, lo primero que tiene que hacer es no creer y lo primero en lo que
no debe creer es en que sean personas las que mueven y dirigen el dinero y el
poder. Diciéndolo más claramente: las barbaries del desarrollo no están en
manos de personas concretas, que son indiferentemente intercambiables, sino en
manos del Estado y del Capital.
Pero,
además de esto, hace falta algo más para oponerse al régimen que padecemos: es
necesario no contar con la persona, ni tampoco con los grupos de personas, ni
con la solidaridad entre ellas. Con lo que hay que contar es con lo que vive
por debajo de las personas, es decir, con el pueblo.
Después
de todo cuanto venimos diciendo se nos plantea una pregunta ¿Es en verdad
posible el derrocamiento de este Régimen del Bienestar? Para nuestro autor no
hay nada más fácil que esto pues, como asegura, en la fuerza de este Régimen
reside también su debilidad. Efectivamente, no hacen falta bombas para el
derrocamiento de esta religión del dinero. Sabemos que vivimos en el reino de
la fe, así pues, basta con que se extienda la duda y la sospecha, que se
descubra el vacío del Dios-Dinero, para que se derrumbe este imperio fundado en
el crédito y en la fe.
Y
mientras tanto ¿qué puede hacer el pueblo? En primer lugar, guiarse por el
criterio de utilidad, tan contrario a la sociedad del desarrollo que está
centrada en la creación de necesidades. Se trata en definitiva de no renunciar
a las máquinas, sino de aprovecharse de ellas y usarlas, pero eso sí, para algo
que no sea venderlas. Conviene aquí apuntar una de las obsesiones de nuestro
autor que no queremos dejar de nombrar, pues a ella ha dedicado muchos de sus
escritos y de sus conferencias. Se trata de su aversión al automóvil, vehículo
individual por excelencia que cumple una función básica en la Sociedad del
Bienestar y que nos convierte a todos en chóferes y mecánicos, frente a su
reivindicación del tren como medio de transporte útil que nos hace a todos
libres y señores.
Lo
segundo que debería hacer el pueblo es plantearse la necesidad de los Estados
porque “¿a quién le hace falta que haya Francia? A Francia indudablemente: no a
la gente que rebulla por la orilla izquierda del Rin o por la cara Norte de los
Pirineos”[11] Y como añade el filósofo zamorano:
“Es duro el cambio, sí, pero, a cambio, ¡el aliento de pensar el enorme ahorro que ello trae consigo, de tiempo, de energías, de mentiras!:sólo con imaginar el no tener que sostener más estos Ideales, ni el Futuro del Desarrollo ni la imagen de España por el mundo, sólo con calcular por lo bajo el ahorro de papeleo, de sueldo de Ejecutivos, de pantallazo de ordenadores, de congresos, de aviones, de producción de noticias televisivas, a la gente se nos hace la boca agua”[12].
Y
en último lugar, lo que se debería de hacer es aspirar a que no haya más moral
que la política, o lo que es lo mismo, que no exista una moral del individuo,
sino una moral de la vida de la comunidad.
Todo
lo que hemos dicho hasta ahora se resume en una sola frase. “No ir con los
tiempos”. Efectivamente, para García Calvo las gentes rebeldes no pueden creer
en los tiempos ni tampoco creer en la historia, pues la fe en la historia promociona
el Estado-Capital. Así lo expresa nuestro autor:
“!Nunca pues ir con los tiempos! La última y verdadera revolución es la de los muertos, que se niegan a estar muertos; y la evidencia, palpable y actual, es que sigue siempre latiendo, por debajo del Dominio, un corazón que sabe decir <> y sabe decir <>, sin importarle un rábano ni la Orden del día ni las modas”[13].
Estas
han sido algunas pinceladas de la crítica que Agustín García Calvo lanza contra
este régimen que todos padecemos. Como hemos podido comprobar, en ningún
momento nuestro autor nos habla de alternativas, lo suyo es un NO categórico
que no ofrece nada a cambio y lo justifica así:
“Quien os presenta la necesidad de alternativas, está cayendo en la trampa de todos los políticos de izquierda, incluidos los sindicatos, incluidos todos, es decir, pensar que a la gente no se le puede ir con meras propuestas de decir NO, sino que hay que ofrecerles algo a cambio; por ahí es por donde se han perdido todos los movimientos de protesta, por ahí, por aceptar teóricamente esa necesidad de alternativas. Hay que tener el valor de ser fieles a la canción de Antonio Machado: “No hay camino, se hace camino al andar”[14].
Conclusiones
Después
de este recorrido por algunos de los temas más relevantes de la obra de García
Calvo, no podemos resistirnos a la tentación de hacernos algunas preguntas:
¿Por
qué un pensamiento como el anarquista, que predica la liberación humana sigue
permaneciendo en la actualidad dentro del ámbito de lo marginal?
¿Qué
es lo que nos impide lanzarnos a la búsqueda de la libertad total humana?
¿Por
qué nos empeñamos en hacer remiendos a este sistema en vez de plantearnos la
necesidad de una visión radicalmente nueva de la política?
Quien
parece darnos un poco de luz a estas preguntas es el español Pedro García
Olivo, autor entre otras muchas, de una obra titulada El enigma de la
docilidad. En ella sostiene que estamos avanzando hacia un modelo de
sociedad y de gestión política al que denomina “neofascismo” y que se caracterizaría
“en lo exterior por la beligerancia (afán de hegemonía universal) y en lo
interior, por una enigmática e inquietante docilidad (letargo del criticismo y
de la disidencia), circunstancia que haría casi innecesario el actual aparato
de represión física al ejercer cada hombre, en suficiente medida, como un policía
de sí mismo”[15]. La tesis de García Olivo es que el agente principal del
hundimiento en el conformismo de los hombres de las sociedades democráticas
occidentales no es otro que la Escuela, que actúa al lado de las restantes
instituciones de la sociedad civil para forjar y reproducir esta docilidad, que
impide que nos cuestionemos sobre el orden social vigente.
Por
otro lado, y en la misma línea de las preguntas que nos hemos formulado líneas
más arriba, también cabria plantearse, tal como lo hacen Francisco Fernández
Buey y Jordi Mir en un artículo muy revelador, si es tan malo ser antisistema.
Para estos dos profesores de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona resulta
difícil de entender que, en la situación en que estamos, antisistema siga
empleándose como término peyorativo. Lo expresan con estas palabras:
“Si analizando la crisis se llega a la conclusión de que el sistema es malo y hay que cambiarlo, no se ve el motivo por el cual ser antisistema tenga que ser malo. El primer principio de la lógica elemental dice que ahí hay una incoherencia, una contradicción. Si el sistema es malo, y hasta rematadamente malo, lo lógico sería concluir que hay que ser antisistema o estar contra el sistema”[16].
De
nuevo, estos dos profesores nos ofrecen más pruebas de que hay algo que nos
impide actuar con sentido común, es decir, que hay algo que nos hace permanecer
anclados en la barbarie de un mundo cada día más inhabitable. Por eso estamos
convencidos de que obras como la de García Calvo son un buen antídoto para
contrarrestar esta falta de sentido común.
Para
ir terminando añadiremos que es innegable que pocos como García Calvo nos
muestran con tanta transparencia las fisuras del modelo democrático liberal y
la mentira que se esconde detrás de la mal llamada “Sociedad del Bienestar”. En
este sentido el pensamiento de García Calvo es tremendamente útil para que
sociedades que están en construcción tomen conciencia de que el modelo del
Bienestar no es el más adecuado para alcanzar una existencia digna y en
libertad. Sin embargo, hay que reconocer que es difícil escapar a la
fascinación que este modelo produce. Nada mejor que estas palabras de nuestro
autor para ilustrar lo que estamos diciendo:
“Pienso sobre todo en la fuerza del Ideal que mueve a los millares de chicos y chicas de las afueras del Desarrollo a arrojarse como sea aquí dentro, como al Paraíso, a entregarse al Dinero Salvador (…) Tal es la fascinación del Reino sobre las crías de sus alrededores; y sólo los fantasmas fascinan de ese modo. Aquél que, viendo la fuerza de la ilusión monstruosa en esos corazones de los arrabales, no sepa reconocer en ella, como en un espejo, la ilusoriedad, falsedad y tiranía del Estado de Bienestar en que nosotros nos agitamos, ése es que se ha quedado ya del todo ciego y sordo, apto para tragarse todos los sustitutos de la vida y la razón”[17].
2 García Calvo, Agustín, ¿Qué es el Estado?, Barcelona, Editorial La
Gaya Ciencia, 1977, pág 72
3 García Calvo, Agustín, Contra la paz, Contra la democracia,
Editorial Virus, 1993, pág 24.
4 García Calvo, Agustín, Ibídem, pág 36
5 García Calvo, Agustín, Contra el hombre, Madrid, Fundación de
estudios Libertarios Anselmo Lorenzo, pág 36.
6 García Calvo, Agustín, Análisis de la Sociedad del Bienestar,
Zamora, Editorial Lucina, 1993, pág 32.
7 Ibídem, pág 39.
8 Ibídem, pág 68.
9 Ibídem, pág 92.
10 Ibídem, pág 93.
11 Ibídem, pág 134.
12 Ibídem, pág 135
13 Ibídem, pág 159.
14 García Calvo, Agustín, Contra la paz, Contra la democracia,
Editorial Virus, 1993, pág 58.
15 García Olivo, Pedro, El enigma de la docilidad, Valencia,
Editorial Abecedario, 2007, pág 8.
16 Fernández Buey, Francisco y Mir, Jordi, “¿Es tan malo ser antisistema?”
en diario Público (4/10/2010).
17 García Calvo, Agustín, Análisis de la Sociedad del Bienestar,
Zamora, Editorial Lucina, 1993, pág 152.
Extraído de la ponencia de
Marta Nogueroles Jové; AGUSTÍN GARCÍA CALVO: LA ACTUALIDAD DEL
ANARQUISMO
Y como aporte a lo leído dejo una cita de Pedro García Olivo "El «sostén» del Demofascismo, su factor esencial de regeneración, su nutriente y su aliento, no se restringe a esos círculos sociales que en ocasiones se señalan con términos ambiguos y aún así simplistas, como «los poderosos», «los de arriba», «las élites», «los ricos»,... Es también reductor estimar, con un lenguaje más elaborado, que el Demofascismo expresa ysalvaguarda los intereses de la «clase dominante», del «Capital nacional y
ResponderEliminarmultinacional», de las «burguesías transcontinentales», de la «Oligarquía mundial»,... El «sostén» del Fascismo Democrático somos todos, todos los occidentales, sin duda «los más feos de los hombres». Máquinas de producir y de consumir, de trabajar o de desear trabajar, de obedecer y de votar, policías
terminales de nosotros mismos, meros apéndices carnales del engranaje económico y político..., todos los días reproducimos, desde el empleo embrutecedor o desde su ansia, desde el hogar consuntivo y desde el mercado homicida, desde las venenosas escuelas y desde las universidades prostibularias, desde nuestra cotidianidad esclava, en fin, el orden del Capitalismo tardío que, a su vez, garantiza nuestra tan sucia auto-conservación". Extraído de su trabajo "Dulce Leviatán"
http://bardoediciones.noblogs.org/files/2014/04/libro_final.pdf
Salud!
Gracias por tu aportación.
EliminarSalud!
Yo no estoy de acuerdo en que la familia sea el germen del estado, todo lo contrario, aunque puntualmente haya sido utilizada porque interesaba, pero eso solo es en determinados momentos.
ResponderEliminarLa familia se puede observar que a día de hoy es un objetivo prioritario de destrucción para poder imponer un mayor control. La mujer tampoco es una esclava de su maternidad, eso es un disparate que nos impone, o lo pretende, la izquierda progre, la maternidad es una función vital (nunca mejor dicho) y necesaria para que una mujer se desarrolle como tal, porque nos guste o no somos seres humanos, animales humanos.
Salud!
El Estado no quiere destruir la familia, quiere, eso sí, transformarla de acuerdo a sus intereses.
EliminarLa familia sí está en el origen del Estado, como explica F. Engels en su célebre obra "El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado". Puedes descargarlo en pdf aquí:
https://www.marxists.org/espanol/m-e/1880s/origen/el_origen_de_la_familia.pdf
Salud!