Es de advertir, al
entrar en ello, que en este mundo del Desarrollo, que ya los funcionarios de
Hacienda y de la Banca han aprendido a llamar Sociedad del Bienestar, también
la Filosofía y la Literatura tienen su espléndido florecimiento (al lado de la
Ciencia, a la que respetuosamente complementan en sus funciones) y ocupan
en el Estado de Bienestar el puesto que
se merecen. Cuando las comadres tienen su vida
casi íntegramente llena por la literatura televisiva y hasta el más bajo
y bisoño de los funcionarios sabe hablar de la Filosofía de la Empresa o del
Nuevo Ministerio, no hace falta insistir más en ello para demostrarlo.
Por tanto, deberían
entender los trabajadores de esos departamentos (también, indiferentemente, los
productores de filosofía y literatura fina y para masas de selectos) lo que no
les gusta entender: que, al hacer literatura o filosofía, están haciendo
política, la política de la conformidad, lo mismo si tratan de los sucesos
humanos como si fueran cosas que nos pasan porque nos tienen que pasar (la
Realidad, hijo: ¿que querías?), como flores, algo mostruosas, que han nacido
por su cuenta en los campos de la Historia (y, como glosaba el buen Brassens,
«la ley de la gravedad es dura, pero es la ley»), que también cuando se dedican
a entretener con cuentos a los lectores (o televidentes –da lo mismo) mientras
pasan estos pocos años, a ver si se mueren sin darse cuenta.
Y por tanto, si a
alguien le da por hablar con la voz del pueblo, hablar por lo sometido y nunca
del todo conformado, ése no puede hacer ni filosofía ni literatura, que es
hacer la política de Ellos, sino hacer ¿qué?; pues hacer política, hombre, de
la otra, de la contraría.
¿Tan descabellado?
Bueno, al fin, en ello le asiste a uno, rezongando por ahí abajo, la voz del
pobre pueblo, que, como nunca muere, no tiene por qué andar contando el Tiempo,
y le asiste asimismo la evidencia de que este Mundo sólo se sostiene por la Fe
(el Crédito), es decir, por la mentira; y contra eso, el lenguaje del pueblo
desmandado tiene siempre alguna fuerza.
Que se lucha por lo que no existe.
En este análisis y
estudio –decíamos– nos guía desde ahí abajo el pueblo, lo que quede todavía
vivo. Ahora bien, resulta que el pueblo, como es nada más que algo negativo
(que no tiene Personas, que no es la Mayoría Democrática, sino lo contrario:
todos; en fin, que no existe, porque tiene cosas mejores que hacer, el pobre),
lógicamente, no dice más que NO: que si esto no es vida, que si esto no era
aquello, que no creo, Señor, que no creo, y que, aunque me coma la paja que me
echen, como el asno de Iriarte, no me olvido de lo que es el grano; y así toda
la ristra de NOES que de vez en cuando brotan de los corazones cada día (de los
corazones: no los confundan ustedes con el almita que tienen en su almario, que
ésa no dice NO).
Y entonces, siendo
así la cosa, ¿cómo ese puro NO va a ispirarnos ni guiarnos para análisis ni
estudio ninguno serio de la Sociedad del Bienestar? ¿Es que vamos a
contentarnos con ir diciendo NO a cada cosa que se nos ofrezca? ¿Es que no
estamos aquí, con este análisis, combatiendo por algo positivo? ¿Es que no
tenemos nada por lo que luchar?
Hombre, pues, si
tanto se nos pregunta, habrá que responder, ¿no? Sí: también aquí luchamos por
algo. Y ¿por qué cosa luchamos? Pues luchamos por lo que no existe, claro. Si
no, ¿qué gracia tiene? Para luchar por lo que existe, ya están Ellos, los Ejecutivos
del Estado de Bienestar, y por ello están luchando cada día y procurando que
todo ciudadano luche por lo mismo: por lo que existe, que es lo que a él le
conviene, como que también él tiene derecho a existir, el hombre.
Así que los que se
hallen tan contentos con esto que existe y tanto lo quieran que estén
dispuestos a trabajar hasta la muerte por que se siga desarrollando, para que
de ese modo siga existiendo, si están tan seguros de la Realidad y de que lo
que es es lo que es, y no hay más cáscaras, si tanto creen en esa Realidad que
en ella han puesto la realidad de sus almitas de cada uno, ésos no tendrán
mucho que leer ni que responder en este análisis de su Sociedad: porque aquí
estamos luchando por lo que no existe, pensando que de lo que existe estamos
hasta aquí, y que merece la pena ver si se puede usar la vida y la razón para
hacer algo que no sea lo que está hecho.
¡Más fe que el
alcoyano! –dirán acaso algunos, meneando compasivamente la cabeza. ¿Fe? Pues
no, señor; y este punto conviene esclarecerlo antes de que sigamos adelante.
Ninguna fe: lo que hace falta para esta lucha es una gran falta de fe: la falta
de la fe que tienen los que creen en la Sociedad del Bienestar y en la Realidad
en general, que sólo sobre la fe (de la Mayoría) se sostiene; pues lo que existe
sólo existe gracias a la fe. Pero, con una cierta falta de fe, ya basta para empezar
a entender cómo es esto que nos pasa, para seguir luchando por lo que no
existe.
De la situación y las fronteras del Desarrollo
Lo primero, como en
clase de Geografía, repasamos dónde está el Desarrollo y cuáles son sus
límites. Está situado en medio del resto del mundo, el no–desarrollado, cuyas áreas
de tierra y poblaciones se supone que son todavía la mayor parte. Pero eso al
Desarrollo no le importa demasiado, porque sabe que ese resto de tierras y de
gentes están también más o menos en vías de desarrollo, y en todo caso,
que no les cabe otro futuro, otro ideal ni otra aspiración que la de aspirar a
integrarse en la Sociedad del Bienestar.
¿Qué importan las
vastitudes antárticas o siberianas ni la todavía resistente masa verde del
Amazonas o las todavía medio olvidadas islitas innúmeras de la Polinesia?: todo
eso está ya metido en cuenta, y sobre ello tiene sus planes el Desarrollo, y
destinado está a servir, como todo, de materia al movimiento del Capital y
ocasión a millones de nuevos Puestos de Trabajo. ¿Qué importa que los
habitantes de la China o de la Indonesia sean tantos millones, o que haya todavía, en el Irán o en el corazón de África,
residuos de fanatismo religioso o de regímenes arcaicos?: todo está ya
destinado a venir a parar en esto, y cuando los estudiantes chinos o africanos
se rebelen acaso contra el viejo y brutal estado de sus naciones, nunca será
para otra cosa (en esa fe vivimos) más que para aspirar a esto, a la Democracia
Desarrollada, al Estado de Bienestar.
Es verdad que en
esas afueras del Desarrollo no dejan de producirse circustancias molestas y
desgraciadas: no pasa día sin que, allá fuera del Desarrollo, y más enconadamente
en el cinturón más cercano al Bienestar (Oriente Cercano, América Central,
Somalia, ruinas de los Estados Socialistas) se nos ofrezcan horripilantes
epidemias de hambre, guerritas
devastadoras a fuego lento: ¿para qué contar aquí?: llenas están de eso todos
los días las pequeñas pantallas, las grandes planas de la Prensa; como que eso
(con los peliculones de las grandes guerras de antaño) es lo que les sirve a
las Masas, por contraste, para tomar conciencia de su Bienestar.
Pero no importa:
todo eso sabemos también tratarlo con comprensión (sin andar, desde luego,
preguntándonos mucho de dónde vienen esas hambres desesperadas, esas guerras de
tipo arcaico y montaraz): son los dolores del parto, son las convulsiones
necesarias (¿no hemos pasado por ello todos algún día?) para llegar a esto, al
Bienestar. Y hasta sabemos tratarlo con horrorizada compasión y con ayuda
humanitaria (insuficiente, claro, pero ¿qué vas a hacerle, hijo?: esos pobres
proliferan tanto...), a través, naturalmente, de los órganos políticos (o sea
económicos: ¿para qué vamos a andarnos con distingos?) del Desarrollo.
Pues bien: es en
esto en lo que hay una confusión dialéctica elemental, que hay que sacar al
aire cuanto antes: se piensa (mejor dicho: se cree) que los que estamos en el
Bienestar, aunque el Bienestar esté montado sobre otra cosa y rodeado de
miserias millonarias, podemos disfrutar de dicho Bienestar (con más o menos
remordimientos de conciencia) sin que esas circustancias esteriores alteren
para nada la calidad del Bienestar de que disfrutamos. Pero eso no es así. Y como
esta mentira es importante, tendremos en la entrega siguiente que examinar de
qué maneras la miseria de los suburbios condiciona la forma de la riqueza de
que en el Centro se disfruta.
De cómo las miserias de fuera están dentro
Éste es un punto de
dialéctica elemental: la creencia de que puede uno disfrutar de la riqueza en
medio de la miseria (de los otros) sin que la riqueza de uno resulte tras
formada por la miseria que la rodea es una creencia falsa, pero al mismo tiempo
fundamental para el manejo y mantenimiento del Desarrollo.
Para entender bien
esto, hay que prescindir de toda apelación a la conciencia y voluntad; si no,
todo vuelve al mismo embrollo. Si la venganza de los miserables tuviera que
depender de los remordimientos de conciencia, personales o estatales, de los
esplotadores, que les perturben el sueño y les amarguen el sabor de sus
convites, apañados estaban los miserables. ¡Como si no se supiera que el
esplotador sólo lo es porque dispone de una idea que lo justifica y le limpia
la conciencia!
No: esa venganza es
una relación dialéctica objetiva: no pasa por las conciencias, sino que ataca a
las cosas mismas, a los bienes de consumo de la Sociedad del Bienestar, que
resultan alterados en su realidad misma por virtud de la relación del
Desarrollo con la miseria de sus alrededores.
Ya de antes del
Desarrollo regía, claro está, esa ley. Al fin, el Desarrollo no es más que la
declaración actual de la Historia entera. Se sabía en tiempos de los abuelos,
del abuelo Marx por ejemplo, que la riqueza del burgués no era más que una
elaboración de la miseria (la venta de la vida) de los trabajadores; y se sabía
más tarde, cuando por los años '50 se clamaba contra el neocolonialismo y demás
viejos artilugios de la esplotación, que asimismo la riqueza de los países
ricos (‘países’ por hipocresía, claro, por no decir 'estados') consistía en la
miseria de los países pobres, que, al igual que los viejos proletarios, tanto
más se empobrecían cuanto más servían al enriquecimiento de los otros.
Pero todo eso se
denunciaba con equivocación, evidente ahora en pleno Desarrollo: se creía que
por lo menos los burgueses esplotadores, los estados ricos, disfrutaban del
producto de la miseria. Eran denuncias cargadas de moral, y por tanto de mala
política para el pueblo, y ante todo, falsas: con ellas se permitía el cambio
(para seguir igual) del Capital hacia el Desarrollo. Al menos, el Desarrollo
habrá servido para declarar su falsedad: en él la idea misma del disfrutador
personal, y del esplotado personal también, se han puesto a sí mismas en la
picota: ¿quién es el esplotado?: ¿el trabajador del Desarrollo, con auto, chalé
y cuenta bancaria?, ¿quién el esplotador?: ¿el alto ejecutivo (de Estado o de
Capital, da igual), que trabaja más que
nadie?
La idea misma de
'esplotación' era falaz: no era más que una alusión, torpe y confundidora, a la
verdadera relación dialéctica que entre 'riqueza' y 'pobreza' rige.
No: a medida que la
administración de la miseria se desarrolla, la riqueza misma, que era su objeto,
se trasforma, se vuelve miserable, se plea
y se vacía; y es ahí donde se ejerce la venganza de los miserables:
sobre los bienes mismos.
En qué consiste ese
plearse y vaciarse de riqueza que la riqueza sufre en la Sociedad del
Bienestar, es lo que en la siguiente entrega trataremos de empezar a describir.
De la aceptación mayoritaria de los sustitutos
Así que la pobreza
de que el Desarrollo se mantiene no se manifiesta como mala conciencia de las Personas, sino como
mala calidad de las cosas mismas.
Y ¿en qué consiste
esa mala calidad? Porque la verdad es que las Personas están notoriamente
contentas con los bienes del Bienestar, hasta el punto de que parece a ratos
que aquello de «cualquiera tiempo pasado fue mejor» ya no cuenta para los
súbditos del Desarrollo: casi como si aquello de «cualquiera tiempo pasado...»
fuese cosa de un tiempo pasado y ahora nos tocase el contento con el presente;
o con el Futuro, vamos: ya se sabe que este tiempo presente es casi todo ya
futuro, pero, sin embargo, ¿si nos da gusto?
Sólo de vez en
cuando se oye por lo bajo rezongar la queja, no de las Personas, sí de la
gente, que reconoce que esto no es aquello, que los bienes del Bienestar le
saben a vacío, la sospecha de que el Desarrollo le está dando gato por liebre,
que la liebre no sabe ya a liebre ni la trucha a trucha, y pasajeros
resquemores por el estilo; pero también en esos pasajeros testimonios tenemos
que ispirarnos: es tan raro oír hablar a la gente por debajo de las Personas...
Pues sí: todo el management del Bienestar consiste en
último término en la técnica del Sustituto. Recuérdese que el Ersatz(1) fue un invento de las guerras,
de las escaseces de las posguerras, ya lejanas; pero de ese invento proviene la
generalización del Sustituto sobre la que el Bienestar se funda.
Las cosas, los
bienes de consumo, aunque conserven a veces sus nombres tradicionales, cuando
no les da por sacar el Nombre Nuevo que supla y arrase al nombre superado (como aquel Ejecutivo de Dios que, sosteniendo hace años
alguna de las pifias habituales del Desarrollo, declaraba que la autopista no
era una carretera, y que lo que había que tener era un concepto de
'autopista'), el caso es que no son cosas, sino representantes de las cosas,
con los que tienen que alimentarse y divertirse los súbditos del Desarrollo
como si fueran cosas.
Y, por supuesto, a
los Verbos les pasa lo mismo que a los Nombres: no se hacen cosas, no se viaja,
ni se bebe, ni aun se duerme ni se folla, directamente, sino que se realiza la
idea de cada una de esas acciones, que para eso están en el vocabulario.
Hay un par de
objeciones enseguida que borrar: no importa que, sin embargo, en pleno Desarrollo, la calidad de algunos de los
bienes de consumo sea en verdad buena y hasta escelente; ni importa tampoco que
en el Reino del Bienestar haya algunos desgraciados que no tragan, que no saben
cómo se cambia la cosa por el sustituto, y por ende caen en la marginación y la
miseria arcaica, y que haya también algunos listos que no se dejan dar gato por
liebre y que, solapadamente, disfrutan de algunas cosas de verdad, o por lo
menos, que algunas veces, por entre los normales sustitutos, se encebollan con
alguna cosa de verdad, a la que un resto de sentido común los ha guiado.
No importa: porque
lo que importa para el régimen del Bienestar es que la mayoría (y la mayoría de
las veces) viva de sustitutos, tome los pisos como casas, llame a los plásticos
telas, aspire no a pagarse un chófer ni un vagón de tren, sino a hacer él mismo
de chófer, y que le guste, que llame al ruido música...
Lo que importa es que se tiene una idea de lo que se
hace, y que, por tanto, lo que se hace es esa idea. Pero cómo ese cambiazo se
produce, sólo se entiende bien, naturalmente, hablando de dinero.
De cómo las cosas se hacen dinero y el Dinero es el
heredero de las cosas
Hablemos pués de
dinero; o sea de la Realidad. Pues ¿qué cosa más real que el dinero?
Verdad que esa
realidad del Dinero es un poco inquietante; porque nos siguen haciendo creer
que lo real es algo duro, palpable, comestible (algunos hasta llaman material al
dinero, puesto que llaman materialistas a los que se dedican al dinero), y, por
otro lado, es claro que el Dinero no reúne esas condiciones de palpable, duro,
ni material en ningún sentido. El avaro de antaño todavía rebozaba sus manos en
el frío de los doblones; todavía la Daisy Delaney de Angela Cárter (Wise Children 1991), en los últimos años
del negociazo Hollywood, podía hacerle a su amante el Gran Productor traer del
Banco al Hotel unas maletas de millones de billetes de dólares para tirarlos
por la cama y revolcarse en ellos; pero ahora ya, en pleno Desarrollo, ¿quién
hay que pueda revolcarse en crédito, en un balance mensual de cuentas, en una
relación entre las cifras de importación y esportación de los Estados del
Bienestar?
No hay cosa menos
material, más ideal, más astracta, más sublime, que el Dinero en sus formas más
desarrolladas. En verdad, su esencia, como corresponde a tan alto grado de
idealidad, consiste solamente en los números que lo mientan: se dice «8.000.000.000»,
y lo que se ponga detrás (pesetas, dólares, toneladas de agrios, cabezas de
ganado, habitantes de la Capital) es un mero aditivo, un pretesto para la
cifra, que es la que de veras representa la etérea esencia del Dinero.
Ahora bien: no
vayamos a confundirnos y por ello negarle al Dinero realidad: por el contrario,
lo único a que esa consideración debe llevarnos es a declarar a la Realidad
dineraria, ideal por tanto, según lo dicho. Y así es la Realidad. Las cosas han
desaparecido. El dinero, que era el representante de las cosas, se ha hecho
cosa él mismo, la cosa de las cosas: él es la Realidad. ¿Qué otra realidad hay
más que la del Dinero?
«No nos haga usted
trampa» puede que arguya algún economista con ideas arcaicas sobre la economía,
como al Desarrollo le conviene que sean, arcaicas, las ideas de sus economistas
«porque lo cierto es que el dinero sigue valiendo porque sigue representando
cosas, porque por medio de él se puede acceder a los bienes de consumo, a las
langostas, a las cadenas estereofónicas». Y, hombre, eso sería verdad, si
pudiera ser que, mientras el dinero se convertía en cosa, la cosas a su vez no
sufrieran la relación dialéctica en sentido inverso.
Pero eso no puede
ser; y lo que vemos y palpamos es que las cosas, como corresponde, se han hecho
a su vez dinero. O sea que lo que hace usted cuando va al Supermercado, no es
más que cambiar unas formas de dinero por otras, no es distinto de lo que hace
cuando va al Banco, que es la tienda de las tiendas, donde, precisamente porque
no se vende nada palpable, se vende la realidad de las realidades, que es la
misma que se compra.
Ahora supongo que
se entiende un poco mejor aquella vaciedad de los bienes del Bienestar de que
hablábamos el otro día, aquello de que las cosas y las acciones estuvieran
remplazadas por la idea de sí mismas. Ésa era la idea: el Dinero, la idea de
las ideas. Pero el proceso, claro, afecta a las personas lo mismo que a las
cosas: porque, a ver, ¿no es usted tan real como la langosta que se ha comprado
o el compact disc que le lleva a su hijita? Así que de eso tendremos que hablar
también.
Del criterio de rentabilidad y la identidad de Capital y
Estado
Tendremos, sí, que
hablar de las Personas, que, como son reales, son también en verdad dinero.
Pero antes hay que intentar librarse de
ciertas confusiones, por falsa distinción, que siguen reinando en el Bienestar,
para divertir a la razón y que, entretenida en discutir todavía cuestiones como
si 'privado' o 'público', si 'administración estatal' o 'privatización de los servicios',
no descubra nunca las verdaderas falsedades sobre las que el Bienestar está
asentado.
Pues ello es que
hace tiempo que la Empresa Privada y la Adminsitración Pública han venido
estrechando de tal modo su matrimonio que ya son una misma alma, y en verdad
indistinguibles la una de la otra, lejos
los tiempos del abuelo Marx, que aún podía distinguir entre el
capitalista esplotador y los políticos, perros guardianes del Capital.
Y, sin embargo, la
idea de la separación entre lo uno y lo otro, la idea de que se está jugando
algo cuando se habla de que el Estado se haga cargo de tal Empresa o que se
pasen a la Empresa Privada tales istituciones estatales, sigue rigiendo en este
mundo, pese a su vaciedad, o precisamente gracias a su vaciedad, hasta llegar a
la necedad superferolítica de que pueda haber alguna diferencia entre una
Televisión Estatal y una Privada; como si no se supiera lo que es Televisión.
Pero la verdad es
que Estado y Capital son la misma cosa, y sólo dos para disimular; y los mismos
son los políticos y los banqueros, y no hay Dios que distinga (o sólo Dios
puede) entre los Ejecutivos de Dios de la Empresa y los del Ministerio (o los Sindicatos);
como no podía menos de ser: pues lo uno y lo otro está movido y sostenido por
lo mismo: una misma Fe en el Futuro, una misma Idea, un mismo idealismo, esto
es, una misma creencia en el Dinero como la realidad de las realidades. Y la
piedra de toque para reconoer la identidad de Capital y Estado, y la falsedad
vigente de su distinción, es el Criterio de Rentabilidad. El cual vemos todos
los días cómo se aplica indiferentemente
en las Istituciones Estatales lo mismo que en las Privadas, y cada vez más
descaradamente; como es natural, porque aquello de que «De dinero no se habla,
niño» era cosa de los viejos burgueses, y ahora, en cambio, nada más decente, y
hasta honroso, que hablar de dinero, con esa campechana franqueza que
caracteriza lo mismo a los Ejecutivos del Consorcio Bancario que a los del Ministerio
de Finanzas; en efecto, teniendo Dios en el Bienestar una cara esencialmente de
dinero, ¿qué más claro y honesto, que más santo, que declarar abiertamente que
a lo que se va es a la producción de rendimiento dinerario, al acrecentamiento
del volumen de las cifras? Cualquier otra cosa, cualquier otro hablar, es sin más
sospechoso para el Señor.
Lástima que, con el
Criterio de Rentabilidad, a la gente lo que se le hace es la puñeta a gran
escala. Pues en cualquier momento, cualquier Ejecutivo de lo uno o de lo otro,
podrá quitarle las cerezas de la boca, las vacas de los prados, el caminito de hierro, la
tierra misma de debajo de los pies, gracias a la apelación al Criterio de
Rentabilidad: porque, déjese de mandangas, amigo, aquí de lo que se trata es de
productividad, de rendimiento, de futuro, esto es, de dinero; y ante ello
tienen que agachar la cabeza y retirarse las cositas y los corazoncitos, no
faltaba más. No estorbe, hombre, y perdone las molestias, pero es que estamos
trabajando por su futuro.
Así es como el
Criterio de Rentabilidad, al mismo tiempo que prueba la identidad entre Capital
y Estado, sirve para eliminar la vieja noción de 'servicio público', según en
la próxima entrega estudiaremos.
De cómo se ha quedado vacía la noción de 'Servicio
Público'
Ello es que la
imposición general del Criterio de Rentabilidad deja inmediatamente vacía
(aunque vigente en su vaciedad) la vieja noción de 'servicio público': pues ese
criterio da por supuesto que lo que es bueno para el Dinero (para el movimiento
del Capital) es bueno para la Persona, para el Hombre; lo cual ya se ve que
sólo será verdad en la medida que el Hombre sea íntegramente dinero,
enteramente identificado con su capital; pero, si quedan entre la gente algunos
restos de demandas no dinerarias, de demandas más concretas, sensuales y
palpables, si queda algo de gente que no sea todavía enteramente el Hombre,
entonces la verdad del presupuesto pierde pie y deja en entredicho el propio
Criterio de Rentabilidad.
Ahora bien, era a
esas otras demandas de bienes inmediatos y sensibles a lo que respondía, con
más o menos falacia, la noción de los servicios públicos de antaño. Que es que
había, en formas de dominio anteriores al Bienestar, en que la identidad de
Estado con Capital no era tan segura o tan descarada, una cosa que se llamaba Servicios
Públicos, S.P.: se trataba en verdad de
que el Estado se veía obligado (por una especie
de «mala conciencia estatal») a compensar la humillación y aplastamiento de las
gentes en nombre de la Patria (esto es, la Patria de los Patrones) mediante
algunas reparaciones, que consistían en dedicar una parte (nunca muy grande,
claro, pero algo) de los ingresos estatales a cosas como mejorar los caminos, sostener las escuelas, limpiar las
calles o los bosquecillos, abrir
hospitales o refugios de pordioseros, en fin, esas cosas.
En ese Estado de
antaño, lo que era claro era la separación de esas caridades estatales, de esos
Servicios Públicos, respecto a cualquier cosa que se pareciese al Criterio de
Rentabilidad: los Servicios Públicos eran típicamente improductivos (de dinero),
puesto que servían para atender a cosas, a necesidades o beneficios palpables y
sensibles para el común de la gente corriente, no creados desde Arriba.
Y otra cosa era
(como era casi de norma) que algún sacristán, algún Comisionado de los
Servicios Públicos ¡bendita corrupción!) distrajera para su bolso algunas
cantidades en desmedro del común; pero, si a alguien se le hubiera ocurrido
proclamar que el Servicio Público mismo era un negocio, que tenía que ser
rentable, esto es, que el tal hospital, ferrocarril o escuela era, como todo
hijo de Dios, una empresa que tenía que funcionar como cualquiera y, en vez de
limitarse a gastar dinero, también moverlo, la cosa habría llenado de escándalo
y tristeza a los «burgueses e burguesas» que «a sus finiestras soné». Pues bien,
eso es lo que en la Sociedad del Bienestar se proclama con todo descaro y a
todas luces.
Y por tanto, de
hecho (porque hechos son las palabras, desde que las cosas no son más que
ideas), lo que al público se le ofrece, en los lugares donde estaban los
Servicios Públicos, son unas oficinas en que el Criterio de Rentabilidad (y las
consiguientes caras y gestos de los funcionarios) rige igual que en cualquier
Empresa Privada: no se trata de subvencionar ferrocarriles que lleven vida a
los desiertos y hagan surgir pueblos de la nada, sino de colaborar en la
Empresa del Automóvil y la Gasolina; no de limpiar las calles de lo que quede
de ciudades, sino de llenarlas de letreros «Estamos trabajando por su futuro:
perdonen las molestias»; no de mantener
un Servicio de Correos abierto al público cada vez más días y más horas y con
más facilidades, sino de desarrollar una cosa competitiva con las Empresas
Privadas de Trasporte; en fin, ayudar a mover el Capital, a mantener la Fe en
el Futuro haciéndole al público la puñeta de presente.
Así que lógicamente
tenemos que preguntarnos: ¿qué son los Impuestos en el Reino del Bienestar?
De la falsificación de los impuestos
Por tanto, dada la
identificación de Estado con Capital, la noción misma de 'impuesto' ha perdido,
con el Desarrollo, todo el sentido que pudiera tener en formas más arcaicas de
dominación. Y sin embargo, se sigue en el Estado de Bienestar cobrando
impuestos, y se sigue con más empeño y vehemente fe que nunca; ¿no decía el
otro día en la Prensa algún Ejecutivo de Dios que el fraude (se entiende: del
contribuyente al Estado; del fraude en sentido inverso no se habla) atentaba
contra la Sociedad del Bienestar? Así
que, como se suele, cuanto más falsa se queda la noción de 'impuesto', tanto
más es preciso mantenerla en juego, como mentira sustentadora del dominio.
Pero basta con
echar la mirada alrededor, contemplar cómo el Aparato Estatal está compuesto de
oficinas conectadas con las del Capital en una red inestricable, regidas por el
mismo Criterio de Rentabilidad, de manera que no cabe ni pensar en un acto de
un Gobierno Desarrollado que atente a la marcha del Capital Desarrollado, en un
Ejecutivo de la Hacienda Pública que no participe en la misma Fe en el Futuro
(en el Futuro está el Automóvil, en el Futuro está la Red Informática
Universal, en el Futuro está el Hombre), para darse cuenta de que hay algo en
esto de los Impuestos que suena a hueco.
Porque es que los
Impuestos son herencia de viejas formas de Estado, en que se suponía que
aquellos ciudadanos o Personas Jurídicas que movían dinero en grande, debían,
en compensación de su pecado, entregar a los Administradores del benévolo
Gobierno alguna parte de sus ganancias, que a su vez los Administradores
dedicaran a sostener obras o istitutos no rentables, que sirvieran a atender a
las necesidades y deseos de todos, especialmente de los pobres, o sea de los
que no movían capital.
Pero, cuando uno se
entera del manejo del Dinero de los Estados del Bienestar, y cómo la mayoría de
él está jugando en las mismas
inversiones rentables y de futuro que el Capital Privado, queda clara la falta
de sentido de esa noción de 'impuesto'. No: cuando usted, señor, declara y paga
a Hacienda, sépalo, no está haciendo
nada en lo más mínimo distinto que cuando encarga a su Banco que le compre
acciones de tal o cual Empresa de Futuro, sea una Desarrolladora de Autopistas,
sea una Proliferadora de Ordenadores, sea, en fin (¿para qué vamos a andarnos
con rodeos de mercancías ni nada?), acciones de un Banco boyante, y si es caso,
de la propia Banca del Capital del Estado, que no se diferencia en nada de las
otras y puede ofrecer una inversión igualmente recomendable: ¿no la ve usted
cómo se anuncia por la Tele compitiendo con cualquiera de las que se llaman
privadas todavía?
«Pero, hombre, no,
no sea exagerado», puede que me diga todavía algún contribuyente: «También el Estado
gasta en Sanidad, en Educación...» Pero, sin entrar a indagar ahora cuál es esa
educación, esa sanidad, ¿dónde está por eso la diferencia?: ¿es que el Capital
del Desarrollo no se dedica también, y más que nunca, a patrocinar y promover
istituciones benéficas y culturales, que no le dan rendimiento directo, pero
que Él sabe que son necesarias para el Aparato de la Empresa?
La verdad es que,
para entender este engaño de los Impuestos, habría que percatarse bien de cómo
en el Desarrollo el Dinero es de dos naturalezas, una divina y otra humana, y
que la diferencia no corresponde a la de 'estatal/privado', sino a la de Gran
Dinero (el del Estado y la Banca) y dinerillo (el de los contribuyentes). Pero
esto será mejor que lo tratemos otro día.
Dinero divino y dinero humano
Hablando de
Impuestos, veíamos que hay un engaño fundamental, acerca de las relaciones
entre el Estado y la gente, sobre el cual Desarrollo y Bienestar se asientan: a
saber, el de hacer creer (empezándolo por creer el propio político o
economista, que ambos son el mismo) que el dinero que al contribuyente se le
saca contribuye al Dinero de las arcas del Estado (como en las formas de
dominio más arcaicas, como el de Raquel & Vidas contribuía a la bolsa del
Cid Campeador), Dinero que el Estado a su vez distribuye a los súbditos en
forma de beneficios, los que el Señor estima que la Mayoría demanda y necesita.
Que esas
recaudaciones, en el Desarrollo, en vez
de parar en Servicios Públicos, se
inviertan en negocios rentables (de dinero), en los que el Estado entra lo
mismo que la Banca, ya lo descubríamos el otro día; pero el engaño en eso es
todavía más astracto, y cuanto más astracto, más costituyente de la Realidad: es que no se nos
deja entender que ni siquiera el dinero que corre entre las manos de los
contribuyentes es de la misma naturaleza que el que el Estado y la Banca
manejan por lo alto.
Hay un Misterio de
Transustanciación cuando el dinerillo que a la gente se le reparte, para que se
entretenga haciéndose la ilusión de que con él se compran cositas que aún no
son dinero, aparece en lo Alto convertido en un Dinero, con cifras
espectaculares de 10 ó 12 ceros para arriba, que se mueve solo, que descaradamente
no compra más que dinero, esto es, Crédito (de la Gran Empresa o de los Estados
–da lo mismo), de manera que las cosas que se citan son un mero pretesto para
la operación, y los nombres de esas cosas perfectamente intercambiables,
pudiéndose pasar de prensas hidráulicas a cigarrillos turcos como Pedro por su
casa.
Se trata de
desconocer esta evidencia elemental: que
la Sociedad del Bienestar está fundada toda ella en un descubrimiento
maravilloso: el Dinero grande o divino, sólo con moverse, sólo con cambiar de
sitio en las cuentas, de fechas en el Tiempo, sólo con eso ya produce (dinero,
naturalmente: o sea, por sus nombres propios, Crédito, Tiempo Futuro, Tiempo),
con la sola condición de que en el proceso le asista una Fe inquebrantable, sin
vacilaciones, que es la esencia misma del Crédito, la del Futuro, la del
Tiempo, que es el nombre verdadero del Dinero Desarrollado.
Es un procedimiento
milagroso, que, así como implica que lo que por él se produzca no pueda ser
otra cosa que dinero, más o menos disimulado con los nombres de las cosas, y
que por tanto no pueda revertir en beneficios palpables y verdaderos para la
gente, sino en este disfrute ideal, hechizado y sonambúlico, del Bienestar, así
también es un procedimiento ajeno al dinero en calderilla que a la gente se le
reparte para que se haga la ilusión de que compra cosas.
«Pero entonces»
podría decirnos alguien «un corolario de eso será que los Impuestos, la
contribución de dinero de los particulares al Estado, no tiene sentido en el
Bienestar: ¿qué falta le hacen mis dinerillos al Estado?» Y en efecto, al
Estado de Bienestar no le hacen falta ninguna los Impuestos: podría vivir lo
mismo dedicándose descaradamente a lo mismo que la Gran Empresa, a lo mismo que
la Banca, a mover dinero por lo alto.
No, no es verdad que
al Estado le haga falta cobrar impuestos, que a Hacienda la hagamos todos, que
el Dinero del Estado consista en la suma del dinerillo de los subditos. Y sin embargo,
hay que seguir cobrando impuestos, porque hay que seguir haciéndoles la puñeta
a los contribuyentes, lo cual es una necesidad primaria para el Estado, lo
mismo que para el Capital.
Lo que se quiere
conseguir es que todos seamos Hacienda, o sea contables y dinero. Pero eso toca
a la costitución del Hombre en el Estado de Bienestar, sobre la que ahora hemos
de volver.
Del hombre que aman la Banca y el Estado
Porque es que, en
la Sociedad del Bienestar, la Banca y la
Empresa y el Estado (que ya hemos visto que son 3 personas distintas y un sólo
Dios verdadero) son humanistas como nadie, como nunca (motivo, dicho sea de
paso, para que los no conformes se guarden mucho de serlo de aquí en adelante:
ser humanista en estos tiempos es algo como ser filósofo o teósofo o cualquier
cosa de ésas), y todo su interés está en el Hombre: el Hombre es verdaderamente
su interés. Y el juego de palabras no es
mío, sino de la Banca, una francesa que lo proclamaba así hace unos 15 años
(con otro juego de palabras: 'capital' = 'de primera importancia'): «Para nosotros,
su interés de V. es capital»; que podría ponerse del revés, «Su capital es nuestro
interés», o sea, aplicándole la fórmula del Interés, «Su capital de Vd. es
nuestro capital»; con lo cual probablemente no mentían. O como algunos Altos
Tenderos se proclamaban «Especialistas en Ti».
Hay pués que
averiguar qué especie de hombre es ése con el que hablan y al que aman Empresa,
Estado y Banca. Es, desde luego, un Individuo Personal, una Persona: vamos,
como Usted mismo, con tal de que V. sea V. y se deje de dudas y borrosidades. A
ése es al que Ellos aspiran a formar en masa, la Masa de Individuos, sumables
todos, pero cada uno uno. Para esa formación, el Régimen del Bienestar dispone
de múltiples procedimientos, entre ellos, los Medios de Formación de Masas (de
Individuos); pero hoy nos toca fijarnos en los que más inmediatamente forman al
Hombre por medio de su manejo de dinero.
No basta ya, en
efecto, con que el Capital se cuide de que la vida y la razón estén
entretenidas la mitad del tiempo tratando de la compra del chalé adosado, del
nuevo auto, del nuevo televisor, y con las discusiones (y la práctica) de
competiciones deportivas y la compra de entradas para la aparición en estadio
del Roquero Infame (todo lo cual es también dinero, puesto que es números),
sino que el Estado acude en ayuda, para que la otra mitad se llene con la
charla comparativa entre amigos sobre lo que uno desgrava o el otro deduce, la
apasionante trata con los Ejecutivos del Fisco, la busca, con ayuda del Asesor
Fiscal, de la manera de que la defraudación en la Declaración de uno se
mantenga dentro de las normas tácitamente admitidas..., en fin, la tira, la
vida entera.
Es ilustrativo
comparar dos de los tipos de consultorio radiofónico de más éxito: el de
consultas a médicos o magos sobre los entresijos, peligros y asechanzas de los
mecanismos del propio cuerpo, y el de las consultas a Técnicos de las Finanzas,
en que el viejecito jubilado dice: «Y dígame usted, señor Mengánez: ¿debo
incluir el regalo de una bicicleta a mi nieto en la base imponible, o más bien
en la casilla de las desgravaciones?» Que así es como se forma al Hombre: por
el aprendizaje del vocabulario de la hacienda: por la boca muere el pez, y se
convierte en pez pescado.
Que es que no se
trata de cultivar en ese Hombre ningún egoísmo brutal, vago, desmandado, no,
sino uno enteramente regulado y computado por dinero. Ese egoísmo domesticado y
dinerario es el que la Democracia Desarrollada promueve en cada uno de los
elementos de sus Futuras Mayorías.
El hombre que no
sabe hablar más que de dinero (así sea el de su operación de hígado o el del
traspaso de un futbolista de su equipo), que no piensa más que en forma de
dinero, ése es el Hombre del Fin de la Historia, que decía el otro: el que la Empresa
necesita para formar lo mismo sus Ejecutivos que sus clientes, y que el Estado
procura hacérselo lo más perfecto.
Ese Hombre ¿tiene
dinero? Tener... ¿cómo se puede tener una cosa tan astracta y tan sublime, cómo
se puede tener números? No: ese hombre ES dinero. Pero cómo a la gente se la
convierte en el Hombre que es dinero, vamos a verlo más despacio.
De la prostitución universal
De cómo en el
Desarrollo las cosas se subliman en forma de dinero y cómo correspondientemente
las Personas, que al fin son también reales, se hacen ellas mismas también
dinero, es de lo que estos días estábamos tratando. Y a tal propósito, un
estudio de cómo se ha generalizado en este mundo la istitución de la
prostitución, el oficio más viejo del mundo, como dice el pueblo con más razón
de lo que pueden entender los Individuos, parece pertinente.
Para ello, conviene
primero examinar un poco la prostitución en sentido estricto, esto es, la de
las mujeres. Que su prostitución es la istitución más vieja de la Historia se entiende
recordando que la Historia misma comienza con el sometimiento de las mujeres (y
de su amor y su peligro) al Sexo Dominante (que lo es en toda sociedad
histórica: todas son patriarcales, y la Sociedad del Bienestar, naturalmente,
más que todas, pues que en ella la asimilación de las mujeres al Poder, al Sexo
Dominante, alcanza su grado sumo), y ese
sometimiento consiste en que, como ya vislumbraba
Engels, las mujeres se convierten en la primera forma de dinero.
En una Cultura ya
muy avanzada (aunque todavía muy lejos del
Desarrollo) como es la nuestra antigua, el dueño de la mancebía puede
dejar de hielo al pobre jovenzuelo enamorado anunciándole que ya ha vendido la
muchacha que él amaba (en 20 minas, que calculo como equivalente vago de unas
750.000 pesetas actuales, lo que suele ser, desde ahí hasta el triplo, en el
mundo helenístico el precio de un esclavo fuerte o de una esclava hermosa), y
confirmándole así la venta (Plauto, Ps 347): «amicam tuam esse fac– tam argenteam»,
«que tu amiga se ha hecho de plata», esto es, se ha convertido en dinero.
Y así, ya sea por
la prostitución al menudeo, ya sea por el matrimonio, con o sin dotes o arras
numeradas (que en el Desarrollo toman la forma de participación de la Pareja,
con el ingreso del trabajo de ambos
componentes, en la conjunta economía, de modo que la igualación del dinero
iguala los sexos, naturalmente en la forma del Masculino), se han venido
vendiendo a lo largo de la Historia entera las mujeres.
Que en el Desarrollo
la prostitución de mujeres, la dedicación de las mujeres a trocar sus encantos
o favores por dinero, haya alcanzado (no importan los restos míseros de
prostitución de tipo más arcaico) la dignidad y el estatuto que se sabe, de tal
modo que puedan las putas de cierto standing anunciarse entre las otras
Profesiones en la Prensa sería (p.ej. como acompañantes finisemanales de
Ejecutivos del Capital o del Estado), o venderles tranquilamente las niñas bien
hechas sus encantos a las portadas de revistas o a los vídeos, o en fin, organizarse en Sindicatos
(al menos de putas de autopista para arriba), no es más que una indicación de
la condición esencialmente prostituta de la Sociedad del Bienestar entera.
No puede el Hombre
del Bienestar promocionar la prostitución de sus mujeres sin que Él mismo
resulte implicado en el manejo. Y eso es lo que estamos descubriendo hoy en
este análisis: que el esquema de la prostitución (ej. «Te has hecho de plata,
amigo», ej. «Te has vendido», ej. «Te has hecho dinero») aparece en el
Bienestar generalizado, istitucionalizado, por medio lo mismo de la Banca que
de las oficinas del Fisco del Estado–Capital; y, como ya no es deshonroso
hablar de dinero ni venderse, sino lo más honroso, franco y verdadero, esa
venta del hombre, no el tener dinero, sino el ser dinero, es el fundamento
declarado de todo el Estado de Bienestar.
Pero hay que distinguir:
no se trata ya de vender el trabajo de uno, de cobrar por lo que hace (que eso
es la istitución del Trabajo en las economías más arcaicas), sino de venderse
uno mismo, de hacerse uno mismo valor en el Mercado, de ser uno literalmente,
numéricamente, su propio interés y Capital. Eso es lo que estudiaremos algo más
en la siguiente entrega.
Del valor de la Firma personal
Esto es lo que
veíamos: que no se trata ya, en el Desarrollo, de tener dinero, de ganar dinero
por el trabajo, sino de ser dinero, las Personas lo mismo que las cosas.
Ya la idea
democrática fundamental sobre la que este mundo se ha desarrollado, la de
contar como unidad el voto de la Persona para que la suma arroje una Mayoría
computada que valga (dejando el resto como cuantía negligible) como equivalente
del total, tiene en sí el sello de la
contabilidad de las Personas. Pero todo lo que se cuenta es Tiempo, y el Dinero en su pleno desarrollo es Tiempo
(Crédito, Futuro), y por tanto la numerificación de las Personas las trata ya
como una especie de Dinero.
Siendo la fe en el
Hombre (ej. el Individuo Personal, como el otro día lo describíamos) la Fe
fundamental del Desarrollo (motivo más que suficiente para que los disconformes
no participen de esa fe), es natural que, siendo el Dinero desarrollado puro
Crédito, ese Crédito esté garantizado, no ya por riquezas verdaderas ni obras
útiles y palpables, sino por el Nombre, por la Firma. Ése es el solo fundamento
de valor en el Mercado y en la Banca, y también en el juego político entre esas
Personas Conjuntas que son los Estados del Desarrollo.
Lo mismo la firma
reconocida del cheque personal que las transacciones y compras de Nombre de las
grandes Empresas y los Bancos, que el cultivo de la Imagen de p.ej. España
entre los Estados del Desarrollo, imagen que se sabe traducida inmediatamente
en Crédito, nos dan muestras visibles de cómo el Dinero del Bienestar no puede
consistir en otra cosa que en el Nombre y en la Firma.
¿Cómo se adquiere
crédito, cómo un Nombre se hace fundamento de valor? Por supuesto, vendiéndose:
sólo vendiéndose se hace uno dinero, lo mismo que sólo obedeciendo al Poder
alcanza poder uno. Con lo que no puede contarse ya es con que el Crédito esté fundado en riquezas
palpables, en bienes útiles para la gente, ni en la producción de las obras de
uno ni en la de las Empreas (incluida la Banca, que descaradamente no produce
producto alguno) ni en el Crédito de los Estados (ni oro en las bodegas ni nada
de eso), porque eso eran tal vez fundamentos del Crédito en los regímenes
anteriores (antes de la conversión de cosas y personas en dinero), pero no en
el Bienestar.
Lo que en cambio sí
juega en él primordialmente para la adquisición de crédito es el marketing del
Nombre, la suprema industria del Desarrollo, que es la industria de la Venta. A
eso se dedica cualquier manager de cualquier estrello, que sabe bien que la voz
o las cuerdas o la habilidad que sea era, lo más, el punto de partida, pero que
lo que va a asegurar la sucesiva capitalización es el manejo del Nombre y de la
Estampa Personal (en TV esencialmente: sólo el que aparece en Televisión
existe); pero es a lo que se dedica también enorme parte del presupuesto de los
Estados: a promocionar la Imagen de España, por ejemplo. El Crédito engendra
Crédito (el vacío engendra vacío –glosaría tal vez alguna maliciosa).
Pero ¿a qué vamos a
buscar otras muestras, cuando las más vistosas las tenemos en el reino de la
Cultura, siendo la Cultura la oficina principal de los Estados del Desarrollo?
Pues ahí, basta con ver un poco en qué consiste el valor de un cuadro, por
ejemplo: ¿quién se acuerda de si había alguna habilidad especial (o al menos
algún ¡genio!) cuando la primera Promocionadora del Artista empezó a
promocionarlo, a ganarle nombre? En la medida que la operación ha tenido éxito,
es ya sola la firma la que garantiza el valor del cuadro. Y una vez que el
artista se ha vendido y que, en pago, su firma ha adquirido crédito, ya la
firma sola se encarga de aumentarlo, y lo que él produzca no será más que
pretesto para las paparruchas que suelten los críticos de Arte, agentes del
marketing de la Cultura, que también les pagará con su parte de dinero en
Crédito.
Pero el caso de las Artes no es más que una muestra (en verdad, tan
evidente que no sé cómo, viendo lo que pasa con la firma de un cuadro, puede
alguien dudar del análisis que estoy haciendo), y debe generalizarse a los
modos de venta de la Persona. Sin embargo, conviene que, después de los
Artistas, lo veamos también con otras clases de Personajes.
De la necesaria modestia de los Ejecutivos
Hablando del valor (en dinero) de la Persona en el Desarrollo, después de
citar los casos más vistosos de los Estrellos y Artistos promocionados,
conviene considerar los de otros Personajes, que, teniendo igualmente imagen
(esencialmente, en la Televisión) y Nombre Propio cotizado, gozan por tanto
también de Crédito, son dinero: los Ejecutivos del Capital y del Estado, Directivos
de Gran Empresa y Dirigentes de Banca (que
generalmente son los mismos) y Políticos del Desarrollo, que no deben
estrañarse de verse metidos en el mismo saco, una vez que hemos visto cómo en
el Bienestar Capital y Estado han realizado su fusión y no hay más Política que
la Economía ni más Idea que el Dinero.
(Bien, desearía meter un paréntesis esceptuador para los muchos amigos que
se metieron en ello, con ideas de Regímenes pasados, y se han encontrado en
esto, agitándose por ende en conflictos con los que no saben qué hacer, y que
los hacen más simpáticos, como a todo el que padece en vivo contradicciones;
pero ¡qué se le va a hacer!: aquí vamos de prisa, y lo que importa es
generalizar.)
Pues bien: si nos permitiéramos creer que hay otras épocas (aparte de ésta,
donde están todas y que no es ninguna), la comparación con los Grandes de otras
épocas, hasta los Ford, los Rotschild y los Roosevelt (o los Hítleres y
Estalines, para el caso), que tan llenos de rasgo, color, aureola de gloria o
atrocidad, nos presenta la Historia, pondría de relieve la notable palidez que
caracteriza a los Ejecutivos del Desarrollo; los cuales, cada vez más, parecen
necesitar una condición de mediocridad que los haga intercambiables sin
alteración alguna para el Régimen; de manera que cada vez el sustento de su
Imagen y su Nombre necesita más derroche de bombo radiofónico, exaltación en
titulares de Prensa, y sobre todo, más pantallazo televisivo: sólo así se
consigue que la gente retenga, un día, unos años, sus Nombres y sus Efigies, y
que crea que son Personas las que rigen de veras los destinos de los Estados,
de las Empresas y la Banca; creencia con la cual la gente, a su vez, queda
convertida en Masa de Personas.
Es importante examinar esa condición, aparentemente paradójica, de la
modestia que tienen que tener los
Ejecutivos del Desarrollo para poderse vender con éxito, para ganarse la promoción y exaltación a las
cumbres del Crédito y el Nombre.
Pero eso se entiende bastante pronto, recordando que en la Sociedad del
Bienestar el trepar en la Pirámide del Poder es equivalente riguroso de
venderse; ahora bien, para venderse, tienen que comprarlo a uno; y ¿cómo se
consigue que quieran comprarlo a uno el Estado o el Capital?: pues, como Ellos
son Crédito y fundados en la Fe, la condición será la de la Fe: que uno se lo
crea bien, y ya tiene crédito, ya trepa. El Señor reconoce bien esa capacidad
de Fe en sus candidatos a Ejecutivo; y aunque, por lo demás, los escoja a veces
entre los que son bastante listos (otras veces no: hay veces que conviene más
bien que sean torpes, depende del sitio y el momento), de lo que no puede
prescindir es de que se lo crean, de que
tengan Fe.
Pero héte aquí que la Fe es lo contrario de la inteligencia: lo más,
permite unas ciertas habilidades computacionales, alguna capacidad estratégica
de clasificación, de previsión y planeamiento; pero encasillar es negarse a las
posibilidades infinitas, preveer es impedir la acción, negativa y creadora, al
dar por seguros (como el Crédito
necesita) los caminos del Futuro; y así la Fe mata el entendimiento.
En verdad, inteligente no es Persona alguna: inteligente (como en el libro
de Heráclito se formulaba) no hay más que el lenguaje mismo, el lenguaje común
y popular, que se opone a la jerga de los Políticos y Banqueros, y también a la
de Filósofos y Literatos de la Cultura.
Por eso es tan importante para la vida del pueblo, para la rebelión siempre
posible, negarse a aprender la jerga de los Ejecutivos, negarse p.ej., como el
otro día decíamos, a aprenderse la del Fisco; y más aún: negarse a aprenderse
los Nombres de los Ejecutivos (¡ni siquiera para insultarlos por las tapias!),
negarse a ver sus imágenes en la Pantalla.
No creer –eso es lo primero. Y así poderles decir a los Ejecutivos del
Poder y del Dinero: no queremos vuestro vocabulario, vuestros Nombres y
vuestras siglas, que no sabemos lo que significan: nosotros tenemos el lenguaje
que nadie manipula, el lenguaje de cualquiera, que sabe siempre, por lo menos,
decir NO.
Que librarse del Dinero implica librarse de la Persona
A propósito de diversos tipos de Personajes, hemos visto cómo la condición
de la Fe en el Régimen (el creérselo, y opinar, y decidir, pero no dejarse
pensar nunca) era la necesaria para que ellos se vendieran con éxito, que los
comprase, como Ejecutivos, el Estado o la Banca (da lo mismo), y que en
consecuencia adquiriesen crédito, se hiciesen dinero, y, siendo en el Bienestar
el Poder lo mismo que el Dinero, tuviesen Poder
–naturalmente, sólo para hacer lo
que está mandado, lo que ya está hecho.
Por tanto, cuando el pueblo, eso que está por debajo de los Personajes,
aspire a librarse del Poder que hoy lo oprime y trata de reducirlo a Masa de
Individuos (la aspiración impenitente que, para el Estado de Bienestar,
corresponde a aquello que antaño se decía, tan confusa– y traidoramente, la
revolución), tiene que sacar aliento para ello de la sola virtud popular, que
es el no creer (en virtud de ella 'pueblo' es lo contrario de la Masa de
Individuos, solidaria en una Fe), y especialmente, no creer que sean Personas,
coscientemente, voluntariamente, las que mueven y dirigen el Dinero y Poder que
administran la muerte de la gente.
Por el contrario, tiene el pueblo que saber vivir en el recuerdo de las
palabras de Cristo en la cruz, «No saben lo que hacen»; y que eso se aplica más
rigurosamente cuanto más alto en la Pirámide se halla la Persona, puesto que
hemos visto que la condición para trepar por ella es la Fe, y más Fe cuanto más
alto. Así que no debe el pueblo caer en el engaño de la atribución a personajes
maquiavélicos de las barbaries del Desarrollo: no se trata de Fulano ni
Mengano, indiferentemente intercambiables, sino de Estado y Capital.
Pero también, siguiendo las razones de Sócrates siempre vivas, hay que
recordar que eso de no saber lo que hacemos es condición de todos, de
cualquiera (el solo inteligente es el lenguaje, que es todos y no es nadie), pero
que todavía hay una diferencia radical entre los que, encima de no saber lo
que hacen, se creen que sí lo saben, y
así proceden a obedecer al Capital y Estado, y aquéllos otros que, no sabiendo
lo que hacemos, asimismo no nos creemos que lo sepamos, sino que más bien
andamos a tientas y sin proyecto (animados, no por un Futuro, sino por la
añoranza y el recuerdo de antes de la Historia), tratando de descubrir caminos
no trazados de antemano, de acabar con el Poder del Capital y liberar las
posibilidades de la vida y de la
razón sin fin.
Pero eso implica renunciar a la persona como sujeto hábil para hacer algo
que no sea hacer lo que está hecho, que no sea ganar dinero y con ello
ratificar al Dinero sobre su trono.
Y por tanto, nada de aquellas ideas de Platón y sus muchos y confusos
seguidores, de imaginar un gobierno costituido por los Sabios o Filósofos: pero
¡cómo!, si eso es lo que tenemos precisamente en la Sociedad del Bienestar,
siendo los Filósofos no otros que los
Altos Ejecutivos de la Economía y de la Física sumisas, que se lo saben y creen
en lo que saben, y que, como Ellos mismos dicen a ratos, tienen su filosofía.
Pero tampoco nada de aquellas otras imaginerías fundadas en una fe en la agrupación
y solidaridad de los oprimidos, que tomaban el Poder y se costituían en Democracias Iluminadas: eso es justamente lo que ha
venido a dar en el Ideal del Desarrollo, que quiere remplazar a todos (con sus
restos de pueblo por lo bajo) por la Mayoría de Individuos, que votan cada uno
a conciencia y a voluntad y creen que saben lo que compran cuando se venden.
Ningún proyecto que cuente con la Persona puede de veras oponerse al
Régimen que padecemos. Pero esto a las Personas nos es tan duro de entender,
naturalmente, que todavía tendremos que dedicarle la siguiente entrega.
De los Sindicatos al psicoanálisis
No, no hay compatibilidad ninguna entre la aspiración a librarse del Poder
(del Dinero) y el respeto y fe de la Persona, puesto que la Persona ha venido a
ser dinero ella misma. Si quisiéramos una muestra fulgurante, bastaría con mirar
a los Sindicatos: la necesidad de ganarse contingentes de Trabajadores
(obediencia a la ley democrática de las Mayorías) obliga a los líderes a
respetar, lo primero, los derechos de la Persona Trabajadora (y a no asustarla
como tal Persona), lo cual, a su vez, viene a dar en respetar la noción misma
de 'trabajo' (y hasta honrarla, cantando el himno del Trabajo en unísono con
los Patrones), y tras el Trabajo, el Dinero mismo; de modo que, con el
Desarrollo, el Sindicato queda reducido a oficina colaboradora con la Banca y
el Estado en el sustento del Capital; sustento que en la Sociedad del Bienestar
(donde el Trabajo es ya descaradamente producción de inutilidades y creación de
necesidades) consiste en su movimiento, esto es, en la regulación de la carrera
de precios y salarios, en el mantenimiento y regateo de la tasa de Paro, en las
cuentas de la creación de Puestos de Trabajo; en fin, un juego necesario para
el Dinero, para el Estado y para el estatuto personal del Trabajador, pero para
nadie más.
Y, ciertamente, es que es «muy humano» atender lo primero a las necesidades
(por más que sean necesidades fabricadas) de los trabajadores, activos o
parados, cosa que, aparte de los Sindicatos, también hace a su manera Cáritas
Diocesana, y lo hacemos casi cualquiera, cuando, al pedirnos alguien, por las
calles del Bienestar, una moneda, nos es más cómodo soltarla que pararnos a
discutir el caso. Pero lo que no tiene perdón del diablo es confundir eso con
la rebelión contra el Dinero, cuando eso mismo está ratificando la idea de que,
al fin, de lo que se trata es de dinero.
No: dada la condición esquizofrénica que a la Persona le corresponde
normalmente en el Bienestar, lo sólo razonable que nos cabe con ese asunto es
seguir el consejo del Evangelio: «Que tu mano izquierda no sepa lo que hace tu
derecha» (ni viceversa).
No son pués las Personas, ni los Grupos de Personas y su solidaridad entre
sí como Personas, lo que puede hacer de veras contradicción ninguna con el dominio
del Estado–Capital: contra eso sólo vale lo que siga vivo de pueblo no personal
ni contable, lo que viva por debajo de las Personas que se creen que saben lo
que hacen y que creen en el futuro a que las condenan; lo que siga viviendo y
razonando en todos, que somos lo contrario de la Mayoría.
Y lo que siga viviendo en cada uno, en contradicción con su propia Persona,
naturalmente; pues esa contradicción sólo la ha superado el súbdito ideal del
Capital–Estado: el muerto. Y es por ello razonable que, en este análisis de la
Sociedad del Bienestar, hayamos tenido que venir a dar en un psicoanálisis de
la Masa de Personas, que es también psicoanálisis de cada uno de sus componentes.
Pues también el psicoanálisis o disolución del alma surgió para eso, para
esa lucha y liberación, cuando a Freud se le ocurrió (en contradicción consigo mismo), por más que
luego haya corrido, con los Sindicatos, la suerte que sabemos, de convertirse
en industria de reintegración al Orden.
Pero se trataba de eso: de descubrir en las Masas lo que podríamos decir su
subcosciencia superficial, y liberar así lo que en cada uno no sea individual
(e.e económico), sino otra cosa.
Pero este análisis está ya, seguro, suscitando grandes dudas y dificultades
sobre cómo pensar el derrumbe de esta Sociedad del Bienestar y cómo podría
haber vida y razón sin costitución de las Personas: ¡tan primero y natural se
nos ha vuelto ya el Dinero! Así que a esas dificultades que a muchos personalmente
nos asaltan habrá que dedicar compasivamente el resto de las entregas de este
análisis que proseguimos.
Lo fácil que es derrocar el Régimen
Al proseguir este análisis del Régimen
del Desarrollo y descubrir la falsedad de sus fundamentos, parece que el
análisis mismo nos obliga a pensar en lo que podría no ser esto, a pensar, esto
es, en el derrumbamiento de este Régimen y en qué sería una vida de la gente
que no estuviera regida por el Dinero; y hay entonces que tomar nota de las
enormes dificultades de imaginar esa otra cosa y de liberarnos del miedo que ese
abandono del Régimen del Dinero (que, como todos los regímenes, se vende como
el único posible) mete en las almas de la Masa y de cada uno.
Pero, antes de intentar sacudirnos de ese miedo y examinar las
dificultades, hay que hacerse cargo de lo fácil que es el derrocamiento de este
Régimen. Su fuerza es su debilidad. Su fuerza es, como hemos visto, la fuerza
del vacío: el Dinero mismo, para alcanzar su más potente dominio sobre el
pueblo, ha tenido que volverse cada vez más astracto y más sublime; de tal
manera que ya, mientras el dinerillo de la gente mantiene una cierta condición
arcaica y la ilusión de que vale por cosas que no son a su vez dinero, en el
Dinero divino y verdadero, el de la Gran
Empresa, la Banca y los Estados, no queda nada de eso, y todo su valor
consiste en el Crédito, en la creencia firme de que el Mañana es de Ellos, de
que van a seguir por siempre jugando con el Tiempo, con las Firmas y los
Nombres a los que el Crédito se adhiere.
Vivimos pués en el reino de la Fe; y con el Desarrollo no ha hecho sino
avanzar el proceso de las Religiones anteriores, que cada vez tenían que hacer
que sus Dioses, para mayor dominio, fuesen más astractos y sublimes. Y, por
tanto, para el derrocamiento de esta Religión última (la Economía, la Idea del
Dinero), basta con que se divulgue un tanto la sospecha de lo vano de esa Fe:
que se produzca un descubrimiento del vacío de Dios, un poco al modo de lo que
Tácito (Hist V 9) cuenta que se produjo cuando Pompeyo, venciendo a los judíos
y iure uictoriae, entró por primera
vez en el Templo de Jerusalén: inde
uolgatum nulla intus deum effigie uacuam sedem et inania arcana, «de ahí se
hizo público que, no habiendo dentro imagen de dioses ninguna, estaba el sitio
vacío y eran vanos los misterios», que podríamos glosar como «que los misterios
era el vacío».
No hacen falta pués bombas ni metralla contra los frágiles muros de Bancos
y Ministerios (que, al revés, serían probablemente contraproducentes, pues no
harían más que contribuir a poner en marcha nuevas edificaciones de la nada en
cemento, carpintería metálica y vitrofibropuñetas, y a la creación de unos miles
de Puestos de Trabajo), no, ni hace falta que vengan a acabar con este Imperio
hordas de esos Extraterrestres que (para ilusión de una estranjeridad,
amenazante y doméstica al mismo tiempo) imbuye en las mentes de la Masa el
Capital–Estado con la Ciencia a su servicio. Si se quiere un modelo, seguro que
ni siquiera para el derrumbamiento del Imperio Romano hizo mucha falta que
acudieran los Bárbaros del Norte, que poco habrían hecho si la Fe en Roma no hubiera
lo primero perdido crédito y dominio entre la población y sus dirigentes.
Basta con que un rumor de duda, un hálito de sospecha, en estas oficinas y
en las otras, en aquel pináculo de consorcios o en el de más allá, vaya
cundiendo lo bastante (¿no nos dan ya un adelanto las tremebundas fluctuaciones
de los Grandes Mercados y la Bolsa promovidas por una noticia insignificante,
un par de imágenes sin sustancia que los Medios hayan divulgado?) para que
amenace el descubrimiento del vacío del Dios–Dinero, para que rápidamente se
resquebraje y se derrumbe un Imperio que está fundado todo en el Crédito, en la
Fe. Y esa caída de la Fe en el Dinero arrastra consigo una pérdida de la Fe en
la Ciencia de la Realidad, puesto que ella estaba también al servicio del
Dinero.
Cierto que –dirán enseguida los lectores de buen sentido–, mientras el
derrumbamiento se produce, ¿qué pasa con la gente que no se lo creía tanto? Mientras
descubren el vacío del Dinero, mientras le dicen NO a la Fe, esas bocas tienen
que seguir comiendo pan, ¿o no? Pues sí: a eso vamos.
¿Qué puede remplazar al estímulo dinerario?
Sí: hay que reconocer esto lo primero, si no queremos caer a nuestra vez en
ilusiones: habrá el dinero llegado con el Desarrollo a la suma astracción y
sublimidad, no servirá el dinero ya para comprar más que dinero, será el Dinero
una ilusión, pero lo cierto es que, sin embargo, si las cosas funcionan así de
bien como funcionan en la Sociedad del Bienestar, es sólo gracias a la ilusión
esa del Dinero.
Y es natural: ya hemos visto que al Hombre (al Individuo) se le ha hecho
dinero a él mismo en este tipo de Sociedad, y desde ese momento, nada que no
sea la ilusión de ganar más, de hacerse uno más dinero, puede moverle ni para trabajo
ni para ingenio ni para empresa alguna: anulado todo interés por las cosas
palpables (y por las gentes palpables igualmente), su aspiración al Bien no
podrá tomar otra forma que la de los números de la cuenta, lo que, con manejo y
pretesto de las cosas (y personas), va a ganar en números la cuenta personal de
uno, o la de su Empresa, o la de su Estado, que es lo mismo.
Que ése es el único motor que mueve el Mundo lo reconocen bien los
Ejecutivos de Dios, lo mismo cuando calculan (y discuten con los Sindicatos) la
tasa del Incentivo que pueda mover a los trabajadores a seguir produciendo
inutilidades, que cuando entran, como políticos, en esas disputas, tan
estúpidas como prácticas, de si lo que hay que hacer es entregar al Capital
Privado la gestión de las Empresas, ya que es claro que el estímulo dinerario
las va a hacer funcionar mejor, o si, por el contrario (que es lo mismo), lo
que tiene que hacer el Estado en sus gestiones es imitar a la Empresa Privada
en la aplicación del Criterio de Rentabilidad y estimular (dinerariamente,
claro) a sus propios Ejecutivos, de modo que tengan tanto interés como los
Ejecutivos del Capital en la promoción de la gestión estatal que sea.
Pero estos otros que no somos ejecutivos (o lo somos malos) tenemos
asimismo que reconocerlo: lo único que mueve al Hombre en este Régimen del
Bienestar es el Ideal, la Fe, o séase el Dinero: sólo por Él tenemos esta
abundancia (aunque sea de sustitutos), sólo por Él funcionan (aunque sea en
falso) los engranajes de este Mundo; y, si soñamos en el derrocamiento del
Régimen, no podemos menos de soñar, como soñadores prácticos y sensatos, en si
hay o no algo que sirva de motor (aunque no sea tan eficaz) cuando la Fe en el
Dinero se haya roto.
Y, sin contar, desde luego, con la Mayoría (la Mayoría ya se sabe cómo es:
está amasada por la Fe), nos preguntamos si habrá por acá abajo algo que nos
valga para el caso, que nos susurre que el Dinero no era todo. Pero, para ello,
el considerar algunos planes del Ideal dominante para sus poblaciones puede que
nos dé luces.
Se trata, como se sabe, de pasar al Sector Terciario. El desarrollo de un
Estado se mide por la proporción entre los 3 Sectores: el Primario, la
dedicación de mucha población a la labranza de la tierra, es lo más bajo y
despreciado para el Ideal; el Secundario, la dedicación a la trasformación de
las materias primas en objetos «humanos», industriales, eso era el Trabajo
verdadero en los tiempos de la visión de Marx, y en el Desarrollo mantiene una
dignidad media; pero lo bueno de veras para el Desarrollo es el Sector Terciario,
la dedicación a la producción de nada, y el Estado que más población ha hecho
pasar a ese Sector, ése es el más desarrollado. El día que todos seamos
funcionarios de Banca y nos dediquemos a intercambiarnos cifras (en la sabia
utopía del Erehwon(2) de Samuel
Butler la gente acude a los Bancos de Música a dedicarse a una tarea casi tan
etérea como ésa), entonces se habrá cumplido el Ideal.
Pero y eso ¿cómo se sostiene? –nos preguntamos los groseros hijos del común–:
¿por magia? Y sospechamos que no: que por debajo del ideal y del Dinero sigue
la madre tierra dando pan, los bienes palpables de los que se nutren todos los
ideales y las locuras de sus hijos. Hay algo ahí abajo. Y ¿en qué otro sitio va
a buscar la gente desengañada relevos del Dinero, sino en la tierra, en lo de
abajo? Pero esto no es más que una ispiración: cómo puede venir a dar en una
táctica de remplazamiento del estímulo dinerario, lo estudiaremos a seguido.
Del criterio de utilidad y de las máquinas
El Imperio del Desarrollo necesita como su industria primaria la creación de
necesidades, a fin de mantener la ilusión de que el Dinero sirve para satisfacer
las tales necesidades. Negarse a la creación de necesidades es algo que sólo
podremos hacer la gente (lo que de pueblo quede entre nosotros y en cada uno) gracias
a que sintamos que hay, no «necesidades naturales», pero sí bienes palpables y
sensibles que no consistan en su idea, que no los haya el Dinero fabricado ni
vendido.
Gracias a eso podemos, en medio de todo el vértigo de los números del
Desarrollo, acudir a un sentimiento de utilidad no regido por el Dinero:
distinguir, pese a todo, entre lo que sirve para comprarlo, para tenerlo, para
venderlo, y lo que sirve para otras cosas; sin olvidar que el Ideal del Desarrollo
no es, al fin, más que la perfección de una mentira que está en la raíz de la
Historia misma, desde que hay Leyes y Administración de la Justicia: aquélla
que quería hacer creer que la propiedad es compatible con el usufructo, y hasta
sometía el usufructo a la propiedad. Por
acá abajo no nos lo creemos: sabemos de la dulzura de «la fruta del cercado
ajeno», que sabía decir hasta el gentilhombre Garcilaso, y declaramos que usar
no es tener: que o la tienes o la gozas, pero las dos, no.
Es en virtud de ese sentimiento de la utilidad que no se vende, en virtud
de un sentido común, como distinguimos, por ejemplo, entre ser propietario de
un medio de trasporte (el Ideal Democrático plasmándose en el Auto Personal) y
montarse en un medio de trasporte que pase cerca para hacer algún viajecillo
que se nos tercie. Ahí está la lucha contra el Auto Personal (con su reata de
autobuses, autocares y camiones) apoyándose en los medios de trasporte útiles,
trenes, tranvías y demás, que, como no se prestan a la Propiedad, no le sirven
al Desarrollo.
Hablamos del uso de las máquinas. Cantamos la utilidad de los ingenios
inventados por los abuelos (que los abuelos los inventaran y promocionaran por
los más negros egoísmos burgueses y esplotatorios, nos importa un bledo, con
tal de que resulte algo de utilidad para la gente: por fortuna, los hombres no
saben lo que hacen), los ingenios que venían a acabar con el Trabajo y su falsa
necesidad.
Una de las más insignes imbecilidades con que los Ejecutivos del Desarrollo
suelen salirle a la gente que pone en duda el Régimen es que, entonces, renunciamos
al poder de los ingenios mecánicos, perdemos los beneficios del Progreso; y
hacen como que defienden a las máquinas, como si fueran Ellos los que las han
inventado, y no más bien los que las han estropeado todo lo que han podido y
han reducido a la inutilidad la utilidad de muchos de los artilugios del Progreso
de los abuelos, sobre todo por la intromisión de nuevos chismes no pedidos por
ninguna necesidad ni deseo de la gente, sino sólo útiles para su venta.
Han matado la utilidad de las máquinas, que venían a demostrar que el
Trabajo, la condena de Jehová, era un fantasma, y que, gracias a los esclavos
mecánicos, no hacía falta que la gente siguiera trabajando; o, vamos, muy poquito,
casi nada: ahí viene la noción, popular como pocas y de sentido común
elemental, de los turnos, repugnante a los Ejecutivos del Desarrollo, que, por
el contrario, tienen que dedicarse a la creación de Puestos de Trabajo.
No se trata pues de renunciar a las máquinas, sino de usarlas: usarlas para
algo que no sea para venderlas, ni para comprarlas, ni para tenerlas, sino,
sencillamente, para otra cosa. Un firme, bajo y grosero criterio de utilidad es
todo lo que se requiere para distinguir entre los ingenios que sirven para no
trabajar y pasárselo dulcemente, y los que sirven para crear necesidades, para seguir
haciendo trabajar sin necesidad, para
divertir a las Masas o hacerles hacer deporte a los Individuos cuando no
trabajan, y, en fin, para mover el Capital y mantener las istituciones del
Estado.
Sentido común y criterio de utilidad no les sirven al Estado y Capital para
sus fines: por eso le sirven a la gente del común que quede viva. Y todavía nos
pararemos un momento en esa contradicción.
No tirar nada bueno a la basura
Hemos hecho asomar la enemistad sin cuartel entre el sentido de la
utilidad, arma del pueblo, y el Estado del Desarrollo, que sólo puede
mantenerse por medio de la creación de necesidades, la proliferación de productos
inútiles (sólo útiles para su venta) y el mantenimiento de la sumisión a la Ley
del Trabajo, no necesario para la gente, pero sí para el movimiento del
Capital, un Trabajo vano (las horas vacías con que se cuenta son las mismas que
cuesta comprar su producto inútil: Tiempo te vendo, en Tiempo me pagas: en eso
ha venido a dar la plusvalía), que, como tal, requiere a su vez una diversión
vana, contada en un Tiempo del mismo orden que el del Trabajo vano.
Ahora bien, nada llega nunca a la perfección del Ideal Futuro, y es
palpable que, en la Sociedad del Bienestar, en medio del tráfago de nadas,
dominante, no pueden por menos también de producirse muchas cosas buenas, esto
es, de verdad pedidas por los deseos del público sin previa creación del vacío
que haga solicitar su compra. Y confiamos tal vez en que, a medida que el Ideal
del Dinero cae y pierde su fuerza el estímulo dinerario, en la misma resucita
el sentimiento y sabiduría de las cosas, de las que eran buenas antes de ser dinero y propiedad de
uno.
No hay, por tanto, que perder la cabeza y atribuirle al Desarrollo todos
los bienes de que con el Desarrollo disfrutamos ni pensar que, derrumbándose la
Sociedad del Bienestar, tienen con ella que perderse las cosas útiles y
placenteras (placer y utilidad son lo mismo, en contra de lo que enseña la
Escuela del Capital–Estado) que la industria y el ingenio humano no puede menos
de producir aun en medio de todo este tráfago de inutilidades.
Por el contrario: la regla que dicta el sentido común y el egoísmo sensual
(que es el contrario del egoísmo astracto y dinerario: el deseo de usar contra
el ansia de tener) es la de discernir en este basurero descomunal en que el
Estado-Capital está convirtiendo el mundo (la producción de basura, de cosas
sin valor de uso, es la producción esencial del Desarrollo), reconocer entre
todo ello lo que son bienes palpables y deseables, y no dejar que, sean los que
sean los trastornos del derrumbe, se pierda ni una sola de las gracias y los
lujos que tuvo que inventar y producir (para sus fines, pero sin embargo) la
vieja Burguesía y tiene que seguir
produciendo la propia Sociedad del Bienestar.
Pues no se trata de igualar a la población en el contentamiento con los
sustitutos, que es lo que el Desarrollo tiene como ideal, repartiendo una
miseria de Supermercado entre los millones de sus súbditos, como si hubiera un
stock que administrar equitativamente desde lo alto (pero es el Dinero el que
se cuenta: la riqueza es incontable), sino, por el contrario, que los palacios
y festines de los príncipes y los burgueses se abran para todos, que cualquier
lujo (de uso, no de propiedad) y todos los ingenios y las gracias estén al
alcance de cualquiera. Y así, por ejemplo, si alabábamos el ferrocarril, era,
entre otras cosas, porque «el tren nos hace a todos libres y señores», mientras
que «el Auto nos convierte a todos en chóferes y mecánicos».
Se trata (es una táctica sencilla) de aprovecharse y no pagar: aprovecharse
de todos los inventos y artilugios que para el disfrute de la vida y la vida de
la razón no ha podido por menos de desarrollar el Capital en su desarrollo, y
no pagar, ni con Trabajo (propiamente dicho, o sea, para nada: el seguir
inventando y fabricando nuevas cosas, eso no es trabajo) ni con el escamoteo de
las cosas por sus sustitutos, ni con la conversión del alma en dinero, ni ¡sobre
todo! con la confesión de la Fe que el Dios del Desarrollo exige de sus
feligreses, empezando por la Declaración a Hacienda y terminando con el Cielo
de la Ciencia venal y falsificadora.
¿Es esa táctica posible? Desde luego, para España, para los Estados Unidos,
para Cataluña o para Europa, no es posible en modo alguno. Pero eso ¿quiere
decir que sea en sí imposible? Eso es lo que vamos a analizar ahora.
(...)
(1). Ersatz: adjetivo - sucedáneo, falso, artificial, de imitación.
Texto completo en
pdf aquí
Para dar un toque "de humor" al comentario y en cuanto a la falata de Fe, hace unos años un sindicalista sevillano me contaba cómo habían organizado las huelgas del sector de limpieza de la ciudad. Era una huelga indefinida. Querían mejorar las condiciones laborales. Cuando la empresa accedió a sus peticiones continuaron con la huelga y la quema de contenedores. La empresa, estupefacta, les preguntó qué más
ResponderEliminarquerían. Y los trabajadores contestaron: queremos continuar ejerciendo nuestro derecho a hacer huelga, porque nos sale de los cojones.
Eso, eso es lo que falta!
Saludos, amigo mío. Y comparto!
jua, jua... ¡Eso sí que es una huelga indefinida! Lástima que no fuera general... y global. Efectivamente, compañera, eso es lo hace falta.
EliminarSalud Empe!