Information Clearing House – 04/11/2020
Traducción del inglés: Arrezafe
Mientras escribo esto, espero, como todo el mundo, los resultados de este patético espectáculo llamado 'elecciones estadounidenses'. Espero el resultado de una farsa que los imperios a lo largo de la historia han impuesto a sus súbditos: la ilusión de la elección. También aguardo la inevitable contienda, la especulación que probablemente se prolongará durante semanas o más, las desquiciadas y caóticas maquinaciones del presidente en funciones, así como su desenfrenado golpe fascista, algo previsible nacido de la desesperación de un megalómano narcisista sociópata.
Pero, seamos francos, Donald Trump nunca fue realmente el problema, fue y es el rancio producto de un experimento secular de imperialismo colonial y racista, originado en el continente y luego exportado a todo el mundo. Comenzó cuando los colonos europeos pusieron el pie en este "Nuevo Mundo" que ocuparon y declararon suyo, mandando al diablo a los pueblos nativos.
La arrogante y sádica crueldad de Trump siempre ha estado latente bajo la superficie del "excepcionalismo" estadounidense. Es la misma crueldad que generó el genocidio indígena, la trata de esclavos africanos, los linchamientos, Jim Crow y la nación que puso a sus ciudadanos en campos de concentración, que normalizó el ataque nuclear a civiles (la única nación en la tierra que lo ha hecho), que arrasó a bombardeos a los pueblos del sur de Asia y roció a sus hijos con napalm y agente naranja. La misma que entrenó a los escuadrones de la muerte en Centroamérica e Indonesia. La misma que asesinó a Lumumba y derrocó a presidentes electos democráticamente como Allende y Mossadegh. La misma que, basada en mentiras, permitió la aniquilación de Irak y de toda la región, que torturó a los niños y a sus padres en los húmedos sótanos de Abu Ghraib, que bombardeó con un dron a una abuela recogiendo okra en el campo. La misma que convirtió a Libia, una vez la nación más próspera de África, en un centro para el comercio moderno de esclavos. La misma que ha pertrechado de tanques a su propia policía, trofeos de sus sangrientas incursiones en el sur global ahora destinados a aplastar a su propia gente. La misma que encerró a toda una generación de niños negros y morenos por la posesión de una planta o por drogar sus castigados cuerpos para aliviar la agonía de vivir en un infierno de desesperación.
Estados Unidos acaba de experimentar su mayor participación electoral en 150 años, pero no se produjo la llamada "ola azul" que muchos liberales esperaban. En una sociedad realmente libre e igualitaria, Trump, ese montón de estiércol de naranja que ha controlado el Despacho Oval durante los últimos cuatro años, debería haber sido electoralmente aplastado. Sin embargo, casi la mitad de quienes votaron lo hicieron a favor de ese montón de estiércol protofascista, el mismo que arrancó a sollozantes niños de los brazos de sus padres y los encerró en jaulas. El mismo que ha fomentado abiertamente la violencia de sus bases más extremistas. El que dijo que los neonazis eran "gente muy buena". El que ordenó a los terroristas racistas que "se mantengan al margen y esperen". El que se ha burlado de los profesionales de la salud y la ciencia mientras una pandemia totalmente previsible surgía en todo el país. El misógino de “agarrarlas por el coño” que ha sido acusado de agresión sexual por al menos 26 mujeres y al que tantos evangélicos adulan repugnantemente como si fuera la versión estadounidense del bíblico rey David. El que ha demonizado constantemente a la prensa, así como a los activistas antirracistas y antifascistas.
¿Por qué? ¿Cómo puede ser esto posible? Porque en los Estados Unidos blancos, tanto liberales como conservadores, deliberadamente ciegos a la miseria que han infligido, por política consciente o apatía, se han embriagado durante demasiado tiempo de su propia arrogancia. Se han alimentado sin cesar de la falacia de su supuesta grandeza, propiciada durante décadas por la propaganda de la CIA / Hollywood. Se han alimentado de la mentira del "mercado libre", que ridiculiza a socialistas y anarquistas, mientras millones languidecen en barrios marginales fuera de ciudades como Los Ángeles o en los callejones industriales del cáncer capitalista. Y sus disidentes, de los cuales ha habido muchos, han sido repetidamente reprimidos, silenciados o castigados sin piedad por atreverse a exponer las mentiras del sistema. En este mismo momento, uno de ellos espera su destino en un gulag británico.
Estados Unidos es, de hecho, un imperio terminal en un planeta asediado por psicópatas, ecocidas y belicistas, mucho más interesados en acumular capital que en las vidas de sus propios hijos y nietos.
Joe Biden, un reminiscente necrófago de anteriores andanzas racistas y genocidas de Estados Unidos, fue vendido al país como la única alternativa viable a un proto-fascista. Un hombre que ha manoseado de manera obscena más nalgas de las que se pueden contar; que retozó orgullosamente con los segregacionistas autores de un “proyecto de ley contra el crimen”, proyecto que envió a los empobrecidos niños negros y morenos a la cárcel; que defendió una guerra basada en mentiras, una guerra que se llevó cientos de miles de vidas, si no más. Un hombre que sigue defendiendo el apartheid en Oriente Medio y las juntas militares en Centroamérica; que todavía alaba el fracking en medio de un clima que empeora día a día, y que, en medio de una pandemia, se niega a considerar nada parecido a la atención médica universal. Esta es la alternativa. Y, sin embargo, muchos liberales todavía se preguntan con incredulidad por qué no despertó mucho entusiasmo.
Independientemente del resultado, debería quedar claro que Estados Unidos es un estado fallido. Si bien la mayoría de su población es decente y está dispuesta a comprometerse con el mundo, más allá de sus fronteras, una parte considerable de la misma ha demostrado que no lo es, ha abrazado el fascismo, aunque ignore el significado del término. Este es un hecho que debe quedar claro. El desprecio de su beligerante gobierno por un mínimo de decencia, cooperación, compasión o conciencia ha quedado, y en términos muy severos, patente ante todos los habitantes del planeta. No se puede ni se debe confiar nunca en él. De hecho, su disolución es la única esperanza que podemos albergar para un futuro habitable en la tierra.
● ● ● ● ●
Repertorio completo. Nada mas hay que añadir.
ResponderEliminarTanto monta, monta tanto: ambos títeres intercambiables de la hipertrofiada maquinaria capitalista inmoral que nos arrastra al colapso. Salud!
ResponderEliminarTanto monta, monta tanto: ambos dos títeres de la hipetrofiada máquina del capital que devora la vida y nos conduce al desastre. Salud!
ResponderEliminarEl desastre ya se ha producido, Conrado. Basta echar una ojeada fuera de la frágil burbuja primermundista para comprobarlo.
EliminarSalud!