Capítulo extraído del libro POLÍTICA Y GEOPOLÍTICA, de Augusto Zamora Rodríguez.
Síndrome de hybris: el poder embriaga más que el alcohol
Conocido también como «embriaguez» o «borrachera del poder», es un síndrome que afecta a cierto porcentaje de políticos. Fue estudiado en la década de los setenta del pasado siglo por el político y neurólogo británico David Owen, aunque este síndrome ha estado presente en las culturas humanas desde tiempos inmemoriales. El nombre procede del griego hubris, término que suele traducirse como «desmesura». Robert Graves, en Los mitos griegos, le da el significado de «desvergüenza». Hubris, por su parte, surgió del teatro griego clásico, pues se empleaba para referirse a los actores que robaban escenas y, luego, por extensión, a las personas ostentosas o de conductas desmesuradas o de escasa vergüenza. En la Grecia clásica no existía el concepto del pecado, tal como lo entiende el cristianismo, por lo que remitían las conductas inapropiadas a decisión de los dioses. Estos castigaban según las normas sociales, de modo que aquellas personas que las transgredían podían ser objeto de la ira divina.
La mitología griega abunda en casos de personas que incurrían en el hybris y eran condenadas por los dioses a castigos terribles, para mostrarles sus límites y devolverlos a ellos. En el panteón griego existía la diosa Hibris, hija del Érebo y la Noche, que representaba el exceso de los instintos y la carencia de moderación. Hibris tuvo una familia extensa. «De la unión entre la Noche y el Érebo nacieron el Hado, la Vejez, la Muerte, el Asesinato […], la Discordia, la Miseria, la Vejación, Némesis, la Alegría, la Amistad, la Piedad, las Parcas y las Tres Hespérides», refiere Graves. El castigo a la hybris lo expresa Herodoto en una célebre frase:
«Los dioses tienden a abatir todo lo que descuella en demasía».
Se calificaba de hybris a los guerreros que, vencedores en grandes guerras, se emborrachaban de poder y empezaban a comportarse abusiva y arbitrariamente, como si fueran dioses. Para controlar a la diosa Hibris estaba Némesis, la diosa del castigo. Los romanos, conscientes de estas conductas, cuando un emperador, general o cónsul desfilaba en triunfo por Roma, le ponían al lado, en el carro, a un siervo que les susurraba al oído que seguían siendo humanos. No parece haber servido de mucho o por mucho tiempo el remedio, pues en la época del imperio hubo un grupo notable de emperadores que se proclamaron dioses. Julio César fue el primero en ser adorado como dios. A Augusto se le llamó Sebastos, que significa «el divino» en griego. Calígula se proclamó dios con el nombre de Neos Helios.
David Owen, quien pasó casi toda su vida en la política y fue parte de la clase dirigente británica, publicó en 2008 una obra titulada In Sickness and in Power (En la enfermedad y en el poder), en la que analiza el impacto del poder en las personas y la influencia de las enfermedades en la toma de decisiones. Owen señala que la megalomanía «puede ser uno de los gajes del oficio para los políticos» y que «su manifestación en forma desarrollada» es la hybris. Un acto de hybris «era aquel en el cual un personaje poderoso, hinchado de desmesurado orgullo y confianza en sí mismo, trataba a los demás con insolencia y desprecio». Owen describe la trayectoria para llegar a desarrollar el síndrome de Hybris: «El héroe se gana la gloria y la aclamación al obtener un éxito inusitado contra todo pronóstico. La experiencia se le sube a la cabeza: empieza a tratar a los demás, simples mortales corrientes, con desprecio y desdén, y llega a tener tanta fe en sus propias facultades que empieza a creerse capaz de cualquier cosa. Este exceso de confianza en sí mismo lo lleva a interpretar equivocadamente la realidad que lo rodea y a cometer errores. Al final, se lleva su merecido y se encuentra con su némesis, que lo destruye». En los políticos, interesa «la hybris como descripción de un tipo de pérdida de capacidad». En los líderes políticos, el éxito «les hace sentirse excesivamente seguros de sí mismos y despreciar los consejos que van en contra de lo que creen, o en ocasiones toda clase de consejos, y que empiezan a actuar de un modo que parece desafiar a la realidad misma». El médicopolítico Owen elabora un listado de 14 síntomas, para facilitar la realización de un diagnóstico, señalando que bastan tres o cuatro de ellos para que se pueda diagnosticar la existencia del síndrome. De esa lista vale destacar los siguientes:
1. Inclinación narcisista a ver el mundo como un escenario donde ejercer su poder y buscar la gloria, en vez de un lugar con problemas que requieren planteamientos pragmáticos.
2. Forma mesiánica de hablar de lo que están haciendo y tendencia a la exaltación.
3. Una identificación de sí mismos con el Estado hasta el punto de considerar idénticos los intereses y perspectivas del Estado con los de ellos mismos.
4. Excesiva confianza en su propio juicio y desprecio del consejo y crítica ajenos.
5. Exagerada creencia —rayando en un sentimiento de omnipotencia— en lo que pueden conseguir personalmente.
6. Pérdida de contacto con la realidad, a menudo unida a un progresivo aislamiento.
7. Obstinada negativa a cambiar de rumbo, por creer que su «visión amplia» y la rectitud moral de sus actuaciones hace innecesario estudiar costes y resultados.
8. Un tipo de incompetencia —«incompetencia de la hybris»—, que los lleva a no preocuparse por los aspectos prácticos de una directriz política.
El psiquiatra Manuel Franco, de la Real Academia de Medicina, resume el proceso que suelen seguir los líderes políticos hasta alcanzar el síndrome de Hybris: «Una persona más o menos normal se mete en política y de repente alcanza el poder o un cargo importante. Internamente tiene un principio de duda sobre si realmente tiene capacidad para ello. Pero pronto surge la legión de incondicionales que le felicitan y reconocen su valía. Poco a poco, la primera duda sobre su capacidad se transforma y empieza a pensar que está ahí por méritos propios. Todo el mundo quiere saludarle, hablar con él, recibe halagos de belleza, inteligencia… y hasta liga». Esto, según el psiquiatra, ocurre en la primera fase del desarrollo del síndrome. En la siguiente, al líder político «ya no se le dice lo que hace bien, sino que menos mal que estaba allí para solucionarlo, y es entonces cuando se entra en la ideación megalomaníaca, cuyos síntomas son la infalibilidad y el creerse insustituible». A partir de esta fase, los políticos «comienzan a realizar planes estratégicos para 20 años como si ellos fueran a estar todo ese tiempo, a hacer obras faraónicas o a dar conferencias de un tema que desconocen». Que el síndrome de Hybris sea más común en la política que en otros campos obedece, según el doctor Franco, a que «en otros ámbitos es más frecuente que el que esté arriba sea el más capaz, pero en política no es así, porque los ascensos van más ligados a fidelidades. El poder no está en manos del más capaz, pero quien lo ostenta cree que sí y empieza a comportarse de forma narcisista».
La historia está llena de ejemplos, algunos para reír, otros para temblar. Calígula, en un encuentro, les espetó a dos cónsules: «Lo que encuentro gracioso es que, moviendo tan solo un dedo, puedo hacerles cortar la cabeza al instante». Un episodio de la vida del presidente argentino Hipólito Yrigoyen (1852-1933) es ilustrativo del actuar de los aduladores que suelen rodear a los poderosos y que contribuyen a agravar el síndrome de Hybris. Los colaboradores más directos del presidente argentino decidieron, para no preocuparle por la mala situación política que vivía, ¡imprimir un diario especial para él! El popular presidente no se enteraba de nada. En 1930, durante su segundo periodo presidencial, Yrigoyen fue derrocado por un golpe de Estado. Hay, en Argentina, quienes niegan la existencia del diario especial. Cierta o falsa la historia, lo que no puede ponerse en duda es que los hombres de poder han vivido y viven rodeados de aduladores, que, si no diarios, sí elaboran informes laudatorios para agradar los oídos del gran líder.
No desconocía el fenómeno el autor político más citado de la historia. En El príncipe, Nicolás Maquiavelo escribió: «No quiero pasar en silencio un punto importante, que consiste en una falta de la que se preservan los príncipes difícilmente […] Esta falta es la de los aduladores, de que están llenas las cortes; pero se complacen los príncipes en lo que ellos mismos hacen, y en ello se engañan con una tan natural propensión, que únicamente con dificultad pueden preservarse contra el contagio de la adulación». No es baladí el síndrome de Hybris. David Owen relata en su libro que George Bush Jr. y Tony Blair decidieron invadir Iraq intoxicados como estaban de una «borrachera de poder». En mayo de 2003, tres meses después, en un portaaviones, Bush declaró que «las principales operaciones militares en Iraq han terminado» y que «la batalla de Iraq es una victoria contra el terrorismo». Embriagado del síndrome de Hybris, Bush era incapaz de ver y entender nada, aunque su decisión había condenado al infierno al pueblo iraquí y a toda la región. En Iraq pensaban lo contrario. La verdadera guerra no había comenzado aún y el terrorismo estaba en pañales. Tras nueve años de conflicto, en diciembre de 2011 se retiraron las últimas tropas de combate de Iraq, sin haber alcanzado ninguna victoria, dejando el país en ruinas y destruido. Sobre ese fondo de desolación, muerte y rabia se multiplicarán los grupos radicales y el terrorismo alcanzará su mayor expansión.
Otro sector fuertemente afectado por el síndrome de Hybris es el financiero y bancario. Sobre el tema ha escrito Mathew Hayward, profesor de la Universidad de Colorado y exfinancista de riesgo en Wall Street. En 2007 apareció su obra Ego Chek: Why Executive Hubris is Wrecking Companies and Careers and How to Avoid the Trap (Por qué el orgullo desmedido de los ejecutivos está arruinando a las empresas y cómo evitar la trampa), un poco el equivalente del libro de David Owen, pero en el mundo empresarial. En su obra narra cómo el «orgullo desmedido», el síndrome de Hybris, ha llevado a muchos ejecutivos a fusiones de empresas completamente ruinosas, de las que analiza un centenar de casos, como la de American On Line y Time Warner. La operación terminó en fracaso, con pérdidas millonarias para los accionistas. Merck, la multinacional farmacéutica, estaba de capa caída en 1999. Para detener las pérdidas, el presidente de la empresa decidió apurar los estudios de un fármaco para el estómago, el Vioxx, descubierto en 1994. Lo sacó al mercado, pese a las advertencias de que el fármaco podía provocar enfermedades coronarias. En septiembre de 2004, Merck tuvo que retirar el Vioxx del mercado, después de que se hubieran dispensado 93 millones de recetas. En 2005, un tribunal de Texas le obligó a indemnizar con 250 millones de dólares a un consumidor. La Agencia de Medicamentos de EEUU calcularía, en un informe oficial, que el Vioxx había provocado cerca de 38 000 muertes por infartos.
El síndrome de Hybris puede afectar a cualquiera y darse en cualquier escala de poder. Se puede ver de cotidiano. Presidentes que quieren eternizarse en el poder, alcaldes que sienten que el ayuntamiento es suyo, políticos que terminan considerándose dueños de su partidos… En los años de la «burbuja financiera», España se llenó de obras ciclópeas y megalómanas que costaron al país 6000 millones de euros, de aeropuertos sin aviones a autovías sin vehículos, pasando por museos y centros culturales. La lista es interminable y los daños también. Se precisa una vacuna para el síndrome de Hybris, aunque es siempre preferible la medicina preventiva: poner límites temporales a los cargos de tipo político (presidentes, diputados, alcaldes, etc.), de manera que ese límite actúe como Némesis de aquellos que han contraído el síndrome de Hybris o están en riesgo de contraerlo. Es lo de siempre: más vale prevenir que lamentar.
En 1965, el psicoanalista Erich Fromm relataba en su libro Ética y política que, hacía poco, «un alto cargo de Defensa Civil declaraba que, en caso de un primer ataque atómico a Estados Unidos, podrían morir 49 900 000 personas», y seguía desarrollando el tema. Fromm preguntaba, respecto a la frialdad del alto cargo al hablar de la destrucción del país: «¿No estamos locos?». (La verdad es que sí, hay suficiente gente en los gobiernos que debería ir por ley al psicoanalista). Por demás, es de recordar cómo Eurípides, sumo maestro de la tragedia griega, resumía el castigo que recibían quienes se habían sumido en el síndrome de Hybris: «Aquel al que los dioses quieren destruir, primero le vuelven loco».
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El término griego hybris también puede traducirse como insulto, un insulto a los demás, a la naturaleza, a los dioses, porque quien incurre en hybris se sale del lote de destino que los dioses le han asignado y suele tratar a la gente y a la naturaleza como cosas, simples herramientas para alcanzar sus objetivos. El castigo es la ceguera, o la locura de no ver la realidad. Esta locura le lleva a la destrucción, que él mismo se forja. En castellano tenemos el dicho “Si quieres conocer a un personajillo, dale un carguillo”. Y, como dice el autor del texto, la camarilla de palmeros hace una labor fundamental. Lástima que hoy en día estos “desmesurados” no acaben todos como solían acabar en los mitos griegos. Salud!
ResponderEliminarComo dijo Emil Cioran, "hay tipos que se ponen una corbata y ya se creen eternos". Lástima, sí, que ni sus víctimas ni los dioses los fulminen a iracundos truenos, no se merecen menos.
EliminarSalud, Conrado!