Charla en la Cimade,
Béziers (Francia), 29 de enero de 2016.
El capital ha proletarizado
al mundo y a la vez ha suprimido visiblemente las clases. Si los antagonismos
han quedado integrados, si ya no hay lucha de clases, entonces no hay clases. Y
no hay sindicatos en el sentido genuino del término. En efecto, si el escándalo
de la separación social entre poseedores y desposeídos, entre dirigentes y
dirigidos, entre explotadores y explotados, ha dejado de ser la fuente
principal de conflicto y las luchas transcurren dentro del sistema sin
cuestionarlo, no hay clases en lucha, sino masas a la deriva. Los sindicatos,
la carcasa de una clase disuelta, persiguen otro objetivo: mantener la ficción
de un mercado laboral. El obrero es la base del capital, no su negación. Éste
se adueña de cualquier actividad y su principio estructura toda la sociedad:
realiza el trabajo, transforma el mundo en mundo de trabajadores. Fin de una
clase obrera aparte, exterior y opuesta al capital, y generalización del
trabajo asalariado. Adentro no hay más que una masa asalariada aunque no
uniforme sino fragmentada: cada fragmento ocupa un escalafón en la jerarquía
social con relación a su nivel de compra. Afuera, una masa excluida y
desahuciada que pugna por reintegrarse. Cada capa queda definida por su
capacidad de consumo. Las clases medias (middle
class), resultado cuantitativo del escamoteo de los antagonismos sociales,
se refuerzan pasando por encima de la antigua pequeña burguesía con las capas
de asalariados diplomados ligados al trabajo improductivo. Han nacido con la
racionalización y burocratización del régimen capitalista para desarrollarse
gracias a la terciarización progresiva de la economía (y de la tecnología que
la hizo posible). Existen en tanto conjunto de ejecutivos, cuellos blancos y
funcionarios en medio de una sociedad de mercado. Cuando la economía funciona,
todos ellos son pragmáticos, luego partidarios en bloque del orden establecido,
o sea de la partitocracia. Denominamos partitocracia al régimen político
adoptado habitualmente por el capitalismo. Es el gobierno autoritario de las
cúpulas de los partidos (sin separación de poderes), la forma moderna de una
oligarquía, que conlleva la formación de una burocracia autónoma con sus
intereses propios y su clientela que ha hecho de la política su modus vivendi.
Más que la burguesía, las clases medias ven al Estado como mediador entre la
razón de mercado y la sociedad civil, o mejor, entre los intereses privados y
sus intereses particulares presentados como públicos. Y precisamente la
separación entre lo público y lo privado es lo que dio lugar a la burocracia
administrativo-política, parte esencial de las clases medias. El Estado
partitocrático determina de alguna forma su existencia privada. En condiciones
favorables, las que permiten un modo de vida consumista, dichas clases no están
politizadas ; es la crisis del llamado Estado del bienestar lo que determina su
politización. Entonces los partidos originados por la crisis hablan en nombre
de toda la sociedad, teniéndose por su representación más auténtica.
Nos encontramos inmersos en
una crisis que no sólo es económica sino total: es la crisis del capitalismo.
Se manifiesta tanto en el plano estructural en la imposibilidad de un
crecimiento suficiente, como en el plano territorial con los efectos destructores
de la industrialización generalizada. Las consecuencias son la multiplicación
de las desigualdades, la exclusión, la contaminación, el cambio climático, las
políticas de austeridad y el aumento del control social. Durante la fase de
globalización (cuando ya no existe clase obrera) se produce de forma muy
visible un divorcio entre los profesionales de la política y las masas que la
padecen. La distancia pesa más cuando la crisis alcanza y empobrece a las
clases medias, la base sumisa de la partitocracia. La crisis considerada sólo
bajo su aspecto político es una crisis del sistema tradicional de partidos, y
por descontado, del bipartidismo. La corrupción el amiguismo, la prevaricación,
el despilfarro y la malversación de fondos públicos solamente resultan escandalosos
cuando el paro, los recortes, las bajadas salariales y la subida de impuestos
alcanzan a dichas clases. Entonces, los viejos partidos no bastan para
garantizar la estabilidad de la partitocracia. En los países del sur de Europa
la ideología ciudadanista refleja perfectamente su reacción desairada.
Contrariamente al viejo proletariado, que planteaba la cuestión en términos
sociales, el ciudadanismo la plantean exclusivamente en términos políticos.
Así pues, han de recurrir al lenguaje dominante, el de la dominación, usando de preferencia el vocabulario progresista y democrático que mejor corresponde con su universo mental. Los partidos ciudadanistas hablan en representación de una clase universal que no es el proletariado sino la ciudadanía, cuya misión consistiera únicamente en corregir una democracia de mala calidad. Consideran la democracia, es decir, el sistema parlamentario de partidos, como un imperativo categórico. El ciudadanismo es un democratismo legitimista que reproduce tópico por tópico al liberalismo burgués de antaño y con mucho alarde verbal trata de correrlo hacia la izquierda. No olvidemos que mucha crema fundadora de los nuevos partidos proviene del estalinismo y del izquierdismo, para la cual los nuevos valores democráticos no son más que la trasmutación de viejas cantinelas vanguardistas realmente desahuciadas. Formalmente pues, se sitúa en la izquierda del sistema. Es la izquierda del capitalismo.
Así pues, han de recurrir al lenguaje dominante, el de la dominación, usando de preferencia el vocabulario progresista y democrático que mejor corresponde con su universo mental. Los partidos ciudadanistas hablan en representación de una clase universal que no es el proletariado sino la ciudadanía, cuya misión consistiera únicamente en corregir una democracia de mala calidad. Consideran la democracia, es decir, el sistema parlamentario de partidos, como un imperativo categórico. El ciudadanismo es un democratismo legitimista que reproduce tópico por tópico al liberalismo burgués de antaño y con mucho alarde verbal trata de correrlo hacia la izquierda. No olvidemos que mucha crema fundadora de los nuevos partidos proviene del estalinismo y del izquierdismo, para la cual los nuevos valores democráticos no son más que la trasmutación de viejas cantinelas vanguardistas realmente desahuciadas. Formalmente pues, se sitúa en la izquierda del sistema. Es la izquierda del capitalismo.
La mayoría de los nuevos
partidos y alianzas, dirigidos fundamentalmente por enseñantes y abogados,
inspirándose en el cambio de rumbo de la izquierda convencional
latinoamericana, o lo que viene a ser lo mismo, identificando las instituciones
como el escenario clave del cambio liberador, en realidad tratan de cambiar una
casta burocrática mala por otra buena recuperando a los electores moderados de
izquierda o de derecha, algo en lo que siempre habían fracasado el
neoestalinismo y el izquierdismo europeos. Aspiran a desempeñar el papel de una
nueva socialdemocracia, bien constitucionalista o bien separatista. La
revolución ciudadanista empieza y termina en las urnas, por lo que reformas
electorales, jurídicas o constitucionales (la transformación del régimen de
1978) dependen de los resultados y las combinaciones parlamentarias. Se ha de
conseguir nuevas mayorías políticas, o como se dice, asegurar la
gobernabilidad, ya que nadie desea una ruptura social, aun al precio de
conjurarla con una ruptura nacional. La desmovilización, el oportunismo y la
rápida burocratización que ha seguido a las diversas campañas demuestra esto:
los agitadores de la víspera se vuelven con celeridad gestores responsables. La
izquierda del capital se dio cuenta de que el Estado es esencial para el
capitalismo y de que en periodos de expansión económica tal dependencia permite
políticas sociales: algo de neokeynesianismo a las prácticas neoliberales que
requieren respaldo estatal.
Estamos frente al renacimiento del Estado nacional: un Estado social pretendidamente soberano en el marco de una Europa de los mercados. La defensa del Estado es la prioridad máxima del ciudadanismo, de ahí su estrategia de asalto a las instituciones, ridículo sucedáneo de la toma del poder leninista, que se apoya sobre todo en los electores conformistas decepcionados con los partidos de siempre y subsidiariamente en los movimientos sociales manipulados. Aunque la crisis no pueda superarse, puesto que es «una depresión de larga duración y alcance global» según dicen los expertos, la reconstrucción del Estado como asistente y mediador quiere demostrar que se puede trabajar para los mercados desde la izquierda.
Estamos frente al renacimiento del Estado nacional: un Estado social pretendidamente soberano en el marco de una Europa de los mercados. La defensa del Estado es la prioridad máxima del ciudadanismo, de ahí su estrategia de asalto a las instituciones, ridículo sucedáneo de la toma del poder leninista, que se apoya sobre todo en los electores conformistas decepcionados con los partidos de siempre y subsidiariamente en los movimientos sociales manipulados. Aunque la crisis no pueda superarse, puesto que es «una depresión de larga duración y alcance global» según dicen los expertos, la reconstrucción del Estado como asistente y mediador quiere demostrar que se puede trabajar para los mercados desde la izquierda.
En definitiva, no se trata
de cambiar la sociedad sino de administrar el capitalismo –dentro o fuera de la
eurozona- con el menor gasto y la menor represión posible para las clases
medias. Demostrar que una vía alternativa de acumulación capitalista es posible
y que el rescate de las personas es tan importante como el de la banca, es
decir, que el sacrificio de dichas clases no solamente es necesario, sino que
no habrá desarrollo ni mundialización sin ellas. Se quiere aumentar el nivel de
consumo popular, no transformar la estructura productiva y financiera. Por
consiguiente, se apela a la eficacia y al realismo, no a los cambios bruscos y
las revoluciones. El diálogo, el voto y el pacto son las armas ciudadanistas,
no las movilizaciones o las huelgas generales. Diálogo directo con el poder,
diálogo virtual con las susodichas «personas». Las clases medias son más que
nada clases no violentas e informatizadas: su identidad queda determinada por
el miedo y la red. En estado puro, o sea, no contaminadas por capas más
permeables al racismo o la xenofobia tales como los agricultores endeudados,
los obreros desclasados y la canalla lumpen, no quieren más que un cambio
tranquilo y pausado hacia lo mismo desde dentro. Por otra parte, en estos
tiempos de reconversión económica, de extractivismo y de austeridad, los
partidos ciudadanistas han de contentarse con actos institucionales simbólicos,
ya que su capacidad de resolución de problemas sociales es muy poca. Dependen
de la coyuntura mundial, del Mercado, y éste no les es favorable y
probablemente no lo será en el futuro. En resumen, su posición ante las cámaras
ha de esconder su falta de resultados cuanto más tiempo mejor, a la espera o
más bien temiendo la formación de otras fuerzas más decididas en un sentido (un
totalitarismo mucho más duro) o en otro (la revolución).
El capitalismo declina pero
su declive no se percibe igual en todas partes. No se ha considerado la crisis
como múltiple: financiera, demográfica, urbana, ecológica y social. Ni se tiene
en cuenta que las guerras periféricas son responsabilidad de la mundialización
capitalista. En el Sur de Europa la crisis se interpreta como una amenaza
económica y un problema político. En el Norte tiende a tomarse como una
invasión musulmana y una amenaza terrorista, o sea, como un problema de
fronteras y de seguridad. Todo depende del color, la nacionalidad y la religión
de los working poor. La división
internacional del trabajo concentra la actividad financiera en el Norte y
relega el Sur al rango de una extensa zona residencial y turística. Por eso el
Sur es mayoritariamente europeista y opuesto a la austeridad; el Norte es todo
lo contrario. La reacción mesocrática es contradictoria, pues por una parte la
ilusión de reforma y apertura domina, pero, por la otra, se impone el modo de
vida industrial en burbuja y la necesidad de un control absoluto de la
población, lo que significa un estado de excepción «en defensa de la democracia».
Las mismas clases votan al ciudadanismo en un sitio y a la extrema derecha en
el otro. Los libertarios han de denunciar este estado de cosas intentando
construir movimientos de protesta autónomos en el terreno social y cotidiano a
defender. La abstención es un primer paso hacia la secesión del sistema. La
perspectiva política puede superarse mediante un cambio radical –o mejor una
vuelta a los comienzos– en el modo de actuar y en la manera de vivir apoyándose
aquellas relaciones extramercantiles que el capitalismo no ha podido destruir o
cuyo recuerdo no ha borrado. También mediante un retorno a lo sólido en el modo
de pensar: la crítica de la concepción burguesa posmoderna del mundo es más
urgente que nunca pues no es concebible un escape del capitalismo con la
conciencia colonizada por los valores de su dominación. La necesaria
desculturación (desalienación) que destruya todas las identidades de
guardarropía que nos ofrece el sistema, ha de cuestionar seriamente el
parlamentarismo, el Estado, la idea de progreso, el desarrollismo, el
espectáculo… pero no para ofrecer versiones «antifascistas» de todo ello.
Tampoco se trata de elaborar una teoría única con respuestas y fórmulas para
todo, una especie de moderno socialismo de cátedra, o de forjar una entelequia
(pueblo fuerte, clase proletaria, nación) que justifique un modelo organizativo
arqueomilitante y vanguardista, o de regresar literalmente al pasado, sino,
insistimos, se trata de salirse del universo mental y material del capitalismo
inspirándose en el ejemplo histórico de experiencias convivenciales no
capitalistas. La obra revolucionaria tiene mucho de restauración
Es verdad que las luchas
anticapitalistas aún son débiles y a menudo recuperadas, pero si aguantan firme
y rebasan el ámbito local pueden extenderse lo suficiente para echar abajo la
vía institucional junto con el modo de vida esclavo que la sostiene. La crisis
todavía es una crisis a medias. El sistema ha tropezado con sus límites
internos (estancamiento económico, restricción del crédito, acumulación
insuficiente, descenso de la tasa de ganancia), pero no lo bastante con sus
límites externos (energéticos, ecológicos, culturales, sociales). Hace falta
una crisis más profunda que acelere la dinámica de desintegración, vuelva
inviable el sistema y propulse fuerzas nuevas capaces de rehacer el tejido
social con maneras fraternales, de acuerdo con reglas no mercantiles (como en
Grecia), amén de articular una defensa eficaz (como en Rojava). No obstante, la
crisis en sí misma conduce a la ruina, no a la liberación, a menos que la
exclusión se dignifique y tales fuerzas concentren un poder suficiente al
margen de las instituciones. La estrategia actual de la revolución (el uso de
la exclusión y las luchas en función de un objetivo superior) ha de apuntar
-tanto en la construcción cotidiana de alternativas como en la pelea diaria-
hacia la erosión de cualquier autoridad institucional, la agudización de los
antagonismos y la formación de una comunidad arraigada, autónoma, consciente y
combativa, con sus medios de defensa preparados.
Los libertarios no desean
sobrevivir en un capitalismo inhumano con rostro democrático y todavía menos
bajo una dictadura en nombre de la libertad. No persiguen fines distintos a los
de las masas rebeldes, por lo tanto no deberían organizarse por su cuenta
dentro o fuera de las luchas. No reconocen como principio básico de la sociedad
un contrato social cualquiera, ni la lucha de todos contra todos; tampoco la
fundan en la tradición, el progreso, la religión, la nación o la naturaleza. El
comunismo libertario es un sistema social caracterizado por la propiedad
comunal y estructurado por la solidaridad o ayuda mutua en tanto que
correlación esencial. Allí el trabajo –colectivo o individual- nunca pierde su
forma natural en provecho de una forma abstracta y fantasmal. Las tecnologías
se aceptan mientras no alteren el funcionamiento igualitario y solidario de la
sociedad. La estabilidad va por delante del crecimiento, y el equilibrio
territorial por delante de la producción. Las relaciones entre los individuos
son siempre directas, no mediadas por la mercancía, por lo que todas las
instituciones que derivan de ellas son igualmente directas, tanto en lo que
afecta a las formas como a los contenidos. Las instituciones parten de la
sociedad y no se separan de ella. Es la hora de una nueva sociedad histórica
libre de mediaciones alienantes y de trabas, sin instituciones que planean por
encima, sin trabajo-mercancía, sin mercado y sin trabajadores asalariados. El
proletariado existe únicamente en el capitalismo a causa de la división entre
trabajo manual y trabajo intelectual. Igual pasa con las conurbaciones, fruto
de la separación absurda entre campo y ciudad. Una sociedad autogestionada no
tiene necesidad de empleados y funcionarios puesto que lo público no está
separado de lo privado. Ha de dejar la complicación a un lado y simplificarse.
Una sociedad libre es una sociedad fraternal, horizontal y equilibrada,
desestatizada, desindustrializada, desurbanizada y antipatriarcal. En ella el
territorio recobra su importancia perdida, pues contrariamente a la actual,
será una sociedad con raíces.
Entiendo que es el estilo del autor pero personalmente creo que en pro de la difusión y la propaganda, de la didáctica revolucionaria, debería fijar más claramente los conceptos, si no solo será otro buen texto que caerá en el olvido. Es la única paga que encuentro a este texto cojonudo, lleno de información y con un argumento lógico envidiable.
ResponderEliminarLas luchas anticapitalistas fallan cuando intentan articularse.
Para mantener una debate y organizarse hay que saber de lo que se habla, tener una base. Si cada uno tiene su idea y no hay un lenguaje común eso se hace imposible. Mismamente, preguntas a cualquier compañero la diferencia entre comunismo libertario y mutualismo y no te lo saben decir. Se tienen nociones intuitivas, pero llevarlas a cavo con intuiciones es muy difícil. Parece que no mola estudiar.
Después viene el ejercicio de números, el desarrollo de las ideas y las previsiones. Estos son ejercicios que por desgracia pocos saben hacer.
Salud!
Como señala el autor, "no es concebible un escape del capitalismo con la conciencia colonizada por los valores de su dominación".
EliminarSalud!