“No:
no puede usted quedarse tan tranquilo con no votar en estas Elecciones, con no
participar positivamente con su voto en este tejemaneje y en el sempiterno
recuento de la Mayoría, no: la institución de las Elecciones y del Voto es
demasiado importante y fundamental para el Dominio como para que nos podamos
contentar con eso”. (Extracto de “Farsa periódica”, Agustín
García Calvo)
A quienes a sí mismos se
consideran “progresistas”, término que hoy se ha convertido en vago sinónimo de
“izquierdistas”, la abstención les irrita en grado sumo, mucho más cuando -como
en esta ocasión- creen que el cálculo electoral pudiera resultarles favorable y
que, por tanto, “el cambio” lo tienen al alcance de la mano. Ignoran la
infinidad de veces que esta situación se ha repetido a lo largo de los casi
tres siglos de historia del sistema hoy dominante. Prefieren ignorar que los
márgenes del “cambio” están prefijados de antemano, que precisamente en eso
consiste la fortaleza y durabilidad del aparato dominante. Los ilusionados
progresistas renuevan en cada elección su inquebrantable fe sistémica,
participando con un entusiasmo que ciega todo análisis reflexivo, que les
impide ver el truco de magia que se produce ante sus narices. No quieren ver
que forman parte del sistema, que padecen el síndrome de Estocolmo, que actúan
a favor de quienes han secuestrado sus conciencias. Tienen fe en la magia del
sistema y creen que éste les permitirá dar el salto del patio de butacas al
escenario del poder, donde tiene lugar la mágica representación de la
democracia burguesa.
Los dos socios de la gran
confluencia sistémica, Mercado y Estado, tienen un destino que es fallido por
principio, abocado a la crisis permanente, condenado a la intrascendencia por
su naturaleza inmanente y contradictoria, que fundamenta su existencia en la
ilusión de ilimitados recursos naturales –lo que le hace materialmente
insostenible y autodestructivo– y en la certeza de una ilimitada sumisión de
las masas, con la que aseguran un resultado siempre favorable.
Aun así, el progresismo
“alternativo” ha acabado siempre picando en el mismo cebo de la esperanza
futurista, en un desarrollismo economicista siempre atrapado en el juego
electoral. Compiten por la eficiencia en la gestión capitalista del Estado,
prometen un capitalismo mejor, más verde y más justo, prometen un Estado
pacificador, que resuelva la guerra de clases a cambio de algunas concesiones a
las que llaman derechos, un poco más de capacidad adquisitiva, lo suficiente
para tranquilizar a la masa consumista sin poner nunca en riesgo la tasa de
beneficio de la explotación capitalista, ni la nómina del Estado que se nutre
de los impuestos al trabajo asalariado, de la que viven las clases dirigentes,
militares, políticas, financieras, funcionariales, bancarias, intelectuales y
empresariales. Reservan el paraíso comunista, sin clases, para el más allá. Son
“realistas”, saben lo que quieren las mayorías porque ellos han contribuido
como nadie en su amaestramiento. Reservan el comunismo para el Mas Allá. En la
“vida real”, el máximo que cabe es socialdemócrata, un liberalismo descamisado
y campechano, siempre con sentido de Estado, el mismo aparato de dominación,
pero de cara más amable, que haga más soportable la sumisión y garantice la paz
social.
Así, las dos versiones
originales del desarrollismo materialista, la liberal y la marxista, se igualan
como co-titulares legítimos del sistema dominante, bajo la excusa de crear cada
uno el empleo y bienestar que destruye
el otro. El resultado no puede ser otro que una progresiva identidad en hechos y programas, a sabiendas de que éstos
sólo son útiles para plasmar diferencias aparentes, sólo formales, las
necesarias para la escenificación de la farsa democrática.
Hay una devastación de
mayores proporciones y trascendencia, que nunca reconocerá el progresismo
mientras siga siendo cómplice del sistema: es la devastación de los valores
humanos, la anulación sistemática de la individualidad, lograda por el aparato
de dominación a través de su complejo y sofisticado sistema de adoctrinamiento,
que ha alcanzado su máxima perfección al conseguir que cada ciudadano sea tan
policía de los demás como de sí mismo, al servicio de quienes, en cada campaña
electoral, prometen compensarle por ello, desde la izquierda o desde la derecha
del poder.
Abstenerse de participar en
esta farsa es así una cuestión de ética básica, de principio moral y
prepolítico. Pero, con todo, la abstención es muy insuficiente si no va
acompañada de un cambio simultáneo en pensamiento y en obra. Se trata de una
lucha titánica contra el sistema en su totalidad, una lucha que empieza por
subvertir la mala educación en la que somos instruidos cada día, a través del
aparato institucional del poder, de los partidos políticos, de los medios de
comunicación, de los sistemas productivo, educativo y sanitario, de la
mercantilización y banalización normalizada de la vida humana. Se trata de
reconstruir simultáneamente la individualidad y la comunidad, las que son
impedidas por todos los medios que el aparato dominante tiene a su alcance. Hay
que mantener y alentar la disidencia individual y colectiva, hay que hacerlo
siempre, pero más aún cuando sistemáticamente es neutralizada por los partidos
“progresistas” que se encargan de reintegrarla, por vía electoral, al redil del
sistema, como ahora está sucediendo, una y otra vez más, en un bucle mil veces
repetido, la misma farsa democrática.
No deberíamos andar en ésto
con paños calientes, hay que decir a los creyentes sistémicos que su voto no es
superfluo, hay que decirles a la cara que su voto es muy importante, que es
trascendente, vital para el sustento y reproducción del sistema dominante. Hay
que decirles que su voto es sustancialmente reaccionario, irresponsable y
cómplice, que impide la autoconstrucción del pueblo como sujeto político, que
su voto se opone al proyecto democrático y al proceso revolucionario necesario
a tal proyecto. Que los programas, como los votos, son de papel y se los lleva
el viento, que no es cuestión de “programa, programa, programa”, sino de
“principio, principio, principio”.
Pero la abstención sigue
siendo muy insuficiente si no va acompañada del esfuerzo reflexivo que es
necesario para un buen diagnóstico. Es insuficiente sin afrontar la batalla de
ideas en la que hoy se libra el combate entre reacción y revolución, entre el
demofascismo triunfante y la sublevación democrática. Es insuficiente sin
acometer la organización autónoma del pueblo, al margen y en contra del aparato
institucional que le sirve de fortaleza a la dominación estatal-capitalista.
Sé, por propia experiencia,
lo que cuesta entenderlo. Sé que, como todo en la vida, es cuestión de
necesidad, de voluntad y de tiempo. Nos iremos encontrando según vayamos
haciendo ese camino, que no existe previamente, que hay que hacerlo. Como decía
Agustín García Calvo, el pueblo no tiene futuro porque nunca muere, por eso no
tiene futuro, porque para existir tiene que irlo haciendo: “imagine lo que sentimos de los líderes y sindicatos que proclaman por
las paredes Sin empleo no hay Futuro, haciéndoles el caldo gordo a los
Productores de la Nada y Creadores de Puestos de Trabajo”.
Se vive muy bien del cuento, trabajando poco y estando rodeado del privilegio, como para renunciar a todo esto. ¿Los demás? Sinceramente no les importan.
ResponderEliminarPan de molde y mucho circo. ¿Y qué mayor placer para los candidatos a blandir el látigo gubernamental que ser elegidos y legitimados por los propios azotados? Esto es lo único que de "los demás" les importa.
EliminarCuantas verdades en un solo texto, cuanta falta de ser leído por unos cuentos millones de buenos españolitos, antes de que cometan el grave error que cometerán.
ResponderEliminarSalud!
Quienes eligen amo se hacen merecedores de su esclavitud. Lo malo es que arrastran hacia ella a quienes no quieren elegirlo.
EliminarSalud!
Con las votaciones tenemos un problema básico, que se llama legitimación. Y su principal factor es el voto útil y los hechos consumados. Para combatirlo solo hay un medio, la articulación de una práctica diaria.
ResponderEliminarY me ha gustado lo que ha dicho sobre la convergencia del marxismo y el liberalismo. Eso da lugar para un estudio más profundo.
Lo importante, como dice el lema, no es a quién se vote el 26J, sino lo que se hagan los 365días de los próximos 4 años.
Salud!
En mi opinión, el marxismo sigue siendo una extraordinaria herramienta crítica y analítica. Respecto al comunismo, deduzco yo, lo que Agustín denuncia no es al comunismo mismo, sino a su siempre pospuesta consumación ("Reservan el comunismo para el Mas Allá"). Es cierto que la cuestión que señalas requiere atención en profundidad, pero antes hay que leer a Marx (también en profundidad), cosa que la mayoría de sus críticos y detractores no han hecho.
EliminarSalud!