Valencia, 1981: los tanques en la calle |
Volvemos una y otra vez
con variaciones sobre el mismo tema, frente a quienes pretenden
inculcarnos que “la ultraderecha” son esos (y sólo esos)
partidos xenófobos y matones callejeros. No; alguien tiene que
ponerles en el centro del escenario para que los espectadores les
voten.
Se llama prensa, medios
de comunicación, cadenas de radio y televisión, internet, redes
sociales y tertulianos, a su vez dirigidos por empresas de imagen,
publicidad y relaciones públicas, es decir, por capitalistas que
invierten su dinero en negocios rentables.
Donde hay un fascista hay
también una capitalista y un “experto” en comunicación que
fabrica una marca política como quien fabrica una marca comercial.
Luego el votante va a las urnas como el consumidor al súper del
barrio.
En el mundo moderno, pero
muy especialmente en el periodismo, no importa la calidad sino la
cantidad; no importa que hablen mal de “la ultraderecha”. Lo
importante es que hablen, aunque sea de algo insignificante como Vox,
de quienes nadie se acordará dentro de muy poco tiempo.
Uno de los aspectos más
importantes de la intoxicación informativa son las maniobras de
distracción, llevar la atención hacia los aspectos anecdóticos de
la realidad. En un escenario abrumado por la cantidad, es algo muy
sencillo.
La intoxicación es como
el dios bíblico, capaz de crear a partir de la nada. ¿Cómo se
convierte la nada en “algo”? También es bastante sencillo: “la
ultraderecha” es un peligro, luego ya es “algo”.
En España hemos conocido
experiencias de ese tipo, de la mano de Carrillo y el PCE que
inmediatamente después de la transición ocultaron su pacto con UCD,
el partido de gobierno, con una alarma fraudulenta hacia lo que
entonces era AP, Alianza Popular, calificada de “franquista”.
Para ocultar la realidad
presente no hay nada mejor que inventar un peligro futuro. La falta
de memoria histórica consigue lo demás. Reconvertidos en PP,
aquellos “franquistas” de los que nos hablaba el PCE no
gobernaron hasta 20 años después, pero entonces nadie se acordó de
que eran “franquistas”, es decir, que ya no eran un peligro sino
una realidad.
Por eso tuvieron que
inventar otros peligros y otros franquistas y neofranquistas que
hacen buenos a los anteriores porque el miedo, esos grandes peligros
que nos acechan, guardan la viña. Es mejor no despertar al monstruo
franquista; quedémonos como estamos.
El miedo al franquismo es
la historia misma de la transición. Para sacar a aquella generación
de la calle hubo que inventar toda clase de peligros, riesgos y
miedos, como el “ruido de sables”, es decir, la amenaza
permanente de un golpe de Estado militar. “¿No os gusta esta
Constitución?, ¿no os gustan los Pactos de la Moncloa?, ¿no os
gusta UCD?” Entonces recurrían al 23-F, a Tejero, y a lo que
calificaban como “búnker”.
Era mentira; nunca hubo
una cosa (transición) o la otra (franquismo). Era todo parte de lo
mismo. De ahí que el golpe de Estado del 23 de febrero de 1981 haya
sido justamente calificado como un “autogolpe”. En la transición
todo se lo guisaron y se lo comieron entre los mismos: los
franquistas.
Igual que la transición,
el “autogolpe” cumplió su papel: no sólo no desestabilizó sino
que ayudó a consolidar el fraude político, mientras la “oposición
domesticada” enterraba la cabeza bajo tierra de manera definitiva.
Este fin de semana los
fascistas convocaron un acto para honrar la memoria del coronel
Yagüe, el asesino en masa de Badajoz, para lo cual no se aferran a
la imagen de Franco, ni a la Hitler sino a la del rey Felipe VI.
[Movimiento
Político de Resistencia / webgunetik hartua]
No les desmentirá por poner su foto a la fundación Mª Eugenia Yagüe, de casta le viene al galgo.
ResponderEliminarLa imparcialidad de la Corona, jejeje...
Eliminar