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Corporati –
13/11/2018
En los últimos años
vengo observando un cambio en el discurso sobre el empleo. El cambio
está en los medios de comunicación, en diversos blogs, en las redes
sociales y en la calle, y parece traer consigo una nueva forma de
entender el trabajo y las relaciones laborales. Según esta
innovadora tendencia, los trabajadores ya no son precarios: ahora son
flexibles, aventureros, se adaptan a su entorno y son creativos.
Tener un empleador estable resulta obsoleto y aburrido: ahora los
profesionales son freelance. Cada día trabajan en un proyecto
diferente, adaptándose alegremente al cambio. Eso permite tener una
carrera profesional variada, interesante, y poner en práctica todas
sus habilidades, según dicen.
Un trabajo con contrato y
con derechos laborales es cosa del pasado. “Los
jóvenes millenials ya no quieren eso”, repiten en los
medios numerosos analistas económicos. “Este el trabajo del
futuro”, dicen. En el futuro, los trabajadores serán flexibles
y adaptables, trabajarán cada día para un empleador diferente,
realizarán largas jornadas por bajos salarios, pero la empresa
tendrá sillones
para relajarse, mesa de ping-pong, buen talante, y decoración de
vanguardia. A eso se le llamará “salario emocional”.
Los espacios de coworking
han proliferado en las grandes ciudades. La mayoría de sus usuarios
son autónomos, emprendedores que muchas veces no lo son por vocación
sino por necesidad. Sin pretender desmerecer las conexiones
personales que se puedan generar en estos espacios, llama la atención
su aire cool, moderno y juvenil, en contraste con la precaria
situación laboral de muchos de sus ocupantes. Una encuesta
del INE (2017) recoge las principales preocupaciones de los
autónomos en España: dificultades de financiación, falta de
clientes en algunas épocas, falta de ingresos en caso de enfermedad,
períodos de precariedad financiera, impagos de los clientes o
retrasos en los pagos. Ser autónomo no es un camino de rosas.
Incluso en los períodos de falta de ingresos tienen que seguir
abonando la cuota de autónomos, el despacho o local de coworking y
todos sus gastos. Sin embargo, el aura de modernidad y glamour de
estos locales, no siempre permite ver esta realidad. La mayoría de
las webs de los espacios de coworking hacen referencia a
“trabajadores nómadas” (un neologismo cool para definir a
trabajadores en situación precaria, que van de un proyecto a otro),
“oficinas de diseño a precios asequibles” (compartir gastos para
sobrevivir mes a mes), “innovación” o “creatividad” (busca
soluciones debajo de las piedras para buscarte la vida y no tener que
cerrar el negocio), “ambiente moderno y desenfadado” (dando
importancia a lo accesorio sobre lo esencial). Esto no quiere decir
que no tenga ventajas compartir los espacios, por supuesto que las
tiene. Es obvio que al compartir oficina se reducen los gastos,
disminuye el aislamiento y pueden (aunque no siempre) crearse
conexiones interesantes entre personas. Pero eso no nos debe hacer
perder de vista las condiciones de trabajo de muchos de sus usuarios.
Algunos emprendedores han
dado un paso más, creando espacios de co-living. Esto viene a
ser como un piso compartido, habitado por emprendedores que viven y
trabajan en el mismo espacio y comparten gastos. Este
artículo de El Mundo lo define como un “concepto rompedor”,
aunque no es muy diferente de lo que hacíamos muchos jóvenes hace
unos años, compartir piso con otros jóvenes por no poder afrontar
los gastos de una vivienda en solitario ni cubrir los gastos básicos.
Aunque la idea de co-living parece rodeada de un aura juvenil
y cool, encubre situaciones de pobreza, salarios bajos que no
logran cubrir los gastos, dificultades para acceder a la vivienda,
precariedad laboral, falta de derechos laborales, e incapacidad de
independizarse sin compartir vivienda.
Entre las nuevas
tendencias, se encuentra el job-sharing, esto es, el
trabajador comparte su puesto de trabajo con otra persona, y también
el salario. Para la empresa, es obtener dos empleados por el precio
de uno. Para el trabajador, únicamente permite recibir parte de su
salario, lo cual le obliga a “ser flexible” y “ser un nómada”
con varios trabajos a tiempo parcial, trabajando de forma precaria y
parcheada. Algunos llamarán a esto una portfolio career. Para
poder sobrevivir con esos salarios, algunos ya practican el nesting
(del inglés “nest”, nido), que significa quedarse todo el fin de
semana en casa, pues resulta más económico que acudir a actividades
de ocio, y el wardrobing, que consiste en compartir ropa. La
vivienda puede ser compartida en co-living o puede tratarse de
un “pisito chic” de 30 metros, con un aprovechamiento milimétrico
del espacio. Sin embargo, vivir hacinados en espacios extremadamente
pequeños, o compartir piso durante años (y no solo mientras se es
joven), lejos de ser glamuroso, genera estrés.
Algunas empresas han
popularizado el concepto de “salario emocional”. Consiste en la
idea de que la nómina no lo es todo en un trabajo, y que hay algunos
aspectos más allá del económico que pueden hacer que el empleado
trabaje feliz y retener talento. Algunas conocidas
empresas tecnológicas han instalado hamacas, sofás, mesas de
billar y futbolín, golosinas y comida gourmet, gimnasio, mobiliario
a la última y cultivan un ambiente alegre y desenfadado. Lo cual
estaría bien si no fuera porque a cambio, trabajan de sol a sol y
sin horario, no salen de la oficina hasta altas horas de la noche,
incluso en fines de semana, y no tienen apenas tiempo libre. Además,
en estas empresas quejarse es impopular, al disfrutar de tantos
servicios y privilegios. Es cierto que hay factores que pueden hacer
que las personas trabajen más a gusto… pero esto no debe ser
moneda de cambio para eliminar los derechos laborales, un horario
racional y un salario digno. El “salario emocional” no puede
utilizarse como estrategia para tener esclavos agradecidos.
La “economía
colaborativa” surgió en 2010, basada en una serie de ideas y
principios: servicios económicos para el usuario, colaboración
mutua, empoderamiento de los ciudadanos, compartir bienes o
propiedades infrautilizadas, desaparición de intermediarios… En
los últimos años, han surgido numerosas plataformas como Glovo,
Deliveroo o Uber, en las que la supuesta libertad en el trabajo y
flexibilidad de horarios ocultan otra cara menos amable: la
precariedad extrema y la pobreza de sus trabajadores. Con el tiempo,
esta “economía colaborativa” ha ido recibiendo nombres menos
inspiradores, como capitalismo de plataformas (Srnicek, 2018) o Gig
economy. El pasado verano nos encontramos con esta noticia en El
Confidencial, sobre un joven repartidor de Glovo que dormía todas
las noches al raso. Su exiguo sueldo no le permitía dormir bajo
techo. Los repartidores apenas cobran tres euros por pedido
entregado, tienen que pagar ellos mismos 2 euros quincenales para
utilizar la app y poder hacer su trabajo, no cuentan con seguro de
accidentes, no disponen de derechos laborales básicos, como bajas
laborales o vacaciones pagadas, y deben pagar su propia seguridad
social. Varias
sentencias judiciales han condenado a empresas como Glovo y
Deliveroo por considerar que estos trabajadores no cumplen los
requisitos para ser considerados autónomos, y que encubren de forma
fraudulenta puestos de trabajo por cuenta ajena. Sin embargo, también
se han emitido sentencias judiciales a favor de estas empresas, ya
que la legislación actual no fue pensada para este tipo de empleos y
existe un vacío legal. Actualmente el Parlamento Europeo está
estudiando la posible regulación de estas plataformas para evitar la
explotación laboral y los abusos.
Por su parte, un grupo de
trabajadores de estas empresas han constituido la Plataforma
RidersxDerechos, a través de la cual denuncian su situación, la
pobreza, la precariedad, y su condición de falsos autónomos.
Además, estos trabajadores han creado la cooperativa
Mensakas, para continuar trabajando como repartidores de comida,
pero esta vez en condiciones dignas y promoviendo el trabajo ético.
No pretendo decir que la
innovación o el diseño de nuevas fórmulas para el empleo sea
necesariamente algo negativo. Innovar está bien, crear nuevas
fórmulas está bien, crear espacios de trabajo acogedores o modernos
está muy bien. Pero es preciso actuar con prudencia para no perder
derechos sociales y laborales. El “salario emocional” puede ser
un valor añadido, pero no debe sustituir a los derechos laborales.
Compartir piso puede ser una solución temporal, pero no puede
sustituir a una política de vivienda que proteja los derechos de las
personas. Emprender puede ser una buena solución para aquellas
personas que tienen vocación de emprendedores y capacidad para ello,
pero no como solución para todo el mundo, y desde luego, no como
sustituto de las políticas públicas de fomento del empleo.
El lenguaje tiene el
poder de dar forma a nuestra percepción de la realidad. Co-living,
coworking, portfolio career, economía colaborativa… todos esos
neologismos de resonancias innovadoras y transformadoras esconden
algo más. Las sociedades evolucionan e innovar es necesario, pero
siempre con unas políticas públicas que protejan los derechos de
las personas. Porque de lo contrario, nos podemos encontrar con que
evolucionemos en materia tecnológica y en la creación y diseño de
nuevas fórmulas, pero a costa de regresar al medievo en derechos
sociales y laborales.
Yo, con el Che, creía que el estímulo moral era otra cosa
ResponderEliminarEmprendedor o emperdedor el esclavo por cuenta propia. Tú te lo pagas todo y te llevas la nada y su precariedad como conjunto. El capitalismo tiene mercancía humana para usarla y tirarla a conveniencia. Y toda una maquinaria ideológica, educativa y propagandística para confeccionar siervos obedientes en un mundo contrario a nuestros intereses.
ResponderEliminarSalud!