POLITIKA - 16/12/ 2019
El movimiento popular que
recorre Chile desde el estallido social del 18 de octubre se desplaza
como una entidad con vida propia. En este proceso ha podido
recogerse, ampliarse, ocultarse y abrirse hacia nuevas expresiones.
Desde hace ya casi dos meses, el movimiento no ha dado tregua. Sin
partidos ni líderes, sin conducción visible, avanza y crece. El
viernes pasado nuevamente la Plaza de la Dignidad recibió a medio
millón de personas, una deriva esta vez reforzada por los cantos y
la música. Las expresiones artísticas, como también las millares
de convocatorias desde colectivos y movimientos populares, moldean
desde abajo otro país. La fuerza que emerge desde las bases, que ha
reconocido a un país como nunca en treinta años, tiene aterrorizada
y cada día más arrinconada a las élites.
Desde hace dos meses
Chile ha liberado sus dolores y frustraciones. Nos hemos puesto de
cabeza en un movimiento que nos ha revelado y transparentado como
personas. Porque aquellas frustraciones y dolores no son
individuales, sino comunes. No son el error, el fracaso individual,
sino el sometimiento, la esclavitud colectiva. En dos meses hemos
aprendido más política, de la verdadera política y no de los
consensos parlamentarios, que en los últimos treinta años. Un país
que hace pocos meses solo hablaba de consumo y deudas hoy discute
sobre asamblea constituyente y sobre cómo levantar una sociedad más
justa e igualitaria.
El movimiento 18-O no da
tregua porque la contraparte, que no solo es el gobierno, sino el
mercado y el Estado, no tiene respuesta. La gran defensa del modelo
neoliberal y de sus representantes políticos, ha caído derrotada
porque no tiene propuestas. La economía de mercado, imbricada con
todas las instituciones, las normas y el Estado mismo bajo la
constitución neoliberal, no podrá satisfacer jamás las demandas de
la población. No lo hará porque su diseño y objetivo no es ese
sino el lucro y la máxima rentabilidad de sus inversiones. Lo que
vale para las pensiones de miseria vale también también para los
recursos naturales, el ambiente, las ciudades y los territorios. Del
mismo modo como el modelo de mercado globalizado se ufanó de haber
llegado a todos los rincones del planeta y convertir en consumidores
y deudores a todos sus habitantes, hoy, tras los efectos de esta
delirante y perversa codicia, recibe el repudio desde todos aquellos
espacios presentes. Sin respuestas reales, la ira de la población
levantará tremendas y crecientes tempestades.
El pueblo movilizado
apunta y denuncia a un régimen, que representa en estos momentos
Sebastián Piñera. El millonario y apostador en grandes mercados, ha
hecho lo único que sabe hacer: especular, que es también mentir,
manipular los tiempos, las comunicaciones y las emociones. Y en este
proceso, que tiene como fin primordial y último el rescate del orden
de mercado tal como ha existido durante las últimas cuatro décadas,
ha errado y magnificado la crisis. Piñera, ese hábil especulador de
mesas de dinero, ha mostrado en un tiempo récord su escaso espesor
moral. Desde el estallido de octubre Chile bajo su gobierno ha
resucitado los fantasmas más crueles de la pasada dictadura. Cuántas
veces gritamos “Nunca Más” y cuántas veces hoy se han violado
de forma reiterada, diaria, los derechos humanos de la población. El
resguardo de un orden económico y político no merece las decenas de
muertes y miles de mutilados, heridos, golpeados, violados, y
detenido. No merece que el pueblo sea víctima de su guerra y sus
masivas persecuciones. Piñera, efectivamente, le ha declarado la
guerra a su pueblo.
Como fiel representante
de este régimen, Piñera no accederá a ninguna demanda. Bajo su
gobierno no se acabarán las AFP, no se pondrá fin al lucro en la
educación ni la salud, ni a los créditos usureros ni a un país y
una sociedad que vive bajo las órdenes de los grandes capitales y
del lucro generalizado. En este momento él y su gobierno son un
dique que frena las demandas ciudadanas. Una contención que no
considera el aumento diario de la presión.
La semana pasada ocurrió
uno de los eventos más graves, aun cuando predecibles, del proceso
iniciado en octubre. El rechazo a la acusación constitucional contra
el presidente Piñera por parte de toda la coalición oficialista de
Chile Vamos y con la necesaria ayuda de ocho diputados opositores,
hoy apuntados por el pueblo en redes como “traidores”, ha sido el
candado a este muro de contención. Una clausura que evita dar curso
a las demandas de la población movilizada y de paso pulveriza a gran
parte de la clase política que cierra filas con el gobierno. El
rechazo a la acusación contra Piñera se suma a dos eventos
anteriores de similares características, cuales fueron el acuerdo
constituyente de noviembre y la votación por la agenda represiva
presentada por Piñera. Es una regresión a las nefastas políticas
de los consensos, pacto entre las elites y los grandes poderes en las
sombras.
Con el rechazo a la
acusación constitucional contra el presidente, la clase política en
el Congreso justifica las violaciones a los derechos humanos y cierra
la posibilidad de dar cauce a cambios políticos y económicos de
mayor profundidad. Una opción que busca retardar una crisis política
que tarde o temprano será inevitable.
Cuando el pueblo se rebela en masa, és invencible, no es un Tsunami democràtic, es una revolución en toda regla. Una revolución difícil de detener y controlar.
ResponderEliminarDesde luego, todo parece indicar que las masivas movilizaciones en Chile son imparables. Y es importante porque, además, Chile se quiso presentar como "el modelo" del neoliberalismo. Se derrumbó el escaparate dejando al descubierto la falacias del sistema.
EliminarEs necesario atacar a la propiedad privada. Por atacar entiendase quemar.
ResponderEliminarSalud!
Bencina con ella!
EliminarSalud!