15 marzo, 2023

Apocalipsis autoinfligido del capitalismo ————— Michael Parenti

 



Título original: Capitalism's Self-Inflicted Apocalypse, publicado en enero de 2009 por Common Dreams.org

   Traducción del inglés: Arrezafe


Tras el derrocamiento de los gobiernos comunistas en Europa Oriental, el capitalismo fue considerado como el sistema indómito que brindaría prosperidad y democracia al mundo, el sistema que prevalecería hasta el fin de la historia.


La actual crisis económica, sin embargo, ha convencido incluso a algunos destacados defensores del libre mercado de que algo anda muy mal. La verdad sea dicha: el capitalismo todavía tiene que enfrentarse a diversas fuerzas históricas que le causan interminables problemas: la democracia, la prosperidad y el propio capitalismo, las mismas entidades que los gobernantes capitalistas afirman estar fomentando.


Plutocracia contra democracia


Consideremos en primer lugar la democracia. En EEUU se nos dice que el capitalismo está ligado a la democracia, de ahí la frase: «democracias capitalistas». Es un hecho que a lo largo de nuestra historia ha habido una relación fuertemente antagónica entre democracia y concentración de capital. Hace unos ochenta años el juez de la Corte Suprema, Louis Brandeis, dijo: «Podemos tener democracia en este país, o podemos tener abundante riqueza concentrada en las manos de unos pocos, pero no podemos tener ambas cosas». Los intereses de los acaudalados han sido enemigos, no defensores, de la democracia.


La propia Constitución fue hecha por unos adinerados señores que se reunieron en Filadelfia en 1787 para advertir repetidamente contra los efectos niveladores perniciosos y peligrosos de la democracia. El documento que amañaron estaba lejos de ser democrático, aherrojado por férreos controles, vetos y el requerimiento de grandes mayorías artificiales, un sistema diseñado para contener el impacto de las demandas populares.


En los primeros días de la República, los ricos de clase alta impusieron cualificaciones ligadas a la propiedad para poder votar y ocupar cargos públicos. Se opusieron a la elección directa de candidatos (nota: su Colegio Electoral sigue vigente hoy en día). Y durante décadas se opusieron a extender el derecho a voto a grupos menos favorecidos, como a los trabajadores sin propiedades, inmigrantes, minorías raciales y mujeres.


En la actualidad, las fuerzas conservadoras siguen rechazando sistemas electorales más equitativos, como la representación proporcional, segundas vueltas inmediatas, y campañas con financiamiento público. Siguen creando barreras al voto, ya sea mediante requerimientos exageradamente severos para registrarse, purgas de los registros electorales, instalaciones inadecuadas para votar, y máquinas electrónicas de votación que «fallan» regularmente en beneficio de los candidatos más conservadores.


A veces los intereses dominantes han suprimido publicaciones radicales y manifestaciones públicas, recurriendo a redadas policiales, arrestos, y encarcelamientos –recientemente aplicados contundentemente contra manifestantes en St. Paul, Minnesota, durante la Convención Nacional Republicana de 2008.


La plutocracia conservadora también quiere hacer retroceder las conquistas sociales democráticas, como la educación pública, la vivienda asequible, la sanidad pública, la negociación colectiva, el salario mínimo, las condiciones seguras de trabajo, un medio ambiente sano y sostenible, el derecho a la privacidad, la separación de la iglesia y el Estado, el derecho al aborto y el derecho al matrimonio entre adultos que consientan y elijan mutuamente.


Hace casi un siglo, el dirigente sindical estadounidense Eugene Victor Debs fue encarcelado durante una huelga. Preso en su celda, llegó a la inevitable conclusión de que en disputas entre dos intereses privados, el capital y la mano de obra, el Estado no es un árbitro neutral. La fuerza del Estado, con su policía, milicia, tribunales y leyes, está inequívocamente de parte de los gerifaltes de las empresas. De ahí, Debs llegó a la conclusión de que el capitalismo no es sólo un sistema económico, sino todo un orden social que manipula las reglas de la democracia a favor de los ricachones.


Los gobernantes capitalistas siguen presentándose como padres de la democracia a pesar de que la subvierten, no sólo en EEUU, sino en toda Latinoamérica, África, Asia y Oriente Próximo. Cualquier nación contraria a «las inversiones extranjeras», que intenta utilizar su tierra, su mano de obra, capital, recursos naturales y mercados para su propio desarrollo, al margen del dominio hegemónico corporativo transnacional, corre el riesgo de ser satanizada y atacada por suponer una «amenaza para la seguridad nacional de EEUU».


La democracia se convierte en un problema para los EEUU corporativos, no cuando deja de funcionar, sino cuando funciona demasiado bien ayudando a las masas a progresar hacia un orden social más equitativo y soportable, disminuyendo la brecha, por poco que sea, entre los súper-ricos y el resto de la población. De modo que, hay que diluir y subvertir la democracia, sofocarla con desinformación, bombo mediático y montañas de costos electorales, mediante contiendas electorales amañadas y electores parcialmente privados de sus derechos, dando lugar a falsas victorias en favor de candidatos de los, más o menos políticamente seguros, grandes partidos.


Capitalismo contra prosperidad


El capitalismo no fomenta la prosperidad más de lo que procura la democracia. La mayor parte del mundo es capitalista, y la mayor parte del mundo no es ni próspera ni particularmente democrática. Basta con pensar en Nigeria capitalista, Indonesia capitalista, Tailandia capitalista, Haití capitalista, Colombia capitalista, Pakistán capitalista, Sudáfrica capitalista, Letonia capitalista, y varios otros miembros del “Mundo Libre” – del Mundo del Libre Mercado, para ser más exactos.


Una población próspera, políticamente educada, con grandes expectativas respecto a su nivel de vida y un sentido agudo de sus derechos, que presiona por un mejoramiento continuo de las condiciones sociales, no es la noción plutocrática de una fuerza laboral ideal y de una forma de gobierno convenientemente maleable. Los inversionistas corporativos prefieren poblaciones pobres. Cuanto más pobre seas, más trabajarás por menos. Cuanto más pobre seas, menos preparado estarás para defenderte contra los abusos de los ricos.


En el mundo corporativo de «libre comercio», el número de multimillonarios aumenta más rápidamente que nunca, mientras la tasa de gente que vive en la pobreza crece más rápida que la población. La pobreza se propaga mientras la riqueza se acumula.


Consideremos EEUU. Sólo en los últimos ocho años, mientras las grandes fortunas aumentaron a niveles récord, otros seis millones más de estadounidenses cayeron por debajo del nivel de la pobreza; el ingreso familiar medio disminuyó en más de 2.000 dólares; la deuda del consumidor se más que duplicó; más de siete millones de estadounidenses perdieron su seguro sanitario, y más de cuatro millones perdieron sus pensiones, mientras la cantidad de personas sin hogar aumentó y los desahucios alcanzaron niveles pandémicos.


Sólo en aquellos países en los que el capitalismo ha sido, hasta cierto punto, frenado por la socialdemocracia, la población ha podido asegurarse una cierta prosperidad; vienen a la mente naciones del norte europeo como Suecia, Noruega, Finlandia y Dinamarca. Pero incluso en esas socialdemocracias las mejoras populares corren siempre riesgo de ser revertidas.


Es irónico decir que el capitalismo posee el genio de la prosperidad económica cuando ha sido la clase capitalista la que se ha resistido vehementemente, y a menudo violentamente, a la mayor parte de los intentos de mejoras materiales. La historia de las luchas sindicales proporciona una ilustración sin fin de dichos intentos.


El que la vida aún sea soportable en EEUU bajo el actual orden económico, se debe a que millones de personas han librado duras luchas de clase para mejorar sus niveles de vida y sus derechos como ciudadanos, humanizando en cierta medida un orden político-económico despiadado.


Una bestia que se devora a sí misma


El Estado capitalista tiene dos funciones que los pensadores han reconocido hace tiempo. Primero, como cualquier otro Estado debe proveer servicios que no pueden ser ofrecidos de modo fiable por medios privados, como un tráfico seguro y ordenado. Segundo, el Estado capitalista protege a los ricos contra los que nada tienen, asegurando el proceso de acumulación de capital en beneficio de los acaudalados y sus intereses, mientras margina contundentemente las demandas de la masa trabajadora, como Debs, en prisión, observó desde su celda.


Existe una tercera función del Estado capitalista, pocas veces mencionada, que consiste en impedir que el sistema capitalista se devore a sí mismo. Consideremos la contradicción central señalada por Karl Marx: la tendencia a la sobre-producción y a la crisis del mercado. Una economía dedicada a acelerar el ritmo de trabajo y los recortes salariales, a hacer que los trabajadores produzcan cada vez más por cada vez por menos, siempre se arriesga a la quiebra. Para maximizar los beneficios, los salarios han de mantenerse bajos, pero alguien ha de adquirir los bienes y servicios producidos, para lo cual hay que mantener altos los salarios. Hay una tendencia crónica –como estamos viendo hoy en día– hacia la sobre-producción de bienes y servicios del sector privado y un infra-consumo de necesidades por parte de la población trabajadora.


Además, existe una autodestrucción, frecuentemente obviada, protagonizada por los propios acaudalados. Si se deja que funcione sin supervisión alguna, el componente más poderoso del sistema financiero comienza a devorar fuentes de riqueza menos organizadas.


En lugar de tratar de ganar dinero a través de la ardua tarea de producir y vender bienes y servicios, los depredadores sangran directamente los flujos de dinero de la propia economía. Durante los años noventa presenciamos el colapso de toda una economía en Argentina, cuando descontrolados libre-mercaderes despojaron a las empresas, se embolsaron sumas inmensas y dejaron la capacidad productiva del país sumida en el caos. El Estado argentino, engullido por una pesada dieta de ideología de libre mercado, vaciló en su función de salvar al capitalismo de los capitalistas.


Años después, en EEUU, perpetrado por conspiradores corporativos, vino el saqueo multimillonario de Enron, WorldCom, Harkin, Adelphia y una docena más de otras importantes compañías. Delincuentes con información privilegiada, como Ken Lay, convirtieron exitosas empresas corporativas en ruinas totales, destruyendo los puestos de trabajo y los ahorros de toda la vida de miles de empleados, embolsándose miles de millones de dólares.


Esos ladrones fueron detenidos y condenados. ¿No demuestra eso la capacidad de autocorrección del capitalismo? En realidad no. El enjuiciamiento de semejantes fechorías –que en todo caso llegó demasiado tarde– fue producto de la democrática demanda de transparencia, no del capitalismo. El mercado libre es de por sí un sistema amoral, sin constricciones, más allá de la advertencia “caveat emptor” [término legalista definido como ‘advertencia que exime de responsabilidad al vendedor ante la insatisfacción del cliente'].


En la catástrofe de 2008-2009, el creciente excedente financiero supuso un problema para la clase acaudalada: no había suficientes oportunidades para la inversión. Sin saber qué hacer con tanto dinero acumulado, los grandes inversionistas vertieron inmensas sumas en inexistentes mercados de la vivienda y en otras operaciones problemáticas, un juego de trileros de hedge funds, derivados, elevado apalancamiento, credit default swaps [derivados financieros asociados al riesgo de crédito de los bonos emitidos por una empresa o un gobierno], préstamos depredadores... y lo que fuese.


Entre las víctimas del desastre hubo otros capitalistas, pequeños inversores y numerosos trabajadores que perdieron miles de millones de dólares en ahorros y pensiones. Tal vez Bernard Madoff haya sido el bandido estrella. Descrito como «líder de larga trayectoria en la industria de los servicios financieros», Madoff dirigió un fondo fraudulento que se embolsó 50.000 millones de dólares de adinerados inversionistas, a los cuales pagó «con dinero que no existía», como el mismo confesó. La plutocracia devora a sus propios hijos.


En medio de la catástrofe, compareciendo ante el Congreso en octubre de 2008, el ex presidente de la Reserva Federal y ortodoxo devoto del libre mercado, Alan Greenspan, confesó que se había equivocado al esperar que los acaudalados interesados –gimoteando bajo el inmenso peso del capital que habían acumulado y que había que invertir en alguna parte– ejercieran súbitamente su autocontrol.


La teoría clásica del laissez-faire [dejar hacer] es aún más disparatada que la descrita por Greenspan. De hecho, la teoría pretende que cada cual debe guiarse, sin limitación alguna, por sus propios y egoístas intereses. Esa competencia irrestricta será la que, supuestamente, producirá máximos beneficios para todos, porque el libre mercado es gobernado por una «mano invisible», milagrosamente benefactora, que optimiza la producción colectiva. («La codicia es buena.»)


¿La crisis de 2008-2009, es causada por una tendencia crónica a la sobre-producción y la híper-acumulación financiera, como diría Marx? ¿O es el resultado de la avaricia personal de indivíduos como Bernard Madoff? En otras palabras: ¿el problema es sistémico o individual? En los hechos, ambas cosas no se excluyen mutuamente. El capitalismo engendra los corruptos y recompensa a los más inmorales de ellos. Los crímenes y las crisis no son desviaciones irracionales de un sistema racional, sino todo lo contrario: son los resultados racionales de un sistema básicamente irracional y amoral.


Peor aún, el resultado de los multimillonarios rescates de los gobiernos, son convertidos ellos mismos en una oportunidad para el pillaje. No sólo el Estado no regula, sino que se convierte él mismo en una fuente de saqueo, extrayendo vastas sumas de la máquina federal del dinero y dejando que sean los contribuyentes los que se desangren.


Son los nos fustigan por «acudir al gobierno para que reparta dádivas» quienes corren a él para conseguirlas. Los EE.UU corporativos ha gozado siempre de subvenciones mediante ayudas, garantías de préstamos y otras subvenciones estatales y federales. Pero la «operación rescate» de 2008 y 2009 otorgó un pienso récord extraído del abrevadero público. Más de 350.000 millones de dólares fueron repartidos a diestro y siniestro sin supervisión por un Secretario del Tesoro derechista al termino de su mandato a los mayores bancos y firmas financieras –por no hablar de los más de 4 billones de dólares provenientes de la Reserva Federal. La mayoría de los bancos, incluidos JPMorgan Chase y Bank of New York Mellon, declararon que no tenían la menor intención de informar a nadie sobre el destino del dinero.


Los grandes banqueros utilizaron parte del rescate, como sabemos, para comprar bancos más pequeños y fortalecer bancos en el extranjero. Directores ejecutivos y otros altos ejecutivos bancarios están gastando fondos del rescate en fabulosas bonificaciones y lujosos retiros corporativos. Mientras tanto, grandes beneficiarios del rescate como Citigroup y Bank of America despidieron a decenas de miles de empleados, dando lugar a preguntarnos, en primer lugar: ¿por qué recibieron todo ese dinero?


Mientras cientos de miles de millones de dólares eran repartidos entre los mismos que había causado la catástrofe, el mercado inmobiliario seguía debilitado, el crédito continuó paralizado, el desempleo empeoró y el gasto de los consumidores bajó a niveles abismales.


Resumiendo, el capitalismo corporativo de libre mercado es, por su propia naturaleza, un desastre siempre a la espera de suceder. Su esencia es la transformación de la naturaleza viva en montañas de mercancías y las mercancías en cordilleras de capital muerto. Cuando se le deja hacer lo que quiera, el capitalismo endosa sus disfuncionales economías y su toxicidad a la población general y al entorno natural, y termina devorándose a sí mismo.


La inmensa desigualdad económica existente en nuestra sociedad capitalista se traduce en una formidable desigualdad en el ámbito del poder político, lo que hace que sea tanto más difícil imponer regulaciones democráticas.


Si los paladines de los EEUU Corporativos quieren saber lo que amenaza realmente «nuestro modo de vida»,sepan que es su propio modo de vida, su ilimitada manera de robar a su propio sistema, destruyendo el fundamento mismo sobre el que se sostienen, la propia comunidad a la que expolian y de la cual tan fastuosamente se alimentan.



2 comentarios :

  1. Recomendaba Brecht “ir en busca de las causas de todo lo que ha sucedido”. En este excelente texto Parenti habla de asuntos importantes, ya sean de origen y carácter histórico o, en su momento que no se diferencia mucho del presente, de rabiosa actualidad. Sucesos de los que casi todo el mundo ha visto/oído hablar pero sólo unos pocos han conocido con un mínimo de detalle, aunque se trate sin más alternativa de detalles accesorios, superficiales y habitualmente centrados en los ‘efectos’ producidos. No por casualidad nunca aparecen las causas que lo producen.

    Se interroga retóricamente Parenti: “¿La crisis de 2008-2009, es causada por una tendencia crónica a la sobre-producción y la híper-acumulación financiera, como diría Marx? ¿O es el resultado de la avaricia personal de indivíduos como Bernard Madoff? En otras palabras: ¿el problema es sistémico o individual?”

    Y aporta, desde su pensamiento crítico, su respuesta: “En los hechos, ambas cosas no se excluyen mutuamente. El capitalismo engendra los corruptos y recompensa a los más inmorales de ellos. Los crímenes y las crisis no son desviaciones irracionales de un sistema racional, sino todo lo contrario: son los resultados racionales de un sistema básicamente irracional y amoral.”



    Salud y comunismo

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    1. Ciertamente el texto de Parenti es de una "rabiosa actualidad", no sólo por los recientes (y sistémicos) acontecimientos bancarios acaecidos en la cueva del gran ladrón, sino porque las premisas (marxistas) en las que dicho texto se sostiene seguirán vigentes mientras el capitalismo exista.

      Salud y comunismo

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