Capítulo IV del libro La
Sociedad Implosiva, de Corsino Vela. (En pdf aquí).
El capital es una realidad tangible,
una relación social cuya articulación descansa sobre una radical
superchería práctica: el aparente intercambio equitativo (de
equivalentes) entre capital y trabajo. Un equívoco que está en el
origen de la deriva específicamente ideológica de la economía
política y de la fetichización de la realidad social y de las
relaciones humanas.
Fetichismo no significa mera
irrealidad, pura ficción. Al contrario, el fetichismo que envuelve
las manifestaciones de la vida social en el mundo capitalista, donde
tendencialmente todo se convierte en mercancía, comporta una
dimensión real (realidad fetichizada) y práctica que atraviesa las
conciencias individuales, así como las relaciones sociales. Es en
virtud de ese carácter fetichista, de esa realidad desviada,
mistificada, tergiversada que las operaciones financieras
especulativas crean capital, y aparentemente superan la ley del
valor: el capital (su forma dineraria, nominal, contable) se
reproduce por sí mismo. Sin embargo, esa creación de capital remite
en última instancia a la ley del valor proyectada en la materialidad
práctica de la explotación de las capacidades humanas, de las
materias primas y de la biosfera, en general. El mundo virtual en que
parece sumirnos la dominación real y total del capital descansa en
la materialidad concreta de la existencia humana, de manera que la
realidad virtual hay que considerarla como expresión de la realidad
fetichizada en la hora actual del desarrollo del capital.
Lo que caracteriza el modo de
reproducción capitalista de la sociedad es, precisamente, que la
realidad aparente no se corresponde con la realidad subyacente. Que
las cosas no son lo que parecen o, más bien, son algo más de lo que
aparentan. El fetichismo de la mercancía empaña la conciencia de
manera que la comprensión de la realidad material del mundo y de las
relaciones humanas no es algo evidente, exige un esfuerzo (crítica)
que se realiza –se hace real– en el antagonismo (la lucha de
clase), en la práctica de la confrontación con el capital, a saber,
en la confrontación con el principio (ley) de valorización que
predetermina nuestras condiciones materiales de existencia.
Que el sistema de producción
capitalista no produce cosas, objetos (alimentos, zapatos, camisas,
smartphones, etc.) sino mercancías no es una evidencia; exige un
esfuerzo de comprensión, de reflexión y análisis a partir de la
experiencia práctica de nuestra propia existencia como sujetos
proletarizados que disipe precisamente el halo fetichista que
envuelve a las cosas convertidas en mercancías. Esa es la base de la
teoría crítica.
La evolución de la relación social
que es el capital es inseparable del carácter fetichista del valor,
conlleva un proceso de mistificación de la misma, de falseamiento de
su realidad (de sometimiento, explotación, etc.) como espejismos de
las diferentes formas de representación del capital. La realidad
social del presente se corresponde con la autonomización total del
capital figurado en su expresión de capital financiero, cuyo último
estadio se realiza en la virtualidad del valor que acompaña a las
operaciones financieras de alta frecuencia.
La especulación financiera es la
forma apoteósica de la fetichización del capital en su forma
monetaria. En la operación financiera el dinero se reproduce
espontáneamente, mágicamente, y de forma ampliada. Es el dinero que
hace dinero sin otra mediación aparente que la de una denominación
de camuflaje como fondos de inversión, valores bursátiles, bonos
del estado, participaciones accionariales, etc., o sea, diferentes
maneras de “hacer trabajar el dinero”, como dicen los tahúres de
la Bolsa.
El capital financiero (fondos de
inversión, sistemas de crédito, bolsa, etc.) representa la forma
óptima –optimizada– del ciclo del capital: dinero que se
reproduce por sí mismo, sin el riesgo y la demora que representa la
inversión productiva que, convertido el capital en mercancías y
servicios, ha de realizarse en el mercado y difiere, por tanto, el
retorno de la inversión y las posibilidades de obtención del
beneficio.
La dimensión financiera de la
realidad capitalista aparente, concretada en el fenómeno de la
burbuja financiera, es una consecuencia lógica e inevitable dentro
del propio proceso de valorización del capital. Lógica porque está
inscrita en la naturaleza misma del capital (maximización de
beneficio) e inevitable porque es el resultado histórico de la
evolución del modo de producción capitalista en nuestros días. La
generalización de la especulación financiera es la forma de
realización espectacular y fetichizada del valor en la actual fase
de dominación real y total del capital.
El principio de optimización y la
expectativa de beneficio inmediato es común a cualquier actividad
capitalista, independientemente de la forma que adopte como negocio.
Las estrategias inversoras están determinadas por las expectativas
de retorno de la inversión y la obtención de un beneficio en el
menor tiempo posible. Ese es el principio operativo que rige en todas
las formas de capital, ya sea productivo, como especulativo: son
especulaciones o expectativas de obtención de beneficio futuro cuyo
margen de error pretenden corregir vanamente los nuevos recursos
tecnológicos (desde los sistemas informáticos de supervisión y
control de producción flexible, de gestión de stocks, hasta los de
previsión de la demanda, gestión de clientes, etc.).
La distinción entre capital
productivo y capital especulativo, financiero, en los términos que
lo hace la economía política es un artificio que, a partir de una
distinción puramente formal de dos variantes complementarias del
capital, pretende camuflar la contradicción existente entre capital
productivo e improductivo en términos de valor. La diferenciación
entre economía productiva y economía especulativa es una figura
retórica que significa el reconocimiento, en su modo desviado,
ideológico y mistificador por parte de la economía política de la
contradicción del capital; como si se tratara de una disfunción
coyuntural entre capital productivo y capital improductivo
(financiero) y no como una contradicción estructural.
La apoteosis especulativa y su
posterior desmoronamiento explicita las limitaciones de la economía
capitalista y, más concretamente, la desviación desestabilizadora
entre valor de uso (Vu) y valor de cambio (Vc) como categorías
fetichistas, pero también como principios subyacentes en la
reproducción social bajo el capitalismo. Esa desviación entre Vu y
Vc induce la falsa dicotomía entre capital productivo y capital
especulativo.
La desviación entre la llamada
economía real (productiva) y la economía especulativa es una falsa
disyuntiva en los términos que plantea la economía política,
puesto que se trata de dos formas operativas del capital que denotan
una contradicción estructural que se realiza como contradicción
social.
Una contradicción que en el plano
social concreto se cifra entre producción de mercancías para la
satisfacción de las necesidades del capital (acumulación; donde
prevalece el Vc) y las necesidades sociales. Es la contradicción
insalvable entre la dimensión capitalista del valor de uso, como
forma mediata del valor de cambio realizado en la mercancía, y la
mera utilidad de las cosas que transciende la noción misma de valor
de uso.
Una distinción capciosa: capital
productivo versus capital especulativo
El desarrollo histórico de la ley del
valor, que está en la base de la transformación de la dominación
formal a la dominación real y total del capital, al tiempo que
convierte en hegemónica la figuración del capital como capital
financiero, penetra las conciencias con falsas dicotomías entre las
cuales destaca la falsa disyuntiva entre capital productivo y capital
financiero. Una trampa dialéctica y de la conciencia porque solo se
trata de dos figuraciones del capital que expresan su naturaleza
contradictoria y no un mero desajuste funcional.
La distinción entre capital
productivo y capital financiero (especulativo) que establece la
vulgarización de la economía política es puramente formal e
ideológica, tendente a escamotear la naturaleza contradictoria que
denotan ambas expresiones del capital. Por el contrario, la
diferenciación que establece la crítica de la economía política
entre capital productivo (de valor) y capital improductivo explicita
el carácter contradictorio del capital en la propia estructura
material de la reproducción social, en la medida que señala el
desequilibrio tendencial entre las actividades que generan valor y
las que dependen del proceso de valorización.
La contraposición de las formas de
capital financiero y productivo es una reminiscencia ideológica del
capitalismo ascendente (nacional) vinculada a la revolución
industrial y a la ideología del trabajo cuya instrumentalización
por la clase dominante busca legitimar en la demagogia de la supuesta
dignificación del trabajo y del esfuerzo común (la empresa, la
economía nacional, etc.) la sobreexplotación de la fuerza de
trabajo en aras de aumentar la acumulación de capital. El fascismo y
el nazismo fueron una buena muestra de esa superficial
conceptualización de las dos formas del capital que hace la economía
política. Privilegiar el capital aparentemente productivo (fabril y
armamentístico), creador de la riqueza nacional, y denostar el
capital parasitario, especulativo, fue la maniobra retórica
encaminada a legitimar los delirios criminales del nacionalismo
racista y antisemita.
Establecer una diferencia entre
capital productivo y capital especulativo en los términos que lo
hace la economía política implica la existencia de un capital
“bueno”, productor de mercancías y generador de empleo y
riqueza, etc., y un capital malo consagrado a la especulación
financiera. Ese espíritu late en la izquierda del capital de
nuestros días cuando persigue una nueva alianza con la facción del
capital productivo, nacional, etc., y mantener así la ilusión de
una eventual renovación del pacto social del estado de bienestar.
La artificiosa distinción entre
capital productivo y capital financiero favorece alineamientos
ideológicos entre facciones de la clase trabajadora y la clase
dominante en torno al capital productivo o la recuperación de la
economía nacional.
La autonomía operativa del capital
financiero como manifestación fetichizada de la dominación total
del capital
La expresión financiera es la
consumación de la autonomía del capital como fantasmagoría, la
realización del fetichismo del valor como megamáquina capitalista.
El capital virtual es la economía política convertida en
alucinación.
La autonomía aparente del capital
financiero encuentra su máxima expresión en el automatismo de las
operaciones financieras de alta frecuencia que actualmente significan
en torno al 60% de todas las operaciones financieras a escala
mundial. La creciente importancia en los mercados financieros que
adquieren los “negocios electrónicos de alta frecuencia”, es
decir, los negocios basados en operaciones realizadas por
dispositivos electrónicos que aceleran exponencialmente las
transacciones financieras a escala mundial, alcanzan su paroxismo con
la automatización de la toma de decisiones. Ya no son simplemente
los especuladores, individuos que manipulan información
privilegiada, etc., quienes deciden en primera instancia, sino
algoritmos, máquinas.
Máquinas basadas en una ilimitada
capacidad de cálculo en base a algoritmos de optimización son las
que dirigen la orientación de las inversiones financieras. Con ello
aumenta la inestabilidad y volatilidad de los mercados, al tiempo que
se acelera la descontrolada expansión de las operaciones y
beneficios virtuales (burbujas). La enorme capacidad operativa de los
computadores que soportan los programas de cálculo electrónico
apunta en razón misma de su velocidad al colapso, totalmente fuera
de la dimensión y del control humano. Tal automatismo sobrepuesto al
control humano beneficia a quienes en la jerarquía social controlan
esos sistemas en su dimensión física formal, en cuanto propietarios
operadores de unas máquinas cuya lógica y dinámica de
funcionamiento es “autónoma”. La optimización de beneficios
llevada a cabo mediante la portentosa velocidad del conjunto de
operaciones y transacciones a escala mundial, están más allá de la
razón –de cualquier correctivo racionalizador– pues la
racionalidad del algoritmo se ha autonomizado sobre cualquier otra
expresión racional hasta subsumir el mundo real de las cosas y las
vidas en una esfera delirante donde no cabe sino desazón y
desconcierto. Es así como el fetichismo del valor se realiza en la
materialidad del mundo representada por la dimensión dineraria,
financiera y sus consecuencias concretas sobre la existencia de la
gente.
Las operaciones financieras de alta
frecuencia, en última instancia, determinan la vida de la gente ya
que se encuentran en el trasfondo de las decisiones de la clase
dominante (recortes asistenciales, reformas laborales, etc.). El
hecho de que las operaciones financieras de alta frecuencia estén
sometidas al automatismo del algoritmo que rige los vaivenes del
mercado financiero hace converger a Marx y Mumford. Tales operaciones
se hacen exponentes del mecanicismo secular cuya realización
práctica en el capitalismo se caracteriza por la automatización y
el fetichismo de la mercancía. Así, el punto de inflexión en el
desarrollo de la megamáquina, si se prefieren utilizar los términos
de Mumford, o de la experiencia histórica de los límites de la
acumulación de capital y del desarrollo capitalista, si se adopta la
terminología marxiana, se hace patente en la crisis actual como
tendencia autodestructiva (implosiva) de la sociedad capitalista.
La autonomización aparente del
capital financiero respecto a las determinaciones materiales de la
producción de bienes y servicios viene a representar la forma
mistificada de la supresión tendencial del valor. La forma dineraria
del capital ya no responde a una referencia de valor objetivo
(trabajo objetivado en mercancías) sino que aparentemente se crea a
sí mismo. Es la culminación del fetichismo del valor como forma
dineraria.
La supresión aparente del valor en la
fenomenología del capital financiero (financiarización) viene a
representar una fase superior de la tendencia histórica del capital
en lo que se refiere a la sustitución del trabajo vivo por el
trabajo muerto y remite a un descenso de la tasa general de beneficio
por debajo de un umbral que imposibilita la continuación de la
acumulación de capital, es decir, genera la situación de crisis.
El sistema capitalista, en su
representación como sistema financiero, responde a la imagen de la
megamáquina que, en uno u otro modo, implica a todos y cada uno de
nosotros y que, por tanto, diluye la expresión de la contradicción
social hasta convertirla en impotencia individual. Una megamáquina
que sólo puede entrar realmente en crisis de forma implosiva, pues
comporta un grado de autodeterminación que tendencialmente ha
subsumido las voluntades individuales.
Los mecanismos de control posible del
sistema financiero se escapan a los individuos o grupos sociales
(partidos, comunidades, naciones, etc.) simplemente porque la
autonomización del valor ha alcanzado tal grado de complejidad
(materializado en las operaciones financieras de alta velocidad) que
ya no es abarcable o reconducible por un programa revolucionario o
reformista, sino que tan solo puede declinar en virtud de la
imposibilidad de seguir funcionando una vez alcanzada una determinada
dimensión histórica que marca su punto de inflexión.
En la medida que la financiarización
continúa siendo la alternativa a la crisis y el dispositivo de huida
hacia adelante de unos países en detrimento de otros, se afirma
formalmente como tendencia a la supresión total del trabajo: el
dinero que se reproduce a sí mismo, mediante la mínima intervención
de unos cuantos agentes bancarios. Tal circunstancia es, sin embargo,
la de la quiebra del capital como sistema social. Pues el capital
financiero, a fin de cuentas, subsume una relación social, a saber,
la que define la sociedad capitalista basada en la producción de
valor, sujeta a la ley del valor y al sometimiento del trabajo vivo
(explotación de los seres humanos).
En realidad, el capital financiero
subsume pero no resuelve la ley del valor, ya que la expansión
financiera capitalista va pareja con la supresión tendencial de la
fuente de valor (trabajo vivo), es decir, el aumento del desempleo y
la depauperación social que socava su propia base. Es de este modo,
como la contradicción se hace real e inmediata en las relaciones
cotidianas a través de la creciente disociación de la vida social
respecto de la autonomización aparente del capital financiero. La
desvalorización de la fuerza de trabajo, manifiesta en reducciones
salariales y en el empobrecimiento generalizado de la población
proletarizada (desempleo) como exigencia del aumento de la tasa de
explotación y de extracción de plusvalía se dan de bruces contra
la reducción de la capacidad de consumo de esa misma población
proletarizada, que es la condición previa a la realización del
valor como capital.
En su proyección como representación
social (sistema democrático) la forma financiera del capital es la
forma relevante del capital que formalmente determina la política
económica y, por ello, las condiciones en que se lleva a cabo la
acumulación de capital, pero no modifica el principio que rige en el
desarrollo del mismo. La acumulación de capital no depende de la
voluntad –de los gestores– del capital financiero sino de las
posibilidades reales de explotación de la fuerza de trabajo en unas
condiciones dadas; o sea, de las posibilidades de producción y
expropiación de la riqueza socialmente generada y de su
transferencia y acumulación como capital gestionado por la clase
dominante.
No es la avidez o codicia de los
dirigentes empresariales y de la clase dominante, en general, lo que
explica la realidad de la crisis. Al contrario, la avidez y el
latrocinio imperantes son posibilidades inherentes a la forma de
reproducción social que denominamos capital en las actuales
condiciones históricas. La posibilidad de enriquecimiento personal
depende de la posición social que se ocupe en el proceso general de
valorización, pues esa posición será la que permita apropiarse,
mediante diferentes dispositivos del tinglado socioeconómico, de una
mayor o menor cuota de excedente (plusvalía).
La estratificación social surgida al
calor de la financiarización del capital y las oportunidades de
ascenso social de directivos empresariales y emprendedores de todo
tipo de chiringuito relacionado con los productos financieros,
traducen en el plano sociológico el proceso de acumulación y
distribución de la riqueza en las últimas décadas. El ascenso de
los altos directivos a los consejos de administración de las
empresas y las posibilidades de que disponen los gestores
empresariales, en general, en la orientación de las estrategias de
negocio es lo que ha dado nuevas oportunidades a aventureros y
arribistas de cualquier ralea pertrechados de las técnicas de
contabilidad creativa, o dicho de otro modo, de las técnicas
contables para escamotear la realidad subyacente de las pérdidas
reales (desvalorización de las inversiones) tras la realidad
aparente de los beneficios nominales en la cuenta de resultados.
La realidad aparente del capital
virtual, sin embargo, oculta la realidad subyacente del capital como
relación social que se realiza en la materialidad de la vida
cotidiana de la gente. Es la desviación entre el valor y su
representación dineraria lo que ha llevado a que la virtualidad
propiciada por el juego especulativo de los gángsters de la gestión
financiera tenga implicaciones inmediatas sobre las condiciones
materiales de vida de la población proletarizada. El automatismo del
capital financiero, la producción incesante de su realidad virtual,
es de hecho la proyección práctica del fetichismo de la mercancía,
del proceso de ocultación de la realidad social y de sus
contradicciones tras la realidad virtual aparente.
Una fisura se abre, sin embargo, entre
la forma financiera dominante del capital y las condiciones
materiales de la vida proletarizada, precisamente porque los
movimientos del capital financiero, el juego especulativo, tiene
implicaciones directas sobre la vida concreta de los individuos y las
comunidades. Las operaciones especulativas de los fondos de
inversión, que aparentemente están al margen de la ley del valor,
descansan sobre la modificación concreta de las condiciones de vida
de la población proletarizada, ya se trate del desplazamiento de
población por la privatización y explotación de tierras fértiles
o mediante las llamadas políticas de austeridad en los países
capitalistas desarrollados. La supresión aparente del valor llevada
a cabo en la esfera del capital financiero no comporta la supresión
real del valor, sino su redimensionamiento como contradicción social
concreta.
Una vez más, la contradicción del
modo de reproducción social capitalista salta al primer plano de
forma ejemplar en los movimientos de cada vez mayores masas de
capital (fondos de inversión) orientadas a la adquisición de
tierras y explotación de todo tipo de recursos naturales. En la fase
histórica del paroxismo fetichista del valor y de la realidad
virtual, la materialidad más elemental –la tierra– reaparece
como fuente real de valor. ¿Una reactualización de la fisiocracia
en el universo desmaterializado de la megamáquina electrónica?
Romper ese círculo paradójico del
capital financiero es una cuestión práctica que no hay que
confundir con una operación meramente técnica. Poner normas de
funcionamiento, tasas, etc., a las transacciones financieras para
conferirles un carácter supuestamente democrático, además de ser
técnicamente, operativamente, difícilmente factibles, no abordan la
cuestión de fondo, a saber, el combate contra nuestra dependencia de
tales operaciones y la conversión de nuestros recursos comunes de la
biosfera en mercados de futuro, de acuerdo con la jerga de la
economía política.
La burbuja no es la anomalía en el
desarrollo del capital sino la forma fenoménica
El advenimiento de la denominada
economía virtual, favorecida por las operaciones financieras en el
universo virtual de internet, potenció en un primer momento la
fenomenología especulativa sobre la mercancía electrónica
(servicios telecom), una burbuja que se resolvió con el estrepitoso
derrumbe bursátil de las punto.com que abrió el inicio del s. XXI.
Esto tuvo un doble significado: fue una clara advertencia acerca de
las expectativas creadas una vez más en torno a la promesa
tecnológica –particularmente, en torno a la realidad virtual
(Internet)–, y provocó la aceleración de la acumulación
especulativa (no directamente productiva) de capital.
Los medios electrónicos aceleran
exponencialmente la posibilidad de las transacciones nominales
(virtuales) de los capitales en la escala planetaria: el gran casino
mundial del capital financiero. La hiperaceleración de los
movimientos financieros comporta la hipergeneración de beneficios
virtuales en un tiempo cada vez más comprimido. Es de este modo como
se ha llegado a generar, además de expectativas de beneficio futuro
ilimitado, la existencia de trillones de dólares que superan
exponencialmente el valor material de las mercancías, materias
primas y recursos de cualquier tipo, así como el valor nominal mismo
de la forma dineraria de referencia, pues el valor nominal del
tinglado financiero superaba en cifras astronómicas la liquidez real
de la forma dineraria (Ver Ramón F. Durán. Capitalismo [financiero]
global y guerra permanente).
El fenómeno burbuja no es algo
accidental al modelo de desarrollo capitalista; es consustancial al
mismo. La sobreproducción y el sobredimensionamiento son dos formas
bien representativas. El fenómeno burbuja está vinculado al ritmo
crecientemente acelerado del ciclo de acumulación de capital que se
realiza en el sobredimensionamiento o crecimiento desproporcionado
(sobreproducción, colosalismo, hiper-comunicación).
La desproporción es inherente al
proceso de acumulación de capital. La particularidad de nuestra hora
presente es que la tendencia a la desproporción se ha acelerado de
tal modo que se vuelve incompatible con el curso de la vida y de la
historia humana (miseria material y psíquica y devastación de la
biosfera) y con el propio proceso de acumulación de capital.
Alcanzada cierta dimensión, la tendencia al crecimiento exponencial
colapsa porque, como ejemplifican la proliferación de
infraestructuras y la sobreoferta de mercancías y medios de
transporte marítimo, ya no propician el retorno de la inversión.
Por su misma definición, el
desarrollo del capital, de la acumulación de capital, conlleva el
efecto burbuja. En este punto, cabe señalar dos ejemplos. La burbuja
inmobiliaria que actuó como detonante de la crisis financiera
mundial emigra hacia nuevos territorios (Turquía, China, Brasil) una
vez agotado el ciclo en determinadas áreas geográficas (España,
Portugal). Y lo mismo podría decirse del espectáculo por
antonomasia, el fútbol, donde el crecimiento deficitario de los
clubes y la imposibilidad de rentabilizar sus inversiones en el
propio país, está obligando a la internacionalización de la
mercancía (club y espectáculo deportivo) y a su realización a
escala mundial (campeonatos transnacionales).
La crisis financiera, la quiebra
bancaria motivada por la burbuja inmobiliaria, solo ha sido el
comienzo. En la medida que la recesión se prolonga a escala mundial,
el sostenimiento de las actividades especulativas que alientan el
espejismo de la rentabilidad de algunas facciones del capital
evidencian cada vez más una fragilidad que apunta a profundizar los
desequilibrios financieros. Un claro ejemplo lo aporta el transporte
marítimo. Su particular burbuja, materializada en la tendencia al
gigantismo (de las naves y de las infraestructuras portuarias) arroja
los primeros síntomas de quiebra debido a la insolvencia de las
grandes líneas de navegación, incapaces de hacer frente incluso a
los pagos de intereses de sus naves de última generación porque, a
causa de la reducción de los intercambios comerciales, ya no son
competitivas.
La financiarización de la vida:
las contradicciones del capital se realizan como paradojas en la vida
cotidiana
El carácter fetichista que reviste la
realidad aparente en la sociedad burguesa hace que las
contradicciones reales inherentes al sistema de dominación
capitalista aparezcan como paradojas subsecuentes del quid pro quo de
que hablaba el erudito de Tréveris.
La progresiva extensión del capital a
todos los ámbitos de la vida material, social e individual
(dominación real y total), que persigue la valorización integral
del individuo y de su propia socialidad, se lleva a cabo en el
contexto histórico marcado por la tendencia a la universalización
de la mediación monetaria en todas las relaciones humanas y la
creciente reducción de la condición humana a su capacidad de
valorización del capital.
El proceso de financiarización del
capital hunde sus raíces en la evolución del propio sistema
capitalista y en la experiencia de las limitaciones objetivas y
prácticas de la generación de valor, plusvalía y beneficio.
La expansión del capital especulativo
y la consiguiente financiarización de la economía fue el resultado,
precisamente, de las limitaciones del capital productivo para
neutralizar la tendencia a caer la tasa de beneficio y garantizar la
continuidad de la acumulación de capital en el último tercio del
siglo XX. Fue, precisamente, la experiencia práctica de los límites
de la economía mixta (keynesianismo), sustentadora del pacto social
de la posguerra mundial, la que indujo la financiarización del
sistema capitalista.
Verificada la imposibilidad de
obtención de beneficio en la proporción adecuada para el
mantenimiento de la acumulación de capital en la esfera productiva
de bienes y servicios, a pesar incluso de las reformas laborales, de
los controles salariales, de la externalización/deslocalización de
las actividades y de la introducción de nuevas técnicas de
fabricación flexible y de sistemas de organzación del trabajo, una
buena proporción del capital acumulado se orientó hacia los nuevos
“productos” creados desde el ilusionismo financiero promotor de
píngües beneficios a corto plazo.
Así fue como el valor nominal
referenciado en la forma dineraria se multiplicó hasta proporciones
astronómicas mientras el valor real subyacente a esa masa dineraria
circulante se quedaba infinitamente atrás. El dinero, como referente
formal del capital, pierde valor en la proliferación de productos
financieros cuyo valor es virtual, nominal, en el papel o remite a un
improbable beneficio futuro. La producción financiera ha asfixiado
la producción concreta de bienes y servicios precisamente porque el
crecimiento de aquélla ha disipado el contenido de valor del dinero.
La crisis financiera, bancaria, pone en evidencia la desvalorización
del dinero, de manera que el valor nominal del billete de banco
carece de respaldo real de valor. La crisis del euro, a su manera,
revela esa desvalorización al poner en el primer plano del debate la
diferencia de valor del euro en cada país de la UE una vez abolidas
las monedas nacionales, ya que la productividad de los países arroja
acusadas diferencias.
La reestructuración capitalista de
las últimas décadas del siglo XX y la autonomización aparente del
capital financiero conlleva la autonomización de la gestión y, con
ella, la reorganización de la propia clase dominante, al propiciar
la constitución de una clase dominante, decisoria, formada por la
burguesía propietaria nominal del capital y la franja emergente de
técnicos profesionales encargados de la gestión ejecutiva de las
actividades empresariales. Esta autonomización aparente, operativa,
de la nueva burguesía gestora con intereses específicos en cuanto a
la constitución de su propia esfera de poder y patrimonio personal,
ha inducido la errónea percepción de ser la responsable de la
crisis (escándalos financieros, gestión fraudulenta, corrupción,
etc.).
La capacidad de decisión de la
burguesía gestora se ha visto incrementada por la acumulación de
capital propiciada por la expansión capitalista de la segunda mitad
del siglo XX; una acumulación de recursos financieros en forma de
ahorros, planes de pensiones, etc. que conforman los fondos de
inversión que son gestionados por esa burguesía emergente. La
necesidad de presentar cuentas de resultados con beneficios nominales
fue lo que indujo la falsificación de las cuentas y los trucos de la
llamada ingeniería contable, precisamente como respuesta a la
tendencia general declinante de beneficios en el contexto capitalista
mundial.
El proceso de financiarización tiene
también una vertiente política como instrumento de dominación de
clase. La financiarización fue una cortina de humo para crear la
ficción del llamado capitalismo popular que, mediante la
generalización del crédito, favoreció el ascenso de la nueva
burguesía gestora al frente de bancos y entidades financieras, cuya
consolidación social como clase dominante gestora está vinculada al
endeudamiento privado y a la inyección de los ahorros y planes de
pensiones de una masa de la población asalariada obcecada con el
aumento del beneficio inmediato de sus ahorros como medio de
compensación de la disminución real de los salarios, apoyándose en
la promesa de los beneficios inflados por la ingeniería financiera.
El denominado capitalismo popular
representa el último estadio en la legitimación de la democracia en
descomposición al corroborar el principio de delegación política
que la caracteriza con la delegación en la burguesía gestora
emergente de los recursos personales (ahorros, planes de pensiones)
destinados a su conversión en productos financieros. De este modo,
los recursos acumulados por la población asalariada al tiempo que
impulsan la vertiente financiera de la economía, convierten a los
propios trabajadores en “inversores” dependientes de la espiral
especulativa; se democratiza la actividad especulativa, en fin. Pero
el llamado capitalismo popular es en realidad una fórmula de
dependencia, complementaria a la dependencia laboral, de la clase
trabajadora respecto a la clase dominante gestora del capital
financiero. Y también un mecanismo de expropiación de los recursos
(ahorros) de la población asalariada en las tormentas financieras.
Los productos financieros son dispositivos de expropiación (el caso
de las preferentes y de las inversiones piramidales son ilustrativos)
y de transferencia de ahorros y recursos financieros de la población
asalariada hacia los centros hegemónicos del capital (financiero).
La realización histórica de la
dominación real y total del capital se materializa en la
financiarización de la vida. El sistema de crédito que avaló el
crecimiento de los treinta gloriosos y de la sociedad de consumo sólo
es uno de los aspectos aparentes de la financiarización de la vida
cotidiana en la sociedad capitalista. Las contradicciones que entraña
la hegemonía del capital financiero sobre la actividad económica se
transfieren a la sociedad a través de la financiarización de la
vida cotidiana, de modo que redimensiona sus contradicciones en la
escala social a través de las múltiples paradojas que la mediación
dineraria genera en nuestra vida cotidiana.
Es así porque el capital financiero
entraña una circularidad perversa consistente en que los agentes
gestores del capital financiero transnacional (bancos, agencias de
calificación, fondos de inversión, que tienen todos ellos una misma
matriz) ejercen su dominación mundial sobre la economía capitalista
que descansa en buena medida sobre los ahorros de los trabajadores,
sobre los depósitos y fondos de pensiones. La paradoja radica en que
la necesidad de valorizar los fondos de pensiones y los depósitos
bancarios, en general, en manos de los operadores del mercado
financiero son un instrumento necesario y una fuerza motriz de la
vorágine especulativa. Nuestro futuro (pensión) depende de la
evolución del mercado financiero y éste a su vez depende –en
cuanto a su valorización– de los aumentos en la cuota de
explotación de la población proletarizada en la escala mundial
(precarización, sobreexplotación, expropiación, etc.) y de los
recortes en las prestaciones sociales, incluidas las pensiones.
Las implicaciones de la
financiarización comportan asimismo la penalización del ahorro y
del dinero conservador que no se pone en juego como capital
productivo/explotador. El dinero quieto no vale nada, pierde valor,
por eso hay que ponerlo en juego, arriesgarlo, tiene que funcionar
como capital en las diferentes fórmulas de inversión (fondos,
bolsa, bonos, preferentes, etc.). Y no sólo eso, sino que las
expectativas individuales de valorización han de funcionar
igualmente como dinamizadores del capital financiero, de ahí el
endeudamiento privado (hipoteca, crédito, etc.) y la desviación de
una masa de ahorro de la población trabajadora hacia los planes de
pensiones y de inversión privados que es una manera directa de
participar en la esfera financiera.
El desarrollo del capital financiero,
al suprimir tendencialmente toda referencia al valor, desprovee de
significado la forma dineraria del capital, de manera que el dinero
contante y sonante ya no representa nada, se pierde en la inanidad:
el dinero no vale nada, ya no remite a un valor susceptible de ser
cuantificable objetivamente, en oro o trabajo, sino que es mero papel
cuyo valor remite a una convención, al consenso (confianza) que crea
en el intercambio cotidiano el fetichismo del valor.
La obsolescencia del dinero (A. Jappe)
en cuanto representación del valor es una consecuencia de la
desviación creciente que subyace en el dinero como convención
social basada en la confianza (aceptamos el dinero–papel con la
confianza de que otros aceptarán su valor nominal). Esa desviación
entre valor y representación del dinero alcanza un nuevo estadio con
la aparición de las bitcoins o monedas virtuales que vuelve a
reproducir el fetichismo del valor, aunque realizándolo bajo una
forma renovada acorde con las nuevas herramientas de gestión
financiera.
Las bitcoins, al omitir cualquier
referencia al valor-trabajo, significan un paso adelante en el
despliegue histórico del fetichismo del valor y de sus límites.
Como en el caso de las transacciones financieras de alta frecuencia,
el algoritmo que crea las bitcoins es simplemente una abstracción,
una operación de ilusionismo electrónico cuyo fundamento es la
confianza o fe supersticiosa en el valor atribuido a la bitcoin. Pero
esa disipación de la referencia al valor material no significa
supresión del valor, superación del fetichismo del valor. Se trata
simplemente, como en cualquier expresión financiera del capital, de
la abolición formal de su mediación física (trabajo) para
afirmarse en su mediación abstracta, ilusoria. Sin embargo, el valor
de las bitcoins, la suprema abstracción del proceso de valorización
inmaterial de las bitcoins, remite en última instancia a valores
materiales, en correspondencia con lo que ocurre en el sistema
financiero en general y la orientación de las inversiones hacia la
producción material básica (tierras cultivables, agua, recursos
energéticos).
El grado de desarrollo del capital,
como entidad fetichizada en la forma financiera, exige un cambio de
mentalidad sobre la base práctica de la experiencia del capital
financiero. La crisis del capital financiero representa, de hecho,
una interpelación apremiante en la concepción de la vida y de la
noción misma de futuro en lo que se refiere a nuestra vida como
individuos sociales, donde aspectos como vejez, enfermedad o
desvalimiento personales ya no pueden depender de ese particular
mercado de futuro en el que se ha convertido el sistema de pensiones
que opera como capital financiero, sino que ha de atender a otros
principios y categorías que tienen que ver con el espíritu de
comunidad y el deber de asistencia general y transgeneracional entre
los humanos. En cierto modo, bajo forma mistificada, el sistema del
estado de bienestar apunta en este sentido, pero lo hace de manera
que los principios de universalidad y solidaridad transgeneracional
están supeditados a que los recursos de futuro operen como capital
en el mercado financiero. Ahí estriba su límite histórico y el
hecho de que su desmantelamiento revista las características de
expropiación (privatización de la seguridad social) por parte de la
clase dominante, que aprovecha una correlación de fuerza favorable
en el presente para proceder a la liquidación del sistema
asistencial (sanidad, enseñanza, pensiones, etc.) de la manera más
ventajosa para ella (privatizaciones).
La polaridad social se constata en lo económico cuando las clases populares siguen haciendo hincapiés en la importancia del ahorro mientras las clases aburguesadas -élites y traidores-, usan el crédito. A tal punto lo usan que como menciona el artículo llegan a castigar el ahorro.
ResponderEliminarEl problema de las ficciones es eso, que son ficciones, y cuando te chocas con la dura realidad solo quedan restos de la fiesta, deudas y gente que se cree con el derecho de matarte por cobrarlas.
Conozco a dos tipos de personas que chocaron con la ruina: los que pulieron su riqueza o los que no trabajamos. Este es el presente de individuos, empresas y sociedades enteras.
Salud! Pablo Heraklio
Finalmente, ya sabemos quién paga la deuda (la clase trabajadora) y quién se encarga de cobrarla (el Estado).
EliminarSalud!