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aporrea
- 18/05/2018
Conceptos borrosos
Decadencia y neofascismo son dos
conceptos de difícil definición aunque esenciales para entender la
realidad actual, sus presencias abrumadoras, sus fronteras borrosas
los hacen a veces “invisibles a los ojos” (como lo enseñó
Saint-Exupéry). ¿Donde termina el autoritarismo burgués y comienza
el neofascismo?, ¿como diferenciar a un proceso de decadencia de una
gran turbulencia muy persistente o de un fenómeno de corrupción
social muy extendido?
Cuando hablamos de decadencia por lo
general nos referimos a procesos prolongados donde convergen un
conjunto de indicadores como la reducción sistemática del ritmo de
crecimiento económico hasta llegar al estancamiento o la retracción,
la declinación demográfica, la degradación institucional, la
hegemonía del parasitismo, la desintegración social generalizada y
otros. Sin embargo a veces es inevitable señalar la decadencia de
una civilización o de un conjunto de naciones sin que se hagan
presentes todas esas señales, lo que decide la cuestión es la
evidencia de un proceso duradero de descomposición sistémica, de
desorden creciente, de entropía que se manifiesta en el
comportamiento de las clases dirigentes corroídas por el parasitismo
pero también de las clases subordinadas.
Es común confundir decadencia con
crisis prolongada, así es como la llamada “larga crisis del
siglo XVII europeo” aparenta con su desorden, sus
confrontaciones, llevar a esa región al desastre, sin embargo dicho
proceso le permitió eliminar restos precapitalistas, digerir las
riquezas acumuladas del saqueo periférico iniciado en los siglos XV
y XVI, principalmente de América, y avanzar en el siglo XVIII hacia
su aburguesamiento general cuyas tres expresiones más notables
fueron la revolución industrial en Inglaterra, las transformaciones
en el continente desatadas por la Revolución Francesa seguida por
las guerras napoleónicas y el control del planeta por parte de
Occidente completado hacia fines del siglo XIX.
En un sentido contrario lo que se
presenta como superación de la decadencia (el adiós a la crisis de
los años 1930) entre el fin de la Segunda Guerra Mundial y comienzos
de los años 1970, donde emergió la superpotencia estadounidense y
se produjeron los “milagros económicos” de Alemania Occidental, Italia, etc., en realidad no fue más que una rehabilitación de un
poco más de dos décadas sostenida por la muletas del keynesianismo
militar de Estados Unidos y de la intervención estatal en general
dinamizando la oferta y la demanda de los países capitalistas
centrales. Que se fue agotando hacia el final de los años 1960 hasta
hacer crisis en la década siguiente dando vía libre al parasitismo
financiero y sus acompañantes culturales, institucionales y
económicos. La droga keynesiana calmó los dolores, brindó un
dinamismo pasajero pero inoculó venenos que terminaron por agravar
más adelante la situación del enfermo.
Por su parte el neofascismo aparece
emparentado con el fascismo clásico, suele en ciertos casos
reproducir nostalgias del pasado, sin embargo se diferencia del
mismo. A veces resucita viejos demonios que se mezclan en una marcha
confusa (si la observamos desde antes de 1945) con descendientes de
sus víctimas bajo la bandera común del racismo antiárabe, de la
islamofobia o de la rusofobia. Después de todo el viejo fascismo
también nació cultivando incoherencias, mezclando banderas
contrapuestas como el elitismo nacionalista-imperialista y el
socialismo, Hitler y su “nacional-socialismo” racista y ultra
autoritario constituye el caso más grotesco.
En ambos casos se trata de expresiones
que recogen pragmáticamente sentimientos de odio y desprecio hacia
pueblos o sectores sociales considerados inferiores, corruptos,
bárbaros y en consecuencia potenciales objetos de agresión
(aplastamiento de los más débiles) adornándolas con títulos de
nobleza (raza superior, patriotismo, civilización, valores morales,
democracia, honestidad, etc.).
Cuando observamos al viejo fascismo
vemos como Hitler o Mussolini en sus ascensos al poder hacían
demagogia “social” o “socialista”, captando el espíritu de
la época y la introducían junto a otros condimentos en sus sopas
dictatoriales, aunque Franco afirmaba el conservadorismo más negro
sin necesidad de esas demagogias. Y en América Latina aparecían
dictaduras militares, apéndices subdesarrolladas de Occidente,
cultivando ambigüedades curiosas, como en Argentina en el golpe de
estado de 1930 donde se combinaba el patriotismo aristocrático, la
admiración hacia el fascismo italiano y el sometimiento colonial al
Imperio Inglés.
El neofascismo no se queda atrás y
hoy en Europa constatamos que en países como Polonia o Letonia se
mezclan el ultranacionalismo, el antisemitismo y otros brotes nazis,
el respeto formal a la institucionalidad democrática made in
Unión Europea, el neoliberalismo económico, la fobia antirusa y
el sometimiento a la OTAN. En Brasil, Paraguay, Honduras o Argentina
es preservada la formalidad democrática, bandera cultural de su amo
imperial, junto la concentración mafiosa del poder. Tanto en el
fascismo como en el neofascismo los discursos oficiales no han sido
ni son otra cosa que vestimentas de ocasión del lobo autoritario.
El comienzo de la decadencia
La crisis en la que estamos sumergidos
debería ser considerada como el capítulo actual de un largo proceso
de decadencia pensado como fenómeno de carácter planetario. ¿Cuando
comenzó?. Al hacer el recorrido temporal hacia atrás encontramos
años decisivos como 2008 cuando estalla la burbuja financiera y se
despliega la serie de crecimientos económicos anémicos en Occidente
y se va desacelerando la expansión china. Lo que inevitablemente nos
lleva a 2001 y sus alrededores cuando convergen el fin del auge
neoliberal de los 1990 (plagado de turbulencias) con el lanzamiento
imperial de una desesperada (y fracasada) fuga militarista hacia
adelante apuntando hacia la conquista del corazón geopolítico de
Eurasia y sus tesoros energéticos.
Esa mirada nos impulsa a seguir
retrocediendo y llegar a los años 1970 cuando emerge la crisis
petrolera y la estanflación, y se instala la declinación tendencial
de la tasa de crecimiento económico global que se prolonga hasta la
actualidad, motorizada por las potencias económicas dominantes
tradicionales y suavizada por el ascenso chino. Sin olvidar el
antecedente de 1968 (con epicentro en los sucesos de Mayo en Francia
y sus extensiones), terremoto político-cultural que quiebra la
ilusión de la nueva prosperidad civilizatoria de Occidente.
Dicha ilusión se apoyaba en la
efímera recuperación keynesiana de Europa del Oeste y Estados
Unidos, si la medimos en tiempos históricos, enfrentada con la
constante reducción de su área de dominación territorial
planetaria (ampliación del campo socialista y del espacio
postcolonial).
Atravesamos esa fiesta geográficamente
limitada, entramos en la Segunda Guerra Mundial y navegamos por las
recesiones de los años 1930 desembocando en 1929 para finalmente
detenernos en 1914, año clave que marca el final del ascenso
irresistible de Occidente desde sus fracasos en las Cruzadas del Este
(hacia Medio Oriente y hacia el espacio eslavo) y sus primeros éxitos
importantes en el Oeste, desde el siglo XV: la conquista completa de
la península Ibérica y de posiciones en el Oeste de África y sobre
todo del continente americano. Ofensiva plurisecular que culmina a lo
largo del siglo XIX devorando a la casi totalidad de la periferia.
Dicho mega-saqueo generó (y sigue
generando) lo que Malek calificó como “Surplús Histórico”, es
decir “el surplus acumulado por Europa y Estados Unidos bajo la
forma de civilización occidental basada en el saqueo de Asia, África
y América latina. Inmensa acumulación de poder que constituye la
fuente de la iniciativa histórica de los países del Oeste, desde el
período de los descubrimientos marítimos pasando por la explosión
de la bomba atómica en Hiroshima y Nagasaki y hasta nuestros
días”[1]. Acumulación de riquezas que le permitió crear un
gran mercado interno, su industrialización y el desarrollo de una
sucesión de revoluciones científicas y tecnológicas. El mundo del
año 1900 era decididamente occidental por integración burguesa de
su espacio original y por sus ampliaciones coloniales y
semicoloniales.
En ese momento el “progreso”, es
decir la marcha ascendente de la civilización burguesa (identificada
con los patrones culturales de Occidente) devenida planetaria
consiguió imponer la imagen de un proceso irresistible de mejoras
sucesivas de la condición humana, dictadas por la expansión del
sistema o por su posible “superación socialista” engendrada
desde el interior del capitalismo central industrializado. Así fue
como la generación bolchevique cultivó la esperanza de que la
revolución que ellos encabezaron en la periferia euroasiática rusa
constituía el detonante de la revolución proletaria en el Oeste,
los dirigentes de la primera gran insurrección exitosa de la
periferia creían erróneamente ser la avanzada de la llegada del
postcapitalismo socialista occidental (y en consecuencia mundial).
Como sabemos la expansión del
capitalismo liberal que según las ideas dominantes al comenzar el
siglo XX irradiaba al planeta para convertirlo tarde o temprano en un
universo prospero y libre (pero que en realidad desarrollaba al
centro y subdesarrollaba a la periferia) fue interrumpida por una
carnicería espantosa, sin precedentes en la historia universal
llamada Primera Guerra Mundial. Y también sabemos que la tan
esperada revolución socialista en Occidente empujada por la crisis y
por el novedoso ejemplo soviético no llegó nunca y que lo que si
llegó allí fue el fascismo.
Raíces occidentales del fascismo
clásico
Las interpretaciones tradicionales del
viejo fascismo europeo suelen navegar entre las que lo atribuyen a
una suerte de desviación moral de las élites y también de las
masas populares embaucadas por ellas, principalmente producto de la
Primera Guerra Mundial o bien como resultado de la radicalización de
ciertas taras culturales generada por formas específicas, perversas,
de desarrollo de la modernidad en países como Alemania e Italia o
también como reacción antiproletaria de la alta burguesía
arrastrando a las clases medias, en este último caso el fascismo
habría sido una emergencia terrorista burguesa de la lucha de
clases[2]. No han faltado en ciertos casos algunas referencias a la
historia anterior que casi siempre quedan aplastadas por el peso
apabullante de los desordenes de las primeras décadas del siglo XX
que produjeron esa novedad sorprendente. Un marxista eminente de
aquellos tiempos, Karl Radek afirmaba hacia 1930 luego de las últimas
elecciones en Alemania que marcaban el ascenso de los nazis: “Debemos
constatar que sobre este partido que ocupa el segundo lugar en la
política alemana, ni la literatura burguesa ni la literatura
socialista no han dicho nada. Es un partido sin historia que se
instala de improviso en la vida política de Alemania como una isla
que emerge en medio del mar bajo el efecto de fuerzas volcánicas”[3].
“Partido sin historia” según
Radek, más aún el medievalista Karl Werner agregaba que “Nadie
ha negado más la historia alemana que los ideólogos nazis”[4],
la Escuela de Frankfurt afirmó esa hipótesis, Max Horkheimer
señalaba hacia 1943 que “El fascismo en su exaltación del
pasado deviene antihistórico. Las referencias de los nazis a la
historia solo significa que los poderosos tienen que mandar y que no
hay como emanciparse de las leyes eternas que guían la historia.
Cuando ellos dicen Historia en realidad dicen lo contrario:
Mitología”[5].
Incluso en pleno auge hitleriano,
Hermann Rauschning, uno de los más agudos evaluadores del nazismo,
no pudo escapar a la idea del carácter aberrante, ahistórico y
efímero del nazismo presentado como una sorpresivo estallido de
nihilismo. Según Rauschning: “este fanatismo producido y
difundido es tan artificial e inauténtico que todo ese gigantesco
aparato podría llegar a derrumbarse de un día para otro, a partir
de algún acontecimiento sin dejar traza alguna de vida autónoma de
alguna parte de su mecanismo”[6].
Partido sin historia, negador de la
historia, reemplazando la descripción científica de la historia
real por la mitología, construcción nihilista efímera, etc.
Sin embargo, a propósito del caso
paradigmático por excelencia del fascismo, el nazismo alemán y su
furia exterminadora de judios, autores como Goldhagen plantean un
interrogante de sentido común: ¿quienes fueron los ejecutores del
Holocausto?, concluye que: “de no haber existido una
considerable inclinación entre los alemanes corrientes a tolerar,
apoyar e incluso, en muchos casos, contribuir primero a la
persecución absolutamente radical de los judíos en la década de
1930 y luego (por lo menos entre los encargados de realizar la
tarea), de participar en la matanza de judíos, el régimen jamás
habría podido exterminar a seis millones de personas”, a
lo que agrega: “cabe señalar que la existencia de un
antisemitismo muy difundido en otras zonas de Europa explica porque
los alemanes encontraron en otros países a tantas personas
dispuestas a ayudarles y deseosas de matar judíos”[7]. A
partir de allí resulta inevitable, como hace el autor, buscar
referencias en la tradición histórica del pueblo alemán y señalar
por ejemplo la ferocidad antisemita de Martin Lutero (1483-1546) como
una de las fuentes de su popularidad. A lo que debemos agregar el
plurisecular desprecio hacia los eslavos, con especial énfasis en
rusos y polacos, considerados pueblos inferiores destinados a ser
esclavizados por pueblos superiores como los alemanes, lo que
legitimaba la vocación por marchar hacia el Este, hacia su conquista
imperial, como lo anticipaba Hitler mucho antes de llegar al poder.
La “Drang nach Osten” (empuje o expansión hacia el Este)
que en el siglo XIX impulsaban intelectuales nacionalistas como
Heinrich von Sybel quien postulaba revivir las aventuras medievales
de colonización alemana del Europa oriental, revalorizando los mitos
de las cruzadas germánicas y escandinavas hacia el Este en la Baja
Edad Media, paralelas a las cruzadas hacia el Medio Oriente. Asi fue
como la Orden Teutónica intento conquistar tierra rusa y fue
derrotada como lo relata el film “Alexander Nevsky” de Sergei
Eisenstein anticipando en 1938 la derrota catastrófica que los
herederos nazis de la Orden sufrirían en la URSS pocos años
después. Todo esto nos lleva a entender la aparente locura de Hitler
por conquistar el Este no como un empecinamiento insólito sino como
herencia cultural profunda, latente en la subjetividad popular
alemana. Como señala acertadamente Ayçoberry en su libro ya citado:
“En el desarrollo de la política exterior (de Hitler) todo
estaba subordinado a la expansión hacia el Este… lo que impuso
abandonos tácticos inquietantes para los nacionalistas primarios:
renuncia al Tirol para conseguir la alianza con Italia, a la
expansión ultramarina para seducir a Inglaterra e incluso a
conquistas en Francia ya que según Hitler la guerra contra dicha
nación “solo se justificaría si de esa manera conseguimos cubrir
nuestra retaguardia y así ampliar nuestro espacio vital en el Este”
cuyo foco central era la captura y destrucción de la Unión
Soviética[8].
La mitología, subestimada por
Horkheimer, revelaba la existencia de una memoria histórica
imperialista nada superficial.
Necesitamos ampliar el espacio de la
memoria europea y poner al descubierto un pasado monstruoso de
conquistas coloniales exitosas o fracasadas, de las gigantescas
matanzas de los pueblos originarios de América, de africanos árabes
o subsaharianos, de asiáticos de India y China, en suma de vastos
genocidios periféricos que moldearon la cultura de sus asesinos
occidentales. Malek menciona al “surplus histórico”
principalmente económico que acumuló Occidente con dichos saqueos
que no debería ocultar la componente criminal del mismo, no como
recuerdo lejano sino como parte decisiva de la reproducción de una
civilización sanguinaria. Matanza de periféricos combinada con
grandes masacres y saqueos internos que explicó Marx en su
descripción de la Acumuluación Originaria.
En ese sentido Hitler, Mussolini o
Franco no fueron los productos de irrupciones momentáneas sin pasado
ni futuro.
Los mitos históricos no deberían ser
arrojados al basurero de las historias falsas, sobre todo si aparecen
en la superficie o quedan sumergidos en la memoria social para
reaparecer en el momento menos pensado. Son formas concretas de
memoria, latentes, en consecuencia componentes de la cultura popular,
pueden ser criticadas, acusadas de ser visiones deformadas o
“irreales” del pasado como también lo podrían ser ciertas
construcciones de historia “científica” basadas en unos pobres
datos disponibles o no tan pobres pero siempre incompletos, casi
siempre distorsionados por el observador influido por la cultura
(las deformaciones ideológicas) de su tiempo.
Una observación que merece ser objeto de una reflexión más amplia es que la llegada del fascismo
(su primera victoria en Italia) se produjo muy poco tiempo después
de que Occidente consiguiera convertirse en amo del mundo, visto
desde el largo plazo histórico ambos fenómenos convergen en un corto
espacio temporal. La civilización burguesa devenida realmente
universal, planetaria, comenzó a tocar sus límites territoriales y
fue dejando de lado sus discursos democráticos (se quiebra la lógica
de la expansión hacia espacios indefensos y cobran fuerza las del
canibalismo interimperialista, del disciplinamiento terrorista
interno y del expansionismo desesperado).
Más aún, es posible detectar en
Europa embriones significativos de fascismo entre fines del siglo XIX
y comienzos del siglo XX bien antes de la mega crisis iniciada en
1914, desde las emergencias políticas protofascistas en Francia[9]
hasta manifestaciones ideológicas virulentas de rechazo al legado de
la Revolución Francesa, la Comuna de París y la proliferación de
expresiones democráticas radicales, socialistas y comunistas.
Nietzsche o Sorel anunciaron el fascismo avant la lettre, como
restablecimiento de jerarquías sociales vigorosas, de autoritarismos
rejuvenecedores de Occidente.
En la Europa de fines del siglo XIX,
próspera e imperialista, donde en los más alto de sus sistema de
poder reinaba una pequeña élite financiera (la Haute Finance
señalada por Polanyi como garante del equilibrio y la paz
interior[10]), emergían los brotes de lo que va ser el fin del
capitalismo liberal y el nacimiento del fascismo.
Incluso fuera del escenario europeo en
los años 1920 y aún antes de 1914, en Estados Unidos (extensión
neoeuropea), aparecieron lo que algunos autores señalan como los
orígenes norteamericanos de la ideología nazi. Domenico Losurdo
señala “el notable papel que los movimientos reaccionarios y
racistas americanos desarrollaron al inspirar y alimentar en Alemania
la agitación que al final desembocó en el triunfo de Hitler. Ya en
los años 20, entre el Ku Klux Klan y los círculos alemanes de
extrema derecha se establecieron relaciones de intercambio y
colaboración con la consigna del racismo en contra de los negros y
en contra de los judíos”. Losurdo agrega ejemplos concretos
incluídos algunos referidos a las raíces lingüísticas de
conceptos fundamentales del discurso nazi: “El término
Untermensch, que juega un papel tan central como nefasto en la teoría
y en la práctica del Tercer Reich, no es otro que la traducción de
Under Man [sub-hombre]. Lo reconoce Alfred Rosenberg, uno de los
principales ideólogos del nazismo, quien expresa su admiración por
el autor estadounidense Lothrop Stoddard: a él corresponde el mérito
de haber acuñado por primera vez el término en cuestión, que
resalta como subtítulo (The Menace of the Under Man) [La amenaza del
sub-hombre] de un libro publicado en New York en 1922 y de su versión
alemana (Die Drohung des Untermenschen) aparecida tres años después.
En cuanto a su significado, Stoddard aclara que éste sirve para
mostrar al conjunto de “salvajes y bárbaros”, “esencialmente
negados a la civilización, sus enemigos incorregibles”, con
quienes es necesario proceder a un radical ajuste de cuentas, si se
quiere evitar el peligro que amenaza destruir la civilización.
Elogiado, mucho antes que por Rosenberg, por dos presidentes
estadounidenses (Harding y Hoover), el autor americano es
posteriormente recibido con todos los honores en Berlín, donde
encuentra a los exponentes más ilustres de la eugenésica nazi,
además de los más altos jerarcas del régimen, incluido Adolf
Hitler que estaba empeñado ya en su campaña de aniquilación y
esclavitud de los Untermenschen, es decir de los “indios” de
Europa oriental” [11].
No solo se trata de la influencia de
la teoría estadounidense de la “white supremacy”,
reacción protofascista desde fines del siglo XIX contra la abolición
de la esclavitud, expresada en Alemanía como supremacia aria sino
también de textos decisivos como “El Judío Internacional” de
Henry Ford publicado en 1920, luego traducido y muy difundido en
Alemania donde importantes jefes nazis como Von Schirack e Himmler
señalarán años después haberse inspirado en ese libro. Himmler
hizo notar que el libro de Ford cumplió un papel significativo en
la formación de Hitler[12]
Despegue, auge, declinación y
recomposición de la marea periférica
La irrupción del fascismo clásico
pero también su derrota y renacimiento como neofascismo, debe ser
relacionado con el ascenso y posterior declinación de una marea
periférica que amenazó sepultar la hegemonía occidental, hecho
decisivo del siglo XX. Pero que ahora se presenta principalmente bajo
la forma de potencias emergentes despertando la histeria geopolítica
de los Estados Unidos y una profunda crisis existencial en algunos de
los principales países europeos como Alemania, Francia o Italia
tironeados de un lado por su amo norteamericano y sus viejos
instintos occidentalistas imperiales (que lo hacen ver al Este como
un espacio de depredación) y por el otro por sus intereses
económicos concretos que apuntan hacia algún tipo de asociación o
amistad con las grandes economías euroasiáticas empezando por China
y Rusia.
En 1914 la expansión occidental se
convirtió en guerra intestina (interimperialista) y en 1917 se
produjo el primer mega desgajamiento, el mayor espacio geográfico
del planeta donde habitaba el Imperio Ruso rompió con Occidente
convirtiéndose en Unión Soviética. Más adelante llegaron la
escisión china (1949), las expulsiones del conquistador occidental
en la península indochina, la revolución cubana y un amplio abanico
de nacionalismos periféricos que quebraban los viejos lazos
coloniales. Era posible mostrar una suerte de film donde el espacio
de dominación global de Occidente se retraia gradualmente.
La ilusión marxista-eurocentrica de
superación postcapitalista desde el centro imperial (desarrollado)
del mundo fue reemplazada por otra ilusión no menos pretenciosa
según la cual dicha superación se expandía desde la periferia
subdesarrollada, desde los capitalismos o semicapitalismos sometidos.
Sin embargo cuando en los años 1970 y 1980 comenzó y se fue
agravando la crisis del capitalismo central, cuando perdía
dinamismo productivo y en su seno se propagaba el parasitismo
financiero, la amenaza comunista y antiimperialista también fue
perdiendo dinamismo. La radicalización maoista de la revolución
china comenzó a convertirse desde fines de los años 1970 en
“socialismo de mercado” y de allí en un curioso capitalismo
burocrático con el partido comunista a la cabeza haciendo de China
en el siglo XXI la segunda potencia capitalista del mundo tendiendo a
devenir la primera. La URSS se fue pudriendo y colapsó al comenzar
los años 1990 arrastrando a todo su espacio “socialista”
incluyendo a países que habían mantenido su autonomía como Albania
y Yugoslavia.
Sobre todo a partir del fin de la URSS, pero con manifestaciones anteriores, hacia fines del siglo XX, en
buena parte de Europa emergía una ola reaccionaria que retomaba
componentes del viejo fascismo incorporando elementos nuevos. Racismo
contra los inmigrantes, odios interétnicos, recuperación más o
menos sinuosa, más o menos descarada de banderas enterradas en
1945. Se trató de un proceso confuso que tomaba en consideración
los nuevos tiempos globales y que dio sus primeros pasos antes del
derrumbe soviético. En la Francia de 1981, por ejemplo, la izquierda
ganaba las elecciones pero se ponían de moda los llamados “nuevos
filósofos” como Bernard Henri Levy o André Glucksmann que
despegando como supuestos “humanistas antiestalinistas” derivaron
pronto en un anticomunismo rabioso convergiendo en muchos aspectos
con la derecha neofascista. Aparentemente Francia giraba
políticamente hacia la izquierda (después se comprobó que se
trataba de una pura apariencia) mientras se desplazaba culturalmente
hacia la derecha. La socialdemocracia, desde España hasta Alemania
iba abandonando sus estandartes keynesianos, productivistas e
integradores, y penetraba en el universo neoliberal gobernado por la
especulación financiera, las llamadas derechas “democráticas”
hacían algo parecido. Y gradualmente se extendía una mancha
maloliente que empezaba a ser calificada como neonazismo,
neofascismo, extrema derecha, nueva derecha, etc. En Europa del Este
en lugares como Polonia, los países bálticos, Croacia o más
recientemente en Ucrania, reaparecieron los viejos fantasmas del
fascismo. Ya en pleno siglo XXI en Alemania, Austria, Francia y otros
países europeos los neofacistas obtienen grandes progresos
electorales, en varios de ellos asociando estilos y tradiciones del
pasado hitleriano con sólidas amistades sionistas. La nueva
islamofobia reemplaza a (y a veces se mezcla con) la vieja
judeofobia, hasta se produjeron casos tragicómicos donde en un mismo
movimiento se apretujaban algunos veteranos (e incluso jóvenes)
admiradores de Hitler y Mussolini… y de Benjamín Netanyahu.
También afloraba en el este europeo y no solo en Ucrania (Guerra
Fría mediante) el revanchismo antiruso dispuesto a vengarse de
la derrota sufrida siete décadas atrás.
En Estados Unidos, sobre todo desde
2001 emergió una ola ultraimperialista que se fue desarrollando a
través de los gobiernos de Bush y Obama hasta desembocar en Trump al
ritmo de la degradación financiera. Multiplicación de
intervenciones militares directas e indirectas, golpes blandos y
sanciones contra países rebeldes a la dominación imperial, racismo,
islamofobia, confrontación con Rusia acercándose al límite de la
guerra… la era Trump ha ido asumiendo todas las características
de un protofascismo.
Regresando al ascenso y derrota del
viejo fascismo es necesario resaltar no solo la persistencia
imperialista alemana en torno de la “marcha hacia el Este”,
motor del expansionismo hitleriano, sino los delirios mussolinianos
acerca de la restauración del imperio romano o el españolismo no
menos delirante de José Antonio Primo de Rivera nostálgico de
imperio español desaparecido. La tentativa de conquista de la Unión
Soviética tomó la forma de una gran cruzada europea contra el
gigante eurasiático donde participaron no solo alemanes sino también
franceses, españoles, italianos, belgas, ucranianos occidentales,
letones, etc. El aspecto imperialista-occidental del fascismo clásico
y en consecuencia de los fascismos periféricos como satélites
coloniales, seguidores elitistas de sus amos históricos, queda al
descubierto.
En ese sentido, más allá de los
debates acerca de la naturaleza socialista de la URSS, de su
legitimidad comunista y de su lugar en la historia de las ideas y
practicas postcapitalistas, es importante destacar que probablemente,
visto a nivel de la historia universal, el mayor mérito de la
experiencia soviética ha sido el de la destrucción de la barbarie
fascista, inscripta en el multisecular recorrido de saqueos y
genocidios occidentales. Ese solo hecho alcanza para justificar,
reivindicar su existencia, sin la URSS Hitler habría conquistado
esos territorios, la exitosa marcha hacia el Este habría otorgado a
Alemania el liderazgo de Europa y seguramente la primacía global
como cabeza de un nuevo imperio.
La toma de Berlín por el ejército
soviético podría ser vista como el símbolo de la victoria de la
humanidad condenada a la esclavitud, la periferia, el “Oriente”
tantas veces estigmatizado. Oriente despreciado (y temido) cuyas
prolongaciones se extendían hacia las periferias interiores del
centro del mundo (los judíos y los gitanos europeos y demás grupos
locales considerados inferiores, peligrosos, desechables).
Los ciclos fascista y neofascista
aparecen como etapas de la larga decadencia sistémica global,
intentos brutales de salvación, de recuperación de la vitalidad
perdida. Derrotada la primera arremetida reaccionaria (1945) las
formas autoritarias extremas del capitalismo realizaron un prudente
repliegue estratégico, pero coincidente con la evaporación de la
marea periférica en los años 1980 y comienzos de los 1990 la peste
comenzó a recomponerse renovando discursos y técnicas de
intervención, se trató de una transformación acorde con los nuevos
tiempos donde el fenómeno entrópico está experimentando un
gigantesco salto hacia adelante. En el pasado el retroceso del polo
hegemónico occidental (del espacio territorial bajo su control, de
su dominación financiera, tecnológica, etc.) atrapó, arrastró
hacia el fracaso a ensayos de autonomización capitalista o con
pretenciones postcapitalistas. El caso de Japón entre la
restauración Meiji e Hiroshima mostró los límites de la creación
de una potencia capitalista (imperialista) independiente respecto de
la trama de dominación occidental. El caso de la URSS expresó la
debilidad de una construcción postcapitalista híbrida,
geopolíticamente antagónica a Occidente, mezclando entre otras
cosas estatismo, aspiraciones comunistas y modernización negadora de
herencias culturales colectivistas rechazadas como precapitalistas.
Tampoco debemos olvidar en este caso las consecuencias de la cruzada
nazi que le costó 27 millones de muertos y el posterior acoso
político-militar sufrido durante la Guerra Fría, formas concretas
de ejercicio del poder de Occidente, prisionero de su dinámica
expansionista, estratégicamente incompatible con algún tipo de
coexistencia medianamente durable (esa obsesión occidental por
controlarlo todo que se expresó en el pasado como anticomunismo
renace actualmente como rusofobia).
Ahora, cuando se profundiza la
declinación occidental emergen nuevos desafíos periféricos,
principalmente los de China y Rusia. En ambos casos y luego de
distintos recorridos se han constituido sistemas que de manera muy
general pueden ser caracterizados como capitalismos burocráticos con
amplios margenes de autonomía respecto de Occidente y arrastrando el
peso de sus respectivas herencias culturales socialistas. Con un bien
orquestado giro hacia el capitalismo insertado en la trama global
pero preservando el gobierno del Partido Comunista en el caso chino,
demoliendo primero el edificio soviético para después de una
efímera tentativa de instauración neoliberal imponer controles
estatales sobre la economía en el caso ruso[13].
En principio quedan abiertos dos
escenarios entre otros, si partimos del supuesto de que la crisis
global se va a agravar. El primero muestra a China y Rusia
arrastradas por el desastre general, sus estructuras exportadoras
dependientes de los mercados de Europa y Estados Unidos, el entramado
financiero internacional del que forman parte y las exigencias de
militarización derivadas de la agresividad de los países de la
OTAN, las atarían a la degradación euro-norteamericana-global.
El segundo escenario presenta a estas
potencias sobreviviendo al desastre, afirmando su espacio
euroasiático, una de las variantes (atención, no la única) de ese
futuro posible sería la introducción en sus sociedades de
componentes defensivas postcapitalistas para lo que disponen de
reservas culturales más que suficientes.
Profundización de la decadencia
La vocación planetaria-imperialista
del capitalismo (de su motor occidental) nos permite establecer
paralelos con ciclos de civilizaciones anteriores que no alcanzaron
esa dimensión geográfica. Imperios condenados a expandirse de
acuerdo a las leyes que rigieron su reproducción, ampliando su
espacio de dominación hasta llegar al límite establecido por las
técnicas de su época, en ese momento su lógica de reproducción
ampliada chocaba con la barrera territorial, entonces el desarrollo
vigoroso se iba transformando en decadencia, las virtudes en
corrupción, los equilibrios en desorden, la explotación eficaz de
pueblos y recursos naturales en superexplotación devastadora de la
periferia que destruía la sustentabilidad del sistema, mientras que
la multiplicación de controles administrativos-represivos, entre
otros factores, contribuía al crecimiento del parasitismo.
La comparación con el caso de Roma es
inevitable, es el mejor documentado. Pierre Chaunu nos explica que
“la conquista se desarrolló mediante la expansión en círculos
concéntricos realizando la extracción de hombres y productos de la
periferia hacia el centro. Lo característico de dicho sistema es
que excluía al estado estacionario, no podia subsistir sin agregar
nuevas zonas de extracción a las existentes llegando finalmente,
luego de un enriquecimiento incesante, a la degradación del centro
ya que no podía vivir dentro de límites estables, sin la existencia
en sus bordes de un espacio abierto explotable, de una “frontera
abierta”, de una zona de extracción no integrada todavía. El
punto de inflexión ocurrió bajo el reino de Trajano, a comienzos
del siglo II cuando se alcanzó el límite de la expansión en Dacia,
Escocia, Armenia...el norte de África desde Mauritania a Egipto…
cuando la conquista romana había llegado a un poco más de 6
millones de kilómetros cuadrados habiendo absorbido la totalidad del
espacio disponible posible”[14]. Las técnicas de comunicación
y transporte de la época permitieron llegar al máximo de territorio
más allá del cual los costos de conquista y su preservación
superaban a los beneficios lo que obligó al proceso de reproducción
del polo dominante a superexplotar al espacio bajo control. Los
equilibrios y consensos periféricos entraron en crisis, las bases
tributarias y esclavistas fueron tensionadas más allá de lo
tolerable. Engels señalaba que cuando el Imperio comenzó a
declinar: “el estado romano se había convertido en una máquina
gigantesca y complicada con el exclusivo fin de explotar a los
súbditos. Impuestos, gabelas y requisas de toda clase, sumían a la
masa de la población en una pobreza cada vez más miserable, por las
exacciones de los gobernantes, de los recaudadores, de los
soldados... (en consecuencia) los bárbaros contra los cuales
pretendía proteger a los ciudadanos eran esperados por estos como
salvadores"[15]. Junto a ello Roma y las otras grandes
ciudades del Imperio invadidas por el parasitismo se fueron
convirtiendo como lo explica Chaunu en “ciudades cancerosas,
glotonas, insaciables, de crecimiento anárquico, destructoras del
tejido ambiental, que se expanden más allá de las condiciones que
las hicieron nacer y desarrollarse”[16]. Dicho de otra manera,
la ciudad ordenadora se fue sumergiendo en el desorden, la eficacia
urbana (la ciudad como mecanismo de control y explotación de su
periferia) fue derivando en ineficacia parasitaria lo que desordenaba
al sistema en su conjunto, lo que exigía expandir, hacer más
complejas las estructuras de control aumentando así su ineficacia
general, etc., etc., el círculo vicioso de la decadencia se expandió
de manera irresistible.
Al trasladarnos al mundo moderno
observamos como, según lo señala Fieldhouse, “la proporción
de la superficie terrestre terrestre ocupada de hecho por europeos,
ya todavía bajo control europeo directo como colonias, ya como
antiguas colonias, era del 35 % en 1800, del 67 % en en 1878 y del
84,4 % en 1914. Entre 1800 y 1878 la media de la expansión
imperialista fue de 560 mil Km2 al año” [17]. Lo que a partir
de fines del siglo XV se había extendido en zonas costeras de
América, África y Asia sumado a espacios territoriales más vastos
se convirtió en una embestida arrolladora en el siglo XIX. Grandes
espacios interiores de esos continentes fueron ocupados y comenzaron
a ser explotados, en algunos casos sometiendo a las poblaciones
originarias, destruyendo sus culturas y en otros exterminándolas, a
todo eso se lo denominó progreso, victoria de la civilización,
etapa inevitable del desarrollo de las fuerzas productivas del
capitalismo amalgamando así las imágenes del cambio positivo y del
genocidio, del bien como objetivo superior junto al crimen como daño
de menor importancia histórica. Las víctimas aparecían como seres
inferiores (subhombres, Untermenschen) destinados a ser
civilizados (superexplotados) o exterminados, dualidad cultural que
anticipaba el doble discurso nazi, su doble imagen: la bella estética
del desfile de las juventudes arias junto a la estética siniestra de
los campos de concentración. El capitalismo ascendente del siglo
XIX, desde su base europea, que se autorefrenciaba como civilización
portadora de la historia universal, del maravilloso destino del
mundo, completaba la faena iniciada varios siglos atrás.
El proceso de ocupación casi total
del planeta, del espacio territorial posible coincidió con lo que
Polanyi llamó “la paz de cien años” (entre el fin de las
guerras napoleónicas en 1815 y el comienzo de la Primera Guerra
Mundial en 1914) al interior del espacio europeo solo enturbiado por
pequeños conflictos o de muy corta duración[18]. El fin victorioso
del expansionismo europeo, entre fines del siglo XIX y comienzos del
siglo XX, convergió con el comienzo de una súper crisis, con una
guerra intestina que marcó hacia 1914 el comienzo de la decadencia.
A partir de allí se sucedieron en el
espacio occidental recesiones, hiperinflaciones, la guerra civil
española, los ascensos fascistas, la Segunda Guerra Mundial y la
derrota del fascismo, la prosperidad occidental y de Japón durante
algo menos de tres décadas hasta llegar a la crisis de los años
1970 con la crisis energética y la estanflación. Mientras tanto
desde 1917 el espacio de dominación territorial de Occidente se fue
retrayendo al mismo tiempo que la guerra fría, la militarización y
la saturación de la ola consumista generaban en su seno las
condiciones para la emergencia de la hipertrofia financiera como
centro de una expansión parasitaria sin precedentes.
Es posible argumentar que la etapa
colonial extensiva sentó las bases de una posterior explotación más
intensiva de lo conquistado y que las turbulencias del siglo XX
permitieron digerir lo conquistado atravesando un recorrido complejo
que incluyó grandes pérdidas territoriales, pero que al final de
ese siglo la URSS y su área de influencia habían desaparecido dando
lugar a grandes reconversiones capitalistas y que China había
ingresado al sistema global del capitalismo aportando entre otras
cosas unos 230 millones de obreros industriales baratos. Sin embargo
esa incorporación no permitió superar la decadencia occidental,
seguramente la agravó, tanto Estados Unidos como Europa y Japón
sobrevivieron al ritmo de burbujas financieras para finalmente luego
de 2008 ingresar en una etapa de crecimientos económicos anémicos,
deterioros institucionales y degradaciones de vastos sectores
sociales donde las burguesías dominantes han devenido
lumpenburguesías y donde el aparato militar del amo estadounidense
(Guerra de Cuarta Generación mediante) se ha convertido en un
parásito cada vez más sofisticado desde el punto de vista
tecnológico y cada vez más costoso e ineficaz en el que el
mercenario va reemplazando al ciudadano-soldado (notable paralelo con
la decadencia romana).
Debajo de la llamada recuperación
territorial del capitalismo se reproduce agravándose la degradación
general del sistema. Tendencias pesadas, sobredeterminantes, imponen
la declinación.
Una de ellas es la declinación
tendencial plurisecular de la tasa de ganancia que se fue
manifestando a lo largo del siglo XX para llegar más recientemente a
una suerte de piso provisorio muy bajo, que probablemente este
anunciando una futura caída catastrófica (numerosos indicadores
financieros, energéticos, laborales, de demanda, etc. así lo
indican) lo que confirma una de las hipótesis decisivas de Marx
(Gráficos 1, 2 y 3).
Tasas bajas que impulsan al mismo
tiempo el enfriamiento en las inversiones productivas, la expansión
de los negocios financieros parasitando sobre la actividad económica
general y la declinación tendencial de la tasa de crecimiento de la
economía global, personajes claves del establisment como Larry
Summers vienen anunciando desde hace casi un lustro el ingreso a un
prolongado período de estancamiento con centro en la declinación de
la economía de los Estados Unidos[19] (Gráfico 4).
La decadencia promueve el parasitismo
que a su vez exacerba la decadencia y ya hemos ingresado en la etapa
en que el parasitismo financiero decae porque su víctima productiva
se acerca al estancamiento, a fines de 2013 los negocios globales con
productos financieros derivados representaban 9,3 veces el Producto
Bruto Global, a fines de 2015 habían caído a 6,6 veces
manteniéndose aproximadamente en ese nivel hasta la actualidad[20].
La contracción no apacigua al parásito, por el contrario exacerba
sus peores inclinaciones: el canibalismo financiero, las operaciones
mafiosas, los golpes de mano, los saqueos, las aventuras delirantes
van cubriendo un clima de negocios cada vez más enrarecido. No se
trata de una enfermedad limitada a la cúpula del sistema sino
abarcando a la totalidad de las sociedades llamadas de alto
desarrollo, donde se agrava la fragmentación social, se deterioran
las instituciones, se extienden las irrupciones neofascistas.
La tan publicitada globalización
comercial, maravilla neoliberal que se expandía quebrando tejidos
sociales y acumulando desocupación y pobreza llegó a su máximo en
2008 cuando las exportaciones representaban el el 30,7 % del Producto
Bruto Global (en 1963 llegaban al 11,7 %), entonces dejó de crecer e
inició el camino descendente (Gráfico 5).
Además se va cumpliendo otro de los
pronósticos de Marx, el de la polarización creciente del sistema
entre una minoría cada vez más pequeña y más rica y una masa
global, el proletariado y semiproletariado del siglo XXI, cada vez
más paupérrima. Los años de la prosperidad keynesiana vieron
proliferar la ilusión del fin del pronóstico marxista, incluso al
comenzar el siglo XXI organismos internacionales y expertos
mediáticos anunciaban una marea de nuevas clases medias en la
periferia que hacia 2020-2030 alentaría un gran salto industrial
global apoyado en el futuro consumismo. Pero la llegada de la crisis
de 2008 marcó el fin de esa fantasía, la concentración global de
ingresos avanza incontenible no solo en la periferia sino también en
los capitalismos centrales, la miseria de masas se extiende[21]
(Gráfico 6).
Neofascismo.
Al igual que el fascismo clásico el
neofascismo significa la radicalización de la explotación de
recursos humanos y naturales, aunque el primero no tuvo el nivel
despliegue planetario y la capacidad tecnológica del segundo. En
ambos casos se trata de un gran salto cualitativo de la dinámica de
explotación-opresión del capitalismo triturando libertades
democráticas, garantías sociales de las clases bajas, identidades
culturales, etc. Todavía seguimos impactados por las atrocidades
pasadas del fascismo sin darnos cuenta muchas veces de la carga de
barbarie, mucho mayor, de la que es portador el neofascismo. Los
grandes genocidios del siglo XX se opacan ante las consecuencias
posibles de la devastación neofascista en curso protagonizada por el
Imperio y sus aliados.
Es necesario profundizar el análisis
del fenómeno, detectar sus principales características, algunas
constataciones pueden servirnos para ello.
Primera constatación: del
rompecabeas ideológico fascista al pensamiento confuso neofascista.
El viejo fascismo no escondía su
nombre y la mundialización del capitalismo bajo la forma de cultura
occidental[22] extendió desde sus bases europeas lo que aparecía
según sus propagandistas como una mezcla de renovación vivificante
de la modernidad y de restablecimiento del orden conservador y
autoritario corrompido por el liberalismo y amenazado de muerte por
el comunismo. El rechazo a la democracia burguesa, desde su forma
monárquica constitucional hasta el elitismo republicano le servían
en Europa como caballito de batalla para descalificar toda forma de
democracia, de ese modo recogían las críticas populares de
izquierda ante la estafa a la democracia realizada por las clases
dominantes y las introducían en la mochila autoritaria.
Los fascismos italiano, alemán o
español encontraron partidarios en las élites periféricas. En
1936 nacieron las Falanges Libanesas, en 1937 aparecía la Falange
Socialista Boliviana ambas formadas por admiradores del falangismo
español y del fascismo mussoliniano, en los años 1930 gobernó El
Salvador el dictador Martinez, un general admirador de Hitler aunque
administrando un país económicamente dependiente de los Estados
Unidos[23], ya señalé la fuerte influencia del fascismo italiano en
el golpe militar de 1930 en Argentina a lo que hay que agregar entre
otras cosas las relaciones amistosas (sobre todo en la esfera
militar) de la presidencia del general Agustín P. Justo (entre 1932
y 1938) con Alemania e Italia y bajo la influencia del Gran Mufti de
Jerusalem se formó en 1941 la Legión Árabe Libre como parte del
ejército alemán[24]
A partir de un pragmatismo muy audaz
el fascismo clásico consiguió armar un rompezabezas ideológico
relativamente sólido, lo fundó no solo gracias a la
inescrupulosidad de sus dirigentes sino también contando con
ideólogos de peso como Oswald Spengler o Martin Heidegger en
Alemania o Tommaso Marinetti y Gabrielle d'Annunzio en Italia.
Consiguió ubicar en un espacio común a variantes más o menos
distanciadas de las estructuras religiosas cristianas, católicas o
protestantes, hasta otras ultra-católicas como la española.
El neofascismo es mucho más
pragmático, no rechaza a la democracia burguesa sino que trata de
mimetizarse en ella, asumiéndola demagógicamente para colocarla al
servicio de sus banderas racistas y autoritarias, el gobierno de
Letonia, por ejemplo, no encuentra incoherente adherir a los
postulados democrático liberales de la Unión Europea de la que
forma parte con la realización el desfile anual en Riga de los
veteranos de las Waffen SS integrante del ejército nazi aleman
(tampoco la Unión Europea se alarma por esos hechos)[25]. Rusofobia,
bien vista por la OTAN, persecución a la población rusoparlante,
nostalgias nazis y formalismo democrático.
Tampoco en Polonia, también miembro
de la Unión Europea, parecen producirse graves problemas ante la
existencia de un gobierno neofascista, la rusofobia más extrema y la
adhesión a las reglas europeas en materia de derechos humanos e
institucionalidad democrática. En Francia el Frente Nacional adapta
sus orígenes fascistas a los nuevos tiempos, acentúa su xenofobia,
su agresividad anti-islámica, anuda lazos con la extrema derecha de
Estados Unidos pero busca suavizar (maquillar con colores
republicanos) su imagen extremista a nivel local[26]. En todos esos
casos el antiguo antisemitismo es colocado debajo de la alfombra o
tirado al basurero (mientras se observa con simpatía la cruzada
antiislámica de Benjamin Netanyahu), la obsoleta demagogia “social”
de Mussolini es remplazada por la de las instituciones democráticas.
En América Latina podemos encontrar
similar acatamiento formal a las reglas de la democracia
representativa en regímenes dictatoriales y protodictatoriales como
en Honduras, Brasil, Argentina, México o Paraguay, en algunos casos
apoyados en la histeria neofascista de las clases medias. En varios
de esos gobiernos autoritarios se codean viejos fascistas antisemitas
con sionistas, resultado de curiosas convergencias de generaciones
diferentes. La amplitud neofascista no se detiene en las puertas del
imperio donde Donald Trump agrupa al racismo blanco de las clases
bajas (donde se nota un cierto tufillo a Ku Klux Klan), persigue a
los inmigrantes y estrecha su amistad con la ultraderecha gobernante
en Israel. Tampoco lo hace cuando se trata de realizar operaciones en
la periferia promoviendo por ejemplo al Estado Islámico en Medio
Oriente buscando destruir Siria y acorralar a Irán. Aunque en este
caso no deberíamos limitarnos al aspecto conspirativo del tema ya
que la maniobra se apoya en mercenarios pero también en fuerzas
sociales concretas de la región. La decadencia o desaparición de
los viejos nacionalismos postcoloniales (nasserismo, kadafismo,
nacionalismo argelino) en un contexto de agravación de la crisis ha
dado pié a la emergencia de una suerte de naofascismo islámista,
tradicionalista al extremo en materia religiosa (que como otros
tradicionalismos religiosos extremistas deforma de manera delirante
la historia religiosa). Se extiende así, de manera bizarra, el
espacio neofascista global que entre otras características tiene la
de no tener ideólogos de peso, no los necesita, ni le interesa
tenerlos. Su diseño pragmático se corresponde con un grado mucho
mayor de degradación civilizacional que en el caso del fascismo
clásico. Aquí ya no hay rompecabezas ideológico a organizar, la
nueva barbarie no busca encuadrar ideológicamente poblaciones,
disciplinarlas culturalmente, militarizarlas, sino introducirlas en
una suerte de dualidad caótica, con un polo dominante saqueador,
superexplotador, socialmente restringido y grandes masas humanas
marginadas. Heidegger está de más, bienvenidos los manipuladores
mediáticos, los magos de la posverdad inyectada en las redes
sociales, los exitosos del inmediatismo nihilista.
Segunda constatación: del fascismo
industrial al neofascismo financiero.
El fascismo emergió de las crisis del
capitalismo liberal europeo en cuya cima se encontraba la Haute
Finance señalada por Polanyi, imperialista, es decir como lo
enseñaba Lenin dominado por el capital financiero. Sin embargo ese
tipo de dominación, para expresarlo en términos gramscianos, no se
había convertido en hegemonía, la cultura financiera no era todavía
la cultura de la totalidad del mundo burgués, su control era
ejercido sin que su veneno ideológico haya invadido completamente al
cuerpo productivo donde predominaba la industria, la modernidad aún
tenía alma industrial.
De manera acertada Jeffrey Herf
caracteriza al nazismo como modernismo reaccionario, como aceptación
e incluso exacerbación de las innovaciones tecnológicas combinada
con el rechazo al legado de la Revolución Francesa, principalmente
sus aspectos democráticos, igualitarios[27]. De ese modo el autor
desautoriza la presentación del hitlerismo como simple oscurantismo,
como retroceso a una suerte de medievalismo troglodita. Aunque Herf
lo señala como especificidad alemana, sin embargo el fascismo
italiano e incluso el franquismo y su fundamentalismo católico
ultramontano podrían ser caracterizados de la misma manera.
Albert Speer, que fue ministro de
armamento y guerra de Hitler, trató de justificarse durante los
Juicios Nuremberg y luego en sus memorias señalando que “los
criminales sucesos de aquellos años no solo fueron el fruto de la
personalidad de Hitler. El alcance de los crímenes tamnién se debió
al hecho de que Hitler fue el primero capaz de emplear los
instrumentos tecnológicos para multiplicar el crimen, a mayor
tecnología mayor es el peligro”[28]. La culpabilización de la
tecnología lleva a otorgarle un alto nivel de autonomía respecto de
las decisiones humanas, se trata de una suerte de fetichismo
tecnológico que cumple un papel decisivo en la cultura moderna.
En el imaginario modernista de
comienzos del siglo XX tecnología era casi equivalente a tecnología
industrial, con sus máquinas cada vez más eficaces, con grandes
organizaciones estatales o privadas, civiles o militares, intentando
funcionar a la perfección imitando a las máquinas visualizadas como
paradigma superior del progreso. El paraiso autoritario aparecía
como una gran maquina humana obedeciendo mecánicamente a quienes la
manejan. El fascismo clásico puede ser entonces presentado como
expresión autoritaria de la modernidad industrial durante las
primeras décadas de la decadencia, no es exagerado hablar entonces
de fascismo industrial.
A diferencia de ello el neofascismo
emerge mucho tiempo después, arrastrando viejas historias pero
inserto en un universo capitalista completamente financierizado,
donde las innovaciones tecnológicas de la industria, la agricultura
o la minería forman parte de una dinámica general de negocios en la
que prevalece la cultura financiera, sus ritmos, su reproducción
parasitaria. Donde la urbanización degenera en caos, donde la
fragmentación social y la transnacionalización han quebrado
integraciones nacionales y articulaciones estatales. Con tasas de
ganancias productivas tendencialmente a la baja y tasas de
crecimiento económico anémicas en los capitalismos dominantes
tradicionales y desacelerándose en China. La hegemonía parasitaria
en el área central histórica del capitalismo global capturando de
manera irregular a vastas zonas periféricas se corresponde con una
etapa muy avanzada de la decadencia sistémica, su imagen financiera,
es decir no productiva, mafiosa, volatil, aventurera define la
identidad neofascista.
Tercera constatación: el
neofascismo como ruptura del metabolismo humanidad-naturaleza.
Anticipado por Marx (que recogía
estudios avanzados de su época como los de Liebig), aunque sin
ocupar un lugar central en su obra, el fenómeno de ruptura del
equilibrio entre la reproducción social y la de la naturaleza
termina por ser realidad en el siglo XXI. La devastación del medio
ambiente, el agotamiento de recursos naturales, forman ahora parte de
la dinámica del capitalismo. Las avalanchas de la agricultura
transgénica, de la minería a cielo abierto, de la hipertrófia y
polución urbanas son algunas, y decisivas, manifestaciones de un
proceso cuya magnitud amenaza con restringir de manera significativa
las condiciones de la existencia humana en el planeta. La
superexplotación de recursos energéticos, por ejemplo, ha conducido
a una rápida reducción de las reservas petroleras con reemplazos
insuficientes a la vista lo que llevará a una dramática degradación
de las actividades económicas y sociales en general.
Una de la características de las
tendencias neofascistas es su rechazo a las llamadas “tonterías
ecológicas” que desalentarían las inversiones perjudicando el
desarrollo empresario. No se trata de un capricho autoritario sino de
la expresión de la necesidad profunda del gran capitalismo de
rentabilizar sus negocios en una era donde las bajas tasas de
ganancias productivas los obligan no solo a practicar el canibalismo
financiero sino también a reducir costos y tiempos saqueando
recursos naturales.
Estados Unidos y su gobierno están a
la vanguardia del proceso destructivo global[29], el abandono del
Acuerdo de París sobre cambio climático en nombre del empleo y el
desarrollo industrial aparecen como una medida demagógica
nacionalista de Donald Trump que responde a las presiones de los
grandes grupos económicos de los Estados Unidos cuyo único objetivo
es aumentar sus ganancias destruyendo a su paso todos los obstáculos
ecológicos que se les presenten.
El aspecto financiero del neofascismo
converge con sus practicas devastadoras de la naturaleza, de
articulaciones sociales y de supervivencias culturales cuya
interacción metabólica comienza a fracturarse a comienzos del siglo
XXI.
Cuarta constatación: el carácter
occidental-imperialista del neofascismo sobredetermina a sus
manifestaciones ideológicas parciales.
Existió un discurso fascista, con sus
variantes nacionales, regionales, religiosas o poniendo a la religión
en un segundo plano, más allá de sus mezclas oportunistas,
exhibiendo un conjunto de paradigmas, estilos y hasta escenografías
que le otorgaban una cierta identidad universal: las camisas pardas
en Alemania, las negras en Italia, azules en las falanges españolas
o en los lancieris rumanos, la camisas blancas de la falange
boliviana uniformaban a fuerzas militarizadas que ejercían la
violencia contra la población civil.
Es muy difícil encontrar algo
parecido en el neofascismo, su carácter universal viene dado por la
intervención del imperio global estadounidense y no por
escenografías o discursos comunes. Se trata de una ola reaccionaria
de configuración variable, en Europa predomina el discurso racista
contra los pueblos periféricos, xenofobia propagada en sociedades
afectadas por el envejecimiento demográfico y la pérdida de
dinamismo económico (tiene el aspecto de un neofascismo defensivo),
en América Latina moviliza principalmente a clases altas y medias
contra los pobres, donde se combina según los casos racismo y
segregación social internos, en Estados Unidos uno de los baluartes
de la victoria de Trump fueron las clases bajas blancas decadentes
dominadas por el resentimiento social y la xenofobia, pero en Medio
Oriente una fuerza de choque decisiva fue el ultraislamismo del
Estado Islámico, Al Qaeda y otras organizaciones “antioccidentales”
financiadas y entrenadas por Occidente nutriéndose de bases sociales
políticamente a la deriva desencantadas de la modernización. El
objetivo imperial no es regimentar sino controlar estratégicamente
poblaciones caotizadas o apáticas, acorralar y si es posible
destruir estados rivales o fuera de control. Sobredeterminación
imperialista que por su dimensión planetaria, su presentación
ideológicamente confusa y su impacto devastador no debería ser
visto como como locura del polo dominante mundial sino como resultado
decadente mucho más amplio de la reproducción ampliada negativa de
la civilización burguesa que abandona completamente sus mitos
progresistas para sumergirse en el nihilismo. Es un fenómeno que se
expresa a través de indicadores productivos, tecnológicos,
financieros, ambientales, demográficos, urbanos y otros que integran
un proceso más vasto donde también aparecen la agonía de la
racionalidad, el pesimismo social, el descrédito de la solidaridad.
Luces y sombras
El fascismo aparentaba ser una
avalancha imparable, así lo creyó por ejemplo Stefan Zweig,
escritor de gran popularidad internacional entre las dos guerras
mundiales, austríaco representativo de la alta burguesía liberal
nunca pudo reponerse del shock causado por la llegada de la barbarie
nazi. Marchó al exilio y terminó suicidándose en Brasil en 1942,
tres años antes del derrumbe nazi. Murió creyendo en la victoria
universal del nazismo, el mundo que el añoraba, el del capitalismo
liberal europeista, no volvería más, "no somos sino
fantasmas o recuerdos" señaló acerca de su universo
desaparecido que el reconocía plagado de injusticias pero también
de posibilidades de superación. Así lo describió en su obra
póstuma: “El Mundo de ayer” que curiosamente termina tal vez
contradiciendo su pesimismo: “El sol brillaba con plenitud y
fuerza. Mientras regresaba a casa, de pronto observé mi sombra ante
mí, del mismo modo que veía la sombra de la otra guerra detrás de
la actual. Durante todo ese tiempo, aquella sombra ya no se apartó
de mí; se cernía sobre mis pensamientos noche y día. Pero toda
sombra es, al fin y al cabo, hija de la luz”[30]. Pero también
madre de la luz sería necesario agregar, de una luz diferente,
nueva. La catástrofe nazi (su emergencia y derrumbe final)
significó, engendró como reacción, el despliegue de fuerzas
sociales regeneradoras de dimensiones nunca antes vistas. El fin de
la Segunda Guerra Mundial abrió las puertas al socialismo en el
centro-este europeo, a la revolución china, a las grandes
descoloniazciones en la periferia, obligando a las burguesías de los
países centrales a ceder en sus propios territorios ante las
demandas de sus trabajadores, allí no regresó el viejo capitalismo
liberal sino que se instaló la adaptación keynesiana. Eso era
impensable por ejemplo hacia 1940 para quienes con criterio
“realista” observaban las fuerzas en presencia, incapaces de
percibir la dinámica profunda del mundo, el devenir posible que
incluía entre sus alternativas el despertar de grandes masas humanas
subestimadas buscando superar un sistema decadente.
El desafío neofascista es muy
superior al que representó el fascismo, su capacidad letal es mucho
más grande, sus víctimas potenciales ya no se cuentan en decenas de
millones sino en el mejor de los casos en centenas de millones, su
reproducción devastadora amenaza la vida en el planeta. El coloso
imperial dispone de la mayor maquinaria de guerra que jamás ha
conocido la humanidad, su desarrollo comunicacional le permite atacar
en cualquier lugar del mundo. Sin embargo su naturaleza parasitaria,
el alejamiento psicológico de su élite respecto de la realidad
paralelo a su financierización, la corrupción que la atrapa, su
inmediatismo desenfrenado, lo conducen hacia derrotas o
empantanamientos sorprendentes como los que ha sufrido en Siria y
Afganistán o en sus tentativa de domesticación de Rusia y China,
como parte de su estrategia fracasada de control de Eurasia. O que el
caso latinoamericano lo han llevado a instaurar regímenes
autoritarios sumamente frágiles como en Brasil o Argentina.
El Imperio se degrada empujado por sus
estrategias de recomposición, respuestas salvajes que al intentar
imponer una reproducción devastadora que niega estratégicamente la
supervivencia de la mayor parte de la humanidad crea las condiciones
de su caída. Si no hace nada se sigue hundiendo, las tasas de
ganancia corporativas caen, los tejidos productivos se debilitan,
pero si hace lo que le dictan sus intereses concretos se hunde mucho
más.
Cuando Hitler asumió como Canciller
del Reich, Carl Schmitt, uno de los más destacados ideólogos del
nazismo, declaró: “Hoy, 30 de enero de 1933, es posible afirmar
que Hegel ha muerto”[31], es decir la Razón como fundamento de
la civilización burguesa, la apuesta a una visión racional,
científica, de la historia humana, de su desarrollo presente y
futuro. Pero la reconfiguración ideológica nazi duro poco, Hegel
empezaba a sufrir sus primeros achaques pero siguió con vida
sobreviviendo a ese primer momento de descomposición civilizacional
cuyo final fue simbolizado por el soldado soviético colocando la
bandera roja en lo alto del Reichstagg el 2 de Mayo de 1945. No solo
Hegel seguía vivo sino que también otro aleman: Carlos Marx,
aparecía en la escena anunciando su victoria.
Nos encontramos ahora sumergidos en
una decadencia mucho más profunda y extendida que la de los años
1920-1930 amenazando convertirse en un proceso de autodestrucción de
alcance planetario, además según afirma una multitud de
comunicadores y académicos la ilusión postcapitalista del siglo XX
ha sido enterrada, Marx ha muerto. Pero ocurre que los amos del mundo
y sus seguidores no son los únicos protagonistas de esta historia,
la humanidad sufriente abrumadoramente mayoritaria también existe,
tiene memoria y capacidad de rebeldía (y la ejerce), la cúpula del
Capitolio en Washington es un buen lugar para que en el futuro, el
fin de los devastadores culmine con la colocación de una bandera
liberadora y con la sonrisa burlona de Marx anunciando que su
defunción no era más que una posverdad propagada por el Imperio.
La imagen de la bandera sobre el
Capitolio me genera algunos interogantes... ¿como será esa
bandera?, ¿sera roja, será una wiphala, tal vez una todavía no
creada?… ¿quien la portará?, ¿un estadounidense, un chino, un
francés, un mexicano, un egipcio, un peruano?. En el caso de
Berlín-1945 la cosa estaba clara: tenía que ser inevitablemente un
soviético levantado la bandera roja, pero ahora la multiplicidad de
ofensivas imperiales y de resistencias, de desquicios económicos,
sociales y ambientales periféricos pero también en el centro del
mundo, el caos global de deslocalizaciones industriales y estafas
financieras, me hacen pensar que el portador de la bandera puede ser
cualquiera de ellos u otros y que la bandera será el resultado de la
creación de una humanidad rebelde. En su última etapa declinante,
la civilización burguesa ha devenido completamente universal, la
densidad de las intercomunicaciones globales, la transnacionalización
de la economía han ido desdibujando especificidades, creando nuevas
formas de pluralismo de lo real, rehabilitando memorias olvidadas, en
suma, haciendo posible la superación global del sistema.
Notas:
Este texto tiene como disparador la
ponencia “Conciencia socialista y crisis de la civilización
burguesa” presentada en la Mesa Redonda 1979 – Las fuerzas
subjetivas del socialismo – Međunarodna Tribina Socijalizma u
Svetu, Cavtat- Jugoslavija, 1979.
[1] Anouar Abdel Malek, “Political
Islam”, Round Table 1978 “Socialism and the Developming
Countries”, Socialism in The World, Cavtat 1978, Number 11,
Yugoslavia.
[2] Renzo De Felice, “Comprendre le
fascisme”, Editions Seghers, Paris, 1975.
[3] Citado por Pierre Ayçoberry en
“La question nazie. Les interpetations du national-socialisme”,
p.19. Éditions du Seuil, Paris, 1979.
[4] Citado por Edmond Vermeil,
“Doctrinaires de la revolution allemande”, p. 64. Fernand Sarlot
éditeur, Paris, 1939.
[5] Carta de Horkheimer a Leo
Lowenthal, citada por Martin Jay, “The Dialectical Imagination. A
History of the Frankfurt School and the Institute of Social Research
1923-1950”, p. 278, Heinemann London, 1973.
[6] Hermann Rauschning, “La
révolution du nihilisme”, Gallimard, Paris, 1980.
[7] Daniel Jonah Goldhagen, “Los
verdugos voluntarios de Hitler. Los alemanes corrientes y el
Holocausto”, Taurus Pensamiento, Madrid, 1998.
[8] Pierre Ayçcoberry, op. cit.
[9] Zeev Sternhell, “La droite
revolutionaire. Les origines françaises du fascisme, 1885-1914”.
Editions du Seuil, Paris, 1978..
[10] Karl Polanyi, “La gran
transformación”, Fondo de Cultura Económica, Argentina, 2007.
[11] Domenico Losurdo, “Guerra
preventiva, americanismo e antiamericanismo”, en Giuseppe
Prestipino (a cargo de), Guerra e pace, Istituto Italiano per
gli Studi Filosofici- La Cittá del Sole, Napoli, 2004.
[12] Domenico Losurdo, op. cit.
[13] En realidad la demolición no fue
tan profunda como lo presentaban las apariencias, el viejo aparato
golpeado y en parte eliminado pudo atravesar la tempestad de los años
1990, renovarse ideológicamente, desalojar a los neoliberales,
recomponer el complejo industrial-militar y el sistema de
inteligencia y dar a luz una nueva era nacionalista encabezada por
Vladimir Putin.
[14] Pierre Chaunu, “Histoire et
décadence”, Perrin, Paris, 1981.
[15] Citado en Fernandez Urbiña J.,
"La crisis del siglo III y el fin del mundo antiguo",
Akal/Universitaria, Madrid, 1982.
[16] Pierre Chaunu, op. cit.
[17] David Fieldhouse, “Economía e
imperio. La expansión de Europa (1830-1914)”, Siglo XXI editores,
México 1990.
[18] “El siglo XIX produjo un
fenómeno desconocido en los anales de la civlización occidental,
una paz de cien años de 1815 a 1914. Aparte de la Guerra de Crimea,
un evento más o menos colonial, Inglaterra, Francia, Prusia,
Austria, Italia y Rusia solo guerrearon entre si 18 meses. Un cálculo
de cifras comparables para los dos siglos precedentes nos da un
promedio de 60 a 70 años de grandes guerras en cada uno”. Karl
Polanyi, op. cit.
[19] Larry Summers, “IMF Fourteenth
Annual Research Conference in Honor of Stanley Fischer”,
Washington, DC - November 8, 2013.
[20] Fuentes: FMI y Banco de Pagos
Internacionales.
[21] egún un reciente informe de
OXFAM: “El 82 % de la riqueza generada (en 2017) fue acaparada por
el 1% más rico de la población global mientras que 3,7 mil
millones de personas que constituyen la mitad más pobre de la
población del planeta no incrementaron su riqueza”, OXFAM,
“Richest 1 percent bagged 82 percent of wealth created last year -
poorest half of humanity got nothing”, January 2018, www.oxfam.org.
[22] La “cultura occidental” debe
ser entendida como forma imperialista que se fue forjando a través
de un doble proceso de “normalización” interna (destrucción de
las culturas populares, del colectivismo campesino, etc. y de los
posteriores aplastamientos de las protestas e insurrecciones obreras)
y del genocidio colonial. En ese sentido la emancipación europea
(sobre todo del centro y del oeste) podría ser visualizada como
des-occidentalización.
[23] En 1938 nombró como Director de
la Escuela Militar a Eberhardt Bohnstedt, general Wehrmacht aunque al
estallar la guerra mundial la presión estadounidense lo obligó a
cambiar de bando.
[24] Curiosidades de los nuevos
tiempos neofascistas, recientemente el primer ministro nada menos que
de Israel, Benjamin Netanyahu, trató de reducir la culpabilidad
genocida de Hitler lanzando la tesis de que el Holocausto no figuraba
entre la intenciones del Furer sino que el exterminio de judios
habría sido aconsejado por el Mufti y que el influenciable Hitler
habría seguido al pie de la letra esos consejos. De ese modo la
derecha sionista llega hasta las últimas consecuencias de su
brutalidad ideológica buscando mejorar la imagen hitleriana.
“Netanyahu dice que fue el muftí de Jerusalén quien sugirió a
Hitler el Holocausto. Aluvión de críticas al primer ministro por
sus polémicas declaraciones sobre el exterminio nazi, muchas desde
el interior de Israel”, ABC Internacional, 31/05/2016.
[25] “La formación letona de la
Waffen-SS fue creada en 1943 y estuvo integrada por 150.000 hombres
que se enrolaron en las filas fascistas de manera voluntaria. Entre
algunas de las atrocidades que cometieron destaca la extinción casi
total de la población judía del país”. RT, “Marcha de
veteranos de las Waffen SS en Riga”, 16 de marzo de 2014.
[26] "En el congreso del Frente
Nacional en Lille este domingo (11 de marzo de 2018) Marine Le Pen,
elegida por tercera vez presidenta del partido xenófobo y
antiinmigrantes propuso cambiar de nombre al partido. Quiere
rebautizarlo como “Rassemblement National”. La llama del logo,
que es un calco del logo del neofascismo italiano del Movimiento
Social Italiano (MSI), será conservada. Entre los invitados estaba
Steve Bannon, ex asesor de Donald Trump, que dijo a los militantes
que “la historia está de nuestro lado y nos va a llevar a la
victoria”. El “rebranding¨ es una necesidad después de que el
FN perdió su liderazgo en la encuestas". María Laura Abignolo,
"El xenófobo Frente Nacional francés cambia de nombre y
destituye a su fundador", 11/03/2018 , Clarín , Buenos Aires.
[27] Jeffrey Herf, “El modernismo
reaccionario. Tecnología, política y cultura en Weimar y el Tercer
Reich”, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 1993.
[28] Albert Speer, “Inside the Third
Reich”, Macmillan, New York, 1970.
[29] Michael Greshko, , Laura Parker,
and Brian Clark Howard, "A Running List of How Trump Is
Changing the Environment, National Geographic, March 23, 2018,
https://news.nationalgeographic.com/2017/03/how-trump-is-changing-science-environment/
[30] Stefan Zweig, “El mundo de
ayer. Acantilado, Barcelona 2002.
[31] Pierre Ayçoberry, op.cit.
Gran artículo. En las altas esferas todo es lo mismo. En nada se diferencia una república de una democracia a un fascismo. Siempre manda el estado profundo hasta que se hace visible como en Rusia, Turquia, China... Muchos medios internaionales claman que hezpaña es una dictadura de facto. Técnicamente el país se rige igual, con los mismos poderes que emplean los mismos métodos para tratar los mismos indicadores de las mismas instituciones.
ResponderEliminarLa diferencia de matiz ente capitalismo de estado o de empresa no es suficiente para diferenciarlos, ya que vemos que los unos tienden a los otros. Los ejemplos son el Capitalismo subencionado del PCChino y de EEUU. Los dos hacen lo mismo.
Salud!