23 abril, 2024

Por qué el ascenso del fascismo vuelve a ser el tema — John Pilger


Hace nueve años, John Pilger denunciaba y advertía... 



COUNTER CURRENTS.ORG – 26/02/2015

   Traducción del inglés: Arrezafe


El reciente septuagésimo aniversario de la liberación de Auschwitz ha sido un recordatorio del gran crimen fascista, cuya iconografía nazi quedó impresa en nuestras conciencias. El fascismo se preserva como historia, como parpadeo de imágenes de camisas negras, de paso de ganso, de su nítida y terrible criminalidad. Sin embargo, en las mismas sociedades liberales, sus élites, que arteramente nos instan a no olvidar nunca, suprimen la evidencia del creciente peligro de una moderna especie de fascismo: su fascismo.


"Iniciar una guerra de agresión –sentenciaron los jueces del Tribunal de Nuremberg en 1946– no es sólo un crimen internacional, es el supremo crimen internacional, y sólo difiere de otros crímenes de guerra por el hecho de que concentra en sí mismo el mal de todos los demás".


Si los nazis no hubieran invadido Europa, Auschwitz y el Holocausto no habrían tenido lugar. Si los Estados Unidos y sus satélites no hubieran iniciado su guerra contra Irak en 2003, casi un millón de personas estarían vivas hoy en día, y el Estado islámico, o ISIS, no nos golpearía con su salvajismo. Ellos son la progenie del fascismo moderno, destetada por las bombas, bañada en la sangre y las mentiras de ese teatro surrealista conocido como noticias.


Al igual que el fascismo de los años 1930 y 1940, las grandes mentiras se difunden con precisión de metrónomo gracias a unos omnipresentes y repetitivos medios, y a una virulenta censura por omisión. Tómese la catástrofe de Libia.


En 2011, la OTAN lanzó 9700 "incursiones punitivas" contra Libia, de las cuales más de un tercio estaban dirigidas a objetivos civiles. Se utilizaron ojivas de uranio, las ciudades de Misurata y Sirte fueron alfombradas de bombardeos. La Cruz Roja identificó fosas comunes y Unicef informó que "la mayoría [de los niños asesinados] no cumplían diez años".


La sodomización pública del presidente libio Muammar Gaddafi mediante una bayoneta "rebelde" fue recibida por la entonces secretaria de estado estadounidense, Hillary Clinton, con una infame sentencia: "Vinimos, vimos, murió." El asesinato de Gaddafi, así como la destrucción de su país, se justificó con una gran y ya familiar mentira: que Gaddafi estaba planeando un "genocidio" contra su propio pueblo. "Sabíamos que... si esperábamos un día más –dijo el presidente Obama–, Benghazi, una ciudad del tamaño de Charlotte, podría sufrir una masacre que habría repercutido en toda la región y manchado la conciencia del mundo".


Ese fue un infundio urdido por las milicias islamistas que, ansiosos por derrotar a las fuerzas gubernamentales libias, dijeron a Reuters que sería "un verdadero baño de sangre, una masacre como la que vimos en Ruanda". Esta patraña, difundida el 14 de marzo de 2011, proporcionó la chispa inicial del infierno desatado por la OTAN, descrito por David Cameron como una "intervención humanitaria".


Secretamente abastecido y entrenado por el SAS británico, muchos de los llamados "rebeldes" se incorporaron al ISIS, cuyo vídeo más reciente mostró la decapitación de 21 trabajadores cristianos coptos secuestrados en Sirte, la ciudad destruida en su nombre por los bombarderos de la OTAN.


Para Obama, David Cameron y el presidente francés Nicolas Sarkozy, el verdadero crimen de Gadafi era la independencia económica de Libia y su declarada intención de dejar de vender las mayores reservas de petróleo de África en dólares estadounidenses. El petrodólar es un pilar fundamental del poder imperial estadounidense. Gaddafi, audazmente, planeaba establecer una moneda africana común respaldada por oro, un banco universal africano y, con dichos recursos. promover la unión económica de los países pobres. Fuese o no a materializarse, la noción misma era intolerable para los EEUU, que ya se preparaba para "entrar" en África y sobornar a los gobiernos africanos con "asociaciones" militares.


Tras el ataque de la OTAN al amparo de una resolución del Consejo de Seguridad, Obama, escribió Garikai Chengu, "confiscó 30 mil millones de dólares del Banco Central de Libia, cantidad que Gadafi había destinado a la creación de un Banco Central Africano, con el oro respaldando la futura moneda, el dinar africano".


La "guerra humanitaria" contra Libia, propició un modelo afín al corazón liberal occidental, y especialmente a sus medios de comunicación. En 1999, Bill Clinton y Tony Blair enviaron a la OTAN a bombardear Serbia, porque (mintieron de nuevo) los serbios estaban cometiendo "genocidio étnico" contra los albaneses en la provincia secesionista de Kosovo. David Scheffer, embajador de los Estado Unidos en misión especial para crímenes de guerra [sic], afirmó que, por lo menos "225.000 hombres de etnia albanesa de edades comprendidas entre 14 y 59" podrían haber sido asesinados. Ambos, Clinton y Blair, evocaron el Holocausto y "el espíritu de la Segunda Guerra Mundial". El heroico aliado de Occidente era el Ejército de Liberación de Kosovo (ELK), cuyos criminales antecedentes penales fue mejor dejar de lado. El ministro de Exteriores británico, Robin Cook, les dijo que podían llamarlo a cualquier hora a su teléfono móvil.


Con el bombardeo de la OTAN finalizado y gran parte de la infraestructura de Serbia en ruinas, junto con las escuelas, los hospitales, monasterios y la estación de televisión nacional, los equipos forenses internacionales aterrizaron en Kosovo para exhumar la evidencia del "holocausto". El FBI no encontró una sola fosa común y se fue a casa. El equipo forense español hizo otro tanto, y su director denunció airadamente "una pirueta semántica urdida por la maquinaria de propaganda bélica". Un año más tarde, un tribunal de las Naciones Unidas sobre Yugoslavia anunció el recuento final de los muertos en Kosovo: 2788. Esto incluyó combatientes de ambos bandos y serbios y gitanos asesinados por el ELK. No hubo genocidio. El "holocausto" era una mentira. El ataque de la OTAN fue fraudulento.


Detrás de la mentira, había un serio propósito. Yugoslavia era una federación modélica, independiente, multi-étnica que había destacado como un puente político y económico durante la Guerra Fría. La mayor parte de sus bienes y grandes industrias eran de propiedad pública. Esto no era aceptable para la Comunidad Europea en expansión, sobre todo para la recién unificada Alemania, que comenzaba a dirigirse al Este a fin de conquistar su "mercado natural" en las provincias yugoslavas de Croacia y Eslovenia. En el momento en que los europeos se reunían en Maastricht, en 1991, para establecer sus planes para la desastrosa zona euro, un acuerdo secreto había sido ya tomado: Alemania reconocería a Croacia. Yugoslavia estaba condenada.


En Washington, EEUU contempló aquiescente cómo a la competitiva economía yugoslava le eran negados los préstamos del Banco Mundial. La OTAN, entonces una reliquia casi extinta de la Guerra Fría, se reinventó como ejecutora imperial. En la conferencia de "paz" para Kosovo (1999) que tuvo lugar en Rambouillet, Francia, los serbios fueron sometidos a las arteras tácticas de sus verdugos. El acuerdo de Rambouillet incluyó un Anexo B secreto que la delegación de Estados Unidos insertó el último día. En dicho anexo se exigió la ocupación militar de la totalidad de Yugoslavia –país con amargos recuerdos de la ocupación nazi–, la puesta en práctica de una "economía de libre mercado" y la privatización de todos los activos del gobierno. Ningún estado soberano podría firmar esto. El castigo sobrevino rápidamente: Las bombas de la OTAN cayeron sobre un país indefenso, precursor de las catástrofes en Afganistán, Irak, Siria, Libia, y Ucrania.


Desde 1945, más de un tercio de los miembros de las Naciones Unidas –69 países– han sufrido, en mayor o menor medida, a manos del moderno fascismo norteamericano. Han sido invadidos, sus gobiernos derrocados, sus movimientos populares reprimidos, sus elecciones subvertidas, sus pueblos bombardeados y sus economías despojadas de toda protección, sus sociedades sometidas al asedio paralizante de las coacciones conocidas como "sanciones". El historiador británico Mark Curtis estima el número de muertos en millones. En todos los casos, mediante una gran mentira.


"Esta noche, por primera vez desde el 9/11, nuestra misión militar en Afganistán ha terminado." Estas eran las palabras con las que Obama abría, en 2015, el Estado de la Unión. Sin embargo, unos 10.000 soldados y 20.000 contratistas militares (mercenarios) permanecen en Afganistán en misión indefinida. "La guerra más larga en la historia de los Estados Unidos está concluyendo de manera responsable", dijo Obama. Sin embargo, murieron más civiles en Afganistán en 2014 que en cualquier otro año desde que la ONU tomó registros. La mayoría de los asesinados –civiles y militares– en la época de Obama como presidente.


La tragedia de Afganistán rivaliza con el épico crimen perpetrado en Indochina. En su alabado y muy citado libro 'El Gran Tablero de Ajedrez: Hegemonía Americana y sus imperativos geoestratégicos', Zbigniew Brzezinski, padrino de la política de Estados Unidos desde Afganistán hasta el presente, escribe que, si Estados Unidos ha de controlar Eurasia y dominar el mundo, no puede sostener una democracia popular, ya que "la búsqueda del poder no es un objetivo que requiera pasión popular... La democracia es enemiga de la movilización imperial." Está en lo cierto. Como WikiLeaks y Edward Snowden han revelado, un estado de vigilancia policial está usurpando la democracia. En 1976, Brzezinski, entonces Consejero de Seguridad Nacional del presidente Carter, puso en práctica su doctrina al asestar un golpe mortal a la primera y única democracia de Afganistán. ¿Quién sabe esta historia crucial?


En la década de 1960, una revolución popular recorrió Afganistán, el país más pobre en la tierra, derrocando finalmente los vestigios del régimen aristocrático en 1978. El Partido Democrático Popular de Afganistán (PDPA) formó un gobierno y declaró un programa de reformas que incluía la abolición del feudalismo, la libertad de todas las religiones, la igualdad de derechos para las mujeres y la justicia social para las minorías étnicas. Más de 13.000 presos políticos fueron liberados y los archivos de la policía quemados públicamente.


El nuevo gobierno introdujo la atención médica gratuita para los más pobres; se abolió el peonaje, se puso en marcha un programa de alfabetización masiva. Para las mujeres, los logros eran inéditos. A fines de 1980, la mitad de los estudiantes universitarios eran mujeres, y representaban casi la mitad de los médicos de Afganistán, una tercera parte de los funcionarios públicos y la mayoría de los docentes. "Todas las niñas –recordó Saira Noorani, una mujer cirujano– podían ir a la escuela secundaria y la universidad. Podíamos ir a donde queríamos y gastar en lo que nos gustaba. Solíamos ir a los cafés y al cine a ver la última película de la India en viernes, y escuchar la música más actual. Todo empezó a ir mal cuando los muyahidines comenzaron a ganar. Solían matar maestros y quemar escuelas. Estábamos aterrorizados. Era insólito y triste pensar que fue a estos a los que Occidente apoyaba".


El gobierno del PDPA estaba respaldado por la Unión Soviética, a pesar de que, como más tarde admitió el ex secretario de Estado Cyrus Vance, "no había evidencia ninguna de complicidad soviética [en la revolución]". Alarmado por la creciente confianza de los movimientos de liberación en todo el mundo, Brzezinski decidió que si Afganistán tenía éxito en el marco del PDPA, su independencia y su progreso podrían considerarse como "la amenaza de un ejemplo prometedor".


El 3 de julio de 1979, la Casa Blanca autorizó secretamente apoyo a los grupos tribales "fundamentalistas", conocidos como los muyahidines, un programa que alcanzó la cifra de más de 500 millones de dólares al año en armas estadounidenses y otro tipo de asistencia. El objetivo era el derrocamiento del primer gobierno secular y reformista de Afganistán. En agosto de 1979, la embajada de Estados Unidos en Kabul informó que "los grandes intereses de los Estados Unidos... serían servidos por la desaparición del gobierno LOPD, a pesar de los contratiempos que ello podría significar para las futuras reformas sociales y económicas en Afganistán".


Los muyahidines fueron los precursores de al-Qaeda y del Estado Islámico, a los cuales hay que añadir a Gulbuddin Hekmatyar, que recibió decenas de millones de dólares en efectivo de la CIA. La especialidad de Hekmatyar fue el tráfico de opio y arrojar ácido en los rostros de las mujeres que se negaban a llevar el velo. Invitado a Londres, fue elogiado por la primera ministra Margaret Thatcher como un "luchador por la libertad".


Estos fanáticos podrían haber permanecido en su mundo tribal si Brzezinski no hubiera auspiciado un movimiento internacional para promover el fundamentalismo islámico en Asia Central para así socavar la liberación política secular y "desestabilizar" a la Unión Soviética, creando, como escribió en su autobiografía, "unos cuantos agitadores musulmanes". Su gran plan coincidió con las ambiciones del dictador paquistaní, el general Zia ul-Haq, de dominar la región. En 1986, la CIA y la agencia de inteligencia de Pakistán, el ISI, comenzaron a reclutar a personas de todo el mundo para unirse a la yihad afgana. El multimillonario saudí Osama bin Laden era uno de ellos. Los técnicos que finalmente se unieron a los talibanes y al-Qaeda, fueron reclutados en una universidad islámica en Brooklyn, Nueva York, recibiendo entrenamiento paramilitar en un campamento de la CIA en Virginia. Esto se denominó "Operación Ciclón". Su éxito se celebró en 1996, cuando el último presidente del PDPA de Afganistán, Mohammed Najibullah –que había acudido a la Asamblea General de la ONU solicitando ayuda– fue colgado de una farola por los talibanes.


El "rebote" de la Operación Ciclón y sus "unos cuantos agitadores musulmanes" se produce el 11 de septiembre de 2001, y la Operación Ciclón se convirtió en la "guerra contra el terror", en la que innumerables hombres, mujeres y niños perderían sus vidas en todo el mundo musulmán, desde Afganistán a Irak, Yemen, Somalia y Siria. El mensaje del verdugo era y sigue siendo: "Estás con nosotros o contra nosotros".


El hilo común del fascismo pasado con el fascismo presente, es el asesinato en masa. La invasión estadounidense de Vietnam tuvo sus "zonas de tiro libre", "recuento de cuerpos" y "daños colaterales". En la provincia de Quang Ngai, desde donde informé, muchos miles de civiles ("gooks") fueron asesinados por los EEUU; sin embargo, sólo una, la masacre de My Lai, es recordada. En Laos y Camboya, el mayor bombardeo aéreo de la historia produjo una ola de terror reconocible aún hoy en día por el espectáculo de hileras de cráteres de bombas que, contempladas desde el aire, conforman monstruosos collares. El bombardeo propició el surgimiento en Camboya de su propia ISIS, liderada por Pol Pot.


Hoy, la mayor campaña mundial de terror conlleva la ejecución de familias enteras, ya sean invitados de bodas o dolientes asistentes a funerales. Todos ellos víctimas de Obama. Según el New York Times, Obama hace su selección a partir de una "lista de muerte" elaborada por la CIA que se le presenta todos los martes en la Sala de Situación de la Casa Blanca. Él decide entonces, sin una pizca de justificación legal, quién vivirá y quién morirá. Su arma de ejecución es el misil Hellfire (fuego infernal) cargado por un avión no tripulado conocido como "DRON"; estos misiles cuecen sus víctimas y diseminan sus restos. Cada "éxito" queda registrado en la pantalla de una lejana consola denominada "BugSplat" [Aplasta-Insectos].


"A los del paso de la oca", escribió al historiador Norman Pollock, "los hemos sustituido por una militarización, aparentemente más inofensiva, de la cultura en su conjunto. Y al ampuloso líder, por el reformado tarado que trabaja alegremente planeando y ejecutando asesinatos sin dejar de sonreír".


Unido el viejo al nuevo fascismo, tenemos el culto a la superioridad. "Creo en el excepcionalismo americano con cada fibra de mi ser", dijo Obama, evocando el fetichismo nacional de la década de 1930. Como el historiador Alfred W. McCoy ha señalado, fue Carl Schmitt, un devoto de Hitler, quien dijo: "El soberano es el que decide la excepción". Esto resume el americanismo, la ideología dominante en el mundo. Que no se haya identificado como una ideología depredadora es el logro de un lavado de cerebro tampoco identificado. Insidiosa, no declarada, ingeniosamente presentada como la iluminación progresiva, se insinúa vanidosa la cultura occidental. Crecí inmerso en una cinematográfica dieta distorsionada de gloria americana. No tenía ni idea de que fue realmente el Ejército Rojo el que destruyó la mayor parte de la maquina de guerra nazi, al trágico precio de 13 millones de soldados muertos. Por el contrario, las pérdidas estadounidenses, incluyendo las del Pacífico, fueron 400.000. Hollywood invirtió todo esto.


La diferencia es que ahora el espectador está invitado a empapar sus manos en la "tragedia" de los psicópatas estadounidenses que tienen que matar, como el propio presidente mata, a personas en remotos lugares del mundo.  Encarnación de la violencia de Hollywood, el actor y director Clint Eastwood, fue nominado a un Oscar este año por su 'American Sniper', película que trata sobre un asesino chiflado y con licencia para matar. El New York Times la describió como un "cuadro patriótico, pro-familia, que superó todos los récords de asistencia en sus primeros días de estreno".


Sin embargo, no hay películas heroicas acerca del abrazo fascista de los Estados Unidos. Durante la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos (y Gran Bretaña) fueron a la guerra contra los griegos que habían luchado heroicamente contra el nazismo alemán y que resistieron al avance del fascismo griego. En 1967, la CIA ayudó a situar en el poder a una junta militar fascista en Atenas, tal como lo hizo en Brasil y la mayor parte de América Latina. A los alemanes y europeos del este que habían actuado en connivencia con la agresión nazi y que habían sido responsables de crímenes contra la humanidad, se les dio refugio en los EEUU, muchos de los cuales fueron mimados y sus talentos recompensados. Wernher von Braun fue el "padre", tanto de la V-2, bomba de terror nazi, como del programa espacial de Estados Unidos.


En la década de 1990, las ex Repúblicas Soviéticas, la Europa del Este y los Balcanes fueron convertidas en cuarteles militares de la OTAN, y en Ucrania, a los herederos de un fanático movimiento nazi se les dio su oportunidad. Responsable de la muerte de miles de judíos, polacos y rusos durante la invasión nazi de la Unión Soviética, el fascismo ucraniano fue rehabilitado y su "nueva ola" aclamada por el verdugo como "nacionalistas".


Situación que llegó a su apogeo en 2014, cuando el gobierno de Obama invirtió 5.000 millones de dólares en un golpe de Estado contra el gobierno electo. Las tropas de choque que participaron en el golpe eran neonazis conocidos como Sector Derecha y Svoboda. Entre sus líderes, Oleh Tyahnybok, quien ha pedido una purga de la "mafia judía-moscobita" y "demás escoria", como gays, feministas y demás miembros de la izquierda política.


Estos fascistas están ahora integrados en el gobierno golpista Kiev. El primer vicepresidente del Parlamento de Ucrania, Andriy Parubiy, líder del partido de gobierno, es co-fundador de Svoboda. El 14 de febrero, Parubiy anunció que estaba volando a Washington para conseguir "que los EEUU nos proporcione armas modernas de alta precisión". Si tiene éxito, será visto como un acto de guerra por parte de Rusia.


Ningún líder occidental ha hablado sobre el resurgimiento del fascismo en el corazón de Europa, con la excepción de Vladimir Putin, cuyo pueblo sufrió la pérdida de 22 millones de personas merced a la nazi que penetró a través de la frontera de Ucrania. En la reciente Conferencia de Seguridad de Munich, el Subsecretario de Estado de Obama para Asuntos Europeos y de Eurasia, Victoria Nuland, acusó a los líderes europeos de oponerse a la entrega de armamento estadounidense al régimen de Kiev, refiriéndose a la ministra de Defensa alemana como "la ministra del derrotismo". Fue Nuland quién planeó el golpe de Estado en Kiev. La esposa de Robert D. Kagan, un iluminado líder "neocon", ex asesor de política exterior de Dick Cheney y co-fundador del Proyecto de extrema derecha para un Nuevo Siglo Americano.


El golpe de Nuland no se materializó. La OTAN fue prevenida de cualquier intento de apoderarse de la histórica y legítima base naval rusa en Crimea. Mayoritariamente rusa, la población de Crimea —anexada ilegalmente a Ucrania por Nikita Kruschev en 1954— votó abrumadoramente por reincorporarse a Rusia, como ya lo habían hecho en la década de 1990. El referéndum, fue voluntario, popular e internacionalmente supervisado. No hubo invasión.


Paralelamente, el régimen de Kiev se cebó encarnizadamente en la limpieza étnica de la población rusa en el este, disponiendo milicias neonazis, a la manera de las Waffen-SS, bombardearon y sometieron ciudades y pueblos al asedio. Utilizaron la hambruna masiva como arma, cortando la electricidad, congelando las cuentas bancarias, suprimiendo la seguridad social y las pensiones de la población. Más de un millón de refugiados huyeron a Rusia a través de la frontera. Según los medios de comunicación occidentales, estos refugiados se convirtieron en "gente escapando de la violencia" causada por la "invasión rusa". El comandante de la OTAN, general Breedlove —cuyo nombre y acciones podrían haber sido inspirados por el Dr. Strangelove de Stanley Kubrick— anunció que 40.000 soldados rusos se estaban "concentrando" en las fronteras de Ucrania. En la era de la evidencia forense satelital, este general no ofreció prueba ninguna de ello.


Esta población de habla rusa y bilingüe de Ucrania –más de un tercio de la población– ha trabajado durante mucho tiempo para el establecimiento de una federación que refleje la diversidad étnica del país y que a la vez sea autónoma e independiente de Moscú. La mayoría no son "separatistas", sino ciudadanos que quieren vivir seguros en su patria y que se oponen al poder golpista instaurado en Kiev. Su rebelión y el establecimiento de "estados" autónomos son una reacción ante los ataques de Kiev contra ellos. De todo esto, casi nada se ha explicado al público occidental.


El 2 de mayo de 2014, en Odessa, 41 personas de etnia rusa fueron quemadas vivas en la sede sindical ante la pasividad de la policía ucraniana. El líder del Ala Derecha, Dmytro Yarosh, elogió la masacre calificándola como "un brillante día más de nuestra historia nacional". En los medios de comunicación estadounidenses y británicos, estos hechos fueron publicados como una "turbia tragedia" resultante de "enfrentamientos" entre "nacionalistas" (neo-nazis) y "separatistas" (población agredida que recoge firmas para un referéndum sobre una Ucrania federal).


Tras haber calificado de propaganda rusa y antisemitas las denuncias de las políticas fascistas de los nuevos clientes de Washington, el New York Times enterró la historia. The Wall Street Journal condenó a las víctimas: "Fuego mortal en Ucrania, probable causado por los rebeldes, ha manifestado el gobierno". Obama felicitó a la junta golpista por su "moderación".


Si Putin puede ser provocado por Occidente para que acuda en ayuda de la población rusa, su pre-concebido papel de "agresor"   justificará la mentira de que Rusia está invadiendo Ucrania. El 29 de enero, el máximo comandante militar de Ucrania, el general Viktor Muzhemko, casi sin darse cuenta desestimó la base misma de la argumentación de los Estados Unidos y las sanciones de la UE sobre Rusia cuando, enfáticamente, declaró en una conferencia de prensa: "El ejército ucraniano no está luchando contra unidades regulares del Ejército ruso". Había "ciudadanos" miembros de "grupos armados ilegales", pero no invasión rusa. Sin embargo, esto no fue noticia, y Vadym Prystaiko, viceministro de Relaciones Exteriores de Kiev, llamó a la "guerra a gran escala" contra Rusia, potencia en posesión de armas nucleares.


El 21 de febrero, el senador estadounidense James Inhofe, republicano de Oklahoma, presentó un proyecto de ley que autorizaría el suministro de armas estadounidenses al régimen de Kiev. En su presentación al Senado, Inhofe utiliza fotografías como prueba de que eran tropas rusas las invasoras Ucrania, fotografías reiteradamente utilizadas y que, finalmente, han resultado ser falsas. Reminiscencia de las fotos falsas de Ronald Reagan simulando una instalación soviética en Nicaragua, o de las falsas “pruebas” presentadas por Colin Powell ante la ONU simulando la presencia de armas de destrucción masiva en Irak.


La intensidad de la campaña de desprestigio desatada en contra de Rusia y la representación de su presidente como un villano de pantomima, supera todo cuanto he conocido en mi larga trayectoria como periodista. Robert Parry, uno de los periodistas de investigación más destacados de Estados Unidos, que reveló el escándalo Irán-Contra, ha escrito recientemente:


"Ningún gobierno europeo, desde la Alemania de Adolf Hitler, ha tenido a bien enviar tropas de asalto nazis contra su propia población. Sin embargo, el régimen de Kiev lo ha hecho a sabiendas e intencionadamente. A través del conjunto mediático/político de Occidente, ha habido un deliberado esfuerzo de encubrir esta realidad, hasta el punto de ignorar hechos que han sido sobradamente probados... Si usted se pregunta cómo podría el mundo precipitarse en la tercera guerra mundial –del mismo modo que lo hizo en la segunda hace un siglo– sólo necesita contemplar la locura, impermeable a los hechos y a la razón, desplegada sobre Ucrania".


En 1946, el fiscal del Tribunal de Nuremberg manifestó ante los medios de comunicación alemanes:


"El uso que los conspiradores nazis hicieron de la guerra psicológica es bien conocido. Antes de cada gran ataque, y salvo escasas excepciones basadas en la conveniencia, iniciaron una calculada campaña de prensa para debilitar a sus víctimas y preparar psicológicamente al pueblo alemán para la guerra... En el sistema de propaganda del estado hitleriano, la prensa diaria y la radio, fueron las armas más importantes".


En The Guardian, el 2 de febrero, Timothy Garton-Ash llama, en efecto, a una guerra mundial. "Putin debe ser frenado", proclamaba el titular. "A veces sólo las armas pueden detener a las armas." Reconoció que la amenaza de la guerra podría "propiciar una paranoia de acoso por parte de Rusia", pero que estaba bien. Detalló el equipo militar necesario a tal fin e informó a sus lectores de que "Estados Unidos posee el mejor kit".


En 2003, Garton-Ash, profesor de Oxford, repite la misma propaganda que condujo a la masacre en Irak. Saddam Hussein, escribió Garton-Ash, "tiene almacenadas, como Colin Powell ha documentado, grandes cantidades de terribles armas químicas y biológicas, gran parte de ellas ocultas, y todavía está tratando de conseguir las nucleares." Elogió a Tony Blair, al que se refirió como "Gladiador intervencionista cristiano-liberal". En 2006, escribió: "Ahora, tras Irak, nos enfrentamos a la próxima gran prueba de Occidente: Irán."


Los arrebatos –o como prefiere Garton-Ash, su "tortuosa ambivalencia liberal"– no son atípicas de la élite liberal transatlántica, que ha llegado a un pacto fáustico. Blair, el criminal de guerra, es su líder perdido. The Guardian, en el que el artículo de Garton-Ash apareció, publicó un anuncio, a página completa, de un bombardero americano indetectable. En una imagen amenazadora del monstruoso Lockheed Martin podía leerse: "El Gran F-35 para Gran Bretaña.". Este "kit" americano costará a los contribuyentes británicos 1,3 mil millones de libras, sus predecesores modelos 'F' han estado masacrando el mundo. En sintonía con su publicidad, un editorial de The Guardian exige un aumento del gasto militar.


Una vez más, se trata de un serio propósito. Los gobernantes del mundo quieren a Ucrania, no sólo como una base de misiles: quieren apoderarse de su economía. Al nuevo ministro de Finanzas de Kiev, Nataliwe Jaresko, ex alto funcionario del Departamento de Estado de Estados Unidos a cargo de la "inversión" en el extranjero, se le concedió a toda prisa la ciudadanía ucraniana. Quieren a Ucrania por su abundante gas. El hijo del vicepresidente Joe Biden está en la junta de la mayor compañía de petróleo, gas y fracking de Ucrania. Empresas como la infame Monsanto, fabricantes de semillas transgénicas, quieren apoderarse del rico suelo agrícola de Ucrania.


Pero, por encima de todo, quieren al poderoso vecino de Ucrania, Rusia. Quieren balcanizar o desmembrar a Rusia y explotar en beneficio propio la mayor fuente de gas natural en la tierra. Y dado que el hielo del Ártico se derrite, quieren el control del Océano Ártico, sus riquezas energéticas y el control de la larga frontera terrestre ártica de Rusia. Su hombre en Moscú solía ser Boris Yeltsin, un borracho que entregó la economía de su país a Occidente. Su sucesor, Vladimir Putin, ha restablecido la plena soberanía de Rusia: ese es su crimen.


La responsabilidad de todos nosotros es clara: identificar y exponer las temerarias mentiras de los belicistas y evitar toda connivencia con ellos. Si permanecemos en silencio, nuestra derrota está asegurada, y un holocausto se insinúa en el horizonte.



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