W.
P. Substack – 24/11/2025
Traducción del inglés:
Arrezafe
El mundo está viviendo
el acto final del orden unipolar posterior a 1991. En Ucrania,
Occidente, en conjunto, ha sufrido una derrota estratégica integral
a manos de una Rusia que pasó tres décadas despreciada y tildada de
"gasolinera disfrazada de país". La evidencia en el campo
de batalla ya no es ambigua: las fuerzas rusas avanzan en todos los
ejes importantes; la industria de defensa de Moscú supera a toda la
alianza de la OTAN en proyectiles de 152 mm y 155 mm con márgenes
que fluctúan entre 3:1 y 10:1; las brigadas ucranianas se están
reconstruyendo por tercera y cuarta vez con reclutas de 55 y 60 años,
y soldados hospitalizados con heridas leves son dados de alta. La
idea —que aún se susurra en ciertos centros de estudios de
Washington y en los pasillos de Londres y Bruselas— de que un envío
más de ATACMS, un escuadrón más de F-16, mil millones más de
euros, extraídos de los activos rusos congelados, aún pueden
"cambiar el rumbo", ya no es una evaluación estratégica:
es un mecanismo de defensa psicológico, el último refugio de una
clase política que aún no puede pronunciar la palabra “perdimos”.
En esta realidad se
afrontó el plan de paz de 28 puntos de la administración Trump,
entregado al presidente Zelenski el 20 de noviembre de 2025 sin
consulta previa con Europa, acompañado de una fecha límite
estricta, el Día de Acción de Gracias (27 de noviembre) y la
restricción discreta de las fuentes de inteligencia y suministro de
municiones. El documento es un instrumento del líder de la coalición
bélica occidental, que se ha quedado sin hombres, sin dinero, sin
maquinaria y sin tiempo político.
El plan de paz de Trump
representa la maniobra final en una guerra de coalición liderada por
Occidente que ha seguido una trayectoria predecible: integración
preconflicto de Ucrania en las estructuras de mando de la OTAN,
dominio del campo de batalla en tiempo real mediante la inteligencia
estadounidense y la guerra mediática, giro narrativo del "inminente
colapso ruso" al "estancamiento sostenible", y ahora,
salida orquestada que cede territorio y soberanía en un intento de
preservar la imagen de la coalición. Al igual que con el "Decent
interval" de Vietnam y la retirada de Afganistán en 2021,
no se trata de una intermediación neutral, sino de una transferencia
de riesgos: Ucrania absorbe la derrota estratégica, Bruselas y
Londres pueden, si así lo deciden, asumir la responsabilidad y los
costos futuros, mientras Washington se reestructura de cara a su
propia población. Las posturas europeas y ucranianas —las súplicas
de dignidad de Zelenski o la resistencia de la UE— tienen un peso
marginal; el punto decisivo sigue estando en Washington, y la
respuesta de Moscú marca el ritmo. Visto a través de la lente de
Hardball, de Chris Matthews, la trayectoria del plan revela un
clásico ejercicio de judo político: concesiones estadounidenses enunciadas como
un "compromiso de principios", aceptación rusa en los titulares
socavada por vetos de carácter operativo, asegurándose así una
influencia prolongada sin un compromiso inmediato.
No analizaré el plan de
paz punto por punto. Muchos ya lo han hecho. Algunos puntos
destacados incluyen lo siguiente:
● Cesión de facto de
Crimea y de la totalidad de las provincias de Donetsk, Luhansk,
Zaporizhia y Kherson (incluido aproximadamente el 35 % de esas
regiones aún bajo control ucraniano);
● Una zona
desmilitarizada de 100 a 300 kilómetros situada en territorio
ucraniano;
● Renuncia permanente y
jurídicamente vinculante a ser miembro de la OTAN, respaldada por
garantías escritas de la OTAN de que no habrá más expansión hacia
el este;
● Las fuerzas armadas
ucranianas tendrán limitado su personal activo de 150.000 a un total
de 600.000, y estarán desprovistas de cualquier sistema de ataque de
largo alcance (ATACMS, Storm Shadow/Scalp, análogos nacionales);
● Desvío de unos
300.000 millones de dólares de activos rusos congelados a un “fondo
de reconstrucción” ruso-estadounidense, con solo 100.000 millones
de dólares destinados a Ucrania y el resto disponible para proyectos
conjuntos; y
● Levantamiento
progresivo de todas las sanciones occidentales, sujeto a su
cumplimiento, que culminaría con la readmisión de Rusia en el G7
(para convertirse nuevamente en el G8).
Los partidarios de
Ucrania han reaccionado con horror y han rechazado el plan
considerándolo como una capitulación. Lo manifestado por Neville
Chamberlain sobre la "paz en nuestro tiempo", tras su
encuentro con Hitler (Múnich, 1938), se rescata como la analogía
histórica más adecuada. Pero esta inadecuada analogía resulta
irrelevante. Desde la perspectiva de Washington, lo único que queda
por resolver es cómo ejecutar la retirada sin propiciar icónicas
imágenes que puedan reproducirse una y otra vez, como las de Kabul
2021 en contra Joe Biden, y las de Saigón 1975 en contra Gerald
Ford, y cómo cada colapso previo al "decent interval" se
ha utilizado como arma contra el presidente en ejercicio con el
despegue del último helicóptero.
Plantilla de los
Documentos del Pentágono: 1965-1975, notas para 2025
El precedente histórico
es preciso y la documentación es pública para quien desee
consultarla. Los Papeles del Pentágono —unas 7.000 páginas de
historia interna del Departamento de Defensa, completadas en 1969 y
filtradas por Daniel Ellsberg en 1971— contienen el registro,
momento a momento, de cómo la vieja élite estadounidense se
enfrentó al mismo dilema que ahora enfrenta la transición
Biden-Trump. Estos son los momentos clave:
● Noviembre de 1964 –
febrero de 1965: El Grupo de Trabajo sobre Vietnam (presidido por
William Bundy) y los Memorandos de Acción de Seguridad Nacional
concluyen explícitamente que incluso un bombardeo a gran escala del
Norte y el despliegue de más de 500.000 tropas terrestres
estadounidenses producirán, en el mejor de los casos, un
estancamiento prolongado y, en el peor, un colapso de Vietnam del Sur
en dos años.
● 3 de noviembre de
1965: El informe de McNamara a Lyndon Johnson es la prueba
irrefutable. Tras el primer gran compromiso terrestre estadounidense
(valle de La Drang), el Secretario de Defensa escribe que «las
probabilidades están en contra del éxito», que la guerra ya se
encuentra en un «punto muerto militar y político» y que una mayor
escalada simplemente incrementará el coste político final de la
retirada.
●1966-1967: Documentos
internos del Consejo de Seguridad Nacional (NSC) y del Departamento
de Estado cambian el objetivo declarado de "derrotar al
comunismo" a "evitar una derrota humillante de Estados
Unidos" y dar a Vietnam del Sur "una oportunidad digna de
sobrevivir por sí solo durante un tiempo". La frase "una
tregua digna" aparece en el tráfico clasificado ya en 1966.
● Marzo de 1968: Tras
la Ofensiva del Tet, Clark Clifford (sucesor de McNamara) le comunica
a Johnson en un informe secreto que la guerra es imposible de ganar y
que el único objetivo restante es retirarse de forma que no destruya
la credibilidad de los compromisos estadounidenses en otros ámbitos.
El discurso de Johnson del 31 de marzo, en el que anuncia que no se
presentará de nuevo, es la primera grieta pública en su fachada.
● 1969-1973: Nixon y
Kissinger heredan la misma evaluación interna y siguen la misma
estrategia: vietnamización, expansión de la guerra a Camboya y
Laos, bombardeo de Navidad de 1972, todo ello diseñado para asegurar
un “una tregua digna” para que la inevitable caída de Saigón se
produjera después de las elecciones estadounidenses de 1972 y,
preferiblemente, después de que Nixon dejara el cargo.
Así, la primera
constatación de alto nivel, documentada e inequívoca, de que la
derrota en Vietnam era inevitable, data de finales de 1964 o
principios de 1965, y la declaración más clara es el informe de
McNamara de noviembre de 1965. Sin embargo, Estados Unidos no hizo
ningún anuncio formal de retirada de Vietnam; el proceso fue
gradual:
● La política de
“vietnamización” de Nixon, anunciada públicamente el 3 de
noviembre de 1969 (el discurso de la “mayoría silenciosa”), fue
de todos modos una escalada, más una reducción gradual, no una
declaración de retirada.
● El verdadero cambio
de política hacia la retirada total comienza con los Acuerdos de Paz
de París, firmados el 27 de enero de 1973.
●Las últimas tropas
de combate estadounidenses abandonaron Vietnam del Sur el 29 de marzo
de 1973.
● La evacuación final
(Caída de Saigón) ocurrió el 30 de abril de 1975.
El registro humano de ese
lapso de siete años entre la admisión de McNamara en noviembre de
1965 y los Acuerdos de París de enero de 1973 es asombroso:
●55.000 muertos
estadounidenses adicionales (95 % del total de muertos
estadounidenses).
●250.000 militares
survietnamitas adicionales muertos.
●800.000
norvietnamitas y vietnamitas adicionales muertos.
● Entre 1,5 y 2
millones de muertos civiles vietnamitas adicionales.
Todo ello después de que
las más altas esferas del gobierno estadounidense concluyeran en
privado que la guerra estaba perdida. El principio fundamental nunca
fue la victoria. Se trataba de preservar la reputación presidencial
y la percepción de credibilidad del poder estadounidense. Nadie
quería ser el presidente que "perdió Vietnam". La guerra
posterior a 1965 se libró principalmente para posponer el ajuste de
cuentas político interno.
En resumen: ya en 1965,
la clase política sabía que la guerra estaba perdida, pero nadie
quería ser el presidente que "perdió Vietnam". Así que
fueron pasando el cáliz envenenado de Johnson a Nixon y luego a
Ford, añadiendo ocho años más de guerra, decenas de miles de vidas
estadounidenses y millones de vietnamitas, todo para posponer lo
inevitable en aras de la supervivencia política interna y el
supuesto prestigio nacional. Esa es la principal acusación moral de
los Papeles del Pentágono: la guerra posterior a 1965 se libró
principalmente para gestionar la imagen de la derrota, no para ganar.
Existen paralelismos
inquietantes y trágicos con la guerra en Ucrania. Públicamente,
siempre se ha afirmado que Rusia estaba debilitada, que los
ucranianos seguían adelante con valentía y que sólo necesitaban
más tiempo y apoyo. Luego, la narrativa empezó a introducir la idea
de un estancamiento. Recientemente, se ha hecho cada vez más
evidente que la guerra de desgaste de Rusia y su capacidad para
sostenerla son abrumadoras. Los intentos de ocultarlo son cada vez
más difíciles. Estados Unidos, beligerante y principal proveedor de
maquinaria y municiones, ahora quiere retirarse con el pretexto de
presionar a Ucrania para que acepte un acuerdo de paz negociado por
Estados Unidos.
Lamentablemente, esto
tiene un apestoso tufo político.
En realidad, presenciamos
un patrón recurrente en los conflictos indirectos entre grandes
potencias: la lenta transición del optimismo al realismo, seguida de
la resignación, mientras el coste humano aumenta y las vías de
salida se disfrazan de "necesidades estratégicas". Las
similitudes entre Vietnam y Ucrania son, sin duda, profundas, y a
finales de noviembre de 2025, resuenan con más fuerza que nunca. Lo
que comenzó como una narrativa de resistencia ucraniana y fragilidad
rusa se ha fracturado bajo el peso de las matemáticas surgidas del
campo de batalla y el cálculo político.
Los mensajes públicos
sobre Ucrania han reflejado el plan de acción de Vietnam casi al pie
de la letra:
●Resolución temprana
(2022-2023): Occidente presentó a Rusia como un "tigre de
papel" que se desmoronaba bajo las sanciones y los problemas
logísticos (¿quién podría olvidar las afirmaciones de que la
economía rusa estaba hecha trizas, o las burlas de que Rusia estaba
saqueando lavadoras en busca de semiconductores y que los soldados
luchaban con palas tras haberse quedado sin munición?), mientras los
"valientes soldados ucranianos” solo necesitaban tiempo,
Javelins y HIMARS (o cualquier Wunderwaffe [arma mágica] del
gusto de los animadores) para cambiar el rumbo. Los discursos
desafiantes de Zelenski y los ataques virales con drones alimentaron
la narrativa: el "Churchill de nuestro tiempo", muy
parecido a las promesas de Johnson de "la luz al final del
túnel" en 1965, cuando incluso los informes de McNamara
admitían en privado el estancamiento.
● Prolongación del
estancamiento (finales de 2023-mediados de 2024): En noviembre de
2023, el general de mayor rango de Ucrania, Valerii Zaluzhnyi, lo
calificó públicamente de "estancamiento", término que se
mantuvo hasta 2024. Esto ocurrió tras el desastre de la propia
"ofensiva de verano" de Ucrania. Analistas como los del
Consejo de Relaciones Exteriores observaron que el "estancamiento
dinámico" se convirtió en algo más estático, con el fracaso
de la contraofensiva ucraniana y la escasez de munición. Esta fase
evoca la neblina posterior a la Ofensiva del Tet de 1968, cuando los
funcionarios estadounidenses minimizaron las pérdidas mientras
debatían en privado la "vietnamización".
● Desgaste abrumador
(2024-2025): Ahora, la fachada se resquebraja. La economía rusa ha
inclinado la balanza —después de todo, no se derrumbó— y su
ejército, consciente de su misión, ha recuperado la compostura. Las
fuerzas ucranianas, exhaustas y con escasez de efectivos, no pueden
avanzar y, en el mejor de los casos, resisten debilmente. Rusia
avanza con una estrategia dirigida a destruir al ejército enemigo,
con las reivindicaciones territoriales como una realidad al alcance
una vez que ya no haya defensores de los que preocuparse. La
ofuscación y el discurso desafiante persisten, pero el desgaste es
innegable: Rusia produce proyectiles a un ritmo diez veces superior
al de Ucrania, tiene muchos más hombres y mayor capacidad. Con
activos congelados o no, Moscú está dispuesto y capacitado para
luchar durante más tiempo. Mucho más.
Aquí, el paralelismo con
Vietnam se agudiza hasta convertirse en tragedia. Estados Unidos,
tras haber canalizado 175.000 millones de dólares en ayuda desde
2022 (principalmente maquinaria y municiones), ahora se centra en la
desescalada-en-jefe. El plan de 28 puntos de Trump exige que Kiev
ceda el Donbás por completo, reconozca Crimea/Luhansk/Donetsk como
territorio ruso de facto , desmilitarice una extensa zona de
contención y limite el tamaño de su ejército. ¿A cambio? Vagas
garantías de seguridad estadounidenses, 100.000 millones de dólares
para la reconstrucción, extraídos de los activos rusos congelados,
y la readmisión de Moscú al G7.
El ultimátum: Firmar
antes del Día de Acción de Gracias (27 de noviembre) o perder el
flujo de información y armas. ¿La respuesta de Zelenski? Un
discurso en vídeo sin tapujos: Ucrania se enfrenta al dilema de
"perder la dignidad o perder un socio clave", pero
negociará "honestamente" con Trump mientras se coordina
con Macron, Starmer y Merz para una paz "justa". Haciéndose
eco de ello, los líderes europeos rechazan las concesiones mientras
preparan las conversaciones del G20 en Sudáfrica. Putin, por su
parte, lo llama "base", pero insiste en las "causas
fundamentales".
¿Qué debemos pensar de
todo esto? Desde mi punto de vista, no se trata de una intermediación
neutral; nunca lo ha sido. Estados Unidos siempre fue y es el
principal beligerante y los intentos de reposicionarse como un
intermediario clave no engañarán a nadie. ¿Y los europeos? Han
figurado como acompañantes, y su desafiante fanfarronería
simplemente no se corresponde con su capacidad material.
Más bien, lo que estamos
presenciando es una “tregua digna 2.0”.
Trump hereda la ya
fatigada ayuda de Biden a Ucrania, le añade su lema de "Estados
Unidos Primero" y enmarca la rendición como "paz a través
de la fuerza". En las redes sociales lo llaman "chantaje"
o "pacto Putin-Trump", y algunos usuarios lamentan la fecha
límite del Día de Acción de Gracias, tachándola de coerción. Así
como Nixon bombardeó Hanói para "poner fin a la guerra con
honor", asi se presiona hoy a Kiev para que "asuma" la
derrota, mientras que Washington elude la culpa por su abandono. ¿El
tufo? Puro polítiqueo: se avecinan las elecciones intermedias, los
votantes se cansan de las facturas anuales de 60.000 millones de
dólares, y una "victoria" permitiría a Trump centrarse en
China o Venezuela sin que Ucrania sea un lastre en el atolladero.
Si tras la conclusión
alcanzada en 1965 [de que la guerra estaba perdida], la guerra en
Vietnam finalmente tuvo un de costó más de 55.000 vidas
estadounidenses y millones de vidas vietnamitas, la de Ucrania va más
allá. Desde el anuncio del estancamiento en 2023, se estima que han
muerto más de 100.000 militares ucranianos (500.000 desde el
comienzo hasta 2023), además de 30.000 civiles: cifras que aumentan
diariamente en la denominada "picadora de carne" de la Ucrania
oriental. Cada concesión pospuesta o pausa en la ayuda sostiene el
desgaste, comprando “apariencia” al precio de trincheras colmadas
de veinteañeros exhaustos y un número cada vez mayor de padres (y
abuelos).
En términos de búsqueda
de la verdad, estos paralelismos históricos ponen en entredicho no
solo a los líderes, sino también a los sistemas: las guerras por
delegación estadounidenses, donde capitales distantes juegan con la
soberanía ajena por lucro y prestigio, dejando a los locales
afrontar las funestas consecuencias. La lucha de Ucrania dio tiempo a
Europa para rearmarse (el gasto en defensa de la UE aumentó un 20 %
desde 2022) y redefinió la guerra de la era de los drones, entre
otras cosas. En cualquier caso, es improbable que el acuerdo
propuesto traiga la paz en breve. Los europeos han respondido con una
propuesta alternativa, propuesta que será rechazada por Rusia que,
mientras tanto, se muestra abierta a participar sobre la base de
dicho plan, lo cual no equivale a un acuerdo.
Hardball: Putin lo
juega a la perfección
Chris Matthews tituló su
libro, publicado en 1988, Hardball: How Politics Is Played, Told
by One Who Knows the Game [Pelota dura: Cómo se juega en
política, contado por alguien conocedor del juego]. Una de sus
máximas centrales es brutalmente simple: "No se trata de a
quién amas, sino de a quién puedes herir. Y la mejor manera de
jugar duro es llegar a un acuerdo rápido con tu oponente —en
general— mientras lo estrangulas lentamente en los detalles".
Vladimir Putin ha pasado noviembre de 2025 ejecutando una maniobra de
pelota dura de manual contra la administración Trump.
Las declaraciones
públicas del Kremlin hablan de que el plan sienta las bases para
futuras conversaciones, y de que Rusia acoge con satisfacción el
enfoque constructivo de Estados Unidos y se mantiene abierta a
negociaciones serias. Ese es el cálido titular, el "sí, en
principio", la aceptación que envuelve a Trump en la creencia
de que Moscú negocia de buena fe y permite a los comentaristas
occidentales hablar de un "impulso hacia la paz".
Simultáneamente, los funcionarios rusos añaden condiciones que
desbaratan el acuerdo:
● Retirada inmediata de
Ucrania de todo el territorio que Rusia reclama (incluido el 35% que
Ucrania aún controla).
●Reconocimiento previo
de “nuevas realidades territoriales” antes de un alto el fuego.
●Renuncia a la OTAN,
legalmente vinculante, permanente y por escrito.
● Levantamiento total
de todas las sanciones como condición previa, y
● Negociación sólo en
formatos que incluyan China, India, Brasil, Sudáfrica.
Esto es puro Matthews:
"Concede siempre en lo principal, y lucha por los detalles".
"Abraza a tus enemigos para que no puedan atacarte". "Di
que sí y significa que no". El caso es mantener al equipo de
Trump convencido de que un acuerdo aún es posible, mientras Rusia
continúa su campaña de invierno. Cada semana de retraso es otra
semana de ganancia territorial irreversible y otra semana de
debilitamiento de las tropas ucranianas.
Putin no le está
restregando la derrota a Estados Unidos por las narices. Es demasiado
disciplinado para eso. Está haciendo algo más sofisticado: obligar
a Estados Unidos a rendirse ante su propio cliente [Ucrania], a la
vez que expone la impotencia e irrelevancia de Europa. Las diversas
declaraciones de la UE son meramente retóricas, porque Europa no
puede librar la guerra sin la inteligencia y las municiones
estadounidenses. Moscú lo sabe, y al jugar duro con Washington,
Rusia está profundizando sistemáticamente la fractura
transatlántica.
Los borradores de los
tratados de diciembre de 2021: los resultados
Para que nadie crea que
las demandas de Rusia surgieron ex nihilo en 2025, Moscú
presentó dos documentos en diciembre de 2021 casi idénticos al plan
de 28 puntos que ahora Kiev está siendo obligada a aceptar:
● Un proyecto de
tratado con los Estados Unidos que exige garantías jurídicamente
vinculantes contra la ampliación de la OTAN y el retroceso de la
infraestructura de la alianza a las líneas de 1997, y
● Un proyecto de
acuerdo paralelo con la OTAN que contiene las mismas disposiciones.
Ambos fueron descartados
por la administración Biden y la OTAN como "imposibles".
Cuatro años y más de medio millón de bajas ucranianas después [se
estima que más de un millón], las principales exigencias rusas se
ven impuestas por la realidad del campo de batalla y la necesidad
política estadounidense. Esa es la medida de la derrota occidental.
No es de extrañar que
Putin haya dejado claro que la solución preferible al conflicto es
en el campo de batalla, pero que Rusia sigue dispuesta a resolverlo
mediante negociaciones. Decir esto no implica suavizar los términos.
El mensaje es más simple: acepten nuestras demandas ahora y salven
vidas o alcanzaremos nuestros objetivos, aunque ello tarde más de lo
que desearíamos.
Futuros a medio plazo:
La próxima prueba de estrés de la OTAN
De una forma u otra, la
guerra terminará, posiblemente después de que Rusia se apodere de
lo que resta de las provincias de Donetsk y Zaporizhia, de un
territorio que incluya a Odesa, y tras propiciar un cambio de régimen
en Kiev. Sin embargo, el resultado estratégico ya está decidido: la
mayor confrontación militar convencional entre Occidente y un
adversario similar desde 1945 ha terminado en derrota occidental.
La variable decisiva
ahora es la cohesión de la OTAN. La estrategia de Rusia, al parecer,
consiste en acelerar la divergencia entre un Washington desesperado
por declarar "misión cumplida" y centrarse en China, y una
Europa a cargo de una Ucrania resentida, dividida y desmilitarizada
en su frontera oriental. El Reino Unido, Alemania, Francia, Polonia y
los países bálticos ya han señalado que el plan de 28 puntos en su
forma actual es inaceptable; sin embargo, su capacidad para sostener
la resistencia ucraniana sin la inteligencia y las municiones
estadounidenses es prácticamente nula.
Aunque a Washington sin
duda le importa poco si la guerra contra Rusia continúa, siempre que
no lo involucre, pocos creen que Europa tenga capacidad para actuar
de forma autónoma. Los próximos doce meses revelarán si la tan
cacareada "autonomía estratégica" de Europa es algo más
que retórica.
Asia toma nota
En toda capital asiática,
oficiales de estado mayor y analistas de inteligencia observan con
atención el desenlace de Kiev. La lección se está cristalizando.
Cuando aumentan los costos políticos internos, las garantías de
seguridad estadounidenses tienen una precisa fecha de caducidad que
se mide en ciclos electorales. El espectáculo de Washington
obligando a un aliado dependiente a ceder territorio y su soberanía,
todo para evitar una evacuación al estilo de Kabul, pesará mucho en
todos los gobiernos de Asia y el Pacífico que calculen la
credibilidad de la prolongada disuasión de Estados Unidos contra
China.
Desde Saigón en 1975,
pasando por Kabul en 2021 hasta Kiev en 2026, el patrón es idéntico.
Estados Unidos se extralimita, descubre los límites de su poder,
externaliza la lucha a sus clientes y luego negocia salidas cuyo
principal propósito es garantizar que ningún presidente en
funciones quede registrado en la historia como el que "perdió"
la guerra.
Los Papeles del Pentágono
demostraron que la guerra de Vietnam, después de noviembre de 1965,
se libró principalmente para evitar la imagen de la derrota. Duró
siete años. El plan de paz de 28 puntos, la fecha límite del Día
de Acción de Gracias, la restricción de los datos de inteligencia:
estos son los equivalentes de 2025. El coste humano lo pagan, como
siempre, las personas sobre el terreno cuyo país fue elegido como
escenario.
La historia no se repite,
pero rima con una precisión escalofriante. Kiev es simplemente la
última estrofa.
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