Citas
extraídas del libro Comentarios sobre la sociedad del espectáculo,
de Guy Debord. Texto completo (pdf) aquí.
●
La
conversación está casi muerta y pronto lo estarán muchos de los
que saben hablar.
[...]
La
discusión vacía sobre el espectáculo, es decir, sobre lo que hacen
los propietarios del mundo, está organizada por el espectáculo
mismo: se insiste sobre los grandes medios del espectáculo para no
decir nada sobre su amplia utilización. Con frecuencia se prefiere
llamarlo mediático más que espectáculo. Con ello se quiere
designar un simple instrumento, una especie de servicio público que
administraría con imparcial "profesionalidad" la nueva
riqueza de la comunicación a través de los mass-media,
comunicación finalmente asimilada a la pureza unilateral en la que
la decisión ya tomada se deja admirar apaciblemente. Lo que se
comunica son las órdenes; y, muy armoniosamente, aquéllos
que las han dado son también los que dirán lo que piensan de ellas.
[...]
El
gobierno del espectáculo, que actualmente detenta todos los medios
de falsificación del conjunto de la producción así como de la
percepción, es amo absoluto de los recuerdos, al igual que es dueño
incontrolado de los proyectos que conforman el más lejano futuro.
Reina en solitario en todas partes y ejecuta sus juicios sumarios.
[...]
La
sociedad modernizada hasta el estadio de lo espectacular integrado se
caracteriza por el efecto combinado de cinco rasgos principales que
son: la incesante renovación tecnológica, la fusión
económico-estatal, el secreto generalizado, la falsedad sin réplica
y un perpetuo presente.
[…]
La
valiosa ventaja que el espectáculo ha obtenido de este colocar
fuera de la ley a la historia, de haber condenado a toda la
historia reciente a pasar a la clandestinidad y de haber hecho
olvidar, en general, el espíritu histórico en la sociedad, es, en
primer lugar, ocultar su propia historia: el movimiento de su
reciente conquista del mundo.
Su
poder nos parece ya familiar, como si hubiera estado ahí desde
siempre. Todos los usurpadores han querido hacer olvidar que
acaban de llegar.
[...]
En
todas partes donde reina el espectáculo las únicas fuerzas
organizadas son aquellas que desean el espectáculo. Así pues,
ninguna puede ser enemiga de lo que existe, ni transgredir la omertà
que concierne a todo. Se ha acabado con aquella inquietante
concepción, que dominó durante doscientos años, según la cual una
sociedad podía ser criticable y transformable, reformada o
revolucionada. Y esto no se ha conseguido con la aparición de nuevos
argumentos sino simplemente porque los argumentos se han vuelto
inútiles. Con este resultado se medirá, más que el bienestar
general, la terrible fuerza de las redes de la tiranía.
Jamás
la censura ha sido más perfecta. Jamás a aquellos a quienes en
algunos países aún se les ha hecho creer que son ciudadanos libres,
se les ha permitido menos dar a conocer su opinión, toda vez que se
trata de una elección que afectará a su vida real. Jamás ha estado
permitido mentirles con una falta de consecuencia tan perfecta. Se
supone que el espectador lo ignora todo, que no merece nada. Quien
siempre mira para saber la continuación, no actuará jamás: y ése
debe ser el espectador.
[…]
Esta
democracia tan perfecta fabrica ella misma su inconcebible enemigo:
el terrorismo. En efecto, quiere ser juzgada por sus enemigos
antes que por sus resultados. La historia del terrorismo está
escrita por el Estado; es pues educativa. Las poblaciones
espectadoras no pueden saberlo todo sobre el terrorismo, pero siempre
pueden saber lo suficiente como para ser persuadidas de que,
comparándolo con éste, lo demás deberá parecerles más aceptable,
en cualquier caso, más racional y democrático.
[…]
En
el plano de los medios de pensamiento de las poblaciones
contemporáneas, la primera causa de decadencia se refiere claramente
al hecho de que ningún discurso difundido por medio del espectáculo
da opción a respuesta; y la lógica sólo se ha formado socialmente
en el diálogo. Cuando se ha extendido el respeto hacia aquel que
habla desde el espectáculo, a quien se atribuye importancia,
riqueza, prestigio, la autoridad misma, se extiende también
entre los espectadores el deseo de ser tan ilógicos como el
espectáculo como medio de mostrar un reflejo individual de esa
autoridad. La lógica, en fin, no es fácil y nadie desea enseñarla.
Ningún drogadicto estudia lógica porque no tiene ni la necesidad ni
la posibilidad de hacerlo. Esa pereza del espectador es también la
del especialista, rápidamente formado, y la del marco intelectual,
que en cualquier caso intentará disimular los estrechos límites de
sus conocimientos por medio de la repetición dogmática de algún
argumento de autoridad ilógica.
[...]
El
individuo a quien ese pensamiento espectacular empobrecido ha marcado
profundamente, y más que cualquier otro elemento de su formación,
se coloca ya de entrada al servicio del orden establecido, en tanto
que su intención subjetiva puede haber sido totalmente contraria a
ello. En lo esencial se guiará por el lenguaje del espectáculo, ya
que es el único que le resulta familiar: aquél con el que ha
aprendido a hablar. Sin duda intentará mostrarse contrario a su
retórica, pero empleará su sintaxis. Este es uno de los más
importantes éxitos obtenidos por la dominación espectacular.
La
rápida desaparición del vocabulario preexistente no es más que un
estadio de esa operación a cuyo servicio está.
[…]
El
espectáculo esconde sólo algunos de los peligros que rodean al
maravilloso orden que ha establecido. Mientras la polución de los
océanos y la destrucción de los bosques ecuatoriales amenazan la
renovación de oxígeno de la tierra, la capa de ozono se ve afectada
por el progreso industrial y las radiaciones de origen nuclear se
acumulan irreversiblemente, el espectáculo concluye que todo eso
carece de importancia. Sólo le interesan los datos y las dosis, le
basta con eso para tranquilizar, cosa que a un espíritu
preespectacular le hubiera parecido imposible. Los métodos de la
democracia espectacular son de una gran flexibilidad; al contrario de
la torpe brutalidad del diktat totalitario. Se puede cambiar
el nombre de aquello que ha sido secretamente transformado (cerveza,
buey, un filósofo). También se puede cambiar el nombre de aquello
que ha sido secretamente perpetuado: por ejemplo en Inglaterra, la
fábrica de re-tratamiento de residuos nucleares de Windscale ha
propiciado el cambio de nombre de su localidad por el de Sellafield,
con el fin de desviar mejor las sospechas tras un desastroso incendio
que tuvo lugar en 1957. Pero ese re-tratamiento toponímico no ha
impedido el aumento de la mortalidad por cáncer y leucemia en los
alrededores. El gobierno británico –nos enteramos democráticamente
treinta años más tarde– en el momento de producirse el accidente
decidió guardar en secreto el informe de una catástrofe que
juzgaba, no sin razón, de tal naturaleza que podía quebrar la
confianza que el público concedía a lo nuclear.
[…]
Es
una lástima que la sociedad humana tropiece con problemas tan
candentes en el momento en que se ha hecho materialmente imposible
hacer oír la más mínima objeción al discurso mercantil;
precisamente porque, gracias al espectáculo, está a cubierto de
tener que responder de sus decisiones y justificaciones fragmentarias
o delirantes, cree que no tiene necesidad de pensar. Por
convencido que sea el demócrata ¿no preferiría que se le hubieran
escogido amos más inteligentes?
[…]
Se
dice que actualmente la ciencia se halla sometida a imperativos de
rentabilidad económica, lo que siempre ha sido cierto. Lo que
resulta nuevo es que la economía haya venido a hacerle abiertamente
la guerra a los humanos, no solamente a sus condiciones de vida sino
también a las de su supervivencia. En este momento el pensamiento
científico ha optado, en contra de gran parte de su pasado
antiesclavista, por servir a la dominación espectacular. Antes de
llegar a este punto la ciencia poseía una relativa autonomía. Sabía
pensar su parcela de realidad y de este modo contribuir inmensamente
a aumentar los medios de la economía. Ahora que la todopoderosa
economía se ha vuelto loca, y los tiempos espectaculares no son
más que eso, ésta ha suprimido el último rastro de autonomía
científica, tanto en el plano metodológico como en el de las
condiciones prácticas de la actividad de los "investigadores".
A la ciencia ya no se le pide que comprenda el mundo o lo mejore en
algo. Se le pide que justifique inmediatamente todo lo que se hace.
Tan estúpida en ese terreno como en todos los demás, que explota
con la más ruinosa irreflexión, la dominación espectacular ha
echado abajo el gigantesco árbol del conocimiento científico con la
única finalidad de hacerse tallar un bastón. Para obedecer a esta
última demanda social de una justificación manifiestamente
imposible, vale más no saber pensar demasiado sino, por el
contrario, estar bien entrenado en las comodidades del discurso
espectacular. Y, efectivamente, es en esa carrera donde precisamente
ha encontrado su más reciente especialización -con muy buena
voluntad- la prostituida ciencia de estos días despreciables. La
ciencia de la justificación engañosa apareció de forma natural a
partir de los primeros síntomas de decadencia de la sociedad
burguesa, con la cancerosa proliferación de las pseudociencias
llamadas "del hombre"; pero, en el caso de la medicina
moderna, durante un tiempo pudo hacerse pasar por útil, aunque los
que vencieron a la viruela o a la lepra no eran los mismos que
rastreramente han capitulado entre las radiaciones nucleares o la
química agroalimentaria. Se objeta rápidamente que hoy en día la
medicina no tiene derecho a defender la salud de la población contra
el entorno patógeno pues eso sería oponerse al Estado o, al menos,
a la industria farmacéutica.
La
actividad científica presente reconoce en qué se ha convertido y
está obligada a callar. Por eso y por lo que, muy a menudo, tiene la
simpleza de decir. Los profesores Even y Andrieu, del Hospital
Laénnec, anunciaron en noviembre de 1985 —tras experimentar ocho
días con cuatro enfermos— que quizá habían descubierto un
remedio eficaz contra el SIDA; los enfermos murieron dos días
después. Varios médicos, menos avanzados o quizá celosos,
expresaron algunas reservas por la manera tan precipitada de correr a
registrar lo que no era más que una engañosa apariencia de victoria
horas antes del desastre. Even y Andrieu se defendieron sin inmutarse
afirmando que "después de todo, más vale tener falsas
esperanzas que ninguna". Eran incluso demasiado ignorantes para
reconocer que ese argumento por sí solo constituía una completa
abjuración del espíritu científico y que históricamente siempre
había servido para cubrir los provechosos sueños de charlatanes y
brujos; en los tiempos en que no se les confiaba la dirección de los
hospitales.
[…]
Es
una equivocación querer explicar nada oponiendo la Mafia al Estado:
nunca son rivales. La teoría verifica con facilidad lo que todos los
rumores de la vida práctica habían demostrado demasiado fácilmente.
La Mafia no es ajena al mundo; está perfectamente integrada en él.
En el momento de lo espectacular integrado, la Mafia reina como el
modelo de todas las empresas comerciales avanzadas.
[...]
La
sociedad moderna que, hasta 1968, iba de éxito en éxito, y estaba
convencida de que era amada, a partir de entonces ha tenido que
renunciar a esos sueños; prefiere ser temible. Sabe perfectamente
que "su aire de inocencia es irrecuperable".
[...]
París,
febrero-abril, 1988
Es un libro necesario y sigue siendo actual. Como tu blog para informarnos fuera de los medios.
ResponderEliminarGracias.
Ciertamente este libro sigue estando vigente. Gracias a ti, Isabel, por tu comentario.
EliminarEn cuanto los medios masivos ocupan el medio de trasferencia de información deja de existir la realidad, porque los objetos de tu pensamiento son los que han puesto en tu cabeza independientemente del análisis. Que lo convierten en espectáculo para entretener? Ni si quiera eso necesitan.
ResponderEliminarSalud!