"recuerdo cuando todo esto eran árboles" |
Capítulo extraído de La Sociedad
Implosiva – Corsino Vela
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La guerra, la destrucción masiva de
seres humanos, de capital fijo e infraestructuras, etc., fue el
recurso de la clase dominante frente a las crisis cíclicas en la
fase expansiva del capital; sin embargo, ante la crisis de la fase de
la dominación real y total del capital, la guerra adquiere una
dimensión predominantemente intensiva, al yuxtaponer a las formas
bélicas convencionales (guerras locales en la periferia
capitalista), la ofensiva social en el propio centro capitalista. La
tercera guerra mundial, pues, es de carácter social, eminentemente
implosiva, con frentes definidos en torno a categorías sociales
(desempleo, precarización, depauperación, exclusión, etc.) y con
diversos grados de intensidad, según la inserción de cada país o
región económica en el proceso mundial de acumulación de capital.
La sobreproducción de mercancías, en
tanto manifestación de la crisis, también comporta la
sobreproducción de la mercancía fuerza de trabajo (desempleo). La
crisis adquiere así una dimensión “social” más allá de lo
meramente económico, técnico y administrativo, pues las
posibilidades de realización de esa peculiar mercancía que es la
fuerza de trabajo son cada vez más limitadas dentro de la relación
social capitalista ya que la única forma posible y significativa
para el capital de realización de esa mercancía es dentro del
sistema asalariado.
A diferencia de las demás mercancías,
la desvalorización del excedente de la mercancía fuerza de trabajo,
que adopta la forma del desempleo, hace aflorar la naturaleza de la
relación social del capital en toda su dimensión contradictoria. El
desempleo rampante no es más que la forma sociológica del excedente
de una mercancía que no encuentra salida en el mercado como
consecuencia de la racionalización productiva y del consiguiente
aumento de la composición técnica de capital que acompaña a las
aplicaciones tecnológicas en la producción de bienes y servicios.
En este punto, la crisis deja de ser
un asunto económico, de ejercicio contable, para convertirse en una
cuestión social, política en su sentido más amplio, que concierne
al fundamento mismo de la organización social. La eventual
“resolución” de la crisis depende exclusivamente de la relación
de fuerzas entre capital (clase dominante) y trabajo (humanidad
proletarizada).
La solución capitalista al excedente
(sobreproducción) consiste en la desvalorización y la eliminación
física de mercancías y de los medios de producción. Por eso la
guerra, como forma de destrucción de valor (mercancías, medios de
producción, infraestructuras, personas, etc.), ha constituido en las
anteriores crisis (cíclicas) la condición previa para el
relanzamiento del ciclo del capital, una vez eliminado el excedente
de valor no realizable, incluido el de la fuerza de trabajo
excedentaria.
La destrucción masiva de capital y de
fuerza de trabajo que lleva a cabo la guerra convencional tradicional
se ha vuelto más problemática en la actualidad que en periodos
históricos anteriores en cuanto mecanismo de resolución capitalista
de la crisis. El carácter transnacional del capital ya no se
corresponde con las condiciones que dieron origen a las dos guerras
mundiales del siglo XX. Por otra parte, el nivel de desarrollo
tecnológico-nuclear ha aumentado de forma exponencial las
probabilidades de destrucción incontrolada que un conflicto bélico
convencional a gran escala podría acarrear.
Calificar la actual ofensiva de la
clase dominante gestora del capital como tercera guerra mundial no es
una licencia literaria. Es una indicación empírica del carácter de
la guerra en la economía capitalista y, más concretamente, de su
función en la resolución de las crisis cíclicas, donde la
destrucción es la precondición de relanzamiento de la actividad
económica.
La tercera guerra mundial, sin
menoscabar el papel que los ejércitos profesionales juegan, se lleva
a efecto sobre todo en los frentes formalmente no militarizados de
las estructuras de gestión y encuadramiento social. De manera que
las medidas adoptadas por los centros de decisión económicos y
políticos conjugan la destrucción masiva y la represión
(destrucción “planificada” de sectores de producción, guerras
de “baja intensidad”, pandemias, eliminación por hambre,
criminalización de la migración y de la disidencia política,
etc.), con la sobreexplotación de la fuerza de trabajo productiva
(reformas laborales, privatizaciones de recursos públicos,
expropiación de recursos ) y la liquidación de derechos adquiridos
en asistencia social como medios para restablecer las condiciones de
relanzamiento económico que, a su vez, reinicie un ciclo de
acumulación de capital.
Por eso cabe decir que la tercera guerra mundial ya ha comenzado, aunque no en forma de guerra imperialista entre capitales nacionales, puesto que ahora se trata de la guerra del capital globalizado, la lucha de la burguesía transnacional gestora a escala mundial contra la humanidad proletarizada. La tercera guerra mundial se dirime en unos términos que sintetizan los métodos destructivos de la guerra convencional y la destrucción intensiva propiciada por las reformas estructurales que atañen directamente a las personas en toda su dimensión psicológica, cultural, social, económica.
Los efectos devastadores de las
decisiones de la clase dominante transnacional, predeterminadas por
la lógica de la acumulación de capital, crean situaciones propias
de la guerra, aunque con ritmos de degradación de las condiciones
materiales de vida más lentos que las intervenciones militares del
pasado. Un ritmo más lento y “calculado” que es consecuencia de
la interdependencia de las regiones castigadas en el orden
capitalista transnacional. La situación creada en los países
“intervenidos” por las medidas de la Troika es similar a la de
una posguerra, en cuanto a las consecuencias de empobrecimiento
generalizado de la población y destrucción y desvalorización de
recursos. El desbarajuste financiero y la extorsión continuada de
los estados europeos y extraeuropeos (incluida la guerra contra el
euro), no es más que la manifestación superficial y “desviada”
de la guerra contra la población proletarizada de esos mismos
países, es decir, el eufemismo monetarista que disimula la
destrucción de medios de producción, infraestructuras y fuerza de
trabajo en Europa.
En este sentido, Europa vuelve a ser
el terreno privilegiado de la tercera guerra, aunque esta vez bajo
formas de desvalorización en las que la intervención militar no es
el rasgo prevalente, aunque sea presente (Yugoslavia, Ucrania). La
guerra actual se lleva a cabo mediante estrategias de empobrecimiento
progresivo y agotamiento paulatino de recursos de la población
proletarizada, de modo que los efectos sobre la mercancía fuerza de
trabajo son similares a los efectos de las guerras del pasado.
La desvalorización de Europa –el
empobrecimiento masivo de la población asalariada– hay que
entenderlo como un movimiento táctico de la tercera guerra mundial
que, de acuerdo con la concepción cíclica de la crisis propia de la
economía política, persigue la creación de unas condiciones
favorables para reiniciar un nuevo ciclo de acumulación de capital.
Un movimiento táctico que se inscribe en la doble estrategia de
devastación física de regiones enteras en África, Asia, América
Latina, y de ruina rampante de las regiones opulentas del planeta
(Europa). Y esa guerra ya se está llevando a cabo en los países del
sur.
La estrategia de devastación física
y ruina social no es nueva respecto a las crisis precedentes; la
novedad estriba en que la destrucción de capital fijo y fuerza de
trabajo necesaria para el eventual relanzamiento económico ha
alcanzado dimensiones tales que ponen en cuestión la propia
supervivencia del planeta, ya sea por la vía directa de una eventual
guerra generalizada, ya sea por la vía indirecta de una progresiva
devastación de la biosfera. O de ambas combinadas.
El proceso de militarización del
mundo va parejo con las dificultades del desenvolvimiento del ciclo
del capital a escala planetaria. La economía capitalista es una
economía de guerra. El gasto militar, la producción armamentista,
aunque se trata de una producción de desperdicio, no valorizadora,
que comporta nuevas contradicciones estructurales en la esfera
económica (P. Mattick), en el plazo inmediato cumple una función en
el ciclo del capital mediante la creación de empleo y la demanda
inducida de bienes y servicios. A su vez, la aplicación de la
producción bélica al tiempo que procede a la destrucción de medios
de producción (guerras) y posibilita la expropiación de nuevas
fuentes de energía y de materias primas, facilita la estabilización
de espacios de realización del capital (nuevos mercados). Esa es la
función de las denominadas guerras de baja intensidad que se
multiplican en la periferia capitalista. Y es en virtud de esa
función que la producción de desperdicio crea el espejismo de la
valorización de capital.
La economía de guerra es una realidad
concreta manifiesta en la militarización de los mares y del espacio
aéreo resultante de la creciente vulnerabilidad del ciclo de
realización de la mercancía que se manifiesta, entre otros
aspectos, en la defensa militar de los caladeros expropiados en
África o en el control militar de los puntos neurálgicos de las
redes de transporte de energía (golfo de Omán, guerra de Siria,
Iraq, etc.) y de mercancías, en general.
La economía capitalista es una
economía militarizada en la medida que la estrategia militar
condiciona su orientación. La industria militar, con diferente
incidencia, es la que determina el desarrollo tecnológico (las
inversiones en I+D+i) de todos los países capitalistas. El
desarrollo tecnológico del capitalismo depende directamente del
desarrollo de la tecnología militar. Las aplicaciones tecnológicas
no bélicas, que marcan la pauta en el sector de la electrónica, la
mecánica, las comunicaciones, etc., hay que entenderlas como un
intento de minimizar el gasto improductivo, mediante la incursión de
los resultados tecnológicos como aplicaciones en el mercado, en el
proceso de valorización del capital, como una mercancía más entre
la producción general de bienes y servicios.
Esto, que es sobradamente conocido
para el caso del control numérico en la máquina-herramienta (Ver D.
Noble, Forces of production), es igualmente válido para cualquiera
de las proliferantes tecnologías. La electrónica de consumo, como
los sistemas de aplicación industrial y los servicios avanzados,
basados en las tecnologías de la información y de las
comunicaciones, (Internet, control de movimiento, transmisión de
datos, etc.), tienen su origen y su primer objetivo de desarrollo en
la industria militar y responden a la necesidad de recuperar al menos
parte de las cuantiosas inversiones destinadas a su concepción,
desarrollo y producción, a través del mercado.
Puesto que la industria de guerra es
una producción de desperdicio, pues se trata de un consumo
improductivo a costa del proceso general de valorización, el impulso
del comercio mundial de armamento, hegemonizado por los países de
vieja industrialización, es una forma de valorizar esa producción
de desperdicio (recuperar la inversión) a través de la
transferencia de capital (valor) de los países clientes de la
periferia capitalista, envueltos en guerras permanentes de “baja
intensidad”.
La situación de emergencia bélica y
antiterrorista permanente en el que se lleva a cabo el proceso de
acumulación de capital mundial va paralela a la creciente
vulnerabilidad del mismo. La extensión a escala mundial del proceso
de producción (deslocalización) y de transferencia de valor a
través de las redes de tráfico transcontinentales de mercancías,
da una nueva dimensión al problema de la realización del capital,
complicándolo y encareciéndolo. Los costes de realización tienden
a aumentar a mayor ritmo del que disminuyen los costes de producción.
El abaratamiento de los costes de producción que supuso la
deslocalización y la disgregación productiva de bienes y servicios
a través de la cadena de subcontratación, en realidad, ha
desplazado costes y generado otros nuevos vinculados al transporte y
la logística, incidiendo negativamente sobre la acumulación de
capital en su conjunto. Entre esos costes se encuentran las
inversiones destinadas a garantizar la seguridad del ciclo del
capital (militarización y estado de emergencia) en el marco definido
por el totalitarismo democrático.
La guerra ha sido históricamente una
de las medidas más relevantes en la resolución del ciclo declinante
del capital. La noción misma de crisis cíclica remite a los
periodos de desarrollo capitalista entre guerras. Uno de los rasgos
que define nuestra hora presente, a diferencia de otras épocas, es
que la situación de crisis de acumulación y del estado de guerra
son simultáneas. La tercera guerra mundial está en marcha como
guerra social generalizada.
Lo sintetiza perfectamente.
ResponderEliminarUn artículo demoledor que me guardo en la recámara.
ResponderEliminarEsto es muy sencillo, el salario de producción no cubre los costes de reproducción, a partir de ahí ya se pueden escribi libros. Los capitalistas prefieren hacer guerras, hundir el planeta, extinguir los animales o fundir los hielos a aumentar el salario. Sin base de consumo no hay beneficio, solo capital ficticio que por su propia naturaleza se deshincha de cuando en cuando. Por cierto, el año que viene en septiembre-octubre toca crisis, yo ya me he comprado el paraguas.
Salud!