Ilusión: Del lat. illusio, -ōnis.
1. f. Concepto, imagen o representación sin verdadera realidad, sugeridos por la imaginación o causados por engaño de los sentidos.
Capítulo
extraído de Capitalismo terminal. Anotaciones a la
sociedad implosiva – Corsino Vela
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El embrollo populista
Uno de los rasgos dominantes de
nuestro presente es la capacidad del capital en crisis para producir
problemas irresolubles en el ámbito de su propia lógica. Así, la
acumulación ampliada de capital significa también la acumulación
ampliada de problemas en todos los órdenes. De este modo, el
desarrollo capitalista lleva a un estado general de desestabilización
en el que destacan los desplazamientos masivos de población y el
estado de guerra permanente. Estas circunstancias son una
consecuencia directa del movimiento del capital, de su acumulación
global y de los mecanismos de transferencia de plusvalía hacia los
países que concentran la gestión y el consumo. La expulsión de las
comunidades indígenas de sus tierras, los cambios hacia el
monocultivo, las guerras estratégicas por recursos energéticos
(petróleo, uranio, gasoductos, rutas comerciales) y el cambio
climático aceleran los desplazamientos de población. Si bien estos
han acompañado la implantación del capitalismo y de la sociedad
industrial a lo largo de su historia, actualmente han alcanzado un
grado que desborda la posibilidad de gestionarlos. Estos son solo
algunos exponentes a escala mundial de la imposibilidad de articular
soluciones a los problemas que la dinámica social sometida al
capital genera.
Por eso mismo, el estado de urgencia
actual plantea exigencias que van más allá de la subjetividad
activista de la élite mediadora emergente, así como de la vana
esperanza en que la sociedad del capital colme las expectativas y
promesas dirigidas a la población proletarizada del terciario
improductivo. El hecho es que en las sociedades capitalistas
desarrolladas, simplemente no hay lugar para tanto artista, creativo,
turista solidario, asesores y consultores de los nuevos aparatos de
representación, etc. La razón es que no hay excedente de capital
–aunque sobre liquidez virtual– en la proporción necesaria para
sufragar el gasto que la actividad improductiva y el sistema de
representación comportan.
Las acciones simbólico-espectaculares
de ese proletariado y sus mismas reivindicaciones –limitadas por el
horizonte del capital y atenazadas en el núcleo de la crisis– se
pliegan al ámbito de un posibilismo orientado a poner en marcha
mecanismos fiscales, legislativos, etc., que permitan conservar una
condición de relativo acomodo en el segmento medio del proceso de
proletarización. Algo que hasta ahora ha sido posible gracias a la
distribución de la plusvalía generada en el ciclo transnacional del
capital, pero que se vuelve cada vez más difícil por las revueltas
contra las políticas de austeridad y por la propia evolución de los
costes laborales en los países productores, como se ha mencionado a
propósito de la deslocalización.
Las condiciones materiales que definen
la proletarización imparable de las capas medias de la sociedad
terciarizada se acompañan de una conciencia conservadora. Estas
capas medias pretenden ser el recambio histórico de la pequeña
burguesía tradicional, laminada por el proceso de concentración de
capital. Son el estrato social de la sociedad terciarizada que
constituye la base social, no consolidada (activistas, militantes,
afiliados, votantes), de la nueva izquierda del capital.
La condición proletarizada no asumida
de ese segmento social en descomposición entraña una conciencia
confusa que se manifiesta en un regeneracionismo ambiguo, donde se
mezcla la ideología conservadora del ciudadanismo con el desgastado
progresismo(30) de la tradición burguesa del capitalismo ascendente
heredado por la izquierda del capital en crisis. Se trata de una
muestra de cómo la obsolescencia de la ideología progresista
socialdemócrata en los países capitalistas desarrollados acaba por
convertirse –con la pretendida nueva política– en otra versión
del populismo, adecuada a los parámetros culturales de la sociedad
terciarizada en crisis.
La dinámica de la crisis emplaza a
esa población, sin embargo, a aumentar la cuota de riesgo para
conservar cada vez menos. Hasta ahora, el conservadurismo del
activista de la sociedad terciarizada estaba marcado por su condición
subvencionada, por su integración en la esfera del trabajo
improductivo o por su simple condición superflua de desempleado. A
esa situación correspondía una determinada forma de conciencia de
clase, definida por el oportunismo, consistente en aprovechar las
cada vez más escasas posibilidades de promoción en el ámbito de la
representación y de la oferta pública de empleo. A diferencia de la
clase obrera industrial, donde la huelga, por sí misma, al
interrumpir el proceso de producción, circulación y realización de
capital, cuestionaba prácticamente la estructura de la sociedad, al
tiempo que ponía en juego –tendencialmente– sus propias
condiciones de existencia; los nuevos movimientos muestran una
subjetividad activa en lo simbólico testimonial e institucional que
no implica tendencia de ruptura, ni siquiera formal, con la
estructura de la sociedad del capital. Es lo que han puesto de
manifiesto tanto el 15M como la nuit debout parisina.(31)
Esa es la contradicción que subyace
en la población proletarizada de la democracia de consumidores. Esa
es la forma aparente del conflicto social en la fase de dominación
real del capital, que lleva a considerar de forma desviada –falseada–
la conflictividad social. Esta comparece bajo la forma del
ciudadanismo, nacionalismo o populismo, es decir, bajo formas
ideológicas que –con fines instrumentales– privilegian la
construcción de identidades y la agregación social sobre la base de
categorías vinculadas a la mercancía (sujeto consumidor), el
fetichismo histórico (sujeto nacional) y la identidad imaginada
(pueblo).
Sin embargo, la razón del
estancamiento de las formas políticas de la pretendida nueva
izquierda hay que buscarla en la fundamentación de su propia
identidad sobre la base de la actualización de categorías
prohijadas en anteriores fases de la dominación del capital. Este
estancamiento es consustancial a una falta de reconocimiento de la
identidad real de la condición proletarizada de mujeres y hombres
cuya existencia cada vez depende menos de sí misma y más de las
vicisitudes del proceso de acumulación de capital. Ahí radica la
condición conservadora de la nueva ideología política, que se
proyecta en la referencia vaga a un pueblo cuya agregación se
articula en relación con la mercancía y su inserción en el
mercado, es decir, a su condición de ser predominantemente
ciudadanos consumidores. Perder la referencia de clase proletarizada
en favor de una categoría tan vaga como el pueblo, la multitud o la
masa de gente que no pertenece estrictamente a la élite dominante
comporta una falsificación del conflicto social que solo puede
responder a un interés instrumental: obtener votos y cuota de
representación en el aparato del Estado. El oportunismo de siempre
revestido de una retórica más o menos actualizada, pero con efectos
cada vez más limitados.
Esa incapacidad para ir más allá del
pueblo constituye precisamente el talón de Aquiles de la
élite emergente del proceso de proletarización. Constituida como la
aristocracia intelectual del populismo de izquierda, esta élite no
pude concebir la condición humana proletarizada más que como
pueblo, gente, como masa, en fin, sin capacidad para autoconstituirse
como sujeto social. Es ahí donde el populismo de derecha y de
izquierda convergen en una misma tradición cultural burguesa, de
clase, elitista, que solo contempla la condición proletarizada como
masa ciudadana a la que hay que halagar con las promesas que
supuestamente quiere escuchar en cada concurso electoral y atizar su
consumo con mercancías culturales (fiestas populares, conciertos,
turismo, etc.). Pero la problemática de la sociedad del capital –en
virtud de la dimensión alcanzada por las contradicciones del
desarrollo capitalista– está cada vez más alejada de su
representación política. Para enfrentar críticamente la realidad
de las transformaciones recientes del capital –sin subterfugios
posmodernos ni retórica regeneracionista– es inútil cualquier
elaboración teórica de un nuevo sujeto transformador que, por lo
demás, solo podrá surgir en la conflictividad y atendiendo a las
implicaciones de la terciarización y del posible antagonismo social
que conlleva.
Las ambigüedades de la práctica y
del discurso de la nueva izquierda –su versión ciudadanista del
populismo– significan un alejamiento de la tradición social
transformadora de clase y se alinean con la tradición histórica de
la revolución burguesa y su invocación del ciudadano. Aunque su
profesión de fe ideológica acuda a referencias humanistas
verbalmente socializantes, entronca con las propuestas históricas
negacionistas del carácter radicalmente de clase que define la
conflictividad social en la sociedad capitalista. Diluir la condición
proletarizada tras la vaga identidad de la ciudadanía o del pueblo
es, en el mejor de los casos, una devaluación intelectual deliberada
de los aspirantes a gestores del derrumbe. Reactivar nociones tan
insidiosas como ciudadano o pueblo no aporta sino más
confusión a la ya profusamente inducida desde los medios
audiovisuales de formación de opinión. Un acto más de
expropiación, esta vez en el plano real y simbólico, de la
identidad vinculada a la condición proletarizada.
El fascismo surge, entre las dos
guerras europeas del siglo XX, del proceso de proletarización masiva
de una pequeña y mediana burguesía que se convierte en residual
para la dinámica de concentración de capital que se produce en ese
periodo; el ciudadanismo de la izquierda renovada del capital(32)
responde, en los países capitalistas, a la fase de proletarización
intensiva de la reestructuración, cuyas consecuencias más palpables
son la quiebra del Estado de bienestar y de la democracia de
consumidores. Es en este sentido en el que hay que abordar el
fenómeno ascendente de los engendros políticos de la crisis del
capital (los partidos xenófobos de Francia, Alemania, Holanda,
Flandes, Austria, etc.) y preguntarse en qué medida han sido
precisamente la pasividad inducida por las urnas legitimadoras de la
democracia de consumidores y la inhibición de masas a través de la
vía institucional las que han propiciado el caldo de cultivo de la
fenomenología populista de derecha.
En cualquier caso, la deriva populista
de la izquierda la pone, una vez más, a remolque del capital y,
concretamente, de sus manifestaciones políticas más aberrantes. Si
tradicionalmente ha sido meramente reactiva (antifascista) porque su
adscripción al marco de la representación política no daba para
más, en la actualidad se debate contra un espectro que, como antaño
el fascismo, es funcional al papel de la izquierda en el sistema de
representación capitalista. La izquierda juega el papel de
alternativa política formal al populismo de derecha, pero resulta
completamente estéril en cuanto a su intervención transformadora
sobre el proceso de reproducción social. Por eso, ocultar que los
periodos de crisis de acumulación de capital se corresponden
igualmente con la crisis de sus formas de representación no es solo
una irresponsabilidad moral e intelectual, sino un empecinamiento en
repetir errores del pasado. No abordar la crítica de la democracia
como forma política del capital en crisis y elevarla además a único
horizonte posible (totalitarismo democrático) supone, precisamente,
dejar en manos de las fuerzas emergentes del capital en crisis y de
sus expresiones populistas más perversas la iniciativa de la
movilización social.
Puesto que, en la práctica, la
democracia es una forma política del capital, es asimismo una forma
instrumental a los movimientos xenófobos, nacionalistas y racistas,
emergentes con el capital en crisis. Una buena muestra de ello fue el
final de la república de Weimar, que dio paso a una de las más
abominables expresiones políticas del capital: el nazismo.
Ciertamente, Hitler y su cohorte de sicarios fueron aupados al
gobierno con la financiación del capital industrial alemán, pero
contaron con la legitimación formal de las urnas y la adhesión
popular en torno a un programa de recuperación de la economía
nacional. La supuesta consistencia del populismo de derecha
estriba precisamente en que lleva la simplificación del razonamiento
hasta sus últimas consecuencias, anulándolo tras las verdades
aparentes de la obviedad, ya se trate de refugiados o migrantes (no
se puede acoger a millones) o del desempleo (primero los del
país). Las obviedades dan pie a consignas que, en realidad, son
falsos razonamientos que proliferan para esconder las preguntas
fundamentales: por qué hay migrantes, refugiados y guerras; cuáles
son sus consecuencias (beneficios) a lo largo de la cadena de
acumulación transnacional de capital; y qué papel juegan nuestros
países y nosotros mismos como sujetos de la democracia de
consumidores.
Frente a ello, el populismo de
izquierda muestra sus debilidades echando mano de la gastada retórica
antifascista o de la simple argumentación moralizante, escudada tras
la afirmación de una noción como la democracia, cuyo significado
está cada vez más difuminado y desacreditado. Conviene recordar que
en nombre de la democracia –y mediante procedimientos democráticos–
se construyen criminales vallas y muros antimigrantes y se ponen en
práctica políticas xenófobas, exactamente igual que se imponen
reformas laborales o se procede a la criminalización de la
disidencia política.
La ventaja del populismo heredero de
la tradición nacional-fascista respecto del populismo de izquierda
consiste en que el primero es capaz de acometer supuestas soluciones
(leyes xenófobas, construir vallas y muros) adaptadas a las
realidades aparentes de la crisis del capital. Estas «soluciones»
son funcionales, en su perversa y cruel simplificación, al ámbito
de la representación y del electorado amedrentado de la democracia
de consumidores. Por su parte, el populismo de izquierda se limita a
presentar batalla en el terreno de la representación y del
pragmatismo institucional. Se trata de captar el voto –añadiendo,
si cabe, más confusión– disputando la adhesión de la gente
o del pueblo al populismo de derecha. Incluso en el ámbito de
la representación cada vez hay menos diferencias entre los programas
de los partidos políticos, lo que lleva a pensar en un síntoma
inequívoco del agotamiento histórico de la política como
representación.
La irrupción del populismo hay que
entenderla como un síntoma de los límites históricos de la
democracia. Pero quedarse en esa constatación sería permanecer en
las coordenadas de la representación; por eso la crítica del
populismo como desviación ideológica de masas, exige una reflexión
que tome como punto de partida las condiciones materiales de
existencia en la sociedad del capital en crisis. Será posible
entonces articular un marco de crítica e intervención estratégica
que permita comprender la naturaleza de las guerras, los refugiados,
las migraciones, etc.; cuál es su conexión concreta con nuestro
modo de vida, qué relación guardan las guerras y esas corrientes de
refugiados con el mantenimiento de la democracia de consumidores. A
pesar de todas las mediaciones y desviaciones ideológicas, el
trabajo, el desempleo y el consumo de cada individuo concreto de la
democracia de consumidores están insertos de forma mucho más
directa de lo que aparentemente pueda parecer en el proceso global de
acumulación de capital. Es el mismo proceso que provoca las guerras,
las migraciones económicas y los refugiados.
La interdependencia a todos los
niveles funcionales y territoriales del proceso de reproducción
social a caballo de la acumulación de capital –que hace que, por
ejemplo, el precio del arroz en Guatemala dependa de las maniobras
especulativas en Wall Street– comporta la puesta en juego de
múltiples variables con un impacto encadenado (lineal y reticular).
Es así como conflictos localizados en un sector (puertos) o en un
segmento social (banlieues)* o territorio (indígenas en
defensa de sus tierras) definen, además de una complejidad creciente
de la gestión del desorden mundial, también la posibilidad de una
comprensión estratégica de los conflictos en cuanto a sus formas,
contenidos y repercusiones. Esos conflictos obligan a cambios en los
planes capitalistas que representan costes añadidos y, a fin de
cuentas, agravan la caída global de los beneficios.
Desentrañar esa linealidad y ponerla
en el primer plano de la discusión política es una tarea de la
crítica del capital que permite superar realmente las verdades
obvias del populismo xenófobo, aunque para ello sea necesario
proceder a una interpelación incómoda acerca de cómo las
condiciones materiales de la existencia individual dependen de las
condiciones generales de reproducción social y, en consecuencia, de
la acumulación mundial de capital. Con ello, se trata de abordar las
implicaciones existentes entre las condiciones de vida en nuestras
democracias de consumidores y las guerras(33) e iniciativas
expropiadoras de agua, tierras, etc., en el marco de la economía
global.
Claro que esa interpelación no
arrojaría rentabilidad alguna desde el punto de vista de la
representación (votos), porque no daría juego en las disputas
populistas por la subjetividad ciudadana forjada en la democracia de
consumidores. Más bien al contrario, apuntaría a poner en cuestión
esa subjetividad como resultado de la dominación real del capital.
Entre tanto, la izquierda del capital sigue lanzando sus cantos de
sirena con promesas de crecimiento y de buena gestión del colapso,
al tiempo que nos vamos deslizando lenta pero inexorablemente por el
tobogán de la implosión social. Las condiciones materiales de la
reproducción social del capital en crisis suponen en la actualidad
un salto evolutivo respecto de las que hicieron posible la escalada e
implantación del fascismo. Su reflejo son las formas políticas
correspondientes al totalitarismo democrático, propias de la
afirmación real y total del capital y de la mercancía en la
democracia de consumidores. El totalitarismo democrático no comparte
las características formales de la brutalidad explícita del
fascismo histórico. Los prejuicios (xenofobia, racismo y
discriminación cultural) y las formas de violencia explícita
(represión de la disidencia política) e implícita (marginación,
exclusión, humillación) se encuentran legitimadas por el reiterado
ejercicio electoral y el recurso al eufemismo y la hipocresía
consustanciales a la subjetividad ciudadanista políticamente
correcta.
En cualquier caso, la profundización
de la tendencia a la proletarización de las profesiones y funciones
sociales vinculadas al Estado de bienestar emplaza –en la
confrontación con el capital– a romper con el espejismo de las
representaciones y de las mediaciones, toda vez que la inmensa
mayoría de la población proletarizada no satisfará nunca sus
expectativas y aspiraciones sociales ni personales en el marco de la
democracia de consumidores. Además, cada vez son menos las
contrapartidas materiales que la población proletarizada puede
recibir en el marco de la reproducción social, según ponen de
manifiesto los informes de las organizaciones filantrópicas. A pesar
de todo, la acumulación de capital requiere de una mínima
agregación y adhesión que legitime el orden social dominante.
En este terreno se abre una nueva
línea de resquebrajamiento social, apreciable en el recurso al
estado de paranoia securitaria (terrorismo, islamismo, migración)
como elemento de agregación social. Todo ello, al mismo tiempo que
se estrechan las posibilidades de subsistencia para una parte cada
vez mayor de la población. Así se muestra la fragilidad real de la
democracia de consumidores. Fragilidad no solo en lo que se refiere
al eventual peligro terrorista, sino en cómo la seguridad sustituye
las contrapartidas materiales para una población –atemorizada y
empobrecida– que, por otra parte, sigue constituyendo la base
social necesaria de la democracia de consumidores que realiza el
capital.
Es esa situación la que hace que,
cuanto más se perfilan líneas potenciales de ruptura en la realidad
social, más clara resulta la futilidad de algunas facciones del
nuevo proletariado encuadrado en la denominada nueva política que se
empeña en la obtención de una cuota de representación
institucional que nada tiene que ver con la comprensión real y
práctica de la sociedad capitalista, de sus contradicciones y de sus
posibilidades de supervivencia. Mientras un número cada vez mayor de
hombres y mujeres se ven reducidos a mera fuerza de trabajo
excedentaria, aún se alimenta la ilusión de la alternativa
capitalista a la crisis por parte de la élite más cualificada de
esa población, compuesta por jóvenes profesionales precarizados que
aspiran a gestionar la reproducción social desde las instituciones
del capital.
Estas son, no obstante, solo promesas
para un tiempo nada prometedor. En ausencia de una perspectiva clara
de ruptura, ni siquiera hay lugar, por la vía muerta donde transita
el institucionalismo, para una reforma significativa de la producción
y redistribución de la riqueza. La dinámica del capital en la
integridad de su ciclo (producción, circulación y realización)
estrecha progresivamente los márgenes de maniobra en cada fase del
mismo. En ese sentido, nada cabe esperar de la evolución del capital
si no es un empeoramiento progresivo de las condiciones de existencia
humanas y del planeta. Si existe alguna posibilidad de no sucumbir al
desmoronamiento de la sociedad capitalista, solo podrá consistir en
la autoconstitución de la población proletarizada bajo presupuestos
realmente antagonistas, es decir, mediante la transformación de sus
condiciones materiales de existencia desde sí misma y para sí
misma, y no desde planteamientos meramente verbales, discursivos,
simbólicos o institucionales.
Notas.
* Banlieue: término propio del francés con el cual se denominan los suburbios. En español se utiliza para referirse a los barrios marginales del extrarradio de las grandes ciudades de Francia, con gran concentración de inmigrantes. (Wikipedia)
* Banlieue: término propio del francés con el cual se denominan los suburbios. En español se utiliza para referirse a los barrios marginales del extrarradio de las grandes ciudades de Francia, con gran concentración de inmigrantes. (Wikipedia)
30– Un destacado ideólogo de
la izquierda del capital, Josep Ramoneda, en un programa radiofónico
de la Cadena Ser del dia 27 de enero de 2017, todavía invocaba –a
propósito de un eventual relanzamiento de la izquierda– la
necesidad de retomar la idea de progreso que, según él, ha
abandonado la izquierda. Se trataría de darle un nuevo contenido
para ofrecer expectativas en el marco del sistema de representación.
31– Véase, por ejemplo, dos
perspectivas diferentes de la movilización en: G. Soriano y Nicole
Thé, Printemps 2016: un mouvement inattendu y Alèssi
dell’Umbria, Le monde ou rien. Remarques sur l’agitation
sociale en France au printemps 2016. Disponibles en:
https://artilleriainmanente.noblogs.org/post/2017/02701/el-mundo-o-nada
32– Por supuesto, sería una
trivialidad demagógica poner en el mismo rango el populismo chavista
en Venezuela, el de Le Pen en Francia, el de los neonazis alemanes,
austriacos, nacionalistas flamencos, así como el de Podemos o su
homólogo catalán Barcelona en Comú. Obviamente, no son formalmente
homologables, como tampoco lo es la subjetividad que subyace en sus
seguidores. Lo que aquí se pretende poner de relieve es el hecho de
que todos ellos son respuestas a una misma circunstancia de crisis
del capital; aunque diferenciadas, tienen el denominador común de su
alejamiento de la tradición de clase, rupturista, igualitaria,
revolucionaria, de la población proletarizada. También se quiere
señalar que son alternativas desde presupuestos de gestión del
capital, ya sea en la versión humanista de Podemos, como en la
brutal y xenófoba del Frente Nacional francés, la Alternativa para
Alemania o los renovados nacionalismos europeos. En definitiva, son
diferentes respuestas a la crisis del capital desde dentro del
capital, como lo fueron en el periodo comprendido entre las dos
guerras mundiales el fascismo/nazismo, el capitalismo liberal y el
capitalismo de Estado (socialismo real).
33– Véase Colectivo
Gasteizkoak, Estas guerras son muy nuestras. Industria militar
vasca, Tafalla, Txalaparta, 2016. Un documentado ensayo de
nuestra participación en las guerras que devastan el planeta.
____________________________________________
TRABAJAR POR TRABAJAR: LA
MERCANTILIZACIÓN DEL TIEMPO COMO EJE CENTRAL DE LA TEORÍA CRÍTICA
DEL CAPITALISMO - Álvaro Briales
Texto completo (pdf)→aquí
[...]
La función sistémica del trabajo es,
en lo fundamental, autorreproducirse. Su función original perdió el
sentido en el momento en que para trabajar hay que ir a un mercado de
trabajo que coloca a las necesidades sociales en un lugar secundario
respecto a las necesidades de trabajo del capital. Es en ese sentido
que se puede comprender la expresión de la “acumulación por la
acumulación” o del “producir por producir” (Marx, 1872: 731,
735). Son las formas en las que se expresa la acumulación de capital
como lógica tautológica, en la cual el capitalista opera como medio
de esa lógica, y no como quien controla en lo sustancial tal lógica.
[...]
Una expresión del castellano muy
precisa en este sentido es la de “echar horas”. El “echar
horas” y “echar horas” que no termina nunca es, literalmente,
“echar” el tiempo de vida al trabajo, con el fin de obtener un
dinero que en su carácter fetichista se presenta como si fuera la
riqueza misma, y presenta las horas de trabajo como si fueran las
creadoras de tal riqueza. Pero si asumiéramos el supuesto
metodológico de la medición objetivada de la existencia en “horas”
e imagináramos el tiempo que contiene lo que consume una persona
media en un día medio, sería muy fácil comprobar que la relación
entre las “horas echadas” y el tiempo contenido por la riqueza
consumida es, en el capitalismo, cada vez menor. Si hace 200 años la
relación era, por ejemplo, de 2 a 1, hoy quizás sea, por decir
algo, de 10.000 a 1. Entonces, ¿dónde va todo el tiempo que
trabajamos y no consumimos? Básicamente, el tiempo es consumido por
el mantenimiento y renovación de la inmensa “infraestructura”
social que pivota en torno al trabajar por trabajar. El capitalismo
pone a las personas a trabajar por trabajar, supeditando el sentido
social concreto de una determinada actividad a su función
valorizadora. Como la forma fundamental para obtener mercancías es
obtener dinero, y la forma fundamental de obtener dinero es
trabajar, parece que en la relación entre el tiempo vendido y las
mercancías, el dinero es sólo una mediación neutra, técnica,
entre el tiempo de trabajo y las mercancías, y parece así que el
tiempo vendido en el trabajo tiene la función de crear riqueza. Las
personas creen trabajar para sí cuando trabajan por dinero, pero el
trabajar por dinero ya no tiene la función directa de crear riqueza.
El trabajo que se le presenta al asalariado como vía de acceso al
dinero, es a su vez la mediación para el acceso a la riqueza
mercantilizada. Sin embargo, en términos del conjunto social, el
tiempo de trabajo vendido no sirve tanto para crear la riqueza social
como para retroalimentar las necesidades del capital autonomizado de
las necesidades sociales directas, subordinadas al trabajar por
trabajar.
Perdonad esta imagen y no compartáis el pesimismo que conlleva. Desde el Gólgota, mientras agonizamos, abarcamos el mundo y lo comprendemos por fin.
ResponderEliminarArtículo largo que toca muchos puntos. Yo destacaría la condición proletaria y la conciencia proletaria. Esta no existe, porque lo que realmente se ve es una sociedad superficial, por lo tanto las divisiones también son superficiales, y estas no son por capital, sino por estilos de vida. Es decir, auque las encuestas nos encasillen por nuestro poder adquisitivo una hace lo que marca su estilo de vida, lo cual marca una movilidad social irreal. Esta disociación solo puede ser producida a través de la repetición incesante de mensajes, la publicidad. Ese enganche y ese bombardeo es el que conforma hoy en día nuestra sociedad.
ResponderEliminarSalud!