Reunidos los excluidos. Agustín se orina en los pantalones con la misma naturalidad de quien, ensimismado, bosteza. Rescata de su covacha una añeja guitarra carcomida, abandonada hace tiempo a su triste suerte, con cuyas tres cuerdas supervivientes entonamos disparatados cantos. Sirviéndose de un viejo cuchillo mellado Agustín, más que cortar, arranca una tajada de la carne que pende de un alambre junto a la puerta, mientras espanta las moscas bruscamente haciendo brotar de su cuerpo cubierto de rancias panas un chispeante tropel de pulgas, polvos y menudencias. Sesenta y cinco años de ininterrumpido pastoreo. Áspero e implacable, el monte talla el espíritu de sus viejos moradores, carentes de artificios evasivos. Los perros aúllan al son de la armónica. Con el hambre rezumando por sus narices atentas, merodean resignados en sonámbula manada.
Seguimos bebiendo y fumando sin mesura, inmersos ya en el abrazo frío y oscuro de la montaña. Agustín, la mirada atónita y extraviada, gime inesperadamente con un llanto seco y ancestral, pero no reclama más que nuestra soberana compañía, nuestra tácita complicidad… y otro trago. Distraída, su vieja mano de encina desplaza hacia la nuca una boina rígida y desteñida, sufrido palimpsesto resultante de innumerables jornadas de trabajo a la intemperie: «Que aquí –masculla mirando hacia la aldea–, a no ser mi cabeza no hay na que rascar... » E inocente, esboza una sonrisa amarga y generosa, sosteniendo entre sus curtidos párpados dos enormes lágrimas que nunca caen.
Se apagarán los televisores, fallarán las luces, y nos dirigiremos a las montañas a buscar la lecha de las cabras de Agustín, intentando hacerle gracia para que en su carcajada comparta el vino. Agustín nos acabará pastoreando.
ResponderEliminarSalud!
Los "Agustines" pueden sobrevivir en la montaña, los urbanitas no sé yo si durarían mucho. Una cosa es alquilar una "cabaña" para un fin de semana, y otra muy distinta vivir en y del monte. Cosa dura.
EliminarSalud!
Los urbanitas están como cabras, y son pastoreados a diario en las urbes, que son junglas. El mayor problema problema que veo es que en el monte se transformasen en alimañas, como en las ciudades.
EliminarSalud! Pablo Heraklio
En cierto modo ya lo son (alimañas), solo hay que ver cómo han dejado de mierda el Everest, por ejemplo.
EliminarSalud!
Agustín, de la estirpe de los "santos inocentes", que dan sopas con honda a los verdaderos desposeídos que viven en la ciudad y, cuando se ponen, son capaces de "encorbatar" en un chopo a los señoritos que les humillan. Salud!
ResponderEliminarAsí es, Conrado. Agustín era de esa misma estirpe y una de las personas más cabales que he conocido. Cada vez que veo una encina me acuerdo de sus manos.
EliminarSalud!
Los urbanitas no podrían sobrevivir como Agustín, Azarías o el señor Cayo. Desgraciadamente, estos tampoco pueden sobrevivirse a sí mismos. Son la última hoja verde en la punta de una rama.
ResponderEliminarNo me hagáis mucho caso si interpretáis esto como el único final posible.
Pues vienen tiempos que quien no se "agustinice"...
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