29 enero, 2022

Se abren grietas en el frágil liderazgo de Estados Unidos por la crisis de Ucrania – Finian Cunningham

 



Kolozeg.Org – 27/01/2022

   Traducción del inglés: Arrezafe


El mundo se está percatando de que el precio de la vanidosa hegemonía estadounidense es una locura criminal, como lo demuestra ampliamente la debacle de Ucrania.


Esto es precisamente lo que más teme Washington: que aparezcan grietas en su supuesto liderazgo de aliados europeos. La campaña de presión liderada por Estados Unidos contra Rusia por Ucrania se ha avivado peligrosamente hasta el punto en que podría desencadenarse una guerra catastrófica en Europa.


Y los europeos se están poniendo nerviosos por la imprudencia del Tío Sam. Los nervios se están deshilachando y, con eso, la sagrada “unidad”, es decir, que la hegemonía estadounidense se está deshaciendo.


Esta semana, el canciller alemán Olaf Scholz recibió al presidente francés Emmanuel Macron en Berlín, donde ambos líderes llamaron a un diálogo europeo con Rusia para reducir la crisis de Ucrania. Su llamamiento ha sido un velado repudio a la postura de confrontación de Washington hacia Moscú.


Los medios reflejan la alarma de Francia y Alemania ante el carácter de “guerra inminente” dado por Washington a una supuesta invasión militar rusa. Moscú ha negado repetida y vehementemente que tenga planes de invasión o planes para atacar a nadie. Alguien está mintiendo, y como pasan los días sin que se materialice la invasión por parte de Rusia, las preguntas giran hacia Washington y cuál es su agenda.


Existe una creciente preocupación de que los estadounidenses estén elevando la tensión hasta un grado desproporcionado que podría superar peligrosamente los esfuerzos diplomáticos. Los propios estadounidenses no parecen entender su particular tendencia suicida.


Cabe destacar, además, que Berlín se ha negado a considerar respaldar la idea estadounidense y británica de imponer sanciones económicas más extremas a Rusia, como cancelar el gasoducto Nord Stream 2 o expulsar a Rusia de los mecanismos bancarios internacionales. Este último movimiento dañaría tanto a Europa como a Rusia.


La administración Scholz también se ha mantenido firme en contra de suministrar armas de la OTAN a Ucrania.


Mientras tanto, la administración de Biden y el jefe de la OTAN, Jens Stoltenberg, han estado “trabajando horas extras” para proyectar una imagen de unidad entre Estados Unidos y sus aliados europeos. Ese intenso esfuerzo habla de la tácita inquietud de que la alianza transatlántica no sea tan robusta ni unificada como se proyecta. La ansiedad es particularmente aguda para Washington porque su posición de dominio sobre los aliados europeos depende de su autoridad incuestionable.


El presidente Biden afirma que ha hablado con todos los aliados de la OTAN y que "todos estamos en la misma página" con respecto a la situación en Ucrania y las tensiones con Rusia. Biden afirmó esta semana que hay “unanimidad total” entre EEUU y sus aliados. La afirmación del presidente estadounidense es más una ilusión que una realidad. No hay unanimidad, como indican los líderes francés y alemán.


Una inesperada bofetada en la cara vino del régimen de Kiev en Ucrania. Su presidente, Vladimir Zelensky, así como otros altos funcionarios de defensa dieron un giro en U esta semana cuando refutaron las afirmaciones de Estados Unidos de que una invasión rusa era inminente. Kiev se irritó por la decisión de Washington y Londres de sacar al personal diplomático de sus embajadas, movimientos que fueron considerados como alarmistas y causantes de una inestabilidad innecesaria.


Evidentemente, los estadounidenses y su siempre servil chivo expiatorio británico están yendo demasiado lejos al fomentar la tensión sobre Ucrania. Incluso al régimen normalmente rusofóbico de Kiev le ha preocupado que Washington y Londres estén precipitando un conflicto armado con Rusia.


Más grietas socavando el liderazgo estadounidense provinieron del presidente croata Zoran Milanovic, cuyo país es miembro de la OTAN. Condenó la escalada de tensiones y dijo que Croacia no participará en ningún conflicto: “Si hay una escalada, retiraremos hasta el último soldado croata”.


Sagazmente, el presidente croata comentó sobre el callejón sin salida: “No tiene nada que ver con Ucrania o Rusia, tiene que ver con la dinámica de la política interna de Estados Unidos”.


Otro golpe más para el sobreexcitado liderazgo estadounidense fue la renuncia del principal comandante naval alemán, vicealmirante Kay-Achim Schoenbach, que calificó las afirmaciones estadounidenses de una invasión rusa de Ucrania como "tonterías". Washington quedó apopléjico tras el desaire alemán a su presunta autoridad.


La crisis de Ucrania se ha convertido en una loca carrera hacia el abismo de una guerra total contra Rusia. Esta semana, el presidente Biden llegó incluso a remarcar sombríamente que tal guerra “cambiaría el mundo”, eufemismo alucinante, porque probablemente tal guerra acabaría con el mundo, dadas las potencias nucleares involucradas.


Sin embargo, hay motivos políticos lógicos, aunque censurables, tras este irracional deslizamiento hacia el desastre.


En primer lugar, está el histórico objetivo estratégico estadounidense de sabotear la energía y otros intercambios normales entre Europa y Rusia. La estrategia de la Guerra Fría de Washington de frustrar cualquier normalización de las relaciones entre Europa Occidental y Rusia es tan activa hoy como lo fue durante las últimas ocho décadas desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Una especial prioridad para Washington es la de desplazar a Rusia como principal proveedor de gas y petróleo de Europa con sus propios hidrocarburos y de esa manera apuntalar el sistema de petrodólares, que a su vez es crucial para preservar el dólar estadounidense como moneda universal.


Tener al bloque de la OTAN liderado por Estados Unidos en alerta militar también es una bendición fundamental para la industria armamentística estadounidense, que es el corazón palpitante del capitalismo estadounidense disfuncional.


Pero también hay razones políticas menores a más corto plazo por las que Ucrania y Rusia se han convertido en un crisol de este tipo en los últimos meses.


Un informe de Associated Press de esta semana reveló más de lo previsto con el titular: “La gran prueba de Biden… Demostrar que puede reunir aliados contra Putin”.


El informe de AP afirma que el presidente de EEUU se enfrenta a una “gran prueba de los pilares gemelos de la candidatura de Biden para 2020. Uno, que podría hacer las cosas de manera competente en casa y, dos, restaurar la posición de Estados Unidos en el mundo tras los volátiles cuatro años de Donald Trump en la Casa Blanca”.


Cuando el recién estrenado presidente Biden se jactó de que “Estados Unidos ha vuelto”, lo que anhelaba era poder mostrarles a los votantes estadounidenses que, bajo su mandato, el Tío Sam volvería a ser respetado en todo el mundo.


Hasta ahora, las promesas internas de Biden se han tornado decididamente pálidas y sus calificaciones en las encuestas languidecen por el fracaso en la renovación de la sociedad estadounidense. Es por ello, entre otras cosas, epor lo que este incapacitado presidente está tratando de salvar su imagen de líder fuerte entre los aliados frente a enemigos extranjeros como Rusia.


La crisis de Ucrania está siendo impulsada por el fracaso sistemático de la política estadounidense y su economía capitalista oligárquica en bancarrota. Algo estratégico, como objetivos al estilo de la Guerra Fría, debido en parte a la pequeña política interna. El mundo está siendo empujado a un peligroso precipicio para satisfacer las necesidades políticas estadounidenses.


No obstante, fatalmente para el imperio estadounidense, existe una sensación palpable de que el mundo se está dando cuenta de que el precio de la vanidosa hegemonía estadounidense es una locura criminal, como lo demuestra ampliamente la debacle de Ucrania. Por lo tanto, las grietas se están ensanchando bajo el frágil control del Tío Sam sobre el liderazgo y la realidad.


Los propagandistas imperiales estadounidenses argumentarán que la división en la unidad transatlántica es justo lo que Moscú ha estado buscando. Quizás sea así. Pero la causa principal se debe al propio poder fallido inherente de Washington y su obsesión hegemónica.



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