15 enero, 2025

Estados Unidos de América: país sin nombre y sin destino — Augusto Zamora

 


Extraído del libro Política y geopolítica. Para rebeldes, irreverentes y escépticos. (2016), de Augusto Zamora.


País americano líder del llamado «mundo occidental», primera potencia militar del planeta y, hasta hace unas dos décadas, potencia económica mundial indiscutible. Posee 9 826 675 kilómetros cuadrados y 319 millones de habitantes, divididos en grupos étnicos, cuyas diferencias siguen marcando a la sociedad, como también la sociedad sigue imbuida de religiosidad y convencida del excepcionalismo estadounidense. Es, también, el único país del mundo que ha vivido —y sigue viviendo— en un constante y permanente estado de guerra. Primero, contra los británicos, luego contra los vecinos (intento de anexión de Canadá en 1812-1814 y guerra contra México en 1847, del que arrancó la mitad del territorio), continuaron contra los pueblos indígenas (la archifilmada «conquista del Oeste», que ha llegado a ser todo un género de cine), siguieron la guerra entre ellos mismos (guerra civil de 1860-1865), luego contra España (1894), para continuar contra Latinoamérica y los mares del Pacífico. Después de la Segunda Guerra Mundial, continuaron con las guerras de Corea, (1950-1953) y Vietnam, Laos y Camboya (1960-1975) en el Sudeste asiático, luego con Somalia, Afganistán, Iraq, Libia y… La lista de futuros candidatos es extensa: Ucrania (y Rusia), Iraq (por tercera ocasión), Libia (bis), Yemen, Irán, Siria y, claro, la República Popular China.


Después del suicidio de la URSS, casi todo el mundo dio por sentado que, según los datos y hechos más visibles, parecía inobjetable que EEUU, vencedor de la Guerra Fría, sería la única superpotencia mundial y el país en torno al cual giraría el mundo. Hoy, salvo sectores o individuos fanáticos, nadie piensa así. EEUU, en las últimas dos décadas, ha perdido buena parte de los atributos que hicieron del país una superpotencia, como la capacidad industrial, el control de la economía mundial y la solvencia fiscal, que le permitía gastar cantidades ingentes de dinero en guerras imperiales o de alto contenido geopolítico. Desaparecidas las condiciones intrínsecas para dominar el mundo, su hegemonía actual en el ámbito occidental es más efecto de la inercia de los hechos que derivación de un poder objetivo, como el que poseía en los años 50 o 60.


Para entender muchas de las singularidades de EEUU es preciso tener en cuentas las más que particulares circunstancias históricas que lo llevaron a ser superpotencia.


Hasta la Segunda Guerra Mundial, EEUU fue beneficiario pasivo de las guerras entre las grandes potencias europeas. País volcado hacia sí mismo y con escasa proyección exterior, capitalizó con eficacia admirable aquellos conflictos, multiplicando su riqueza, poder y territorio. Las guerras napoleónicas hicieron crecer la demanda de productos agrícolas norteamericanos, provocando un boom exportador que permitirá, en las décadas siguientes, la industrialización del país. La extensa Luisiana fue vendida por Napoleón en 1803 tras frustrar la marina británica su intento de rehacer el imperio colonial. La Florida cayó como resultado de las guerras de independencia americanas, aprovechadas por EEUU para ocupar Florida occidental en 1813 y obligar a España a venderla en 1818. El caos mexicano puso en sus manos Tejas y la mitad del territorio de ese país, tras una guerra desigual y sin gloria (1846-1847). Alaska fue adquirida por obstinación rusa, cuyo gobierno tenía abiertos múltiples flancos en Europa y Asia Central y necesitaba con agónica urgencia dinero fresco. Con Polonia insurrecta en 1863; Prusia y Austria en guerra (batalla de Sadowa, 1866) afectando su flanco europeo; Inglaterra y Francia sosteniendo al Imperio otomano y chocando Rusia con Inglaterra en la frontera con Afganistán, Alaska debía aparecer ante el zar de Rusia como un apéndice estéril, difícil de atender y menos de defender. En 1867 se efectuó la venta, por 7 200 000 dólares. Una vez más, EEUU era el beneficiario neto de las pugnas europeas. La ceguera española en Cuba, finalmente, servirá en bandeja un imperio colonial, de Filipinas a Puerto Rico, posiblemente el imperio que con menos costo haya obtenido jamás potencia alguna. Durante la Primera Guerra Mundial, EEUU comerció con los bloques en lucha y no entró en guerra hasta meses antes de su final. Su comercio con el bloque británico pasó de 824 millones de dólares en 1914 a 3215 millones en 1916. Sus ventas a las potencias centrales pasaron de 169 millones a 3214 millones en el mismo periodo. Las tropas de EEUU entraron en Francia en junio de 1918 y Alemania, agotada y sin reservas, se rindió en noviembre de ese año. EEUU combatió cuatro meses y perdió en total menos soldados que Francia o Alemania en una única batalla. De 115 000 muertos estadounidenses solo 50 000 lo fueron en combate. El resto murió por enfermedades. Europa quedó en ruinas y endeudada con EEUU, el mayor y más grande beneficiario de la guerra: su PIB pasó de 33 000 millones de dólares en 1914 a 72 000 millones en 1920. ¡Un incremento del 120% en apenas seis años!


La Segunda Guerra Mundial obligó a EEUU a un esfuerzo mayor y más temprano, pero, aun así, le dejó inmenso beneficios. Bastó que la guerra empezara para que su producción industrial aumentara un 20%. En abril de 1940 había superado el nivel existente en 1929, cuando la Gran Depresión. Al concluir el conflicto, los muertos estadounidenses sumaron un total de 404 399 soldados, menos de la mitad de las bajas soviéticas en Stalingrado. También era el único país beligerante cuyo territorio no había sufrido ningún daño. Su marina mercante significaba el 66% del tonelaje mundial y su superávit comercial era, en 1945, de 40 700 millones de dólares. Europa, en cambio, estaba destruida. La producción industrial había descendido más de un 40% y la agrícola hasta un 50%, además de despertar a la pazahogada en deudas. El Plan Marshall acrecentó esta riqueza y llevó al establecimiento de empresas estadounidenses en Europa, acta de nacimiento de las transnacionales. Y con el plan Marshall llegó la OTAN, organización que tradujo a términos militares la hegemonía política y económica estadounidense en la región. La Segunda Guerra Mundial dejaba a EEUU como amo y señor de Europa Occidental, de igual modo que la Gran Guerra lo había reconvertido en la mayor potencia industrial del mundo.


Su expansión mundial fue, hasta ese momento, un proceso que arrojaba ganancias sin cesar. En Iberoamérica, donde la guerra había dejado importantes beneficios, EEUU impuso un sistema de libre comercio que, dada la inmensa asimetría comercial e industrial, hizo que los países pasaran de unas reservas de 3340 millones de dólares a quedar endeudados con EEUU. Ahí el origen de la deuda externa que muchos siguen pagando aún hoy.


Otro factor a considerar es que EEUU nunca se ha enfrentado, solo, a adversarios de entidad equivalente. La expansión territorial —su mitificada y hollywoodizada conquista del Oeste— fue el primer genocidio planificado de la era moderna. Siguieron México, sumido en el caos, y una rezagada España, derrotada en 1898. Luego Cuba, Haití, Nicaragua, Panamá… La participación de EEUU en la Primera Guerra Mundial fue simbólica y en la Segunda, aunque con una implicación mucho mayor, participó con aliados tan poderosos como la URSS, que sola quebró el espinazo del poder nazi. Japón era un enemigo poderoso pero menor, que, además, debía combatir contra coreanos, filipinos, vietnamitas e ingleses. Pero fue la guerra con China la que resquebrajó el poder de Japón. En China tuvo que invertir la mitad de sus recursos y esa situación va a condicionar todo el curso de la guerra con EEUU. Washington se enfrentará a un enemigo demediado, que había cometido el error de expandir demasiado el campo de batalla. Esa expansión desmesurada será la causa de fondo de la derrota japonesa (bombas atómicas excluidas, claro).


No hubo guerra contra la URSS, para fortuna del mundo, aunque sí dos conflictos en los que EEUU debió combatir contra China e, indirectamente, la URSS. En Corea, en 1951, las tropas norteamericanas casi fueron expulsadas de la península por el ejército chino. La guerra quedó en tablas —destituido el general Douglas McArthur, que, desesperado, quería lanzar bombas atómicas contra China—, mostrando la impotencia de EEUU, que no había podido vencer a la recién creada República Popular. La guerra de Vietnam (1960-1975) es lo bastante conocida para comentarla. Las fotografías de los tanques norvietnamitas penetrando en la embajada norteamericana en la antigua Saigón fueron la imagen viva de la derrota estadounidense.


EEUU no ha tenido, por tanto, experiencia bélica en solitario contra poderes similares. Tampoco experiencia como país imperialista en el sentido tradicional. Grecia se enfrentó a Persia, Roma a Cartago, España a Francia y Gran Bretaña, y estos se pasaron guerreando siglos. Alemania combatió contra grandes coaliciones. La expansión de Rusia por Siberia y Asia Central le llevó 400 años. EEUU, en cambio, no solo ha carecido de tales envites, sino que ha sido el gran beneficiario de las sucesivas debacles de las potencias europeas, la última de ellas la autodestrucción de la URSS. Hasta hace pocos años, el modus operandi iniciado hace casi 200 años ha funcionado como una máquina aceitada y a punto.


Hasta hace pocos años, vale repetir. La Guerra Fría fue un gasto compartido por las potencias occidentales, de Noruega a Japón. La Primera Guerra del Golfo fue realizada por EEUU al frente de una coalición de 50 países, con fondos aportados por una decena de ellos. La agresión contra Yugoslavia fue obra de la OTAN, que corrió con el gasto. En Afganistán la situación cambió. Aunque abaratada por el apoyo ruso y europeo, fue —es, en 2015 murieron 27 soldados de la coalición y en 2016 han muerto ya otros tres— una guerra pagada por EEUU. La agresión contra Iraq resultará peor. Debió ser sufragada enteramente por EEUU, con un mínimo aporte británico. Son, claramente, guerras deficitarias que ni siquiera podrá resarcir el petróleo iraquí, habida cuenta el enorme daño sufrido por ese país (50 000 millones de dólares, dice el Banco Mundial) y la necesidad que tendrá EEUU de mantener una presencia militar en Iraq por mucho tiempo, amén de la irrupción del Estado Islámico, que ha abierto un frente complejo. Una ocupación costosa (4000 millones de dólares al mes) que se parece cada día más a la de Líbano por Israel, que terminó en desastre y en retirada humillante.


Puede decirse que EEUU ha pasado por cuatro etapas de imperialismo. La primera es un imperialismo vecinal de beneficios absolutos, que va desde su independencia hasta 1898, etapa en la que alcanzó los niveles de expansión territorial, industrialización y capitalización de beneficios que lo convertirán en gran potencia. Una segunda etapa es de un imperialismo económico de beneficios netos, que va desde 1898 hasta la Segunda Guerra Mundial, cuando EEUU no parece interesado en convertirse en un poder mundial protagonista, sino en consolidar y expandir su poder económico y financiero. La Segunda Guerra Mundial abrirá una tercera etapa, que puede calificarse de imperialismo mundial deficitario, habida cuenta que, como acontecerá en la guerra de Corea y, sobre todo, en la de Vietnam, la economía de EEUU se verá afectada por la necesidad de mantener una guerra larga y ruinosa, que afectará económica, moral y psicológicamente al país.


El derrumbe soviético abrirá una cuarta y actual etapa, en la que EEUU se declaró vencedor absoluto de la Guerra Fría y única hiperpotencia planetaria. Los hechos subsiguientes, particularmente las desastrosas aventuras militares en Afganistán, Iraq y Libia, en vez de consagrarlo como la «hiperpotencia» que afirmó ser, vinieron a demostrar exactamente lo contrario. El fracaso militar y político evidenció que EEUU seguía siendo —sin duda— una gran potencia y la primera militar, pero solamente eso, una gran potencia en un mundo que, aunque quiso, no pudo manejar a su modo.


Desde Vietnam hasta el presente, EEUU ha entrado en una etapa de imperialismo militar de pérdidas netas, por cuanto, por vez primera en su historia, se ha visto obligado a consumir cantidades ingentes de recursos propios para intentar mantener su condición de potencia hegemónica. Las invasiones de Afganistán e Iraq vinieron a disparar el crónico déficit público que el país arrastra desde los años 70, convirtiéndose en el país más endeudado del mundo. EEUU ha entrado, de lleno, desde 2002, en un imperialismo militar de pérdidas netas, cuya tendencia es a aumentar de forma incesante. A tenor de lo publicado por el diario Financial Times, en diciembre de 2014, la guerra en Afganistán le habría costado un billón de dólares, equivalente, para tener una idea más clara, a diez presupuestos o casi dos presupuestos militares de EEUU (que rondan de media los 500 000 millones de dólares). El peso de la guerra afgana sobre el presupuesto del país había llegado, en 2011, a ser tan gravoso, que Joe Manchin, congresista por Virginia, afirmó, en junio de ese año: «Tenemos que elegir entre reconstruir Afganistán o Estados Unidos. A la luz del peligro fiscal de nuestra nación no podemos hacer ambas cosas». Coincidentemente con esta posición, el cineasta Michael Moore, en una carta abierta de octubre de 2011, protestaba porque «se gastan miles de millones y billones en la guerra mientras los niños estadounidenses están durmiendo en las calles y hacen cola por pan».


El 80% del gasto militar en Afganistán se dio durante la primera presidencia de Barack Obama, distinguido con el premio Nobel de la Paz (también recibido por el entonces secretario de Estado de EEUU, Henry Kissinger, quien había promovido los más brutales bombardeos aéreos sobre Vietnam del Norte, entre 1972 y 1974. Nobeles con olor a pólvora y sangre). La razón era simple. Obama había diseñado una política dirigida a impedir una derrota militar en Afganistán. En 2009, envió 51 000 soldados más a ese país, con lo que la cifra de soldados estadounidenses en Afganistán superó, por vez primera, los 100 000 efectivos. Como afirmara un periodista del diario The Guardian, EEUU estaba, «todo el tiempo, tratando de encontrar una manera de no perder la guerra». Estos hechos hacían pensar, en esos años, que la razón de fondo estadounidense era evitar que las aventuras militares en Afganistán e Iraq terminaran de igual manera que en Vietnam. No obstante, aunque no hubo tanques talibanes en Kabul, la retirada militar norteamericana de los dos países invadidos marcaba el fin de una era: la del sueño de ser hiperpotencia.



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