OBSERVATORIO CRÍTICO – 06/01/2025
Traducción: Observatorio Crítico
Es interesante observar la evolución de los acontecimientos tras la repentina caída del régimen de Assad, y el consiguiente ascenso de los yihadistas moderados, que parecen producir efectos ligeramente diferentes de los esperados e imaginados en las cancillerías occidentales.
Incluso hoy, la ministra alemana de Asuntos Exteriores, Annalena Baerbock, que voló a Damasco junto con su colega francés Jean-Noël Barrot, repitió el mantra de que “Rusia debe ser expulsada de las bases de Hmeimim y Tartus”, demostrando obstinadamente el infantilismo político que caracteriza a los liderazgos europeos.
De hecho, el nuevo régimen sirio, con la evidente aportación de su principal patrocinador turco, ya ha dejado claro que los intereses estratégicos de Damasco excluyen tal evolución de la situación.
Aunque inmediatamente celebrada en Occidente como un duro golpe para Moscú y Teherán, la caída de Assad se revela más bien como un acontecimiento capaz de sacudir el equilibrio regional, pero no necesariamente en el sentido deseado por Washington y Bruselas.
Por un lado, de hecho, la situación interna en Siria sigue siendo extremadamente inestable, con el Ejército Nacional Sirio -estrictamente turco- claramente mucho más comprometido con el tratamiento de la cuestión kurda que con un proceso de construcción nacional, Hayat Tahrir al-Sham debatiéndose entre los empujes extremistas de sus flecos más radicales y la construcción de credibilidad internacional, Estados Unidos (claramente poco dispuesto a ceder el control del petróleo sirio a Ankara) cada vez más alineado con las SDF, mientras Israel sigue campando a sus anchas, ocupando trozos de territorio y bombardeando donde quiere.
En este marco general, paradójicamente la posición más estable parece ser precisamente la rusa. Habiendo asegurado esencialmente el mantenimiento de sus dos bases principales, Moscú procede tranquilamente al desmantelamiento de las diversas bases menores presentes en el país, encontrándose en la situación de poder liberarse de la carga del apoyo económico y militar a Siria (lo mismo puede decirse de Teherán), y disponiendo por tanto de recursos logísticos y militares para desplegar en otros lugares.
En esta etapa, por lo tanto, los únicos que están manteniendo un diálogo dialógico y no confrontacional con Turquía son Rusia e Irán, quienes, dentro del llamado formato de Astaná, están discutiendo el futuro de Siria, mientras que Estados Unidos ha asumido una posición de claro enfrentamiento hacia los turcos, apoyando (al menos por el momento…) a las fuerzas kurdas.
En los primeros días del nuevo año, se han reportado enfrentamientos cada vez más intensos entre las SDF y el SNA en las cercanías de Manbij, donde los kurdos han contraatacado, haciendo retroceder a las milicias pro-turcas hasta los pueblos de Al-Atshana y Al-Masataha. Mientras tanto, mientras Ankara afirma que se está preparando para atacar Ayn al-Arab (Kobane), Estados Unidos está respondiendo, enviando refuerzos logísticos rápidamente y parece estar decidido a construir su propia base en la ciudad.
Así pues, la estrategia estadounidense parece centrada en mantener el control de las zonas petrolíferas (que llevan saqueando desde hace diez años) y, más en general, en poner obstáculos al nacimiento de una nueva Siria en posesión de plena integridad territorial.
Independientemente de quién gobierne en Damasco, Washington –en esto en total acuerdo con Tel Aviv– prefiere mantener el país dividido, y con su propia presencia militar.
Mientras las distintas fuerzas comprometidas sobre el terreno se enfrentan, por tanto, para definir el futuro equilibrio de poder en el país, Moscú, en cambio, parece haber aprovechado pragmáticamente la oportunidad abierta por el cambio de régimen, para desarrollar una mayor penetración estratégica en una zona en la que está invirtiendo fuertemente.
Los recursos liberados en Siria, de hecho, se están transfiriendo masivamente al este de Libia, con un puente aéreo continuo entre la base de Hmeimim y la de Al Khadim, cerca de Tobruk. Y la propia Libia parece perfilarse como un nuevo gran centro logístico para la presencia militar rusa en África.
De hecho, los rusos están construyendo una gran base aérea en el sur de Libia, en Ma’tan as Sarah, cerca de la frontera con Chad, mientras que las fuerzas del general Haftar han tomado el control del campamento de Tindi, situado al oeste de Ubari, también en el sur de Libia, que proporcionará una puerta de entrada para las fuerzas rusas a los países africanos del Sahel.
La posición del este de Libia es estratégicamente central, con respecto a la creciente zona de influencia rusa en el norte de África.
De hecho, en la región subsahariana ya hay presencia militar en Níger, Malí y Burkina Faso, mientras que Chad, Senegal y Costa de Marfil también se han liberado de la presencia de las tropas de París.
Al noroeste, en la costa mediterránea hay una importante presencia de Argelia, nación históricamente amiga de Moscú, mientras que los acontecimientos más interesantes se refieren al este.
En efecto, los rusos (y los iraníes) apoyan al gobierno de Jartum en su lucha contra los rebeldes de las Fuerzas de Apoyo Rápido (FSR). Moscú intenta obtener la autorización del gobierno sudanés para construir una base naval en el Mar Rojo, lo que reforzaría su proyección estratégica en una zona de gran importancia.
Así pues, además de las excelentes relaciones con Sudáfrica, Rusia está desarrollando una estrategia africana [1] destinada no sólo a consolidar las relaciones con los países ricos en materias primas (uranio, oro, fosfatos, manganeso), sino sobre todo a crear una sólida red de relaciones en un cuadrante que permite una presencia significativa tanto en el Mediterráneo como en el Mar Rojo, y que tiene su propia profundidad estratégica.
Por esta razón, en conjunto, la caída de Assad ha sido mucho menos problemática para los rusos de lo que Occidente quiere hacer creer. Obviamente, sigue habiendo problemas logísticos, pero mientras Hmeimim y Tartus sigan activos, éstos son en gran medida contenibles.
La presencia directa en Oriente Próximo se está reduciendo –y Rusia siempre ha tenido un interés relativo en la región–, pero esto se compensa en gran medida, por un lado, con las excelentes relaciones dentro de la OPEP con Arabia Saudí y, por otro, con la presencia de Irán, que ahora se ha convertido en un aliado estratégico.
Sabemos que ya se han transferido a Teherán sofisticados sistemas de guerra electrónica (vistos en funcionamiento durante el último ataque israelí), así como sistemas antiaéreos S-400. La entrega de los cazabombarderos SU-35 se completará la próxima primavera, mientras que en un par de semanas se firmará en Moscú el acuerdo de asociación estratégica global, en la línea del ruso-coreano.
Esta asociación, que no impide la persistencia de posiciones diferentes incluso en cuestiones no secundarias (como el conflicto palestino-israelí), representa un importante activo para ambos; para Moscú, Irán garantiza una importante presencia aliada en dos áreas cruciales, como Oriente Medio y Asia Central, mientras que para Teherán el paraguas ruso se convierte en un elemento central de su capacidad de defensa y (por tanto) de disuasión.
El fracaso sirio, por tanto, se ha revelado para Moscú mucho más como una oportunidad que como una derrota, permitiéndole relanzar su penetración estratégica en África, cuya relevancia global es probablemente aún muy subestimada en Occidente (excepto probablemente por los franceses…), pero que en cambio podría resultar de enorme importancia.
Egipto, Etiopía y Uganda, además de Sudáfrica, ya son países miembros del BRICS+, pero está claro que el atractivo de esta agrupación está destinado a crecer exponencialmente, y África –que Occidente siempre ha considerado una tierra de conquista y explotación– tiene un enorme potencial de desarrollo económico y está destinada a asumir una importancia estratégica cada vez mayor.
Y Moscú parece haberlo entendido mejor que otros.
Notas
[1] Además de los países mencionados, la presencia africana de las fuerzas rusas, y más en general de la político-diplomática, es muy significativa, e incluye la República Centroafricana, Madagascar, Zimbabue, las Comoras, Eritrea, Guinea, Camerún (todos ellos principalmente a través del antiguo grupo Wagner). Moscú es también el principal proveedor de armas del continente africano. Examinando 27 acuerdos de defensa entre Rusia y países africanos (fuente abierta en las bases de datos del gobierno ruso), resultó que 10 incluyen «el intercambio de información clasificada y comunicaciones entre ministerios de defensa” (Botsuana, Burkina Faso, Burundi, Chad, Congo-Brazzaville, Egipto, Mali, Níger, Nigeria y Ruanda). Según Ivan U. Klyszcz (Ver «Quel rôle pour les services de renseignement russes en Afrique?», Le Rubicon) investigador del Centro Internacional para la Defensa y la Seguridad (ICDS) de Tallin, la RCA y Madagascar son ahora “plataformas para la inteligencia rusa en África”. Cuando la Asamblea General de la ONU votó para condenar la agresión rusa en Ucrania, la mitad de los países que no apoyaron el texto eran africanos (17 abstenciones de 35, un voto en contra), mientras que 8 Estados del continente ni siquiera participaron en la votación. Le Monde Diplomatique afirma que “África es a la vez la región más reacia a seguir el movimiento de condena y la más dividida en su reacción al conflicto, ya que sólo cerca del 50% de sus capitales aprueban los textos sometidos a su consideración” (Ver «La guerre en Ukraine vue d’Afrique», Anne-Cécile Robert, Le Monde Diplomatique).
Fuente original: Enrico´s Substack
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