Prefacio del libro de Ilian Pappé, LA LIMPIEZA ÉTNICA DE PALESTINA (2006)
Completo aquí: https://t.co/GJ9wAl8Dv0
Versión en inglés: https://yplus.ps/wp-content/uploads/2021/01/Pappe-Ilan-The-Ethnic-Cleansing-of-Palestine.pdf
Prefacio
LA CASA ROJA
We are not mourning the farewell
We do not have the time nor the tears
We do not grasp the moment of farewell
Why, it is the Farewell
And we are left with the tears
Muhammad Ali Taha (1988),
refugiado de la aldea de Saffuriyya
Soy partidario del desplazamiento forzoso, no veo nada inmoral en ello. David Ben Gurion a la ejecutiva de la Agencia Judía, junio de 1938(1)
La «Casa Roja» era un edificio típico de la Tel-Aviv de sus primeros años. Era el orgullo de los constructores y artesanos judíos que trabajaron duro para levantarlo en la década de 1920, y había sido diseñado para albergar la oficina principal del consejo local de los trabajadores. Y funcionó como tal hasta finales de 1947, cuando se convirtió en el cuartel general de la Haganá, la milicia clandestina más importante del movimiento sionista en Palestina. Localizado cerca del mar, sobre la calle Yarkon, en la parte septentrional de Tel-Aviv, el edificio constituía otra bonita adición a la primera ciudad «hebrea» del Mediterráneo, la «ciudad blanca», como la llamaban con afecto los literatos y entendidos. Pues en esos días, a diferencia de lo que ocurre en la actualidad, la blancura inmaculada de sus casas todavía bañaba a toda la ciudad en el brillo opulento que era tan típico de las ciudades portuarias mediterráneas de la época y la región. El paisaje urbano era un regalo para la vista, en él se fundían con elegancia motivos propios de la Bauhaus con la arquitectura palestina nativa en una combinación a la que se denominaba «levantina», en el sentido menos despectivo del término. Y levantina era la «Casa Roja», con su sencillo diseño rectangular adornado mediante los arcos frontales que enmarcaban la entrada y servían de apoyo a los balcones de las plantas superiores. El adjetivo «rojo» puede haber sido consecuencia tanto de su asociación con un movimiento obrero como del tono rosa que el edificio adquiría durante la puesta de sol(2). La primera opción parece más apropiada, ya que el edificio continuaría manteniendo un vínculo con la versión sionista del socialismo en la década de 1970, cuando se convirtió en la sede principal del movimiento kibutz israelí. Este tipo de casas, importantes vestigios históricos del período del Mandato, animaron a la UNESCO a designar a Tel-Aviv «patrimonio mundial de la humanidad» en 2003.
En la actualidad la casa ya no existe. Fue víctima del desarrollo, desarrollo que arrasó por completo esta reliquia arquitectónica para dar espacio a un aparcamiento de coches contiguo al nuevo hotel Sheraton. De hecho, en la calle en la que se alzaba no queda huella alguna de la «ciudad blanca», que lentamente se ha transformado en la metrópoli extravagante y contaminada que es la moderna Tel-Aviv en su crecimiento sin control.
En este edificio, la fría tarde del miércoles 10 de marzo de 1948, un grupo de once hombres, conformado por veteranos líderes sionistas y jóvenes oficiales militares judíos, pusieron los toques finales a un plan para la-limpieza étnica de Palestina. Esa misma tarde, se enviaron órdenes militares a las unidades sobre el terreno para preparar la expulsión sistemática de los palestinos de vastas áreas del país(3). Las órdenes estaban acompañadas de una descripción detallada de los métodos que habían de emplearse para desalojar por la fuerza a las personas: intimidación a gran escala; asedio y bombardeo de las aldeas y centros poblacionales; incendio de casas, propiedades y bienes; expulsión; demolición; y, finalmente, siembra de minas entre los escombros s para impedir el regreso de cualquiera de los expulsados. A cada unidad se le proporcionó su propia lista de aldeas y barrios seleccionados como blancos de este plan maestro. Con el nombre en clave de Plan D {Dalet en hebreo), era la cuarta y definitiva versión de proyectos anteriores muchos menos contundentes en los que se esbozaba el futuro que los sionistas tenían en mente para Palestina y, por consiguiente, para su población nativa. Las tres versiones previas sólo se habían ocupado vagamente de la forma en la que la directiva sionista pensaba lidiar con la presencia de tantísimos palestinos en la tierra que el movimiento nacionalista judío codiciaba para sí. Esta cuarta y última versión explicaba esto con claridad y sin ambigüedades: los palestinos teman que irse(4). En palabras de uno de los primeros historiadores que advirtieron la importancia de ese plan, Simcha Flapan, «la campaña militar contra los árabes, incluida la “conquista y destrucción de las áreas rurales”, se expuso en el Plan Dalet de la Haganá»(5). La meta del plan era, de hecho, la destrucción tanto de las áreas rurales como de las áreas urbanas de Palestina.
Como intentan mostrar los primeros capítulos de este libro, el plan fue al mismo tiempo el producto inevitable de la ideología sionista, que abogaba por un Estado exclusivamente judío en Palestina, y una respuesta a los acontecimientos que ocurrieron sobre el terreno una vez el gabinete británico había decidido poner fin al Mandato. Los choques con las milicias palestinas locales proporcionaron el contexto y el pretexto perfectos para implementar la visión ideológica de una Palestina étnicamente limpia. La política sionista, que en febrero de 1947 se basaba en las represalias por los ataques palestinos, se transformó en una iniciativa para la completa limpieza étnica del país en marzo de 1948 (6).
Una vez que la decisión fue tomada, se tardó seis meses en completar la misión. Cuando estuvo terminada, se había desarraigado a más de la mitad de la población nativa de Palestina (cerca de ochocientas mil personas), destruido 531 aldeas y vaciado once barrios urbanos. El plan adoptado el 10 de marzo de 1948 y, por encima de todo, su implementación sistemática en los meses siguientes es un ejemplo clarísimo de una operación de limpieza étnica, algo que el derecho internacional actual considera un crimen contra la humanidad.
Después del Holocausto, ocultar crímenes contra la humanidad a gran escala se ha vuelto casi imposible. El mundo moderno en el que vivimos, en el que las comunicaciones, en especial desde el auge de los medios electrónicos, son un motor tan importante, que ya no permite que catástrofes debidas a la mano del hombre permanezcan fuera del alcance de la opinión pública o sean negadas. No obstante, un crimen semejante se ha borrado prácticamente por completo de la memoria pública global: el expolio de. los palestinos en 1948 por parte de Israel. Este acontecimiento, el más formativo de la historia moderna de la tierra de Palestina, ha sido negado sistemáticamente, y aún hoy sigue sin ser reconocido como un hecho histórico, por no hablar de que sea aceptado como un crimen que es necesario afrontar tanto desde un punto de vista político como moral.
La limpieza étnica es un crimen contra la humanidad, y a las personas que perpetran acciones de este tipo se las considera criminales que han de responder ante tribunales especiales. Quizá resulte difícil decidir cómo lidiar en el ámbito jurídico con quienes iniciaron y perpetraron la limpieza étnica de Palestina en 1948, pero, no obstante, es posible reconstruir sus crímenes para alcanzar tanto una relación historiográfica más exacta que las propuestas hasta el momento, como una posición moral de mayor integridad.
Conocemos los nombres de las personas que se sentaron en esa habitación de la última planta de la Casa Roja, bajo carteles de estilo marxista con eslóganes como «hermanos en armas» y «el puño de acero» en los que los «nuevos» judíos (musculosos, saludables y curtidos por el sol) aparecían apuntando con sus fusiles, detrás de barreras protectoras, en su «valiente lucha» contra «los invasores árabes hostiles». También sabemos los nombres de los oficiales de mayor rango que ejecutaron las órdenes sobre el terreno. Todos ellos son figuras conocidas del panteón del heroísmo israelí(7). No hace mucho tiempo, un buen número de ellos estaban todavía vivos y desempeñaban papeles de importancia en la política y la sociedad israelíes; hoy son muy pocos los que todavía están entre nosotros.
Para los palestinos, así como para cualquiera que rehusara participar en la narrativa sionista, ha sido claro durante bastante tiempo que estas personas eran criminales; sin embargo, consiguieron evadir a la justicia y es probable que nunca sean llevados a juicio por lo que hicieron. Junto a su trauma, una profunda frustración de los palestinos la constituyen la negación completa de los crímenes de los que estos hombres eran responsables y el hecho de que, prácticamente desde 1948, su sufrimiento se haya ignorado por completo.
Hace aproximadamente treinta años, las víctimas de la limpieza étnica empezaron a reconstruir el cuadro histórico que la narración oficial israelí de lo ocurrido en 1948 ha hecho todo lo posible por ocultar y distorsionar. La fábula que la historiografía israelí ha inventado habla de un «traslado voluntario» en masa de centenares de miles de palestinos que decidieron dejar temporalmente sus hogares y aldeas para despejar el camino a los ejércitos invasores árabes que estaban empeñados en destruir el naciente Estado judío. En la década de 1970, los historiadores palestinos, con Walid Khalidi a la cabeza, empezaron a recopilar memorias y documentos auténticos acerca de lo ocurrido a su pueblo y ello les permitió recuperar una parte significativa de la historia que Israel había intentado borrar. Sin embargo, su trabajo pronto se vio eclipsado por publicaciones como Génesis 1948, que apareció en 1970 y, una vez más, en 1992 (en una nueva edición que incluía una introducción escrita por uno de los ejecutores de la limpieza étnica de Palestina, Isaac Rabin, entonces primer ministro de Israel). Con todo, también hubo quienes salieron en apoyo del esfuerzo historiográfico palestino, como Michael Palumbo, cuya obra La catástrofe palestina, publicada en 1987, validaba la versión palestina de lo ocurrido en 1948 con la ayuda de documentos de la ONU y entrevistas con los refugiados y exiliados palestinos, cuyos recuerdos de lo que habían padecido durante la Nakba todavía resultaban inquietantemente vívidos(8).
Podríamos haber tenido un avance político en la batalla por la memoria de Palestina en la década de 1980 con la aparición de la denominada «nueva historia» en Israel. Este fue el intento de un pequeño grupo de historiadores israelíes de revisar la versión sionista de la guerra de 1948 (9). Yo era uno de ellos. Sin embargo, nosotros, los nuevos historiadores, nunca contribuimos de forma significativa a la lucha contra la negación de la Nakba, pues evitamos la cuestión de la limpieza étnica y, en un gesto típico de los historiadores diplomáticos nos concentramos en los detalles. Pese a ello, al usar principalmente archivos militares israelíes, los historiadores revisionistas sí consiguieron demostrar cuán falsa y absurda era la afirmación de que los palestinos se habían marchado «por decisión propia», ya que lograron confirmar muchos casos de expulsiones masivas de aldeas y ciudades y revelaron que las fuerzas judías habían cometido un número considerable de atrocidades, incluidas varias masacres.
Una de las figuras más conocidas que escribieron entonces sobre el tema es el historiador israelí Benny Morris(10). Dado que su trabajo se basó exclusivamente en documentos de los archivos militares israelíes, Morris terminó proponiendo una imagen muy parcial de lo que había ocurrido sobre el terreno. Con todo, eso ya fue suficiente para que algunos lectores israelíes entendieran que la «huida voluntaria» de los palestinos era un mito y que la idea de que en 1948 su país había librado una guerra «moral» contra un mundo árabe hostil y «primitivo» tenía serios defectos y, posiblemente, era por completo insostenible.
El cuadro era parcial porque Morris aceptó literalmente e incluso como verdad absoluta todo lo que decían los informes militares que encontró en los archivos israelíes. Ello hizo que, por ejemplo, pasara por alto atrocidades como el envenenamiento del suministro de agua potable de Acre con tifus, numerosos casos de violaciones y las docenas de masacres perpetradas por los judíos. Asimismo, continuó insistiendo (equivocadamente) en que antes del 15 de mayo de 1948 no hubo casos de desplazamiento forzoso(11). Las fuentes palestinas, en cambio, muestran con claridad que meses antes de la entrada de las fuerzas árabes en Palestina, y mientras los británicos todavía eran responsables de la ley y el orden en el país, a saber, antes del 15 de mayo, las fuerzas judías ya habían conseguido desalojar por la fuerza a casi doscientos cincuenta mil palestinos(12). Si Morris y otros autores hubieran usado fuentes árabes o acudido a la historia oral, habrían logrado una mejor comprensión de la planificación sistemática que sustentó la expulsión de los palestinos en 1948 y, por tanto, hubieran podido ofrecer una descripción más veraz de la enormidad de los crímenes cometidos por los soldados israelíes.
Existía entonces, y continúa existiendo hoy, una necesidad, al mismo tiempo histórica y política, de ir más allá de descripciones como las que podemos hallar en la obra de Morris, no sólo con el fin de completar el cuadro de lo ocurrido (de hecho, de revelar su otra mitad) sino también, lo que es muchísimo más importante, porque no tenemos otro modo de entender plenamente las raíces del conflicto actual entre israelíes y palestinos. Sin embargo, más allá de eso, resulta evidente que continuar luchando contra la negación del crimen es un imperativo moral. El esfuerzo por ir más lejos ya fue iniciado por otros. La obra más valiosa en este sentido, algo que era de esperar en vista de las significativas contribuciones que lo precedieron, fiie el libro seminal de Walid Khalidi, Todo lo que queda. La obra es un catálogo de las aldeas destruidas y sigue siendo una guía esencial para cualquiera que desee comprender las enormes proporciones de la catástrofe de 1948 (13).
Podría pensarse que los hechos expuestos por estos investigadores deberían haber sido suficientes para que la opinión pública empezara a plantearse preguntas incómodas. Sin embargo, el relato de la «nueva historia» y las contribuciones recientes de la historiografía palestina de algún modo fueron incapaces de llegar al ámbito público de la conciencia y acción morales. En este libro quisiera explorar tanto los mecanismos de la limpieza étnica de 1948, como el sistema cognitivo que permitió al mundo olvidar (y a los perpetradores negar) el crimen que el movimiento sionista cometió contra el pueblo palestino.
En otras palabras, quiero exponer las razones que invitan a utilizar el paradigma de la limpieza étnica y a reemplazar con él el de la guerra como base tanto de la investigación académica acerca de los hechos de 1948, como del debate público alrededor de esos mismos hechos. No tengo duda alguna de que la ausencia hasta el momento del paradigma de la limpieza étnica explica en parte por qué la negación de la catástrofe ha podido prolongarse durante tanto tiempo. En la creación de su Estado-nación el movimiento sionista no libró una guerra que «trágica, pero inevitablemente» condujo a la expulsión de «una parte de» la población indígena, sino todo lo contrario: su principal meta era la limpieza étnica de toda Palestina, el territorio que el movimiento codiciaba para su nuevo Estado. Unas pocas semanas después de que empezaran las operaciones de limpieza étnica, los Estados árabes vecinos enviaron un pequeño ejército (pequeño en comparación con su poderío militar global) para intentar, en vano, impedir que se llevara a cabo esa limpieza. La guerra con los ejércitos árabes regulares no interrumpió esas operaciones, que sólo se detuvieron en el otoño de 1948, cuando habían completado con éxito su misión.
Es posible que este enfoque (adoptar el paradigma de la limpieza étnica como la base a priori para la reconstrucción de lo ocurrido en 1948) parezca a algunos una acusación desde el comienzo. Y en muchos sentidos se trata en realidad de mi propio J'accuse contra los políticos que concibieron y los generales que perpetraron la limpieza étnica de Palestina. Con todo, cuando menciono sus nombres, no lo hago porque desee verlos llevados ajuicio a título póstumo, sino con el fin de humanizar tanto a los victimarios como a las víctimas: quiero evitar que los crímenes cometidos por Israel puedan atribuirse a factores tan esquivos como «las circunstancias», «el ejército» o, como anota Morris, «á la guerre comme á la guerre», así como referencias vagas similares que sacan a los Estados soberanos del apuro y permiten a los individuos escapar a la justicia. Yo acuso, sí, pero yo también formo parte de la sociedad que se condena en este libro. En ese sentido, me siento tanto responsable de la historia que aquí se cuenta como parte de ella, y al igual que otros miembros de mi sociedad estoy convencido, como demuestran las páginas finales de esta obra, de que un viaje tan doloroso al pasado es inevitable si queremos seguir adelante y crear un futuro mejor para todos nosotros, palestinos e israelíes por igual, que es en el fondo de lo que trata este libro.
Hasta donde sé, éste es un enfoque que nadie ha empleado antes. Los dos relatos históricos oficiales que compiten por dar cuenta de lo que ocurrió en Palestina en 1948 ignoran el concepto de limpieza étnica. Mientras la versión israelí-sionista sostiene que la población nativa abandonó «voluntariamente» el país, los palestinos hablan de la «catástrofe», la Nakba, que se abatió sobre su pueblo, lo que, en cierto sentido, también resulta una forma elusiva de referirse a lo ocurrido, pues se concentra más en el desastre en sí que en quiénes o qué lo causaron. El término Nakba se adoptó, por razones comprensibles, en un intento de contrarrestar el peso moral del Holocausto judío (la Shoa), pero al dejar fuera a sus agentes, quizá haya de algún modo contribuido a la negación continua de la limpieza étnica en 1948 y las décadas posteriores.
Este libro comienza con una definición de limpieza étnica que, espero, es lo bastante transparente como para poder ser aceptada por todos, la definición que fundamenta las acciones legales contra los perpetradores de esta clase de crímenes en el pasado o en la actualidad. Un hecho bastante sorprendente es que en este contexto un lenguaje claro y libre de jerga reemplaza al discurso jurídico normal, por lo general complejo y (para la mayoría de los seres humanos) impenetrable. Esta sencillez no reduce la atrocidad de las acciones que describe ni oculta la gravedad del crimen. Todo lo contrario: el resultado es una descripción clara de una política atroz que la comunidad internacional hoy se niega a condonar.
La definición general de en qué consiste una limpieza étnica se aplica casi palabra por palabra al caso de Palestina. Desde este punto de vista, el relato de lo ocurrido en 1948 emerge como un capítulo libre de complicaciones, aunque en ningún sentido simple o secundario, de la historia del expolio de Palestina. De hecho, adoptar el prisma de la limpieza étnica nos permite penetrar el manto de complejidad que los diplomáticos israelíes emplean casi de forma instintiva y detrás del cual se ocultan los académicos del país cuando pretenden repeler los intentos externos de criticar al movimiento sionista o al Estado judío por sus políticas y su conducta. «Los extranjeros», se dice en mi país, «no entienden y no pueden entender esta historia desconcertante», por lo que ni siquiera hay necesidad de intentar explicársela. Asimismo, se considera que no se les debe permitir involucrarse en los intentos de resolver el conflicto (a menos, obviamente, que acepten el punto de vista israelí). Lo único que pueden hacer, como el gobierno de Israel ha sabido decirle al mundo durante años, es permitir que «nosotros», los israelíes, en tanto representantes del bando «civilizado» y «racional» del conflicto, hallemos una solución justa «para nosotros mismos» y para el bando contrario, los palestinos, que, a fin de cuentas, son la encarnación del mundo árabe «incivilizado» y «emocional» al que su pueblo pertenece. Desde el momento en el que Estados Unidos se mostró dispuesto a aceptar este enfoque retorcido y aprobar la arrogancia que lo apuntala, tuvimos un «proceso de paz» que no condujo a nada, que era a lo único a lo que podía conducir, pues ignoraba por completo la raíz del problema.
Pero, por supuesto, la historia de lo ocurrido en 1948 no es complicada en absoluto, y por ese motivo este libro ha sido escrito tanto para los lectores no especializados en la materia como para quienes, desde hace muchos años y por diversas razones, se han ocupado del problema de Palestina y de la forma de hallar una solución a él. Trata de la sencilla pero horrible historia de la limpieza étnica de Palestina, un crimen contra la humanidad que Israel ha querido negar y hacer olvidar al mundo. Recuperarla del olvido es una tarea de la que somos responsables, no sólo porque una labor de reconstrucción histórica tanto tiempo aplazada es un deber profesional, sino porque, en mi opinión, hacerlo implica una decisión moral: es el primer paso que debemos dar si queremos que la reconciliación tenga una oportunidad y la paz eche raíces en las desgarradas tierras de Palestina e Israel.
NOTAS
1. Archivos Sionistas Centrales, actas de la reunión de la ejecutiva de la Agencia Judía, 12 de junio de 1938.
2. Otros, por su parte, están convencidos de que estaba pintada de rojo en la parte delantera como una muestra de solidaridad con el socialismo.
3. Un historiador, Meir Pail, sostiene que las órdenes se enviaron una semana después (Meir Pail, From Hagana to the lDF, p. 307).
4. Los documentos de la reunión se resumen en los Archivos de las FDI, GHQ/Rama de operaciones, 10 de marzo de 1948, Expediente 922/75/595 y en los Archivos de la Haganá, 73/94. En el encuentro en el Centro Mapai, Israel Galili informó de la reunión, 4 de abril de 1948, Archivos de la Haganá 80/50/18, La composición del grupo y sus discusiones son el producto de la reconstrucción de un mosaico formado por varios documentos, como se explicará en los próximos capítulos. En el capítulo cuarto se documentan también los mensajes enviados el 10 de marzo y las reuniones previas a la finalización del plan. Para una interpretación similar del Plan Dalet, que se adoptó unas pocas semanas antes de la reunión, véase Uri Ben Eliezer, The Emergence of Israeli Militarism, 1936-1956, p. 253, que escribe: «El Plan Dalet tenía como fin limpiar las aldeas y expulsar a los árabes de las ciudades con poblaciones mixtas». Sobre el envío de las órdenes, véase también Meir Pail, p. 307 y Gershon Rivlin y Elhanan Oren, The War of Independence: Ben~Gurion ’s Diary, vol. 1, p. 147. Las órdenes que se despacharon pueden encontrarse en los Archivos de la Haganá 73/94, para cada una de las unidades: órdenes a las brigadas para moverse a la Posición D {Mazav Dalet) y desde las brigadas a los batallones, 16 de abril de 1948.
5. Simcha Flapan, The Birth of Israel: Myths and Realities, p. 93.
6. David Ben Gurion, en Rebirth and Destiny of Israel, anotó con franqueza que: «Hasta la partida de los británicos [el 15 de mayo de 1948] los árabes no habían entrado ni capturado ningún asentamiento judío, por más remoto que fuera, mientras que la Haganá ... capturó muchas posiciones árabes y liberó Tiberíades y Haifa, Jaffa y Safed ... Por lo que el día de la verdad, esa parte de Palestina en la que la Haganá podía operar estaba casi libre de árabes». Ben Gurion, Rebirth andDestiny of Israel, p. 530.
7. Los once conformaban lo que en este libro llamo la Consultoria, véase el capítulo tres. Es posible que, aparte de esta camarilla de dirigentes, otras personas también estuvieran presentes, pero sólo como espectadores. En cuanto a los oficiales de alto rango, hubo doce órdenes que se enviaron a doce brigadas sobre el terreno, véase 922/75/595 ibid.
8. Walid Khalidi, Palestine Reborn; Michael Palumbo, The Palestinian Catastropbe: The 1948 Expulsión of a People from their Homeland, y Dan Kurzman, Genesis 1948: The First Arab-Israeli War.
9. Avi Shlaim, «The Debate about the 1948 War» en Han Pappé, ed., The Israel/Palestine Question, pp. 171-192.
10. Benny Morris, The Birth of the Palestinian Refugee Problem, 1947-1949.
11. Dice esto en la versión hebrea de la obra, publicada por Am Oved, Tel-Aviv, 1997, p. 179.
12. Morris, en el mismo lugar, habla de entre doscientos mil y trescientos mil refugiados. Eran en realidad trescientos cincuenta mil si se suma toda la población de los doscientos pueblos y aldeas que para el 15 de mayo de 1948 habían sido destruidos.
13. Walid Khalidi, ed., All That Remains: The Palestinian Villages Occupied andDepopulated by Israel in 1948.
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