La caída
de los Estados se alimenta del sentimiento de comunidad, que Ellos tratan de
machacar sustituyéndolo por el Conjunto de Individuos y el voto democrático. Y
no hay que menospreciar la fuerza del Capital y del Estado; que es aterradora,
porque está movida por el Ideal, los Números y la Fe; mientras que la fuerza
para negarlo y derrocarlo, la del pueblo, no cuenta con esas armas, sino que
vive sólo de una dudosa llamada a los sentidos, de una razón sin ideas, de una
añoranza de la vida. Así que, sabiendo la diferencia de las fuerzas, toda la
astucia será poca para guardar vivo el sentimiento.
Guardarlo era, en formas
más atrasadas del Poder, guardarlo contra la represión, contra las armas de reclutadores
y de verdugos, contra caciques o inquisidores; pero en la Sociedad del
Bienestar, es ante todo guardarlo contra la estrategia, más avanzada, de la asimilación.
Cualquier sentimiento puede convertirse en idea de sí mismo y quedar listo para
el cambiazo. Así, por ejemplo, la ingenua defensa de «la Naturaleza» frente a los
destrozos de Capital y Estado, queda convertida en Ecología y entra a formar
parte de los mecanismos del Desarrollo; o la ingenua busca de una liberación de
la represión del Alma (que es su constitución), termina fácilmente en orgía o
drogadicción, y entra así también a servir al Capital y completar con un adorno
las mentiras de la Ciencia.
Por fortuna, en cuanto a
inteligencia, el Capital-Estado del Desarrollo, al tener que sostenerse en una
Fe cada vez más abstracta y pura, no puede llegar a grandes clarividencias ni
sutilezas, ni emular, desde luego, el Ardid del Espíritu que a través de Hegel
quería declararse como regidor de la Historia (y del mundo entero), aunque el
filósofo lo dejaba entregado a la ideación y presto a que el Espíritu se
encarnara en el militroncho Bonaparte; más bien tiene el Poder que contentarse
con una cierta idiocia, semejante a la que Él trata de formar en los Individuos
de sus Masas. Y sin embargo, es lo bastante (bien sentimos cada día la fuerza de
la estupidez) para confundir a la gente, enredarlos en sus cómputos y
proyectos, y hacerles creer en sus mentiras y que las asimilen como ideas
propias, hasta que se mueran sin darse cuenta de lo que ha pasado.
Por eso, no puede el pueblo rebelde caer en la
trampa de la pureza: no se puede ser puros en este Mundo, sino ser más bien
sinuosos y guardar con ardides y disimulos la ternura del corazón. Es, como se
sabe, la recomendación del evangelio (Mateos 10, 16): «He aquí que como a
ovejas en medio de lobos os envío: sed pués astutos como las serpientes y
simples como las palomas.» Esa es más o menos la táctica razonable; y la
presión sobre las Personas para que sus conciencias les exijan pureza, rectitud
y congruencia, es tal vez la última y más difícil de las trampas, puesto que se
nos tiende en nombre de la Verdad. Verdad le pedían a uno los Comisarios de
Policía («una declaración sincera») en etapas del Régimen pasadas; verdad le
piden los investigadores del Fisco («una declaración sincera») en etapas más
avanzadas del mismo Régimen.
Pero aquí se trata de
aprovechar los resquicios y las contradicciones del Régimen, que son, como
hemos apuntado en este análisis, evidentes (la perfección es sólo su ideal y su
futuro) y son el solo aliento para la vida y la razón; y para usar esas
contradicciones y rendijas, uno mismo no puede acudir a otra cosa que a sus
propias rendijas y contradicciones: pues es en las imperfecciones de uno como
Persona donde está el pueblo. Es para guardar eso que en nosotros quede de
pueblo y de recuerdo de lo que era antes de la Historia y de pura negación de
las Ideas, armas del Poder, para lo que las astucias constantes de la serpiente
se requerían. Ni que decir tiene que, si no hay paloma, no hace falta tampoco
la serpiente.
Pero no debe el Alma
dejarse acoquinar ante los que le piden rectitud y congruencia de sus palabras
con la práctica de su vida: pues el hablar o razonar del pueblo es praxis y
teoría al mismo tiempo; y uno no es el pueblo: uno no hace la revolución (ni el
amor tampoco) ni entra uno en el paraíso.
Agustín toca puntos muy interesantes. No me ha gustado nada su mención a los evangelios, del todo innecesario, el sabrá por qué.
ResponderEliminarSobre los purismo o las ortodoxias siempre nos hemos movido en los mismos términos desde antes de la creación de la 1ª internacional. Como la anarquía es una entelequia, un ideal, es muy difícil ponerle límites, por lo que observamos una gradación. Si eres puro te quedas solo y no te adaptas. Si te mezclas te diluyes y pierdes tu objetivo. Al final lo que tenemos es un buen coctail de siglas y gentes incapaces de ponerse de acuerdo. Pero no puede ser de otra manera. Hay que vencer y convencer.
Como indica, aprovechar los resquicios del régimen es necesario, pero solo es una táctica de las muchas que hay que poner en marcha, de infiltración. Cuando planteas una guerra tienes que prever los tres frentes sin olvidar ninguno: vanguardia, retaguardia e infiltración. Si no lo haces así petas.
Salud!
Pues estoy de acuerdo contigo, a mí tampoco me ha gustado esa cita evangélica. Pero, por otra parte y sabiendo que Agustín siempre se llevo mal con dios y con sus representantes, pienso que lo ha hecho en un plano meramente literario, como diciendo "me lo puedo permitir, para mayor escarnio de dios y de sus seguidores". No sé, son meras conjeturas mías.
EliminarPuros no somos ni vamos a serlo, entre otras cosas porque no está ello entre nuestras metas, pero si podemos ser consecuentes y aprovechar cualquier resquicio de "la máquina" para echarle arena y, si es posible, pedruscos. Lo peor es cuando la policía te presta más atención que aquellos que supuestamente deberían prestártela. XDD
Salud compañero!