El capitalismo es el reino de las separaciones que compartimentan nuestra vida. El usuario, el productor («productivo» o «improductivo»), el asalariado como el sin trabajo, todos ellos pierden, dominados, el sentido de la vida. Desposeídos de todo y de sí mismos, los individuos llevan una vida parcelada (tiempo de trabajo / tiempo de ocio), especializada (orientación profesional, estatutos definidos y limitados), esparcida (tiempo pasado en los transportes para los desplazamientos provocados por las divisiones geográficas del hábitat y del trabajo, así como de las gestiones necesarias para gestionar la propia miseria). Esta existencia en migajas nos encadena a nuestra situación de usuario, de consumidor. Nos conduce a una situación de relaciones de dependencia o de indiferencia en relación a los demás. Las diferencias de edad, sexo, aptitud, conocimiento, inclinación intelectual o afectiva, apariencia física, etc... Todas estas diversidades que podrían dar motivo a una constelación de relaciones y de interdependencias enriquecedoras, todo esto queda reconvertido en un sistema de autoridad y de obediencia, de superioridad y de inferioridad, de derechos y deberes, de privilegios y de privaciones. Esta jerarquización de signos de diferenciación no se manifiesta sólo en las relaciones sociales: también repercute en el interior de cada individuo en lo que se refiere a la aprehensión de los fenómenos naturales, sociales o íntimos. No es sólo y únicamente el modo de actuar en común y de comunicarse el que está jerarquizado; también lo está el modo de comprender, y la propia sensibilidad de cada uno en la organización del inmenso material diversificado proporcionado por los sentidos, la memoria, los pensamientos, los valores, las pasiones...
En
conexión con los otros condicionamientos sociales, la educación también coopera
en mantener la existencia dispersa y jerarquizada. Es por este motivo que el
hombre vive su vida escindida: durante los primeros años de su vida, por la
«educación»; luego, por el trabajo (como si el aprendizaje, la búsqueda del
saber, la curiosidad hacia nuevas formas de conocer, no pudieran sucederse
durante todo el transcurso de la vida). Esta separación entre la vida
productiva, por un lado, y la educación, por el otro, no es el fruto de una
necesidad humana. No encuentra, en modo alguno, su razón de ser en la creciente
importancia del «saber» que debe ser tragado. En lo que se refiere al saber, la
escuela no es otra cosa que un simulacro.
La
escuela es el lugar donde uno aprende a leer y a escribir, pero, sobretodo,
donde uno aprende a soportar el aburrimiento, a respetar a la autoridad, a
triunfar en contra de los compañeros, a disimular y a mentir. Lo que interesa
es que el niño aprenda a leer porque hay que saber leer y no porque esto
satisface su curiosidad o su amor por los libros. El resultado paradójico es
que si la escuela ha reducido el analfabetismo, de modo simultáneo ha ahogado
el gusto y la verdadera capacidad de leer en la mayoría de las personas.
La
escuela es el aprendizaje de la sumisión y de la renuncia. En primer lugar, se
necesita más tiempo para domar al alumno que para enseñarle cualquier cosa. Las
estructuras de control, evaluaciones, disciplina, fichaje... se hinchan a un
ritmo vertiginoso y alucinante, totalmente independiente del trabajo efectuado.
Luego, la poca enseñanza impartida se sitúa bajo el signo de la autoanulación y
de la permanente retrogradación: todo resultado obtenido es inmediatamente
desvalorizado, cuando no es absolutamente anulado. Lo que se ha enseñado, no es
nada; lo importante es lo que todavía no se ha enseñado, a falta de lo cual,
uno no podrá hacer nada en la vida. Por consiguiente, lo importante es que no
se alcance nada, que la rueda de lo condicionado vaya girando sin parar. El
mañana queda suprimido y será sustituido por el aburrido y repetitivo hoy. Es
por este motivo, que la distribución del tiempo de los escolares está calcado
del de los trabajadores. La sumisión hay que trabajarla, aprenderla... La
escuela no es sino el purgatorio que prepara el infierno... Nunca la gente ha
«aprendido» tantas cosas, para poder ignorar hasta tal punto su propia vida.
Hoy
en día, estamos sumergidos por la masa de las informaciones que nos inundan, la
institución escolar, los periódicos, la televisión. En esta acumulación de
saber mercancía, todo se puede intercambiar y todo es indistinto. Es un saber
muerto e incapaz de comprender la vida porque su naturaleza más profunda
consiste en haberse desgajado de la experiencia de lo vivido.
Reflexiones
(a)pedagógicas
Ambivalencia
de lo “pedagógico”, o ¿Quién educará a los educadores?
“Sin
madre no hay hijo” (Rousseau)
“Que
se eclipse la madre, lo importante es la voz del padre” (Doctor
D.G.M. Schreber).
“Una
investigación pedagógica que plantee al comienzo el ideal que debe alcanzar
desconoce lo que interesa a la verdad del deseo (del niño y del adulto).
Expulsada del sistema pedagógico, esta verdad vuelve bajo la forma de síntoma y
se expresará en la delincuencia, la locura y las diversas formas llamadas de
inadaptación” (Maud Mannoni, “La educación imposible”)
1.- Algunos
rasgos centrales de la noción de pedagogía que se desprende de la ideología
dominante sobre la infancia (por sobre sus distintas variedades o
“subideologías de infancia”), son las siguientes:
Educación
asociada a una fase de la vida.
Según Ariès, en la mayor parte de la Edad media era posible encontrar en las salas de clases alumnos de distintas edades. Luego del “descubrimiento de la infancia”, pasó a imponerse gradualmente la idea de que la edad de la socialización era precisamente la infancia, entendida como “edad escolar”. Esa noción de la infancia escolarizada surgió primero en las clases privilegiadas, y lentamente se fue extendiendo a la infancia popular, pues como ha explicado Cunningham, la idea de una infancia para todos los niños se consolidó tardíamente, a fines del siglo XIX e inicios del siglo XX. Mientras para los niños de las familias burguesas la Modernidad revistió la apariencia de una “liberación protegida”, para los niños de las clases trabajadoras se trató de una “libertad vigilada” (Donzelot).
Según Ariès, en la mayor parte de la Edad media era posible encontrar en las salas de clases alumnos de distintas edades. Luego del “descubrimiento de la infancia”, pasó a imponerse gradualmente la idea de que la edad de la socialización era precisamente la infancia, entendida como “edad escolar”. Esa noción de la infancia escolarizada surgió primero en las clases privilegiadas, y lentamente se fue extendiendo a la infancia popular, pues como ha explicado Cunningham, la idea de una infancia para todos los niños se consolidó tardíamente, a fines del siglo XIX e inicios del siglo XX. Mientras para los niños de las familias burguesas la Modernidad revistió la apariencia de una “liberación protegida”, para los niños de las clases trabajadoras se trató de una “libertad vigilada” (Donzelot).
Educación
en sentido unilateral (al igual que la socialización).
Ha sido una preocupación más bien reciente, expresada en la “nueva sociología de la infancia”, la crítica y deconstrucción del concepto dominante de socialización. Cuando en los años 80 Qvortrup sentó las bases de un enfoque “constructivista”, en que la infancia es vista como una realidad socialmente construida y en que a los niños les cabe un rol de co-constructores de la realidad social, se empezó a someter a fuerte crítica la idea de la “socialización” como un proceso unilateral, unidireccional, en que a los adultos les cabe un rol de transmisión de cultura mientras los niños quedan limitados al rol de receptores pasivos de los conocimientos y valores suministrados por sus educadores. Socialización y educación se ligan profundamente, y por eso la pedagogía ha sido entendida en ese mismo sentido. Pese a los intentos por entender la socialización en un sentido más colectivo y bidireccional, varios sociólogos de la infancia (Corsaro, Thorne, Jenks) consideran que en sí mismo es un término problemático, pues “tiene una connotación individualista y de mirar hacia adelante que es ineludible. Uno escucha el término, y la idea de entrenar y preparar al niño para el futuro sigue viniéndose a la cabeza”. Todo lo cual es posible de ser suscrito en relación a la “educación”, partiendo por su etimología: guiar, conducir, formar, instruir... expresiones donde el sujeto activo no es el niño, sino el adulto.
Ha sido una preocupación más bien reciente, expresada en la “nueva sociología de la infancia”, la crítica y deconstrucción del concepto dominante de socialización. Cuando en los años 80 Qvortrup sentó las bases de un enfoque “constructivista”, en que la infancia es vista como una realidad socialmente construida y en que a los niños les cabe un rol de co-constructores de la realidad social, se empezó a someter a fuerte crítica la idea de la “socialización” como un proceso unilateral, unidireccional, en que a los adultos les cabe un rol de transmisión de cultura mientras los niños quedan limitados al rol de receptores pasivos de los conocimientos y valores suministrados por sus educadores. Socialización y educación se ligan profundamente, y por eso la pedagogía ha sido entendida en ese mismo sentido. Pese a los intentos por entender la socialización en un sentido más colectivo y bidireccional, varios sociólogos de la infancia (Corsaro, Thorne, Jenks) consideran que en sí mismo es un término problemático, pues “tiene una connotación individualista y de mirar hacia adelante que es ineludible. Uno escucha el término, y la idea de entrenar y preparar al niño para el futuro sigue viniéndose a la cabeza”. Todo lo cual es posible de ser suscrito en relación a la “educación”, partiendo por su etimología: guiar, conducir, formar, instruir... expresiones donde el sujeto activo no es el niño, sino el adulto.
Educación
como institucionalización.
En su extraordinario y bastante foucaultiano libro “La policía de las familias”, Donzelot desnuda el rol clave de la “familia burguesa” (no en el sentido de las familias de la clase burguesa, sino de la estructura familiar creada y fomentada por la sociedad burguesa) en la formación social capitalista. En un punto, llega a decir que gracias al puesto otorgado por el nuevo orden a las madres/dueñas de casa, se pudo por fin “sacar a los niños de la calle y a los hombres del bar”. En este proceso, el arte de gobernar a través de las familias exigía que los primeros fueron enviados a la escuela, y los segundos a la fábrica: “Si el hombre prefiere el exterior, la luz de los cabarets, si los niños prefieren la calle, su espectáculo y sus promiscuidades, no será sino culpa de la esposa y de la madre”.
En su extraordinario y bastante foucaultiano libro “La policía de las familias”, Donzelot desnuda el rol clave de la “familia burguesa” (no en el sentido de las familias de la clase burguesa, sino de la estructura familiar creada y fomentada por la sociedad burguesa) en la formación social capitalista. En un punto, llega a decir que gracias al puesto otorgado por el nuevo orden a las madres/dueñas de casa, se pudo por fin “sacar a los niños de la calle y a los hombres del bar”. En este proceso, el arte de gobernar a través de las familias exigía que los primeros fueron enviados a la escuela, y los segundos a la fábrica: “Si el hombre prefiere el exterior, la luz de los cabarets, si los niños prefieren la calle, su espectáculo y sus promiscuidades, no será sino culpa de la esposa y de la madre”.
Esta
institucionalización en el espacio restringido y autoritario de la escuela
(además de la familia moderna, restringida y encerrada en un hogar) fue una de
las paradójicas consecuencias de la valoración creciente de la infancia:
niveles cada vez mayores y más especializados de control social (activo y
reactivo, formal y difuso) de los niños. Una vez más se revela aquí que cuando
se habla de “infancia” y de “niños” no se trata de lo mismo: lo que era
valorado positivamente para la infancia como parte de la estructura social, los
niños de carne y hueso que vivieron ese proceso no lo valoraron exactamente
como un beneficio ni como una liberación. Muy por el contrario (ver una vez más
el caso de Pinocho, el muñeco de madera: los niños más resistentes sueñan con
un mundo sin escuelas, y cuando finalmente lo encuentran, terminan
transformados en burros).
Qvortrup
va bastante lejos en la crítica cuando señala que en nuestras sociedades se
impone a los niños la realización de ciertas actividades que resultan
esenciales para la reproducción de esa estructura social, y que en ese sentido
nada ha cambiado en estos últimos siglos: cuando ya no fueron necesarios en la
fábrica, se les envió a la escuela. Lourdes Gaitán va incluso un poco más allá
cuando dice que para los niños ir a la escuela es un trabajo.
Se
trata, en efecto, de una actividad que constituye la forma específica de
trabajo (en sentido amplio) que se les exige antes de pasar a engrosar las
filas de la fuerza de trabajo propiamente tal. Para designar esta presencia de
la relación social capitalista en todas las áreas de la vida social, se ha
acuñado la noción de “fábrica social”:
“En
el nivel más alto del desarrollo capitalista, la relación social se convierte
en un momento de la relación de producción. La sociedad entera deviene una
articulación de la producción, esto es, toda la sociedad vive en función de la
fábrica y la fábrica extiende su dominio exclusivo sobre toda la sociedad” (Mario
Tronti, “La fábrica y la sociedad”).
Ante
esta realidad es posible constatar un profundo paralelo entre la alienación en
el trabajo y en la escuela, y afirmar que gran parte de la masa de estudiantes
constituye hoy una especie de “proletariado juvenil”.
2.- Las
tensiones internas de la ideología moderna sobre la infancia han sido
destacadas en su momento por Hugh Cunningham. Las discrepancias más notables se
expresan en la tensión entre estigmatización e idealización, valoración actual
y valoración futura de los niños, y entre autonomía y protección como actitudes
necesarias promovidas desde el mundo adulto y el Estado. En nuestra opinión,
toda esa polémica puede ser dirigida a la concepción de la “naturaleza humana”,
a la pugna entre una “antropología positiva” y una “antropología negativa”, tal
cual se dio en el momento de configuración del orden social moderno, en las
discusiones sobre el contrato social. Como suele ocurrir, la verdad es que
ambas versiones no son exactamente opuestas, sino complementarias:
“Una
observación más atenta de las corrientes optimistas y pesimistas permite
discernir más bien un rasgo común a ambas formas de pensamiento, tal como se
desarrollaron en la historia, rasgo que ha desviado y debilitado decididamente
el propósito, expuesto por Maquiavelo y la Ilustración, de conocer al hombre.
He aquí pues, el rasgo de que hablamos: la condena del egoísmo, en una palabra,
del placer. Tanto en la proclamación cínica de la maldad y peligrosidad de la
naturaleza humana, a la que por lo tanto era preciso mantener sujeta mediante
un fuerte aparato represivo, y en la doctrina puritana equivalente de aquella,
acerca del carácter pecaminoso del individuo, el que debe entonces dominar sus
instintos con una férrea disciplina en absoluta sumisión a la ley del deber,
como también en la afirmación, opuesta a ambas, de complexión, pura y armónica
del hombre, sólo turbada por las relaciones oprimentes y corruptas del momento
presente; tanto en unas como en otra, decimos, el rechazo absoluto de cualquier
impulso egoísta constituye el punto de partida incuestionable” (Max
Horkheimer, “Egoísmo y movimiento liberador”, 1936).
Para
Horkheimer, dicha actitud se encuentra en contradicción con la praxis. En una
sociedad burguesa que “adquiere el carácter de un permanente estado de guerra
interior y exterior”, los que ingresan a dicho mundo “desarrollan los
aspectos egoístas, intolerantes y hostiles de su ser para subsistir en esa dura
realidad”. En otro escrito de esa
época, Autoridad y Familia, Horkheimer demostraba que “el culto a la familia
ideal compensa la destrucción de la misma en el vértigo del capitalismo
avanzado, tal como el culto a la Virgen María compensa el estatus subordinado
de la mujer en esta sociedad”. De igual forma, “en las grandes
concepciones antropológicas de la burguesía (…) cualquier impulso que no
conduzca a la concordia, al amor y a la sociabilidad es desterrado, desfigurado
o desmentido” (ídem).
3.- La
ideología dominante sobre la infancia en un determinado tiempo y lugar, cuando
es una ideología realmente exitosa, genera los clásicos efectos de toda
mistificación ideológica: “naturalización”, “universalización”,
“eternalización”. Se pretende una validez universal y ahistórica, haciendo
creer a todos que la infancia es y debe ser, desde luego y desde siempre, tal
cual como esta ideología la describe. Desnaturalizar lo “pedagógico” dentro de
la ideología de infancia, implica develar el fraude mediante el cual lo que
pertenece a la “segunda naturaleza” intenta justificarse como si emanara
directamente de la “primera naturaleza”, mediante el cual lo contingente se
presenta como universal e inmutable.
Una
distinción que nos permite situar la ideología de la infancia dentro de una
determinada formación social, es la de infraestructura y superestructura. De
acuerdo a la tradición materialista histórica, se trataría de un edificio
social de 3 niveles: uno de ellos permanece más o menos oculto (la “base
económica”, constituida por fuerzas productivas y relaciones de producción) y
los dos niveles de la superestructura: Derecho y Estado por un lado, e
ideologías por el otro. Pero debemos evitar el uso del concepto de ideología en
aquella versión que lo ve como algo “etéreo”, “metafísico”. Pues en la praxis,
la “ideología” se reparte por todo el edificio social, toda esta “realidad” es
en sí misma “ideológica”. En relación a la ideología y su ubicación en el
famoso edificio del materialismo histórico, con base y superestructura,
Althusser decía que “para comprender su
eficacia, es necesario situarla en la superestructura, y darle una relativa
autonomía con respecto al derecho y al estado. Pero al mismo tiempo, para
comprender su forma de presencia más general hay que considerar que la
ideología se introduce en todas las partes del edificio y que constituye ese
cemento de naturaleza particular que asegura el ajuste y la cohesión de los
hombres en sus roles, sus funciones y sus relaciones sociales” (Louis
Althusser, “Práctica teórica y lucha ideológica”).
Eso
en cuanto a su “ubicación” en sentido espacial. Pero además, desde el punto de
vista que podríamos llamar “temporal”, la ideología también es ambivalente.
Como decía Lukàcs en el texto sobre “legalidad e ilegalidad” incluido en
Historia y Consciencia de Clase, “la
ideología no es solamente un efecto de la organización económica de la
sociedad, es también la condición de su funcionamiento práctico”. Por eso
es que la labor de crítica de la ideología no se agota descorriendo velos para
mostrar lo que éstos tratan de mantener oculto. Mucho más que eso:
“No se trata simplemente de ver las
cosas (es decir, la realidad social) como “son en realidad”, o de quitarse los
anteojos distorsionadores de la ideología; el punto principal es ver cómo la
realidad no puede reproducirse sin esta llamada mistificación ideológica. La
máscara no encubre simplemente el estado real de cosas, la distorsión
ideológica está inscrita en su esencia misma” (Slavoj Zizek,
“¿Cómo inventó Marx el síntoma?”).
4.- Además
de las implicaciones pedagógicas autoritarias más o menos evidentes de la
noción moderna de la infancia, existen otros problemas y aspectos del sistema
educativo y de los procesos de escolarización que merecen una labor crítica más
intensa, de “desnaturalización”, pues no se perciben a simple vista, sino que
se ocultan bajo una densa capa de velos ideológicos.
Uno
de los teóricos que más despiadadamente se ha referido a la función del sistema
educativo como reproductor de la formación social capitalista es, precisamente,
Louis Althusser. En “Ideología y Aparatos Ideológicos de Estado” (escrito entre
1969/1970), Althusser intenta ir más allá de una concepción del Estado como
mero aparato represivo, y se refiere a una realidad “que se manifiesta junto al aparato (represivo) de Estado, pero que no
se confunde con él”: los Aparatos Ideológicos de Estado (AIE). Estos
aparatos son múltiples, y la mayoría parecen ser “privados” antes que
“públicos”: “AIE religiosos (el sistema de las distintas Iglesias), AIE escolar
(el sistema de las distintas “Escuelas”, públicas y privadas), AIE familiar,
AIE jurídico, AIE político (el sistema político del cual forman parte los
distintos partidos), AIE sindical, AIE de información (prensa, radio, T.V.,
etc.), AIE cultural (literatura, artes, deportes, etc.)”. Se
diferencian del Aparato Represivo de Estado porque funcionan “principalmente”
con ideología, no con violencia: “principalmente”, porque en la realidad
ideología y violencia se entrecruzan en ambos tipos de aparatos, y así como al
aparato represivo necesita una buena cuota de ideología para funcionar, los AIE
se reservan siempre la posibilidad de aplicar en casos límite algún nivel de
violencia, aunque sea “simbólica”:
“Rectificando esta distinción, podemos
ser más precisos y decir que todo aparato de Estado, sea represivo o
ideológico, “funciona” a la vez mediante la violencia y la ideología, pero con
una diferencia muy importante que impide confundir los aparatos ideológicos de
Estado con el aparato (represivo) de Estado. Consiste en que el aparato
(represivo) de Estado, por su cuenta, funciona masivamente con la represión
(incluso física), como forma predominante, y sólo secundariamente con la
ideología. (No existen aparatos puramente represivos.) Ejemplos: el ejército y
la policía utilizan también la ideología, tanto para asegurar su propia
cohesión y reproducción, como por los “valores” que ambos proponen hacia
fuera”.
“De
la misma manera, pero a la inversa, se debe decir que, por su propia cuenta,
los aparatos ideológicos de Estado funcionan masivamente con la ideología como
forma predominante pero utilizan secundariamente, y en situaciones límite, una
represión muy atenuada, disimulada, es decir simbólica. (No existe aparato
puramente ideológico.) Así la escuela y las iglesias “adiestran” con métodos
apropiados (sanciones, exclusiones, selección, etc.) no sólo a sus oficiantes
sino a su grey. También la familia... También el aparato ideológico de Estado
cultural (la censura, por mencionar sólo una forma), etcétera”. (Louis
Althusser, “Ideología y aparatos ideológicos de Estado”).
Yo
agregaría: la censura, el FONDART [Fondos de Cultura Concursables Chile], la
industria cultural, ¡el espectáculo! –concepto que en su sentido situacionista
es bastante más amplio que en su sentido usual, pues “no es una definición ‘sociológica’ de un aspecto particular de la
sociedad (los media y el público), sino que define la subordinación de todo lo
real al capital”, M. Lazzarato-, etc.
Incluso
los “cómics” y Walt Disney han constituido formas nada despreciables de AIE,
tal como lo demostraron a inicios de los 70 Mattelart y Dorfman en “Para leer
al Pato Donald”. Uno de los cuadros que toman directamente de las historietas
del Pato Donald no puede ser más claro: Donald y sus sobrinos están en una
tierra lejana, poblada por aborígenes, y necesitan que les faciliten una
brújula. Los aborígenes acceden, pero a cambio quieren que estos “occidentales”
les enseñen alguna costumbre “valiosa”: los 3 sobrinos (que, si no recuerdo
mal, son primos entre sí, no hermanos) saltan de felicidad diciendo: “¡Les
enseñaremos a cuadrarse ante sus gobernantes!”. Otro ejemplo muy interesante
está en el Silabario Hispanoamericano, con el que millones de personas
aprendimos a leer y cuyas imágenes de seguro deben estar bien grabadas en nuestro
archivo inconsciente. En la página del “pre-pre-pri-pro-pru” aparece la imagen
típica del preso con cara de malo y traje a rayas, tras las rejas, y la leyenda
ahí dice: “La policía toma presos y encierra a todos los que se portan mal”.
Más abajo en la misma página, el texto señala que los niños buenos son limpios
y se comen toda la comida, y que por eso “un niño bueno merece premio”. Luego,
Althusser nos habla de las “redes” existentes entre estos aparatos que
garantizan la reproducción de las relaciones sociales capitalistas:
“¿Sería
útil mencionar que esta determinación del doble “funcionamiento” (de modo
predominante, de modo secundario) con la represión y la ideología, según se
trate del aparato (represivo) de Estado o de los aparatos ideológicos de
Estado, permite comprender que se tejan constantemente sutiles combinaciones
explícitas o tácitas entre la acción del aparato (represivo) de Estado y la de
los aparatos ideológicos del Estado? La vida diaria ofrece innumerables
ejemplos que habrá que estudiar en detalle para superar esta simple
observación”.
Un
caso bastante interesante que nos demuestra y actualiza la realidad del
entrecruzamiento entre represión e ideología, violencia física y violencia
simbólica es el de MúsicaSepúlveda: luego de su acción (arrojar el contenido de un jarro de
agua a la ministra de educación, que podría ser considerado como un caso de
“violencia limpia” en términos benjaminianos), hubo confusión en las filas del
orden: primero mandaron el caso a los tribunales de familia (que tienen un
poder sancionador “suave”, generalmente disfrazado de protección), y desde ahí
el caso fue enviado a la fiscalía correspondiente, puesto que se imputaba un
“atentado a la autoridad” y ella ya había cumplido 14 años, por ende, debía
actuar el poder punitivo especialmente creado para los adolescentes mediante la
Ley 20.084. Pero en ese “frente” finalmente no ocurrió nada, pues el Ministerio
Público al parecer no quiso insistir llevando el caso a juicio, y así, Música
no sufrió en definitiva la criminalización penal formal o propiamente tal, sino
que, por un hecho cometido fuera del establecimiento educativo en que
estudiaba, el poder disciplinario del liceo decidió aplicar la mayor violencia
que están autorizados (por el Estado, la Constitución y las leyes) a aplicar,
expulsándola. De esta forma, se hace evidente que hay varios niveles de
represión, varios dispositivos que se entrecruzan para aplicar una mezcla de
ideología y violencia, que el poder emplea según le vaya pareciendo más
adecuado o conveniente.
5.- Para
Althusser, mientras hace unos siglos el AIE principal o dominante era el
“religioso”, hoy en día dicha función o posición ha pasado al AIE escolar:
“…un
aparato ideológico de Estado cumple muy bien el rol dominante de ese concierto,
aunque no se presten oídos a su música: ¡tan silenciosa es! Se trata de la
Escuela. Toma a su cargo a los niños de todas las clases sociales desde el jardín
de infantes, y desde el jardín de infantes les inculca —con nuevos y viejos
métodos, durante muchos años, precisamente aquellos en los que el niño,
atrapado entre el aparato de Estado-familia y el aparato de Estado-escuela, es
más vulnerable— “habilidades” recubiertas por la ideología dominante (el
idioma, el cálculo, la historia natural, las ciencias, la literatura) o, más
directamente, la ideología dominante en estado puro (moral, instrucción cívica,
filosofía).
Hacia
el sexto año, una gran masa de niños cae “en la producción”: son los obreros o
los pequeños campesinos. Otra parte de la juventud escolarizable continúa: bien
que mal se encamina y termina por cubrir puestos de pequeños y medianos
cuadros, empleados, funcionarios pequeños y medianos, pequeño-burgueses de todo
tipo. Una última parte llega a la meta, ya sea para caer en la semidesocupación
intelectual, ya para proporcionar, además de los “intelectuales del trabajador
colectivo”, los agentes de la explotación (capitalistas, empresarios), los
agentes de la represión (militares, policías, políticos, administradores, etc.)
y los profesionales de la ideología (sacerdotes de todo tipo, la mayoría de los
cuales son “laicos” convencidos).
Cada
grupo está prácticamente provisto de la ideología que conviene al rol que debe
cumplir en la sociedad de clases: rol de explotado (con “conciencia
profesional”, “moral”, “cívica”, “nacional” y apolítica altamente
“desarrollada”); rol de agente de la explotación (saber mandar y hablar a los
obreros: las “relaciones humanas”); de agentes de la represión (saber mandar y
hacerse obedecer “sin discutir” o saber manejar la demagogia de la retórica de
los dirigentes políticos), o de profesionales de la ideología que saben tratar
a las conciencias con el respeto, es decir el desprecio, el chantaje, la
demagogia convenientes adaptados a los acentos de la Moral, la Virtud, la
“Trascendencia”, la Nación, el rol de Francia en el Mundo, etcétera”.
Obviamente,
esta función real del AIE escolar es disfrazada con una retórica totalmente
“positiva” y hasta “igualadora”, “justa”, “emancipatoria”:
“Ahora
bien, con el aprendizaje de algunas habilidades recubiertas en la inculcación
masiva de la ideología de la clase dominante, se reproduce gran parte de las
relaciones de producción de una formación social capitalista, es decir, las
relaciones de explotados a explotadores y de explotadores a explotados.
Naturalmente, los mecanismos que producen este resultado vital para el régimen
capitalista están recubiertos y disimulados por una ideología de la escuela
universalmente reinante, pues ésta es una de las formas esenciales de la
ideología burguesa dominante: una ideología que representa a la escuela como un
medio neutro, desprovisto de ideología (puesto que es... laico), en el que
maestros respetuosos de la “conciencia” y la “libertad” de los niños que les
son confiados (con toda confianza) por sus “padres” (que también son libres, es
decir, propietarios de sus hijos), los encaminan hacia la libertad, la
moralidad y la responsabilidad de adultos mediante su propio ejemplo, los
conocimientos, la literatura y sus virtudes “liberadoras””.
¿En
qué aspectos y de qué forma podríamos darnos cuenta de que la situación
descrita por Althusser ha variado en la realidad de este aparato escolar? Tal
vez en este detalle: la gratuidad del “servicio” educativo, que se acabó junto
con el llamado “Estado de Bienestar” (concepto tan irrisorio como el de “tiempo
libre”, que dice más de nuestra sociedad que lo que pareciera a primera oída) y
el desarrollo en sentido “neoliberal” (otro concepto que hace sonreír) del
capitalismo luego de las crisis y contestaciones del 68/77. Althusser hizo
notar que “ningún aparato ideológico de
Estado dispone durante tantos años de la audiencia obligatoria (y, por si fuera
poco, gratuita...), 5 a 6 días sobre 7 a razón de 8 horas diarias, de formación
social capitalista”. Esa descripción ya no es tan válida, es cierto, pero
la situación de la escuela y otras instituciones disciplinarias en esa época
era señalada precisamente como “en crisis”, y la distinta configuración actual
de lo privado y lo público en esta esfera no altera la misión fundamental de la
escolarización, en términos tanto disciplinarios directos (institucionalización
y control de los niños) como de largo plazo (calificación y clasificación de la
fuerza de trabajo, detección y entrenamiento de cuadros medios y directivos de
todas las zonas de la “fábrica social”). Respecto a esa función, que no ha
desaparecido, sigue siendo necesaria la operación de desnaturalización:
“Pido perdón por esto a los maestros
que, en condiciones espantosas, intentan volver contra la ideología, contra el
sistema y contra las prácticas de que son prisioneros, las pocas armas que
puedan hallar en la historia y el saber que ellos “enseñan”. Son una especie de
héroes. Pero no abundan, y muchos (la mayoría) no tienen siquiera la más remota
sospecha del “trabajo” que el sistema (que los rebasa y aplasta) les obliga a
realizar y, peor aún, ponen todo su empeño e ingenio para cumplir con la última
directiva (¡los famosos métodos nuevos!). Están tan lejos de imaginárselo que
contribuyen con su devoción a mantener y alimentar, esta representación
ideológica de la escuela, que la hace tan “natural” e indispensable, y hasta
bienhechora, a los ojos de nuestros contemporáneos como la iglesia era
“natural”, indispensable y generosa para nuestros antepasados hace algunos
siglos”.
Por
otra parte, la transformación que efectivamente se ha operado en los sistemas
escolares y disciplinarios debería ser leída a la luz de la observación de la
dinámica a largo plazo del desarrollo histórico del capitalismo moderno,
centrándonos por ejemplo en la noción de subsunción formal y real (de la
sociedad en el capital) y de las variaciones más amplias de la relación entre modo
de producción y modo de control. Existen herramientas y avances en estos
terrenos: en general, el sector de la teoría crítica donde se mezclan el
materialismo histórico, la crítica de la economía política y la economía
política de la pena con la biopolítica, el postestructuralismo y la discusión
sobre postfordismo, trabajo inmaterial y “sociedades de control”. Dos textos
particularmente recomendables para este aspecto de las transformaciones en
curso: “Post-scriptum sobre las sociedades de control” de Gilles Deleuze (1990)
y “El gobierno de la excedencia. Postfordismo y control de la multitud”, de
Alessandro de Giorgi (2006).
De
todas formas, me atrevo a sugerir que la crítica radical de la escuela no es
incompatible con el desarrollo de luchas que se plantean como objetivo inicial
cosas tales como la “defensa de la educación pública”. No sólo porque “público”
no es siempre sinónimo de “estatal”, sino porque los ataques contra la
educación pública suelen ser parte integrante de un paquete más grande medidas
que atacan las condiciones de vida de los proletarios.
6.- Así
que el sistema escolar no sólo refleja las divisiones de la sociedad de clases:
sistemáticamente las reproduce. Se trata de una evidencia que preferiría ser
negada por toda la retórica del “derecho a la educación” como “conquista
democrática y civilizatoria”. La convicción dominante dice exactamente lo
contrario: es a través del acceso a una educación de calidad como se pueden ir
disminuyendo los niveles de inequidad, exclusión social y privilegios. Lo que
se tiene en mente para justificar dichas posiciones es la experiencia de
algunos países en ciertos momentos de la política social asociada a la fase
keynesiana del capitalismo, la socialdemocracia y los Estados de Bienestar.
Pero
no es necesario ser un crítico implacable del capitalismo para darse cuenta de
lo que es nuestro sistema escolar actual. Un demócrata liberal como Carlos Peña
ha dicho, en relación al sistema escolar chileno, que “en vez de corregir las desigualdades de la cuna, parece empeñado en
reflejarlas y simplemente en reproducirlas”, y cita un informe de la
Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico que lo describe como
“conscientemente estructurado por clases” (Carlos Peña, “Igualdad educativa
y sociedad democrática”).
¿Existe,
entonces, una ambivalencia básica o constitutiva en lo que se refiere al
carácter y finalidades de la educación? ¿Por un lado, reproducción del orden
social, y por otro, conquista democrática arrancada a la fuerza a dicho orden
por las presiones y luchas sociales? Así parece. Tal vez se trate de dos
aspectos que merecen ser considerados cada uno en su valor y eficacia propios.
Por de pronto, no podemos perder de vista dos cosas:
En primer lugar, que la estructuración del
sistema educativo moderno fue una necesidad social y política de la burguesía
en ascenso, para poder preservar y transmitir su dominio de clase
transgeneracionalmente, preparando de manera adecuada a sus hijos. Sobre este
proceso, resulta muy ilustradora la investigación de Aníbal Ponce en su libro
“Educación y lucha de clases”, de 1934, donde distingue dos períodos en la
educación del “hombre burgués”: del Renacimiento al XVIII, y luego desde la
Revolución al siglo XIX.
En segundo lugar, que los países centrales en
el sistema-mundo del capitalismo, hicieron toda su acumulación originaria de
capital y posteriormente la “revolución industrial” usando masivamente la mano
de obra infantil. Tan sólo después de garantizar una posición privilegiada en
ese sistema-mundo se produjo ideológicamente un rechazo del trabajo infantil y
la generalización de la idea de que todos los niños (y no sólo los de la
burguesía) tenían derecho a ser escolarizados. Como varios de los “derechos”
conquistados en la superestructura de la sociedad burguesa, no sólo se trataría
de algo que beneficia a sus supuestos titulares, sino que reviste un interés
estratégico desde el punto de vista de los intereses y planes del Estado y la
Economía Política (necesidad de una mano de obra calificada y estratificada en
diversos segmentos y funciones).
7.- Antes
de las sociedades de clases, la educación (tal como la religión, el arte, la
política y la economía) no se había escindido aún en una esfera separada: “en las comunidades primitivas la enseñanza
era para la vida por medio de la vida: para aprender a manejar el arco, el niño
cazaba; para aprender a guiar una piragua, navegaba. Los niños se educaban
participando en las funciones de la colectividad” (Aníbal Ponce, Educación
y lucha de clases, pág. 25).
Pero
una vez surgidas las sociedades divididas en clases, la educación pasa a tener
una existencia autónoma y necesidades especiales. Es lo que dice Ponce sobre
Grecia y Roma: la educación tiene por misión “luchar contra las tradiciones del comunismo de tribu; inculcar que las
nuevas clases dominantes no tienen otra finalidad que asegurar la vida de las
clases dominadas, y vigilar atentamente el menor asomo de protesta para
extirparlo o corregirlo” (Ponce, 1972, pág. 46).
Decía
Aristóteles en “La Política”: “Nadie discutiría que el legislador debe
ocuparse principalmente de la educación de los jóvenes, y, en efecto, en los
Estados donde no ocurre así, ello resulta en perjuicio del régimen” (citado
por Luzuriaga, pág. 20).
Además,
la naturaleza clasista de la educación se manifiesta en esas sociedades en un
ideal pedagógico diferenciado: “no sólo
las clases dominantes cultivan uno muy distinto al de las clases dominadas,
sino que procuran además que la masa laboriosa acepte esa desigualdad de
educación como una desigualdad impuesta por la naturaleza de las cosas, y
contra la cual sería locura rebelarse” (Ponce, pág. 46).
8.- Si
acudimos a definiciones fácilmente accesibles en internet, el concepto de
“pedagogía” surge al unir dos palabras del griego: “paidos”, que es niño, y “gogía”
que es llevar o conducir. Así, el paidagogós
era el esclavo encargado de llevar a los niños a la escuela y traerlos de
vuelta.
“Educar”,
por su parte, proviene del latín: educere
“guiar, conducir” o educare “formar, instruir”. Y “escuela” tiene su origen en schola (latín) y eskolé (griego).
“Paradójicamente
en su etimología griega el significado era el del momento de recreo incluso de
diversión, habiendo sucedido luego un deslizamiento de significado tal como se
nota en la mayoría de los idiomas indoeuropeos modernos; el significado actual
más frecuente es el de un ‘establecimiento público’ en donde se dan enseñanzas” (Wikipedia).
En
base a esto, bien podemos afirmar que lo pedagógico y lo escolar están
contaminados desde el inicio por el clasismo y el adultocentrismo. Por eso es
que siempre lo pedagógico implica al menos en germen la posibilidad de coerción,
de disciplinamiento de los niños como seres subordinados.
10.- La pedagogía como
actividad separada, especializada, surge en las sociedades de clases, pero cada
formación social en concreto necesita de un tipo de pedagogía, de un cierto
sistema educativo, que es funcional a la reproducción de esas condiciones, y
que en la práctica ha pasado a ser un campo más para el desarrollo del
antagonismo social. Una tensión recorre desde dentro el sistema educativo desde
hace mucho tiempo: es un lugar de encuadre, de clasificación y certificación,
de disciplinamiento de la futura fuerza de trabajo y, también de “transmisión”
de conocimientos, pero al mismo tiempo es un espacio para la creación de
comunidad, un lugar donde se desarrollan luchas y resistencias.
Mientras
más se subsume toda la sociedad dentro del capital, el antagonismo se comienza
a asomar en distintos frentes, y asume la forma de un cuestionamiento radical
de la sociedad productora de mercancías como un todo. Así,
en los últimos años el ala más radical del movimiento “pingüino” ha levantado
la consigna “de la sala de clases a la lucha de clases”. Es 100% correcta. Pero
también tiene su complemento: lucha de clases en la sala de clases, es decir,
hay que llevar también la lucha directa contra la sociedad de clases al
interior del espacio educativo, tanto como lucha en contra del autoritarismo de
la educación, como una lucha en contra de las funciones y contenidos clasistas
del conocimiento que se transmite y los métodos autoritarios con que se educa y
“normaliza”, como agitación y cuestionamiento al poder disciplinario y clasista
del sistema educativo, y como constitución de un nuevo sujeto que podríamos
considerar como un tipo de “proletariado juvenil”, muy diferente al sujeto
“estudiantil” clásico que sigue predominando en las universidades y en la
llamada “educación superior”, y cuya conciencia de clase ya ha empezado
visiblemente a desarrollarse por todo el país.
Una
pegatina observada durante las movilizaciones callejeras expresa de manera
rotunda este tipo de consciencia: “Si las cárceles fueran mixtas las llamarían
Escuelas”.
11.-Si
es verdad que en toda pedagogía hay violencia (Maud Mannoni, quien también
señalaba que “el odio a la infancia es la base toda conducta ‘pedagógica’”),
entonces debemos invertirla. Necesitamos otra educación. Definirla de otra
manera. Convertirla en otra cosa. Asumir que toda la experiencia humana en el
mundo es en cierta manera “educativa”, no sólo aquella labor de
disciplinamiento que se realiza entre cuatro paredes durante un cierto número
de horas al día. ¿A-pedagogía? Puede ser. Al respecto, Walter Benjamin nos ha
dejado algunas indicaciones muy valiosas:
En
primer lugar, una redefinición del concepto de educación: “¿Quién confiaría
en un maestro que, recurriendo al palmetazo, viera el sentido de la educación
en el dominio de los niños por los adultos? ¿No es la educación, ante todo, la
organización indispensable de la relación entre generaciones y, por tanto, si
se quiere hablar de dominio, el dominio de la relación entre las generaciones y
no de los niños?” (Walter Benjamin, “Calle de Dirección Única”).
En
segundo lugar, una inversión del sentido tradicional (unidireccional) en que se
da la educación: “La
representación teatral es la gran pausa creadora en la obra educacional. Es en
el reino de los niños, lo que el carnaval era en los cultos antiguos. Se
invierten los términos, y así como en las saturnales romanas el amo servía al
esclavo, durante la función están los niños en el escenario para enseñar y
educar a los atentos educadores”. (Walter Benjamin,
“Programa de un teatro infantil proletario”).
A
esas dos indicaciones agregaría una que me parece muy importante: en la
realidad no existe un espacio educativo acotado o cerrado. Toda la experiencia
individual y social del niño, que “no es un Robinson”, es “educativa” en más de
un sentido. Tras el fin de la época en que la infancia era socializada
técnicamente en la escuela y en base a la inculcación de las habilidades
necesarias para la lectura y escritura, en medio de avalanchas de información
de todo tipo procedente tanto de los medios, la publicidad, internet y sus
pares, el ideal de la infancia propio del siglo XX ya se ha agotado (cuestión
que lamentan personajes como Neil Postman, que ante esta realidad proclama la
muerte de la infancia).
12.-
Pero, ¿basta con esto? ¿Cuáles son los límites de cualquier proyecto de
educación alternativa/libertaria dentro de los confines de la sociedad actual
(alienada, irracional y clasista)? Se trata de una cuestión compleja. No se
puede combatir la alienación por medios alienados, pero tampoco se puede creer
que la alternativa emancipatoria consista tan sólo en crear lagunas u oasis de
libertad dentro del sistema. Y tampoco basta con una “pedagogía negativa” a lo
Rousseau, sino que en nuestro tiempo sigue siendo más pertinente la metáfora de
Gramsci: si vemos que unas plantitas brotan a duras penas en su jardín
carcelario, ¿debemos dejarlas solas o ayudarlas a crecer?
Pero
es totalmente necesario ensayar y aplicar desde ya otras relaciones sociales,
otras relaciones (anti)-“pedagógicas”. Ivan Illich lo expresaba muy claro en
sus escritos sobre “desescolarización” a principios de los años 70:
“Si formulamos los principios necesarios
para una estructuración institucional diferente, y hacemos hincapié en un
concepto distinto del aprendizaje, también estaremos sugiriendo los principios
de una organización política y económica diversa, de carácter radical”
(Iván Illich, Un mundo sin escuelas, 1971).
Si
bien es necesario luchar desde dentro de las escuelas, en definitiva no
luchamos por otra escuela, sino que por otro mundo donde la relación entre la
humanidad y los cachorros humanos será tan diferente a la de las sociedades de
clases que difícilmente podrá ser llamada “pedagogía”.
Muy buen post, aunque me extraña que no se haya citado a Pedro García Olivo y sus obras como el Enigma de la Docilidad, el Educador Mercenario, el Irresponsable y otras, críticas en relación a la escuela y la sociedad occidental. Es uno de los grandes y esta vivo! Se pueden descargar gratuitamente en su blog.
ResponderEliminarIgnoro quién es el autor, autora o autores de este artículo, no consta en la fuente de donde lo he extraído, pero procede de Chile y es posible que tenga 10 años o más, de modo que esa puede ser una razón por la que no se cita a Pedro García Olivo, del cual, dicho sea de paso, he leído cuanto ha publicado y escuchado todas sus conferencias.
EliminarSalud!
Ya me extrañaba que tú no lo conocieras, amigo mio...
ResponderEliminarParticularmente, el fue quien me introdujo en el mundo libertario y todo lo que conozco, en mayor o menor medida, proviene de su fuente.
Para cualquier persona interesada en la antipedagogía es casi imposible no encontrase con los trabajos de Pedro. El hecho de que sean tan polémicos, que lo son, dice mucho a favor de los mismos. Yo estoy sustancialmente de acuerdo con él.
EliminarUn trabajazo.
ResponderEliminarGracias por compartirlo.
Gracias a ti, Hugo.
EliminarEs importante rechazar la escuela, no pretender humanizarla o adaptarla para que sea mejor aceptada, pero para eso como siempre, habrá que primero rechazar el modo de vida que se nos impone, porque si no, condenamos a los niños simplemente a ocupar los peores puestos de una sociedad de psicópatas de la que no pueden dejar de formar parte.
ResponderEliminarMi enana aun no ha pisado una escuela, pero no se que podré hacer cuando vaya a cumplir los 6 y me obliguen por la fuerza, a riesgo de que la rapte el estado y a mi y su madre nos sancionen, encima, porque entiendo que la única alternativa es la "escuela en casa" pero sigue siendo lo mismo algo más humanizado.
Salud!
Como dice el autor en el último párrafo: "en definitiva no luchamos por otra escuela, sino que por otro mundo". Que todxs somos propiedad del Estado es algo que, como señala la frase que encabeza este blog, sólo se comprende cuando se deja de obedecer, porque es entonces y sólo entonces, cuando ves el el auténtico rostro de ese monstruo llamado Estado.
EliminarConsciencia, unidad y organización, si no, no hay nada que hacer.
Salud!
Si, creo que esa frase es la más importante del texto y siempre intento hacerlo entender cuando se habla de "escuela libre", "escuela moderna", "escuela pública", etc.
EliminarLa mejor escuela es la vida, siempre que se nos deje vivirla.
Salud!
Hola Piedra,
ResponderEliminarSituación enormemente complicada para los q tenéis hijos. Si fuera mi caso, y la teoría es muy clara, tendría unas dudas de pesadilla.
No obstante se de muchas familias que no escolarizar a sus hijos y de verdad, devienen a una extraordinaria calidad humana y conocimientos prácticos que son imposibles en la escuela convencional.
La teoría está clara, pero la práctica, teniendo la responsabilidad de otra personas en tus manos... no es nada fácil. Y vuelvo al origen de mi eterna auto discusión: las ideas no provienen de alguien desescolarizado.
Gracias a todos por enseñarme.
Lástima, tanto que leer, tanto quer aprender... y tanto que enseñar. Y los que más lo necesitan son los menos dispuestos. Como la mayoría lee poco y aprende menos, intento extraer lo que puedo para dosificarlo. No siempre lo consigo, pero voy a publicar una parte de lo leído. Muchas gracias.
ResponderEliminarQuienes más lo necesitan están lamentablemente hipnotizados por los espectaculares efluvios que el sistema les inyecta sin pausa. Este trabajo, cuyo autor o autores ignoro, lo he publicado íntegramente porque pienso que merecía la pena. Comprendo que no todo el mundo tendrá tiempo de leerlo entero, pero en fin, ahí queda.
ResponderEliminarGracias por tu comentario, es un placer leerte por aquí.
La escuela nos cuadra, frena y estabula. Es una cárcel en la que no se va a aprender, se va a engullir. Hasta que no salgamos de la tutela del estado mediante un sistema de educación acorde con el carácter humano acabaremos todos en el paro. Las escuelas modernas son minoritarias y caras debido a que no se puede sostener un sistema libertario con una economía capitalista, como hemos visto no funciona.
ResponderEliminarOtro tema por ejemplo es cómo se amarra a los propios profesores. Sometidos a los sistemas productivos capitalistas se impide que desarrollen su trabajo como seres humanos.
Soluciones pocas hay si no existe una base social que reclame un cambio de educación, lo que supondría un cambio de sistema.
Salud!