08 agosto, 2016

Néstor Kohan - Estrategia




Dos fragmentos extraídos de Apuntes sobre cultura, ideología y revolución (Aportes para una posible estrategia), de Néstor Kohan

“…mientras se postulaba un supuesto “achicamiento del Estado”, los capitalismos realmente existentes fortalecieron las fuerzas estatales de represión bajo la prédica de una supuesta “tercera guerra mundial”, de carácter ideológico donde la hipótesis de conflicto principal era aniquilar al enemigo interno: la rebeldía del propio pueblo. Tanto a nivel nacional como internacional. No resulta aleatorio que durante esos años se haya generalizado a escala planetaria el control militar de EEUU y la OTAN, violentando las soberanías nacionales de los Estados capitalistas dependientes, periféricos y semiperiféricos como son la mayoría de los latinoamericanos.

¿Qué nos dejó como herencia ese modelo neoliberal impuesto a sangre y fuego durante los últimos cuarenta años a nivel mundial? Una sociedad globalizada donde las enfermedades curables hacen estragos y millones de personas empobrecidas se mueren de hambre y padecen analfabetismo, exclusión y explotación extremas mientras que 500 grandes empresas mundiales manejan el 80% de la producción y el comercio del planeta.

Según el Financial Times del año 2002, de esas 500 compañías y bancos, casi un 48% pertenecen a EEUU; 30% a la Unión Europea y apenas el 10% a Japón(13). En total, aproximadamente el 90% de las mayores corporaciones que dominan la industria, la banca y los grandes negocios son norteamericanas, europeo-occidentales o japonesas. Hoy habría que agregar las firmas chinas. Según estos datos, salta a la vista de cualquier observador no prejuiciado que el poder mundial no está repartido por todo el mundo ni que se difumina en una supuesta “desterritorialización” sin centro ni jerarquías. El poder no está diseminado por cualquier lado. No, de ningún modo. Está bien determinado. El poder mundial de las relaciones de capital produce y reproduce permanentemente agudas asimetrías. A pesar de los relatos apologéticos, el capitalismo jamás ha sido plano ni homogéneo, hoy menos que nunca.

En el capitalismo globalizado de nuestro tiempo, a pesar de su aguda crisis (que explotó en el 2008 y todavía no termina), el imperialismo norteamericano continúa ocupando un lugar preponderante. Para repensar la problemática del imperialismo necesariamente hay que depositar la mirada sobre la potencia hegemónica que pretende y de hecho ejerce funciones de big brother, policía mundial y principal ejército represivo del planeta.

A pesar de la retórica posmoderna y posestructuralista (acompañados por el marxismo liberal) que apresuradamente dio por finalizado el imperialismo, éste sigue generando y provocando guerras, invasiones, golpes de estado, destrucción del ecosistema y miseria popular por todo el planeta. Reaccionando en forma desesperada frente a una crisis económica todavía más aguda que las de 1929 y 1974, el imperialismo contemporáneo se torna más agresivo que nunca.

La pretendida “guerra infinita contra el terrorismo” (que incluye entre otras maravillas civilizatorias formas de tortura peores y todavía más sádicas que las medievales) implementada desde hace década y media por EEUU en varios países y continentes a través del Pentágono y la OTAN, la CIA y la Agencia Nacional de Seguridad (NSA, el monstruoso y omnipresente big brother de nuestros días según las escandalosas revelaciones de Edward Snowden), no es más que la pantalla ideológica del intento por reconquistar la hegemonía mundial apropiándose de los recursos naturales, bienes comunes, territorios y mercados a escala planetaria. El tan promocionado “multiculturalismo” del presidente Obama encubre el aplastamiento de las culturas y la imposición mundial de un american way of life que generaliza un consumismo desenfrenado y el culto irracional de las armas, incluso en escuelas primarias, provocando periódicamente masacres de niños en el propio territorio norteamericano.

A tal punto llega el keynesianismo militarista norteamericano de nuestros días y su obsesión por controlar, vigilar y castigar cualquier mínima disidencia o rebeldía frente al sistema capitalista globalizado que, según datos oficiales, el número de militares en estado de servicio activo para el 31/1/2012 ascendía en EEUU a 1.458.219, a los cuales se deben sumar unos 225.000 mil “contratistas” (o sea mercenarios). A esa cifra descomunal deben agregarse la existencia en Estados Unidos de 1.271 organizaciones gubernamentales y 1.931 empresas privadas dedicadas a la inteligencia y el llamado “contraterrorismo” utilizando a 854.000 empleados que realizan sus actividades en 10.000 localizaciones diferentes y producen 50.000 informes de inteligencia al año(14). Una verdadera parafernalia vigilante y represiva sin guerras mundiales y en tiempos de supuesta “paz”, hipertrofiada, parasitaria e improductiva, que haría sonrojar a los más fanáticos burócratas militares del fascismo europeo de mitad del siglo XX.

Aunque notablemente debilitado y con una economía carcomida por dentro, Estados Unidos sigue jugando un lugar predominante en la dominación imperialista mundial. Europa occidental y la OTAN son socias menores. China, indudable potencia económica de primer rango, se encuentra militarmente subordinada.

A pesar de la inmensa acumulación de publicaciones académicas que al unísono cantan loas al republicanismo, al liberalismo y al constitucionalismo estadounidense, debemos reconocerlo: no hay economía mundial sin el sistema de bases militares de Estados Unidos. Ese sistema de bases militares no desaparece en función de un fantasmagórico “poder desterritorializado y difuso” como sugirieron durante tres décadas varias plumas y teclados posmodernos. Por el contrario, se multiplica.

La crisis del capitalismo mundial, altanera y vengativa, atraviesa y carcome el orden completo del entramado social. Ya no se trata única o exclusivamente de una crisis “económica”, centrada en la sobreproducción relativa, la burbuja inmobiliaria, el desempleo y la estanflación(15), o de una crisis meramente política marcada por la ausencia de gobernabilidad o la falta de credibilidad en las formas tradicionales de representación ciudadana(16).

La turbulencia global de nuestros días reúne, condensa y sintetiza un conjunto muy variado de contradicciones sociales insolubles que convergen sobre un mismo ángulo y matriz. Lejos de ser una crisis meramente coyuntural (es decir, una «crisis capitalista» episódica y reiterada), nuestro tiempo contemporáneo asiste a la emergencia de una crisis civilizatoria, estructural y sistémica, de largo aliento (o sea «una crisis del capitalismo en su conjunto», de mucho mayor alcance, larga duración y profundidad que las crisis periódicas). Crisis que se expresa al mismo tiempo como ecológica, ambiental y energética, alimentaria y humanitaria, tecnológica, urbana y rural, política y militar, caracterizada por una sobreproducción estructural, una recesión que se va convirtiendo en depresión progresiva, acompañada de la ruptura de la cadena de pagos e imposibilidad de asumir las deudas externas, la explosión de la burbuja financiera e inmobiliaria, la descomposición y desintegración social, la pobreza extrema en la periferia del sistema mundial y el desempleo galopante, incluso en las sociedades capitalistas metropolitanas. La superexplotación (proceso en el cual el capital expropia parte del fondo de consumo obrero redoblando la explotación de la fuerza de trabajo) también alcanza economías del primer mundo, sin dejar de estar presente en las economías dependientes(17). Una crisis objetiva del orden social en su conjunto que al mismo tiempo se expresa como crisis cultural de las formas de subjetividad hasta ahora predominantes en el capitalismo tardío.”

[…]

“Según reconoció el 21 de febrero de 2009 Paul Volcker (director de la Reserva Federal de los Estados Unidos durante los gobiernos de James Carter y Ronald Reagan) en la Universidad de Columbia, dicha crisis sistémica que hoy en día desgarra y tensiona al conjunto de la sociedad capitalista mundial, resulta mucho más grave que aquellos momentos de zozobra que golpearon duramente al capitalismo en 1929. El jerarca de las finanzas George Soros no afirmó nada muy diferente(18).

Pero no sólo supera ampliamente las incertidumbres y el pánico burgués de 1929, también resulta mucho más demoledora y extendida que la crisis del dólar de los años 1968-1971-1973.(19)

A esa sobreacumulación de tensiones irresueltas y contradicciones antagónicas insolubles que van carcomiendo desde adentro al capitalismo imperialista como sistema mundial de dominación —“Nuevo apartheid a escala global”, según los términos de Samin Amin— se suma la preponderancia absoluta de una sola potencia militar a nivel mundial, secundada por la OTAN y sus sumisos satélites europeos. El monopolio de las armas de destrucción masiva (con la amenaza permanente de desencadenar una guerra termonuclear y bioquímica) y la generación de nuevas guerras de conquista y destrucción generalizada que se han sucedido sin interrupción desde la invasión de Irak en 1991 hasta nuestros días ponen totalmente fuera de discusión la patética teoría de la interdependencia que traería una “paz perpetua” de la mano del mercado neoliberal y el libre comercio internacional. Lo mismo vale para la desfachatada falacia de Vargas Llosa y otros ideólogos neoliberales según quienes “las materias primas y los recursos naturales del Tercer Mundo ya no son necesarios a las grandes potencias”.

Lejos de desaparecer el imperialismo, como vaticinara Toni Negri en su promocionado ensayo Imperio(20) y otros exponentes de un marxismo liberal, Estados Unidos abre nuevos frentes de guerra bombardeando “humanitariamente” no sólo Irak y Afganistán, sino también Libia (interviniendo y desarticulando Siria —generando una emigración forzosa y masiva— y amenazando a Corea del Norte e Irán, logrando que éste último termine firmando bajo presión), mientras instala siete nuevas bases militares en Colombia y lanza a los mares del mundo su cuarta flota imperial. A medida que aumentan las amenazas de la crisis, el sistema de dominación se torna más agresivo. Todos estos países bombardeados, intervenidos o amenazados en nombre del “pluralismo” y “la libertad” poseen inmensos recursos naturales. ¿Será quizás una casualidad?

En la sociedad contemporánea la reproducción “normal” del capital imperialista no puede sobrevivir sin un proceso generalizado de guerras preventivas, intervenciones extraterritoriales y militarización creciente de todo el globo terráqueo. Procesos estrechamente ligados al intento norteamericano de hegemonía y dominación absoluta de todo el planeta, incluido por supuesto su “patio trasero” que desde la doctrina Monroe en adelante las élites estadounidenses no han dejado de considerar como propio.

Nunca antes una potencia imperialista había asumido con semejante agresividad, cinismo y desfachatez el propósito de dominar todo el mundo. El programa político-militar del Pentágono y sus estrategas apuntan a la militarización de toda la Tierra (e incluso del espacio exterior). Quizás el único antecedente cercano, mínimamente comparable, haya sido el de Adolfo Hitler y las peores pesadillas del nazismo.

La estrategia norteamericana de “Seguridad Nacional” y la injerencia sobre América Latina, implementada desde la era Reagan en adelante, resultó potenciada en términos geométricos después de septiembre de 2001. A partir de entonces, en EEUU se crea un superministerio de seguridad específico con aproximadamente 170.000 empleados. Los escándalos de los últimos años a partir de las revelaciones del ex contratista y técnico espía de la CIA y la NSA Snowden no hacen más que corroborar a nivel popular lo que todo el mundo ya sabía.

Sin embargo, esa estrategia y el predominio que en ella juega el militarismo, el control policial de toda la vida social (dentro y fuera de EEUU, principalmente dirigida hacia América latina) y la opción por las guerras, bombardeos e invasiones no deben quedar reducidos exclusivamente a una dimensión técnico-institucional. No son sólo los generales del Pentágono quienes optan por la guerra. Es el capitalismo como sistema el que necesita la guerra y el keynesianismo militar para morigerar sus crisis, sus déficits y su falta de soluciones a largo plazo para resolver las demandas de la sociedad global.

El potencial militar de EEUU constituye parte inseparable de la dominación mundial imperialista que, además de la dimensión militar, también se ejerce en el terreno económico, político, diplomático y cultural. Ninguna de estas dimensiones se pueden separar en forma completa, como si fueras “factores” aislados. En realidad, constituyen dimensiones diversas de una misma totalidad social. Evitando toda tentación fetichista (que tiende a aislar el “factor económico” del “factor político” del “factor ideológico”... y así de seguido...), nunca debemos olvidar que la sociedad no es una sumatoria de “factores” sino un conjunto de relaciones de fuerzas entre las clases sociales.

Si hubiera que ubicar en puntos geográficos de EEUU esas dimensiones no sería exagerado identificar algunas ciudades y condados emblemáticos: Washington para el poder político y militar (Casa Blanca), New York para el poder financiero (Wall Street); Langley, Virginia para el poder de inteligencia (CIA), Condado de Arlington, Virginia (Pentágono-Departamento de Defensa) y Los Ángeles para el poder ideológico (Hollywood).

Hace ya mucho tiempo, en un estudio hoy clásico sobre el imperialismo, Harry Magdoff alertaba contra toda tentación fetichista o mecanicista en las ciencias sociales: “Una condición necesaria para este tipo de crecimiento económico [se refiere al de las finanzas y la industria norteamericanas correspondientes al año 1968] es la existencia de un medio ambiente político y militar favorable: la actividad política y militar y las alianzas internacionales deben estar orientadas a establecer y mantener el control y la influencia en lo político y militar. Tampoco aquí es cuestión de determinar qué va primero. El control económico, el control militar y el control político se apoyan y estimulan recíprocamente”(21).

Recientemente, más cerca nuestro que aquel clásico estudio de Magdoff, Peter Gowan ha vuelto a insistir con la estrechísima imbricación entre dominación económica y dominación militar para el caso norteamericano. Así señaló que “El brazo militar norteamericano constituye la forma principal mediante la cual los Estados Unidos expanden y mantienen su penetración económica en otras economías políticas. [...] El predominio militar norteamericano, tanto en general como mediante lo anteriormente mencionado, constituye un apoyo del sistema monetario internacional posterior a 1971, consistente en crear dinero basado en el dólar”(22).

Hoy más que nunca antes en la historia, la dominación imperialista tiende a ir borrando las fronteras entre los fenómenos “puramente económicos” y aquellos que serían “puramente político-militares”.

Cualquiera sea el partido que se tome en la discusión sobre si el imperialismo norteamericano es tan agresivo en el terreno militar porque es débil económicamente y su hegemonía se encuentra en su fase de declinación (como sugieren, por ejemplo, Giovanni Arrighi y Beverly Silver) o si la lógica militar acompaña la expansión de la acumulación capitalista a nivel mundial bajo una creciente hegemonía norteamericana (como afirma, por ejemplo, Ana Esther Ceceña) lo cierto consiste en que aquellos que en otra época eran llamados “medios extraeconómicos” se han vuelto parte central del corazón del capitalismo imperialista de nuestros días. Se opte por la primera o por la segunda hipótesis, en cualquier caso lo que ya va quedando fuera de toda discusión es que esta activa intervención políticomilitar se va transformando cada vez más en una dimensión privilegiada y fundamental del nuevo imperialismo.

La ya mencionada estrategia de “Seguridad Nacional” del imperialismo norteamericano se rige por los objetivos del Departamento de Defensa de EEUU. Estos objetivos delimitan los “intereses vitales” de Estados Unidos. Entre ellos, cabe destacar los siguientes tres:
(a) asegurar el acceso incondicional a los mercados decisivos, a los suministros de energía y a los recursos estratégicos.(b) prevenir la emergencia de hegemonías o coaliciones regionales hostiles.
(c) disuadir y, si es necesario, derrotar cualquier “agresión” en contra de Estados Unidos o sus aliados”.
Pero no es éste un problema exclusivamente institucional del Estado norteamericano ni de sus administraciones. Esa estrategia político-militar es parte de una lógica más global de la dominación social ejercida por el capital de nuestros días. La lógica de dominación imperialista va mucho más allá de la marioneta visible —antes Bush, hoy Obama— puesta al frente de la Casa Blanca por aquellas grandes corporaciones que conforman lo que en su época el presidente Dwight Eisenhower denominò el “complejo militar-industrial”.

Esa lógica está marcada hoy en día por la estrategia de la “guerra preventiva” y la “guerra permanente contra... el terrorismo”. ¿A qué denominan “terrorismo” los estados mayores del Pentágono? Pues a toda disidencia radical, a todo movimiento social rebelde, a todo aquel o aquella que no acepte la disciplina mundial del capital o no obedezca las órdenes de la Casa Blanca.

La globalización de la política de mano dura, “Seguridad Nacional” y el neomacartismo norteamericano (incluyendo los programas de vigilancia informática absolutamente violatorios de la privacidad de los ciudadanos estadounidenses y de cualquier país del mundo) han impulsado el notorio debilitamiento de las instancias jurídicas internacionales. Las Naciones Unidas, que por otra parte tampoco eran sinónimo de democracia ni de ecuanimidad en las relaciones internacionales, se han convertido en una patética fachada de los planes militares del Pentágono. Todo orden jurídico, toda norma de derecho internacional tiende a ser reemplazada por los bombardeos de persuasión y los “daños colaterales” de la aviación norteamericana.

Como señala Samir Amin: “Estados Unidos estará llamado a sustituir el derecho internacional por el recurso de las guerras permanentes (proceso que ha comenzado en el Medio Oriente, pero que apunta ya hacia Rusia y Asia), deslizándose por la pendiente fascista (la “ley patriótica” ya le ha dado poderes a su policía frente a los extranjeros —aliens— que resultan ser similares a los que poseía la Gestapo”(23).

Contrariamente a los viejos relatos institucionalistas y liberales que conceptualizaban a la guerra como “una anomalía entre dos momentos de paz y desarrollo”, y a diferencia de los recientes relatos posmodernos y posestructuralistas que pretenden edulcorarla apelando a las formas jurídicas y legales de la constitución norteamericana, las nuevas formas de la dominación imperialista han terminado subordinando la política a la guerra, así como las instancias jurídicas internacionales al empleo desnudo de la fuerza militar y la retórica liberal a la vigilancia totalitaria donde desaparece toda intimidad y toda vida privada.

Las Naciones Unidas han votado reiteradas veces contra diversas formas del colonialismo. Una de las más conocidas ha sido la Resolución No. 1514 (XV), de 1960. Otra fue la Resolución 2189 del 13 de diciembre de 1966 (del XXI Periodo de Sesiones de la Asamblea General) referida especialmente al tema de las bases militares de las grandes potencias en países bajo dominación colonial. Más tarde, de 24 de octubre de 1970, la Resolución No.2625 (XXV), vuelve a abordar el tema. Y así de seguido.

Sin embargo, la proliferación desde hace por lo menos medio siglo —aunque en Cuba la de Guantánamo se instaló hace más de 100 años— de bases militares estadounidenses no ha dejado de expandirse por todo el mundo, particularmente en América latina(24). E incluso se ha multiplicado desde el fin del sistema bipolar de la guerra fría. Según apunta Tariq Alí, “de los 189 Estados miembros de las Naciones Unidas, en 121 hay presencia militar norteamericana”(25). En total, EEUU mantiene actualmente aproximadamente 700 bases militares fuera de su territorio nacional. A comienzos del siglo XXI se calculaba en aproximadamente 250.000 el número de efectivos de las Fuerzas Armadas estadounidenses que ocupaban esas bases, aunque muy probablemente hoy la cifra sea todavía mayor y vaya en aumento.

La instalación de todas esas bases militares estadounidenses en más de la mitad de los países de la Tierra no puede pasar desapercibida para la ciencia social y la teoría crítica. Esa presencia constituye un dato demasiado escandaloso como para ser soslayado o mantenido fuera de la agenda de discusión teórica en el campo de la economía política y de su crítica.

¿Cómo puede después sostenerse, con un mínimo de seriedad intelectual, que el colonialismo es algo pretérito, totalmente abolido y cancelado por el nuevo orden mundial? ¿Cómo explicar, desde el punto de vista específico de las ciencias sociales, esa increíble presencia militar norteamericana en todos los confines del planeta Tierra? ¿Si, supuestamente, el colonialismo y la dependencia ya no son conceptos “útiles”, con cuales habría que reemplazarlos?

Mientras las economías capitalistas latinoamericanas naufragan una a una, la militarización y la penetración norteamericana aumentan día a día. El nuevo pretexto utilizado por la gran potencia del norte es la lucha contra “el narcotráfico y el terrorismo”. Ya hay bases militares de EEUU en Tres Esquinas, Larandia y Puerto Leguizamo (Colombia, a las que se han agregado las siete nuevas que tanta resistencia han provocado), Iquitos y Nanay (Perú), Reina Beatriz (Aruba), Hato (Curaçao), Vieques (Puerto Rico, de donde tuvieron que retroceder por las protestas populares), Liberia (Costa Rica), Comalapa (El Salvador), Guantánamo (Cuba), Soto de Cano (Honduras). A esto se suma el intento de construir nuevas bases en Tierra del Fuego (Argentina), en las orillas del río Itonamas (Bolivia, aunque tuvo la resistencia del gobierno indígena) y controlar la base militar de Alcântara (Brasil), a lo que se suma el proyecto de insertarse tanto en la provincia argentina de Misiones y dirigir la Triple Frontera de Argentina, Brasil y Paraguay como en el Amazonas brasileño. Cualquiera de estas bases puede ir cambiando en forma flexible (se saca una, se pone otra), pero el esquema permanece.

A esta inmensa tela de araña imperialista de bases militares se suman los crecientes ejercicios militares conjuntos entre los patrones estadounidenses y sus serviles vasallos latinoamericanos: Cabañas; Águila I, II y III; Unitas; Cielos Centrales; Nuevos horizontes, etc., etc. Que el Comando Sur (USSOUTHCOM) del Ejército norteamericano se haya trasladado de Panamá a Miami no ha cambiado el fondo del asunto, incluso lo ha agravado.
Continúa el claro predominio imperial norteamericano sobre las fuerzas militares de la región(26).

Esa presencia militar abierta y descarada se combina con los proyectos económicopolíticos y geoestratégicos destinados al control y apropiación de los recursos naturales (agua, petróleo, biodiversidad, etc.) porque, insistimos, en el capitalismo imperialista de nuestros días no se pueden abstraer ni fragmentar ninguna de estas dimensiones. De allí que las bases militares y los “programas” de ejercicios conjuntos de las fuerzas armadas se complementen con “planes” políticos geoestratégicos (Plan Colombia, Plan Puebla-Panamá, Plan Dignidad, Plan Iniciativa Regional Andina, etc.) y “proyectos” económicos (ALCA, NAFTA, TLC, IIRSA). Si uno no es aceptado, se reemplaza inmediatamente por otro. Ninguna de estas instancias constituyen “factores” aislados, sino diversas facetas de una misma dominación social de las grandes corporaciones multinacionales con asiento principal en los Estados Unidos.

Como el mundo actual ya no es bipolar, el poder militar estratégico de Estados Unidos no tiene enfrente ninguna potencia que pueda enfrentarlo abiertamente en el terreno militar. En el mejor de los casos le pueden enviar “advertencias” (como aquellos famosos misiles en Siria), pero no más que eso. Sin la Unión Soviética, no existe actualmente ninguna “reserva estratégica” (sea o no burocrática) que pueda oponerse seriamente a la geoestrategia de EEUU. Cuando a inicios de los años 90 Estados Unidos bombardea la embajada de China en Yugoslavia, el gigante asiático, una de las primeras potencias económicas y comerciales del mundo, se queda completamente petrificado (probablemente pensando en sus negocios). Militarmente no lo podía enfrentar.

En nuestros tiempos, la asimetría tecnológica entre el imperialismo euronorteamericano y las fuerzas revolucionarias del Tercer Mundo ensancha su brecha día a día. Por eso el imperialismo actúa de modo más agresivo que nunca, intentando paliar su crisis económica y social interna con el keynesianismo militar y un estado cada vez más policíaco y represivo. El macartismo, ya presente en los años 50 y renacido en los años 80, hoy se multiplica exponencialmente, bajo la máscara del “multiculturalismo plural” y sus “guerras humanitarias”. Mientras en las Academias universitarias las filosofías y las disciplinas sociales aplauden el supuesto “derecho a la diferencia” y lo convierten en una nueva metafísica fetichizada, en la vida cotidiana real asistimos a más vigilancia, control y totalitarismo a escala mundial. Lamentamos decirlo, pero la retórica de la paz… llena de sonrisas ante las cámaras… es muy poco creíble.

Los cambios no ocurren sólo en el plano de la tecnología de guerra, y los dispositivos de vigilancia informática y control comunicacional. Resulta inocultable cierta mutación en la sensibilidad cultural de las subjetividades populares. La fragmentación social (que es real y no la negamos, aunque el posmodernismo la internaliza y asume como propia y la eleva a programa haciendo de necesidad virtud, pegando el salto al vacío de la falacia naturalista, pasando de lo que ES a lo que DEBE SER) genera mayor dificultad para la hegemonía socialista y la perspectiva del poder revolucionario, intentando deslegitimar la violencia popular, plebeya y anticapitalista. Por eso se arrincona a todas las insurgencias (en el primer mundo y en el tercer mundo) para que abandonen la lucha, firmen de manera acelerada la paz, entreguen sus instrumentos de defensa y se rindan definitivamente.”
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13 Véase Financial Times, suplemento del 10 de mayo de 2002.
14 Véase Atilio Borón (2013): América Latina en la geopolítica del imperialismo, Buenos Aires, Ediciones Luxemburg. pp. 176-177. Borón extrae estos datos de informes públicos y oficiales del Pentágono del 31/1/2012.
15 Por “estanflación” suele entenderse la  conjugación de la subida de los precios (denominada inflación), el aumento de la desocupación y el estancamiento del aparato productivo. Para una explicación de este proceso véase Jorge Beinstein (2009): Crónica de la decadencia. Capitalismo global 1999-2009. Buenos Aires, Cartago. p. 20.
16 Crisis política que asume en cada sociedad modalidades diferenciales. Para mencionar sólo dos ejemplos, en la Argentina del 2001 se hizo famosa la consigna callejera y asamblearia que reclamaba “Qué se vayan todos!”; diez años después en el estado español la protesta asume la forma, también callejera y asamblearia, de “los indignados!” De la crisis de Argentina no se derivó ninguna alternativa política antisistémica. Del caso español se derivó PODEMOS, proyecto difícilmente caracterizable como “anticapitalista” o “antimperialista”. En ambos casos faltó una estrategia de largo plazo que vaya más allá de lo institucional y electoral. 17 Véase Adrián Sotelo Valencia (2012): Los rumbos del trabajo. Superexplotación y precariedad social en el siglo XXI. México, UNAM. pp. 161-162.
18 Para un análisis agudo, radical y lúcido de la crisis de 1929 —tan distinto de los tristes vaticinios posmodernos que lo volvieron famoso y apologético muchos años después— véase Antonio Negri (1991): “John Maynard Keynes y la teoría capitalista del Estado en el 29”, en El Cielo por Asalto Nº2, Año I, Buenos Aires, Argentina.
19 Para un balance crítico de conjunto sobre la crisis que se inicia con la declinación del dólar en 1968, que se consolida con la devaluación de dicha moneda y la declaración de inconvertibilidad del dólar en oro (sancionada por el presidente Richard Nixon el 15 de agosto de 1971) y que se expande con el abandono de los acuerdos de Bretton Woods y el auge de los petródolares a comienzos de dicha década véase Ernest Mandel (1976): El dólar y la crisis del imperialismo. México, Ediciones ERA. p. 130. También Puede consultarse Ernest Mandel, Jacques Valier y P.Florian (1973): La crisis del dólar. Buenos Aires, Ediciones del siglo. Una explicación detallada de esa conmoción que se inicia en 1968 y alcanza su clímax en 1973 puede encontrarse en Samir Amin, Giovanni Arrighi, Andre Gunder Frank e  Immanuel Wallerstein (2005): Dinámica de la crisis global. México, Siglo XXI. pp. 67-68 y 70-71.
20 Véase nuestra crítica a los teóricos que postulan el supuesto fin del imperialismo desconociendo la multiplicación de bases militares estadounidenses en todo el mundo en nuestro libro Néstor Kohan (2002): Toni Negri y los desafíos de «Imperio». Madrid, Campo de Ideas.
21 Véase Harry Magdoff (1969): “La era del imperialismo”, en Pensamiento Crítico          Nº29, La Habana, Cuba. pp. 151152.
22 Véase Tarik Alí, François Houtart y P. Gowan (2003): “¿Qué imperialismo? (Un simposio)”, en Temas.       Cultura, ideología,  sociedad. Nº33-34, La Habana. p. 58.
23 Véase Intervención de Samir Amin, recopilada en Atilio Borón [compilador] (2004): Nueva hegemonía mundial. Alternativas de cambio y movimientos sociales, Buenos Aires, CLACSO. p. 109.
24 Véase Telma Luzzani (2013): Territorios vigilados. Cómo opera la red de bases militares norteamericanas en Sudamérica, Buenos Aires, Debate. p. 129.
25 Véase Tarik Alí, François Houtart y P. Gowan (2003): “¿Qué imperialismo? (Un simposio)”, en Temas. Cultura, ideología, sociedad. Nº33-34, La Habana. p.5.
26 Una de las pocas excepciones reales ha sido        Venezuela    bolivariana, cuyos mandos militares a cargo de la Academia de Guerra han ido elaborando una nueva estrategia político militar autónoma para la región. Ese es el caso, por ejemplo, de la obra del teniente coronel Menry Fernandez (2009): Bases históricas, políticas y filosóficas de la guerra popular de resistencia, Caracas, Presidencia Alterna del Parlamento Latinoamericano.


2 comentarios :

  1. Me quedo con la exposión de Nestor, y el artículo siguiente lo confirma. Por más que analizamos la realidad es imposible llegar, avanzar, en una solución a los problemas. Lo cual quiere decir, que o bien el problema está mal analizado o no hay voluntad.
    Yo creo que está bien analizado, pero son los intereses los que nos separan. No vamos a llegar a ningún sitio a este paso, la sociedad está demasiado fragmentada. Sinceramente, por más propaganda que se emite no se ve solución a esta disparidad de intereses. Por ejemplo los capitalistas lo tienen claro: dinero. Y los no capitalistas? Qué nos mueve? A cada uno su paranoia.
    Salud!

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    1. Para poder curar una enfermedad, primero hay que saber que se trata de una enfermedad, después hay que ver de cuál se trata, y por último hay que procurarse los remedios más indicados para combatirla. El capitalismo es una enfermedad de cuyos nocivos efectos no se salvan ni siquiera los propios capitalistas. "Y los no capitalistas? Qué nos mueve?" Esa es una buena pregunta a la cual añado otra: Qué nos frena?

      Salud!

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