El estado de excepción en el que vivimos: la regla.
W. Benjamin
W. Benjamin
I
“Catástrofe” no indica aquí el colapso de la sociedad capitalista. Así entendido, el concepto resulta acrítico, apologético, ya que una teoría del derrumbe del capitalismo, aun a su pesar, proyecta sobre el proceso histórico un sentido del que carece. Para afilar críticamente el concepto se hace necesario referirlo al proceso de devastación de la tierra y los trabajadores que, según Marx, es inherente al funcionamiento “normal” de la sociedad capitalista. Así, “catástrofe” no señala el derrumbe del vigente sistema social, sino la maldición que el poder del capital, a través de su propia perpetuación, proyecta por la naturaleza externa e interna, la vida dañada de tantas maneras, la desposesión y aniquilación de etnias y culturas. No el desastre del capitalismo que colapsa, sino del mundo desolado por la valorización del valor.
Pensar así lo catastrófico requiere suspender la resonancia temporal que late en la palabra; suspender la referencia a sucesos que alteran repentinamente el curso regular de las cosas. Se trataría, más bien, de indicar el desastre como una característica estructural, permanente, sistémica, de la propia forma capitalista de mediación social. De pensar la catástrofe, como “el elemento vital del capitalismo” (Rosa Luxemburg). No el derrumbe final, ni las crisis que alteran la anómala normalidad de la acumulación, sino esa normalidad misma seria lo catastrófico. Como enseñó W. Benjamin, que la cosa siga igual, que todo siga su marcha, es la catástrofe.
La asociación de representación de la catástrofe con la cotidianidad del funcionamiento normal de la sociedad capitalista tiene un sentido crítico. Al dominio del capital le es inherente la peculiaridad de imponerse a través de constricciones impersonales, de prácticas e interrelaciones racionalizadas técnicamente por mediciones temporales abstractas. De ahí que lo catastrófico de su funcionamiento cotidiano se naturalice y tienda a ocultarse en lo inaparente. Lo propiamente desastroso para el pensamiento crítico sería volverse ciego al espanto normalizado. Lo ocultado por esa naturalización —“ideológica” en sentido estricto— puede iluminarlo la noción critica de catástrofe.
II
El vínculo entre capital y catástrofe esta sellado desde el principio. Ciertamente, mientras el opio de la religión del progreso (Gramsci) mantenga adeptos, mientras se quiera fetichizar lo existente desde las pequeñas ventajas que algunos crean poder disfrutar hoy, será oportuno recordar, como Derrida en 1995, que “jamás [como ahora] la violencia, la desigualdad, la exclusión, la hambruna y, por tanto, la opresión económica han afectado a tantos seres humanos, en la historia de la tierra y de la humanidad”. Pero, junto a esto, habrá que recordar también que la catástrofe está instalada en el capitalismo desde el origen y como origen. Recordar que la “dislocación del mundo” tan notoria en el actual “turbo‐capitalismo” de los mercados financieros globales no es una deriva excepcional o una desviación, sino algo inherente a la forma capitalista de mediación social.
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