13 noviembre, 2016

Sobre marxismo y anarquismo - Francisco Fernández Buey


Conferencia pronunciada el 24 de mayo del año 2000 en el Ateneo de Barcelona

Se nos pregunta si es posible renovar hoy en día lo que fue el diálogo entre Marx y Bakunin. Voy a contestar brevemente a esta pregunta para luego argumentar mi punto de vista. La respuesta es: sí; no sólo es posible sino que además es necesario. Y sería bueno, y razonable, que este diálogo enlazara con el momento en que Marx y Bakunin aún colaboraban, es decir, con aquel momento anterior a la creación de la Primera Internacional en que Marx defendía el socialismo como “conquista de la democracia” y Bakunin traducía al ruso el Manifiesto comunista.

Dicho eso querría añadir enseguida que los motivos del desacuerdo que estuvieron en el origen del enfrentamiento histórico entre marxismo y anarquismo durante la Primera Internacional han caducado; que los motivos de fondo por los que chocaron Marx y Bakunin en la década de los setenta del siglo pasado hace mucho tiempo que quedaron superados; y también los motivos de fondo que enfrentaron a marxistas y anarquistas durante la guerra civil española. Quedarse en ellos, quedarse en aquellos motivos, no tiene sentido. O para decirlo con más precisión: poner esos motivos en primer plano sólo tiene sentido desde el punto de vista historiográfico.

Concretaré un poco más esta convicción mía. Tanto si pensamos en el debate histórico sobre la mejor forma de organización de los de abajo para su liberación (o sea, sobre si ésta ha de ser predominantemente política o predominantemente socio-sindical) como si pensamos en la controversia sobre centralismo democrático o confederación, o en el debate entre espontaneidad voluntarista y dirección consciente (que llega desde fuera de las clases trabajadoras), o el debate acerca de la extinción o abolición del Estado, o en la controversia entre Marx y Bakunin sobre la forma de entender la historia y la naturaleza humana (que es lo que está por debajo de la controversia sobre acracia o dominación de clase), en todos los casos la conclusión a la que me parece que hay que llegar es la misma: hace mucho tiempo que las posiciones sobre estos temas se han hecho transversales y no corresponden ya propiamente a posiciones exclusivas de organizaciones marxistas y de organizaciones anarquistas.

Allí donde estos debates siguen estando en primer plano no hay apenas realidad social con la que enlazar. Y allí donde hay realidad social con una intención transformadora (en algunos de los movimientos sociales críticos y alternativos del mundo actual) lo que fue el ideario marxista y lo que fue el ideario anarquista (o libertario) se han ido fundiendo o casi.

Por eso, en líneas generales, hace ya varias décadas que ni los medios de comunicación ni lo que se suele llamar “opinión pública” distinguen con claridad entre ideas y actuaciones anarquistas e ideas y actuaciones marxistas. Más bien las confunden, confunden constantemente marxismo y anarquismo. Esto que digo era ya muy patente en los años setenta, durante el ciclo en que concluyen las movilizaciones de 1968. Un ejemplo: la tendencia generalizada de la prensa alemana a considerar “anarquistas” a los principales componentes de la Fracción del Ejército Rojo, el grupo Baader-Meinhof, cuando, obviamente, la formación de los mismos era más bien de orientación marxista en casi todo lo esencial. Otro ejemplo: la tendencia, existente también por entonces, y no sólo en la prensa desinformada y manipuladora, a considerar “anarquista” el bordiguismo, que toma su nombre de Amadeo Bordiga, uno de los fundadores históricos del Partido Comunista de Italia, enfrentado luego con Lenin, crítico de la URSS e inspirador en las décadas siguientes de varios grupos comunistas minoritarios, sobre todo en Italia y en Francia.

Creo que se puede decir que casi todas las cosas interesantes para un punto de vista revolucionario que tomaron cuerpo en torno a 1968, tanto en Europa como en los EE UU de Norteamérica, son el resultado de la integración de ideas marxistas y anarquistas; esta integración o complementación se produjo a partir de la reconsideración crítica entonces en curso de las ortodoxias tradicionales correspondientes. Esta reconsideración crítica afectó no sólo a la versión estalinista y postestalinista del comunismo marxista, sino también a algunas de la ideas-fuerza del propio Marx (por ejemplo, la noción de “fuerzas productivas”) y de Bakunin (por ejemplo, la idea de “acción directa”).

Dos síntomas de lo que estaba cambiando por entonces tanto en el universo marxista como en el universo anarquista son los siguientes: 1º el choque entre Federica Montseny y Cohn-Bendit, en uno de los congresos anarquistas más sonados de la época, justo después de los principales acontecimientos de mayo del 68 en Francia; y 2º el choque de los principales representantes del movimiento estudiantil italiano (que se consideraban marxistas en su mayoría) con el PCUS y con el PCI.

Pondré ahora algunos ejemplos de la fusión, integración o complementación de ideas marxistas y anarquistas:
La obra y la actividad de Guy Debord (el autor de La sociedad del espectáculo y de las Consideraciones sobre la sociedad del espectáculo) en los márgenes, por así decirlo, de la Internacional Situacionista; una obra de la que algunos pensamos que tuvo un carácter premonitorio de lo que iba a pasar en el capitalismo tardío o globalizado;
La influencia de la obra de Karl Korsch en toda una serie de grupos y organizaciones antiautoritarias de finales de los años sesenta y comienzos de la década de los setenta, lo cual es relevante para la idea que quiero defender si se tiene en cuenta que Karl Korsch había sido un marxista histórico que en algunos aspectos derivó hacia el anarquismo ya durante los años de la guerra civil española;
La orientación de la obra de Murray Bookchin, tal vez el anarquista más influyente en el movimiento ecologista social, sobre todo a partir de los ensayos recogidos con el título de Por una sociedad ecológica, donde, después de criticar duramente la idea y la práctica del socialismo, caracteriza precisamente la sociedad ecológica alternativa como “anarco-comunista”, desarrollando la idea común (formulada por Marx y compartida por Bakunin) de una sociedad en la que regiría el principio: “de cada uno según sus posibilidades; a cada uno según sus necesidades”.
La evolución del movimiento de los autónomos en Italia (y luego en otros países europeos), en el que se integran muy pronto elementos de la tradición marxista y de la tradición anarquista;
Lo que ocurrió aquí mismo, entre nosotros, con el efímero Movimiento Ibérico de Liberación (MIL), en el que se funden, también muy pronto, guevarismo marxista y libertarismo.
Este constante intercambio de ideas marxistas y anarquistas, e incluso la fusión o integración, más menos conscientemente buscada entre ambas, se puede rastrear igualmente en algunas de las revistas alternativas que se publicaron en España entre 1976 y 1981, por ejemplo, en Negaciones (donde el punto de vista “consejista” hace de puente entre las dos tradiciones), o en El viejo topo (en cuya primera etapa se especuló varias veces sobre la actualización dialogada de marxismo y anarquismo), o, con otros matices, en Teoría y práctica y en la revista vasca Askatasuna (donde la influencia de las ideas de Debord, de un lado, y de Toni Negri, de otro, es muy patente, al menos en mi recuerdo).

Este proceso interactivo y transversal ha sido, desde luego, por lo que hace a Cataluña y a España, no sólo minoritario sino, como era de esperar, excéntrico respecto de los dos polos tradicionales del marxismo y del anarquismo: el PCE y la CNT. Por lo que yo sé, en esos ámbitos todos los intentos de suscitar una reflexión y un diálogo de estas características sobre anarquismo y marxismo han fracasado hasta ahora.

Hubo, sin embargo, a finales de la década de los setenta algo así como una iniciativa para repensar en común la nueva situación, sin ocultar las diferencias existentes entre las tradiciones; una iniciativa que se puede considerar todavía ahora como un antecedente interesante de lo que estamos haciendo hoy aquí. Me refiero al intercambio epistolar entre Joan Martínez Alier y Manuel Sacristán, hecho público en las páginas del número 8 de la revista Materiales, y hace poco mencionado en un libro sobre la tradición libertaria en Cataluña. Hay que aclarar que Martínez Alier estaba entonces, entre 1977 y 1978, si la memoria no me falla, peleándose con la CNT en una fase nueva de “Solidaridad obrera”; y Manuel Sacristán, a su vez, estaba entonces peleándose con la dirección del PSUC sobre el “eurocomunismo” precisamente desde la revista en la que se produjo aquel diálogo y que fue el origen de la actual mientras tanto.

Aunque breve, aquel fue un intento de hacer balance crítico de lo que habían sido marxismo y anarquismo pensando hacia el futuro. Había, además, en el caso de este intercambio (que sería algo más que epistolar, puesto que Martínez Alier pasó en seguida a colaborar durante algún tiempo en la revista mientras tanto) un vínculo teórico y práctico que permitía pensar en una aproximación: la convicción de la importancia que tenía integrar la problemática ecológica en la perspectiva tradicional (marxista y/o anarquista) de transformación social.

Pero justamente la confrontación y el diálogo entre Martínez Alier y Sacristán, que sin duda fueron productivos para la formación de otras personas más jóvenes (yo mismo creo haber aprendido unas cuantas cosas de aquella experiencia) refuerza lo que acabo de decir sobre el carácter excéntrico de este tipo de circulación de ideas marxistas y anarquistas: los dos, Martínez Alier y Sacristán, quedaron fuera de lo que era la línea principal de preocupaciones de las organizaciones respectivas, la CNT y el PCE-PSUC. La ilusión “eurocomunista” que, como se sabe, pronto acabaría en nada, minorizó a Sacristán; y Martínez Alier, en el otro lado, se vio acusado de “marxista”. Esto, aunque no suele recordarse ya, también es parte de nuestra particular “transición”. Y, sin embargo, sin esas influencias entrecruzadas apenas podría explicarse el origen del movimiento antinuclear en Cataluña, que ha sido una de las bases del posterior ecologismo social. Y no sólo aquí.

Querría añadir, de todas formas, que el fracaso de estos pocos intentos de reflexionar en común sobre lo que estaba ocurriendo en el plano ideológico y en las prácticas sociales desde 1968 no se debió sólo a la fijación de las direcciones de las dos principales organizaciones marxistas y anarquistas, sino también a los prejuicios arraigados en la mayoría de los intelectuales entonces comprometidos con una y otra opción, es decir, a la tendencia (de la que también yo tengo que autocriticarme) a mirar mucho más hacia atrás, hacia el pasado, hacia los grandes debates de otros tiempos, que hacia adelante, hacia los problemas a los que habría que hacer frente en el inmediato futuro.

Basta con repasar los documentos de las Primeras Jornadas Libertarias celebradas en Barcelona (parcialmente recogidos en Ajoblanco) y compararlos con lo que se estaba escribiendo por entonces en algunas de las revistas teóricas marxistas no particularmente vinculadas al PCE (como Zona abierta o El cárabo, por ejemplo) para darse cuenta, de golpe, de hasta qué punto la fijación respecto de los debates del pasado ha contado entre nosotros al hablar del presente. Y basta con repasar lo que ha sido la evolución política de muchos de los intelectuales que entonces llevaban la voz cantante en esto de la confrontación entre anarquismo y marxismo (Semprún Maura, Racionero, José Ribas, el Savater del “Panfleto contra el todo”, de un lado; Tamames, Solé Tura, Claudín, Paramio o Escudero, de otro) para ilustrar a los más jóvenes sobre la inanidad de aquella superposición de discursos.

Ahora querría precisar que cuando digo que los motivos de fondo del enfrentamiento histórico entre marxismo y anarquismo han caducado no pretendo implicar en esta afirmación que haya que olvidar o silenciar la historia de los conflictos, controversias, desavenencias y enfrentamientos físicos. Creo que hay que volver sobre esta historia porque es lo que ha dado cuerpo a tradiciones diferenciadas, particularmente en el movimiento obrero. Pero también me parece que es hora ya de reflexionar sobre esta historia en común, y tal vez partiendo de aquellos casos más dolorosos que nos obligan, precisamente por ello, a revisar tópicos y prejuicios. No para ocultar o justificar nada, sino para explicar y superar situaciones.

Para no demorarme en esto pondré otro ejemplo: Tierra y libertad, la excelente película de Loach, habría ganado en intensidad dramática, y nos habría hecho pensar más a todos, si en las secuencias dedicadas a la Barcelona de 1937 hubiera introducido una reflexión sobre esta circunstancia: Camillo Berneri, anarquista italiano, que acababa de criticar muy agudamente la táctica de Federica Montseny, lee en Radio CNT-Barcelona el elogio fúnebre de Antonio Gramsci, comunista marxista, también italiano, que murió víctima del fascismo mussoliniano, y él mismo muere asesinado unas semanas después seguramente víctima de otros que luchaban contra el fascismo, admiraban a Gramsci y criticaban a su vez el punto de vista anarquista sobre guerra y revolución. Berneri y Gramsci estaban entonces, por así decirlo, en los márgenes de las dos tradiciones. Pero hoy en día pensar en sus destinos, comparar sus obras y ponerlos a dialogar idealmente nos sitúa en el centro de la reflexión que hay que hacer.

Esa es una forma posible de enlazar con el pasado. Pero si lo que se pretende es reanudar un diálogo que, por lo demás, está en la calle, en algunos de los movimientos sociales existentes, hay todavía otra forma, tal vez menos conflictiva, de orientarse: pensar en una política cultural alternativa para el presente, que es lo que algunos están haciendo ya al replantearse una cultura ateneísta a la altura de los tiempos. Esta debería tener una agenda propia, autónoma, no determinada por la imposición de las modas culturales ni por el politicismo electoralista de los partidos políticos.

Importa poco el que, al empezar, unos hablen de conquista de la hegemonía cultural y otros de aspiración a la cultura libertaria omnicomprensiva. Lo que de verdad importa es ponerse de acuerdo sobre qué puede ser ahora una cultura alternativa de los que están socialmente en peor situación, una cultura autónoma que dé respuesta al modelo llamado “neoliberal” y a lo que se llama habitualmente “pensamiento único”. Por desgracia, la tradición politicista de unos y la tradición activista de otros no deja mucho tiempo todavía ni siquiera para pensar en lo que debería ser la agenda de una cultura ateneísta alternativa. Se dedica mucho más tiempo a la crítica, por lo demás fácil, del consumismo y de los programas televisivos más vistos. Habría que preguntarse, en cambio, cómo se sale en nuestras sociedades del “malestar cultural” y cómo se construye una nueva cultura de la solidaridad internacionalista, qué redes de comunicación (más o menos subterráneas o minoritarias) existen ya y qué redes habría que crear para un uso alternativo de los medios de comunicación existentes. 

Para eso seguramente se necesitan “grupos de afinidad” distintos de los existentes. Éstos, en la mayoría de los casos, han sido inducidos por la cultura dominante: bien por razones técnicas (cuando la afinidad queda reducida al uso de tales o cuales tecnologías de la información y de la comunicación en constante expansión), bien por motivaciones estrechamente políticas (derivadas, además, de la agenda electoral de los partidos políticos mayoritarios). Los “grupos de afinidad” que más falta hacen ahora tendrían que arrancar justamente de la experiencia libertaria, la cual pone el acento no en lo político, ni el uso de tal o cual técnica, ni en la limitación de las actividades a un solo asunto, sino en lo social y en lo cultural (en un sentido amplio); y que, de paso, entiende el pluralismo como pluralidad de ideas, como método para facilitar la inventiva y garantizar la descentralización desde abajo, no como permanente cristalización de la superposición de corrientes.

21 comentarios :

  1. En el marxismo no tanto, pero en el anarquismo, pretender fijar unas doctrinas, me parece francamente ridículo.
    Un anarquista solo debería tener unos principios políticos medianamente fijos, el antiautoritarismo y la no dominación, poco más, teniendo toda la libertad de interpretar el resto a su antojo, si no no es anarquismo.
    Por otro lado el Invento antihumano del Marxismo, ya ha demostrado que es un fracaso para quienes lo sufren, que el fallo del marxismo es "el factos humano", pero quizás funcione en una sociedad de autómatas o insectos ultra inteligentes.
    El anarquismo no puede ni debe ser regulado, eso es anarquismo de estado, ni siquiera debe ser leído, debe ser encontrado por cada uno y practicado desde el corazón. Nunca será un fenómeno de masas, o dejará de ser lo que pretende ser, porque la masa es imbécil desde el momento que es masa.

    Dicho de otro modo:
    ¿Como organizar a la masa de una sociedad de forma anarquista?
    -No se puede, o no es masa o no anarquista. Los individuos, clanes, familias, pueden y deben para después colaborar con otros, pero en el momento que formen una sociedad "moderna", adiós.

    Salud!

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    1. No sé a qué te refieres con lo de “pretender fijar doctrinas”, no he leído tal cosa en este artículo. No obstante, doctrinarios ha habido y hay en todos los movimientos políticos y sociales, lo cual incluye a algunos marxistas y a algunos “anarquistas”, lo cual no invalida ni al marxismo ni al anarquismo, sino a quienes los reducen a simple doctrina.

      No soy quién para decir (sería doctrinaria pretensión) cuales ni cuantos principios han de tener los/as anarquistas. Y es en este punto donde sospecho que tu concepción del anarquismo y del marxismo es muy distinta a la mía. Ni más ni menos cierta, pero distinta. Están bien claras, para quien quiera verlas, cuales son las consecuencias de “tener unos principios políticos medianamente fijos”.

      El anarquismo puede y debe ser “regulado” (por las/los propios anarquistas) porque anarquismo no supone ausencia de orden ni caos, esto lo dejamos para el neoliberalismo que en materia de desorden, injusticia y desigualdad se ha mostrado insuperable.

      Si afirmando que “el anarquismo ni siquiera debe ser leído” te refieres a que la teoría debe ir siempre acompañada de la praxis, pues estamos de acuerdo (Marx y Bakunin también), pero tanto el anarquismo como el marxismo han de ser (también) leídos si queremos comprenderlos más allá de nuestros limitados conocimientos y experiencias. El problema es precisamente ese, que no se lee, pero se acometen improvisadas teorías sin el conocimiento preciso, soslayando “caprichosamente” la ineludible y contundente complejidad del mundo. Es decir, “desde el corazón”, pero con poca cabeza. De ahí al adoctrinamiento hay un paso muy corto. “Clanes y familias” son dos conceptos claramente opuestos tanto al anarquismo como al marxismo.

      “La masa es imbécil”, afirmas. Eso mismo pensaban Hitler y Mussolini, eso mismo piensa Trump.

      Salud

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    2. Me refiero a cuando el pueblo se convierte en masa, una simple amalgama de personas que siguen una idea o un líder, eso es para mi la masa y la masa no piensa, por eso se deja gobernar.

      Sobre familia, no es algo político, es algo inherente al animal humano y al espíritu humano, cuando digo espíritu, me refiero a eso de los curas, si. No somos solo materia y nuestra parte no material crea unos vínculos con nuestros familiares que si no se respetan como leyes naturales, desequilibran nuestra existencia, dan lugar a enfermedades, dolencias, etc. (Esto ya no lo cuentan los curas).
      Y sobre los principios, me refiero a que el resto de cuestiones dependen de cada momento y situación: puedes estar de acuerdo o no con el aborto, la monogamia, la eutanasia, la propiedad privada...
      Para mi sigues siendo anarquista mientras a pesar de todo intentes no estar por encima de nadie y que nadie esté por encima tuyo.

      Y sobre leer a otros, acabas tomando sus ideas, solo hay que tener unos principios y actuar de acuerdo a ellos, no hace falta que nos enseñen a convivir, lo hemos hecho durante miles de años bastante bien, aunque nos quieran convencer de lo contrario.

      El problema es que se pretende hacer todo eso adaptado a este modelo de sociedad, cambiarla para mantenerla y eso es lo que critico, tanto de Bakunin como de Marx, este más aun porque creo que va por un lado mucho más siniestro.

      Salud!

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    3. La idea de que no hay que leer a otros, o en todo caso hacerlo muy contadamente y con extremo cuidado, ¡me recuerda mucho a Nietzsche! Y a algunos de mis familiares, je... que cuando les digo que me gusta leer libros de filosofía piensan: "¿Filosofía? La filosofía de la vida, dirás. De esa yo sé un rato". Como crítica solo diré que el antiintelectualismo no solo nos limita sino que, en muchas ocasiones, es incoherente, pues el antiintelectual también lee, y a veces como el que más.

      Respecto a la idea romántica (y, permítaseme la franqueza, también en cierto modo reaccionaria, aunque no necesariamente al estilo autoritario) de que "no hace falta que nos enseñen a convivir, lo hemos hecho durante miles de años bastante bien", discrepo. Creo que no pocas personas defienden cada vez más esta idea en España debido en buena medida a los libros de Félix Rodrigo Mora y su revisionismo histórico. También a su insistente defensa del ateoricismo ("la realidad solo puede ser aprehendida de manera ateórica"), lo cual es una variante del antiintelectualismo. En mi opinión, hacer hincapié en lo "experiencial" y lo "vivencial" como fuentes de conocimiento privilegiadas deviene en irracionalismo.

      Pero volviendo a lo anterior: la Alta Edad Media y la Prehistoria, por ejemplo, fueron épocas aún más patriarcales si cabe que la nuestra, entre otros inconvenientes (p. ej. excesivo protagonismo de la comunidad sobre el individuo o antiindividualismo, autoritarismo familiar, escasas nociones de ecología, derechos de los niños y de los animales por los suelos, mayores niveles de racismo y superstición, etc.). Frente a quienes dicen que todo tiempo pasado fue mejor (ej. tradicionalistas) y frente a quienes dicen que todo tiempo pasado fue peor (ej. progresistas), yo digo: todo tiempo fue, es y será una mierda :P

      Un abrazo.

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    4. Gracias por tu comentario, Hugo... ¡y por su magnífico epílogo!

      Salud, y un abrazo.

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    5. Leyendo a unos y a otros se aprende. Estudiándoles e intentando rebatirls se desarrolla el espíritu crítico y se forja el propio criterio aumentando el conocimiento. Ese es el espíritu de la dialéctica.
      El mundo está lleno de mecanismos que no son ni visibles ni intuitivos. Como dice Hugo durante milenios se vivió en un mundo patriarcal, y ahora sufrimos sus consecuencias, dinámicas que no son para nada intuitivas. Si no se comprende repetiremos por inocentes, como ratas en una noria, los errores del pasado de los que nos avisaban tanto Marx como Bakunin y toda la caterva de filósofos y científicos.
      En cuanto al pueblo y la masa que menciona Piedra... poco se puede hacer. La masa reacciona al miedo y a la alegría, pero se puede modificar la reacción. De eso se encargan los sistemas de represió de masas. El conocimiento es la base de la voluntad, porque solo se desea lo que se conoce, por lógica. Solo aumentando el conocimiento se crea la masa crítica, lxs compañerxs necesarios, para acometer grandes empresas. En esto se basan tanto los fascistas como los empresarios, solo que en vez de otorgar se reservan conocimientos y trafican con ellos.
      Salud!

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    6. Hugo, creo que antes de leer a otros hay que tener unas ideas propias, unos conceptos y unos criterios que después se podrán comparar o enfrentar al de esos otros, pero si aprendemos de ellos, sin una vivencialidad y una reflexión previas, para mi, no enriquece, si no que adoctrina.
      Marx, solo fue un vividor que jamás trabajó y sin embargo es el gurú del movimiento obrero, algo falla y sigue fallando cuando queremos que otro vividor, Bakunin nos enseñe anarquismo o le ayude el Principe Kropotkin. Lo siento, soy más de Durruti.

      Un saludo.

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    7. No sé, Piedra, yo antes de leer tenía las ideas de mis padres y de la televisión. Después pasé a tener las ideas de los libros y los blogs que leía. Creo que nunca he tenido "ideas propias" ;)

      Un abrazo.

      PD. Como vividor ¡me siento aludido! Confieso, a estas horas de la noche, mi poca predisposición a "trabajar" de la manera en que se trabaja y en las cosas en las que se trabaja. Todo el mundo que conozco desaprueba lo que hago, o lo que no hago, y razón no les falta. Pero no se me da bien vivir de otro modo. En eso soy muy nietzscheano, me temo.

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    8. vividor, ra
      1. adj. Que vive. U. t. c. s.
      2. adj. vivaz (‖ que vive mucho tiempo).
      3. adj. Dicho de una persona: Laboriosa, económica y que busca modos de vivir. U. t. c. s.
      4. adj. Que vive a expensas de los demás, buscando por malos medios lo que necesita o le conviene. U. t. c. s.
      5. adj. Que vive la vida disfrutando de ella al máximo. Es una persona vividora que derrocha optimismo. U. t. c. s.

      ¿Con cuál de estas acepciones nos quedamos y por qué? (todo tiene un por qué)

      Yo, en esto como muchas otras cosas, estoy con Hugo... y sin necesidad de ser nietzscheano ni hugotiano.

      Y ¡hombre!, Marx podría ser muchas cosas, pero ¡tildarlo de vividor! (y menos en el sentido de la cuarta acepción), me parece un calumnioso despropósito.

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  2. La primera en la frente:
    “Marx defendía el socialismo como ‘conquista de la democracia’”
    Qué democracia? Acaso existe o ha existido alguna vez una cosa llamada “democracia”. La “democracia”, como la “libertad”, exige, para un marxista que no pierde de vista los antagonismos de clase, la consiguiente pregunta, qué le vamos a hacer, leninista: Democracia ¿para quién?
    Francisco Fernández Buey, que tanto presume de su amistad con Manuel Sacristán, no lo ha leído o no lo ha entendido, como solía espetar su proclamado “maestro”, por él y por otros de su misma calaña: Monereo, Riechmann, López Arnal, Doménech…) De otra manera no se entiende esa manera de analizar y argumentar. O sí, que es lo que yo creo. Es muy respetable que Fernández Buey opine lo que opina pero no que se arrogue el punto de vista “marxista”, de nuevo sin concretar, el carácter de la verdad, a cual de las corrientes no revolucionarias del marxismo se apunta. Hasta ahí podríamos llegar. La capacidad apropiacionista de estas élites intelectuales que fabrica y nutre la cultura burguesa no conoce límites, y la cosa no es de ahora, desde Kautsky hasta Negri pasando por Mehring, Korsch… y tantos otros que acabaron chupando con avidez del pezón burgués y utilizando, en agradecido pago, su conocimiento del marxismo para primero adulterarlo y luego mistificarlo desde la privilegiada posición de “históricos y acreditados marxistas revolucionarios de toda la vida”. Sin duda lo fueron, digo teóricos marxistas, durante un período, pero casi todos acabaron, y bastante contentos, en anticomunistas “de hecho”.
    No es este el lugar para repasar algunas biografías más allá de “la parte” que interesadamente señala Fernández Buey, por ejemplo en al caso de Korsch, pero quien rasque un poco descubrirá que la parte que se nos acentúa es muy “engañosa” tras el conocimiento el conocimiento del todo. Y ya no digamos cuando cita “el movimiento estudiantil italiano” o “los grupos autónomos” de los sesenta-setenta, lástima que no diga que años después acabaron casi todos sus dirigentes de asesores de Berlusconi. Y conste que digo sus dirigentes. Hay un párrafo que resulta especialmente esclarecedor:
    “Basta con repasar los documentos de las Primeras Jornadas Libertarias (parcialmente recogidos en Ajoblanco) y compararlos (…) algunas de las revistas teóricas marxistas no vinculadas al PCE (como Zona abierta o El cárabo, por ejemplo) (…) Y basta con repasar lo que ha sido la evolución política de muchos de los intelectuales que entonces llevaban la voz cantante en esto de la confrontación entre anarquismo y marxismo (Semprún Maura, Racionero, José Ribas, el Savater del “Panfleto contra el todo”, de un lado; Tamames, Solé Tura, Claudín, Paramio o Escudero, de otro) para ilustrar a los más jóvenes sobre la inanidad de aquella superposición de discursos.

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  3. (...)
    Reparen en los nombres, y en las derivas, de los intelectuales que cita a uno y otro lado del cuadrilátero. El problema de Fernández Buey no es sólo que parece ignorar, digo cuando analiza y argumenta, que vivimos en una sociedad dividida en clases con intereses antagónicos, sino que a tenor de su discurso para él sólo existe, a la hora de la verdad histórica, una clase o capa o grupúsculo: los intelectuales. Inanidad la de su análisis, que no explicita en ningún momento la lucha de clases y que ignora olímpicamente a la clase obrera, que glorifica personajillos y revistillas que sólo influyeron, y ya vemos cómo, en redicidas élites culturetas de pijos y progres, cachorros a ocupar el puesto de sus ancestros franquistas o no (Savater…), que ya cumplían con el protocolario trayecto socialdemócrata: a los veinte corazón revolucionario (póster del Che o de Bakunin, Camus, Marcuse…) y a los cuarenta sentar la cabeza y montar negociete o chupar de la teta del Estado. Ayer PSOE, hoy PODEMOS como coartadas de “izquierda” de la prolongación del franquismo. La clase obrera no aparece, pero es la que paga, en todos los casos, la juerga de estos exquisitos izquierdistas de pacotilla.

    En fin, podría seguir citando párrafos que revelan la auténtica, y muy mediocre, naturaleza reformista del texto de Fernández Buey, pero creo que no merece la pena, estos “pensadores marxistas” no resultan interesantes ni tan siquiera como adversarios que nos permitan enriquecer nuestros conocimientos o argumentos, están aquí para enturbiar, para confundir, para bajar el nivel, para obligarnos a recurrir al nivel de primaria, al punto cero para desenmascarar su estolidez.

    Salud.

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    1. No hay debate estéril si evidencia aquello que Manuel Sacristán dijo:
      “...el vivo convencimiento de que a mi me gusta intentar saber cómo son las cosas. A mí, el criterio de verdad de la tradición del sentido común y de la filosofía me importa y no estoy dispuesto a sustituir las palabras “verdadero” o “falso”, por las palabras “válido”, “no válido”, “coherente”, “incoherente”, “consistente”, “inconsistente”. No, para mí, las palabras buenas son “verdadero” y “falso”, como lo son en la lengua popular, como lo es en la tradición de la ciencia. Igual en Pero Grullo y en la boca del pueblo, que en Aristóteles. Los del válido, no válido, son los intelectuales que en este sentido son tíos que no van en serio”

      "En la historia del movimiento obrero, y mayormente en nuestra tradición, ha ocurrido a veces que, a diferencia del intelectual tradicional, del intelectual amigo circunstancial de los trabajadores, este otro intelectual en la producción, el intelectual comunista de nuevo tipo, resulta ser, paradójicamente, un compañero incómodo. El intelectual de nuevo tipo, el intelectual en la producción, no es un amigo circunstancial del movimiento obrero y sindical. Es alguien que tiene en la cabeza las mismas preocupacioones y los mismos problemas que los otros trabajadores, y que opina sobre ellos con conocimiento de causa y con constancia. Ese fue el caso de Manolo Sacristán. El intelectual que él quería ser no se permite las frivolidades habituales del literato tradicional, tan motivadas por los cambios de humor y por el ir y venir de las modas. Pero, precisamente por ello, por esa constancia y responsabilidad del intelectual en la producción, suele acabar resultando incómodo a quienes están acostumbrados a ver en el intelectual sin más algo así como un adorno. (...)

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    2. (...)
      Sólo que este tipo de incomodidad que algunos sectores del movimiento obrero organizado pueden experimentar ante el intelectual crítico de nuevo tipo es distinto, espero, de la incomodidad que experimenta ante su personalidad el colega que, por las que razones que sean, no ha tenido la experiencia vivida del movimiento obrero organizado. Creo que es por esa diferencia fundamental por lo que hoy seguimos recordando aquí, en CCOO, la obra de Manolo.

      En otros momentos se ha ido imponiendo con tiempo una previsión hecha al día siguiente de su muerte por Xavier Rubert de Ventós en un artículo que escribió en La Vanguardia. La traigo aquí a colación porque me impresionó en el momento en que fue publicada y porque, en cierto modo, creo que Rubert acertó. Decía Rubert de Ventós que “su falta”, la ausencia de Manolo, “nos deja a todos un poco más libres para seguir no haciendo lo que debemos”.

      No haciendo lo que debemos. Era ésa una previsión verdaderamente dura, pero que se ha cumplido. ¡Cuántos intelectuales por entonces comprometidos con la causa de los de abajo habrán dejado de hacer lo que debían desde que Manolo murió! ¡Cuántos intelectuales se habrán sentido “liberados” para convertirse en pingos almidonados desde el día de la muerte de Manolo Sacristán! De más de uno he oído yo mismo esta reflexión: ¿Me hubiera atrevido a comportarme como me comporté en el momento del referendum sobre la OTAN, o cuando la Guerra del Golfo, o cuando hubo que definirse acerca de las movilizaciones sindicales?

      Manolo era, pues, uno de los nuestros y de los vuestros. Incómodo, sin duda, como lo son y lo serán siempre los intelectuales críticos, los intelectuales productivos que no se limitan a ser amigos circunstanciales, por política, del movimiento obrero cuando las cosas van bien sino que siguen estando ahí, con pensamiento propio y críticamente, también, y sobre todo, cuando las cosas van mal".
      Cultura obrera y valores alternativos en la obra de Manuel Sacristán
      Francisco Fernández Buey.
      http://www.mundoobrero.es/pl.php?id=5750

      Salud.

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    3. "Creo que es por esa diferencia fundamental por lo que hoy seguimos recordando aquí, en CCOO, la obra de Manolo."

      -No hay más preguntas, señoría.

      Salud

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    4. ¿Habrá sido una confesión cargada de amarga ironía, o un revelador lapsus del conferenciante?...

      Salud

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    5. Como el mismo dice de Tamames, Solé Tura, Claudín, Savater y copañía, no hay más que ver las derivas posteriores para saber a qué carta quedarnos: él fue fundador de Izquierda Unida, y sus socios y discípulos (Monereo, Riechmann, López Arnal... están todos con PODEMOS... ¿revelador?

      Salud.

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    6. Muy revelador, en efecto.

      Salud

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  4. Totalmente de acuerdo con lo que dices, Piedra. Por supuesto que lo ideal sería unir todas las fuerzas de los de abajo y olvidar las etiquetas. Pero, ¿puede uno confiar en quienes siguen vendiendo las "bondades" de la URSS y la RDA? Porque quienes niegan las dictaduras siempre escogen el mismo camino. Y con ello me refiero a los líderes. A las bases solamente les puedo recriminar su obediencia ciega y su necesidad de líderes mesiánicos. Salud

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  5. Estoy en parte de acuerdo con lo que dice Buey Fdez en el sentido de que se han limado asperezas. Socialismo Anarquista y Socialismo Comunista se entienden, comparten teorías, puntos de vista y trabajan juntos. Pero solo a nivel de base.
    Después como dice LLG vienen las diferencias. Mientras los anarquistas hacen colectivos de todo tipo los socialistas forman sus cuadros con grupos de lectura, piden subvenciones y montan ONGs, y se liberan todos los que pueden. En cuanto despunta el poder de un movimiento se ponen a la vanguardia, pero no del pueblo progresista, sino del pueblo parlamentarista. El movimiento se quiebra. Una y otra vez, una y otra vez. No aprenden.
    En el parlamento se juega con fichas marcadas, y se llevan las de perder, Roma no paga traidores. No puedo recordar cuantos movimientos de la izquierda parlamentaria se han desarticulado, cuantos golpes de estado se han llevado comunistas y socialistas, cuantas traiciones tendrán que fraguar para conseguir llegar al parlamento para no poder hacer nada. O al Poder y hacer lo contrario, vease Syriza! Se transforman en lo que odian, es el sistema.
    En cambio sus bases permanecen. Como las bases anarquistas.
    A nosotros se nos quitó la venda de los ojos con la 1º Internacional, reconocimos la inutilidad de la vía parlamentaria. Apoyamos la revolución Rusa transformadora y atacamos a la contrarrevolución reinstauradora en el mismo año.
    Trabajamos juntos en la calle, pero en cuanto llegan al poder político, a las instituciones, cambian tanto sus intereses como los nuestros. Apoyar al PCE, IU, Potemos, PxxE, Cocos, OGT... es absurdo. Ayudar a sus líderes a alcanzar el poder no tiene sentido. Trabajar con personas construyendo una sociedad es posible. Un saludo a los camaradas verdaderamente comunistas.
    Salud!

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    1. "Tengo mucha empatía con los anarquistas, ya que tienen una posición mucho mejor en este sentido, en lidiar precisamente con la política del consumo y en criticar lo que es realmente el consumismo. Una parte de su objetivo es cambiar y reconocer la vida cotidiana en torno a principios nuevos y distintos. Y creo que este es un punto crucial ahora mismo hacia el que la acción política se debería dirigir."
      [...]
      "Hay una clara auto-limitación que supone un problema, desde mi punto de vista. La auto-limitación consiste en la reticencia a tomar el poder en algún momento. En su último libro, Bookchin dice que el problema con los anarquistas es su negación de la importancia del poder y su incapacidad para tomarlo. Bookchin no va más lejos, pero yo creo que se trata de una negativa a ver el estado como un posible socio en la transformación radical.
      Hay una tendencia a considerar al estado como a un enemigo, como el enemigo a batir. Y es verdad que hay muchísimos ejemplos de estados represores que están fuera del control público y donde este es el caso. No hay duda: el estado capitalista debe ser combatido, pero si no se domina su poder y si no se toma se puede repetir lo que pasó por ejemplo en Barcelona en 1936 y 1937 (y que luego se extendería a toda España). Al negarse a tomar las riendas del estado en el momento en el que tenían el poder para hacerlo, los revolucionarios en España permitieron que el estado volviera a caer en manos de la burguesía y del ala más estalinista del movimiento comunista. Y así, el estado se reorganizó y aplastó a la resistencia.
      [...]
      "Hay dos tipos de organizaciones. Unas hacen crecer en gran medida el sector de las ONG’s y son en su mayoría organizaciones financiadas de forma externa, sin bases. Este modelo no aborda el hecho de que, entonces, los grandes patrocinadores son los que establecen la agenda (y en ningún caso será una agenda radical). Estaríamos hablando aquí claramente de una privatización del estado del bienestar. Políticamente, a mí me parece muy distinto de las organizaciones de base, donde la gente, por cuenta propia dice: “Está bien, el estado no se hace cargo de todo, así que tendremos que ocuparnos de ello nosotros mismos”. Desde mi punto de vista nos dirigimos a organizaciones de base que tienen un estatus político muy distinto." David Harvey

      Salud

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