"Los mecanismos de poder son hoy mucho más drásticos, violentos, obscenos, corruptos, criminales, impunes, inmorales, etc., de lo que la mayoría de la población piensa, de lo que estaría dispuesta a asumir, de lo que incluso es capaz de imaginar."
15.07.2016
Todas
las religiones tienen sus mitos y sus ritos. En esto la religión
hollycapitalista no es diferente. Uno de los mitos y de los
ritos principales del hollycapitalismo es la democracia. Todo lo que vamos a
decir sobre la democracia se puede aplicar también a las nociones de Estado de
derecho y de legalidad, pero nos centraremos en la democracia por que esta
tiene una dimensión ritual particularmente importante, y que es al mismo tiempo
marcadamente popular.
El
mito de la democracia consiste en creer que esta existe como tal, que el pueblo
es soberano, que su voto decide algo o tiene alguna influencia en el Estado y
en el gobierno. Cualquiera que conozca suficientemente cómo funciona el poder
sabe que esto es una falacia, esto es, que la democracia es un mito. En el
hollycapitalismo, si el pueblo influye en algo en la manera en que funciona el
sistema, en cómo se gobierna, en su statu quo, es en un grado muy pequeño a través
de los mecanismos democráticos. Y en todo caso estos forman parte de un
mecanismo mucho más complejo. Más bien habría que decir que hoy el sistema
obtiene nuestro consentimiento a través de toda una serie de dispositivos, que
van desde nuestras cuentas bancarias y nuestras tarjeras de crédito hasta las
páginas web que visitamos, que si algo decide hoy el fiel hollycapitalista es,
como dice Slavoj Žižek, si prefiere Coca Cola o Pepsi Cola.
La
democracia es pura mitología. Pero al mismo tiempo es un ritual, en particular
las elecciones y los referéndums. El BREXIT y la ola de referéndums que vamos a
ver en Europa en lo sucesivo, como la que venimos viendo de soberanismos
varios, es parte de esta farsa, de esta mitología, de este mecanismo de
canalización de indignación.
Las
elecciones y los referéndums son rituales en la medida en que son la otra cara
de la moneda del mito, los actos reales en los que el mito, la ficción, se hace
efectiva. Votar hoy en la religión hollycapitalista supone implícitamente creer
en el mito, aceptarlo. Es como seguirle la corriente a un loco o a un borracho.
Lo único que se consigue es que este crea que no es un loco o no está borracho,
pero no sacar al enajenado o al alienado de su estado. De la misma manera,
votar hoy contribuye a que nada cambie.
En
cierto modo el mito de la democracia coincide con el mito del contrato social,
que forma parte de todo este parque de atracciones. Que existe verdaderamente
un contrato social es también un mito. Acudir a las urnas es aceptar que esta
ficción de académicos es algo real, es como firmar el contrato. Aunque, como
decimos, la mecánica que está en el trasfondo de la llamada democracia y de las
elecciones llamadas democráticas es más profunda que la de los contratos, y no
puede entenderse en todo su alcance al margen de su religiosidad. De hecho se
puede afirmar que las elecciones son un acto mágico que convierte en real una
ficción. Y un acto propiciatorio, como lo eran los rituales de la fertilidad de
la tierra que creían propiciar las lluvias y el crecimiento de los cultivos. El
acto mágico que son las elecciones propicia que todo siga igual, que el régimen
de poder-religión hollycapitalista siga siendo igual de criminal, corrupto,
injusto, obsceno, hipócrita, cínico e inmoral.
Esto
no quiere decir que no valoremos todo este aparataje de mitología y de
ritualística, que de hecho es la herencia decadente de milenios de
civilización. Gracias a todo esto las cosas, en el mejor de los casos, siguen
igual de mal, o empeoran progresivamente, lo cual es siempre preferible al caos
y la guerra. Gracias a este y a otros muchos mitos es como las sociedades,
mejor o peor, funcionan.
Acudir
a votar es por lo tanto como dar estatus de realidad a la ficción del contrato
social, como firmarlo. Pero en el caso del contrato social hollycapitalista,
este es impuesto unilateralmente por el poder, cuenta con innumerables páginas
de letra pequeña y lenguaje esotérico, además de numerosas páginas en blanco
que el votante también debe firmar. En otras palabras, el fiel hollycapitalista
que acude al ritual electoral da el visto bueno a la autoridad para que esta
utilice su poder como considere oportuno, sin dar explicaciones, a menudo
de manera encubierta y en la mayoría de los casos perjudicando a la mayor parte
de la ciudadanía y beneficiando a la minoría que ostenta el poder real en la
sombra.
El
ritual electoral es por lo tanto una pieza fundamental del mito de la
democracia y del régimen de poder-religión hollycapitalista, en la medida en
que convierte la ficción en realidad, al mismo tiempo que supone su acto de legitimación. A su vez, le proporciona al poder un sondeo real del grado de
eficacia de todo el mecanismo, de hasta qué punto el pueblo cree en el mito y
participa con mayor o menor entusiasmo en el ritual. Le regala al poder
información de primera mano para que este comprenda las crisis de legitimidad
del sistema, de manera que, en caso de que estas amenacen el statu quo, se
puedan implementar mecanismos de recuperación mediante nuevas fórmulas políticas.
El
mito y sobre todo el ritual llamados democráticos funcionan, como en el resto
de regímenes de poder-religión, como mecanismos de transferencia de energías
libidinoso-agresivas, esto es, de escenificación y atribución de roles morales
tales como "moderado" y "radical", "inocente" y
"culpable", "bueno" y "malo", etc. Estos procesos
de transferencia libidinoso-agresiva operan en ambos sentidos, son catárticos y
anárticos, esto es, basados en la catarsis y en la anarsis.
La
democracia, el Estado de derecho, la legalidad, etc., funcionan como mitos
porque el régimen hollycapitalista es infinitamente más complejo y más perverso
de lo que parece. Los mecanismos de poder son hoy mucho más drásticos,
violentos, obscenos, corruptos, criminales, impunes, inmorales, etc., de lo que
la mayoría de la población piensa, de lo que estaría dispuesta a asumir, de lo
que incluso es capaz de imaginar. Si los fieles hollycapitalistas supiesen cómo
funcionan verdaderamente las pretendidas democracias en las que viven se produciría
inmediatamente una revolución, un estallido social, un colapso de todo el
sistema. De la misma manera que si supiesen cómo funciona el dinero fiduciario,
así como tantos otros temas que la propaganda del sistema se encarga de ocultar
y de manipular a diario. Así, como sucede de una manera u otra en todos los
regímenes de poder-religión, las llamadas democracias funcionan como cortinas
de humo, como grandes puestas en escena que ocultan la obscenidad del
poder. De hecho, en el caso del hollycapitalismo, se puede afirmar con todo
rigor que la democracia es lo más parecido a una película o a un serial
hollywoodense, con la particularidad de que la democracia es continua y que
renueva los personajes cada cuatro años, teniendo los votantes la opción de tomar
parte hasta cierto punto en esta renovación de los roles principales de la
serie.
La
democracia es un mito porque las elecciones no cambian nada significativo en el
statu quo y en el caso de que pudiesen hacerlo son manipuladas para que no
suceda. Utilizando los votos por correo, los electores que no votan, los
programas informáticos de recuento, u otros métodos fraudulentos.
Por
definición en el escenario de la democracia solo aparecen aquellos temas que no
afectan al estado de poder real (Rajoy, Iglesias, Sánchez, Rivera: ¡farsantes!). Toda la
maquinaria del sistema —los medios, las encuestas, las campañas, las leyes
electorales y de financiación de los partidos, los mecanismos de financiación
ilegal, la impunidad, el control político de la justicia— garantiza que siempre
gobiernen partidos controlados por el poder real en la sombra. De esta manera
cualquier cambio sustancial que no beneficie al poder queda excluido de
partida. Esto supone que, si se quiere comprender de verdad cómo funciona el
poder hoy, deben estudiarse precisamente aquellos temas que los medios
hollycapitalistas ocultan, manipulan y demonizan, y en particular todo lo que
queda englobado dentro de la noción de democracia.
En
caso de crisis democrática y de legitimidad del sistema, que en definitiva se
reduce a una crisis del mito y del ritual democráticos, el sistema apoya
partidos de corte más populista o más radical que amortigüen estas crisis de
manera que todo siga igual. Para ello estos partidos de nuevo cuño deben
recuperar los movimientos de base auténticos que los constituyen, pero al mismo
tiempo sus cúpulas deben estar controladas e infiltradas por el poder real. De
esta manera estos partidos aparentemente "radicales", "antisistema",
"ultras", amortiguan estas crisis. Funcionan como los pasatiempos de
los periódicos: mantienen a los sectores más criticos con el sistema,
esperanzados o entretenidos con asuntos políticos superficiales que no afectan
al poder real y a menudo lo benefician. Mantienen a sus seguidores alejados de
los temas que verdaderamente supondrían una transformación del sistema.
Es
el caso de movimientos que se agrupan alrededor de nociones como la democracia
real o participativa, que de hecho son controlados por grandes
fundaciones globalistas en la medida en que, de manera encubierta, contribuyen
a socavar la soberanía de los Estados y con ello a la implementación de derecho
del Nuevo Orden Mundial orwelliano. Que estos movimientos que luchan por la democracia
real, participativa, asamblearia, etc., puedan cambiar algo en el statu quo es
otro mito derivado del mito principal de la democracia.
Se
suele decir que la democracia es la dictadura de las mayorías sobre las
minorías. Pero esto no es exacto. En realidad la supuesta democracia
hollycapitalista encubre la dictadura de una minoría muy poderosa sobre todo el
resto. Pero para ello esta minoría más poderosa establece una alianza
estratégica y provisional con las mayorías, de manera que la peor parte se la
lleve la minoría menos poderosa. Esta mecánica opera tanto a escala estatal
como supraestatal o imperial. Así, a escala imperial, los Estados más poderosos
dictan las políticas que los menos poderosos deben asumir, dictados que son
disfrazados como decisiones políticas soberanas de los Estados sometidos. Al
final, esta cadena llega hasta los países, las clases, los colectivos, etc.,
que son víctimas de la violencia imperial explícita, de las
desestabilizaciones, de los golpes de Estado, de las desapariciones, de la
tortura, de los atentados terroristas, de la guerra. En este sentido decíamos
que el régimen hollycapitalista, como el resto de regímenes de poder-religión,
se basa en mecanismos de transferencia de deseo, amenaza, goce, y por encima de
todo, violencia. El hollycapitalismo es también un régimen sacrificial. La
violencia que las elecciones democráticas canalizan es en última instancia la
misma violencia que preside las lapidaciones tribales. Es la misma violencia
pero sublimada. De esta violencia sublimada se alimenta la particular
religiosidad de la mitología y del ritual democrático.
El
mito y el rito de la democracia están ahí para ocultar todo esto. Pero al mismo
tiempo para que todo esto funcione, para ser el vehículo de estas
transferencias libidinoso-agresivas. En este sentido se puede decir que la
verdadera representatividad política es la que hace posible estas
transferencias, la que opera como cortina de humo, la que deja fuera de escena
lo obsceno del poder. Este es el papel fundamental de la supuesta democracia,
de las elecciones y de los referéndums. Pero solo como parte de un mecanismo
mucho más vasto, que en el hollycapitalismo lo integran los medios de
comunicación, las redes sociales, el consumo, y en general la dimensión
hollywoodense que atraviesa todo el sistema de producción y reproducción,
mercantil y social. La democracia y los procesos de elección democráticos son
solo una parte de este complejo. De ahí que la tendencia es a que cada vez
estén más imbricados con ellos, y en particular con la producción de crisis y
eventos sintéticos, como atentados terroristas de bandera falsa, que
contribuyen a la mitología y al ritual electoral y democrático. Es lo que vimos
en el 11M en España y seguiremos viendo en lo sucesivo en todo Occidente.
Por
último hay que decir que la religiosidad de la democracia en general, y de
movimientos como la democracia real o participativa, se deriva en parte del
hecho de que incorporan una dimensión utópica, que es tanto más efectiva cuanto
más inalcanzable. Esto otorga a todos estos movimientos idealistas su
particular encanto, su carácter romántico y entrañable. Pero es también lo que
mantiene alejado de ellos a los verdaderos intelectuales y a los ciudadanos
verdaderamente comprometidos, que no son tan fácilmente manipulables por el
poder.
Cuanto más se pone en evidencia los fallos del sistema democrático más se afianzan nuestras aspiraciones de cambio. El socialismo parece que vuelve a sus formas originales, pero todavía le queda mucho. Aunque la sociedad reclama horizontalidad no reclama la propiedad. Vamos poco a poco pero vamos.
ResponderEliminarSalud!
Aunque sin caer en ingenuidades, hay que hacerle saber al sistema que no es invencible.
EliminarSalud!
Lo de siempre, para cambiar el sistema, primero hay que cambiar al individuo, si no estamos dispuestos a dejar las "comodidades" y vivir con responsabilidad propia, asumiendo riesgos y esfuerzos, cambiaremos de dueño, pero no de estado (esclavitud).
ResponderEliminarSalud!
Siempre que des un paso atrás asegúrate de que es para dar dos adelante.
EliminarSalud!
When the fridge is full it is harder to go out and to change things, when the fridge is empty, you are eager to join the fight for change. Away back in the 30's at an street meeting, the speak asked in the crowd were hungry, there was a general grunt of yes. The speak then said, "well there is nothing but a plate glass window between you and a good feed" he then waited a while, nobody moved, he then said, "ah, I see, your not hungry enough".
ResponderEliminarUnfortunately, it is also true that sometimes fear is more powerful than hunger. Moral: one must break the glass of injustice always, with hunger or without it.
Eliminar