KAOSENLARED
- 11/11/ 2018
El torrente de
infamias y de mentiras con el que sus enemigos cubrieron a
Robespierre, Saint Just, Marx, Engels, Rosa Luxemburgo, Karl
Liebknecht, Lenin y otros revolucionarios, hace que la huella que
dejaron en la Historia vaya atenuándose. Hoy por hoy, pocos se
atreven a mencionar a Lenin. Es lo que buscan. Lamentablemente para
ellos, su memoria sigue viva y su ejemplo señala el camino.
Ningún viento es
favorable para quien no sabe dónde ir. (Seneca)
La cuestión está de
moda. Allá y acá, por todas partes: ¿Cómo reconstruir la
izquierda?
Servidor suele recordar
el origen de la noción política, para evitar malos entendidos. La
izquierda nació con la Revolución Francesa para designar a quienes
reconocen un único e irrenunciable soberano: el pueblo. De entrada
se reduce el ámbito de quienes merecen el epíteto.
Afuera quedan los
advenedizos que se arrimaron a un carro al que no se identifican ni
hacen suyo. Quienes pergeñan entidades constituyentes a geometría
variable que gozan de un único elemento estable: su propia
presencia. Quienes oscilan entre lo posible, lo razonable y lo
rentable. Quienes renunciaron brutal o gradualmente al mensaje
original porque vieron la luz del mercado y se rindieron ante el
“cambio de paradigma”. Quienes no ven su redención (recompra)
sino en la conservación de lo que hay.
De Santiago a París, de
Moscú a Washington, de Berlín a Uagadugú, Brasilia o New Delhi, la
cuestión, lancinante, es la misma: ¿Cómo reconstruir la izquierda?
Si uno la jugase
filosófica, estimaría necesario examinar la deconstrucción de la
izquierda, es decir el proceso de perversión acelerada que la
degradó a tal punto que hoy no la reconoce ni la madre que la parió.
La técnica es antigua
como los cuentos para niños. En el siglo XVII Charles Perrault
publicó su célebre Pulgarcito, la historia de un niño abandonado
en el bosque junto a sus seis hermanos. Encontrar el sendero de
regreso le fue fácil visto que, previsor, Pulgarcito lo había
sembrado de guijarros blancos dejando una huella imborrable.
Pulgarcito se perdió solo cuando le impidieron identificar el camino
recorrido.
Es el método que han
utilizado la derecha y los izquierdistas de pacotilla: borrar las
huellas. Ello reposa mayormente en la difamación de quienes se han
puesto a la cabeza de las diferentes revoluciones que en el mundo han
sido, comenzando por Robespierre y sus compañeros de la Revolución
de 1792.
Lo mismo ocurrió con
Lenin y la revolución rusa de 1917, con los cabecillas de la
revolución alemana de 1919, sin olvidar las revoluciones de 1830, de
1848 y por cierto la Comuna de París de 1781. De esta última he
tenido la ocasión de rescatar la figura inmensa de Louise Michel
que, junto a Olympe de Gouges, constituyen un zócalo granítico
sobre el cual edificar un feminismo digno de ese nombre.
En 1919, el asesinato de
Rosa Luxemburgo y de Karl Liebknecht por la soldadesca a las órdenes
del socialdemócrata Friedrich Ebert, unido a la masacre de buena
parte de los líderes obreros que habían sobrevivido a la Primera
Guerra Mundial, marcó la destrucción del movimiento obrero alemán
y el debilitamiento de la democracia que, algo más tarde, le
allanarían la llegada al poder a Adolph Hitler.
Los girondinos habían
usado el mismo método durante la Revolución Francesa: enviar a los
sans-culottes a la guerra para deshacerse de ellos, y poder complotar
en París –y enriquecerse en negociados– a sus anchas.
El caso de Lenin es una
pieza de joyería. Durante décadas las burguesías del mundo entero
le cargaron todos los crímenes imaginables, sin mencionar que desde
la toma del Palacio de Invierno en adelante sometieron al régimen
soviético a todo tipo de agresiones militares, invasiones
territoriales, brutales sanciones económicas y financieras, una
campaña de difamación sin precedentes, sumada a la violenta
oposición interna que desató una guerra civil con el apoyo de
Francia e Inglaterra.
Sin contar que el
armisticio con Alemania –la paz de Brest-Litovsk en 1918– se
soldó por la pérdida de territorios occidentales que formaban parte
del Imperio Ruso: Finlandia, Polonia, Estonia, Livonia, Curlandia,
Lituania, Ucrania y Besarabia, que quedaron bajo el domino de los
Imperios Centrales. Como si fuera poco, la Rusia soviética tuvo que
cederle Ardahan, Kars y Batumi al Imperio Otomano.
El fin de la Primera
Guerra Mundial, cuyo centenario conmemoramos hoy, no solo le permitió
a los aliados humillar a Alemania: también sirvió para debilitar al
extremo la naciente revolución conducida por Lenin. Rusia solo
recuperó esos territorios, excluidos Finlandia, Ardahan, Kars y
Batumi, hacia 1940, antes de que se produjera otra redistribución de
influencias territoriales al término de la Segunda Guerra Mundial.
Entre 1917 y 1923,
atacado en todos los frentes, con el este del país invadido por
Japón, con una guerra civil financiada y apoyada desde el exterior,
con millones de pérdidas humanas en el curso de la Primera Guerra
Mundial, Lenin logró estabilizar el poder soviético y hacer aprobar
medidas democráticas que los países occidentales no lograron sino
muchos años más tarde, cuando lo lograron. Démosle una mirada:
▪ La nacionalización
de la banca, por ejemplo, que Charles de Gaulle impuso al fin de la
Segunda Guerra Mundial en Francia (1945).
▪ La separación de la
Iglesia y el Estado que –para dar un ejemplo– aún le ocasiona
problemas a Chile en donde las iglesias se inmiscuyen en los asuntos
civiles, impiden o estorban la aplicación de la Ley civil en
diferentes materias, y el presidente de la República jura por Dios y
declara su fe día por medio.
▪ La supresión de la
enseñanza religiosa obligatoria en la escuela, y la prohibición de
los castigos corporales a los alumnos.
▪ La jornada de trabajo
de 8 horas, que hasta ese momento era de 12 – 14 horas no solo en
el campo sino también en la industria.
▪ La instauración de
dos semanas de vacaciones pagadas anuales para todos los asalariados.
▪ La creación de la
Inspección del Trabajo, y la prohibición del trabajo nocturno para
las mujeres, – que la unión Europea le impondrá a Francia solo…
¡en el año 2001! –, así como para los menores de 16 años.
▪ La prohibición de
trabajos subterráneos (minería) y de horas suplementarias para los
menores de 18 años, y la supresión de la discriminación entre
obreros rusos y obreros extranjeros (que la Unión Europea aún no
resuelve del todo en el año 2018…).
▪ La instauración del
matrimonio civil, y la creación de un estado civil.
▪ La instauración de
una Licencia de Maternidad de ocho semanas antes y después del parto
(16 semanas en total).
▪ La abrogación del
Código Penal zarista que condenaba a trabajos forzados a los
homosexuales masculinos, despenalizando así la homosexualidad,
abrogación que la muy monárquica Inglaterra no hará sino en el año
1967, y la rígida Alemania Federal en el año 1969.
▪ El divorcio por
consentimiento mutuo, y el derecho al aborto (“la más triste de
las libertades” comentaba Trotsky…), derecho que la Francia laica
y democrática no aprobará sino en el año 1975, y que sigue siendo
negado en países dizque democráticos entre los cuales Chile (las
famosas “tres causales”, limitadas por la “objeción de
consciencia”, no son sino una tapadera vergonzosa).
Todo eso entre 1919 y
1923, en un país que salía devastado de la Primera Guerra Mundial,
que soportaba una guerra civil, cuyos hospitales estaban o destruidos
o saturados, sin el equipamiento necesario en razón del bloqueo
franco-inglés, amenazado por la hambruna, el tifus y el cólera…
Si Lenin concitó el odio
de las burguesías planetarias se debe a que afirmó muy
tempranamente que el capitalismo es irreformable, y que la única
solución consiste en borrarlo del mapa.
¿Qué? ¿Terminar con el
capitalismo? Sí, precisamente. Terminar con el capitalismo. Ese fue
su objetivo, el que le granjeó la enemistad de los poderosos.
En el verano europeo de
1898, mientras Lenin estaba relegado por el zarismo en el lejano
pueblito de Chouchenskoïe (Krasnoiarsk), a más de 4.300 km de Moscú
y a 8.000 km de las capitales en que tenía lugar el debate, Edouard
Bernstein, ejecutor testamentario de Friedrich Engels, publicó una
serie de artículos dando a entender que la revolución como agente
de cambio político y social estaba obsoleta, y que el socialismo
sería el producto de una serie ininterrumpida de pequeñas reformas
sociales.
Había nacido (o más
bien resucitado) la ciénaga del reformismo, del parlamentarismo, de
la colaboración con el enemigo. En ese momento, Karl Kautsky (el
futuro “renegado”), Gueorgui Plekhanov (que terminaría abogando
por la colaboración con la burguesía) y Rosa Luxemburgo, asesinada
más tarde por los “progresistas”, salieron al paso de Bernstein,
criticándole.
Lenin se consiguió los
textos, que leyó con un profundo desprecio, prometiéndose dedicar
toda su actividad política a la organización del movimiento obrero
y a la revolución que le pusiese fin al capitalismo en Rusia y
Europa. Corría el año 1898… Diecinueve años más tarde Lenin
llegaría al poder para hacer realidad su proyecto político. Al lado
de los Soviets, la «democracia participativa» pasa por lo que es:
una consigna para incautos. La paz para todos y la tierra para los
campesinos fueron las dos primeras promesas que cumplió Lenin.
Como sabemos, con dos
balas en el cuerpo recibidas en un atentado en 1918, enfermo al final
de su vida, en el año 1923 Lenin perdió el control del partido
bolchevique. Más tarde la nomenklatura, después de haberlo
endiosado y momificado, arrojó su memoria a las hienas, al tiempo
que dislocaba y saqueaba la propiedad del Estado soviético.
Un cierto Anatoly
Latychev, ex profesor de la Escuela Superior del Partido Comunista de
Moscú y del Instituto Superior Político-social del Comité Central
del Partido Comunista de la Unión Soviética, tocado por la gracia
de la economía de mercado escribió un libro titulado “Lenin al
descubierto” (Moscú 1996). Allí dice: “Lenin, desde el
inicio de la revolución de octubre, planificó la exterminación de
más de la mitad de la población de Rusia (¡o sea más de 70
millones de habitantes!), exterminó capas enteras de la sociedad
rusa: los empresarios y los agricultores ricos, la elite intelectual
y los servidores del culto” (sic).
No fue el único. Dmitri
Volkogonov, ex jefe adjunto de la dirección política de las fuerzas
armadas soviéticas, declaró: “Vladimir Ulianov (Lenin)
desencadenó el Anticristo en los espacios de Rusia” (Moscú.
Novosti. 1994).
Nada nuevo bajo el sol.
Otros antes que Lenin fueron sepultados bajo toneladas de infamias.
Pero, curiosamente, la investigación histórica, el acceso a una
masa de archivos hasta hace poco restringidos, el trabajo de
profesionales que ni siquiera simpatizan con el socialismo,
restablecen poco a poco la verdad histórica.
De ese modo, como
Pulgarcito, piedra a piedra, podemos encontrar el sendero en el que
nos perdimos, o nos perdieron. Y retomar el camino que conduce a la
eliminación del capitalismo que hoy amenaza hasta la supervivencia
de la especie humana en la Tierra.
https://www.youtube.com/watch?v=MA1KJddNAlA
ResponderEliminarSaludos. El video intenta mostrar la validez del pensamiento de Lenin en la actualidad.
Saludos, Anónimo. Gracias por la aportación.
EliminarComo focos iluminando los rincones presuntamente oscuros de pensamientos mil veces distorsionados con mentiras, adulteraciones y mistificaciones malintencionadas. Así son normalmente vuestras palabras.
ResponderEliminarGracias, .Chiloé.
EliminarSalud
Pues si, la izquierda institucional nacio en la revolución francesa, era la que formaban los defensores de los intereses de la burguesía, contra los partidarios de la corte, y Robespierre solo fue un asesino, como el resto.
ResponderEliminarEl ZOZIALIGMO es ulotra-capitalismo, o que se lo pregunten a los chinos y aquí, en todo esto, el pueblo no pinta nada, porque siempre queda excluido.
Que no nos salven más ¡coño! ni los fachas ni los rojos, que de maten entre ellos y dejen de jodernos ya para que seamos quienes les procuremos a unos y a otros el sustento.
Salud! ( Y Viva Diógenes )
Ya... ¿Y tú que propones para que "dejen de jodernos"?
EliminarSea lo que sea, tendrá que ser diferente a lo que se ha hecho hasta ahora, ¿no?
EliminarY de cualquier forma, todos estos vende humos, demostraron que sus cuentos solo servian a aquellos que decían combatir, ahí está la historia si no.
Por cierto, ¿será casualidad que todos los de la imagen de arriba sean de una misma etnia?
Mi respuesta a tu comentario está contenida en en este breve vídeo:
Eliminarhttps://arrezafe.blogspot.com/2019/05/sobre-la-pureza-revolucionaria-ramon.html
Si hablasemos solo de Lenin, estaría de acduerdo contigo ( y con el vídeo) en no utilizar eso como crítica, sería un ataque ad hominem. Yo me refiero a que puede que esa supuesta "lucha contra", quizás viendo la historia sea una necesidad del sistema para existir. En ese
Eliminarcaso la estamos cagando y quien no me de la razón, que me explique que se ha conseguido con tanta sangre siempre de un mismo lado.
Quizás la respuesta no sea luchar, sino, de alguna forma, evitar que los más estúpidos que apoyan al enemigo, tampoco luchen contra ti.
Salud!