The Gravel Institute – 12/02/2021
Traducción del inglés: Arrezafe
Sean Worsley, veterano, condenado a 5 años de prisión en Alabama por consumir marihuana recetada legalmente para tratar una lesión cerebral traumática.
Fair Wayne Bryant, 63 años, condenado a cadena perpetua por robar unas tijeras de podar, porque 18 años antes había sido condenado por robar a un taxista.
Kalief Browder, joven de 16 años. 3 años encarcelado en Nueva York por robar (presuntamente) una mochila. Acusado sin juicio. Golpeado por los guardias y sometido a régimen de aislamiento durante dos años, intentó suicidarse dos veces en prisión. Traumatizado, se suicidó en casa de su madre tras ser liberado.
Estas son sólo 3 gotas en un mar de historias similares en todo Estados Unidos. ¿Por qué estas historias son tan comunes? Una de las amargas verdades sobre nuestro país es que encarcela un porcentaje de población mayor que el de cualquier otro país. Somos la prisión más grande del mundo. Tenemos una población reclusa –2,1 millones de personas– significativamente mayor que la de China, país cuya población que triplica la nuestra.
¿Por qué Estados Unidos encarcela a tanta gente, más que toda la población de Nuevo México? ¿Cuál es el origen de este enorme, masivo encarcelamiento de personas? Retrocedamos unas décadas. A partir de 1960, con el fin de recortar costos, muchas empresas trasladaron su producción fuera de las grandes ciudades –Detroit, Milwuakee. Cleveland...– o automatizaron gran parte de su fuerza laboral. La mano de obra fue eliminada de las grandes ciudades, antes sinónimo de industria, y sus empleados se quedaron sin trabajo.
En 1970, el desempleo de personas sin formación universitaria se disparó, especialmente de la gente morena que acababan de ingresar en la clase media. Quienes podían salir de las ciudades, en su mayoría blancos de clase media, huyeron a los suburbios, fenómeno que denominamos "vuelo de blancos". Esto llevó a una espiral viciosa. Las ciudades perdieron ingresos fiscales, las escuelas perdieron fondos, las casas perdieron valor, las economías locales colapsaron, las oportunidades laborales desaparecieron. A medida que aumentaba la pobreza urbana, aumentaba la delincuencia, y la llegada del crack y la cocaína en los 80, propiciada por la política exterior estadounidense en Centroamérica, agravó aún más el problema.
En las décadas de 1970 y 1980, hubo una crisis social en las urbes estadounidenses, crisis que originó un aumento exponencial de la delincuencia. Los políticos podrían haber respondido enfrentándose a las causas esenciales del crimen, invirtiendo en las ciudades vaciadas, construyendo una sociedad más sana y próspera. Pero no lo hicieron. Por el contrario, desataron un tsunami de encarcelamientos, eligieron encerrar a millones de personas, en vez de redistribuir la riqueza, el trabajo y el poder, que es lo que exigía una solución real.
El encarcelamiento masivo es caro, pero para los ricos resulta mucho más barato que resolver el problema. Así pues, el gobierno de Estados Unidos decidió combinar el estado penal más severo del mundo con el más tacaño "estado de bienestar". Este enfoque penal también tuvo oportunistas motivaciones políticas. Con los votantes blancos aterrorizados por el aumento de la delincuencia en ciudades cada vez menos blancas, tanto Republicanos como Demócratas vieron la oportunidad de explotar los temores racistas y así obtener votos con facilidad.
Todo comenzó en 1968 con la promesa de Richard Nixon de imponer "ley y orden". Después, en los años 80, Ronald Regan prometió ser "duro con el crimen", y en 1996, la Demócrata Hillary Clinton alertó de los jóvenes "superdepredadores", "sin conciencia", "sin empatía", que debían ser "internados para su curación".
Durante esas décadas, políticos de ambos partidos y de todos los niveles, aprobaron leyes cada vez más duras, de las que hoy se nutre el sistema penitenciario. La guerra contra las drogas comenzó en 1971 y en los años ochenta se impusieron drásticas leyes. En los 90 llegó la ley de "las 3 infracciones", cualquiera podía ser condenado a cadena perpetua y sin libertad condicional por robar un par de calcetines si era su tercera infracción.
Fiscales y jueces "duros con el crimen" ocuparon cargos en todo el país. Se invirtieron enormes sumas de dinero en la construcción de nuevas cárceles capaces de albergar a millones de personas. Resultado, la población reclusa aumentó dramáticamente. En 1968, en Estados Unidos, dicha población era de 102 por cada 100.000 habitantes, semejante a la de otros países desarrollados. En 2005, se había multiplicado por siete, hasta 737 por 100.000, el más alto del mundo.
A pesar de la disminución de la delincuencia (los asesinatos en Nueva York cayendo un 90% en los años 90) el encarcelamiento masivo siguió aumentando. ¿Por qué no disminuyó la población reclusa, toda vez que el crimen comenzó a disminuir? Pues porque en lo tocante al sistema penitenciario no se trata de evitar la delincuencia, sino de “mantener a raya" a la población más desfavorecida.
La prisión se ha convertido en el lugar de almacenamiento de personas con enfermedades mentales, sin hogar y con adicciones, personas a las que el sistema no ayuda porque no está diseñado para ello. En lugar de resolver estos problemas, usamos la prisión para hacerlos desaparecer.
Con este aumento de la población reclusa y su hacinamiento, las cárceles se tornan violentas. Desposeídas de su humanidad, regularmente torturadas por los carceleros y sin rehabilitación real o auténticas opciones para su reinserción social, las personas se convierten de verdad en los duros criminales que el sistema prejuzga que son. Por eso, la evidencia científica advierte de que las prisiones hacen a las personas más propensas a delinquir, no menos.
No puedes erradicar el crimen sin eliminar las causas que están en su raíz, incluyendo la prisión. Fueron las comunidades pobres y no blancas las que sufrieron el mayor impacto debido a la desindustrialización, siendo después criminalizadas por el Estado. Los negros y morenos nacidos entre 1965 y 1969, han tenido más probabilidades de ir a prisión que de graduarse en la universidad. Una persona blanca sin un título de secundaria tiene un 25% de probabilidad de ser encarcelado a lo largo de su vida. Una persona negra o morena sin estudios tiene una probabilidad del 70%.
El encarcelamiento masivo ha causado cuantiosos daños a nuestras comunidades, a nuestras familias, a nuestros niños y a los millones de personas atrapadas en él. El encarcelamiento masivo no puede existir en una sociedad sana, es un desastre humanitario intencionado, una guerra de la clase dominante contra los pobres y marginados. El encarcelamiento masivo es una opción, pero es la opción de la clase dominante, no la nuestra.
Buen post. Por ahora encierran a pobre, en breves comenzarán a llenarse de militantes. USA está enferma.
ResponderEliminarSalud!
Ya hay militares, veteranos de sus guerras abandonados a su suerte una vez exprimido su ardoroso jugo bélico. Usar y tirar, que es lo que hace la oligarquía con todo el mundo.
EliminarSalud!